¿Pueden las personas complacientes ganar la salvación de Dios?
Soy de un pueblo de montaña pobre y atrasado, con costumbres feudales y relaciones interpersonales complicadas. Estaba muy influenciado por ese entorno y por las cosas que decían mis padres, como “Piensa antes de hablar y mide tus palabras”, “La palabra es plata y el silencio es oro, y quien mucho habla mucho yerra”, “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”, “Di palabras de bien de acuerdo con los sentimientos y la razón de los demás, pues la franqueza incomoda”. Todas estas filosofías se me convirtieron en palabras de sabiduría para mi vida. Incluso con mis hermanos, siempre los observaba cuidadosamente, trataba de elogiarlos y decirles cosas agradables para hacerlos felices. Si alguno hacía algo mal y mis padres me preguntaban quién había sido, yo siempre decía que no sabía, así que mis hermanos me querían bastante. Mi madre también decía siempre que yo era un buen niño. Pero, cuando salía al mundo, ya sea que estuviera con amigos o con diferentes tipos de personas, siempre andaba con pies de plomo para proteger mis relaciones. Nunca hacía nada que pudiera ofender o provocar una discusión con alguien. Si alguien me ofendía, yo era indulgente y trataba de no agitar las aguas. Yo me llevaba la peor parte, contenía la bronca y me enojaba, pero me apegaba a “El silencio es oro, y quien mucho habla mucho yerra” y simplemente reprimía mis sentimientos. Mis familiares y amigos me consideraban una buena persona. Todos me felicitaban y elogiaban por ser así, pero siempre sentí esta presión y dolor en mi corazón que no podía expresar con palabras. Estaba en guardia con todos para no ofender a nadie, y nunca me atrevía a abrirme verdaderamente a ninguna persona. Siempre actuaba en forma complaciente y creaba una falsa fachada para proteger mis propios intereses. Era una forma de vida dolorosa, agotadora y angustiosa. Siempre me preguntaba: “¿Cuándo acabará mi sufrimiento? ¿Cómo podría llevar una vida más sencilla?”. Cuando estaba perdido y sufriendo, Dios Todopoderoso me extendió Su mano salvadora.
En 1998, tuve la suerte de aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. De las palabras de Dios Todopoderoso aprendí que Dios se ha hecho carne y ha venido a salvar a la humanidad, principalmente para cambiar nuestro carácter corrupto y permitirnos vivir una verdadera semejanza humana. Dios Todopoderoso dice: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). “Mi reino necesita a los que son honestos; a los que no son hipócritas o astutos. ¿Acaso las personas sinceras y honestas no son impopulares en el mundo? Yo soy justo lo opuesto. Es aceptable que las personas honestas vengan a Mí; me deleito en esta clase de personas, y también necesito a esta clase de personas. Esto es precisamente Mi justicia” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 33). Dios nos dice que seamos honestos, sencillos y abiertos, que esa es la única forma de entrar al reino de los cielos. Cuando leí esto, sentí de verdad que había una forma más fácil y feliz de vivir, y aspiré a ser honesto como Dios lo requiere. En mis interacciones y reuniones con mis hermanos y hermanas, noté que todos eran honestos y hablaban libremente. Eran sinceros y genuinos. Cuando tenían opiniones sobre alguien o veían que alguien revelaba la corrupción, podían señalarlo para ayudarlo, y podían abrirse y hablar sobre su conocimiento de sí mismos. Eso me sorprendió mucho, porque siempre había pensado que uno debía guardarse sus opiniones sobre las personas, que ser honesto ofendería a los demás y me haría daño a mí mismo. Pero allí no tenía que preocuparme por eso. Los hermanos y hermanas no eran tan falsos como las personas en el mundo, y se disculpaban cuando lastimaban al otro. Siempre consideraban a los demás. Sabía que podían practicarlo y vivirlo totalmente gracias a la obra y las palabras de Dios Todopoderoso. Eso me hizo sentir aún más seguro de que las palabras de Dios Todopoderoso son la verdad y el verdadero camino, que limpian y cambian a las personas, y yo quería ser una persona honesta, de verdad. Pero las filosofías de vida de Satanás habían penetrado en mí hace mucho y se habían convertido en mis propias reglas de supervivencia. En mis interacciones con mis hermanos y hermanas, sin darme cuenta, seguía dependiendo de esas filosofías satánicas. Tenía miedo de abrirme y hablar honestamente por temor a ofender a alguien o dañar mi reputación. Seguía siendo cuidadoso para proteger mi relación con la gente, y sentía que ser honesto era una tarea muy difícil. Luego, para purificarme y cambiar, Dios dispuso cuidadosamente el entorno adecuado para revelar mi corrupción y mis defectos, y guiarme hacia la realidad de ser una persona honesta.
Tiempo después, comencé a trabajar como líder de equipo con el hermano Li. Nos llevábamos muy bien y él me ayudaba con muchas cosas. Pero en nuestro deber descubrí que él era arrogante, obstinado y que no seguía los principios. Cada vez que yo quería decir algo, cuando estaba a punto de abrir la boca, terminaba tragándome mis palabras. Pensaba: “Si lo critico, dirá que no tengo conciencia, que él ha sido amable conmigo, pero yo estoy siempre reprochándole cosas. ¿Y si se crea un prejuicio contra mí y ya no podemos trabajar juntos en nuestro deber?”. Nunca se lo mencioné para proteger nuestra relación. Posteriormente, el hermano Li afectó seriamente el trabajo de la iglesia por ser arrogante y descuidado en sus deberes, y fue reemplazado. Aun así, no reflexioné sobre mí. Pero un día, cuando fui a buscar algo a la casa del hermano Li, su esposa me dijo: “Tú tienes algo que ver con el reemplazo de mi esposo. Si le hubieras advertido y ayudado, quizá él no habría actuado de manera tan deliberada e imprudente en su deber ni interrumpido el trabajo de la iglesia. ¿Por qué no puedes defender la obra de la iglesia? ¡Eres complaciente con la gente, no practicas la verdad!”. Escucharla decir esto fue devastador para mí, y me sentí muy avergonzado, más que nada. Cuando me fui, no pude contener las lágrimas. Con mucho dolor, oré a Dios, diciendo: “Oh, Dios, permitiste que esta hermana me tratara y me regañara hoy, pero yo no me conozco de verdad. Por favor, ilumíname y guíame”. Después de mi oración, y de a poco, comencé a calmarme y pensar en el tiempo que trabajé con el hermano Li. Entendí que había vivido según las filosofías de vida de Satanás. Claramente lo había visto ir en contra de los principios, pero no lo detuve ni lo ayudé. Tenía mucho miedo de ofenderlo y dañar nuestra relación laboral. No podía escapar a mi responsabilidad de que el hermano Li hubiese llegado a ese punto. Me sentía cada vez más culpable y arrepentido.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios. “Debe haber un estándar para tener buena humanidad. No consiste en tomar la senda de la moderación, no apegarse a los principios, esforzarse por no ofender a nadie, ganarse el favor dondequiera que se vaya, ser suave y habilidoso con todo el que se encuentre y hacer que todos se sientan bien. Este no es el estándar. Entonces, ¿cuál es el estándar? Incluye tratar a Dios, a otras personas y acontecimientos con un corazón sincero, pudiendo asumir la responsabilidad y hacer todo esto de manera en que todos lo puedan ver y sentir. Además, Dios escudriña el corazón de la gente y la conoce, a todos y cada uno. Algunas personas alardean de poseer buena humanidad, diciendo que nunca han hecho nada malo, no han robado las posesiones de los demás ni han codiciado las cosas del prójimo. Incluso llegan al extremo de permitir que otros que beneficien a su costa cuando hay una disputa sobre los intereses, prefiriendo perder a decir nada malo sobre nadie para que todos piensen que son buenas personas. Sin embargo, cuando llevan a cabo sus deberes en la casa de Dios, son maliciosos y escurridizos, siempre maquinando para sí mismas. Nunca piensan en los intereses de la casa de Dios, nunca tratan como urgentes las cosas que Dios considera urgentes ni piensan como Dios piensa, y nunca pueden dejar a un lado sus propios intereses a fin de llevar a cabo su deber. Nunca abandonan sus propios intereses. Aunque ven a los malvados hacer el mal, no los exponen; no tienen principio alguno. Esto no es un ejemplo de humanidad buena. No prestes atención a lo que dice una persona así; debes ver qué vive, qué revela y cuál es su actitud cuando lleva a cabo sus deberes, así como cuál es su condición interna y qué ama. Si su amor por su propia fama y fortuna excede su lealtad a Dios, si su amor por su propia fama y fortuna excede los intereses de Dios, o si su amor por su propia fama y fortuna excede la consideración que muestra por Dios, entonces no es una persona con humanidad. Su comportamiento puede ser visto por los demás y por Dios; así que es muy difícil que tal persona gane la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Las palabras de Dios me mostraron que ser amable no es ser una buena persona. No se trata de llevarse bien con la gente ni de ganar su aprobación. Es dirigir nuestro corazón a Dios, ser leal, practicar la verdad para defender la obra de la casa de Dios, siguiendo los principios-verdad, y ayudar y apoyar espiritualmente a las personas en sus vidas. Pero, a pesar de haber visto muchas veces al hermano Li actuar deliberadamente e ir en contra de la verdad, y ser arrogante y no aceptar sugerencias de otras personas, y sabiendo que esto era malo tanto para él como para la obra de la casa de Dios, continué guiándome por la filosofía satánica de “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”. Hice la vista gorda. No lo ayudé ni se lo mencioné al líder de la iglesia. Solo observaba mientras se perjudicaba el trabajo de la iglesia. No podía sacrificar mi prestigio por practicar la verdad y ser responsable. ¡Fui tan egoísta, despreciable y falso! ¿No estaba acaso habilitando su pecado? ¿No me estaba poniendo del lado de Satanás? Me convertí en una persona despreciable e interesada, debido a mi miedo a ofender a alguien. No tenía sentido de la justicia. No era una buena persona en absoluto. En mi intento por ser una buena persona, me convertí en la persona complaciente y falsa que Dios desprecia. En el mundo exterior, puede que esté bien ser así, pero en la casa de Dios, eso le repugna. Entonces entendí que no practicar la verdad, pero ser amable para proteger las relaciones, les causa más daño a las personas. Por primera vez, la visión que tenía sobre ser una buena persona tambaleó. Descubrí que guiarme por filosofías satánicas en mis relaciones estaba muy mal, y tratarme a eso, en ese momento, me causó una profunda impresión que nunca olvidaré. Sentí que hermano Li había cometido una transgresión, pero yo había quedado en deuda eterna. A través del juicio y el castigo de Dios, comprendí lo equivocada que era mi búsqueda a lo largo de los años, y ya no quería vivir así. Estaba dispuesto a ser una persona honesta y recta, como Dios quiere. Deseaba trabajar para ser una persona honesta, pero, como mi corrupción y mi carácter satánicos habían calado tan profundo, no entendí ni aborrecí verdaderamente mi naturaleza y esencia de persona complaciente, no cambié de verdad. Al poco tiempo, volví a hacer lo de siempre.
El esposo de la hermana Zhang, de una aldea cercana, era un matón local terriblemente malvado que se interpuso en el camino de su fe. Cada vez que la veía irse a una reunión, comenzaba a molestar a los hermanos y hermanas para que no pudieran estar en paz. Una vez, cuando ella se fue a una reunión, su esposo tomó la madera que un hermano iba a usar para construir una casa y le prendió fuego. El líder de la iglesia le dijo: “No vengas a las reuniones, tenemos que mantener a los demás a salvo. Haz tus devocionales y lee las palabras de Dios por tu cuenta, en casa”. Pero después de un tiempo, ella tenía muchas ganas de asistir a una reunión y no pudo evitar venir a nuestra aldea para reunirse con la hermana Wang. Sin saber qué hacer, la hermana Wang vino a hablar conmigo. Yo sabía muy bien que los intereses de la iglesia eran prioritarios y que la hermana Zhang debía irse a casa. Pero después pensé: “Yo no soy un líder de la iglesia. ¿Los demás pensarán que es una equivocación? Además, si la hermana Zhang se enterara de que yo le impedí asistir a una reunión, ¿qué pensaría de mí?”. Ante este pensamiento, la evadí cortésmente, diciendo: “Deberías hablar con un líder de la iglesia sobre esto. Ve a buscar a uno de ellos”. Finalmente, no pudo encontrar uno, así que la hermana Zhang se quedó.
A la noche siguiente, mientras estaba en casa haciendo mis devocionales y escuchando los himnos de las palabras de Dios, de repente escuché que alguien golpeaba la puerta violentamente. Cuando mi hijo abrió la puerta, entraron tres o cuatro sujetos grandes con palos de madera, y luego cuatro o cinco más saltaron de mi techo. Me inmovilizaron en la cama sin decir una palabra y me dieron una paliza brutal. Yo estaba muy asustado. Oré y clamé a Dios sin parar. Justo cuando el dolor se volvía insoportable, el respaldo de la cama se rompió y caí al suelo. Los matones pensaron que estaba gravemente herido y huyeron presos del pánico. Pensé que después de una golpiza así, sin duda tendría algunos huesos rotos, pero, sorprendentemente, solo tenía heridas en la carne, no en los huesos. Sabía que ese era el cuidado y la protección de Dios. Un día después, me enteré de que el esposo de la hermana Zhang sabía que ella se iba a una reunión, y pensó que lo había arreglado todo, que él mandó a esos sujetos a golpearme. Entendí que eso había sucedido porque yo no había seguido los principios. Si lo hubiera hecho y hubiera impedido que la hermana Zhang asistiera a esa reunión, eso nunca habría sucedido. Ser golpeado por esos matones se debió, definitivamente, a que yo era egoísta y despreciable. Solo me importaban mis propios intereses y era un “hombre sí” que no practicaba la verdad. Yo mismo lo había provocado.
Luego me postré ante Dios en búsqueda y reflexión: ¿Por qué seguía siendo complaciente y no podía dejar de proteger mis propios intereses? ¿Por qué no podía ponerla en práctica, si sabía la verdad? Una vez, leí estas palabras de Dios: “Satanás corrompe a las personas mediante la educación y la influencia de gobiernos nacionales, de los famosos y los grandes. Sus palabras demoníacas se han convertido en la naturaleza-vida del hombre. ‘Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda’ es un conocido dicho satánico que ha sido infundido en todos y que se ha convertido en la vida del hombre. Hay otras palabras de la filosofía de vida que también son así. Satanás utiliza la cultura tradicional refinada de cada nación para educar a las personas, provocando que la humanidad caiga y sea envuelta en un abismo infinito de destrucción, y al final Dios destruye a las personas porque sirven a Satanás y se resisten a Dios. […] Sigue habiendo muchos venenos satánicos en la vida de las personas, en su conducta y comportamiento; apenas poseen verdad alguna. Por ejemplo, sus filosofías de vida, sus formas de hacer las cosas y sus máximas están todas llenas de los venenos del gran dragón rojo, y todas proceden de Satanás. Así pues, todas las cosas que fluyen a través de los huesos y la sangre de las personas son cosas de Satanás. Todos esos funcionarios, aquellos que están en el poder y quienes logran el éxito tienen sus propias sendas y sus propios secretos para llegar a él. ¿No son tales secretos perfectamente representativos de su naturaleza? Han hecho cosas muy grandes en el mundo, y nadie puede darse cuenta de los planes e intrigas que se esconden tras ellos. Esto muestra cuán insidiosa y venenosa es su naturaleza. Satanás ha corrompido profundamente a la humanidad. El veneno de Satanás fluye por la sangre de todas las personas, y se puede ver que la naturaleza del hombre es corrupta, malvada y reaccionaria, llena de las filosofías de Satanás e inmersa en ellas; es por entero una naturaleza que traiciona a Dios. Por este motivo la gente se resiste y se opone a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Descubrí la raíz del problema mientras pensaba en eso. Siempre fui una persona complaciente que no podía practicar la verdad porque estaba lleno de las filosofías y de los venenos de Satanás: “La palabra es plata y el silencio es oro, y quien mucho habla mucho yerra”, “Cuando sepas que algo está mal, más te vale callar”, “Guarda silencio para protegerte y sólo procura escapar de la culpa”, “Piensa antes de hablar y mide tus palabras”, “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”. Hice de estas palabras una forma de vida, mis reglas de conducta, e hice todo lo que pude para ser un buen hombre, basándome en ellas. En todas mis interacciones, en lo único que pensaba era en no ofender a las personas, y en cómo hacer que la gente me elogiara y me admirara. Perfeccioné las filosofías tramposas y engañosas de Satanás y las terminé naturalizando. Aunque para el mundo yo parecía una buena persona y la gente me consideraba un hombre sí, yo estaba muy lejos de ser una buena persona. ¿Qué ganaba al vivir según estos venenos de Satanás? Cuando era pequeño, perdí la inocencia que un niño debería tener y construí una fachada falsa con absolutamente todo el mundo. Era muy cuidadoso y siempre observaba a los demás cuando hablaba y actuaba. Estaba en guardia con todos. Nunca me abrí y hablé sinceramente con nadie. Incluso engañé a mi propia familia. Fui en contra de mi propia conciencia y vendí mi dignidad e integridad, porque temía ofender a los demás. Nunca me atreví a defender lo que era justo y cedí mi integridad solo para proteger mi imagen. Forzaba una sonrisa incluso cuando estaba enojado. Estas filosofías satánicas no solo me impidieron vivir una humanidad normal, sino que me volví egoísta, despreciable, mentiroso y no distinguía el bien del mal. Vivir según estas filosofías satánicas me permitió ganarme la admiración de los demás en el momento, pero era como estar sujeto con grilletes invisibles, fuertemente atado. No podía hablar ni actuar libremente. No era para nada libre, y me sentía muy deprimido y con mucho dolor. Entonces entendí que ser complaciente, aquello por lo que solía luchar, no era en realidad ser una buena persona, sino que estaba siendo una persona astuta y perversa que no perseguía la verdad. Me estaba oponiendo y traicionando a Dios. Nunca podría ser salvo sin el juicio y la purificación de Dios. Entonces entendí que Dios había permitido que esos matones me golpearan. Me estaba dando una advertencia para que me postrara ante Dios y reflexionara sobre mí mismo, que reconociera la esencia y las consecuencias de ser complaciente y me arrepintiera.
A través de la lectura de las palabras de Dios, entendí la naturaleza y esencia de ser de esa manera, así como sus peligros y consecuencias. Oré a Dios, dispuesto a buscar realmente la verdad, para ser libre de las ataduras de las filosofías de Satanás, y ser honesto, según las palabras de Dios. Un día, me enteré de que la hermana Lin había sido transferida a otra iglesia y seleccionada para ser diácono. Yo sabía que ella era una persona poco confiable y que siempre había sido muy astuta en su deber en la iglesia anterior, decía una cosa y hacía otra. Sabía que alguien tan falso no debería ser diácono de la iglesia y que yo debía defender la obra de la iglesia. Decidí escribirle una carta al líder de esa iglesia, explicándole la situación. Pero, justo cuando estaba levantando el bolígrafo, dudé, y pensé: “Este es un asunto de su iglesia. ¿Su líder dirá que me estoy extralimitando, que me ocupe de mis propios asuntos?”. Entonces pensé en algunas palabras de Dios. “Todos vosotros decís que tenéis consideración por la carga de Dios y defenderéis el testimonio de la Iglesia, pero ¿quién de vosotros ha considerado realmente la carga de Dios? Hazte esta pregunta: ¿Eres alguien que ha mostrado consideración por Su carga? ¿Puedes tú practicar la justicia por Él? ¿Puedes levantarte y hablar por Mí? ¿Puedes poner firmemente en práctica la verdad? ¿Eres lo bastante valiente para luchar contra todos los hechos de Satanás? ¿Serías capaz de dejar de lado tus emociones y dejar a Satanás al descubierto por causa de Mi verdad? ¿Puedes permitir que Mis intenciones se cumplan en ti? ¿Has ofrecido tu corazón en el momento más crucial? ¿Eres alguien que hace Mi voluntad?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 13). Cada palabra de Dios caló en mi corazón y pude sentir la voluntad urgente de Dios, que espera que las personas practiquen la verdad y defiendan la justicia, y que se atrevan a decirles “no” a las fuerzas de Satanás y asuman la responsabilidad de defender la obra de Dios. Él no quiere que calculemos nuestras ganancias y pérdidas, sino que prioricemos los intereses de la iglesia. Cuando comprendí la voluntad de Dios, encontré la confianza para poner la verdad en práctica, así que le escribí la carta al líder de la otra iglesia sobre la hermana Lin. Unos días después, el líder me respondió que habían investigado y confirmado que la hermana Lin era una persona falsa, así que le dieron otro deber. Ver la forma en que se resolvió ese asunto fue reconfortante y me dejó conforme. Entendí que ser honesto es maravilloso y que conseguí hacer algo significativo. Algunos hermanos y hermanas luego me dijeron que haber escrito esa carta para proteger los intereses de la iglesia demostró que yo realmente había cambiado, que había recobrado el sentido de justicia. Escucharlos decir eso me conmovió. En el fondo de mi corazón sabía que lograr practicar la verdad, haber hecho ese pequeño cambio, había sido gracias al juicio y castigo de Dios. ¡Doy gracias a Dios Todopoderoso por mi salvación!
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