Salir de la sombra de la muerte de mi hijo

10 Nov 2024

Por Li Lan, China

En estos años como creyente, siempre supe que, en teoría, nuestro nacimiento, destino y muerte, está todo en las manos de Dios, pero no tenía una comprensión real de Dios. Cuando Dios orquestó una situación que no estaba de acuerdo con mis nociones, cuando mi hijo murió repentinamente en un accidente de motocicleta, me quejé, no comprendí bien y discutí. Fui puesta en evidencia completamente. En ese momento me di cuenta de mi estatura real. Además, pude comprender un poco el error en mis puntos de vista con respecto a obtener bendiciones por medio de la fe.

Era julio de 2017, y mi esposo y yo éramos relativamente conocidos como creyentes a nivel local, tanto que la policía vino a nuestra casa varias veces para investigarnos. Nos vimos obligados a dejar a nuestro hijo y cumplir nuestras obligaciones lejos de casa. Luego, la policía siguió preguntando sobre nosotros, por lo que mi esposo y yo no pudimos volver a casa durante los últimos siete años. A veces, cuando escuchaba a otros niños decir “mamá”, sentía una punzada de tristeza. Solo esperaba poder volver a casa y ver a mi hijo algún día, pero debido a nuestra situación, no nos atrevíamos a volver y solo nos enterábamos sobre nuestro hijo a través de los hermanos y hermanas de mi aldea. Cada vez que escuchaba que mi hijo estaba sano y seguro, le daba gracias a Dios por su cuidado y protección y podía seguir cumpliendo mi deber con tranquilidad.

Una tarde de agosto de 2023, recibí un mensaje de mi supervisor diciendo que el hijo de Wang Kai había muerto en un accidente de motocicleta. Wang Kai es mi esposo. Estaban diciendo que mi hijo había muerto. Parecía imposible, y pensé que tal vez el supervisor se había equivocado. Simplemente no podía creer que mi hijo hubiera muerto. Me froté los ojos y volví a leer el mensaje detenidamente, pero no podría haber sido más claro. Me derrumbé, sin poder contener mi lamento. ¿Cómo podía pasarle algo así a mi familia? Hubiera querido tener alas para volver a casa y ver a mi hijo por última vez, pero la policía nos tenía a mi esposo y a mí en la mira, y no era seguro volver. Pensar en que no podíamos volver para ver a nuestro hijo fallecido dolía como una puñalada en el pecho. Empecé a no comprender bien y culpar a Dios: “¡Oh, Dios! ¿Por qué no protegiste a mi hijo? Desde que comenzamos en la fe, mi esposo y yo siempre hemos cumplido nuestro deber. Nos hemos enfrentado a la persecución y el ataque del gran dragón rojo, dejamos a nuestro propio hijo para cumplir con nuestro deber hasta el día de hoy. Sin importar el deber que la iglesia nos asigne, nunca nos hemos negado. Nuestro hijo tenía apenas 30 años. Era solo un joven. ¡Tuve que enterrar a mi propio hijo! Mi hijo era mi única esperanza como madre, y ahora no tengo nada y ni siquiera llegué a verlo antes de que muriera. Sería mejor morir juntos y estar con él en la otra vida”. Me di cuenta de que me había extraviado en mi pensamiento, que estaba culpando y malentendiendo a Dios, así que empecé de prisa a orar en silencio: “¡Oh, Dios! Cuando escuché que mi hijo había muerto en un accidente de motocicleta, no pude aceptarlo de inmediato, pero no debería haberte culpado ni malentendido. ¡Oh, Señor! Protege mi corazón y permíteme guardar silencio ante Ti”. Oré a Dios y le pedí ayuda una y otra vez, y lentamente comencé a calmarme. Sin embargo, cuando pensaba en cómo había muerto mi hijo y en que nunca lo volvería a ver, me sentía en agonía y débil. Me acosté en la cama y me negaba a comer o beber, sin dormir en toda la noche. Imaginaba la cara de mi hijo y llamaba a su nombre en mi corazón mientras las lágrimas me nublaban la vista.

Durante los días siguientes, vivía en el recuerdo doloroso de mi hijo y no tenía ganas de hacer nada. No tenía motivación para controlar la obra evangélica, y su avance se retrasó. Sabía que no podía estancarme en ese estado porque estaba a cargo de esta obra. Mi hijo había muerto, pero yo tenía que seguir viviendo y cumplir bien mi deber. Me sequé las lágrimas y me arrodillé ante Dios para orar: “¡Oh, Dios! No quiero permanecer en este estado de depresión. Guíame para aprender de esta situación y liberarme de esta tristeza”. Después de la oración, leí un pasaje de las palabras de Dios que mi líder me había enviado: “Algunos padres ignorantes no son capaces de comprender la vida ni el destino, no reconocen la soberanía de Dios y tienden a manifestar comportamientos ignorantes respecto a sus hijos. Por ejemplo, una vez que estos se independizan, puede que se encuentren con ciertas situaciones especiales, adversidades o grandes incidentes. Algunos afrontan enfermedades, otros, se ven involucrados en demandas judiciales, se divorcian, los engañan o los estafan, a otros los secuestran, les hacen daño, les dan brutales palizas o se enfrentan a la muerte. Algunos hijos, incluso, caen en el abuso de drogas y en otras cosas. ¿Qué deberían hacer los padres en estas situaciones especiales y significativas? ¿Cuál es la típica reacción de la mayoría de ellos? ¿Hacen lo que les corresponde como seres creados con identidad de padres? No es común que se enteren de este tipo de asuntos y reaccionen como si le hubiera pasado a un extraño. La mayoría de los padres se pasa la noche en vela hasta que su cabello se vuelve gris, pierde el sueño una noche tras otra, no tiene apetito durante el día, se devana los sesos pensando. Algunos incluso lloran con amargura, al punto que se les enrojecen los ojos y se quedan sin lágrimas. Oran con fervor a Dios, para que tenga en cuenta su fe y proteja a sus hijos, les muestre Su favor y los bendiga, para que sea misericordioso con ellos y les perdone la vida. En esa situación, quedan de manifiesto sus debilidades y vulnerabilidades humanas y sentimientos hacia sus hijos. ¿Qué más se pone de manifiesto? Su rebeldía contra Dios. Le imploran y le oran, le suplican que aleje a sus hijos de las desgracias. Si ocurre alguna catástrofe, oran para que sus hijos no mueran, puedan escapar del peligro, los malhechores no les hagan daño, sus enfermedades se alivien y no se agraven, etcétera. ¿Para qué oran en realidad? (Dios, estas oraciones son exigencias hacia Él, con un matiz de queja). Por una parte, están extremadamente descontentos con la difícil situación de sus hijos, se quejan de que Dios no debería haber permitido que les sucedieran tales cosas. Su insatisfacción se mezcla con la queja y le piden a Dios que cambie de opinión, que no actúe así, que aparte a sus hijos del peligro, que los mantenga a salvo, que cure su enfermedad, los ayude a escapar de los litigios, a evitar el desastre cuando ocurra, etcétera. En resumen, que todo vaya bien. Al orar así, por una parte, le reclaman a Dios, y por otra, le hacen exigencias. ¿Acaso no manifiestan rebeldía? (Sí). Dicen de manera implícita que lo que Dios hace no es correcto ni bueno, que no debería actuar así. Como se trata de sus hijos y creen en Dios, consideran que Él no debería permitir que les pasaran estas cosas. Sus hijos son diferentes a los demás, deberían tener preferencia a la hora de recibir bendiciones de Dios. Su fe en Él es motivo para que Dios bendiga a sus hijos y, si no lo hace, se angustian, lloran, cogen una rabieta y ya no quieren seguirlo. Si su hijo muere, sienten que ellos tampoco pueden seguir viviendo. ¿Es ese el sentimiento que tienen en mente? (Sí). ¿No se trata de una forma de protestar contra Dios? (Sí). Es protestar contra Él(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (19)). Estas palabras dejaron en total evidencia mi estado actual. Cuando me enteré de la muerte de mi hijo en el accidente de motocicleta, no comía ni bebía e incluso discutía irrazonablemente con Dios, me resistía a él, lo culpé y malinterpreté. Lo hice porque tenía una visión equivocada de mi fe. Mi esposo y yo habíamos abandonado a nuestra familia y trabajo para cumplir con las obligaciones sin la más mínima queja sobre las dificultades. Incluso seguimos cumpliendo con nuestros deberes cuando nuestros parientes y vecinos se burlaban de nosotros, y la policía nos perseguía y acusaba. Pensé que mientras renunciara a cosas, me esforzara, sufriera más y pagara un precio más alto con mi deber, Dios ciertamente protegería a mi hijo de enfermedades y accidentes y le permitiría vivir en buena salud. Cuando escuché que mi hijo había muerto en un accidente de motocicleta, empecé a discutir con Dios, a resistirme a Él y a usar lo que abandoné y mi esfuerzo como fundamento para discutir y culparlo por no proteger a mi hijo. También pensé en que no había motivos para seguir viviendo después de la muerte de mi hijo y que sería mejor para mí estar con él en la otra vida. Al reflexionar sobre mi comportamiento, vi que me resistía y estaba insatisfecha con la situación que Dios había orquestado. Me estaba rebelando y vociferando en su contra. ¡Me estaba oponiendo a Dios! La muerte de mi hijo puso en evidencia mi verdadera estatura. Vi con claridad que mi extensa práctica de fe, abandonar a mi familia y mi carrera, sufrir y pagar un precio, era todo solo un intercambio que quería hacer con Dios para obtener gracia y bendiciones. Pensé en la increíble prueba que Job atravesó al perder todas sus propiedades y sus hijos, y cubrirse de llagas, pero él se sometió a Dios incondicionalmente e incluso alabó Su nombre y se mantuvo firme en su testimonio del Señor. Me sentí avergonzada después de comparar mi comportamiento con el de Job. Tenía que dejar de culpar a Dios y empezar a confiar en Él para mantenerme firme como testigo y humillar a Satanás.

Después de eso, seguí leyendo las palabras de Dios y comencé a entender mi punto de vista erróneo sobre la fe. Dios Todopoderoso dice: “¿Acaso no pasó hace mucho la época en la que ‘Bienaventurada será toda la familia de aquel que cree en el Señor’? (Sí). Entonces, ¿por qué siguen ayunando y orando así, y le imploran desvergonzadamente a Dios que proteja y bendiga a sus hijos? ¿Por qué se atreven todavía a protestar y pelear contra Dios, y dicen: ‘Si Tú no lo haces de esta manera, seguiré orando, ¡ayunaré!’? ¿Qué significa ayunar? Hacer huelga de hambre, lo que en otro sentido implica actuar con desvergüenza y tener una rabieta. Cuando alguien no manifiesta pudor frente a los demás, puede que patalee y diga: ‘Oh, mi hijo ha muerto, ya no quiero vivir más. ¡No puedo continuar!’. Ante Dios no se muestra así; en cambio, habla con bastante elegancia, dice: ‘Dios, te imploro que protejas a mi hijo y cures su enfermedad. Dios, Tú eres el gran médico que salva a la gente, Tú lo puedes todo. Te ruego que lo vigiles y lo protejas. Tu Espíritu está en todas partes. Eres justo, eres un Dios que le muestra misericordia a las personas. Te importan y las aprecias’. ¿Qué se quiere decir con esto? Nada de lo que afirma es un error, lo que sucede es que no es el momento adecuado para decirlo. Lo que insinúa es que si Dios no salva a tu hijo ni lo protege, si Él no cumple tus deseos, no es un Dios amoroso, carece de amor, no es un Dios misericordioso y no es Dios. ¿Me equivoco? ¿No es eso actuar con desvergüenza? (Sí). Los que actúan descaradamente, ¿honran la grandeza de Dios? ¿Tienen un corazón temeroso de Dios? (No). Aquellos que obran con desvergüenza son como los bribones, carecen de un corazón temeroso de Dios(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (19)). “La relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es similar a la relación entre empleado y empleador. El primero solo trabaja para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación como esta, no hay afecto; solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño y reprimida indignación. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, entendí que ya hacía tiempo que había terminado la época de: “Bienaventurada será toda la familia de aquel que cree en el Señor”. Sin embargo, seguía manteniendo este punto de vista en mi fe. Al pensar sobre mis muchos años en la fe, por afuera podría haber parecido que había abandonado a mi familia y mi carrera para cumplir con mi deber, pero en realidad solo quería recibir la gracia de Dios. Cuando escuchaba que mi hijo estaba bien, sano y seguro, sin importar qué deber me asignaran, lo hacía obedientemente. Cuando escuché la horrible noticia de la muerte de mi hijo, empecé a discutir con Dios y a resistirme a Él, sin ninguna motivación para cumplir con mi deber. Incluso contemplé suicidarme para estar con mi hijo. Estaba llena de malentendidos y quejas acerca de Dios. Al comparar Sus palabras conmigo misma, vi que era una desvergonzada que había estado haciendo un berrinche. Había creído en Dios por años, había comido y bebido tantas de Sus palabras, pero no tenía lo más mínimo de sumisión o temor de Él en mi corazón. Había pasado esos años de sufrimiento y esfuerzo para obtener bendiciones, solo estaba haciendo una transacción con Dios sin cumplir con mi deber de satisfacerlo en absoluto. Tan pronto como no recibí la gracia y las bendiciones de Dios, comencé a vociferar en su contra y a discutir con Él. ¡No tenía el más mínimo de humanidad ni razón!

Más tarde, leí otro pasaje que me ayudó a entender mejor por qué es errado el pensamiento de: “Bienaventurada será toda la familia de aquel que cree en el Señor”. Dios dice: “Todos tienen un destino adecuado. Estos destinos se determinan según la esencia de cada individuo y no tienen nada que ver con otras personas. La conducta malvada de un hijo o una hija no puede ser transferida a sus padres, y la justicia de un hijo o una hija no puede ser compartida con sus padres. La conducta malvada de los padres no puede ser transferida a los hijos, y la justicia de los padres no puede compartirse con los hijos. Cada cual carga con sus respectivos pecados y cada cual disfruta de sus respectivas bendiciones. Nadie puede sustituir a nadie; esto es justicia(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Con las palabras de Dios logré entender que Él determina el final de las personas de acuerdo a su esencia y comportamiento general. Como creyente, cumplir mi deber era mi responsabilidad, y esto no tenía nada que ver con la suerte y el destino de mi hijo. La suerte de mi hijo no cambiaría solo porque yo creyera en Dios. Él gobierna la suerte de todos, creyentes y no creyentes por igual. Sus disposiciones siempre son justas, por lo que debo someterme. Esto sería lo razonable. Sin embargo, tenía la visión errónea de: “Bienaventurada será toda la familia de aquel que cree en el Señor” y creía que porque había abandonado cosas, me había esforzado y cumplido con mi deber, Dios debía proteger a mi hijo. Esto derivó de mis propias nociones e imaginaciones y no acordaba con la verdad en absoluto.

Al comer y beber las palabras de Dios, entendí el error en mi punto de vista con respecto a obtener bendiciones por medio de la fe. Pensé que finalmente había superado la muerte de mi hijo, pero cuando Dios orquestó otra situación para mí y me enteré de la razón de la muerte de mi hijo, comencé a quejarme de nuevo. El 14 de agosto, me reuní con mi cuñada, que también es creyente, y me contó que en el momento del accidente, parecía que mi hijo no había sido gravemente herido. Lo llevaron al hospital para realizarle algunos estudios por imágenes y luego le dieron de alta para descansar en su casa. Al llegar, comenzó a sentir que le faltaba el aliento y volvió al hospital, pero, en lugar de mejorar, empeoró. Pidió que lo trasladaran a otro hospital, pero el médico tratante se negó. Luego, recién cuando su falta de aliento empeoró, el médico aceptó que lo trasladaran, pero de camino al hospital, mi hijo dejó de respirar. La autopsia reveló que tenía una costilla rota clavada en el pulmón que le había causado una infección. Si lo hubieran operado de manera oportuna, tal vez no habría muerto. Fue el diagnóstico erróneo del hospital lo que llevó a su muerte. Cuando escuché estos detalles, estaba conmocionada y casi me desmayé. El dolor emocional se sentía como una puñalada en el pecho. Abracé a mi cuñada y rompí en llanto. Pensé para mí misma: “Si mi esposo y yo hubiéramos estado allí para insistir en que lo transfirieran a tiempo, tal vez no habría muerto”. Mi cuñada trató de consolarme y dijo: “Hay una intención de Dios en esta experiencia. Trata de aceptar esto de Él”. Los comentarios de mi cuñada me ayudaron a darme cuenta de repente que me estaba quejando una vez más. Oré a Dios en silencio y le pedí que protegiera mi corazón y me ayudara a someterme a Su soberanía y a Sus disposiciones. Recordé entonces un pasaje de las palabras de Dios que había leído unos días atrás: “Dios planea y ordena Su soberanía. ¿Está bien que tú quieras cambiarla? (No). No está bien. Por tanto, nadie debe hacer cosas tan necias e irrazonables(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (19)). Al pensar en estas palabras, me di cuenta de que Dios es quien ordena la vida y la muerte del hombre. Incluso si hubiéramos estado en casa y hubiéramos insistido para que el médico lo operara más rápido, si ese era su momento, igual habría muerto y no había nada que pudiéramos hacer al respecto. Era tan irrazonable de mi parte quejarme con Dios. Al darme cuenta de esto, me sentí mucho más tranquila. Estaba dispuesta a someterme a Su soberanía y cumplir con mi deber en paz.

Más tarde, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios en un video que me dio una idea de la visión errónea de perseguir bendiciones por medio de la fe. Dios Todopoderoso dice: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él sea bendecido o maldecido. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Ser bendecido es cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Ser maldecido es cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; es cuando alguien no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si son bendecidos o maldecidos, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para ser bendecido y no debes negarte a actuar por temor a ser maldecido. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que cumplir con el deber y ser bendecido o maldecido no tienen ninguna relación. Los deberes son la comisión de Dios para los hombres y son nuestra responsabilidad ineludible que todos debemos cumplir natural y justificadamente. Soy un ser creado, y Dios me dio la vida, así que debo cumplir con mi deber y no debería usar las cosas que abandoné ni mis esfuerzos como moneda de cambio con Dios para obtener gracia y bendiciones. Sean creyentes o no, Dios dispone y gobierna el destino de todos. Nacer, envejecer, enfermarse y morir son fenómenos naturales, y debo someterme a la soberanía y las disposiciones del Señor.

Luego, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Amas y proteges a tus hijos, les tienes afecto y no puedes desprenderte de ellos, así que no permites que Dios haga nada. ¿Tiene esto sentido? ¿Concuerda con la verdad, la moralidad, o la humanidad? No concuerda con nada, ni siquiera con la moralidad, ¿no es cierto? No aprecias a tus hijos, los proteges, estás bajo la influencia de tus sentimientos. Dices, incluso, que no vas a seguir viviendo si tu hijo muere. Dado que eres tan irresponsable respecto a tu propia vida y no aprecias la que Dios te ha dado, si quieres vivir para tus hijos, entonces, adelante, muere con ellos. Da igual la enfermedad que contraigan, tú también deberías infectarte enseguida y morirte junto con ellos. O mejor busca una cuerda para ahorcarte, ¿no sería sencillo? Después de que mueras, ¿seréis tú y tus hijos de la misma clase? ¿Seguiréis teniendo la misma relación física? ¿Continuaréis sintiendo afecto el uno por el otro? […] ¿Dónde irán después de morir? Una vez que mueren, su cuerpo suelta el último aliento, su alma parte y se despiden por completo de ti. Ya no te reconocerán, ni siquiera se quedarán ni un segundo más, simplemente regresarán al otro mundo. Cuando regresan a ese otro mundo, lloras, los echas de menos y te sientes desdichado y atormentado, afirmas: ‘¡Oh, mi hijo ha muerto y jamás podré volver a verlo!’. ¿Tiene conciencia un muerto? No tiene conciencia de ti, no te echa de menos para nada. Una vez que abandona su cuerpo, se convierte enseguida en alguien ajeno y ya no tiene relación contigo. ¿Qué piensa de ti? Dice: ‘¿Por quién llora esa vieja, ese viejo? Oh, lloran por un cuerpo, me parece que me acaban de separar de ese cuerpo, ya no soy tan pesado ni tengo el dolor de la enfermedad, soy libre’. Eso es lo que sienten. Tras morir y abandonar su cuerpo, continúan existiendo en el otro mundo, aparecen de una forma diferente y ya no tienen relación contigo. Tú aquí los lloras y añoras, sufres por ellos, pero ellos ni sienten ni saben nada. Pasados muchos años, debido al destino o la coincidencia, es probable que se conviertan en tu colaborador o en tu compatriota, o puede que vivan lejos de ti. A pesar de que vivís en el mismo mundo, seréis dos personas diferentes sin conexión entre sí. Aunque alguien pueda acreditar que fue tal o cual en su vida pasada debido a circunstancias especiales o por algo concreto que se dijo, él no siente nada al verte y tú tampoco al verlo a él. Si bien en una vida anterior fue tu hijo, ahora no sientes nada por él, tú solo piensas en tu hijo fallecido. Él tampoco siente nada por ti. Tiene sus propios padres, su propia familia y un apellido diferente, no guarda relación contigo. Pero tú sigues ahí echándolo de menos. ¿Qué echas de menos? Solo el cuerpo físico y el nombre que una vez estuvo relacionado contigo por sangre; es solo una imagen, una sombra que permanece en tus pensamientos o en tu mente, sin auténtico valor. Se ha reencarnado, se ha transformado en humano o en cualquier otra criatura viva, no guarda relación contigo. Por tanto, cuando algunos padres dicen: ‘¡Si mi hijo muere, yo tampoco seguiré viviendo!’, es pura ignorancia. Su tiempo en esta vida ha llegado a su fin, pero ¿por qué ibas tú a dejar de vivir? ¿Por qué hablas con esa irresponsabilidad? La vida de tu hijo ha terminado, Dios ha cortado su hilo y ahora tiene otra tarea, ¿qué tiene que ver eso contigo? Si tú tienes otra tarea, Dios también te cortará a ti los hilos, pero todavía no es así, así que tienes que seguir viviendo. Si Dios te quiere vivo, no puedes morir. Independientemente de que se trate de tus padres, tus hijos o cualquier otro pariente o persona con vínculos de sangre en tu vida, en lo que respecta al afecto, la gente debe tener el siguiente punto de vista y comprensión: Si el afecto que existe entre las personas conlleva vínculos de sangre, basta con cumplir con la propia responsabilidad. Aparte de hacerlo, nadie tiene la obligación ni la capacidad de cambiar nada. Por tanto, resulta irresponsable que los padres digan: ‘Si nuestro hijo ha muerto, si como padres debemos enterrar a nuestro propio hijo, no vamos a seguir viviendo’. Si de veras los padres entierran a sus hijos, resulta evidente que ese era el tiempo con el que contaban en este mundo y tenían que marcharse. Pero sus padres permanecen aquí, así que deberían continuar viviendo bien. Por supuesto, de acuerdo con su humanidad, es normal que la gente piense en sus hijos, pero no debería malgastar el tiempo que le queda echando de menos a los que han fallecido. Es una necedad. Por tanto, al tratar este asunto, la gente debería, por una parte, responsabilizarse de su propia vida, y por otra, comprender por completo las relaciones familiares. La verdadera relación que existe entre las personas no se basa en lazos carnales y de sangre, sino en la que se establece entre un ser vivo y otro creado por Dios. Esta clase de relación no entraña lazos carnales y de sangre, se da solo entre dos seres vivos independientes. Si lo piensas desde semejante ángulo, como padre, cuando tus hijos sufren la desgracia de caer enfermos o de que su vida esté en peligro, debes afrontar estos asuntos adecuadamente. No deberías renunciar al tiempo que te queda, a la senda que deberías tomar o a las responsabilidades y obligaciones que has de cumplir a causa de las desgracias o la muerte de tus hijos; deberías afrontar este asunto correctamente. Si cuentas con los pensamientos y puntos de vista adecuados y puedes desentrañarlos, serás capaz de superar rápidamente la desesperación, la pena y la añoranza. Pero ¿y si no puedes desentrañarlos? Entonces es posible que te ronden el resto de tu vida, hasta el día que te mueras(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (19)). Después de leer estas palabras, vi todo con mayor claridad. Mientras mi hijo estaba vivo, éramos madre e hijo y teníamos una relación de sangre. Lo di a luz y lo crie hasta la adultez; mi responsabilidad ya estaba completa. Pero su suerte, cuándo y cómo moriría, y cuál sería su final y destino, estaban sujetos a las disposiciones y orquestaciones de Dios. Su tiempo había terminado, y Dios le quitó el aliento de vida. Tan pronto murió, su alma dejó su carne, yo ya no tenía relación con él en lo más mínimo, y ya no nos conocíamos. Había creído en Dios por muchos años, había leído muchas de Sus palabras y cumplido muchos deberes, y fue Él quien me había guiado por el camino correcto en la vida y me había dado la oportunidad de alcanzar la verdad y ser salvada. Sin embargo, cuando me enfrenté a la muerte de mi hijo, solo quería morir junto con él y abandonar mi deber y mi oportunidad de salvación. Vi que no tenía ni un poco de conciencia ni razón. Sabía que tenía que salir del dolor de la muerte de mi hijo, reponerme y usar los días que me quedaran para cumplir con mi deber, divulgar el evangelio del reino de Dios y llevar a más creyentes ante Él.

Más adelante, cuando volvía a pensar cada tanto en mi hijo, Oraba a Dios y cantaba el himno de Sus palabras “Cómo ser perfeccionado”: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes someterte a Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Sólo esto es amor y fe verdaderos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Cantar ese himno de las palabras de Dios me había tocado profundamente. La intención del Señor era fortalecer mi determinación a través de pruebas, someterme a Su soberanía y a sus disposiciones y cumplir con mi deber. De esto se trata el verdadero amor por Dios. Después de darme cuenta de Su intención, lloré por la culpa y ya no quería estancarme en el duelo por la muerte de mi hijo. Había perdido a mi hijo, pero todavía tenía a Dios, mi mayor apoyo.

Durante esta experiencia inolvidable, es cierto que sufrí hasta cierto punto, pero obtuve un mejor entendimiento de la soberanía de Dios y reconocí el error en mi punto de vista sobre la fe. Si esta experiencia no me hubiese puesto en evidencia, nunca habría reconocido mi verdadera estatura, corrupción e impurezas. Gané todo esto mediante la guía de las palabras de Dios. ¡Agradezco al Señor desde el fondo de mi corazón!

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