Las consecuencias de una fe fundamentada en nociones y figuraciones
En 2004, Dios me eligió para venir a Su casa. En las reuniones con los hermanos y hermanas, a veces los oía compartir sus experiencias. Contaban que cuando estuvieron enfermos, no abandonaron sus deberes y milagrosamente se recuperaron. También leí artículos sobre testimonios vivenciales escritos por algunos hermanos y hermanas. Una hermana tuvo cáncer, pero aun así insistió en seguir realizando sus deberes, y sin que ella lo supiera, Dios la sanó. Al enterarme de estos testimonios, me dije: “Cuando los hermanos y hermanas enfrentaron pruebas de enfermedad, se apoyaron en la fe para atravesarlas; se mantuvieron firmes en su testimonio, y sus enfermedades remitieron. En el futuro, debo aprender de ellos. No importa qué enfermedad o desastre venga, debo perseverar en mis deberes y mantenerme firme en mi testimonio. De esta manera, viviré en las bendiciones de Dios, igual que los hermanos y hermanas”.
En el verano de 2011, un mediodía, mi hijo de siete años estaba patinando en el salón. Sin querer, derribó el televisor, que le cayó encima, haciéndolo sangrar por todo el cuerpo, incluso por la nariz. Me quedé conmocionada y el corazón me dio un vuelco. De inmediato oré a Dios: “Dios, pase lo que pase con mi hijo, ya sea que viva o muera, por favor, no dejes que mi corazón se queje”. Después de examinar a mi hijo en el hospital, el médico me dijo que lo observara en casa y que mientras no tuviera fiebre, no pasaría nada. Después, mi hijo se recuperó. Más tarde, medité sobre este incidente. No me quejé durante esta crisis y mi hijo se recuperó enseguida. Esto me convenció aún más de que no quejarme ante las desgracias y mantenerme firme en mi testimonio me permitiría ver la protección y las bendiciones de Dios. Desde entonces, me entregué con más fervor que antes. No importaba qué deberes me asignara la iglesia, ni cuánto sufrimiento o costo implicara, obedecí a todo. Sentía que era alguien que amaba a Dios y que sin duda recibiría bendiciones de Él en el futuro.
En mayo de 2016, me encontraba lejos de casa realizando mis deberes. Un día recibí una carta desde allí que decía que mi hijo tenía leucemia y que estaba gravemente enfermo e ingresado ya en el hospital. Tras leer la carta, me quedé con la mente en blanco y me fui a mi cuarto a orar. Me arrodillé en la cama sollozando sin parar y dije: “Dios, mi hijo solo tiene doce años. ¿De verdad te lo vas a llevar?”. Después de eso, no pude decir nada más. Quería regresar de inmediato para cuidar de mi hijo, para consolarlo y animarlo, pero pensé que había anticristos que perturbaban la vida de la iglesia, obstaculizaban diversos trabajos y causaban daños en la vida de hermanos y hermanas. En este momento crítico, Dios observaba si yo decidiría seguir apoyando el trabajo de la iglesia o dejar mis deberes para cuidar a mi hijo. Pensé en cómo Job soportó tan grandes pruebas, cubierto de llagas, y sin embargo, no se quejó, se mantuvo firme en su testimonio. Al final, Dios apareció ante él y no solo lo curó, sino que lo bendijo en abundancia. Cuando pensé que la enfermedad de mi hijo estaba en manos de Dios tuve que elegir satisfacer a Dios y seguir cumpliendo con mis deberes, sin dejar que las artimañas de Satanás prevalecieran. Creía que si me mantenía firme en mi testimonio, Dios bendeciría a mi hijo para que se recuperara. Sobre todo, considerando que Abraham se sometió a Dios y estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo Isaac, y Dios no se lo llevó, sino que lo bendijo aún más. Sentí que Dios me estaba poniendo a prueba a través de mi hijo. Creí que si lo encomendaba a las manos de Dios y me mantenía firme en mi testimonio, Él lo bendeciría para que se recuperara. Después de eso, dejé de afligirme por la enfermedad de mi hijo y me sumergí en mis deberes.
Cuando regresé a casa, mi esposo me dijo que nuestro hijo no tenía leucemia: solo era un exceso de glóbulos blancos y tenía las defensas bajas, lo que podría derivar en una leucemia si no se trataba a tiempo. Visitamos varios hospitales prestigiosos, pero incluso después de múltiples consultas con expertos, no pudieron diagnosticar la enfermedad. No tuvimos más remedio que regresar a casa para someterlo a un tratamiento conservador. Gastamos más de dos mil yuanes en medicina china, pero no hubo mejoría. Me dije a mí misma: “Con Dios, no hay casos difíciles. Mientras la gente confíe sinceramente en Dios y se someta a Él, ¿no resulta fácil para Él sanarlos?”. Después de eso, a menudo compartía con mi hijo: “En esta enfermedad, no debemos quejarnos y debemos someternos a las orquestaciones y disposiciones de Dios. Si nos mantenemos firmes en nuestro testimonio, Dios se asegurará de que te recuperes de tu enfermedad”. Mientras tanto, también investigué por todas partes sobre remedios populares para tratar la enfermedad de mi hijo. Sin embargo, después de un mes, la condición de mi hijo no solo no mejoró, sino que empeoró. Empecé a sentirme negativa y débil de espíritu, y pensé: “He cumplido con mis deberes con diligencia desde que mi hijo enfermó. ¿Por qué Dios no preserva su salud? ¿Por qué empeora su salud con los tratamientos que está recibiendo? Si realmente se convierte en leucemia, como dijeron los médicos, ¿no quedará ninguna esperanza para mi hijo?”. Cuanto más pensaba en ello, más asustada estaba.
Una mañana, mi esposo me dijo casi llorando: “Hemos probado todos los métodos para la enfermedad de este niño, pero no solo no mejora, sino que está empeorando. ¿Qué deberíamos hacer?”. Al ver la angustia de mi esposo, sentí una aflicción indescriptible. Así que tomé las palabras de Dios para leerlas. Dios Todopoderoso dice: “Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, como Job, debes tener fe en la obra de Dios, y no negarlo. Aunque Job era débil y maldijo el día de su propio nacimiento, no negó que Jehová le concedió todas las cosas en la vida humana, y que también es Él quien las quita. Independientemente de las pruebas que haya soportado, él mantuvo esta creencia. En tu experiencia, da igual cuál sea el tipo de refinamiento al que te sometas mediante las palabras de Dios, lo que Él exige de la humanidad, en pocas palabras, es su fe y su corazón amante de Dios. Lo que Dios perfecciona al obrar de esa manera es la fe, el amor y las aspiraciones de las personas. Dios realiza la obra de perfección en la gente y ellos no pueden verla ni sentirla; es en tales circunstancias en las que se requiere tu fe. Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición sólida y que te mantengas firme en tu testimonio. Cuando Job alcanzó este punto, Dios se le apareció y le habló. Es decir, sólo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará. Si no tienes fe, Él no puede hacerlo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Tras leer las palabras de Dios, gané cierto entendimiento de lo que es la fe verdadera: creer en Dios y mantenerse firme en nuestro testimonio por Él incluso cuando no podemos ver o tocar algo, como hizo Job, que jamás negó a Dios en ningún momento. Esto es lo que Dios desea. Compartí con mi esposo: “Creer en Dios y realizar nuestros deberes solo cuando todo va bien no refleja necesariamente la fe verdadera. Cuando enfrentamos pruebas y no podemos ver cuáles serán los resultados, pero aun así persistimos en creer en Dios y seguirlo, esta fe es auténtica, y es el resultado deseado del refinamiento y las pruebas de Dios. De otro modo, solo creeríamos en Él por Su gracia y beneficios, y Satanás nos acusaría y no nos reconocería. Independientemente de si la condición de nuestro hijo mejora o no, si continuamos siguiendo y sometiéndonos a Dios, Satanás será derrotado y avergonzado y Dios obtendrá gloria a través de nosotros”. Al oír esto, mi esposo asintió.
Después de aquello, la condición de nuestro hijo no mostró signos de mejoría. Un día, nuestro hijo estaba apoyado en el alféizar de la ventana mirando a otros niños que iban a la escuela con sus mochilas. Parecía celoso de ellos; con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada, dijo: “Mamá, todos los niños van a la escuela, pero yo no puedo porque estoy enfermo. Siempre me dices que me someta a Dios. ¿Cuánto tiempo tengo que someterme antes de ponerme bien?”. Al oír las palabras de mi hijo, sentí como si un puñal se me clavara en el corazón. Mi fe no podía soportarlo más. Pensé: “Desde que mi hijo enfermó he sufrido, pero siempre me he mantenido firme en mis deberes. He hecho todo lo posible por cooperar. ¿Cómo es que Dios todavía no ha sanado a mi hijo? ¿No es lo bastante sincero mi corazón? El médico dijo que si la enfermedad de mi hijo no se curaba, podría necesitar una amputación. De ser así, ¿cómo viviría en el futuro?”. Al pensar en estas terribles consecuencias, el dolor era insoportable, tenía el corazón destrozado. Al alcanzar este punto de dolor, oré a Dios: “Dios, ¿por qué mi hijo no mejora? Mi estatura es escasa: realmente no puedo soportarlo más. Dios, por favor, esclaréceme para entender Tus intenciones”.
A finales de septiembre, recibí una carta de nuestro líder en la que solicitaba mi cooperación para un deber concreto. Me negué porque estaba preocupada por la enfermedad de mi hijo. Más tarde, me di cuenta de que en todos mis años de creer en Dios, nunca rechacé un deber sin importar cuán grande fuera la dificultad que enfrentara. Pero ese día lo rechacé por la enfermedad de mi hijo. Al comprender esto, me sentí muy mal. Al reflexionar sobre mi actitud hacia Dios durante todo ese tiempo, me di cuenta de que había estado orando y leyendo las palabras de Dios de manera superficial. No tenía fuerza en el corazón. Aparte de darle la medicación a mi hijo, todos los días tenía el corazón lleno de ansiedad y temor. Estaba siempre preocupada por la posibilidad de que no mejorara y pudiera perderlo, por lo que no podía concentrarme en mis deberes. Cuando pensé en esto, de repente caí en la cuenta: ¿no estaba traicionando a Dios? Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “Cómo consideras las comisiones de Dios es de extrema importancia y un asunto muy serio. Si no puedes llevar a cabo lo que Dios les ha confiado a las personas, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Es perfectamente natural y está justificado que los seres humanos deban completar cualquier comisión que Dios les confíe. Esa es la responsabilidad suprema del hombre, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave. En esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Sentí la ira de Dios por Sus severas palabras de juicio. Resultó que tomar a la ligera la comisión de Dios es un asunto grave. La actitud de Dios hacia quienes rechazan Su comisión es de aborrecimiento y maldición. Leer estas palabras me hizo estremecer. Había creído en Dios todos estos años sin tener la realidad-verdad. Cuando me enfrentaba a situaciones que no se ajustaban a mis nociones, podía abandonar mis deberes y traicionar a Dios. Al reconocer esto, oré a Dios en arrepentimiento.
Mientras buscaba, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Estos días, la mayoría de las personas se encuentran en este tipo de estado: ‘Con el fin de ganar bendiciones, debo entregarme por Dios y pagar un precio por Él. Para conseguir bendiciones, debo abandonarlo todo por Dios; debo completar aquello que Él me ha confiado, y cumplir bien con mi deber’. Este estado está dominado por la intención de obtener bendiciones, lo que es un ejemplo de entregarse por completo por Dios con el propósito de obtener Sus recompensas y ganar una corona. Tales personas no tienen la verdad en su corazón y, sin duda, su entendimiento solo consiste en unas pocas palabras y doctrinas de las que presumen por todas partes. La suya es la senda de Pablo. La fe de tales personas es un acto de labor constante y, en lo más profundo, sienten que cuanto más hagan, más quedará probada su lealtad a Dios; que cuanto más hagan, con toda certeza Dios estará más satisfecho, y que cuanto más hagan, más merecerán que se les otorgue una corona ante Dios y mayores serán las bendiciones que obtengan. Piensan que si pueden soportar el sufrimiento, predicar y morir por Cristo, si pueden sacrificar su propia vida, y si pueden acabar todos los deberes que Dios les ha encomendado, entonces serán aquellos que obtienen las mayores bendiciones, y sin duda se les concederán coronas. Es exactamente lo que Pablo imaginó y buscó. Es la senda exacta por la que transitó, y fue bajo la guía de tales pensamientos que trabajó para servir a Dios. ¿Acaso esos pensamientos e intenciones no surgen de una naturaleza satánica? Igual que los seres humanos mundanos, que creen que mientras estén en la tierra deben buscar el conocimiento y, después de obtenerlo, pueden destacar entre la multitud, convertirse en un oficial y tener estatus. Piensan que, una vez que tienen estatus, pueden concretar sus ambiciones y llevar sus negocios y prácticas familiares a cierto nivel de prosperidad. ¿Acaso no siguen todos los no creyentes esta senda? Los que son dominados por esta naturaleza satánica solo pueden ser como Pablo en su fe. Ellos piensan: ‘Debo desecharlo todo para entregarme por Dios. Debo ser leal a Dios y, al final, recibiré grandes recompensas y coronas’. Esta es la misma actitud que la de las personas mundanas que buscan cosas mundanas. No difieren en absoluto y están sujetas a la misma naturaleza. Cuando las personas tienen ese tipo de naturaleza satánica, en el mundo buscarán obtener conocimiento, aprendizaje, estatus y destacar entre la multitud. Si creen en Dios, buscarán obtener grandes coronas y grandes bendiciones. Si las personas no persiguen la verdad cuando creen en Dios, con toda seguridad tomarán esta senda. Este es un hecho inmutable, es una ley natural. La senda que toman los que no persiguen la verdad es diametralmente opuesta a la de Pedro” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo caminar por la senda de Pedro). Al exponerme a las palabras de Dios, entendí que durante todos estos años, mi entrega y renuncia no habían sido para cumplir con mis deberes y agradar a Dios, sino para realizar transacciones con Él, siempre con la intención de ganar bendiciones; seguía la senda de Pablo en mi búsqueda de bendiciones. Desde que acepté la obra de Dios en los últimos días, me di cuenta de que cuando algunos hermanos y hermanas se mantenían firmes en su testimonio durante enfermedades y pruebas, recibían el cuidado, la protección y las bendiciones de Dios. Por lo tanto, sin importar cuán difíciles o arriesgados fueran los deberes que la iglesia me asignara, cooperaría sin reservas. En mi corazón, creía firmemente que mientras sufriera y pagara un precio por Dios, no me quejara al enfrentar tribulaciones, y persistiera en cumplir con mis deberes, seguro que recibiría bendiciones de Dios. Cuando supe que mi hijo tenía una enfermedad grave, aun así elegí cumplir con mis deberes y esforzarme por Dios, para que Él sanara a mi hijo. Pero al ver que mi hijo no mejoraba durante mucho tiempo, comencé a albergar resentimiento hacia Dios. Utilicé mi renuncia y mi entrega como moneda de cambio con Dios, discutí y protesté contra Él; me quejé de que no protegía a mi hijo, e incluso llegué a negarme a realizar mis deberes. Mi naturaleza egoísta, vil y oportunista, propia de Satanás, salió a la luz. Había utilizado mi renuncia y mi entrega a Dios como medio para exigir bendiciones de Él. Me percaté de que estaba siguiendo la misma senda que Pablo. Pablo se entregó y pagó el precio por Dios con la expectativa de recompensas y una corona, participando en transacciones con Dios. Engañó y se opuso a Dios y al final recibió Su condena y castigo. Reflexionando sobre mis muchos años de fe en Dios, como no perseguía la verdad ni buscaba las intenciones de Dios en Sus palabras, había considerado mi entrega a Dios y el cumplimiento de mi deber como transacciones. Vi cuán egoísta y despreciable era en realidad, ¡totalmente indigna de la salvación de Dios!
Entonces, leí estas palabras de Dios: “Pasar por las pruebas de Job es pasar también por las pruebas de Pedro. Cuando Job fue probado, se mantuvo firme en el testimonio, y al final Jehová se reveló a él. Sólo después de mantenerse firme en el testimonio fue digno de ver el rostro de Dios. ¿Por qué se dice: ‘Me oculto de la tierra de inmundicia, pero Me muestro al reino santo’? Eso significa que sólo cuando eres santo y te mantienes firme en el testimonio, puedes ser digno de ver el rostro de Dios. Si no puedes ser testigo de Él, no eres digno de ver Su rostro. Si te retiras o te quejas contra Dios frente a los refinamientos fallas en ser testigo de Él y eres el hazmerreír de Satanás, no obtendrás la aparición de Dios. Si eres como Job, quien en medio de las pruebas maldijo su propia carne, no se quejó contra Dios y fue capaz de detestar su propia carne sin quejarse ni pecar por medio de sus palabras, eso es mantenerse firme en el testimonio. Cuando pasas por refinamientos hasta un cierto grado y puedes seguir siendo como Job, totalmente sumiso delante de Dios y sin otras exigencias de Él y sin tus propias nociones, Dios se te aparecerá” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). “Aunque, en diferentes contextos, Dios usa diferentes formas de probar a cada persona; en Abraham comprobó lo que quería ver: que su corazón era sincero, y su sumisión incondicional. Este ‘incondicional’ era precisamente lo que Dios deseaba. Con frecuencia, las personas afirman: ‘Ya he ofrecido esto, ya he renunciado a aquello; ¿por qué sigue Dios insatisfecho conmigo? ¿Por qué sigue sometiéndome a pruebas? ¿Por qué sigue examinándome?’. Esto demuestra una realidad: Dios no ha visto tu corazón ni lo ha ganado. Es decir, no ha visto la misma sinceridad que cuando Abraham fue capaz de levantar su cuchillo para matar a su hijo con sus propias manos y ofrecérselo a Dios. No ha visto tu sumisión incondicional ni ha sido confortado por ti. Es natural, pues, que Dios siga probándote” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). De las palabras de Dios comprendí que Dios bendice a quienes se entregan a Él con sinceridad. No importa cómo actúe Dios, ellos se someten a Sus orquestaciones y disposiciones de manera incondicional, sin ninguna exigencia, petición o adulteración personal. Este es un testimonio verdadero. No pude evitar pensar en Job. Él solo había oído hablar de Dios, y sin embargo, cuando perdió sus posesiones, a sus hijos, estaba lleno de llagas, y hasta su esposa se burlaba de él, aun así siguió el camino de temer a Dios y apartarse del mal, y dijo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21). Job no intentó negociar ni exigir cosas a Dios; mantuvo un corazón puro hacia Él. También pensé en Abraham. Tenía cien años cuando tuvo a su hijo Isaac, a quien amaba profundamente. Cuando Dios le pidió que ofreciera a Isaac como sacrificio, aunque sentía afecto por su hijo, no se dejó guiar por ese sentimiento. De buena voluntad, ofreció a Isaac en el altar. Su fe y sumisión a Dios eran absolutas e incondicionales, sin negociaciones ni exigencias. Lo que hicieron fue simplemente seguir el camino de Dios, sin esperar bendiciones o ganancia personal. Sus testimonios fueron realmente dignos de elogio y admiración. Sin embargo, yo siempre lo había malinterpretado. Cuando me enfrentaba a enfermedades o calamidades, mientras pudiera mantener mis deberes sin quejarme, pensaba que estos buenos comportamientos eran suficientes para mantenerme firme en mi testimonio y satisfacer a Dios, y que recibiría Sus bendiciones. Pero detrás de mi esfuerzo no había sinceridad ni sumisión a Dios. Mis sacrificios estaban todos motivados por el engaño, la negociación y las exigencias. No era un testimonio auténtico en absoluto: este comportamiento era detestable para Dios y no merecía Sus bendiciones. En el pasado, había leído sobre los testimonios de Job y Abraham innumerables veces, pero no me centré en cómo siguieron el camino de Dios, le temieron, evitaron el mal y permanecieron leales y sumisos a Él. En lugar de ello, me centré en las bendiciones que recibieron después de mantenerse firmes en su testimonio. Todo esto se debía a que me guiaba mi naturaleza oportunista y satánica. A través de la exposición a las palabras de Dios, adquirí cierto conocimiento sobre lo que constituye un testimonio genuino.
Más tarde, reflexioné: en todos los años que llevaba creyendo en Dios, siempre pensé que si me esforzaba y sacrificaba por Él, entonces Él debería bendecirme; eso era lo que significaba la justicia de Dios. Así que, cuando mi hijo no mejoró e incluso empeoró mi corazón se llenó de quejas y malentendidos, y me negué a cumplir con mi deber. Busqué cómo manejar esta situación de manera correcta. Durante mi búsqueda, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios: “La justicia no es en modo alguno justa ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo, esto no es justicia, es simplemente ser imparcial y razonable. Muy pocas personas son capaces de conocer el carácter justo de Dios. Supongamos que Dios hubiera eliminado a Job después de que este diera testimonio de Él: ¿Sería esto justo? De hecho, lo sería. ¿Por qué se denomina justicia a esto? ¿Cómo ve la gente la justicia? Si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. Si Dios hubiera destruido a Job en aquel entonces, la gente no habría dicho que Él era justo. En realidad, no obstante, tanto si la gente ha sido corrompida como si no, y si lo ha sido profundamente, ¿tiene que justificarse Dios cuando la destruye? ¿Debe explicar a las personas en qué se basa para hacerlo? ¿Debe Dios decirle a la gente las reglas que Él ha ordenado? No hay necesidad de ello. A ojos de Dios, alguien que es corrupto y que es susceptible de oponerse a Dios no tiene ningún valor; cómo lo maneje Dios siempre estará bien, y todo está dispuesto por Él. Si fueras desagradable a ojos de Dios, si dijera que no le resultas útil tras tu testimonio y, por consiguiente, te destruyera, ¿sería esta también Su justicia? Lo sería. Tal vez no sepas reconocerlo ahora mismo a partir de la realidad, pero debes entenderlo en doctrina. […] Todo cuanto Él hace es justo. Aunque los humanos no sean capaces de percibir la justicia de Dios, no deben juzgarlo a su antojo. Si alguna cosa que haga les parece irracional o tienen nociones al respecto y por eso dicen que no es justo, están siendo completamente irracionales. Tú ya ves que a Pedro le parecían incomprensibles algunas cosas, pero estaba seguro de que la sabiduría de Dios estaba presente y que esas cosas albergaban Su benevolencia. Los seres humanos no pueden comprenderlo todo; hay muchísimas cosas que no pueden entender. Por lo tanto, no es fácil conocer el carácter de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al reflexionar sobre el desenmascaramiento de Dios, me di cuenta de que no tenía una comprensión pura de Su carácter justo. Antes creía que si nos esforzábamos por Dios y nos manteníamos firmes en nuestro testimonio, entonces Dios debería bendecirnos, y llevarse nuestras dificultades y dolor, permitiéndonos vivir en Sus bendiciones. Esto me parecía justo y razonable; pensaba que así era la justicia de Dios. Sin embargo, este tipo de entendimiento no se ajusta a Su intención. Dios es el Creador y los humanos son seres creados. Cómo Dios nos trata es asunto Suyo, y no deberíamos hacerle reclamos irrazonables. Así como cuando Job se mantuvo firme en su testimonio, la bendición a este era parte de Su justicia, e incluso si no lo hubiera bendecido, seguiría siendo justo. El carácter-esencia de Dios es la justicia. Pero yo no lo vi. Creía que la justicia era igualitaria, justa y razonable. Pensaba que, si me sacrificaba por Dios, debería ser recompensada con bendiciones. Esta mentalidad estaba llena de transacciones. Cuando mi hijo enfermó, aunque perseveré en cumplir con mis deberes, había un interés personal detrás de ello: exigir la gracia de Dios y que Él quitara la enfermedad de mi hijo. En realidad, se trataba de una transacción y no de un testimonio. Si no fuera por la enfermedad de mi hijo, mis viles motivos de negociar con Dios no habrían sido puestos en evidencia. Vi la sabiduría de Dios en acción y me di cuenta de mi falta de conciencia y razón. Así que tomé una decisión: independientemente de la enfermedad de mi hijo, me sometería a las orquestaciones y arreglos de Dios y cumpliría con mis deberes como ser creado.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él sea bendecido o maldecido. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Ser bendecido es cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Ser maldecido es cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; es cuando alguien no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si son bendecidos o maldecidos, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para ser bendecido y no debes negarte a actuar por temor a ser maldecido” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Las palabras de Dios me dieron una respuesta clara: cumplir con el deber es una vocación que nos dio el cielo. No tiene nada que ver con bendiciones o desgracias; es lo que debemos hacer. En el pasado vivía con nociones y figuraciones. Creía que si perseveraba en mi deber, merecería las bendiciones de Dios y Él mantendría a salvo a mi familia. En ese momento entendí que este era un punto de vista equivocado. Independientemente de que la salud de mi hijo empeorara o no, no debía negociar con Dios. Desde entonces, estaba dispuesta a someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios y cumplir con mis deberes y responsabilidades. Tres días después, recibí una carta del liderazgo superior en la que me decían que había un trabajo urgente para mí. Aunque me costaba dejar a mi hijo, entendí que no debía vivir solo en base a mis afectos. Tenía mi propia misión que cumplir y la enfermedad de mi hijo estaba en manos de Dios. Estaba dispuesta a encomendar mi hijo a Dios y someterme a sus orquestaciones y arreglos. Entonces fui a cumplir con mi deber.
Tres meses más tarde, regresé a casa a visitar a mi hijo y supe que mi esposo lo había llevado a un médico rural para que lo tratara. La hinchazón de sus piernas había bajado y mejoraba día a día. Hacia final de año, el médico dijo: “Este niño se ha recuperado muy rápido. Se ha curado de la enfermedad”. Al oír esto, me quedé sin palabras de lo emocionada que estaba.
Tras esta experiencia adquirí cierto conocimiento del carácter justo de Dios. También aprendí que perseguir la verdad y cumplir con el deber como ser creado son las partes más importantes de creer en Dios. No debemos pedirle a Dios beneficios físicos, paz familiar, protección contra enfermedades y desastres, ni exigirle resultados y destinos favorables. Estas exigencias son irrazonables. Si nuestra fe se basa en nociones y figuraciones, nunca podremos entrar en la realidad-verdad. Solo al experimentar el juicio y el castigo de las palabras de Dios, las pruebas y el refinamiento, podremos obtener la verdad, desechar la corrupción y vivir en la luz de la presencia de Dios. Aunque soporté cierto dolor y refinamiento por la enfermedad de mi hijo, esto sacó a la luz las impurezas corruptas que llevaba dentro desde hacía tiempo y los puntos de vista falaces que tenía sobre creer en Dios. Esta experiencia me ayudó a conocerme, buscar la verdad y aprender el tipo de testimonio que aprueba Dios. Me permitió corregir enseguida mis puntos de vista erróneos y seguir la senda correcta. ¡Este es el favor que Dios me hizo!
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