Las pequeñas cosas de la vida también son oportunidades de aprendizaje
Por Qin Xin, ChinaDurante un período de tiempo, tuve que esconderme en la casa de acogida para realizar mis deberes, y así evitar que el...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
A principios de 2022, estaba a cargo del trabajo de varias iglesias. Un día, varios de nosotros estábamos hablando del trabajo cuando el hermano Michael mencionó que una iglesia había elegido líder a la hermana Clara. En cuanto escuché ese nombre, mi corazón dio un vuelco y pensé: “Cuando ella fue líder antes, no era capaz de colaborar en armonía con los hermanos y hermanas, siempre competía por obtener fama y ganancia e incluso excluía a quienes tenían opiniones distintas, y les hizo algo de daño a los hermanos y hermanas. Finalmente, la destituyeron por recorrer la senda de un anticristo. ¿Habrá llegado a reconocer sus transgresiones pasadas? Si no se ha arrepentido, no es apropiado que la vuelvan a elegir líder”. Pero luego pensé: “Michael es el mayor encargado de esa iglesia. Si comparto mis inquietudes, ¿pensará que estoy intentando ponerle las cosas difíciles? Eso dificultaría nuestra colaboración en el futuro. Da igual, tampoco es que conozca muy bien a Clara de todas maneras. Michael sabrá mejor que yo si ella se conoce realmente a sí misma. Será mejor que no diga nada”. Por miedo a ofender a los demás, elegí quedarme en silencio. Algunos de los otros hermanos y hermanas de nuestro equipo también dijeron: “Aunque la gente tiene opiniones regulares sobre Clara, podemos dejar que se forme un tiempo y ver cómo van las cosas. Si no es apta, podemos destituirla”. Vi que todos pensaban que Clara era apta y que yo era la única que pensaba distinto, así que no quise decir nada y pensé: “No estoy familiarizada con la situación actual de Clara. Si realmente se ha arrepentido, ¿pensarán todos que me apresuro a juzgarla y que tengo mala humanidad? Olvídalo, mejor no digo nada”.
Una noche, una hermana me preguntó: “¿Ha reconocido Clara sus transgresiones? ¿Cumple los requisitos para ser líder? No sé qué principios están usando para juzgarla”. La avalancha de preguntas me dejó desconcertada, pero sabía que seguramente contenían la intención de Dios. La hermana continuó: “Cuando fue líder antes, Clara competía por obtener fama y ganancia, lo que trastornaba y perturbaba gravemente el trabajo de la iglesia. Durante las reuniones, su plática no mostraba ninguna introspección. Me preocupa que, ahora que la han vuelto a elegir líder, vuelva a caer en sus viejas costumbres, lo que perjudicaría el trabajo de la iglesia. ¿No deberíamos observar más de cerca su comportamiento?”. Al escuchar las preocupaciones de la hermana, me sentí intranquila. La verdad era que yo tenía las mismas preocupaciones, pero temía que Michael pensara que estaba intentando ponerle las cosas difíciles y, como el resto de los hermanos y hermanas estaban todos de acuerdo, no quise ofender a nadie, así que les seguí la corriente. ¡Estaba siendo muy negligente e irresponsable en un asunto tan importante como elegir a una líder! Ese pensamiento me hizo sentir profundamente culpable. Esa noche, daba vueltas en la cama y no podía dormir. A la mañana siguiente, hablé con algunos de los hermanos y hermanas de nuestro equipo sobre el tema. Después de la charla, Michael buscó a alguien que estuviera al tanto del tema para investigar la situación con más detalle. Al final, todos estuvieron de acuerdo con que Clara no había reconocido sus transgresiones y que, dado que no aceptaba la verdad, no era apta para ser líder, así que la destituyeron. Después, me sentí aún más culpable y en deuda y pensé: “En este asunto de que Clara fuera líder, está claro que tenía una opinión diferente, pero no la expresé y simplemente le seguí la corriente al resto. ¡Fui verdaderamente irresponsable!”. Leí algunas palabras de Dios: “Algunas personas son complacientes y no informan sobre otros ni los dejan en evidencia cuando los ven hacer cosas malas. Son amables y fácilmente influenciables. Obedecen a falsos líderes y anticristos que perturban la obra de la iglesia, no ofenden a nadie y siempre transigen, sin inclinarse ni a un lado ni a otro. En apariencia, parece que tienen humanidad —no se pasan de la raya, y tienen un poco de conciencia y razón—, pero la mayor parte del tiempo se quedan calladas y no expresan lo que piensan. ¿Qué opinas de esas personas? ¿Acaso no son astutas y falsas? Así es la gente falsa. Cuando algo sucede, es posible que no diga lo que piensa ni exprese ninguna opinión a la ligera, sino que siempre permanezca en silencio. Esto no significa que sea razonable; al contrario, muestra que disimula muy bien, que esconde cosas, que su astucia es profunda” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). “Debe haber un estándar para tener buena humanidad. No consiste en tomar la senda de la moderación, no apegarse a los principios, esforzarse por no ofender a nadie, ganarse el favor dondequiera que se vaya, ser suave y habilidoso con todo el que se encuentre y hacer que todos hablen bien de ti. Este no es el estándar. Entonces, ¿cuál es el estándar? Es ser capaz de someterse a Dios y a la verdad. Consiste en acercarse al deber propio y a toda clase de personas, acontecimientos y cosas desde los principios y un sentido de responsabilidad. Esto es evidente para todos; todos lo tienen claro en su interior. Además, Dios escruta el corazón de la gente y conoce su situación, a todos y cada uno; sean quienes sean, nadie puede engañar a Dios. Algunas personas alardean de poseer buena humanidad, de jamás hablar mal de los demás, jamás perjudicar los intereses de otros, y sostienen que jamás han codiciado los bienes del prójimo. Cuando hay una disputa sobre los intereses, incluso prefieren perder a aprovecharse de los demás, y todos piensan que son buenas personas. Sin embargo, cuando llevan a cabo sus deberes en la casa de Dios, son maliciosos y escurridizos, siempre maquinando para sí mismas. Nunca piensan en los intereses de la casa de Dios, nunca tratan como urgentes las cosas que Dios considera urgentes ni piensan como Dios piensa, y nunca pueden dejar a un lado sus propios intereses a fin de llevar a cabo su deber. Nunca abandonan sus propios intereses. Aunque ven a las personas malvadas hacer el mal, no las exponen; no tienen principio alguno. ¿Qué clase de humanidad es esta? No es humanidad buena” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Cuando me vi a mí misma a la luz de las palabras de Dios, me sentí muy avergonzada. Dios dice que el estándar de buena humanidad es tener un corazón sincero hacia Dios y hacia los demás, ser responsable al hacer las cosas y tener el valor para plantar cara y hablar cuando uno ve que el trabajo de la iglesia está siendo perjudicado, con el fin de impedirlo. Eso es tener verdadera humanidad y un comportamiento honesto. Si uno ve un problema, pero no expresa su opinión, se queda en silencio y no ofende a nadie, puede que parezca razonable. Sin embargo, esa persona está llena de ardides, es escurridiza y falsa. Al hacer introspección respecto al asunto de Clara, estaba claro que mi corazón albergaba inquietudes. Me preocupaba que no hubiera reflexionado ni reconocido sus transgresiones pasadas y que, ahora que la habían vuelto a elegir líder, era probable que volviera a sus viejas costumbres, lo que perjudicaría el trabajo de la iglesia y la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Sin embargo, tenía miedo de ofender a la gente y de que mis compañeros de trabajo me malentendieran. También me preocupaba que, si mi opinión era incorrecta, todos dirían que me apresuré demasiado en juzgarla y que tenía mala humanidad, así que no dije nada. Para que los corazones de las personas albergaran una buena imagen de mí y para mantener relaciones armoniosas con mis compañeros de trabajo, elegí permanecer en silencio y ser complaciente, independientemente de que el trabajo de la iglesia sufriera. ¡Mi humanidad es verdaderamente falsa y despreciable! Había puesto una fachada tan buena que los hermanos y hermanas que me rodeaban no sabían realmente lo que pensaba, hasta el punto de que pensaban que era fácil llevarse bien conmigo, que nunca tenía problemas con los demás y que tenía una buena humanidad. Pero Dios escruta todo lo que hay en mi corazón. No estaba defendiendo el trabajo de la iglesia y, en cambio, siempre elegía cuidar de mis relaciones con los demás. ¿De qué manera estaba practicando la verdad o cumpliendo con mi deber? ¡Dios me detestaba tanto!
Después, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Si no tienes una relación normal con Dios, entonces no importa lo que hagas para mantener tus relaciones con otras personas, no importa qué tan duro trabajes o cuánta energía inviertas, todo esto se corresponderá con una filosofía humana para los asuntos mundanos. Estarás protegiendo tu posición entre las personas y logrando su elogio a través de perspectivas y filosofías humanas, en lugar de establecer relaciones interpersonales normales de acuerdo con la palabra de Dios. Si no te centras en tus relaciones con las personas y, en cambio, mantienes una relación normal con Dios, si estás dispuesto a darle tu corazón a Dios y a aprender a someterte a Él, entonces, de manera natural, tus relaciones interpersonales serán normales. Entonces estas relaciones no se erigirán sobre la carne sino sobre el fundamento del amor de Dios. Casi no tendrás interacciones carnales con los demás, pero a nivel espiritual tendrán comunicación y mutuo amor, consuelo y provisión. Todo esto se hace sobre el fundamento del deseo de complacer a Dios; estas relaciones no se mantienen a través de filosofías humanas para los asuntos mundanos, sino que se forman de una manera natural cuando se lleva una carga para Dios. No requieren de ningún esfuerzo humano artificial de tu parte, solo necesitas practicar según los principios de las palabras de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Es muy importante establecer una relación normal con Dios). Las palabras de Dios me permitieron entender que, para tener relaciones normales con las personas, uno debe primero establecer una relación normal con Dios. Una persona debe darle su corazón a Dios, no mantener relaciones carnales con los demás basándose en filosofías satánicas para asuntos mundanos, ni tener en consideración el lugar que ocupa su estatus o imagen en el corazón de los demás. En cambio, deben cumplir su deber con un corazón honesto y actuar de acuerdo con los principios-verdad en todas las cosas. De esta manera, las relaciones de una persona con los hermanos y hermanas se normalizarán de forma natural. Las relaciones que se mantienen basándose en filosofías para asuntos mundanos no son relaciones normales y Dios las detesta. Esas relaciones no suelen durar mucho. Al reflexionar sobre el asunto de Clara, seguí la corriente a la gente de forma irresponsable y viví según las filosofías satánicas de “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena” y “Di palabras de bien de acuerdo con los sentimientos y la razón de los demás, pues la franqueza incomoda”. Creí que, al interactuar con las personas de esa manera, podía evitar el conflicto y mantener buenas relaciones. Pensé que eso podía llevar a una colaboración en armonía. Pero, en realidad, ocurrió exactamente lo contrario. Al vivir según esas filosofías para asuntos mundanos, me volví cada vez más escurridiza y falsa. Cuando sucedían las cosas, mi prioridad era proteger mi reputación y estatus y mantener mis relaciones con los demás. Aunque eso puede mantener la armonía por un tiempo, ese tipo de colaboración no es sincera ni logra que haya un apoyo y una restricción mutuos. La iglesia había dispuesto que colaboráramos juntos en nuestros deberes con la esperanza de que nos supervisáramos entre nosotros y nos mantuviéramos bajo control sobre los asuntos importantes. Pero había sido irresponsable, complaciente y no había mencionado los problemas que había percibido, lo que había perjudicado el trabajo de la iglesia. ¡Había sido tan irresponsable!
Después, seguí buscando y me pregunté: “¿Qué es exactamente colaborar verdaderamente en armonía?”. Una hermana me envió un par de pasajes de las palabras de Dios: “Si quieres cumplir con tus deberes bien y satisfacer las intenciones de Dios, primero debes aprender a trabajar en armonía con los demás. Al cooperar con tus hermanos y hermanas, debes considerar lo siguiente: ‘¿Qué es la armonía? ¿Está mi discurso en armonía con ellos? ¿Están mis pensamientos en armonía con ellos? ¿Está mi forma de hacer las cosas en armonía con ellos?’. Plantéate cómo cooperar en armonía. A veces, la armonía significa paciencia y tolerancia, pero también mantenerse firme y defender los principios. La armonía no significa transigir sobre los principios para facilitar las cosas, tratar de ser ‘complaciente’ o seguir la senda de la moderación; y, ciertamente, no significa congraciarse con alguien. Estos son principios. Una vez que los hayas captado, sin darte cuenta hablarás y actuarás según las intenciones de Dios, y vivirás la realidad de la verdad; de este modo es fácil lograr la unidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La cooperación en armonía). “Algunos dirán: ‘Dices que no soy capaz de colaborar con nadie, ¡pero tengo un compañero! Él colabora de manera satisfactoria conmigo: va a donde yo voy, hace lo que yo hago, va a donde le digo que vaya, hace lo que le digo que haga, de la forma que le digo que lo haga’. ¿Es eso lo que significa la colaboración? No. Eso se llama ser un criado. Un criado obedece tus órdenes, ¿eso es colaborar? Claramente, son lacayos sin ideas ni puntos de vista, ni mucho menos opiniones propias. Además, tienen el pensamiento de una persona complaciente. No son meticulosos en nada de lo que hacen, sino que actúan por inercia y de manera superficial y no defienden los intereses de la casa de Dios. ¿Para qué podría servir ese tipo de colaboración? Quien se asocie con él solo obedecerá sus órdenes, será siempre un lacayo que hace caso a cualquier cosa que otros digan y hace lo que le dicen que haga. Eso no es colaboración. ¿Qué es la colaboración? Debéis ser capaces de conversar de las cosas unos con otros y de expresar vuestros puntos de vista y opiniones; debéis complementaros y supervisaros unos a otros, pedir ayuda unos a otros, hacer indagaciones y recordaros asuntos unos a otros. De eso se trata colaborar en armonía. Pongamos, por ejemplo, que manejas un tema de acuerdo con tu propia voluntad y alguien dice: ‘Lo has hecho mal, completamente en contra de los principios. ¿Por qué lo manejaste como quisiste, sin buscar la verdad?’. A eso respondes: ‘Es verdad, ¡me alegra que me lo hayas advertido! Si no lo hubieses hecho, ¡hubiera sido un desastre!’. Eso es que se recuerden cosas mutuamente. ¿Qué es, entonces, supervisarse unos a otros? Todo el mundo tiene un carácter corrupto y puede ser superficial al llevar a cabo su deber, protegiendo solo su propio estatus y su orgullo y no los intereses de la casa de Dios. Esos estados se encuentran en cada una de las personas. Si te enteras de que una persona tiene un problema, deberías tomar la iniciativa de compartir con ella y recordarle que debe cumplir su deber de acuerdo con los principios, al tiempo que permites que te sirva de advertencia a ti también. Eso es supervisión mutua. ¿Qué función cumple la supervisión mutua? Está destinada a salvaguardar los intereses de la casa de Dios y también a evitar que la gente tome la ruta incorrecta. La colaboración tiene otra función, además de la de hacerse recordatorios y supervisarse mutuamente: hacer indagaciones unos respecto de otros” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Quieren que los demás se sometan solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Las palabras de Dios pusieron al descubierto mi verdadera situación. A menudo, cuando colaboraba con los hermanos y hermanas, era como un títere, no expresaba mis propias opiniones y no cumplía en absoluto con mi papel de supervisora. La verdadera colaboración implica hacerse recordatorios y supervisarse mutuamente. Como todos tenemos muchas actitudes corruptas, es probable que sigamos nuestra propia voluntad y actuemos de forma arbitraria en nuestros deberes. Si nos podemos orientar, ayudar o podar mutuamente al colaborar entre nosotros, podemos evitar perjudicar al trabajo y tomar la senda equivocada. Además, como no entendemos del todo la verdad y tenemos muchas carencias y deficiencias, hay muchos temas que no podemos considerar de forma integral. A veces, los recordatorios de los compañeros o colaboradores pueden corregir desviaciones a tiempo y reducir los errores en el trabajo. En efecto, ¡la supervisión y los recordatorios mutuos son muy importantes! Sin embargo, siempre había pensado que colaborar en armonía significaba llevarse bien y de manera pacífica, y creía que señalar los defectos de los demás o dar sugerencias ofendería a las personas. ¡Mi perspectiva de las cosas era realmente distorsionada! De hecho, la colaboración armoniosa no se trata de que todos se lleven bien y nadie se sienta ofendido ni de pasar por alto las cosas y ser complaciente, sino de adherirse a los principios, mantenerse firme y tener sentido de la rectitud. Cuando vemos que nuestros compañeros vulneran los principios, debemos advertírselo, ayudarlos o podarlos. No lo hacemos para poner las cosas difíciles a los demás ni para descargar agravios personales, sino para cumplir nuestros deberes según los principios. Es un acto de rectitud para defender el trabajo de la iglesia. Debido a mis opiniones falaces, percibía problemas, pero no los mencionaba y hacía la vista gorda. ¿Cómo era eso colaborar en armonía con mis hermanos y hermanas? Eso era simplemente vivir según filosofías para asuntos mundanos y no ser responsable en mis deberes. Esa colaboración no cumplía en absoluto ningún papel de supervisión. Esos pensamientos hicieron que empezara a odiarme a mí misma.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios y obtuve algo de comprensión sobre las exigencias de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Cuando tu senda de práctica sea la correcta y te muevas en la dirección adecuada, tu futuro será maravilloso y resplandeciente. De este modo, vivirás con paz en el corazón, tendrás nutrido el espíritu y te sentirás realizado y gratificado. Si no puedes liberarte de las limitaciones de la carne, si estás constreñido de un modo constante por los sentimientos, los intereses personales y las filosofías satánicas, si hablas y actúas de manera reservada y siempre te escondes en las sombras, entonces estás viviendo bajo el poder de Satanás. Sin embargo, si entiendes la verdad, te liberas de las limitaciones de la carne y practicas la verdad, poco a poco llegarás a poseer semejanza humana. Serás franco y directo en tus palabras y acciones, y podrás revelar tus opiniones, ideas y los errores que has cometido, permitiendo que todo el mundo los vea con claridad. Al final, reconocerán que eres una persona transparente. ¿Y qué es una persona transparente? Es alguien que habla con excepcional honestidad, a quien todo el mundo cree sincero en sus palabras. Aunque mienta o diga algo equivocado sin tener intención, se le perdona, sabiendo que fue sin pretenderlo. Si se da cuenta de que ha mentido o ha dicho algo equivocado, se disculpa y rectifica. Eso es una persona transparente. Se trata de alguien que gusta a todo el mundo, todos confían en ella. Debes alcanzar este nivel para ganarte la confianza de Dios y la de los demás. No es una tarea simple, se trata del nivel más alto de dignidad que puede poseer una persona. Alguien así se respeta a sí mismo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Dios quiere que seamos francos y directos en nuestras palabras y acciones, que compartamos abiertamente nuestros pensamientos e ideas con los demás, que hablemos juntos sobre las cosas y seamos personas honestas. Dios ama a las personas que son así y viven con dignidad. La próxima vez que volvimos a hablar, expresé mis pensamientos y opiniones a conciencia para compartir abiertamente con los hermanos y hermanas con los que colaboraba. Ya no oculté ni disimulé las cosas ni intenté ser complaciente con los demás. Incluso si no tenía las ideas perfectamente formadas, aún así las expresaba. Si mis puntos de vista eran erróneos, dejaba de lado mi orgullo y aceptaba las opiniones de los demás. Practicar de esta manera trajo paz y confianza a mi corazón.
Un día, estábamos hablando para decidir si volveríamos a aceptar en la iglesia a una hermana llamada Anne. Anne tenía un carácter arrogante y había rechazado aceptar la verdad sistemáticamente. Los líderes habían compartido con ella muchas veces, pero nunca había reflexionado ni tratado de conocerse a sí misma. En cambio, había empeorado aún más las cosas al juzgar a los líderes frente a los hermanos y hermanas, lo que había trastornado y perturbado la vida de iglesia. En última instancia, la aislaron para que hiciera introspección. Tras eso, siguió cumpliendo con sus deberes y, recientemente, había predicado el evangelio con bastante eficacia. Varios colaboradores acordaron volver a aceptar a Anne en la iglesia, pero yo tenía dudas y pensé: “Aunque Anne ha predicado el evangelio con cierto éxito, su carácter es bastante malévolo y no es alguien que acepte la verdad. No ha reconocido verdaderamente sus acciones malvadas anteriores ni ha dado muestras visibles de haberse arrepentido. Aceptar que regrese a la iglesia solo por su éxito transitorio predicando el evangelio no me parece apropiado”. Pero luego pensé: “Varios colaboradores ya se han puesto de acuerdo. Si soy la única que no coincide, ¿qué pensarán todos? ¿Pensarán que siempre tengo opiniones distintas y que es demasiado difícil llevarse bien conmigo? Como todos los demás están de acuerdo, quizás no debería decir nada”. Pero, de repente, pensé en la situación con Clara, donde le había seguido la corriente al resto de manera irresponsable y no había tenido el valor de defender los principios-verdad, lo que había causado retrasos en el trabajo de la iglesia. Me sentí un poco asustada, así que oré a Dios de inmediato y dije: “Dios, todos han acordado volver a aceptar a Anne en la iglesia, pero todavía tengo cierta inquietud. Esta vez, no quiero tomar una decisión apresurada sin tenerlo claro. Quiero actuar de acuerdo con los principios-verdad. Por favor, te ruego que me esclarezcas y me guíes”. Después de orar, busqué los principios para volver a aceptar a las personas en la iglesia. Los principios establecían que aquellos que son arrogantes, vanidosos y siembran discordia sistemáticamente no tienen salvación. Las personas malvadas siempre serán malvadas y no pueden arrepentirse de verdad. Aquellos que regresan a la iglesia no deben perturbarla y deben poder llevarse bien con la mayoría. Solo esas personas son aptas para que las vuelvan a aceptar en la iglesia. No se debe volver a aceptar a aquellos que son perjudiciales y no ayudan la iglesia. Al comparar estas palabras con el comportamiento de Anne, pensé en que su carácter era bastante arrogante, que rechazaba sistemáticamente aceptar la verdad y que, por mucho que los hermanos y hermanas compartieran con ella, no reflexionaba ni se arrepentía. Aunque había tenido cierto éxito transitorio predicando el evangelio, no era alguien que aceptara la verdad y, si algo afectaba sus intereses, era probable que volviera a sus viejas costumbres y siguiera perturbando el trabajo de la iglesia. No era adecuado volver a aceptar a una persona así en la iglesia. Luego, expresé mis opiniones y varios colaboradores estuvieron de acuerdo conmigo. Al final, la iglesia no volvió a aceptar a Anne. Al ver este desenlace, me sentí en paz y tranquila por haber cumplido con mi deber de esta manera.
Esta experiencia me ayudó a entender lo importante que es tener un corazón honesto en el deber. Tener una actitud honesta en los deberes y practicar la verdad sin miedo a ofender a los demás protege el trabajo de la iglesia.
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