Un deber no fructifica sin principios
Por Shu Qin, ChinaEn 2021 me eligieron como líder. Debido a requerimientos del trabajo, más tarde asumí responsabilidades en otra iglesia....
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
La hermana Bárbara y yo nos conocíamos desde hacía dos años, teníamos mucho en común y cada vez que charlábamos, nos parecía que podíamos seguir sin parar. A menudo hablábamos de cada una de nuestras experiencias y de lo que habíamos aprendido de ellas. Ella venía a buscarme para hablar siempre que se encontraba en un mal estado; cada vez que yo tenía un problema, quería compartirlo con ella también, y ella siempre me hablaba con paciencia. Yo apreciaba mucho esta estrecha relación que teníamos. Sentía que era estupendo tener una hermana a mi lado que pudiera ayudarme y apoyarme.
Un día, escuché sin querer a Bárbara charlando con algunas hermanas sobre los grandes resultados que había obtenido últimamente en su prédica del evangelio, cuántos de aquellos a los que predicaba estaban llenos de nociones religiosas, y cómo, mediante la oración y la confianza en Dios, les había enseñado pacientemente y leído las palabras de Dios, de manera que rápidamente habían llegado a aceptar la obra de Dios de los últimos días. Las hermanas la miraban con admiración después de escuchar eso, rondándola con todo tipo de preguntas, buscando buenos caminos de práctica. Me surgieron algunas dudas y pensé: “Es bueno que su prédica del evangelio vaya tan bien, pero solo hablaba de lo buenos que eran sus resultados, no de la senda concreta que había tomado, ni daba testimonio de cómo Dios la había guiado en ese proceso. ¿No estaría presumiendo al hablar así?”. Unos días después, una hermana me dijo: “Bárbara tiene realmente una buena aptitud; no hace mucho que predica el evangelio y ya ha conseguido grandes resultados. Dijo que un líder incluso le había pedido que compartiera sobre sus experiencias en una reunión”. Mi corazón se estremeció al escuchar esto: “¿Por qué dice Bárbara estas cosas? No son edificantes ni buenas para el resto”. Pensé en cómo Bárbara, durante ese período, siempre estaba presumiendo de los buenos resultados que había obtenido al cumplir con su deber; me sentí un poco intranquila y pensé: “Dios ha enseñado que presumir y enaltecerse es revelación de un carácter satánico. El resto admira mucho a Bárbara ahora; será peligroso seguir así. No puedo dejar que eso continúe. Tengo que encontrar la oportunidad de señalárselo”. Pero cada vez que pensaba en señalarle este problema sin rodeos, dudaba. Recordé mis experiencias de unos años antes. Vi que mi compañera, Janie, solía recitar palabras y doctrinas y reprendía a los demás desde una posición de superioridad, pero nunca se diseccionaba a ella misma ni se conocía a sí misma. Le señalé este problema y, no solo no lo aceptó, sino que incluso me regañó sacando a relucir mis fracasos y transgresiones pasadas. Después de eso, era reacia incluso a saludarme. Esto fue algo realmente incómodo y doloroso para mí. En otra ocasión, la hermana Roxanna se desvió del tema durante sus enseñanzas en una reunión y se lo señalé. Más tarde, se sinceró conmigo y dijo que se había sentido muy avergonzada y reticente cuando le señalé su problema, y que había sentido que yo quería ponerle las cosas difíciles a propósito, hasta el punto de no querer ni siquiera compartir sus enseñanzas en las siguientes reuniones. Aunque siguió buscando, reflexionando sobre sí misma y reconociendo sus problemas, yo aún me sentí muy mal al respecto. Después de aquello, me volví muy recelosa a la hora de señalar los problemas de los demás. Recordar esas experiencias me hizo sentir aún más dudas sobre confrontar a Bárbara. Pensé en lo buena que había sido siempre nuestra relación y me preguntaba si, de señalarle su problema, ella se sentiría avergonzada y en apuros. ¿Qué haría yo si no me escuchara y se volviera prejuiciosa contra mí, si sintiera que yo estaba exponiendo sus defectos y tratando de ponerle las cosas difíciles y que después me negara el saludo? Nos cruzábamos mucho todos los días, así que la situación sería muy incómoda. Ella no se había dado aires así siempre. Tal vez leyendo la palabra de Dios, ella misma podría reflexionar y alcanzar esta comprensión. En ese caso no importaba, y debía quedarme callada.
Un día, Bárbara me dijo que algunos hermanos y hermanas le habían hecho algunas sugerencias. Dijeron que le gustaba presumir en sus enseñanzas y que eso fácilmente haría que otros la admiraran y la adoraran. Esto la había incomodado bastante. Sentí que mi corazón dio un vuelco cuando la escuché decir esto. La verdad es que yo también la había visto lucirse últimamente, pero por miedo a dañar nuestra relación, solo había hecho la vista gorda y no le había dicho nada. ¿No era esta la oportunidad perfecta? ¿No debería hablar también de los problemas que había visto? Pero luego pensé que las cosas ya eran bastante difíciles para ella. Si yo también le daba mi opinión, ¿no sería incapaz de soportarlo y se volvería negativa? Me preocupaba que, si le señalaba los problemas que había visto, ella pensaría que estaba siendo demasiado dura y se distanciaría de mí, así que pensé cuidadosamente qué tono de voz utilizar y cómo expresarme con tacto para no hacerla sentir avergonzada. Así que traje a colación ejemplos de cómo yo misma me había enaltecido y había alardeado en el pasado, y cómo después reflexioné sobre ello y llegué a entenderlo, y solo de pasada al final toqué brevemente su problema. Temía avergonzarla, así que le dirigí unas palabras de consuelo: “Todo el mundo tiene un carácter corrupto y es perfectamente normal revelarlo. Yo también lo hago. Incluso después de creer en Dios por tanto tiempo, siempre he sido muy arrogante y engreída, y suelo presumir. No dejes que eso te limite, tienes que tener la actitud correcta hacia ti misma”. Ella no dijo nada en respuesta a esto. Pero entonces, ocurrió algo que volvió a preocuparme otra vez.
En una reunión, Bárbara estaba compartiendo su comprensión de las palabras de Dios, y pasó a hablar de una experiencia reciente que había tenido al predicar el evangelio. Habló de cómo había estado predicando a un pastor que había creído en el Señor durante décadas. El hombre estaba lleno de nociones religiosas y había creído muchos rumores. Todavía no aceptaba el evangelio incluso después de que se le predicara repetidamente. Pero entonces ella había ido a comunicar y a debatir con él, y encontrando los pasajes relevantes de las palabras de Dios, había refutado sus nociones y falacias una por una y, finalmente, poco a poco dejó de lado sus conceptos y aceptó la obra de Dios de los últimos días. Cuando terminó de hablar, la atención de todo el mundo se centró en su experiencia como predicadora del evangelio, y nadie se centró en reflexionar y compartir sobre las palabras de Dios. En ese momento, yo estaba un poco preocupada: ¿No se estaba desviando del tema? Aunque ella estaba compartiendo su experiencia predicando el evangelio, cuando terminó, todos empezaron a admirarla y a tenerle una gran consideración. ¿No estaba presumiendo? Quería señalárselo y que dejara de hablar de este tema, pero no me salieron las palabras y pensé: “Si la interrumpo delante de tanta gente, ¿no se sentirá realmente avergonzada? Es cierto que Bárbara ha obtenido algunos resultados en su prédica del evangélico, así que si le digo esto, ¿no pensarán todos que es porque estoy celosa y le pongo las cosas difíciles a propósito? ¿Quizás sus intenciones son buenas y no está tratando de presumir?”. Así que no hablé, pero no pude calmarme lo suficiente para reflexionar sobre las palabras de Dios, y mis enseñanzas no fueron demasiado iluminadas, ya que solo compartí unas palabras poco inspiradas, y así la reunión tocó a su fin.
Esa noche, me la pasé dando vueltas en la cama, sin poder dormir. No podía dejar de pensar en las cosas que Bárbara había dicho para lucirse en la reunión, y en las miradas de admiración en las caras de todos. Lo que ella había compartido no había dado a los otros una mejor comprensión de las palabras de Dios, sino que había llamado la atención de todo el mundo sobre su propia prédica del evangelio, y por lo tanto la reunión no había logrado nada bueno. Por miedo a avergonzarla, yo no había dicho nada y no había protegido la vida de iglesia. ¿No estaba siendo complaciente? Recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Deberías examinarte con detenimiento para ver si eres una persona correcta. ¿Estableces tus metas e intenciones teniéndome en mente? ¿Dices todas tus palabras y llevas a cabo todas tus acciones en Mi presencia? Yo examino todos tus pensamientos e ideas. ¿No te sientes culpable? […] ¿Piensas que la próxima vez podrás reponer el comer y el beber que Satanás ha robado esta vez? Así que ahora lo ves claramente; ¿es esto algo que puedes compensar? ¿Puedes recuperar el tiempo perdido? Debéis examinaros con diligencia para ver por qué no se comió y se bebió en las últimas reuniones y quién provocó este problema. Debéis hablar uno por uno hasta aclararlo. Si no se restringe duramente a la persona en cuestión, los hermanos y las hermanas no entenderán, y, entonces, volverá a ocurrir. ¡Vuestros ojos espirituales están cerrados y sois demasiados los que estáis ciegos! Además, los que sí ven no se preocupan por ello. No se levantan y hablan, y también están ciegos. Los que ven, pero no hablan, están mudos. Hay muchos aquí con discapacidades” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 13). Las palabras de Dios describieron mi estado a la perfección. Pensé en cómo Bárbara se había desviado del tema en sus enseñanzas, hizo perder el tiempo a todos y afectó la efectividad de la reunión, y, sin embargo, me limité a mirar en silencio. No dejaba de pensar para mis adentros: “Claramente sabía que Bárbara se estaba desviando del tema, entonces, ¿por qué no protegí la vida de la iglesia? ¿por qué elegí permanecer en silencio y ser complaciente?”. En primer lugar, no tenía claro si las acciones de Bárbara la exaltaban y si estaba alardeando. Es cierto que tenía ciertas experiencias en la prédica del evangelio, y la enseñanza de estas experiencias podría ser beneficiosa para los demás, ¿podría entonces considerarse que esta forma de compartir sus enseñanzas era un alarde? En segundo lugar, me preocupaba no ver las cosas con claridad, que mi forma de hablar la limitara, y que los demás pensarían que yo decía estas cosas por celos.
Al día siguiente, en la reunión, planteé mi confusión y pedí ayuda a algunas hermanas. Leímos juntas un pasaje de las palabras de Dios: “La humanidad corrupta es capaz de enaltecerse y dar testimonio sobre sí misma, de pavonearse, de intentar que la tengan en gran estima y la idolatren. Así reacciona instintivamente la gente cuando la gobierna su naturaleza satánica, lo cual es común a toda la humanidad corrupta. Normalmente, ¿cómo se enaltece y da testimonio sobre sí misma la gente? ¿Cómo logra el objetivo de hacer que la tengan en gran estima y la idolatren? Da testimonio de cuánto trabajo ha realizado, de cuánto ha sufrido, de cuánto se ha esforzado y el precio que ha pagado. Se enaltece hablando sobre su capital, lo cual le da un lugar superior, más firme y más seguro en la mente de las personas, de modo que son más las que la aprecian, la tienen en alta estima, la admiran y hasta la adoran, la respetan y la siguen. Para lograr este objetivo, la gente hace muchas cosas que en apariencia dan testimonio de Dios, pero en esencia se enaltece y da testimonio sobre sí misma. ¿Es razonable actuar así? Se sale del ámbito de la racionalidad y no tiene vergüenza, es decir, da testimonio descaradamente de lo que ha hecho por Dios y de cuánto ha sufrido por Él. Incluso presume de sus dones, talentos, experiencias, habilidades especiales, de sus métodos inteligentes para las cosas mundanas, de los medios por los que juega con las personas, etcétera. Se enaltece y da testimonio sobre sí misma alardeando y menospreciando a otras personas. Además, se camufla y disimula para ocultar sus debilidades, defectos y deficiencias a los demás y que estos solo lleguen a ver su brillantez. Ni siquiera se atreve a contárselo a otras personas cuando se siente negativa; le falta valor para abrirse y hablar con ellas, y cuando hace algo mal, se esfuerza al máximo por ocultarlo y encubrirlo. Nunca habla del daño que ha ocasionado al trabajo de la iglesia en el cumplimiento del deber. Ahora bien, cuando ha hecho una contribución mínima o conseguido un pequeño éxito, se apresura a exhibirlo. No ve la hora de que el mundo entero sepa lo capaz que es, el alto calibre que tiene, lo excepcional que es y hasta qué punto es mucho mejor que las personas normales. ¿No es esta una manera de enaltecerse y dar testimonio sobre sí misma?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). A través de la exposición de las palabras de Dios, comprendí que una de las señales de los anticristos que dan testimonio de sí mismos es la forma en que alardean de sus dones, de sus puntos fuertes, su contribuciones y logros ante los demás para que la gente los considere poseedores de talentos y aptitud, y para ganarse así su respeto y admiración. Predicar el evangelio y dar testimonio de Dios es algo esencialmente positivo. Bárbara tenía puntos fuertes al predicar el evangelio y, si hubiera podido compartir las dificultades que había encontrado, cómo entonces se había apoyado en Dios y cómo había experimentado Su obra, lo que había ganado y aprendido de esto, y las buenas sendas de práctica reunidas, ese tipo de enseñanza sí habría sido edificante. Pero Bárbara solo hablaba de cuánto había sufrido mientras predicaba el evangelio y el precio que había pagado. Nadie que escuchara sus experiencias lograba una mayor comprensión de Dios o tenía mayor claridad sobre cómo practicar o abordar diferentes dificultades. En lugar de eso, solo comenzaban a querer ser como ella y a admirarla aún más, y llegaban a sentir que ella tenía experiencias, dones y calibre para predicar el evangelio, y que era más apasionada que los demás. Todos la alababan y envidiaban y se sentían inadecuados. Entonces, los resultados de presumir y los de enaltecer y dar testimonio de Dios no eran los mismos. A través de la enseñanza, mis puntos de vista anteriores se confirmaron y concluí que la mayor parte de lo que Bárbara decía no era un testimonio de Dios, sino que más bien lo decía para enaltecerse y alardear. Revelaba un carácter de anticristo que provocaría la repugnancia y el odio de Dios. Las hermanas también me recordaron que Bárbara podría no ser consciente todavía de su comportamiento, y que habiéndolo visto, yo debería señalárselo con amor para ayudarla. No debía ser complaciente solo para proteger mi relación con ella. Las palabras de las hermanas me llenaron de vergüenza, y decidí hablar con Bárbara lo antes posible.
Cuando la reunión llegó a su fin, no pude quedarme tranquila. Ya había visto los problemas de Bárbara, pero no me había atrevido a señalárselos, e incluso cuando dije algo, solo pasé de puntillas por el problema sin lograr nada realmente, causando que Bárbara nunca reflexionara realmente ni tomara conciencia de su problema. Me llené de malestar y culpa ante estos pensamientos, y no pude evitar preguntarme: “Normalmente soy muy alegre y animada con Bárbara y le cuento todo, entonces, ¿por qué me cuesta tanto señalar su problema? ¿por qué no me salen las palabras?”. En mi búsqueda y reflexión, leí las palabras de Dios: “Todos vosotros tenéis una buena formación. Todos prestáis atención a ser refinados y discretos al hablar, así como a la forma cómo habláis: sois diplomáticos y habéis aprendido a no herir la dignidad y el orgullo de los demás. En vuestras palabras y acciones dejáis margen de maniobra a las personas. Hacéis todo lo posible para que las personas se sientan tranquilas. No ponéis al descubierto sus cicatrices o defectos y tratáis de no herirlas ni avergonzarlas. Ese es el principio relacional que sigue la mayoría de la gente al actuar. Y ¿qué clase de principio es este? (El de ser complaciente, ser falso y escurridizo). Es torcido, escurridizo, astuto e insidioso. Los rostros sonrientes de la gente ocultan muchas cosas malévolas, insidiosas y despreciables” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). “Los que caminan por el sendero del medio son las personas más insidiosas de todas. No ofenden a nadie, son hábiles y astutos, saben seguir el juego en todas las situaciones y nadie puede ver sus defectos. Son como satanases vivientes” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo al practicar la verdad es posible despojarse de las cadenas de un carácter corrupto). “Hay un dogma en las filosofías para los asuntos mundanos que dice: ‘Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena’. Esto significa que, para preservar una relación amistosa, uno debe guardar silencio sobre los problemas de su amigo, incluso si los percibe claramente, que debe respetar los principios de no pegarle a la gente en la cara ni llamarle la atención por sus defectos. Han de engañarse mutuamente, ocultarse el uno del otro, intrigar contra el otro; y aunque sepan con claridad absoluta qué clase de persona es el otro, no lo dicen abiertamente, sino que emplean métodos taimados para preservar su relación amistosa. ¿Por qué querría uno preservar esas relaciones? Se trata de no querer hacer enemigos en esta sociedad, dentro del propio grupo, lo cual significaría someterse a menudo a situaciones peligrosas. Al saber que alguien se convertirá en tu enemigo y te perjudicará después de que le hayas llamado la atención por sus defectos o le hayas hecho daño, y al no desear colocarte en esa situación, empleas el dogma de las filosofías para los asuntos mundanos que dice que ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’. A la luz de esto, si dos personas mantienen una relación de este tipo, ¿consideran que son verdaderos amigos? (No). No son verdaderos amigos, y mucho menos el confidente del otro. Entonces, ¿de qué tipo de relación se trata exactamente? ¿No es una relación social fundamental? (Sí). En este tipo de relaciones sociales, las personas no pueden expresar sus sentimientos, tener intercambios profundos ni hablar sobre lo que les venga en gana. No pueden decir en voz alta lo que hay en su corazón o los problemas que perciben en el otro, ni tampoco palabras que puedan beneficiar al otro. En cambio, optan por decir cosas agradables para conservar el favor del otro. No se atreven a decir la verdad ni a defender los principios por temor a suscitar la animadversión de los demás hacia ellos. Cuando nadie amenaza a una persona, ¿acaso esta no vive en relativa tranquilidad y paz? ¿No es este el objetivo de las personas que promueven el dicho ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’? (Así es). Es evidente que se trata de una forma de existencia taimada y engañosa, con un elemento defensivo, cuyo objetivo es la propia preservación. Las personas que viven así no tienen confidentes, ni amigos íntimos a los que puedan decirles lo que quieran. Están a la defensiva unos con otros, y son calculadores y estrategas, cada uno toma de la relación lo que le conviene. ¿No es así? En el fondo, el objetivo de ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’ es evitar ofender a otros y ganarse así enemigos, protegerse no causando daño a nadie. Se trata de una técnica y un método que uno adopta para evitar ser lastimado. Si observamos estas facetas diversas de su esencia, ¿es noble exigir de la conducta moral de la gente ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’? ¿Es positivo? (No). Entonces, ¿qué es lo que enseña esto a la gente? Que no debes ofender ni herir a nadie para que no seas tú el que termine herido […]. ¿Enseña sabiduría a la gente en sus relaciones con los demás, a saber diferenciar a las personas, a contemplar a las personas y las cosas de forma correcta y a relacionarse con la gente con sabiduría? ¿Te enseña que si conoces a gente buena, gente con humanidad, debes tratarla con sinceridad, darle ayuda si puedes y que, si no puedes, debes ser tolerante y tratarla como es debido, aprender a tolerar sus defectos, soportar sus malentendidos y juicios sobre ti y aprender de sus puntos fuertes y sus buenas cualidades? ¿Es eso lo que enseña a la gente? (No). ¿Y qué resulta al final de lo que enseña este dicho a la gente? ¿Hace que la gente sea más honesta o más falsa? El resultado es que la gente se vuelve más taimada; los corazones de la gente se alejan más, se dilata la distancia entre las personas y sus relaciones se complican, lo que equivale a que se complican las relaciones sociales de la gente. Se pierde la comunicación sincera entre las personas y surge una mentalidad de recelo mutuo. ¿Pueden seguir siendo normales las relaciones de la gente de esta manera? ¿Mejorará el clima social? (No). Por eso es evidente que el dicho ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’ está equivocado. Enseñar a la gente a hacer esto no puede servir para que viva con una humanidad normal ni tampoco puede hacer a la gente abierta, recta ni sincera. No puede lograr nada positivo en absoluto” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (8)). Leyendo las palabras de Dios, vi que, en mi relación con Bárbara, me basaba en filosofías satánicas para los asuntos mundanos como “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”, “Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos” y “Un amigo, un camino; un enemigo, un obstáculo”. Hasta ese momento, había considerado estas filosofías como principios para relacionarme con la gente. Había pensado que comportarme así era la única manera de mantener relaciones interpersonales, no ofender a los demás y no crearme problemas. A través de la exposición de las palabras de Dios, finalmente vi que estas filosofías eran formas de vivir falsas, astutas y traicioneras, que hacían que las personas se protegieran unas de otras y crearan distancia entre sí, e impedían una interacción sincera, y mucho menos permitían el amor de unos a otros. Aunque interactuar de esta manera evita ofender a otros o crearnos problemas, no impide hacer verdaderos amigos, y solo nos permite ser cada vez más engañosos y falsos. También llegué a comprender que uno debe ser sincero cuando se relaciona con los demás, y que cuando veas que alguien tiene un problema, debes ayudarle desde el amor lo mejor que puedas. Aunque en el momento no puedan aceptarlo y te malinterpreten, aun así debes respetar esos principios y acercarte a ellos con las intenciones correctas. Pensé en mis interacciones con Bárbara. En varias ocasiones la había visto claramente presumir delante de los demás, y que los demás la tenían en gran estima, pero tenía miedo de herir su ego señalando su problema, y que luego no quisiera saber nada de mí. Así que, para mantener mis buenas relaciones con ella, me limité a mirar sin decirle nada ni ayudarla mientras revelaba su corrupción, lo hizo que no reflexionara y no conociera sus problemas, y que más tarde volviera a las andadas. Vi que al vivir según estas filosofías satánicas, solo quería proteger nuestra relación, para que Bárbara dijera que yo era una persona comprensiva y empática. No había tenido en cuenta su entrada en la vida. Si le hubiera señalado antes los problemas que había visto, tal vez habría entendido un poco su carácter corrupto y no habría dicho cosas tan poco razonables durante las reuniones. Me había convertido en una persona complaciente para proteger nuestra relación. ¡Fue un comportamiento verdaderamente dañino! Entonces pensé en otra hermana con la que me había relacionado. Vi que a menudo era superficial en su deber, y que cuando los demás le señalaban sus faltas, ella replicaba y era incapaz de aceptarlo. Había querido hablar con ella para ayudarla a reflexionar sobre sí misma, pero me pareció que era bastante mayor, y que si le señalaba sus problemas, heriría su ego y le haría pensar que soy demasiado dura. Así que simplemente hice la vista gorda a sus problemas y seguí siendo en apariencia alegre, habladora y amistosa con ella. Solo después de que fuera despedida por actuar a la ligera en su deber me arrepentí de no haberla ayudado antes. Cuando ella estaba a punto de marcharse, le hablé de los problemas que había visto en ella. Aunque ella había llegado a reconocer sus problemas, me reprochó que no se los hubiera señalado antes y dijo que si hubiera sido capaz de enmendarse antes, tal vez no habría sido destituida y reasignada. Cuando pensé en esto, finalmente vi que vivir según estas filosofías para los asuntos mundanos y ser complaciente con los demás no es para nada lo mismo que ser una buena persona. Aquellos que lo hacen no demuestran en absoluto ninguna sinceridad ni amor hacia los demás y, por el contrario, están siendo egoístas y falsos. Esa clase de personas vive con un carácter satánico y disgusta a Dios. Bárbara siempre había sido muy sincera conmigo, pero yo solo me había basado en estas filosofías al interactuar con ella y no había practicado la verdad. Solo había pensado en cómo no ofenderla y en cómo preservar la buena imagen que tenía de mí, y cuando vi que revelaba un carácter corrupto, lo ignoré. ¿Era posible considerarme a mí misma una buena amiga mientras actúo así? “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena” era realmente un proverbio endiablado de Satanás, y ya no quería vivir de acuerdo con él.
En mi búsqueda y reflexión, me di cuenta de que había otra razón por la que no me atrevía a señalar el problema de Bárbara: tenía una opinión equivocada. Siempre había pensado que señalar el problema de otro era exponer un defecto suyo, que heriría su ego, probablemente le ofendería, y que era un acto ingrato. Así que con Bárbara, siempre temí que se ofendiera si le señalaba su problema y que eso arruinara nuestra relación, lo que hacía muy difícil para mí practicar la verdad. Así que busqué a Dios, pidiéndole que me guiara para resolver este problema mío. En mi búsqueda, leí estas palabras de Dios: “Dios exige a la gente que diga la verdad, lo que piensa, que no engañe, induzca a error, se burle, ridiculice, se mofe, parodie, oprima a los demás o exponga sus debilidades ni los hiera. ¿No son estos los principios discursivos? ¿Qué significa decir que uno no debe exponer las debilidades de la gente? Significa no buscar defectos en los demás. No aferrarse a sus errores o faltas del pasado para juzgarlos o condenarlos. Esto es lo menos que debes hacer. Desde el lado proactivo, ¿cómo se expresa el discurso constructivo? Principalmente, se trata de animar, orientar, guiar, exhortar, comprender y reconfortar. Además, en casos especiales, se hace necesario sacar directamente a la luz los errores de otras personas y podarlas para que adquieran conocimiento de la verdad y deseen arrepentirse. Es entonces cuando se consigue el efecto pretendido. Esta forma de practicar beneficia enormemente a la gente. Le supone una verdadera ayuda y es muy constructiva, ¿verdad? […] Y, en resumen, ¿cuál es el principio que subyace al hablar? Es este: decir lo que hay en tu corazón, y hablar de tus verdaderas experiencias y de lo que realmente piensas. Estas palabras son las más beneficiosas para las personas, proveen para ellas, las ayudan, son positivas. Rechaza decir esas palabras falsas, esas palabras que no benefician ni edifican a las personas; así evitarás perjudicarlas o hacerlas tropezar, sumirlas en la negatividad y tener un efecto negativo. Debes decir cosas positivas. Debes esforzarte por ayudar a las personas tanto como puedas, para beneficiarlas, para proveer para ellas, para producir en ellas la verdadera fe en Dios; y debes permitir que se ayude a las personas, que ganen mucho a partir de tus experiencias de las palabras de Dios y de la forma en que resuelves los problemas, y que sean capaces de entender la senda de la experiencia de la obra de Dios y de entrar en la realidad-verdad, así les permitirás tener entrada en la vida y harás que esta crezca, todo lo cual es el efecto de que tus palabras tengan principios y resulten edificantes para las personas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (3)). “Si tienes buena relación con un hermano o hermana y te pide que le señales lo que le pasa, ¿cómo debes hacerlo? Esto tiene que ver con cómo te plantees el asunto. […] Entonces, según principios-verdad, ¿cómo debes plantearte este asunto? ¿Qué actuación concuerda con la verdad? ¿Cuántos principios son de aplicación? En primer lugar, como mínimo, no hagas tropezar a los demás. Antes debes considerar sus debilidades y qué manera de hablar con ellos no les hará tropezar. Esto es lo mínimo que debe tenerse en cuenta. Luego, si sabes que se trata de alguien que realmente cree en Dios y puede aceptar la verdad, cuando adviertas que tiene un problema, debes tomar la iniciativa de ayudarlo. Si no haces nada y te ríes de él, eso supone lastimarlo y perjudicarlo. Quien hace algo así no tiene conciencia ni razón, y no tiene amor al prójimo. Quienes tengan un poco de conciencia y razón no pueden reírse de sus hermanos y hermanas. Deben pensar en diferentes maneras de ayudarlos a resolver su problema. Deben hacer entender a la persona lo ocurrido y cuál fue su error. Que se arrepienta o no es cosa suya; nosotros habremos cumplido con nuestra responsabilidad. Aunque no se arrepienta ahora, tarde o temprano llegará el día en que entre en razón y no se quejará de ti ni te acusará. Como mínimo, el trato que dispenses a tus hermanos y hermanas no puede estar por debajo de los criterios de la conciencia y la razón. No te endeudes con los demás; ayúdalos en la medida de tus posibilidades. Esto es lo que debe hacer la gente. Los que son capaces de tratar a sus hermanos y hermanas con amor y según los principios-verdad son la mejor clase de personas. También son las más bondadosas. Por supuesto, los auténticos hermanos y hermanas son aquellas personas capaces de aceptar y practicar la verdad. Si una persona solo cree en Dios para comer hasta saciarse o para recibir bendiciones, pero no acepta la verdad, no es hermano ni hermana. Debes tratar a los auténticos hermanos y hermanas según los principios-verdad. Sin importar cómo crean en Dios ni por qué senda vayan, debes ayudarlos con espíritu de amor. ¿Cuál es el resultado mínimo que uno debe lograr? En primer lugar, no hacerles tropezar y no dejar que se vuelvan negativos; en segundo lugar, ayudarlos y regresarlos de la senda equivocada; y en tercer lugar, hacer que comprendan la verdad y elijan la senda correcta. Estos tres tipos de resultados solamente pueden lograrse ayudándolos con espíritu de amor. Si no tienes amor verdadero, no puedes lograr estos tres tipos de resultados y, en el mejor de los casos, únicamente podrías lograr uno o dos. Estos tres tipos de resultados son también los tres principios de ayuda al prójimo. Tú conoces estos tres principios y los dominas, pero, de hecho, ¿cómo se ponen en práctica? ¿Entiendes realmente la dificultad del otro? ¿No es este un problema añadido? Asimismo, debes pensar: ‘¿Dónde se origina su dificultad? ¿Le puedo ayudar? Si mi estatura es demasiado escasa y no sé resolver su problema y hablo con imprudencia, a lo mejor le señalo la senda equivocada. Además, ¿cómo es la capacidad de comprensión de esta persona y qué aptitud tiene? ¿Es terca? ¿Tiene entendimiento espiritual? ¿Puede aceptar la verdad? ¿La persigue? Si ve que tengo más capacidad que ella y le hablo, ¿surgirá en ella la envidia o la negatividad?’. Hay que tener en cuenta todas estas cuestiones. Tras haberlas tenido en cuenta y haberte aclarado con ellas, ve a hablar con esa persona, lee varios pasajes de las palabras de Dios que sean de aplicación a su problema y haz que comprenda la verdad en las palabras de Dios y encuentre la senda de práctica. Entonces se resolverá el problema y la persona saldrá de su dificultad. ¿Es sencillo? No lo es. Si no comprendes la verdad, por mucho que digas, no servirá de nada. Si la comprendes, puedes esclarecerla y beneficiarla con tan solo unas pocas frases” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo con la búsqueda de la verdad se pueden corregir las nociones y los malentendidos propios acerca de Dios). De las palabras de Dios llegué a entender que si expones los defectos de una persona te aprovechas de sus debilidades para juzgarla y condenarla, y tus intenciones son ridiculizarla, burlarte de ella y denunciarla, y eso repugna a Dios. Pero si señalas los problemas y defectos de una persona con la intención de ayudarla, esto es edificante, y es una manifestación del amor hacia los demás y un sentido de responsabilidad por sus vidas. Si la persona persigue la verdad, entonces, con la ayuda de otros, podrá reflexionar sobre sí misma y buscar la verdad para resolver sus problemas, y progresará en su entrada en la vida. Sin embargo, algunas personas se resisten y les repugna ser podadas y que se les señalen sus problemas. Esto demuestra que no aceptan la verdad y que su carácter es reacio a la verdad. Antes, había creído que señalar los problemas de otros era lo mismo que exponer sus deficiencias y que era una tarea ingrata. Este punto de vista era completamente falaz. También llegué a comprender que hay principios para ayudar a los demás señalándoles sus problemas. No se trata solo de señalar los problemas de la gente directamente, con buenas intenciones y con entusiasmo, sin importar quiénes sean. En cambio, debemos hacerlo de acuerdo a los principios-verdad, considerando la humanidad de la persona y su capacidad de comprensión, si es o no una persona correcta, si puede o no aceptar la verdad, señalando sus problemas en una forma que obtenga resultados, no que la haga tropezar ni la vuelva negativa. Lo más importante es que debemos tener en cuenta las verdades relevantes, ayudar a otros a entender la verdad y la intención de Dios señalándoles las cosas, y dándoles un camino de práctica. Solo así ayudamos de verdad a la gente. En este punto, finalmente me di cuenta de que anteriormente no había obtenido buenos resultados cuando había señalado los problemas de otros porque no había buscado los principios-verdad. Como cuando vi que Janie a menudo decía palabras y doctrinas, regañaba a otros desde su posición alta y nunca hablaba sobre conocerse a sí misma; le señalé sus problemas directamente pero, en realidad, había comprendido por medio de nuestras interacciones que ella no era una persona capaz de aceptar la verdad. Supe que su entendimiento de la verdad estaba distorsionado y que le daba mucha importancia al estatus. Por estos motivos, señalarle sus problemas directamente fue algo tonto de mi parte y no logró buenos resultados. Más tarde ella fue revelada por constantemente rechazar la verdad y los recordatorios y ayuda que le ofrecían los hermanos y hermanas. A menudo buscaba tener ventaja sobre los líderes y obreros para atacarlos y juzgarlos y, finalmente, fue echada cuando se determinó que era una persona malvada. En cuanto a Roxanna, ella valoraba demasiado su orgullo, era lenta para comprender la verdad y entrar en ella y no tenía experiencia en ser podada. Pero yo no tomé en cuenta su estatura y hablé delante de todos de que ella se desviaba del tema al compartir las palabras de Dios. Como resultado, no fue receptiva y se volvió negativa por un tiempo. Más tarde, con la ayuda y el apoyo de otros hermanos y hermanas, ella fue capaz de remediar este estado. Al haber llegado a comprender este aspecto de los principios, ya no temía señalar el problema de Bárbara. Bárbara podía aceptar la verdad y era una persona correcta. Yo debía ayudarla con amor y de acuerdo a los principios a fin de evitar que cayera en la senda incorrecta. En mi corazón, oré a Dios, buscando cómo podía hablar con Bárbara de manera efectiva pero no limitarla, y ayudarla a comprender la verdad y conocerse realmente a ella misma.
Por un tiempo después de eso, yo reflexionaba sobre este problema, buscaba y consideraba las palabras de Dios que ponen en evidencia a los que alardean y se enaltecen a sí mismos. Busqué un momento para abrirme a Bárbara en la enseñanza y para hablar con ella sobre los problemas que había notado durante este periodo, así como para compartir con ella la naturaleza y las consecuencias de alardear, y la actitud con la que Dios trata este tipo de comportamiento. Después de hablar con ella, Bárbara finalmente se dio cuenta de la gravedad de su problema, se dio cuenta de que estaba dominada por una obsesión por el estatus, que le gustaba tener un lugar en el corazón de la gente y que la gente la admirara, y que este tipo de anhelo repugna a Dios. En una reunión posterior, ella habló sobre este comportamiento de alardear y exaltarse y lo diseccionó, y esto que ayudó a que todo el mundo ganara algo de discernimiento. Al ver que Bárbara fue capaz de reflexionar y reconocer su problema, y de odiarse a sí misma y arrepentirse verdaderamente, me sentí feliz. Pero al mismo tiempo, me sentía culpable. Lamenté que hubiera tenido que esperar hasta ese punto para compartir esto con ella y señalárselo. Ella no se volvió prejuiciosa conmigo porque le señalé y expuse su problema, ni nuestra relación se rompió; en cambio, se estrechó más que antes. Comprendí que solo viviendo según la palabra de Dios e interactuando con la gente según los principios-verdad puede uno sentir una sensación de paz.
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