La crítica es necesaria para cumplir bien con un deber
Tiempo atrás, recibí una carta de denuncia de una hermana a una líder y dos diáconos. Decía que la hermana Xin, líder, no hacía un trabajo práctico, sino que actuaba por inercia en las reuniones y no le importaban los estados ni las dificultades de los demás. Los otros dos diáconos también tenían problemas. Recordaba que yo ya había hablado con ellos antes de los problemas señalados y que había tratado con ellos. Habían adquirido autoconocimiento y la hermana Xin hasta lloró de pesar. Supuse que podía brindarles más ayuda, que no hacía falta destituirlos. Estaba segura de que sabían hacer un trabajo práctico. Además, vi que la hermana denunciante había conseguido algunos avales para su carta, pero que no eran buscadores fervientes y algunos estaban a punto de ser expulsados de la iglesia. Muchos de los problemas denunciados eran acerca de la conducta de aquellas tres personas en el deber. Parte de la denuncia no era totalmente clara ni precisa. Pensé que la hermana que redactó la carta podría ser realmente arrogante. ¿Qué sabía ella? Denunciar a una líder y a dos diáconos al mismo tiempo por algunas cosillas… Si los destituían, ¿quién haría el trabajo de la iglesia? ¿Estaba protegiendo la labor de la iglesia o echándola abajo? Reflexioné: “Estoy a cargo del trabajo de ellos. ¿No debería saber mejor que nadie si hay un problema, si saben hacer un trabajo práctico? Tienen problemas, sí, pero ninguno de nosotros ha sido perfeccionado, así que ¿quién no se equivoca? Denunciarlos y destituirlos en cuanto hay un problema es un criterio excesivo para los líderes”. Cuanto más lo pensaba, más creía que tenía un problema la hermana denunciante y no le di importancia a aquella carta. Quería plantearles aquellos problemas a la líder y los diáconos, tratar con ellos un poco, ayudarlos y ya está.
Dos o tres días después, la líder superior sacó repentinamente a colación aquella denuncia. Como yo no la había gestionado, me mandó presentarla en la iglesia para debatirla abiertamente. Accedí de palabra, pero en realidad no lo hice. Creía que esas personas eran bastante capaces en el trabajo y que, si aireábamos sus problemas para que todos los debatieran abiertamente, ¿sería eso apropiado? ¿Enfocaría todo el mundo sus problemas correctamente? ¿Y si opinaban que tenían demasiados problemas y ya no aceptaban su liderazgo? ¿No debía proteger yo su trabajo? Podría ayudarlos en privado, lograr que cambiaran, y luego podrían cumplir correctamente con el deber. Dios sabía que estaba siendo rebelde e inflexible al negarme a aceptar lo exigido por la líder. Esta me buscó otra vez y me habló detalladamente de mis nociones y mi carácter equivocados. Me hizo una pregunta a cambio: “La verdad impera en la casa de Dios y hemos de ser justos con todos. ¿Por qué habrías de encubrir a líderes y diáconos con problemas? ¿Por qué no estar de parte de Dios? Formar un círculo cerrado, protegerlos… ¡es la senda de un anticristo! ¿Por qué no seguir los principios en el trato con los demás? ¿No crees en el pueblo escogido de Dios? ¿No crees que reine la verdad en la casa de Dios?”. Finalmente subrayó: “Te niegas a delatar a los falsos líderes, pero los encubres y no te pones de parte de la verdad”. En ese momento no lo admití del todo. Todavía discutía y razonaba internamente. Anteriormente me habían reprimido unos falsos líderes y había presenciado personalmente el perjuicio al trabajo de la iglesia y a sus miembros con ellos al mando. Y su conducta me enojó mucho. Siempre había destituido inmediatamente a quienes habían delatado como falsos líderes. ¿Cómo podía proteger a unos falsos líderes? Ella continuó analizando la naturaleza de mis actos, delatándome como una falsa líder que no practicaba la verdad, sino que empleaba filosofías satánicas. Según ella, protegía a esos líderes como los funcionarios del Partido Comunista se protegen entre sí, y si me daban poder, sería un anticristo. “Falsa líder” y “anticristo”: cada vez que decía esas palabras, se me partía el corazón. Me alteré mucho y me sentí terriblemente agraviada. No podía parar de llorar. Llorando, oré: “Oh, Dios mío, sé que la líder está exponiendo un problema real que tengo, pero yo no lo veo. Te pido esclarecimiento y guía para que pueda conocerme y aprender la lección correspondiente”.
Organicé una reunión al día siguiente para debatir abiertamente y discernir a la líder y los diáconos denunciados. Los hermanos y hermanas no estaban atacando sus problemas como había imaginado, sino que hablaban justa y objetivamente de los problemas a partir de la denuncia y ponían ejemplos concretos para debatir cómo cumplían esas personas con el deber. El debate sobre la hermana Xin dio un vuelco a mi evaluación de ella. Muchos dijeron que ella no hacía un trabajo práctico, que solo actuaba por inercia en las reuniones. No resolvía problemas reales ni hacía seguimiento del trabajo. Todos lo pasaban mal en el deber, pero ella no mostraba interés. No compartía la verdad cuando organizaba el trabajo o cambiaba a la gente de deber, así que tenían que solucionar ellos solos las cosas cuando se ponían difíciles o ayudarse entre sí. La líder estaba desaparecida. La conducta de la hermana Xin era muy decepcionante para los hermanos y hermanas. Cada evaluación era una queja de la indiferencia y la falta de trabajo práctico de la hermana Xin. También era una acusación contra mí. Al oír hablar a todos, me quedó una sensación que no sé describir. Me sentía culpable, avergonzada y como si me hubieran abofeteado con fuerza en toda la cara. La iglesia de la que me encargaba tenía una falsa líder que no hacía un trabajo práctico sin que yo lo supiera. Yo estaba muy segura de que buscaba la verdad y hacía un trabajo real como líder. Cuando denunciaron sus problemas, no los investigué ni gestioné, sino que quise ayudarla a avanzar en privado. ¿En qué me diferenciaba de la hermana Xin? No pensaba en las necesidades de los demás ni resolvía sus problemas y dificultades. Era una falsa líder en una posición de poder que no hacía un trabajo real. Los hermanos y hermanas plantearon después los problemas de los dos diáconos: la hermana Wang gestionaba las cosas de forma emocional y carecía de principios en el deber. También era arrogante y utilizaba su posición para cohibir a la gente hasta el punto de oprimirla. Era muy agresiva, lo que hacía mucho daño a los hermanos y hermanas, a quienes reprimía en el deber. Estos no eran los pequeños problemas que yo había imaginado, cosas que podrían resolverse con algunas enseñanzas. Me abochornó oír lo que compartieron todos. Sus formas de ser falsos líderes y obreros que no hacían un trabajo real se desplegaron ante mí una tras otra. Estaba asombrada. Estaban tan llenos de problemas que incitaron la ira de los demás, pero yo lo pasé todo por alto. ¿Qué hacía yo en el deber? ¿Eso no era un fallo grave por mi parte como líder? Luego por fin me calmé para orar y recapacitar acerca de mi problema.
Leí después un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Los falsos líderes no hacen un trabajo real. Tampoco acuden nunca a inspeccionar, supervisar o dirigir las distintas especialidades de trabajo, ni hacen visitas puntuales a los distintos grupos para averiguar lo que está pasando, inspeccionar cómo progresa todo, qué problemas persisten, si el supervisor de grupo es capaz de hacer su trabajo; cómo están respondiendo los hermanos y las hermanas al supervisor, qué piensan de él, si alguien está siendo reprimido por el líder de grupo o por el supervisor; si alguien que posee talento o busca la verdad está siendo menospreciado o alienado por otros, si alguna de las personas más cándidas está siendo intimidada; si las personas que expusieron y denunciaron a los falsos líderes están siendo reprimidas y controladas; si, cuando la gente hace sugerencias adecuadas, estas son tenidas en cuenta; y si el líder de grupo o el supervisor es alguien malvado o al que le gusta que la gente lo pase mal. Si los falsos líderes no hacen ninguna de estas tareas, deben ser reemplazados. Digamos, por ejemplo, que alguien informa a un falso líder de que hay un supervisor que a menudo menosprecia a la gente y la reprime. Los hermanos y las hermanas tienen una opinión sobre él, pero no se atreven a hablar. El supervisor encuentra diversas excusas para reivindicarse y justificarse, y nunca admite sus errores. ¿Por qué no reemplazaron enseguida a un supervisor así? Pero el falso líder dice: ‘Se trata de un problema de entrada en la vida de la gente. Es demasiado arrogante, todo aquel con algo de calibre es arrogante. No es gran cosa, solo necesito un poco de comunicación con él’. Durante la comunicación, el supervisor dice: ‘Admito que soy arrogante, admito que hay veces que me preocupa mi propia vanidad y mi estatus, pero otras personas no son buenas en este ámbito de trabajo, a menudo me vienen con sugerencias inútiles, así que existe una razón por la que no los escucho’. El falso líder es incapaz de entender la situación como un todo, no se fija en la calidad del trabajo del supervisor, y mucho menos en cómo son su humanidad, su carácter y su búsqueda. Lo único que hace es decir, despreocupado: ‘Me han informado de esto, así que te estoy vigilando. Te estoy dando una oportunidad’. Después de la charla, el supervisor dice que quiere arrepentirse, pero, si luego lo hace de verdad o si simplemente es una mentira y un engaño y, en cuanto a si sigue trabajando como antes, a cómo es su trabajo, al falso líder le trae sin cuidado y tampoco trata de averiguarlo. […] No se da cuenta de que el supervisor lo estaba engañando, engatusando. No presta atención a lo que las personas que están por debajo denuncian sobre el supervisor, en realidad no acude a ver cuán grave es el problema de esa persona, si existe o no el problema que denuncian los que están por debajo, si es real o no, si se ha de reemplazar o no a esa persona. No dedican ninguna consideración a estos problemas, sino que siguen posponiendo las cosas. La respuesta del falso líder a estos problemas es extremadamente lenta, actúa y se mueve muy despacio, continúa prevaricando, le sigue dando a la gente otra oportunidad, como si esas oportunidades que él da fueran tan preciosas e importantes, como si pudieran cambiar el destino de los demás. Al falso líder no le resulta posible ver la naturaleza y esencia de la gente a través de lo que se manifiesta en ellos ni juzgar qué tipo de senda recorre una persona basándose en su naturaleza y esencia, tampoco dilucidar si una persona es apta o no para ser supervisor basándose en la senda que recorre. Es incapaz de verlo de esa manera. Solo cuentan con dos trucos: hacer un aparte con la gente para darles una charla y otra oportunidad. ¿Cuenta eso como trabajar? Los falsos líderes consideran como algo muy preciado e importante sus charlas con la gente, las cosas triviales que les dicen, las palabras vacías, la doctrina. No son conscientes de que la obra de Dios no es simplemente hablar, sino también tratar y podar a las personas, exponerlas, juzgarlas y, en los casos graves, probarlas y refinarlas, castigarlas y disciplinarlas; no existe un único enfoque. Entonces, ¿por qué están tan seguros de sí mismos? ¿Pueden sus discursos de doctrina y la repetición de ciertas consignas convencer a la gente y hacerla cambiar? ¿Cómo pueden ser tan ignorantes e ingenuos? ¿Tan fácil es arreglar la forma equivocada de hacer las cosas y el comportamiento corrupto de una persona? ¿Tan fáciles son de resolver las actitudes corruptas de la gente? ¡Los falsos líderes son demasiado estúpidos y superficiales! Dios no utiliza un solo método para resolver el problema de la corrupción de las personas, sino muchos; establece diferentes ambientes para exponer a las personas y hacerlas perfectas. La forma de trabajar de los falsos líderes es demasiado simple: hacen un aparte con la gente para hablar con ellos, luego un poco de trabajo ideológico, les dan un pequeño consejo y piensan que eso es trabajar. Qué superficial, ¿verdad? ¿Y qué problema se esconde detrás de esta superficialidad? ¿Se trata de ingenuidad? Son extremadamente ingenuos respecto a su visión de la gente. No hay nada más difícil de arreglar que las actitudes corruptas de la gente. Como dice el refrán: ‘Un leopardo no puede cambiar sus manchas’. Los falsos líderes no tienen ninguna percepción de estos problemas. Cuando se trata del tipo de supervisores en la iglesia que les ponen las cosas difíciles a los demás, que interrumpen el trabajo de la iglesia, que siempre reprimen a la gente, los falsos líderes no hacen más que hablar, les basta con un par de palabras de trato y poda. No son rápidos a la hora de reasignar o reemplazar a las personas. Del mismo modo, la manera de hacer las cosas de los falsos líderes también causa un tremendo daño a la obra de la iglesia, y a menudo impide que esta obra progrese con normalidad, con éxito, con eficacia y, con frecuencia, debido a la interrupción por parte de los malvados, causa retrasos, daños y retenciones. Todas estas son las consecuencias adversas causadas por los falsos líderes que no hacen un uso adecuado de la gente. En apariencia, estos falsos líderes no están haciendo el mal a sabiendas, como los anticristos, no establecen deliberadamente su propio feudo ni siguen su propia senda. Sin embargo, dentro del ámbito de su trabajo, los falsos líderes no son capaces de abordar rápidamente los diversos problemas causados por los supervisores, no son capaces de reasignar y reemplazar enseguida a los supervisores de baja calidad, lo cual resulta en un grave perjuicio para la obra de la iglesia, y todo ello se debe a la negligencia de los falsos líderes” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Con esta lectura sentí que las palabras de Dios me juzgaban y delataban personalmente. Al recibir la denuncia sobre la líder y los diáconos, mi actitud fue frívola. No quise ir a verificar nada ni a ocuparme de ello inmediatamente. Pensaba que, aunque sí tenían algunos problemas, sabían hacer un trabajo real, así que podría ayudarlos a avanzar. No estaba al tanto de las cosas y luego estuve muy segura y en mis trece cuando formalizaron una denuncia. Solo creía en mi propio juicio e ignoraba lo que dijeran los demás. Incluso pensaba que los redactores de la carta exageraban y estaban siendo injustos. Vi que yo no solo no hacía un trabajo práctico y estaba ciega, sino que también era ignorante y arrogante. Había hablado con la hermana Xin dos meses antes acerca de no hacer un trabajo práctico y ella expresó arrepentimiento. Creía terminado mi trabajo, que se había resuelto el problema, pero en realidad, a raíz de lo compartido por todos, observaba que no había habido cambios. Sus lágrimas habían sido falsas, pero yo no tuve discernimiento. Quise mostrarle amabilidad y seguir ayudándola y dándole oportunidades. Y luego la hermana Wang… Siempre era arrogante y temperamental y de vez en cuando informaban ello, pero yo creía que era una corrupción pasajera y no le prestaba mucha atención. A veces tenía unas palabras con ella y creía haber hecho mi trabajo, que posteriormente cambiaría. No discernía su esencia en función de estas cosas ni trataba de gestionarla según los principios. Carecía de la verdad y no veía las cosas nítidamente. Dios dispuso las cosas para que la denuncia de los hermanos y hermanas me diera la ocasión de adquirir discernimiento, pero yo ignoré todo eso, ajena a la obra de Dios y sin confiar en los demás. Creía obstinadamente lo que veía. Cuando no lo gestioné correctamente, una líder me ayudó mandándome que lo solucionara con los demás para compensar mis carencias, pero no lo hice por temor a que no saliera bien. Comprobé que realmente tenía un grado significativo de arrogancia. La líder y los diáconos llevaban años en el deber, pero aún no se habían transformado tras algo de crítica y disciplina; es decir, no aceptaban la verdad. ¿De que servirían más enseñanzas y ayuda? Creía ingenuamente que valdría con un poco más de enseñanza. Aparentemente, en el fondo pensaba que mi ayuda y enseñanza serían más útiles que las palabras de Dios, más que el juicio, el castigo y la disciplina de Sus palabras. Eso era sumamente irracional y arrogante por mi parte. Repugnante. A esas alturas sentía que, aunque la denuncia era acerca de los problemas de otros, también estaba exponiendo los míos. Había falsos líderes y obreros delante de mis narices, pero no los detecté ni gestioné la situación. Esto retrasó la entrada en la vida de los hermanos y hermanas y la labor de la casa de Dios. Actuaba exactamente igual que esos falsos líderes que no hacen un trabajo práctico y Dios denuncia. Empecé a bajarme del burro poco a poco.
En función de su desempeño, determinamos que eran falsos líderes y obreros que no hacían un trabajo práctico y los destituimos. Había terminado de gestionar la denuncia, pero tenía esa experiencia grabada en el corazón. Al recordar cómo me había reprendido la líder diciéndome que protegía a esa gente, que no delataba a los falsos líderes y obreros, me sentí tan mal que no lo puedo describir. Me detesté de veras. ¿Cómo podía haber hecho algo así? Volví a presentarme ante Dios en oración y búsqueda: “Dios mío, soy muy corrupta. No soy capaz de cumplir con el deber como Tú exiges. No puedo evitar hacer cosas perturbadoras. Dios mío, quiero hacer una honda introspección y resolver mis problemas con la verdad para poder liberarme de la corrupción y cumplir correctamente con el deber. Te pido guía y esclarecimiento”. Tras orar, recordé lo que estaba pensando cuando recibí aquella carta y mi actitud y perspectiva al respecto. Me acordé de lo creída, engreída y arrogante que era por entonces. Determiné cada juicio y decisión como si tuviera un ojo que todo lo viera, sin orar ni buscar. Gestioné el asunto sin albergar la menor duda y no seguí las instrucciones de la líder. Creía estar haciendo las cosas bien. Esto me provocó un escalofrío en todo el cuerpo. ¿Cómo podía haber estado tan segura y haber sido tan engreída?
Me vinieron a la mente un par de pasajes de las palabras de Dios. Dios dice: “Si realmente posees la verdad en ti, la senda por la que transitas será, de forma natural, la senda correcta. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; causarían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibas constantemente y que al final te sentaras en el lugar de Dios y dieras testimonio de ti mismo. Considerarías tus propias ideas, pensamientos y nociones como si fueran la verdad a adorar. ¡Ve cuántas cosas malas te llevan a hacer esta naturaleza arrogante y engreída!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). “Las ideas humanas generalmente se ven bien y adecuadas para las personas, y parecen que no violarían mucho la verdad. Las personas consideran que hacer las cosas de tal manera sería poner en práctica la verdad, consideran que hacer las cosas de esa manera sería someterse a Dios. En realidad, ellos no están buscando a Dios ni orando a Él acerca de esto verdaderamente, y no se están esforzando por hacerlo bien, de acuerdo con los requisitos de Dios para satisfacer Su voluntad. No poseen este verdadero estado ni tienen ese deseo. Esta es la mayor equivocación que las personas cometen en su práctica. Crees en Dios, pero no tienes a Dios en tu corazón. ¿Cómo es que esto no es un pecado? ¿No tú mismo te estás engañando? ¿Qué tipo de efectos puedes cosechar si sigues creyendo de esa manera? Además, ¿cómo se puede manifestar la relevancia de la creencia?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Buscar la voluntad de Dios es en aras de practicar la verdad). Ya conocía bien estos pasajes, pero entonces me resultaron especialmente incisivos. Con el juicio y la revelación de las palabras de Dios vi clarísima mi perversidad. Los hermanos y hermanas denunciaron a la líder y a los diáconos, pero yo solo mostré desdén. Creía conocerlos y que tenían capacidad en el trabajo, que los otros eran estrechos de miras, pero yo veía la imagen completa. Creía que lo mejor para nuestra labor era hacer las cosas a mi modo. La líder me ordenó gestionar la denuncia con transparencia, pero, en mi opinión, gestionarla abiertamente provocaría prejuicios en los demás y perjudicaría la labor de la iglesia. Consideraba que lo más prudente era enseñar y ayudar entre bambalinas. Mantuve la confianza en mí misma en todo momento. Estaba segura de que hacer las cosas a mi modo era el mejor enfoque. No oré ni busqué la voluntad de Dios en absoluto y ni siquiera reconocí que este era un entorno dispuesto por Él para advertirme. No llevaba a Dios en el corazón. Creía entenderlo todo y estar en posesión de la verdad, como si mis opiniones personales constituyeran las de Dios. ¿No estaba colocándome en el lugar de Dios e ignorándolo totalmente? Llevaba pocos meses en un puesto de líder y no comprendía gran parte de la verdad. Era la primera vez que me encargaba de una carta de denuncia, pese a lo cual confiaba al máximo en mis ideas y perspectivas. Ignoré los claros principios de la iglesia sobre la evaluación de falsos líderes y tomé mis propias decisiones en función de mi impresión acerca de esas personas y de algo de trabajo superficial. Consideré que mis imaginaciones eran la verdad e hice oídos sordos a las palabras de Dios. No llevaba a Dios en el corazón; sencillamente, era arrogante más allá de la razón. Creía conocer bien a esas personas y que, como les había enseñado y ayudado y habían adquirido cierto entendimiento, podíamos mantenerlas en su lugar. Pero, anteriormente, sus problemas se habían analizado y ellos los habían comprobado, por lo que exponerlos así de nuevo implicaba que no se habían arrepentido y transformado, que realmente no aceptaban la verdad. Dios atacó mis fantasías con la realidad. Ni siquiera entendía lo que eran el autoconocimiento ni el arrepentimiento verdaderos. Creía apreciar las cosas con exactitud, con claridad. Me repugna y avergüenza acordarme de mi arrogancia. Dios es el Señor de la creación, la encarnación de la verdad. Lo gobierna todo y examina nuestros corazones y mentes, pero no es ni remotamente arrogante. Es humilde y hermoso. Pero Satanás me había corrompido tanto que ni siquiera tenía semejanza humana ni la debida razón. Obviamente, no valgo nada de nada, pero todavía era infinitamente arrogante. Me comportaba como una bufona y vivía inmersa en mi carácter satánico. Sentí entonces repugnancia y desdén de corazón por mí misma y también percibí lo santo que es Dios. Hacía mucho que Dios había visto cada uno de mis pensamientos y actos y reveló mi arrogancia por medio de aquella carta de renuncia para mostrar lo imperfecta, carente de principios e incapaz de trabajar que era yo. Le estaba muy agradecida a Dios por Su juicio y castigo, que me ayudaron a conocerme. Si la líder no me hubiera increpado directamente, a saber cuánto me habría alejado del camino o cuánto más habría hecho en contra de los principios y perturbando la labor de la iglesia. Dios me estaba dando la oportunidad de arrepentirme y transformarme; esa era Su gracia especial. Decidí que aprendería a renunciar y a negarme a mí misma en el deber, que me presentaría más ante Dios a buscar y que trabajaría según los principios.
Leí un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a entender las consecuencias de esa forma de gestionar la denuncia y algunos principios para lidiar con los problemas. Dios dice: “Eres un líder. ¿Qué significa ser líder? Significa guiar a la gente para que aprenda sus lecciones, para que aprenda de verdad de las personas, los sucesos y las cosas que surgen en su vida diaria, para que experimenten de verdad las palabras de Dios y vean realmente las cosas y a las personas por lo que son. Cuando se encuentra en ti el calibre de un líder o de un obrero, una vez que se encuentra en ti el calibre o las condiciones por las que la gente se nutre de la casa de Dios, debes entonces empezar a tomar el liderazgo, a guiar a los hermanos y a las hermanas a que aprendan a saber distinguir a las diversas personas, sucesos y cosas en su vida diaria según lo que son realmente, para que alcancen la comprensión de la verdad, sepan cómo reaccionar a los diferentes tipos de personas que perturban y alteran la obra de la iglesia, sepan cómo poner la verdad en práctica, y actúen con principios respecto a diversos tipos de personas. Todo esto es responsabilidad tuya. […] Aún más importante es que, como líder o como obrero, debes sentirte agradecido a Dios por haberte dado tal oportunidad, por permitirte guiar a los hermanos y a las hermanas en la gestión conjunta de tales personas, sucesos y cosas, en la comprensión de cómo deben identificarlas cuando surgen estas cosas, qué lecciones deben aprender, qué nociones, imaginaciones y puntos de vista erróneos tenían respecto a diferentes tipos de personas antes de que tales cosas sucedieran, y después de experimentar ciertos asuntos, qué lecciones aprendieron, qué nociones y puntos de vista erróneos se corrigieron, y así lograr una comprensión pura de las palabras de Dios y ver que solo Sus palabras son la verdad y cómo se cumplen tales palabras. Las lecciones que aprendan deben estar relacionadas con ser capaces de aplicar mejor las palabras de Dios en su comportamiento hacia otros, y de ser más imparciales a la hora de ver a los demás, en lugar de confiar en las apariencias externas y en sus propias imaginaciones. Verán a las personas y a las cosas a través de las palabras de Dios, utilizarán Sus palabras para medir la humanidad de una persona y si de verdad es alguien que busca la verdad; utilizarán las palabras de Dios como el estándar por el que miden todo, en lugar de confiar en lo que ven, sienten, conciben o imaginan. Solo cuando hayan aprendido estas lecciones, el trabajo de un líder o de un obrero habrá dado en el blanco, y esta responsabilidad habrá sido cumplida. Una vez que hayas cumplido con tu responsabilidad, los hermanos y las hermanas recogerán estos beneficios. Si has pasado por mucho, pero no eres capaz de guiar a los hermanos y a las hermanas en el aprendizaje de las lecciones, y no eres capaz de distinguir a las diferentes personas, eventos y cosas por lo que son realmente, entonces estás ciego, entumecido, falto de sentido. Cuando te sucedieron tales cosas, no solo te costó lidiar con ellas, fuiste incapaz de soportar este trabajo, sino que además afectaste a la forma en que los hermanos y las hermanas experimentaron estas cosas. Si lo único que haces es afectar a la forma en que los hermanos y las hermanas experimentan estas cosas, entonces el problema no es demasiado grave; pero si no lo gestionas adecuadamente, si fracasas en tu trabajo, no dices lo que debes, no comunicas siquiera una palabra de la verdad que debería ser comunicada, no dices nada que sea beneficioso o edificante para la gente; si, cuando aparecen estas personas, sucesos y cosas obstructivas y perturbadoras, muchos no solo son incapaces de recibir entendimiento de Dios, no solo son incapaces de reaccionar activamente a estas cosas, y aprender una lección de ellas, sino que tienen cada vez más nociones sobre Dios, sienten cada vez más recelo hacia Él y sienten más desconfianza y suspicacia hacia Él, entonces, ¿acaso no has fracasado al cumplir con tu responsabilidad como líder o como obrero? No has llevado a cabo la obra de la iglesia adecuadamente, no has completado la comisión que te confió Dios, no has cumplido con la responsabilidad de un líder o de un obrero, no has apartado a los hermanos y a las hermanas del poder de Satanás. Siguen viviendo en actitudes corruptas, entre las tentaciones de Satanás. ¿Acaso no estás perjudicando a la gente? Cuando eres nombrado líder u obrero, debes cumplir con la responsabilidad que Dios te ha confiado, debes guiar a los hermanos y a las hermanas ante Dios, permitiéndoles equiparse con Sus palabras y los principios de la verdad, para que su confianza en Dios se vuelva cada vez mayor. Si no has hecho estas cosas, si, cuando les sucede algo, los hermanos y las hermanas desconfían aún más de Dios y tienen aún más malentendidos sobre Él, y su relación con Dios se vuelve aún más tensa y contradictoria, entonces, ¿acaso no has facilitado la maldad? ¿No es eso hacer el mal? No solo has fracasado a la hora de ayudar a los hermanos y a las hermanas a lograr una entrada positiva y a aprender una lección, sino que los has alejado aún más de Dios. ¿Supone esto un problema grave? (Sí)” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Las palabras de Dios me llegaron directas al corazón, como si Él me estuviera delatando y analizando cara a cara. Ciega, dormida, insensible… Así era yo. Los líderes y diáconos requieren la supervisión de los hermanos y hermanas, por lo que, cuando son denunciados, yo, como líder, debo guiar a los demás para buscar juntos a fin de aprender una lección y saber cómo tratarlos con principios. Sin embargo, ¿cuál fue mi actitud respecto a esa denuncia? De desdén, y luego, de pasividad. No tenía intención de buscar la verdad. Solo pensaba en cómo gestionar aquello sin considerar cuál era la voluntad de Dios ni qué sería realmente cumplir con mi deber. Las palabras “Eres un líder”, “responsabilidad tuya”, “perjudicar a la gente” y “facilitar la maldad” me llegaron hasta la médula. Tuve que preguntarme: “¿Qué hice como líder?”. No utilicé esa carta de denuncia para buscar la verdad con los demás, adquirir discernimiento y aprender una lección, y ni siquiera quería que se enteraran. Creía que tenían demasiados problemas como para exhibirlos ante todo el mundo. Ya nadie los escucharía; entonces, ¿cómo haríamos el trabajo? Ahora que lo recuerdo, veo que mi perspectiva era simplemente absurda. ¿Qué problemas de los líderes no pueden presentarse ante todos para debatirlos abiertamente? Tanto si están actualmente en ese puesto como si ya los han destituido, sean cuales sean sus problemas, tanto si son aptos para continuar como líderes o diáconos como si no, esas son cosas para las que tenemos principios en la casa de Dios. Siempre que hablemos claro de esto, los hermanos y hermanas llegarán de forma natural a un conclusión. ¿De qué me sirve protegerlos? ¿No trataba de encubrir a propósito sus problemas personales para que no se enteraran los demás? A decir verdad, protegía y consentía a los líderes y diáconos. Presentar ante todos esa denuncia para debatirla abiertamente subsanaría mis faltas para que pudiera aprender más verdad y discernimiento y captar los principios de mi deber. Al principio no entendía por qué tenía que hacerlo y realmente no sabía concretarlo. No entendía esa exigencia de la líder. Ahora por fin vi la importancia de esa clase de práctica. Es muy importante para que absolutamente todos comprendamos la verdad y adquiramos discernimiento. Al hacer introspección, como líder no tomaba la iniciativa de seguir el trabajo de los líderes y diáconos ni descubría y abordaba los problemas cuando los denunciaban los demás. Y actuaba en función de mis nociones y mi arrogancia, arrinconando el asunto. No hacía un trabajo práctico, sino que en realidad protegía a los falsos líderes y obreros. Los hermanos y hermanas reunieron el valor para practicar la verdad y formalizar esa denuncia, pero yo la paré sin mediar palabra. Descubrieron que su denuncia a la líder y los díaconos no iba a ningún lado, que su líder y sus diacónos problemáticos podían permanecer en su lugar haciendo el mal, y no se atreverían a denunciar ningún problema en un futuro. Seguro que pensaron que nosotros, los supuestos líderes, somos como los funcionarios, que se cubren las espaldas entre sí, y creerían que la verdad no impera en la casa de Dios. Estaba reprimiendo la justicia, impidiendo que la gente practicara la verdad y defendiera la labor de la iglesia. No lideraba a los demás para que entraran en la verdad, no los animaba a practicarla ni los llevaba ante Dios, sino que estaba reprimiendo la justicia, aplastando su entusiasmo por practicar la verdad, asustándolos para que no la practicaran ni se levantaran a exponer los problemas de los líderes. Eso hizo que la gente malinterpretara a Dios y Su casa. ¿No estaba guiando a la gente a que se alejara de Dios en dirección a una senda malvada de renuncia a Él? Cuanto más lo pensaba, más me parecía que estaba causando perturbación y estragos. ¿Cómo podía haber sido tan idiota? ¿Eso no era lo que haría un falso líder de verdad? Al recordar las críticas de la líder hacia mí, supe en mi interior que llamarme falsa líder, anticristo, fue una revelación de mi naturaleza y esencia, de mi carácter satánico. Era arrogante y carente de principios en el deber. Protegía a los falsos líderes y obreros, frenaba la entrada en la vida de los hermanos y hermanas y perjudicaba la labor de la casa de Dios. De no haberme delatado la líder a tiempo, habría seguido parando las denuncias de otras personas y protegiendo a los líderes y diáconos que no hacen un trabajo práctico. Ahora que recuerdo el ambiente dispuesto por Dios, esa forma de delatarme fue realmente mi salvación. Fue para purificar y transformar mi corrupción interna. De no haber sido tratada de ese modo, no habría descubierto la gravedad de mi arrogancia. Si hacemos las cosas a nuestra manera, no buscamos los principios de la verdad en el deber ni veneramos de corazón a Dios, es probable que tropecemos y caigamos. Cuando reparé en ello, di gracias a Dios de corazón por Su juicio y revelación y oré en silencio, dispuesta a arrepentirme, a renunciar a mí misma para practicar la verdad y a seguir los principios en el deber.
Poco después, una hermana de la iglesia compartió de repente unos problemas de la hermana Xiao, una líder. Hacía cosas sin debatirlas con nadie, sin principios. Cuando supe de ese tipo de conducta, reflexioné que acababa de ascenderla a líder, que solo llevaba dos meses de práctica y que por entonces otros hermanos y hermanas la tenían en gran estima. Decían que era seria en el deber y a mí me parecía que lo hacía bien y que hacía un trabajo práctico. ¿Era el problema de la hermana Xiao un problema de fondo? ¿Necesitaba más tolerancia y ayuda? Me costaba creer que delataran tan rápido a la hermana Xiao como falsa líder. Luego leí un pasaje de las palabras de Dios. Dios dice: “En tu experiencia de vida, cada asunto debe investigarse y compararse con la palabra de Dios y con la verdad; debe sopesarse minuciosamente para saber cómo hacerlo de una forma que sea totalmente conforme a la voluntad de Dios. Es entonces cuando puedes renunciar a las cosas que surgen de tu propia voluntad. Sabrás cómo hacer las cosas en conformidad con la voluntad de Dios, e irás y las harás, como si todo estuviera tomando su curso natural, y sentirás que es extremadamente fácil. Las personas que tienen la verdad hacen las cosas de esta manera. Entonces puedes demostrar de verdad cómo se ha transformado tu carácter; ellos verán que, sin duda, posees algunas buenas obras, que haces las cosas con principios y que lo haces todo bien. Así es alguien que entiende la verdad, que sin duda tienes alguna semejanza humana. Está claro que la palabra de Dios ha dado resultados en las personas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Las palabras de Dios son muy claras respecto a los principios de práctica. No debemos actuar por propia voluntad, sino buscar la verdad y ver las cosas de acuerdo con las palabras de Dios, gestionarlas y resolver los problemas según los principios. Eso es seguir la voluntad de Dios. Había visto la evaluación de la hermana Xiao y hablado con ella de su deber de vez en cuando, pero no había tenido mucho contacto con ella ni la conocía bien. Como la habían denunciado, debía tomármelo en serio y entenderlo pormenorizadamente, discernir a partir de las palabras de Dios y gestionar las cosas según los principios. No podía seguir a ciegas mi propio juicio. Pedí a unos hermanos y hermanas que conocían bien a la hermana Xiao que redactaran sus evaluaciones, y al ver que, renglón a renglón, explicaban que no hacía un trabajo práctico, me avergoncé una vez más. Siempre me había dado la sensación de que ella era bastante práctica, pero en realidad era una mandona en el deber. No era nada pragmática ni lidiaba con los problemas prácticos, y solamente informaba de sus éxitos. Yo creía que sabía hacer un trabajo práctico, pero la realidad me abrió verdaderamente los ojos y me sentí engañada. En ese momento descubrí de qué pasta estaba hecha yo realmente. No tenía la realidad de la verdad ni discernimiento acerca de los demás. Sin darme cuenta, la arrogancia que albergaba disminuyó. Recordé unas palabras de Dios: “[…] guiar a los hermanos y a las hermanas a que aprendan a saber distinguir a las diversas personas, sucesos y cosas en su vida diaria según lo que son realmente, para que alcancen la comprensión de la verdad, sepan cómo reaccionar a los diferentes tipos de personas que perturban y alteran la obra de la iglesia, sepan cómo poner la verdad en práctica, y actúen con principios respecto a diversos tipos de personas. Todo esto es responsabilidad tuya” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Me acordé de los resultados positivos de la última vez que había practicado aquello. Supe que debíamos buscar juntos la verdad cuando los hermanos y hermanas se toparan con un problema y aprender una auténtica lección. Luego debatimos la conducta de la hermana Xiao en una reunión de toda la iglesia y todos estuvimos de acuerdo en que, según las palabras de Dios, era una falsa líder que no hacía un trabajo práctico. Algunos hermanos y hermanas la habían creído un tanto capaz anteriormente, pero aprendieron en comunión a juzgar la aptitud de alguien para ejercer de líder. Comprobaron que el criterio para juzgar a un líder no es que parezca entusiasta y ocupado, sino si hace un trabajo práctico y sabe resolver los problemas reales de la iglesia. Además, debatimos algunas de sus conductas concretas y las relacionamos con las palabras de Dios para hablar de su carácter y esencia y de la senda por la que iba. Mientras cultivaban el discernimiento, todos pudieron considerar aquello una advertencia también. Hacer eso me calmó mucho por dentro y me dio una comprensión más profunda del tipo de trabajo que debe hacer un líder para guiar y ayudar realmente a los hermanos y hermanas.
Últimamente, los hermanos y hermanas denuncian ante mí toda clase de problemas de los líderes. Algunos son gente que conozco en cierta medida, pero no se me ocurre juzgarlos arbitrariamente con mi supuesto entendimiento, ser tan osada como antes ni ir arrogante y tercamente a mi aire. Tengo una actitud mucho mejor y más discreta. Y no soy tan informal y tan segura cuando surgen problemas, sino que puedo adquirir una comprensión práctica, hablarlo con los demás y actuar conscientemente según las palabras de Dios y los principios. De no haber sido tratada por la líder y juzgada por las palabras de Dios, jamás habría descubierto mi arrogancia ni habría renegado de mí misma. No habría comprendido la importancia de buscar la verdad y seguir los principios en todo como líder. Este trato ha hecho muchísimo por mi vida. ¡Gracias a Dios!