Amonestar a la gente de manera desdeñosa expuso mi fealdad
En octubre del año pasado supervisé la obra del evangelio en la iglesia. Había unos pocos miembros nuevos en la iglesia que recién comenzaron su deber, y por eso, a menudo compartía con ellos los principios de predicación y los llevaba a predicar el evangelio juntos. Tras un tiempo, todos progresaron y yo me sentí muy bien. Para hacer que trabajasen independientemente lo antes posible, hacía que predicasen el evangelio por su cuenta. Al principio, cuando se encontraban con problemas, les ayudaba con amor, pero, después de un tiempo, me harté. Sentí desprecio por ellos: “Cuando alguien me enseñaba, yo entendía las cosas la primera vez. He pasado tiempo enseñandoos, ¿por qué tenéis tantas preguntas aún? ¿No prestásteis atención cuando os enseñé? Si no podéis trabajar independientemente después de tanto tiempo, los líderes superiores definitivamente dirán que no sirvo para este trabajo y no puedo entrenar a la gente bien. Eso no servirá. Tengo que daros una reprimenda y enseñaros una lección”. Al darme cuenta de todo eso, los regañé enojado. Una vez, recibí una llamada de la hermana Ai, diciendo: “Hermano, quería preguntarte qué aspecto de las palabras de Dios vas a compartir en la reunión de esta noche”. Yo pensé: “Ya te lo dije, ¿por qué no lo sabes aún? ¿No me escuchaste?”. Así que, en un tono alto y agresivo, le dije: “¿No leíste el archivo que te envié? ¿Por qué me preguntas siempre?”. La hermana no respondió y yo colgué el teléfono enojado. Más adelante, me di cuenta de lo que había hecho y me sentí un poco culpable. Pero, entonces, pensé: “Lo dije por su propio bien. De lo contrario, ¿cómo progresará si sigue dependiendo de mí? Quizás esto le ha servido de ayuda”. Después de pensar en esto, dejé de preocuparme.
El día siguiente, el hermano con el que se me emparejó me dijo: “La hermana Ai me dijo que, cuando te hizo una pregunta ayer, te enojaste. También me dijo que se sintió bastante constreñida por ti y que tuvo miedo de ti”. No podía aceptar lo que me decía y puse excusas en mi mente: “Puede que sonase un poco agresivo, pero era todo para instarla a trabajar independientemente. Si no se lo decía de esa manera, seguiría viniendo a mí cada vez que tuviera una pregunta. ¿Cómo sería independiente entonces?”. Pero, entonces, pensé: “Puede que haya hablado de manera un poco indebida. Después de todo, la hermana Ai recién comenzó a entrenar. Debería ayudarla con amor en vez de enojarme y reprenderla”. Así que le envié un mensaje para disculparme: “Ayer metí la pata. No debería haberme puesto como un loco contigo. Espero que lo entiendas y no te lo tomes como algo personal, por favor. Perdí los estribos en el momento y te molesté”. La hermana Ai respondió diciendo que estaba bien. Después, no reflexioné ni llegué a conocerme a mí mismo más.
Poco después, me eligieron como predicador y asumí más responsabilidades. Algunos de los líderes y obreros recién comenzaron a entrenar y no estaban familiarizados con la obra de la iglesia, así que a menudo compartía con ellos sobre los principios de la obra. También comprobaba su trabajo y les daba guía y ayuda detalladas. Al principio, cuando tenían preguntas, compartía con ellos con paciencia. Pero, si me preguntaban demasiadas veces, me volvía impaciente. Los amonestaba diciendo: “¿Por qué no os entra esto en la cabeza? Cuando empecé a trabajar en la iglesia, recordaba claramente cualquier encargo que me daba mi líder, y lo completaba de manera rápida y competente. Os dije todo y os di instrucciones detalladas, ¿por qué no lo entendéis bien?”. No dijeron ni una palabra.
El día siguiente, una líder me envió un mensaje diciendo: “Soy demasiado estúpida y no sirvo para este trabajo. Por favor, encuentra a otra persona para sustituirme”. Estaba bastante sorprendido: ella era una de los mejores aprendices nuevos. ¿Por qué pensaba eso? Entonces, otro líder me envió un mensaje diciendo: “Algunas personas dicen que les hiciste sentir bastante constreñidas”. Solo entonces empecé a reflexionar sobre mí mismo. Me di cuenta de que no estaba tratando las deficiencias de los demás correctamente. Seguía explotando con los demás y seguía amonestándolos, en vez de guiarlos y ayudarlos con paciencia. Como resultado, se sintieron constreñidos. Más tarde, oí que una hermana se había vuelto tan negativa como resultado de ser constreñida, que no cumplió con su deber por más de diez días. Cuando escuché esto, me sentí muy mal. No podía creer que les había hecho tanto daño. Me sentí angustiado y me pregunté por qué seguía enojado y teniendo una mala influencia en todo el mundo. Así que me presenté ante Dios en oración: “Querido Dios, no quiero enojarme con los hermanos y hermanas, pero, cada vez que surge algo, no puedo controlar mis emociones. ¿Cómo debería resolver este problema? Por favor, dirígeme y guíame”.
Después, encontré un pasaje de las palabras de Dios. Dios dice: “Una vez que el hombre tiene estatus, encontrará frecuentemente difícil controlar su estado de ánimo y disfrutará aprovechándose de oportunidades para expresar su insatisfacción y dar rienda suelta a sus emociones; a menudo estallará de furia sin razón aparente, como para revelar su capacidad y hacer que otros sepan que su estatus e identidad son diferentes de los de las personas ordinarias. Por supuesto, las personas corruptas, sin estatus alguno, también pierden a menudo el control. Su enojo es a menudo provocado por un daño a sus intereses privados. Con el fin de proteger su propio estatus y dignidad, darán frecuentemente rienda suelta a sus emociones y revelarán su naturaleza arrogante. El hombre estallará de ira y descargará sus emociones a fin de defender la existencia del pecado, y estas acciones son las formas en las que el hombre expresa su insatisfacción; rebosan de impurezas; de conspiraciones e intrigas, de la corrupción y la maldad del hombre y, más que otra cosa, rebosan de las ambiciones y los deseos salvajes del hombre” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). Las palabras de Dios expusieron mi estado actual. Reflexioné sobre cómo me enojaba para mantener mi posición. Normalmente, siempre obtenía resultados en mi trabajo y la gente pensaba que era un líder capaz. Pero, cuando se me asignó a entrenar a estos hermanos y hermanas, si no podía hacer que trabajasen independientemente tras mucho tiempo, los líderes superiores dirían sin duda que no era competente. Así que, cuando los hermanos y hermanas seguían sin comprender después de haberles enseñado varias veces, me volvía reacio e impaciente. Cuando venían a mí con preguntas, yo aprovechaba la oportunidad para amonestarlos y criticarlos para desahogarme. Incluso los comparé conmigo y estaba lleno de quejas y desprecio por ellos. Como resultado, todos se sintieron constreñidos e incluso se volvieron tan negativos que no querían cumplir su deber. Cuando otros señalaban mi problema, no buscaba la verdad para resolverlo. Aunque me disculpé a la hermana Ai, el propósito implícito y explícito de mis palabras era preservar mi estatus e imagen, mostrarle a la hermana Ai que enojarme era un caso excepcional y no la norma, y hacerle pensar que era bastante racional al disculparme sinceramente. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “Algunas personas tienen patente mal carácter y siempre dicen de sí mismas que tienen mal temperamento. ¿Acaso no es esto una especie de justificación? Un mal carácter es solo eso: un mal carácter. Cuando alguien ha hecho algo irracional o que perjudica a todos, el problema está en su carácter y en su humanidad, pero siempre dicen que han perdido temporalmente el control de su temperamento o se han enfadado un poco; nunca entienden el problema en su esencia. ¿Acaso esto es reflexionar y descubrirse?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La cooperación en armonía). Yo era así. Al recordar mi disculpa, sonó tan solemne, pero no había entendido la esencia real del problema e incluso intenté defenderme. ¡Era tan hipócrita! Al darme cuenta de esto, me sentí muy culpable. A menudo platicaba con los hermanos y hermanas acerca de tratar a la gente con amor y paciencia, pero eran solo consignas que no concordaban con mi comportamiento real.
Después, acallé mis pensamientos y reflexioné sobre mí mismo: “¿Por qué, cuando las cosas no salen como yo quiero, pierdo los estribos y revelo mi carácter corrupto? ¿Por qué no puedo colaborar con los hermanos y hermanas?”. Después de esto, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más irracional es, y cuanto más irracional es, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios y no tienen temor de Él en su corazón. Aunque las personas parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder sobre los demás. Esta clase de persona no venera a Dios lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él. Las personas que son arrogantes y engreídas, especialmente las que son tan arrogantes que han perdido la razón, no pueden someterse a Dios al creer en Él e, incluso, se exaltan y dan testimonio de sí mismas. Estas personas son las que más se resisten a Dios y no tienen temor alguno de Él. Si las personas desean llegar al punto en que veneren a Dios, primero deben resolver su carácter arrogante. Cuanto más minuciosamente resuelvas tu carácter arrogante, más veneración tendrás por Dios, y solo entonces podrás someterte a Él y obtener la verdad y conocerle. Solo los que obtienen la verdad son auténticamente humanos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Dios reveló cómo el origen del carácter corrupto de la gente es la arrogancia. Cuanto más arrogante es una persona, más probable es que se oponga a Dios. Me di cuenta de era exactamente así. No tomaba en serio a otras personas, pensando que eran inferiores a mí. Siempre creía que tenía buen calibre, que tenía talento en mi trabajo y era mejor que los demás. Además, siempre comparaba las deficiencias de los demás con mis propias habilidades. Podía dominar una tarea después de que se me enseñara una vez, pero ellos todavía no habían aprendido después de tanto tiempo. Explotaba con ellos, los criticaba y amonestaba, sin darles el más mínimo respeto. No reconocía sus habilidades y méritos, y mucho menos ofecería apoyo con amor. Cuando los hermanos y hermanas afrontaban problemas, no reflexionaba sobre si había compartido la palabra de Dios con ellos para resolver sus problemas, o si me había quedado corto de alguna manera. Por el contrario, solo pensaba en que no habían escuchado atentamente y explotaba con ellos y los trataba indiscriminadamente. ¡Cuán irracionalmente arrogante era! Nuestra iglesia estaba propagando el evangelio de Dios, pero yo seguía explotando con la gente, amonestándola y restringiéndola, llevándola a tenerme miedo, definirse, e incluso volverse tan negativa que no quería cumplir su deber. ¿Estaba perturbando e impidiendo la obra del evangelio? Al reflexionar sobre todo esto, me sentí bastante avergonzado. No proporcioné nada beneficioso para la entrada en la vida de los demás. Por el contrario, les hice daño y perturbé la obra de la iglesia. Vivía según mi carácter arrogante y podía hacer el mal y oponerme a Dios en cualquier momento. Al pensar en todo lo que había hecho, me odié a mí mismo verdaderamente. Quería darme una bofetada en la cara un par de veces. Oré en silencio a Dios en mi corazón: “Querido Dios, traté a la gente a ciegas debido a mi carácter arrogante, le hacía daño y perturbaba la obra de la iglesia en el proceso. Querido Dios, estoy preparado para arrepentirme y cambiar. Oro para que me guíes y me ayudes a resolver mi carácter arrogante”.
Entonces, un día, escuché un himno de las palabras de Dios: “Vive conforme a las palabras de Dios para cambiar tu carácter”. “Primero debes resolver todas las dificultades que existen dentro de ti a mediante la confianza en Dios. Ponle fin a tu carácter degenerado y sé verdaderamente capaz de comprender tu propia condición y de saber cómo debes actuar; sigue comunicando cualquier cosa que no entiendas. Es inaceptable que una persona no se conozca a sí misma. Sana primero tu propia enfermedad, y, al comer y beber Mis palabras más a menudo y al contemplarlas, vive tu vida y actúa con base en ellas; ya sea que estés en casa o en algún otro lugar, debes permitir que Dios tenga el control dentro de ti. Echa fuera la carne y la naturalidad. Siempre deja que las palabras de Dios tengan el control dentro de ti. No tienes que preocuparte porque tu vida no esté cambiando; con el tiempo, llegarás a sentir que tu carácter ha cambiado mucho. […]” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Este himno de las palabras de Dios me inspiró mucho. A través de las palabras de Dios, encontré una senda de práctica. Fuera cual fuera la situación que encarase, primero debía buscar la intención de Dios, buscar la verdad, resolver mis propios problemas, llegar a entender mi carácter arrogante a través de las palabras de Dios, centrarme en abandonarme a mí mismo en la vida cotidiana y practicar la verdad. Entonces, mi carácter arrogante se transformaría poco a poco. El hecho de que, debido a mi carácter arrogante, amonestase y restringiese a la gente y siempre pensara ser superior mostraba que realmente no me entendía a mí mismo. En realidad, no tenía nada de lo que mereciese la pena jactarme. Aprendía bastante rápido en mi deber y había sido bendecido con ciertos dones, pero Dios me había dado mis dones y calibre, no había nada extraordinario en mí personalmente. Debía dar gracias a Dios. Cada persona tiene un calibre diferente y habilidades distintas. Todos los hermanos y hermanas tenían sus puntos fuertes. La hermana Ai destacaba en relacionarse con la gente, tenía delicadeza y paciencia. Yo no mostraba ninguna de esas cualidades. Al darme cuenta de esto, me sentí avergonzado. Estaba listo para practicar las palabras de Dios. Cuando me encontraba con probemas, me abandonaba a conciencia y practicaba la verdad.
Recuerdo que una vez le pregunté a una hermana con la que se me emparejó acerca del progreso de un proyecto y ella dijo: “No lo he empezado todavía. Cuando discutimos nuestras ideas para el proyecto, lo tenía bastante claro, pero, cuando empecé a trabajar en él, no estaba segura de cómo proceder”. Al oír esto sentí que la ira se removía dentro de mí de nuevo. Pensé: “¿Por qué te resulta tan difícil? Cuando discutimos este proyecto, lo describí todo tan claramente. ¿Cómo se te ha olvidado ya? ¿Acaso no te concentras en el trabajo? Supongo que tendré que hablar en serio contigo”. Justo cuando estaba a punto de explotar, recordé las palabras de Dios: “Si la gente es capaz de satisfacer conscientemente a Dios, de poner en práctica la verdad, aborrecerse, abandonar sus ideas y ser obediente y considerada hacia la voluntad de Dios —si es capaz de hacer todas estas cosas conscientemente—, esto es lo que significa poner en práctica la verdad de forma correcta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Las palabras de Dios eran un recordatorio oportuno: tenía que abandonarme y practicar según las palabras de Dios. No podía seguir actuando según mi carácter arrogante. Ella probablemente no comenzó porque tenía algún problema o no tenía clara la senda a seguir. Debía comprender su situación real y tratar sus insuficiencias de la manera adecuada. Así que repasé los detalles de cómo ella debía proceder a la luz de la situación real. Cuando terminé, ella respondió alegre: “¡Así que debo hacerlo de esta manera! Ahora por fin tengo una senda a seguir”. Cuando la hermana dijo eso, me sentí muy avergonzado. Siempre gritaba consignas en nuestro trabajo, pero no me tomaba el tiempo para comprender los problemas y cuestiones de todos y ni mucho menos les enseñaba individualmente. Si hubiera sido un poco más paciente y meticuloso en mi trabajo, los hermanos y hermanas habrían trabajado independientemente hace mucho tiempo.
Después, me encontré otro pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “¿Puedes hacer que la gente entienda la verdad y entre en su realidad si solo repites palabras de doctrina, sermoneas a la gente y tratas con ella? Si la verdad que comunicas no es real, si solo son palabras de doctrina, entonces no importa cuánto los trates y los sermonees, no servirá de nada. ¿Crees que el hecho de que la gente tenga miedo de ti y haga lo que le dices sin atreverse a llevarte la contraria equivale a que entienden la verdad y son obedientes? Ese es un gran error; la entrada en la vida no es tan sencilla. Algunos líderes son como un jefe nuevo que trata de causar una honda impresión, tratan de imponer a los escogidos de Dios su autoridad, para que todos se sometan a ellos, creyendo que eso facilitará su trabajo. Si careces de la realidad de la verdad, entonces en poco tiempo quedará expuesta tu estatura, se revelará tu verdadero ser y puede que seas descartado. En algunos trabajos administrativos, es aceptable un poco de trato, poda y disciplina. Pero si eres incapaz de comunicar la verdad, al final, seguirás siendo incapaz de resolver el problema, y afectará a los resultados del trabajo. Si, independientemente de los problemas que aparezcan en la iglesia, sigues sermoneando a la gente y arrojando culpas, si lo único que haces es perder los estribos, entonces esto es la revelación de tu carácter corrupto, y has mostrado la fea cara de tu corrupción. Si siempre te pones en un pedestal y das lecciones a la gente de esa manera, a medida que pase el tiempo, la gente será incapaz de recibir de ti la provisión de vida, no ganará nada real, y en vez de eso sentirá repulsión y asco hacia ti” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A través de las palabras de Dios, me di cuenta de que la clave para trabajar con los hermanos y hermanas en la iglesia es compartir la verdad claramente para que todos tengan una buena comprensión de los principios. Solo entonces podemos cumplir bien nuestros deberes. Si siempre perdía los estribos con la gente y la amonestaba, no solo no resolvería los problemas, sino que además desagradaría a la gente y la alejaría. Más tarde, cuando trabajase con otros y revisara su trabajo, primero entendería sus problemas reales. Si hubiese cosas que no entendiesen o no hubiesen aprendido todavía, compartiría con ellos con paciencia acerca de los principios y la verdad, y los ayudaría a resolver sus problemas. De esa manera, tras algún tiempo, los hermanos y hermanas podrían completar algo de trabajo independientemente y podríamos trabajar en armonía juntos. Al leer las palabras de Dios, gané algo de entendimiento sobre mi carácter arrogante, aprendí a tratar las insuficiencias de la gente correctamente y fui capaz de trabajar en armonía con los demás. ¡Gracias sea a Dios Todopoderoso!