Cómo emergí de la sombra de la muerte de mi madre
En 2012, la policía me detuvo por cumplir con mi deber y me condenaron a cinco años de cárcel. Mi madre ya tenía más de 60 años y sufría de hemiplejia, pero aun así venía a visitarme. Al verla con dificultades para moverse y mantenerse de pie, me sentía muy angustiada. Me había criado durante tantos años y, en vez de disfrutar de mis cuidados, seguía preocupándose por mí a su avanzada edad. Al salir de la cárcel, me enteré de que, mientras estaba encarcelada, la policía había ido a casa a preguntar por mí. Grabaron a mi madre y la intimidaron. Ella se asustó y su estado de salud empeoró. Sentí que le debía mucho y pensé: “A partir de ahora, tengo que cuidar bien a mi mamá y hacer que sufra menos”. Pero no pude cumplir mi deseo. La policía seguía investigándome y vigilándome sin parar, y por mi seguridad, tuve que dejar mi hogar para cumplir con mi deber.
Dos años después, supe que mi madre estaba en casa de mi hermana, así que fui a verla en secreto. Su vista había empeorado y no veía bien; y cojeaba apoyándose en un bastón. Le costaba moverse y tenía dificultades para hablar. Fue muy duro verla así. Sobre todo cuando me preguntó: “¿Cuándo volverás?”. No supe qué decir. Como la policía seguía buscándome, esta vez me había arriesgado a visitarla. Si me iba, no sabía cuándo volvería. Mi madre me miró, esperando una respuesta, pero yo no lo sabía, así que solo le acaricié el hombro y no dije nada. Después de irme, la pregunta de mi madre resonaba en mi cabeza. Cuanto más pensaba en eso, peor me sentía. No podía hacerle ni una simple promesa, y sentía que le había fallado. Poco después, supe que habían detenido a mi hermana. Ya no me atreví a ir a su casa. Sentía como si un cuchillo se retorciera en mi corazón. Mi madre era muy mayor y yacía en cama sin poder moverse. Podía morir cualquier día. Como su hija, ni siquiera tuve la oportunidad de cumplir con mi responsabilidad hacia ella. Poco después, llegó el brote de coronavirus y la gente moría en todas partes. No pude evitar preocuparme de nuevo y pensaba: “¿Se contagiará mi madre? ¿Podrá evitar esta desgracia? Si muere, ni siquiera habré podido verla por última vez”. Luego, hallé la forma de contactar con mi familia. Supe que mi madre había fallecido hacía casi un mes. Al oír esto, me senté en mi silla, con la mente en blanco, luchando por contener las lágrimas. No pude verla por última vez antes de que muriera. ¿Habrá pensado que no tenía conciencia? ¿Habrá dicho que fui cruel? Cuando volví, lloré desconsoladamente. Mi madre me había criado durante tantos años, pero cuando estaba viva, no pude cuidarla, y cuando murió, no pude verla por última vez. La conciencia me atormentaba y me envolvía la culpa. Durante ese tiempo, veía a ancianos tomando el sol en la puerta de su casa, con sus hijos e hijas cuidándolos, y pensaba, “No acompañé a mi madre cuando se sentaba al sol en la puerta. No le corté las uñas ni el pelo”. Cuando la hermana de mi familia anfitriona cocinaba una buena comida, también pensaba: “No pude cocinarle algo así a mi madre, y ya nunca podré hacerlo”. Durante el Festival de Primavera, veía a todos en la calle apresurándose a volver a sus pueblos. Algunos iban en coche con sus hijos para visitar a los ancianos. Contaba cuántos años hacía que no acompañaba a mi madre. Durante ese tiempo, estaba desanimada y sin rumbo. Aunque cumplía con mi deber, siempre que tenía un momento libre, pensaba en mi madre y me sentía en deuda con ella. Mi corazón no se calmaba al leer las palabras de Dios, y siempre tenía sueño. Me volví superficial y cumplía con mi deber por inercia, sin hablar con los hermanos y hermanas que me acompañaban. Cuando estudiábamos juntos sobre las habilidades profesionales, mi mente estaba en otra parte. Cuando el líder venía a preguntar por el trabajo, no quería responder, y si lo hacía, solo decía unas palabras superficiales. No prestaba mucha atención a mi deber. Me hundía en la decadencia y no producía resultados en mi deber. Incluso pensaba en buscar un trabajo aparte de mi deber, pues no quería dedicar todo mi tiempo a esforzarme en él.
Luego, me di cuenta de que era peligroso seguir así, y me apresuré a orar y leer las palabras de Dios. Leí las palabras de Dios que decían: “La enfermedad de tus padres ya te ocasionaría un trauma, así que su muerte supondría otro aún mayor. Entonces, antes de que eso suceda, ¿cómo deberías solucionar el golpe inesperado que te provocará, de modo que no interfiera en el cumplimiento de tu deber o en la senda que caminas ni incida sobre esto o lo afecte? Primero, vamos a fijarnos exactamente en qué es la muerte y en qué consiste morir. ¿Acaso no significa que una persona deja este mundo? (Sí). Quiere decir que la vida que posee una persona, que tiene una presencia física, se desvincula del mundo material que pueden ver los humanos y desaparece. Esta persona se va entonces a vivir a otro mundo, con otra forma. El hecho de que la vida de tus padres desaparezca significa que la relación que tienes con ellos en este mundo se ha disuelto, se ha disipado y ha terminado. Viven en otro, con otras formas. En cuanto a cómo les irá la vida en ese otro mundo, si van a regresar a este, te los vas a encontrar de nuevo o si van a tener alguna clase de relación carnal o vínculos afectivos contigo, eso lo ordena Dios y no tiene nada que ver contigo. En resumen, el hecho de que mueran significa que sus misiones en este mundo han terminado y han alcanzado un punto final. Sus misiones en esta vida y en este mundo han terminado, así que tu relación con ellos también. […] La última noticia que oirás en este mundo sobre tus padres será la de su muerte, y será el último obstáculo que verás o del que oirás hablar relacionado con sus experiencias de nacer, envejecer, enfermar y morir en su vida; eso es todo. Sus muertes no te quitarán ni te darán nada, simplemente habrán muerto, su viaje como personas habrá llegado a su final. Por tanto, en lo que respecta a su muerte, no importa que sea accidental, natural, por enfermedad, etcétera, ya que en cualquier caso, si no fuera por la soberanía y los arreglos de Dios, ninguna persona o fuerza podría quitarles la vida. Su muerte solo implica el fin de su vida física. Si los echas de menos y los añoras, o te avergüenzas de ti mismo por tus sentimientos, no deberías sentir nada de eso ni es necesario que tengas esos sentimientos. Han partido de este mundo, así que echarlos de menos resulta redundante, ¿verdad? Puede que pienses: ‘¿Me echaron de menos mis padres todos esos años? ¿Cuánto más sufrieron porque yo no estaba a su lado mostrándoles piedad filial durante tanto tiempo? A lo largo de ese periodo, siempre deseé poder pasar unos días con ellos, nunca esperé que murieran tan pronto. Me siento triste y culpable’. No es necesario que pienses así, su muerte no tiene nada que ver contigo. ¿Por qué? Aunque les mostraras piedad filial o los acompañaras, esta no es la obligación ni la tarea que Dios te ha encomendado, Él ha ordenado cuánta buena fortuna y cuánto sufrimiento les causarás a tus padres; esto no tiene nada que ver contigo en absoluto, y no van a tener una vida más larga porque estés con ellos, así como no van a tener una vida más corta porque estés lejos de ellos y no puedas estar a menudo a su lado. Dios ha ordenado cuánto vivirán, y no tiene nada que ver contigo. Por tanto, si a lo largo de tu vida te enteras de que tus padres han fallecido, no te tienes que sentir culpable. Deberías abordar este asunto de la manera adecuada y aceptarlo” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (17)). Al leer las palabras de Dios, me conmoví mucho, sobre todo cuando leí: “Dios ha ordenado cuánta buena fortuna y cuánto sufrimiento les causarás a tus padres; esto no tiene nada que ver contigo en absoluto”. No importaba el sufrimiento que mi madre hubiera padecido en su vida ni cómo hubiera fallecido, todo fue dispuesto por Dios. Aunque hubiera estado cerca y la hubiera cuidado en su vida diaria, no habría aliviado en absoluto su enfermedad física, y mucho menos prolongado su vida. El nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte son las leyes de la existencia que Dios ha estableció para el hombre. Cada persona debe afrontarlas y nadie puede quebrantarlas. Sabía que no debía vivir en un estado de culpa. Debía mantener una actitud racional y aceptar y someterme a la soberanía y los arreglos de Dios. Mi madre era muy mayor y su muerte fue normal. Su muerte significaba el fin de su misión en este mundo. Llevaba enferma más de 20 años, mientras otros con la misma enfermedad murieron en pocos años. Que ella viviera tanto tiempo y oyera las palabras de la boca de Dios era ya una gracia y una bendición de Dios. Al reconocerlo, mi corazón se liberó un poco y no sentí tanto remordimiento ni opresión por su muerte.
Un día, durante una reunión, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Algunos abandonan a sus familias porque creen en Dios y cumplen sus deberes. Se hacen famosos por este motivo y el gobierno registra a menudo sus casas, acosa a sus padres e incluso amenaza con entregar a estos a las autoridades. Todos sus vecinos hablan de ellos y dicen: ‘Esta persona no tiene conciencia. No se preocupa de sus padres ancianos. No solo es un mal hijo, sino que además causa muchos problemas a sus padres. ¡Es un mal hijo!’. ¿Se ajusta alguna de estas palabras a la verdad? (No). Pero ¿acaso no se consideran correctas todas estas palabras a ojos de los no creyentes? Estos piensan que esta es la manera más legítima y razonable de contemplar esta cuestión, que es conforme a la ética humana y que es conforme a las normas de la conducta humana. Por mucho contenido que tengan estas normas, como por ejemplo la forma de mostrar respeto filial a los padres, de cuidar de ellos en su vejez, de preparar sus funerales, o cuánto corresponderlos, e independientemente de si estas normas son conformes a la verdad o no, desde la perspectiva de los no creyentes son cosas positivas, son energía positiva, son correctas y se consideran irreprochables dentro de todos los grupos de personas. Para los no creyentes, estas son las normas que debe acatar la gente y uno debe hacer estas cosas para ser una persona adecuadamente buena en sus corazones. Antes de que creyeras en Dios y entendieras la verdad, ¿acaso no creías firmemente también que este tipo de conducta se correspondía con ser una buena persona? (Sí). Además, utilizabas estas cosas para evaluarte y refrenarte, y te exigías ser así. Para ser una buena persona, seguro que habrás incluido los siguientes conceptos en tus normas de conducta: cómo ser un buen hijo, cómo hacer que tus padres tengan menos preocupaciones, cómo honrarlos y enorgullecerlos y cómo glorificar a tus antepasados. Estas eran las normas de conducta en tu corazón y la dirección de la misma. No obstante, después de escuchar las palabras de Dios y Sus sermones, tu punto de vista comenzó a cambiar y entendiste que debes renunciar a todo para cumplir tu deber como ser creado y que Dios requiere que la gente se comporte de esta manera. Antes de que estuvieras seguro de que cumplir tu deber como ser creado era la verdad, pensabas que debías ser un buen hijo, pero también sentías que debías cumplir tu deber como ser creado y vivías en un conflicto interior. A través del constante riego y guía de las palabras de Dios, llegaste gradualmente a entender la verdad y fue entonces cuando te diste cuenta de que cumplir tu deber como ser creado es perfectamente natural y está justificado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es la realidad-verdad?). Dios desenmascaró los pensamientos que tenía en mi mente. Para mí, si las personas son buenos hijos con sus padres, los cuidan en la vejez y organizan sus funerales, entonces son diligentes; son buenas personas. Si uno no puede ser un buen hijo, entonces no tiene conciencia y no es una buena persona. Juzgaba si una persona era buena o mala según su ética, sus virtudes y su moralidad. Esto no se ajusta en absoluto a las palabras de Dios ni a la verdad. Trataba la cultura tradicional como algo positivo, pensando que mi madre me había criado, así que debía cuidarla en su vejez. Como no podía ser buena hija con mis padres mientras cumplía con mi deber, y como mi madre se vio envuelta en mis problemas después de que me detuvieran y encarcelaran, me creía carente de conciencia y humanidad. Ahora veía que pensaba igual que los no creyentes; era la idea de los incrédulos. Pensé en los discípulos que siguieron al Señor Jesús, así como en los misioneros, que viajaron a tierras lejanas para difundir el evangelio de Dios. Para la gente, que dejaran de lado a sus padres y familias era cruel y carente de humanidad. Pero ellos, que difundían el evangelio y cumplían con sus deberes, eran los que realmente tenían conciencia y humanidad. Tal como dicen las palabras de Dios: “Quizás eres excepcionalmente amable y dedicado a tus parientes, tus amigos, tu esposa (o esposo), tus hijos e hijas y tus padres, y nunca te aprovechas de nadie, pero si eres incapaz de ser compatible con Cristo, si eres incapaz de relacionarte en armonía con Él, entonces, aun si gastas todo lo que tienes ayudando a tus vecinos, o si le brindas a tu padre, a tu madre y a los miembros de tu casa un cuidado meticuloso, te diría que sigues siendo una persona perversa y, más aún, lleno de trucos astutos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Quienes son incompatibles con Cristo indudablemente se oponen a Dios). De las palabras de Dios, vi que, independientemente de lo bien que uno cuide a sus familiares, si no puede practicar la verdad, cumplir bien con su deber o ser compatible con Cristo, entonces es una persona malvada. Tras la muerte de mi madre, siempre estaba afligida y no pensaba en cumplir bien mi deber, incluso me arrepentía de haberle dedicado todo mi tiempo. Había creído en Dios durante muchos años, pero mi idea de las cosas seguía siendo la misma que la de los no creyentes. Era una incrédula. Estaba muy molesta y, llorando, oré y me arrepentí ante Dios, expresando mi voluntad de cambiar mis ideas y no vivir en este estado negativo.
Un día, leí más palabras de Dios: “En lo que respecta a manejar las expectativas de los padres, ¿quedan claros los principios que se han de seguir y de qué cargas hay que desprenderse? (Sí). Entonces, ¿cuáles son exactamente las cargas que la gente acarrea en este caso? Debes escuchar a tus padres y permitirles tener una buena vida; lo hacen todo por tu propio bien, y tú has de comportarte del modo que ellos aseguran que corresponde a un buen hijo. Asimismo, como adulto, debes hacer cosas por tus padres, devolverles su gentileza, ser buen hijo con ellos, acompañarlos, no ponerlos tristes ni decepcionarlos ni defraudarlos, y hacer todo lo posible para minimizar su sufrimiento o incluso eliminarlo por completo. Si eres incapaz de lograr esto, es que eres un desagradecido, un mal hijo, mereces que te parta un rayo y los demás te desdeñen, y eres una mala persona. ¿Son estas tus cargas? (Sí). Ya que estas cosas son las cargas que lleva la gente, hay que aceptar la verdad y afrontarlas adecuadamente. Aceptar la verdad es la única manera de transformar y desprenderse de estas cargas y estos pensamientos y puntos de vista incorrectos. Si no aceptas la verdad, ¿hay otra senda que puedas tomar? (No). Así, ya se trate de desprenderse de las cargas de la familia o de la carne, todo empieza por aceptar los pensamientos y puntos de vista correctos y la verdad. A medida que empieces a aceptar la verdad, comenzarás a desmontar, discernir y desentrañar estos pensamientos y puntos de vista erróneos que habitan en ti, y luego los irás rechazando paulatinamente. Durante este proceso de desmontar, discernir y luego desprenderte y rechazar estos pensamientos y puntos de vista erróneos, tu actitud y enfoque hacia tales asuntos se transformarán poco a poco. Esos pensamientos que provienen de tu conciencia humana o de tus sentimientos se irán debilitando; ya no te atribularán ni te atarán desde el fondo de tu mente, no controlarán ni influenciarán tu vida y no interferirán en el cumplimiento del deber. Por ejemplo, si has aceptado los pensamientos y puntos de vista correctos y este aspecto de la verdad, cuando te enteres de la noticia de la muerte de tus padres, simplemente derramarás lágrimas por ellos sin pensar que en estos años no les has retribuido la gentileza de criarte, en lo mucho que les hiciste sufrir, que no los recompensaste ni lo más mínimo o que no les permitiste tener una buena vida. Ya no te culparás más a ti mismo por estas cosas. En cambio, manifestarás expresiones normales surgidas de las necesidades de los sentimientos humanos corrientes, derramarás lágrimas y luego los añorarás un poco. Estas cosas pronto se volverán naturales y normales, y te sumirás rápidamente en una vida normal y en cumplir con tu deber; no te preocupará este asunto. Pero si no aceptas estas verdades, entonces, cuando recibas la noticia del fallecimiento de tus padres, llorarás sin parar. Sentirás pena por ellos, que no lo tuvieron nada fácil durante toda su vida y que criaron a alguien como tú, que es un mal hijo. Cuando estuvieron enfermos, no los atendiste junto a su cama y, cuando murieron, no lloraste en su funeral ni te pusiste de luto. Los defraudaste, los decepcionaste y no les dejaste tener una buena vida. Albergarás ese sentimiento de culpa durante mucho tiempo, y llorarás y sentirás un dolor sordo en el corazón cada vez que pienses en ello. Cuando te encuentres con circunstancias o personas, acontecimientos y cosas relacionados con esto, reaccionarás con emotividad. Puede que este sentimiento de culpa te acompañe el resto de tu vida. ¿Por qué razón? Porque nunca aceptaste la verdad ni los pensamientos y puntos de vista correctos como tu vida. En su lugar, esta se ha seguido viendo influenciada por tus viejas ideas y puntos de vista, que aún te dominan. Así que te pasarás lo que te queda de existencia sufriendo por la muerte de tus padres. Este continuo sufrimiento tendrá consecuencias que irán mucho más allá de un poco de incomodidad carnal. Afectará a tu vida, a tu actitud hacia el cumplimiento del deber, hacia la obra de la iglesia, hacia Dios, y también hacia cualquier persona o asunto que te toque el alma. Puede que también te desalientes y te desanimes respecto a más asuntos, te muestres abatido y pasivo, pierdas la fe en la vida, el entusiasmo y la motivación por todo, y otras cosas más. Con el tiempo, el impacto no se limitará a la simple vida cotidiana; también afectará a tu actitud frente al cumplimiento de tus deberes y a la senda que tomes en la vida. Esto es muy peligroso, y puede ocasionar que no puedas cumplir de forma adecuada tu deber como ser creado, e incluso que dejes a medias o albergues un estado de ánimo y una actitud de resistencia hacia los deberes que cumples. En resumen, este tipo de situación empeorará inevitablemente con el tiempo y hará que tu estado de ánimo, tus emociones y tu mentalidad evolucionen en una dirección maligna” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (16)). Pensaba en cómo, durante los años en que creí en Dios, siempre traté a los dichos tradicionales como “Honra merece quien a los suyos se parece” y “No viajes muy lejos mientras aún vivan tus padres” como cosas positivas, como criterios para mi conducta. Cuando mi deber entraba en conflicto con cuidar a mi madre, aunque me fui de casa para cumplir con mi deber, siempre me preocupaba por ella y me sentía en deuda porque no la estaba cuidando. Tras enterarme de su muerte, viví con remordimiento y dolor por no haberla cuidado en su vejez ni haber organizado su funeral. Mi madre me había criado, pero no solo no la cuidé, sino que ni siquiera pude verla por última vez antes de morir. Sentía que no tenía conciencia ni humanidad y pensaba que otros me maldecirían y criticarían. Vivía sumida en el dolor de perder a mi madre porque consideraba los dichos “Honra merece quien a los suyos se parece” y “Cuida de tus padres en la vejez y organiza sus funerales” como verdades que debía cumplir. Como no los había seguido, vivía con culpa, sin poder perdonarme, y veía mi deber con pasividad. Estas nociones tradicionales me habían desorientado. Al enterarme de su muerte, no pude someterme a la soberanía y los arreglos de Dios, vivía en un estado de melancolía, arrepentimiento y remordimiento, era negativa y descuidaba mi deber. Sin darme cuenta, me había opuesto a Dios y me había convertido en Su enemiga. Después, leí otro pasaje de las palabras de Dios y aprendí cómo debía considerar a mis padres. Las palabras de Dios dicen: “Algunos quieren cumplir su deber, pero también sienten que deben honrar a sus padres, lo que implica sentimientos. Si simplemente sigues podando tus sentimientos y te dices que no debes acordarte de tus padres ni de tu familia, que solo debes pensar en Dios y centrarte en la verdad, pero aún no puedes evitar tener en mente a tus padres, no serás capaz de resolver el problema fundamental. Para solucionarlo, debes diseccionar las cosas que pensabas que eran correctas, junto con los dichos, los conocimientos y las teorías que has heredado y que son conformes a las nociones humanas. Además, al tratar con tus padres, el hecho de si cumples tus obligaciones como hijo de cuidar de ellos debe basarse por completo en tus condiciones personales y las instrumentaciones de Dios. ¿Acaso no es esta una manera de explicar perfectamente la cuestión? Cuando algunos dejan el hogar familiar, sienten que deben mucho a sus padres y que no hacen nada por ellos. Sin embargo, cuando conviven con ellos, no son buenos hijos en absoluto ni cumplen ninguna de sus obligaciones. ¿Es este verdaderamente un buen hijo? Esto solo son palabras vacías. Independientemente de lo que hagas, pienses o planees, esas cosas no son importantes. Lo fundamental es si puedes entender y creer verdaderamente que todos los seres creados están en manos de Dios. Algunos padres tienen la bendición y el destino de poder disfrutar de la alegría doméstica y de la felicidad de una familia numerosa y próspera. Esto es la soberanía de Dios y una bendición que Él les concede. Otros padres no tienen este destino: Dios no lo ha dispuesto para ellos. No tienen la bendición de disfrutar de una familia feliz ni de que sus hijos estén a su lado. Esto es la instrumentación de Dios y la gente no puede forzarla. Pase lo que pase, al final, en lo que respecta a la devoción filial, las personas deben al menos tener una mentalidad de sumisión. Si el entorno lo permite y cuentas con los medios para hacerlo, puedes mostrar devoción filial hacia tus padres. Si no, no intentes forzarla: ¿cómo se llama esto? (Sumisión). A esto se le llama sumisión. ¿De dónde proviene esta sumisión? ¿Cuál es el fundamento de la sumisión? Se basa en todas estas cosas que Dios dispone y sobre las que gobierna. Aunque es posible que la gente desee elegir, no puede, no tiene el derecho de hacerlo y debe someterse. Cuando sientes que las personas deben someterse y que Dios lo ha instrumentado todo, ¿no sientes más tranquilidad en el corazón? (Sí). Entonces, ¿seguirá tu conciencia sintiéndose reprendida? No seguirá sintiéndose constantemente reprendida, y la idea de no haber sido un buen hijo para tus padres dejará de dominarte. En ocasiones, es posible que todavía pienses en ello, ya que son pensamientos o instintos normales en la humanidad y nadie puede evitarlos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es la realidad-verdad?). Dios habla claramente de los principios de práctica para tratar a los padres, que deben basarse, principalmente, en las propias condiciones y capacidades. Cuando las condiciones de uno lo permiten y sus capacidades son suficientes, puede cumplir con su responsabilidad y ser buen hijo. Sin embargo, uno debe someterse a la instrumentación y los arreglos de Dios. Durante esos años, no poder cuidar a mi madre no significaba que no quisiera hacerlo ni cumplir con mi responsabilidad. Era porque la policía siempre me perseguía. Ni siquiera podía asegurar mi propia seguridad, ¿cómo iba a cuidar a mi madre? No odiaba al Partido Comunista y hasta culpaba a Dios. Vi que realmente había confundido los hechos y no distinguía el bien del mal; ¡era irracional! A menudo sentía que no había cuidado de mi madre ni la había ayudado a vivir feliz en su vejez ni había organizado su funeral, y por eso me sentía en deuda con ella. Pensaba que, bajo mis cuidados, mi madre habría vivido feliz. Esa era una idea equivocada. La felicidad del hombre proviene del cuidado, la protección y la bendición de Dios. Uno no es feliz solo porque sus hijos o hijas lo cuiden en su vejez. Mi madre sufrió de hemiplejia durante muchos años y le dolía todo el cuerpo. Antes, cuando la cuidaba en casa, contactaba al doctor y le conseguía medicamentos. Aunque intentaba que la trataran y la cuidaba, esto no aliviaba su dolor en lo más mínimo. Dios había ordenado cuánto sufrimiento debía soportar mi madre. Ahora, ella había muerto, lo que significaba que su tiempo había llegado. Ya no sufría de enfermedades físicas. Esto era algo bueno, y debía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios. Sin embargo, no busqué la verdad en este asunto ni me sometí a las determinaciones de Dios. Fui negativa y descuidé mi deber, y la esencia de mi conducta se oponía a Dios; ¡no tenía humanidad ni razón!
Leí otro pasaje de las palabras de Dios que aclaró aún más cómo tratar a los padres. Las palabras de Dios dicen: “En apariencia, parece que tus padres engendraron tu vida carnal, y que fueron ellos los que te dieron la vida. Sin embargo, desde la perspectiva de Dios y desde la raíz de esta cuestión, tu vida carnal no te la concedieron tus padres, porque ellos no pueden crear vida. Dicho de una manera simple, ninguna persona puede crear el aliento del hombre. El motivo por el que la carne de alguien se puede llegar a convertir en una persona es que posee ese aliento. En él reside la vida de un hombre, y es la seña de una persona viva. En cada uno existe este aliento y esta vida, y tus padres no son la fuente ni el origen de ellos. Lo que ocurre es que las personas nacen porque sus padres las engendran; en su origen, es Dios quien le concede a la gente tales cosas. Por tanto, Dios es el Amo de tu vida, no tus padres. Él creó a la humanidad, creó las vidas que hay en ella y les insufló el aliento vital, el origen de la vida del hombre. Por tanto, ¿acaso no resulta fácil de entender la frase ‘Tus padres no son los amos de tu vida’? Tus padres no te concedieron el aliento, y mucho menos la continuación de este. Dios cuida y rige todos los días de tu vida. Tus padres no deciden cómo transcurren estos días, si se trata de un día feliz y pasa sin incidentes, a quién conoces o en qué entorno vives a diario. Lo que sucede es que Dios te cuida a través de tus padres; ellos son simplemente las personas que Dios envió para protegerte. Tus padres no te dieron la vida cuando naciste, por ende, ¿acaso fueron ellos quienes te dieron la vida que te ha permitido vivir hasta ahora? Tampoco es ese el caso. El origen de tu vida sigue siendo Dios y no tus padres” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (17)). Las palabras de Dios son muy claras: el origen de la vida del hombre es Dios. Aunque mi madre me dio a luz, mi vida fue un regalo de Dios. Sin la bendición y provisión de Dios, ella no habría podido criarme. Dios la usó para criarme, traerme ante Él y eliminar mi ansiedad sobre los problemas en casa. Por mucho que mi madre se esforzara por mí, todo ello procedía de lo que Dios me había concedido. Pero, en cambio, yo había invertido las cosas, creyendo que mi madre se esforzaba mucho por mí y queriendo siempre retribuir a mis padres, y por eso ignoraba la soberanía y las determinaciones de Dios. Por mucho que mi madre se esforzara, estaba cumpliendo con su responsabilidad como madre, que también era el arreglo y la soberanía de Dios. A quien debía agradecer era a Dios. Además, entendí que tenía mi propia misión en este mundo, que era cumplir con mi deber como ser creado, no retribuir la bondad de mi madre. Al reconocer esto, dejé de vivir con culpa, reprochándome y sintiéndome en deuda. Pude tranquilizar mi corazón y cumplir con mi deber. Las palabras de Dios son un faro de luz. Si no fuera por el esclarecimiento y la guía oportunos de las palabras de Dios, aún no podría discernir los dichos “Honra merece quien a los suyos se parece” y “No viajes muy lejos mientras aún vivan tus padres” que Satanás me había inculcado, y viviría inmersa en el sentimiento de deuda hacia mi madre, sufriendo el daño de Satanás. Ahora, por fin veo claramente que la cultura tradicional es una falacia reaccionaria que se resiste a Dios, y que estos pensamientos e ideas son muy desorientadores. Las palabras de Dios me alejaron de estas falacias y me ayudaron a aceptar la muerte de mi madre correctamente. ¡Mi corazón se liberó y quedó libre! ¡Gracias a Dios por salvarme!
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