Escuchar la voz de Dios y recibir al Señor
Por Luis, Corea del SurDios Todopoderoso dice: “Muchas personas pueden no preocuparse por lo que digo, pero aun así quiero decirle a cada...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Nací en una familia católica. Desde que era pequeña, mi abuela me enseñó cómo orar y observar los rituales católicos. A los quince años comencé a estudiar doctrina católica. Nuestro sacerdote siempre decía que debíamos seguir los mandamientos de Dios, amarnos los unos a los otros, ir a misa y hacer buenas obras. Él decía que solo quienes hacían estas cosas eran creyentes devotos y que, cuando el Señor venga, los ascendería al reino de los cielos. Solía decirme a mí misma: “Debo actuar como Dios manda, seguir todas las normas de la iglesia y hacer buenas obras con ahínco para que el Señor me ame y, a Su regreso, me bendiga y ascienda al reino de los cielos”.
Interrumpí mis estudios universitarios para tener más tiempo de prestar servicio a la iglesia. Durante ese tiempo, encontré que otros feligreses parecían muy devotos en la iglesia, donde oraban e iban a misa pero, en sus vidas, fumaban, bebían y se desmadraban. Me daban asco y pensaba: “El Señor nos enseña a amarlo, a ayudar a los necesitados y a rechazar las tentaciones mundanas. Puede parecer que esta gente cree en el Señor, pero realmente no hace nada de nada para Él. Solamente ambiciona cosas y placeres mundanos. ¿Eso no es opuesto a las enseñanzas del Señor? No puedo ser como ellos. Haré más buenas obras para el Señor a fin de poder entrar en el reino de los cielos en su momento”. Sin embargo, con el tiempo descubrí que tampoco era capaz de cumplir los mandamientos de Dios en el día a día. Al ver que esos miembros hedonistas de la iglesia vivían felices y libres mientras yo enfrentaba dificultades y adversidad, no podía evitar culpar a Dios. El Señor nos enseña a amar al prójimo como a nosotros mismos, pero yo siempre envidiaba y despreciaba a la gente. Mi familia me reñía cuando hacía algo mal, pero yo solo ponía excusas, buscaba evasivas y me enojaba con ellos. El Señor nos enseña a ser humildes y compasivos, pero yo no cumplía con eso. Me sentía muy culpable, como si fuera creyente solo de boquilla. Empecé a reflexionar: “¿Por qué nunca puedo superar mis pecados? Aunque me confesara con mi sacerdote cada vez que pecara e hiciera buenas obras para compensar, acabaría, de todos modos, cometiendo el mismo pecado. ¿Como habría de bendecir Dios una fe como la mía?”. Pero el sacerdote siempre nos decía que, si nos confesábamos con él tras pecar, nos perdonaría y que, siempre que trabajáramos para el Señor e hiciéramos buenas obras, Él se apiadaría nuevamente de nosotros, nos bendeciría y admitiría en Su reino, porque dice la Biblia: “He combatido con valor, he concluido la carrera, he guardado la fe. Nada me resta sino aguardar la corona de justicia que me está reservada” (2 Timoteo 4:6-7). Pensar en lo que el sacerdote había dicho me reconfortó. Creía que, siempre y cuando fuera más a misa, me confesara y no dejara de esforzarme por el Señor, tenía la esperanza de entrar en el reino de los cielos. Entonces, me mantenía ocupada con las buenas obras. Visitaba a enfermos y presos y era voluntaria en un orfanato.
En 2017, un día entré en Facebook para ir mirando los mensajes como siempre, cuando de pronto vi un pasaje publicado por una hermana llamada Betty: “Aunque muchas personas creen en Dios, pocas entienden qué significa la fe en Él y qué deben hacer para conformarse a Sus intenciones. […] ‘Creer en Dios’ significa creer que hay un Dios; este es el concepto más simple respecto a creer en Dios. Aún más, creer que hay un Dios no es lo mismo que creer verdaderamente en Dios; más bien es una especie de fe simple con fuertes matices religiosos. La fe verdadera en Dios significa lo siguiente: con base en la creencia de que Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas, uno experimenta Sus palabras y Su obra, se despoja de su carácter corrupto, satisface las intenciones de Dios y llega a conocerlo. Solo un proceso de esta clase puede llamarse ‘fe en Dios’. Sin embargo, las personas consideran a menudo que la creencia en Dios es un asunto simple y frívolo. Las personas que creen en Dios de esta manera han perdido el significado de creer en Él y, aunque pueden seguir creyendo hasta el final, jamás obtendrán Su aprobación, porque marchan por la senda equivocada. Hoy siguen existiendo quienes creen en Dios según palabras y doctrinas huecas. No saben que carecen de la esencia de la creencia en Dios, y no pueden obtener Su aprobación. Aun así, oran a Dios para recibir bendiciones de seguridad y suficiente gracia. Detengámonos, calmemos nuestro corazón y preguntémonos: ¿Puede ser que creer en Dios sea realmente la cosa más fácil en la tierra? ¿Puede ser que creer en Dios no signifique nada más que recibir mucha gracia de Él? Las personas que creen en Dios sin conocerlo o que creen en Dios y, sin embargo, se oponen a Él, ¿son realmente capaces de satisfacer las intenciones de Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prefacio). Estas palabras, tan puras y originales, me engancharon inmediatamente. En concreto, nunca me había planteado las preguntas del final de este fragmento. Pensé: “¡Es fantástico! ¿De quién son estas palabras? Un pasaje así de breve revela totalmente el sentido de la fe en Dios y lo que pretendemos conseguir de ella”. Reflexioné acerca de estas palabras, mientras sosegaba el corazón y, por primera vez en mi vida, me planteaba seriamente mi fe. Recordé mis años de fe. Participaba en muchas actividades y ceremonias de la iglesia, era parte activa del apostolado, hacía buenas obras en la comunidad, sufría un poco y pagaba algún precio; pero hacía todo eso para que Dios nos bendijera y protegiera a mi familia y a mí y, sobre todo, para yo poder entrar en el reino de los cielos. Siempre creí que hacía bien en aspirar a esas cosas, que a Dios le agradaba mi fe y que recibiría Sus promesas y bendiciones. No obstante, tras leer esas palabras, fui vagamente consciente de un sentido mucho más profundo de mi fe. Activamente hacía buenas obras y era abnegada solo para recibir a cambio las bendiciones del reino de los cielos, lo cual no es amar verdaderamente a Dios. ¿Cómo iba a elogiar Dios una fe así? Pero luego pensé que hacía más de 20 años que creía en el Señor y siempre había participado en el apostolado. ¿Acaso todos mis sufrimientos y sacrificios habían sido en vano? Cuanto más sopesaba esas palabras, más deseaba ver qué más había en el perfil de Facebook de la hermana Betty para poder aclarar totalmente mis dudas. Y así, me contacté con ella y nos reunimos en línea.
Le conté lo que sentí al leer esas palabras: “Lo que publicaste en internet era fantástico. Me enseñó que creo en el Señor solo por las bendiciones, lo cual no es amarlo verdaderamente, pero hay algo que no entiendo. La Biblia afirma: ‘He combatido con valor, he concluido la carrera, he guardado la fe. Nada me resta sino aguardar la corona de justicia que me está reservada’ (2 Timoteo 4:6-7). Mi sacerdote siempre dice que, mientras sigamos haciendo buenas acciones y obras, el Señor nos bendecirá y podremos entrar en el reino de los cielos. Eso he hecho a lo largo de todos mis años de fe. ¿En serio no recordará el Señor todas las cosas que he hecho? ¿No podré entrar en el reino de los cielos?”. La hermana Betty me habló de lo siguiente: “Los afanes, sacrificios y buenas acciones constantes para el Señor lo agradarán y, a Su regreso, nos arrebatará a Su reino. Esto es lo que dijo Pablo. El Señor Jesús jamás afirmó nada parecido y tampoco lo hizo el Espíritu Santo. Estas palabras plasman únicamente las opiniones de Pablo, no lo que pensaba el Señor. Las palabras del hombre no son la verdad. Solamente lo son las de Dios. En lo referente al importante asunto de la entrada en el reino de los cielos, las palabras de Dios deben ser nuestra base. Siguiendo las palabras del hombre, probablemente nos apartaremos del camino del Señor. Entonces, concretamente, ¿quién puede entrar en el reino de los cielos? El Señor Jesús nos lo deja claro: ‘No todo aquel que me dice: ¡Oh, Señor, Señor! entrará por eso en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es el que entrará en el reino de los cie-los’ (Mateo 7:21). Esto nos demuestra que Dios no se fija en cuánto nos sacrificamos para decidir si podemos o no entrar en el reino de los cielos. Por el contrario, se fija en si seguimos o no Su voluntad. Es decir, para entrar en el reino de los cielos, la gente tiene que librarse de su naturaleza pecaminosa, purificarse, y tienen que seguir las palabras de Dios, someterse a Él, amarlo y adorarlo. Si nos afanamos por trabajar mucho y hacer numerosos sacrificios, pero no sabemos cumplir las palabras de Dios y solemos pecar y oponernos a Él, entonces no podemos entrar en el reino de los cielos. Aquellos judíos fariseos que se opusieron al Señor servían a Dios año tras año en el templo y difundían Su evangelio por todas partes. Sufrían enormemente y pagaban un alto precio. Por fuera parecían leales a Dios, pero lo único que les importaba era la celebración de ritos religiosos. Mantenían y predicaban las tradiciones y doctrinas humanas y rechazaban las leyes y los mandamientos de Dios. Su servicio se oponía totalmente a la intención de Dios y se apartaron de Su camino. Especialmente cuando vino el Señor Jesús a realizar Su obra, los fariseos lo condenaron y difamaron frenéticamente e hicieron todo lo posible por impedir que el pueblo lo siguiera para proteger sus propias posiciones y sustento. Al final se confabularon con el Gobierno romano para crucificar al Señor Jesús, incurriendo el castigo de Dios. Esto demuestra que la gente podría esforzarse y hacer sacrificios y entregarse, pero eso no significa que sigan la voluntad de Dios. Esto es porque no han sido purificados del pecado, y la gente pecará y se opondrá a Dios incluso si han hecho sacrificios y se esfuerzan mucho por Él. En cuanto a nosotros, aunque parezca que nos esforzamos, que somos serviciales y generosos y ayudamos a los demás feligreses, nuestro objetivo es ser bendecidos y entrar en el reino de los cielos. Cuando Dios nos bendice, le damos gracias y lo alabamos. Cuando enfermamos o nos sobreviene el desastre, lo culpamos y malinterpretamos, y hasta puede que lo traicionemos. Esto es demostración de que no hacemos todas estas cosas por amor a Dios ni para satisfacerlo, sino para hacer tratos con Él. Simplemente lo utilizamos para satisfacer nuestras ambiciones y nuestros deseos. ¿Qué tenemos, entonces, de seguidores de la voluntad del Padre celestial? Dice la Biblia: ‘Santos habéis de ser, porque yo soy santo’ (1 Pedro 1:15). Si Dios es santo, ¿por qué habría de llevar a personas tan inmundas como nosotros al reino de los cielos? Solo si nos despojamos de nuestra naturaleza pecaminosa, nos purificamos y dejamos de pecar y oponernos a Dios podremos recibir Su aprobación y ser aptos para entrar en el reino de los cielos”. Mientras la escuchaba, pensé: “Creía que podría entrar en el reino de los cielos con buenas obras, pero ahora parece que practico la fe de manera contraria a la intención de Dios. La gente solamente puede entrar en el reino de los cielos si se hace santa, pero no sé cómo hacerme santa”. Compartí mis pensamientos con la hermana Betty.
Ella me leyó unos pasajes apropiados de las palabras de Dios Todopoderoso: “Un pecador como vosotros, que acaba de ser redimido y que no ha sido cambiado ni perfeccionado por Dios, ¿puede ser conforme a las intenciones de Dios? Para ti, que aún eres tu antiguo ser, es cierto que Jesús te salvó y que no perteneces al pecado gracias a la salvación de Dios, pero esto no demuestra que no tengas pecado ni impureza. ¿Cómo puedes ser santificado si no has sido cambiado? En tu interior, estás cercado por la impureza, el egoísmo y la vulgaridad, pero sigues deseando descender con Jesús; ¡qué suerte tendrías! Te has saltado un paso en tu fe en Dios: simplemente has sido redimido, pero no has sido cambiado. Para que seas conforme a las intenciones de Dios, Él debe realizar personalmente la obra de cambiarte y purificarte; de lo contrario, no es posible que seas santificado, ya que solo has sido redimido. De esta forma, no serás apto para disfrutar de las buenas bendiciones junto a Dios, porque te has saltado un paso en la obra de Dios de gestionar al hombre, que es el paso clave del cambio y el perfeccionamiento. Tú, un pecador que acaba de ser redimido, eres, por tanto, incapaz de heredar directamente la herencia de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Acerca de los apelativos y la identidad). “Aunque Jesús vino entre los hombres e hizo mucha obra, solo completó la obra de redimir a toda la humanidad y sirvió como ofrenda por el pecado del hombre; no lo libró de la totalidad de su carácter corrupto. Salvar al hombre totalmente de la influencia de Satanás no solo requirió que Jesús se convirtiera en la ofrenda por el pecado y cargara con los pecados del hombre, sino también que Dios realizara una obra incluso mayor para librar completamente al hombre de su carácter corrompido por Satanás. Y, así, una vez que el hombre fue perdonado por sus pecados, Dios volvió a la carne para guiar al hombre a la nueva era, y comenzó la obra de castigo y juicio. Esta obra ha llevado al hombre a un reino más elevado. Todos los que se someten bajo Su dominio disfrutarán una verdad más elevada y recibirán mayores bendiciones. Vivirán realmente en la luz, y obtendrán la verdad, el camino y la vida” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prefacio). La hermana Betty me dijo entonces: “En la Era de la Gracia, el Señor Jesús únicamente realizó la obra de redención. Tras aceptar Su salvación, solo debemos confesarnos y arrepentirnos ante Él para que nos perdone los pecados y poder disfrutar después de la gracia y las bendiciones que nos otorga. El Señor Jesús perdonó nuestros pecados, pero no nos absuelve de nuestra naturaleza pecaminosa y nuestras actitudes satánicas. Desde que nos corrompió Satanás nos dominan nuestras actitudes corruptas, como la arrogancia, la vanidad, la falsedad, la perversidad y la avaricia, así que no podemos evitar pecar y oponernos a Dios. Nuestra naturaleza satánica es la raíz de nuestro pecado y resistencia contra Dios; si no resolvemos nuestra naturaleza pecaminosa, nunca dejaremos de pecar y oponernos a Dios ni seremos aptos para entrar en el reino de los cielos. Por eso dijo el Señor que regresaría en los últimos días, en los que expresa la verdad para realizar la obra del juicio, que comienza por la casa de Dios, a fin de purificar y transformar totalmente nuestro carácter satánico. Entonces podremos ser libres de pecado y plenamente salvados y conquistados por Dios. Tal como profetizó el Señor: ‘Quien me menosprecia, y no recibe mis palabras, ya tiene juez que le juzgue; la palabra que yo he predicado, ésa será la que le juzgue el último día’ (Juan 12:48). ‘Aún tengo otras muchas cosas que deciros; mas por ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga el Espíritu de verdad, él os enseñará todas las verdades necesarias para la salvación; pues no hablará de suyo, sino que dirá todas las cosas que habrá oído, y os anunciará las venideras’ (Juan 16:12-13). Solo si aceptamos la obra de juicio del regreso del Señor en los últimos días podrá purificarse nuestra corrupción. Entonces seremos aptos para heredar las promesas de Dios y entrar en Su reino”. La enseñanza de la hermana Betty realmente me hizo ver la luz. Durante todos esos años había pecado, me había confesado con el cura y me había esforzado por hacer buenas obras, pero aún no había podido dejar de pecar. Ahora sabía que el Señor Jesús solamente realizó la obra de redención y que al creer en Él únicamente se nos han perdonado los pecados, pero nuestra naturaleza pecaminosa aún permanece en nosotros. Por eso todavía vivía en un círculo vicioso de pecado y confesión. El único modo de purificarnos de nuestra corrupción pasa por aceptar la obra de juicio del regreso del Señor en los últimos días. Sólo entonces seremos capaces de someternos verdaderamente a Dios y temerle, y ser aptos para entrar en Su reino. Esa idea me alegró enormemente. ¡Ahora tenía la esperanza de entrar en el reino de los cielos!
Al día siguiente, la hermana Betty me puso una lectura titulada El Salvador ya ha regresado sobre una “nube blanca”. Me resultó muy conmovedora y percibí la gran autoridad de esas palabras. Emocionada, me dijo: “El Señor que hemos anhelado ya ha regresado como Dios Todopoderoso encarnado. Dios Todopoderoso expresa muchas verdades y realiza la obra del juicio, que comienza por la casa de Dios. Lo que leímos ayer y la lectura que hemos escuchado hoy eran declaraciones del propio Dios Todopoderoso. Ha venido a abrir los siete sellos y el pequeño rollo. Ha revelado todos los misterios que nunca hemos comprendido y nos ha otorgado todas las verdades necesarias para salvarnos y purificarnos plenamente. Esto cumple la profecía del Apocalipsis ‘Quien tiene oídos escuche lo que dice el Espíritu a las iglesias’ (Apocalipsis 3:5). Hoy hemos oído la voz de Dios guiadas por Él, ¡y nos ha bendecido enormemente!”. Estaba muy contenta y encantada de saber que el Señor había regresado. La lectura que había escuchado y las palabras que había leído el día anterior eran palabras de Dios. ¡No me extraña que tuvieran esa autoridad! ¿Quién más podría revelar el misterio acerca de cómo regresa el Señor? Nadie sino Dios podría hacerlo. ¡Estaba totalmente convencida de que estas palabras eran declaraciones de Dios y de que el Señor había regresado! Estaba emocionadísima en ese momento. Jamás imaginé que podría recibir el regreso del Señor. ¡Me sentía muy bendecida! Solo tenía una pregunta: “¿Cómo realiza Dios la obra del juicio para purificar y salvar plenamente al hombre?”.
La hermana Betty me leyó entonces este pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso para darme respuesta: “Cristo de los últimos días usa una variedad de verdades para enseñar al hombre, para dejar la sustancia del hombre en evidencia y para diseccionar sus palabras y acciones. Estas palabras comprenden verdades diversas tales como el deber del hombre, cómo el hombre debe someterse a Dios, cómo debe ser leal a Dios, cómo debe vivir una humanidad normal, así como la sabiduría y el carácter de Dios, etc. Todas estas palabras están dirigidas a la sustancia del hombre y a su carácter corrupto. En particular, las palabras que dejan cómo el hombre desdeña a Dios en evidencia se refieren a que el hombre es una personificación de Satanás y una fuerza enemiga contra Dios. Al realizar Su obra del juicio, Dios no aclara simplemente la naturaleza del hombre con unas pocas palabras; desenmascara y poda a largo plazo. Todos estos métodos diferentes para desenmascarar y podar no pueden ser sustituidos con palabras corrientes, sino con la verdad de la que el hombre carece por completo. Solo los métodos de este tipo pueden llamarse juicio; solo a través de este tipo de juicio puede el hombre ser doblegado y completamente convencido acerca de Dios y, además, obtener un conocimiento verdadero de Dios. Lo que la obra de juicio propicia es el entendimiento del hombre sobre el verdadero rostro de Dios y la verdad sobre su propia rebeldía. La obra de juicio le permite al hombre obtener mucho entendimiento de las intenciones de Dios, del propósito de la obra de Dios y de los misterios que le son incomprensibles. También le permite al hombre reconocer y conocer su esencia corrupta y las raíces de su corrupción, así como descubrir su fealdad. Estos efectos son todos propiciados por la obra del juicio, porque la esencia de esta obra es, en realidad, la obra de abrir la verdad, el camino y la vida de Dios a todos aquellos que tengan fe en Él. Esta obra es la obra del juicio realizada por Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cristo hace la obra del juicio con la verdad). Tras leerlo, la hermana Betty me dijo: “En los últimos días, Dios Todopoderoso obra para juzgar y purificar a la humanidad con Sus palabras. Juzga la rebeldía e injusticia del hombre, la naturaleza satánica que se resiste a Dios y las actitudes corruptas, y expone nuestro deseo de bendiciones y nuestra fe adulterada y nuestras perspectivas falaces y diversas nociones sobre Dios. También nos enseña a ser honestos, a servir de acuerdo con Sus intenciones, cómo someternos verdaderamente a Él y amarlo, cómo seguir Su voluntad, etc. Al experimentar el juicio y castigo de Sus palabras, entendemos cómo nos ha corrompido Satanás siendo soberbios, vanidosos, torcidos, falsos, perversos y avaros, y cómo todo cuanto vivimos proviene de nuestras actitudes satánicas. Con ello vemos el carácter santo y justo de Dios, que no tolera ofensa, y comenzamos a detestarnos, a lamentarnos y a centrarnos en practicar la verdad. Entonces nuestra carácter-vida empieza a transformarse. Conseguimos todo esto por medio de las palabras de juicio de Dios”. La hermana Betty compartió después sus propias experiencias. En su fe anterior, siempre creyó amar al Señor porque se esforzaba y hacía sacrificios con entusiasmo, así que solía orar para pedirle gracia y bendiciones. Creía firmemente que, al haber sufrido por el Señor, sin duda Él la premiaría con la entrada en el reino de los cielos. Cuando aceptó la obra de Dios de los últimos días y Sus palabras la juzgaron y desenmascararon, comprendió que sus perspectivas de fe estaban equivocadas y adulteradas: no creía por amor o sumisión a Dios ni para cumplir con el deber de un ser creado, sino para satisfacer su deseo de bendiciones y recibir a cambio las bendiciones del reino de los cielos. Esto suponía utilizar a Dios y hacer tratos con Él. Ella se dio cuenta de que era muy egoísta, carente de humanidad y razón, y lo lamentó y se detestó a fondo. Se puso a buscar la verdad como exigía Dios y rectificó sus perspectivas erróneas sobre la fe. También empezó a transformarse su carácter satánico. Vio que la única forma de conocerse de verdad y purificarse de su corrupción pasaba por aceptar el juicio y castigo de las palabras de Dios. Con lo que me enseñó entendí lo práctico que es que Dios exprese la verdad y realice Su obra del juicio en los últimos días, y cómo esta puede transformar y purificar de verdad a las personas. Vi lo mucho que necesitamos que Dios realice Su obra del juicio en los últimos días y que ahora tenemos una senda para liberarnos de la corrupción. Estaba encantada.
En reuniones posteriores, la hermana Betty me compartió el misterio de la encarnación de Dios, cómo corrompe Satanás al hombre y Dios lo salva paso a paso, la verdadera historia de la Biblia, qué finales y destinos aguardan a la humanidad, y más. Estas verdades no las había oído nunca antes en más de 20 años de fe en Dios. Cuanto más leía las palabras de Dios Todopoderoso, más las consideraba la voz de Dios. Solo Dios encarnado podía expresar unas palabras con tanta autoridad y tanto poder. Aparte de Dios, ¿quién sabría exponer la verdad de la corrupción satánica de la humanidad? ¿Quién sabría señalarnos las desviaciones de nuestra fe y la senda correcta de nuestra creencia? ¿Quién sabría revelar los misterios del plan de 6000 años de Dios y advertirnos de los finales y destinos que nos aguardan? Me convencí de que Dios Todopoderoso es el regreso del Señor, ¡Cristo de los últimos días! Entonces acepté gustosa la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días.
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