Nunca más me quejaré de mi suerte
Por Yi Xin, China Nací en una familia normal de granjeros, mis padres confiaban en los cultivos para subsistir. Había una familia pudiente...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
En el verano de 2017 servía como líder de iglesia. Debido a los requisitos del trabajo, la líder superior dispuso que trabajaran conmigo la hermana Yang Guang y la hermana Cheng Xin a cargo de la obra de la iglesia, y me ordenó que las ayudara. Con el tiempo, comprobé que estas dos hermanas soportaban una carga en el deber y progresaban rápido. No tenía que preocuparme de ciertas cosas: las hermanas eran capaces de debatirlas y manejarlas adecuadamente por sí solas. Al principio me alegraba mucho de ello, pero, con el tiempo, empezó a dejarme mal sabor de boca. Pensaba: “Como yo soy la líder, es lógico que los asuntos de la iglesia, sean grandes o pequeños, en realidad se debatan conmigo antes, pero ahora estas dos hermanas disponen algunas cosas sin consultarme. ¡No me toman en serio! De seguir así, ¿no seré líder solo de palabra?”.
En una reunión, la diaconisa de riego mentó a Yang Guang y Cheng Xin: “Realmente soportan una gran carga en el deber. Antes, siempre nos faltaban regantes, pero, desde que llegaron ellas, no solo se hacen rápido los traslados, la labor de riego también ha sido bastante eficaz…”. Tras oír eso, por fuera di gracias a Dios, pero en el fondo no me alegraba tanto y noté que me ruborizaba. Pensé: “Parece que los demás aprecian más a esas dos hermanas que a mí. Hace varios años que yo soy líder, y esas dos hermanas solo llevan unos días haciendo esto. ¿Son mejores que yo?”. No quería admitirlo y no oí nada de lo que dijo después la diaconisa de riego. Volví a casa abatida tras la reunión. Esa noche estuve dando vueltas en la cama sin poder dormir. Me sentía muy molesta cada vez que pensaba en lo que había dicho la diaconisa de riego. Yo había sido líder durante años, pero ni siquiera estaba a la altura de esas dos hermanas que acababan de empezar a formarse. ¿Qué opinaría de mí la líder superior si se enteraba? ¿Diría que era una incompetente e inadecuada para ser líder? Antes, los demás me admiraban, ¿creerían ahora que esas hermanas eran mejores que yo? ¿Las apoyarían a ellas en vez de a mí en lo sucesivo? Sentía que Yang Guang y Cheng Xin me habían eclipsado, y me embargaron los celos y el rencor hacia ellas. En esa época mi imaginación estaba desbocada, pues temía que mi puesto no estuviera seguro. Me animaba mentalmente a hacer un buen trabajo, a esforzarme en mejorar en todos nuestros proyectos, y a hacer que los demás vieran que en absoluto era yo inferior a esas hermanas. Posteriormente, madrugaba y trasnochaba todos los días; me anticipaba en todos los proyectos importantes y resolvía pronto los problemas que surgían por temor a que las hermanas se me adelantaran. A veces incluso esperaba que metieran la pata y quedaran mal. Un día, comprobando los libros de la iglesia, descubrimos discrepancias en las cifras de enviados y recibidos. Las hermanas gestionaban la distribución y recepción de libros y, mientras ellas buscaban el motivo con nerviosismo, yo no solo no las ayudaba, sino que disfrutaba de su desgracia, pensando: “Les creía a ambas muy capaces; ¿qué van a hacer ahora?”. En tono de reprensión, les señalé que un problema con los libros de la iglesia era algo importante. Eso las agobió aun más y repercutió en sus respectivos estados. Estaba contenta en secreto: “¡A ver si la líder superior sigue creyendo que son mejores que yo después de semejante error! Si siguen en este estado negativo, no tendré que preocuparme por que amenacen mi puesto”. Entonces me sentí algo culpable y me di cuenta de que me estaba pasando de la raya, pero no lo reflexioné mucho.
Luego, por ciertos motivos cambiaron de deber a Cheng Xin, así que Yang Guang y yo nos quedamos trabajando juntas. Un día, durante un debate de trabajo, reparé en que la líder superior siempre le pedía opinión a Yang Guang, mientras yo estaba sentada a un lado sintiéndome marginada. No pude evitar preguntarme si tal vez la líder estuviera centrándose en capacitarla a ella porque era más joven y más apta. Me sentí muy decepcionada. Antes, la líder siempre había debatido las cosas conmigo, pero ahora tenía a Yang Guang en alta estima. ¿Eso no demostraba que Yang Guang era mejor que yo? Estaban resurgiendo mis celos. En esa época, reprendía a Yang Guang siempre que advertía anomalías en su trabajo y algunas veces no le prestaba atención. Me apresuraba a dirigir todas las reuniones y resolver los problemas de los demás, y no le daba ocasión de hablar. Ella estaba cada vez peor y ya no llevaba una carga en el trabajo de la iglesia; no gestionaba algunas tareas a tiempo, lo que perjudicó la labor de la iglesia. Por entonces sí me sentía un poco culpable. Sentía que yo tenía mucho que ver con su estado negativo, pero no hacía introspección. No entendí mi propio estado hasta que no me disciplinó Dios.
Un día, de pronto tuve fatigas y fiebre, y luego me dio tos. Pensé que el asma me estaba dando problemas otra vez, pero más tarde empeoró cada vez más mi tos, y ningún medicamento me servía. Por más que quisiera, no podía hablar en las reuniones. Fui al médico a que me lo mirara, y me dijo que tenía bronquiectasia y tuberculosis agudas. El médico dijo que eran enfermedades muy graves que, con medicación, se tarda más de un año en controlar. Al oírlo, me quedé allí sentada en shock y sintiéndome muy desdichada. Ya había tenido tuberculosis y costó mucho curarla. ¿Cómo es que había reaparecido, y por qué era un caso tan grave esta vez? Como la tuberculosis es contagiosa, no podía tener ningún contacto con los hermanos y hermanas. Eso significaba que no podría cumplir con el deber. Siempre había cumplido con un deber durante todos mis años de fe. Hasta había dejado familia y trabajo para entregarme. Especialmente en aquel entonces, había muchísimo trabajo en la iglesia y yo estaba al frente de todo. ¿Por qué contraje una enfermedad tan grave? ¿Cuál era la intención de Dios? Cuanto más lo pensaba, peor me sentía, y a menudo me escondía bajo el edredón para llorar. Una vez oré a Dios llorando: “¡Dios mío! Estoy sufriendo muchísimo. No sé cómo resolver esto. Te pido esclarecimiento para entender Tu intención y, con ello, aprender una lección con esta enfermedad”.
Un día leí estas palabras de Dios en mis devociones. Dios dice: “Normalmente, cuando te enfrentas a una enfermedad grave o a una dolencia rara que te hace sufrir mucho, esto no sucede por casualidad. Tanto si estás enfermo como si gozas de buena salud, la intención de Dios está presente” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Al creer en Dios, lo más crucial es recibir la verdad). Al meditarlo, comprendí que el que Dios permitiera que enfermara gravemente no era casual, sino que, sin duda, entrañaba Su intención. Tenía que analizarme en serio. Oré y busqué en Dios una y otra vez. Reflexionando, de repente me di cuenta de que mis celos constantes hacia Yang Guang en esa época y mi firme lucha por la reputación y la ganancia habían hecho que ella se sintiera limitada, lo que había afectado al trabajo de la iglesia. Al pensar en esto, me sentí culpable y llena de pesar. Leí estas palabras de Dios: “¡Humanidad cruel! La confabulación y la intriga, robarse y agarrarse entre ellos, la lucha por la fama y la fortuna, la masacre mutua, ¿cuándo se van a terminar? A pesar de que Dios ha hablado cientos de miles de palabras, nadie ha entrado en razón. La gente actúa por el bien de sus familias, hijos e hijas, por sus carreras, perspectivas de futuro, posición, vanidad y dinero, por comida, ropa y por la carne. Pero ¿existe alguien cuyas acciones sean verdaderamente por el bien de Dios? Incluso entre aquellos que actúan por el bien de Dios, casi nadie lo conoce. ¿Cuántas personas no actúan por sus propios intereses? ¿Cuántos no oprimen ni condenan al ostracismo a los demás con el propósito de proteger su propia posición?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los malvados deben ser castigados). “Algunas personas siempre temen que otros sean mejores que ellas o estén por encima de ellas, que otros obtengan reconocimiento mientras a ellas se les pasa por alto, y esto lleva a que ataquen y excluyan a los demás. ¿Acaso no es eso envidiar a las personas con talento? ¿No es egoísta y despreciable? ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Es malicia! Aquellos que solo piensan en los intereses propios, que solo satisfacen sus propios deseos egoístas, sin pensar en nadie más ni considerar los intereses de la casa de Dios tienen un carácter malo y Dios no los ama” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Lo que Dios revelaba era mi estado preciso. Desde que había visto que esas dos hermanas cumplían con el deber hábilmente, progresaban rápido y gestionaban las cosas sin consultarme, me había incomodado y pensaba que no me respetaban. Cuando la diaconisa de riego las elogió por ser eficaces en el deber, las percibí todavía más como una amenaza a mi puesto y que me habían eclipsado. Para demostrarme mejor que ellas y asegurarme el puesto, me adelantaba a ellas al hablar y resolver los problemas de los demás en las reuniones y no les daba ninguna ocasión de hablar a ellas. Cuando los números de los libros de la iglesia no cuadraban, en lugar de ayudarlas a encontrar el motivo, disfruté de su desdicha e hice comentarios sarcásticos, con lo que hice que vivieran en la negatividad. Qué maligna fui. Al pensarlo, sentí culpa y pesar y oré a Dios llorando: “¡Dios mío! Es por Tu gracia que soy capaz de supervisar el trabajo de la iglesia, pero he sido muy rebelde. No solo no he cumplido bien mi deber ni he retribuido Tu amor, sino que tuve celos de quienes tenían más capacidad y pugné por la reputación y la ganancia personales. Mi conducta te resulta repugnante y abominable. Dios mío, quiero arrepentirme y transformarme”.
Después, leí estas palabras de Dios: “Al enfrentarse a un problema, algunas personas sí buscan una respuesta de los demás, pero cuando el otro habla conforme a la verdad, no lo aceptan, no son capaces de obedecer y, en su fuero interno, piensan: ‘Normalmente soy mejor que él. Si escucho sus sugerencias esta vez, ¿no parecerá que él es superior a mí? No, no puedo escucharlo en lo que se refiere a este asunto. Simplemente, lo haré a mi manera’. Luego encuentran una razón y una excusa para rebatir el punto de vista del otro. ¿Qué tipo de carácter se presenta cuando una persona ve a alguien que es mejor que ella y trata de derribarla, difundiendo rumores sobre tal persona o empleando medios despreciables para denigrarla y socavar su reputación —incluso pisoteándola— con el fin de proteger su propio lugar en la opinión de la gente? Esto no es solo arrogancia y vanidad, es el carácter de Satanás, es un carácter malicioso. Que esta persona pueda atacar y alienar a personas que son mejores y más fuertes que ella es mezquino y perverso. Y que no se detengan ante nada para derribar a la gente muestra que hay mucho de diablo en ellos. Viviendo según el carácter de Satanás, son capaces de menospreciar a las personas, de intentar que las culpen de algo que no han hecho, de ponerles las cosas difíciles. ¿No es esto hacer el mal? Y viviendo así, siguen pensando que no hay problema en ellos, que son buenas personas; sin embargo, cuando ven a alguien mejor que ellos, son propensos a hacérselo pasar mal, a pisotearlos. ¿Qué problema es este? Las personas que son capaces de cometer semejantes acciones malvadas, ¿acaso no son inescrupulosas y caprichosas? Esas personas solo piensan en sus intereses, solo consideran sus sentimientos, y lo único que quieren es concretar sus deseos, ambiciones y objetivos. No les importa el daño que causan a la obra de la iglesia y prefieren sacrificar los intereses de la casa de Dios para proteger su estatus en la opinión de la gente y su propia reputación. ¿Acaso no son las personas así arrogantes y sentenciosas, egoístas y viles? Estas personas no solo son arrogantes y sentenciosas, sino que también son extremadamente egoístas y viles. No son consideradas con las intenciones de Dios en absoluto. ¿Tienen estas personas un corazón temeroso de Dios? No tienen un corazón temeroso de Dios en absoluto. Esa es la razón por la que actúan arbitrariamente y hacen lo que les place, sin ningún sentido de culpa, sin ninguna inquietud, sin ninguna aprensión o preocupación y sin considerar las consecuencias. Esto es lo que suelen hacer y el modo en que se han comportado siempre. ¿Cuál es la naturaleza de tal comportamiento? Por decirlo suavemente, esas personas son demasiado envidiosas y tienen un deseo excesivo de reputación y estatus personales; son demasiado falsas y traicioneras. Dicho con mayor dureza, la esencia del problema es que esas personas no tienen un corazón temeroso de Dios en absoluto. No temen a Dios, creen que son sumamente importantes y consideran que cada aspecto de sí mismas es superior a Dios y a la verdad. En su corazón, Dios no merece mención y es insignificante y Dios no tiene absolutamente ningún estatus en su corazón. ¿Acaso pueden poner la verdad en práctica aquellos que no tienen lugar para Dios en su corazón y no tienen un corazón temeroso de Dios? Por supuesto que no. Entonces, cuando van como siempre por ahí alegres manteniéndose ocupados y gastando mucha energía, ¿qué están haciendo? Esa gente incluso asegura que lo ha abandonado todo para esforzarse por Dios y que ha sufrido mucho, pero, en realidad, la motivación, el principio y el objetivo de todos sus actos son en aras de su propio estatus y prestigio, de proteger todos sus intereses. ¿Diríais o no que esa clase de gente es terrible? ¿Qué clase de personas han creído en Dios durante muchos años y sin embargo no tienen un corazón temeroso de Él? ¿Acaso no son arrogantes? ¿No son satanases? ¿Y cuáles son los seres que más carecen de un corazón temeroso de Dios? Además de las bestias, son las personas malvadas y los anticristos, la calaña de los demonios y Satanás. No aceptan para nada la verdad; carecen totalmente de un corazón temeroso de Dios. Son capaces de cualquier maldad; son los enemigos de Dios y los enemigos de Su pueblo escogido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las cinco condiciones que hay que cumplir para emprender el camino correcto de la fe en Dios). Parecía que Dios estuviera delante de mí, juzgándome. Creía que, siendo líder desde hacía muchos años, yo debía de ser superior y mejor que nadie, así que envidiaba y rechazaba a cualquiera más capaz que yo. Sabía que esas dos hermanas tenían aptitud, que llevaban una carga y eran eficaces en el deber; eso era bueno para la labor de la iglesia y para la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Sin embargo, yo no pensaba en nada de eso; solo me importaban mi reputación y estatus. Peleaba en silencio contra ellas buscando anomalías y descuidos en su trabajo, para alterarlas y avergonzarlas. Eso las dejaba en un mal estado y ya no llevaban una carga en el deber, lo que también perjudicó el trabajo de la iglesia. Por mantener el estatus, envidiosa de quienes tenían más talento que yo, constreñí a esas dos hermanas, que podían hacer el trabajo real, hasta el punto en que se volvieron negativas. De ese modo, perturbé el trabajo de la iglesia y perjudiqué los intereses de esta. No tenía humanidad. Todo lo que revelaba era un carácter satánico. Satanás no soporta que a la gente le vaya bien y ansía que esta se vuelva negativa, degenerada, y que traicione a Dios. Actuaba como una esbirra de Satanás, perturbando el trabajo de la iglesia. Como líder de iglesia, debía tener en cuenta las intenciones de Dios y formar a la gente para la iglesia para que mis hermanos y hermanas pudieran cumplir con su deber. Pero, en cambio, no solo no formaba a gente con talento, sino que era celosa de ella y la agobiaba. ¿Eso era cumplir con mi deber? Solamente hacía el mal y me oponía a Dios.
Un día me sinceré con una hermana y le hablé de mis celos. Me escuchó y compartió conmigo el ejemplo de los celos de Saúl a David. Me dijo: “Cuando Saúl vio que Dios usaba a David para ganar guerras y que los israelitas lo respaldaban, tuvo celos de David y no hizo más que intentar matarlo. Al final, Saúl fue desdeñado por Dios, y castigado”. Esto me provocó un escalofrío por todo el cuerpo. Pensé en la totalidad de mi conducta reciente. Cuando esas dos hermanas lograban resultados en el deber, me puse celosa de ellas y las constreñí y reprimí a cada paso. No solo les dificultaba las cosas a ellas, me convertía a mí misma en enemiga de Dios. ¿No era igual que Saúl? Al pensar en esto, me asusté un poco y comprendí que la reprensión y disciplina oportunas de Dios le pusieron coto a mi maldad. Si seguía actuando así, las consecuencias serían inimaginables. Luego lo medité una y otra vez: si sabía de sobra que a Dios no le agradan los celos, ¿por qué no podía evitar hacer cosas tendientes a dejar a otros de lado? Leí un pasaje de las palabras de Dios que dice: “Una de las características más obvias de la esencia de un anticristo es que monopolizan el poder y dirigen su propia dictadura. No escuchan ni respetan a nadie y, a pesar de los puntos fuertes de la gente, o de las ideas correctas u opiniones sensatas que esta exprese, o de los métodos adecuados que planteen, no les prestan atención; es como si nadie estuviera cualificado para colaborar con ellos, o para participar en cualquier cosa que hagan. Este es el tipo de carácter que tienen los anticristos. Algunas personas dicen que esto es tener una mala humanidad, pero ¿cómo va a ser eso sencillamente una mala humanidad? Se trata de un carácter satánico absoluto, y tal carácter es sumamente cruel. ¿Por qué digo que su carácter es sumamente cruel? Los anticristos se apropian de todo lo de la casa de Dios y los bienes de la iglesia, y los tratan como propiedad personal, todo lo cual les corresponde administrar, y no permiten que nadie intervenga en ello. Lo único en lo que piensan cuando hacen el trabajo de la iglesia es en sus propios intereses, su propio estatus y su propio orgullo. No permiten que nadie perjudique sus intereses, y mucho menos permiten que cualquiera con aptitud o que sea capaz de hablar de su testimonio vivencial amenace su reputación y su estatus. […] Cuando alguien se distingue con un pequeño trabajo, o cuando alguien es capaz de platicar acerca de un testimonio vivencial verdadero y el pueblo escogido de Dios se beneficia, se edifica y recibe apoyo a partir de él, y se gana grandes elogios de todos, la envidia y el odio crecen en el corazón de los anticristos, y estos tratan de aislarlo y reprimirlo. En ninguna circunstancia permiten que tales personas emprendan ningún trabajo, para evitar que amenacen su estatus. […] los anticristos piensan para sí: ‘De ninguna manera voy a soportar esto. Quieres desempeñar un papel en mi campo de acción, quieres competir conmigo. Eso es imposible, ni lo pienses. Eres más ilustrado que yo, más elocuente, más popular que yo, y persigues la verdad con más diligencia que yo. Si tuviera que colaborar contigo y me robaras el protagonismo, ¿qué haría yo?’. ¿Consideran los intereses de la casa de Dios? No. ¿En qué piensan? Solo piensan en cómo mantener su propio estatus. Aunque los anticristos se saben incapaces de hacer un trabajo real, no cultivan ni promueven a las personas de buena aptitud que persiguen la verdad; a las únicas personas que promueven son a aquellas que los adulan, aquellas que son propensas a idolatrar a otros, que les dan su visto bueno y los admiran de corazón, a las personas embaucadoras, a las que no tienen comprensión de la verdad y son incapaces de discernir” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Quieren que los demás se sometan solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Dios revela que los anticristos no tienen consideración por el trabajo de la iglesia y que solo quieren monopolizar el poder. Se hacen con el control de la iglesia y no dejan que participe nadie más. Excluyen y oprimen a todo aquel que suponga una amenaza a su estatus y se esfuerzan con vehemencia por ocultar los puntos fuertes y los méritos de otros. Yo actuaba igual que un anticristo. Por consolidar mi estatus, no paraba de querer el monopolio del poder y ser la única con voz de mando en la iglesia. Defendía ideas como “Solo puede haber un macho alfa” y “Yo soy el único soberano del universo”. Y no me dejaba superar por nadie. Cuando dos hermanas estaban manejando unos asuntos y no los hablaron conmigo, pensé que no me estaban tomando en serio. Después de todo, yo era una líder, por lo que debían plantearme a mí primero los asuntos de la iglesia. Cuando tuvieron problemas al hacer sus deberes, las critiqué y exageré el problema para dejarlas que hicieran el ridículo a propósito. Yo misma dirigía las reuniones y no les daba a estas hermanas la ocasión de hablar. Incluso llegué a hablar mal de ellas a sus espaldas para que el supervisor pensara que no les gustaba hablar y que siempre había silencios incómodos en las reuniones, y que siempre era yo quien dirigía, como si todo el mérito fuera solo mío. Mi carácter era falso y cruel, y estaba caminando por la senda de un anticristo. En ese momento me di cuenta de que, sin la reprensión y la disciplina de Dios y sin el juicio y la revelación de Sus palabras, nunca habría descubierto la gravedad de la naturaleza de mis actos. No solo había reprimido y dañado a mis compañeras hermanas, sino que también había cometido transgresiones y acciones malvadas. En esa época, sentí un pesar y una culpa extrema. Me odiaba a mí misma por hacer el mal, lamentaba no haber cumplido bien con el deber y me sentía enormemente en deuda con Dios.
Después leí más palabras de Dios: “Como líder de la iglesia no solo has de aprender a usar la verdad para resolver los problemas, también tienes que descubrir y cultivar a la gente de talento, a quienes de ninguna manera debes envidiar ni reprimir. Practicar de esta manera es beneficioso para la obra de la iglesia. Si puedes formar a algunos que persigan la verdad para que cooperen contigo y realicen bien todo el trabajo y, al final, todos vosotros tengáis testimonios vivenciales, entonces eres un líder u obrero cualificado. Si eres capaz de manejar todas las cosas según los principios, entonces estás comprometido con tu lealtad. […] Si realmente puedes mostrar consideración con las intenciones de Dios, podrás tratar a otras personas de manera justa. Si recomiendas a una buena persona y permites que reciba formación y cumpla un deber, con lo que la casa de Dios gana así a una persona talentosa, ¿no facilitará eso tu trabajo? ¿No estarás mostrando lealtad en tu deber? Se trata de una buena obra ante Dios, es el mínimo de conciencia y razón que debe poseer alguien que sirve como líder” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Con las palabras de Dios aprendí que los líderes y obreros han de centrarse en descubrir y formar a gente con talento. Reprimirla y tenerle celos en aras de los propios intereses le resulta abominable a Dios. Pensé en el pesar que sentía por trabajar con aquellas dos hermanas, y tomé una decisión. Sin importar con quiénes trabajara en un futuro, priorizaría los intereses de la iglesia, recomendaría de inmediato a toda la gente con talento que descubriera, y llevaría a cabo mis responsabilidades. Posteriormente, revelé y analicé mi corrupción ante los demás en una reunión, y mientras trabajaba con todos constantemente me recordaba cooperar con ellos, aprender de sus fortalezas y no hacer nada que perturbara el trabajo de la iglesia.
Después de un tiempo, me recuperé un poco de mi enfermedad y la iglesia me puso a trabajar en la producción de videos. La iglesia no tardó en pedirme que diera formación técnica a otra hermana. Tenía aptitud y aprendía rápido. Yo pensaba: “Si aprende todas estas técnicas, ¿ocupará mi lugar? ¿Me despreciará la líder si ve que esta hermana aprende más rápido que yo?”. Tras pensar eso, no quise ser tan diligente en formarla. Me di cuenta entonces de que no me hallaba en el estado correcto, por lo que me apresuré a orar para pedirle a Dios que velara por mi corazón. Recordé unas palabras de Dios: “Primero debes pensar en los intereses de la casa de Dios, tener en cuenta las intenciones de Dios y considerar la obra de la iglesia. Coloca estas cosas antes que nada; solo después de eso puedes pensar en la estabilidad de tu estatus o en cómo te consideran los demás” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Las palabras de Dios me sirvieron de advertencia oportuna; me rebelé contra mis pensamientos incorrectos y me esmeré por formar a esa hermana. Pocos días después, ella pudo hacer videos sola. Mientras trabajábamos juntas, nuestros deberes se tornaron un poco más productivos. Tras experimentar esto, me di cuenta de que la cooperación armoniosa nos trae gozo y paz de corazón. Cooperar en armonía es la única manera de poder recibir el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo y lograr buenos resultados en el deber. Este cambio que he experimentado se debe completamente a las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
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