Un deber no es para negociar bendiciones
Yo siempre he sido enfermizo. Como me diagnosticaron anemia aplásica a los 11 años, tengo muy mal el sistema inmune, tengo débiles el cuerpo y las extremidades y me canso al dar incluso unos pocos pasos. Cuando se agrava mi patología, básicamente estoy encamado. Según mi médico, cuando se agravara, podría infectarme por mi poca inmunidad, con lo que tendría la fiebre alta, y si me hiciera una herida, quizá no pararía de sangrar, cosa que podría ser mortal. Tras aceptar a obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, mejoró mi patología y, además, cumplí con un deber en la iglesia. Muchos años después, no padecía ningún síntoma de mi enfermedad. Para mí, era una bendición de Dios, y le estaba muy agradecido.
Luego empecé a trabajar en la producción de videos en la casa de Dios. Cuando consideraba que estas películas y estos videos daban testimonio de la obra de Dios, me parecía que este trabajo tenía un sentido especial. A su vez, creía que, si me esforzaba por Dios y hacía buenos videos de testimonio de Él, participaría de estas buenas acciones decisivas, con lo que no solo recibiría Su protección y Sus bendiciones, sino que seguro que Él me salvaría y yo sobreviviría al gran desastre. Reflexionar sobre estas cosas hizo que me esforzara aún más en mis competencias y principios profesionales y en producir más trabajos de testimonio de Dios. Cada vez que salía un video terminado y miraba un fragmento que había ayudado a producir, se me alegraba el corazón y sentía todavía más motivación por el deber. Para lograr resultados aún mejores, buscaba activamente información, aprendía habilidades relacionadas y debatía las cosas con mis hermanos y hermanas. En ocasiones, las charlas duraban hasta las 3 de la mañana y yo ya estaba débil, así que tanto trasnochar era demasiado para mi cuerpo. Sin embargo, pensándolo bien, a lo largo de los años no había tenido problemas físicos y trasnochaba estudiando para cumplir mejor con el deber. Además, había sido más o menos productivo en el deber, con lo que seguro que Dios me protegería. Mientras cumpliera con el deber, lograra más y contribuyera, tenía mucha esperanza de salvarme. Aunque ahora sufriera más, valía la pena.
Un día me dijo mi supervisor: “Hermano, entendemos que tu estado físico no es muy bueno. Ahora tenemos mucha carga de trabajo y nos preocupa que, si continúas, recaigas en tu patología. ¿Por qué no vas al hospital a hacerte un chequeo? Si todo es normal, podrás continuar con tu deber aquí. Si no estás muy bien de salud, podrás irte a casa a recuperarte y hacer lo que puedas durante el tratamiento”. Pero entonces no pude someterme ni sosegar mi corazón. Pensé: “Es un momento decisivo en nuestro deber y mis hermanos y hermanas cumplen activamente con él para acumular buenas acciones. Si en este momento estoy mal físicamente, no podré acumularlas en este importante deber y no conseguiré buenos trabajos y resultados. Cuando acabe la obra de Dios, ¿qué le ofreceré yo? ¿No me descartará Dios al final y no caeré en el desastre?”. También pensé que esos años había producido algunos trabajos, por lo que, si me iba a casa a recuperarme de mi enfermedad y no podía continuar en este deber, ¿no estaría renunciando al precio que pagué esos años? Veía que mis compañeros tenían buena salud, no tenían esas preocupaciones y podían cumplir tranquilos con el deber, pero yo iba a perderlo todo. Cuanto más lo pensaba, más negativo me sentía. Mi futuro parecía desolador y perdí interés por el deber. Luego oré a Dios: “¡Dios mío! Estoy muy triste y negativo y tengo multitud de quejas y malentendidos. No puedo salir de este estado. Te pido esclarecimiento para comprender Tu voluntad y mi carácter corrupto, y para someterme a Tus instrumentaciones y disposiciones”.
Después leí estas palabras de Dios: “Estos días, la mayoría de las personas se encuentran en este tipo de estado: ‘Con el fin de ganar bendiciones, debo entregarme por Dios y pagar un precio por Él. Para conseguir bendiciones, debo abandonarlo todo por Dios; debo completar aquello que Él me ha confiado, y cumplir bien con mi deber’. Esto está dominado por la intención de obtener bendiciones, lo que es un ejemplo de entregarse por completo con el propósito de obtener las recompensas de Dios y ganar una corona. Tales personas no tienen la verdad en su corazón y, sin lugar a duda, su entendimiento solo consiste en unas pocas palabras de doctrina de las que presumen por todas partes. La suya es la senda de Pablo. La fe de tales personas es un acto de labor constante y, en lo más profundo, sienten que cuanto más hagan, más quedará probada su lealtad a Dios; que cuanto más hagan, con toda certeza Dios estará más satisfecho, y que cuanto más hagan, más merecerán que se les otorgue una corona ante Dios y mayores serán las bendiciones que obtengan. Piensan que si pueden soportar el sufrimiento, predicar y morir por Cristo, si pueden sacrificar su propia vida, y si pueden acabar todos los deberes que Dios les ha encomendado, entonces serán aquellos que obtienen las mayores bendiciones, y sin duda se les concederán coronas. Es exactamente lo que Pablo imaginó y buscó, la senda exacta por la que transitó; y fue bajo la guía de tales pensamientos que trabajó para servir a Dios. ¿Acaso esos pensamientos e intenciones no surgen de una naturaleza satánica? Igual que los seres humanos mundanos, que creen que mientras estén en la tierra deben buscar el conocimiento y, solo después de obtenerlo, pueden destacar entre la multitud, convertirse en un oficial y tener estatus; piensan que, una vez que tienen estatus, pueden concretar sus ambiciones y llevar sus casas y negocios a nivel de prosperidad. ¿Acaso no siguen todos los incrédulos esta senda? Los que son dominados por esta naturaleza satánica solo pueden ser como Pablo en su fe: Ellos piensan: ‘Debo desecharlo todo para entregarme por Dios; debo ser fiel ante Él y, al final, recibiré grandes recompensas y coronas’. Esta es la misma actitud que la de las personas mundanas que buscan cosas mundanas; no difiere en absoluto y están sujetas a la misma naturaleza. Cuando las personas tienen ese tipo de naturaleza satánica, en el mundo buscarán obtener conocimiento, aprendizaje, estatus y destacar entre la multitud; si creen en Dios, buscarán obtener grandes coronas y grandes bendiciones. Si las personas no buscan la verdad cuando creen en Dios, con toda seguridad tomarán esta senda. Este es un hecho inmutable, es una ley natural. La senda que toman los que no buscan la verdad es diametralmente opuesta a la de Pedro” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo caminar por la senda de Pedro). La palabra de Dios revelaba mi estado preciso. Creía que soportar las dificultades y pagar un precio en el deber para crear videos adecuados, de modo que pudiera contribuir al trabajo de difusión del evangelio del reino, me garantizaba el elogio y la bendición de Dios y que, al final, Él me premiaría y salvaría. Para lograr este objetivo, trasnochaba sin quejarme de cuánto sufría, pero cuando, probablemente, no podría seguir en el trabajo por causas físicas, se hizo añicos mi deseo de bendiciones, con lo que no tenía ganas de cumplir con el deber y no quería esforzarme nada. Vi que siempre había tratado de negociar en mi fe en Dios. Aspiraba a ser utilizado en cargos importantes y a producir trabajos con el fin de pedirle a Dios Su gracia y Sus bendiciones. Siempre afirmaba estar dispuesto a sufrir y esforzarme con el solo propósito, no obstante, de recibir bendiciones. Engañaba a Dios, lo utilizaba. ¡Mis intenciones eran despreciables! Al recordarlo, me di cuenta de que ya no podía resistirme a este entorno. Tenía que someterme, buscar la verdad y corregir las impurezas de mi fe en Dios y mis actitudes corruptas.
Más tarde fui al hospital a hacerme un reconocimiento. Tenía varios indicadores sanguíneos más bajos de lo normal en una persona y el número de plaquetas era muy inferior al normal. Según el médico, era fácil que sufriera hemorragias si no tomaba precauciones. Mi supervisor y mis hermanos y hermanas me propusieron que me fuera un tiempo a casa y continuara con el deber tras recuperarme. Posteriormente, me fui a casa para terminar el tratamiento y acudía a revisiones de vez en cuando. Transcurridos unos meses, mi salud no mejoraba, por lo que me puse algo nervioso y fui a un viejo médico tradicional chino para que me medicara. Dijo el viejo médico: “Su recuperación será un proceso lento. Su enfermedad es grave y tardará mucho en mejorarse”. Me decepcionó mucho lo que dijo el médico. Yo había creído que, cuando me fuera a casa y me repusiera, podría volver a los trabajos en video una vez que mejorara mi enfermedad. Sin embargo, llevaba casi un año en tratamiento. ¿Por qué no mejoraba? Ese año, la casa de Dios produjo multitud de películas y videos, pero no pude participar en su producción por causas físicas. Temía no poder volver a cumplir con este deber en un futuro. Sin suficientes buenas acciones, ¿podría salvarme igualmente cuando terminara la obra de Dios? Cuanto más lo pensaba, más negativo me sentía. De camino a casa, contemplé las hojas al viento y sentí que, al igual que para estas hojas caídas, no había esperanza para mí. Me sentí sumamente desamparado y desolado y no pude evitar quejarme. ¿Por qué tenía esta enfermedad cuando el resto de mis hermanos y hermanas estaban sanos? Si salía del paso en el deber, interrumpía y perturbaba, o si me volvía ineficaz y, por tanto, incapaz de cumplir con el deber, podía cambiar las cosas arrepintiéndome y cambiando. No obstante, la mala salud es un padecimiento congénito, no algo que pueda cambiar esforzándome. Al pensarlo, me sentí abandonado por Dios, lo que me hizo sentir especialmente afligido y triste. Al llegar a casa, me sentía abatido y nada podía animarme. Reflexioné: “Así es mi enfermedad. Nada puede cambiarla. Si no puedo participar en el trabajo importante, ¿qué esperanza tengo de salvarme?”. Empecé a descuidarme por completo. Me pasaba el día mirando películas profanas y la televisión y chateando con gente. Mi relación con Dios se volvió distante, y mi espíritu, más oscuro y vacío. Un día, de pronto me di cuenta: “¿No es mi estado el mismo que el de un incrédulo? ¿En qué se parece al de un creyente en Dios? ¡No soy más que un incrédulo! Si sigo tan debilitado, cada vez estaré más corrompido y, al final, Dios me descartará”. Teniendo esto presente, sentí algo de miedo. Sabía que no podía continuar más así. Tenía que hacer introspección y buscar la verdad para resolver mis problemas.
Luego leí un pasaje de la palabra de Dios. “Nada hay más rebelde que el que la gente no acepte la verdad. Y nada es más peligroso para ella. Si dichas personas son incapaces de aceptar la verdad a perpetuidad, entonces son incrédulas, y una vez hechas añicos las esperanzas de esa gente de ser bendecida, esta se apartará de Dios. ¿Por qué? (Porque a lo que aspira es a las bendiciones y a gozar de la gracia de Dios). Cree en Dios, pero no busca la verdad; a su parecer, la salvación no es más que un adorno, unas lindas palabras. Lo que busca de corazón son premios, coronas, réditos, desea recibir cien veces más en esta vida y la vida eterna en lo venidero; y si no recibe estas cosas, deja de creer, queda al descubierto su verdadero rostro y se aparta de Dios. En su interior no cree en la obra de Dios ni en las verdades expresadas por Dios. A lo que aspira no es a la salvación, y ni mucho menos a cumplir con el deber de una criatura de Dios; por el contrario, no se diferencia en nada de Pablo: desea grandes bendiciones, ostentar un gran poder, llevar una gran corona, estar en igualdad de condiciones con Dios; estos son sus deseos y ambiciones. Por ello, siempre que se puedan obtener ciertos beneficios o ventajas de la casa de Dios, compite por ellos y empieza a hablar de ‘antigüedad’. Lo que piensa para sus adentros es: ‘Tengo derecho a esto, he de conseguir lo que me toca, debo luchar por ello’. Pensar esto la tranquiliza. Se sitúa en la cúpula de la casa de Dios, con lo que cree que dichos beneficios son los que le corresponden. […] Es obvio que su corazón ya lo han usurpado estas cosas a las que aspira y, asimismo, que aquello a lo que normalmente aspira no está de acuerdo en absoluto con la verdad. Por mucho que trabaje, sus objetivos y motivaciones son como los de Pablo: desea recibir la corona, se aferra fuertemente a sus objetivos y motivaciones y jamás los abandona. Sin importar cómo se le enseñe la verdad, cómo sea tratada y podada, revelada y analizada, se niega tenazmente a renunciar a sus motivaciones por las bendiciones. Y cuando no recibe el visto bueno de Dios, cuando ve hechas añicos sus esperanzas de recibir bendiciones, se vuelve negativa e involucionista, abandona el deber y echa a correr. No cumple verdaderamente con su deber de difundir el evangelio del reino ni ha prestado un buen servicio, lo que demuestra por completo que carece de fe sincera en Dios y de auténtica obediencia y que está desprovista de verdaderas experiencias o testimonios, que no es más que un lobo con piel de cordero; en última instancia, un incrédulo acérrimo queda, de este modo, totalmente revelado y descartado, y su fe en Dios por fin se acaba” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9: Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (V)). La palabra de Dios revelaba por completo las despreciables intenciones que albergaba. Aunque accedí a irme a casa a reponerme, en el fondo aún esperaba recuperarme enseguida y continuar creando videos. Al no lograr los resultados deseados tras reiterados tratamientos, sentí que ya no tenía esperanza de cumplir con un deber importante, mi deseo de bendiciones se echó a perder y no tenía motivación para creer en Dios. Me sentía perdido, desequilibrado, y pensaba que Dios era injusto conmigo, por lo que comencé a descuidarme. No quería leer más las palabras de Dios ni orarle. Llegué a descargar mi insatisfacción con Dios siguiendo las tendencias mundanas. Creía en Dios y cumplía con el deber solo para recibir bendiciones. Toda vez que no pude recibirlas, me volví hostil hacia Dios. Lo único que mostré fue el carácter de Satanás y no tenía nada de conciencia ni de sentido. Esto demostró que todo mi esfuerzo previo fue falso y destinado a engañar a Dios. En todos mis años de fe en Dios, Él me proveyó de mucha verdad y me concedió mucha gracia. Sin la protección de Dios, haría mucho que habría muerto, pero no solo no se lo agradecía y retribuía, sino que me quejaba de que Él fue injusto conmigo por no darme un buen cuerpo. ¡Era totalmente irracional y carente de toda humanidad!
Al recordarlo sentí remordimientos y odio hacia mí mismo. Quería corregir de veras mis motivaciones por las bendiciones y dejar de desobedecer a Dios, por lo que le oré para buscar y leí este pasaje de Su palabra. “Dado que recibir bendiciones no es una meta legítima a la que la gente deba aspirar, ¿cuál es una meta legítima? La búsqueda de la verdad, la búsqueda de la transformación del carácter y la capacidad de obedecer todas las instrumentaciones y disposiciones de Dios: estas son las metas a las que la gente debe aspirar. Supongamos, por ejemplo, que ser podado y tratado suscita en ti nociones y conceptos erróneos y que te vuelves incapaz de obedecer. ¿Por qué no puedes obedecer? Porque crees cuestionado tu destino o tu sueño de recibir bendiciones. Te vuelves negativo, te acongojas y tratas de evitar cumplir con el deber. ¿Por qué? Porque hay un problema en tu búsqueda. ¿Y cómo se debe resolver? Es imprescindible que, de inmediato, abandones estas ideas erróneas y busques la verdad para resolver el problema de tu carácter corrupto. Debes decirte: ‘No debo desistir, he de seguir cumpliendo con el deber de una criatura de Dios y hacer a un lado el deseo de recibir bendiciones’. Cuando renuncias al deseo de recibir bendiciones, se te quita un peso de encima. ¿Y puedes estar negativo todavía? Aunque aún haya momentos en que lo estés, no dejas que esto te controle, sigues orando y luchando de corazón, cambiando tu meta de búsqueda ─de recibir bendiciones y tener un destino, a la búsqueda de la verdad─, y piensas para tus adentros: ‘La búsqueda de la verdad es el deber de una criatura de Dios. No hay mayor cosecha que comprender ciertas verdades hoy día, esta es la mayor bendición de todas. Aunque Dios no me quiera, yo no tenga un buen destino y mis esperanzas de recibir bendiciones se hagan añicos, continuaré cumpliendo adecuadamente con el deber, tengo esa obligación. Sea cual sea el motivo, no afectará a mi cumplimiento del deber ni a mi cumplimiento de la comisión de Dios; este es mi principio de conducta’. Con esto, ¿no has trascendido los grilletes de la carne?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo hay entrada en la vida en la práctica de la verdad). Entonces, con la lectura de la palabra de Dios, entendí por qué me quejaba, me volví negativo y perdí los estribos cuando se echó a perder mi deseo de bendiciones. La causa del problema era mi idea incorrecta de la búsqueda. Como lo que buscaba eran bendiciones y un buen destino, siempre estaba limitado por mi futuro y mi suerte. En cuanto se malogró mi deseo de bendiciones, me volví demasiado pasivo como para continuar. Mi deseo de bendiciones era, sencillamente, demasiado fuerte. Soy un ser creado. Tanto si recibo bendiciones y tengo un buen destino como si no, tengo que cumplir igual con mi deber. Aunque no reciba bendiciones, si cumplo con mis responsabilidades y mi deber, al menos no tendré ningún pesar. Se me iluminó el corazón al pensarlo. Tenía que practicar según la senda señalada en la palabra de Dios, renunciar al deseo de bendiciones, cambiar mis ideas equivocadas sobre la búsqueda y cumplir con el deber lo mejor que supiera. Asimismo, aunque un día empeorara mi enfermedad, no podría culpar a Dios. Este es el razonamiento que debe tener un ser creado. Me percaté de que, si no podía cumplir con otros deberes, podría practicar la redacción de artículos en casa, escribir mis experiencias y conocimientos, y compartir con mis hermanos y hermanas en las reuniones. Así también estaba dando testimonio de Dios y cumpliendo con el deber. Tras practicar de este modo, me sentí muy aliviado, no tan limitado por mi suerte y mi futuro.
Un año después fui al hospital por medicación, y me dijo el médico: “Se ha curado su enfermedad. Ya no necesita más medicación. Tan solo ha de estar más atento a su cuerpo y no cansarse”. Al oír decir aquello al médico, estaba emocionadísimo y no podía parar de dar gracias a Dios. Para transformarme y purificarme, Dios había dispuesto a muchas personas y cosas que debía experimentar. Al recordarlo, me sentí aún más indigno de la salvación de Dios. Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino en base a si posee la verdad. No hay otra opción que esta” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Exactamente. Dios decide el desenlace de las personas en función de si tienen o no la verdad, y quienes no alcancen finalmente la verdad no pueden salvarse. Si no busco la verdad ni la transformación de mi carácter, por más que me esfuerce o contribuya, al final, si no se purifican mis actitudes corruptas, no puedo salvarme. Pese a ello, quería engañar con mi esfuerzo a Dios para que me concediera bendiciones. ¿No es una necedad? No eran más que ilusiones mías. Esta vez, aparentemente había perdido la oportunidad de cumplir con el deber por enfermedad, pero, a lo largo de esta, se revelaron mis ideas equivocadas y mi carácter corrupto, con lo que pude cambiar las cosas a tiempo y empezar a centrarme en buscar la verdad. Esa fue la maravillosa protección de Dios sobre mí. Al pensarlo, tuve una gran sensación de remordimiento y de estar en deuda, así que me arrodillé ante Dios a orar: “¡Dios mío! Deseo cambiar mis ideas falaces sobre la búsqueda. Ya no quiero ir en pos de las bendiciones y de los premios. Sea cual sea mi deber en lo sucesivo, deseo buscar la verdad, aspirar a transformar mi carácter y cumplir con el deber para satisfacerte”.
Luego leí la palabra de Dios y mi corazón se iluminó un poco más respecto a cómo abordar el deber. Las palabras de Dios dicen: “Para desempeñar adecuadamente el deber, da igual cuántos años lleves creyendo en Dios, cuánto hayas hecho en tu deber, ni cuánto hayas contribuido a la casa de Dios y mucho menos cuánta experiencia tengas en el deber. Lo principal en lo que Dios se fija es la senda que toma una persona. En otras palabras, se fija en su actitud hacia la verdad y los principios y en el rumbo, origen e impulso que subyacen a sus actos. Dios se centra en estas cosas; son las que determinan la senda que sigues” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). “La gente piensa que todos aquellos que hacen una contribución a Dios deben recibir una recompensa y cuanto mayor sea la contribución, más se da por hecho que deben recibir el favor de Dios. La esencia del punto de vista del hombre es transaccional y él no busca activamente cumplir con su deber como criatura de Dios. Para Él, cuánto más busquen las personas un amor verdadero y una obediencia total a Dios, lo que también significa procurar cumplir con sus deberes como criaturas de Dios, más capaces serán de obtener Su aprobación. El punto de vista de Dios es exigir que las personas recuperen su deber y su estatus originales. El hombre es una criatura de Dios y, por tanto, no debe excederse haciéndole exigencias a Dios y debe limitarse a cumplir con su deber como criatura de Dios. Los destinos de Pablo y Pedro se midieron en función de la capacidad de cada uno para cumplir con su deber como criaturas de Dios, y no según el tamaño de su contribución; sus destinos se determinaron en función de lo que buscaron desde el principio y no según la cantidad de obra que llevaron a cabo ni según la estimación que otras personas hacían de ellos. Por tanto, buscar activamente cumplir con el propio deber como criatura de Dios es la senda hacia el éxito; buscar la senda del amor verdadero a Dios es la senda más correcta; buscar cambios en el viejo carácter propio y buscar el amor puro a Dios, es la senda hacia el éxito. Esa senda hacia el éxito es la senda de la recuperación del deber original y de la apariencia original de una criatura de Dios. Es la senda de la recuperación y también el objetivo de toda la obra de Dios de principio a fin” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Tras leer las palabras de Dios, entendí que, en Su casa, realmente no hay deberes superiores ni inferiores. Que la gente pueda salvarse o no no depende del deber que cumpla, de lo estupenda que sea su labor ni de lo que logre. Mientras ustedes busquen la verdad, cumplan activamente el deber de un ser creado y logren transformar su carácter, pueden alcanzar la verdad y ser salvados por Dios. No es malo de por sí que aspiren a la eficacia en el deber y a contribuir a la iglesia. Siempre que su propósito sea dar testimonio de Dios y sean capaces de buscar la verdad y de actuar según los principios en el deber, podrán recibir el visto bueno de Dios. Cumplir con el deber no es un medio para obtener ganancias ni para recibir premios, sino la responsabilidad de un ser creado. Reciba bendiciones o no, cumpliré con el deber. Después, la iglesia dispuso un deber adecuado a mi estado físico.
Ahora estoy menos limitado por mi futuro y mi destino y, sea cual sea mi deber, sé que lo principal es alcanzar la verdad. Tenga o no un buen final en un futuro, si puedo cumplir mis responsabilidades en el deber, me siento tranquilo y en paz. ¡Gracias a Dios!