Las emociones me nublaban el corazón
En mayo de 2017 acepté la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. Al ver mi esposo que me había curado y que gozaba de la gracia de Dios desde que era creyente, él también aceptó Su obra y comenzó a cumplir con su deber. Posteriormente, el dolor agudo que él tenía en la espalda se redujo poco a poco, y él pudo dedicar mucha energía al deber. Se esforzaba por hacer lo que pidiera la iglesia, y solía ayudar con entusiasmo a nuestros hermanos y hermanas. Consideraba a mi esposo un auténtico buscador y soñaba con lo estupendo que sería practicar nuestra fe, seguir a Dios hasta el fin y entrar juntos en el reino.
Sin embargo, las cosas no fueron tan perfectas como había creído. En marzo de 2021, como carecía de experiencia de vida y no sabía hacer un trabajo práctico, me destituyeron del puesto de predicadora. Para mi sorpresa, mi marido manifestó unas opiniones muy mordaces sobre mi destitución. Me dijo: “Estos dos años, te has volcado en el deber y yo me he ocupado de los asuntos domésticos solo. Si tú sacrificaste tanto y te destituyeron igualmente, seguro que yo nunca tendré éxito como creyente. ¡Renuncio a mi fe!”. Hablé con él, le expliqué que la iglesia me había destituido de acuerdo con los principios y que debíamos tener la actitud correcta al respecto y no malintepretar a Dios. También le hice saber que la destitución no implicaba que hubiera perdido la ocasión de ser salvada y que, siempre que buscara la verdad, aún había esperanza. No obstante, dijera lo que dijera, él no escuchaba y me ignoraba. El siguiente mes no asistió a reuniones ni cumplió con el deber. Ni siquiera leía las palabras de Dios ni le oraba. En esa época vino la líder a hablar con él muchas veces, pero la ignoró. Luego oyó a la líder hablar de que la obra de Dios estaba casi terminada, que se estaban agravando todo tipo de desastres y que, si no valorábamos la oportunidad de practicar la fe y cumplir con el deber, sería demasiado tarde para arrepentirse cuando ya los tuviéramos encima. Fue entonces cuando cambió y empezó a asistir a reuniones y a cumplir con el deber. Me sentí enormemente aliviada: creía que, siempre que él asistiera a las reuniones, cumpliera con el deber y buscara la verdad, aún había esperanza de que fuera salvado.
Al principio todavía tenía entusiasmo y era bastante activo en el deber. Era diácono de riego en aquel entonces y asistía puntualmente a las reuniones con los demás. A veces, cuando la iglesia precisaba ayuda con los asuntos generales, él era capaz de soportar dificultades y sacrificarse en el trabajo. No obstante, eso no duró mucho: meses más tarde, el sobrino de mi esposo contrajo repentinamente una enfermedad rara, pero cuando él fue a casa de su hermano a ayudar, eludió sus deberes y se perdió varias reuniones, con lo que los hermanos y hermanas de varios grupos no tenían a nadie que los regara. Le hablé de que debíamos priorizar el deber y no dedicar demasiado tiempo a los asuntos de la carne, ya que esto influiría en el deber y demoraría nuestra entrada en la vida. Los hermanos y hermanas hablaban con él, pero no los escuchaba. Así fue hasta que un día vino a casa todo nervioso y me dijo que había estado a punto de morir atropellado por un vehículo en la calle, y que fue Dios el que lo había protegido. Luego empezó a asistir nuevamente a las reuniones, pero fue algo temporal. En cuanto su hermano le pidió otra vez ayuda, dejó de asistir a las reuniones y de cumplir con el deber. Como no era responsable en el deber y no rectificó su conducta tras hablar con él en varias ocasiones, los líderes superiores lo destituyeron del puesto a tenor de su desempeño global. Después de la destitución dejó de asistir a las reuniones e iba a ayudar a casa de su hermano todos los días. Los hermanos y hermanas hablaron con él varias veces, pero, aunque accedía de palabra, al final no asistía a las reuniones. Me enojaba verlo así. Me preocupaba que, si no practicaba la fe, quedara atrapado en los desastres y fuera castigado. Le pregunté por qué no asistía a las reuniones y, para mi sorpresa, me contestó: “Varios miembros de nuestra familia creen en Dios, pero Dios no protegió a mi sobrino de esta grave enfermedad…”. Fue entonces cuando de pronto entendí que culpaba a Dios por no preservarle la salud a su sobrino. Al ver que mi esposo tenía esta noción equivocada en su fe y que solo quería alcanzar la gracia, le enseñé esto: “No debemos creer en Dios solo para recibir bendiciones y gracia. Debemos buscar la verdad y someternos a lo dispuesto por Dios”. Hablé varias veces con él, pero siempre era muy reacio y estaba de los nervios. Pensaba para mis adentros: “No acepta la verdad y habla como un incrédulo”. No obstante, luego reflexionaba: “Tal vez sea porque es nuevo en la fe y no comprende la verdad. Debo tratar de ayudarlo más”. Sin embargo, le enseñara lo que le enseñara, él no escuchaba. Días más tarde vino un líder superior a realizar el trabajo de purificación. Teníamos que identificar a los incrédulos, anticristos y personas malvadas, recabar evaluaciones de ellos y descartarlos o expulsarlos. Entre los identificados estaba mi esposo. En cuanto a su conducta en general, descubrieron que solo aspiraba a las bendiciones en su fe en Dios, que tenía nociones contra Él y que se negaba a asistir a reuniones y a cumplir con el deber siempre que las cosas no iban como quería o no recibía la gracia de Dios. Lo juzgaron un incrédulo que aspiraba a “saciarse de pan”. Entré en pánico: “¿Esto no quiere decir que van a descartar a mi marido? ¿No perderá entonces la ocasión de ser salvado?”. No lo admitía y pensé en el modo de refutarlo: “¿No se han equivocado? Es nuevo en la fe y no comprende la verdad. Antes cumplía con el deber; lo que pasa es que ha sucedido algo en nuestra familia y él se ha debilitado de forma temporal. Debemos sustentarlo y ayudarlo. Una vez que mejore su estado, quizá empiece a reunirse con normalidad”. Sin embargo, sabía que la purificación era importantísima en la casa de Dios. Por entonces era líder de la iglesia y tenía el deber de ejecutarla, así que accedí a facilitar información, pero seguía planeando ayudarlo. Solía hablar con él para apremiarlo a leer las palabras de Dios y reunirse, pero no me hacía caso. A veces hasta perdía los estribos conmigo y me mandaba callar. En ocasiones, si yo tenía trabajo de la iglesia y no podía atender los asuntos de casa, él me lo reprochaba y me gritaba. Me sentía muy decepcionada con él; parecía que realmente no había salvación en su caso. Por más que traté de ayudarlo, siguió sin mejorar.
Un día encontré un pasaje de las palabras de Dios sobre las conductas de los incrédulos. Decía: “¿Cuáles son las características de los incrédulos? Su fe en Dios es una especie de búsqueda de oportunidades, una forma de sacar beneficio de la iglesia, de evitar el desastre, de buscar apoyo y un sustento estable. Algunos de ellos tienen incluso aspiraciones políticas, desean unirse al gobierno y conseguir un nombramiento oficial. Estas personas, sin excepción, incrédulos. Su creencia en Dios acarrea estos motivos e intenciones, y en sus corazones no creen con una certeza del cien por cien que exista un Dios. Aunque lo reconocen, lo hacen de forma dudosa, ya que su punto de vista es ateo. Solo creen en las cosas que pueden ver en el mundo material. […] Precisamente porque estas personas no creen que Dios reine sobre todo, son capaces, con audacia y sin escrúpulos, de infiltrarse en la iglesia con sus propias intenciones y objetivos. Desean expresar sus talentos en la iglesia, convertir sus sueños en realidad o algo parecido, es decir, desean infiltrarse en la iglesia y ganar prestigio y estatus en ella, para cumplir su intención y deseo de obtener bendiciones, y así conseguir su sustento. Se puede ver en su comportamiento, así como en su naturaleza y esencia, que sus objetivos, motivos e intenciones al creer en Dios son inapropiados. Ninguno de ellos es una persona que acepte la verdad, e incluso si se abren paso en la iglesia, se trata de personas que la iglesia no debería aceptar. El significado implícito de esto es que pueden ser capaces de infiltrarse en la iglesia, pero no son el pueblo escogido de Dios. ‘No son el pueblo escogido de Dios’, ¿cómo se debe interpretar esta frase? Significa que Dios no los predestinó ni los escogió; no los ve como receptores de Su obra y salvación; tampoco los predestinó para ser seres humanos a los que salvar. Una vez que han entrado en la iglesia, naturalmente no podemos tratarlos como nuestros hermanos y hermanas, porque no son personas que acepten genuinamente la verdad o se sometan a la obra de Dios. Algunos pueden preguntar: ‘Dado que no son hermanos y hermanas que creen verdaderamente en Dios, ¿por qué la iglesia no los despide y los expulsa?’. La voluntad de Dios es que Su pueblo escogido aprenda a distinguir a estas personas y, por lo tanto, pueda identificar los planes de Satanás y rechazarlo. Una vez que el pueblo escogido de Dios tenga discernimiento, será el momento de deshacerse de estos incrédulos. El objetivo del discernimiento es exponer a aquellos incrédulos que se han infiltrado en la casa de Dios con sus ambiciones y deseos y expulsarlos de la iglesia, porque no son verdaderos creyentes en Dios, y mucho menos personas que acepten y busquen la verdad. Su permanencia en la iglesia no aporta nada bueno, sino muchos males. En primer lugar, al haberse infiltrado en la iglesia, no comen ni beben de las palabras de Dios y no aceptan la verdad en lo más mínimo; lo único que hacen es interrumpir y perturbar el trabajo de la iglesia, en detrimento de la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios. En segundo lugar, si permanecen en la iglesia, armarán alboroto, al igual que lo hacen los incrédulos. Esto interrumpirá y perturbará el trabajo de la iglesia, y someterá a esta a muchos peligros ocultos. En tercer lugar, si permanecen en la iglesia, no se comportarán de buena gana como hacedores de servicio, y aunque hagan un poco de servicio, solo será para ganar bendiciones. Si llega el día en que se enteran de que no pueden obtener bendiciones, se enfurecerán, perturbando y perjudicando la obra de la iglesia. Sería mejor expulsarlos de la iglesia antes de que eso ocurra. En cuarto lugar, los incrédulos también son propensos a formar pandillas y camarillas en la iglesia. Es probable que apoyen y sigan a los anticristos, formando una fuerza malvada dentro de la iglesia que supone una gran amenaza para su obra. A la luz de estas cuatro consideraciones, es necesario distinguir y exponer a los incrédulos que se infiltran en la iglesia, y luego expulsarlos. Esta es la única manera de mantener el funcionamiento normal de la obra de la iglesia, la única manera eficaz de defender al pueblo escogido de Dios mientras come y bebe normalmente de las palabras de Dios y mientras vive una vida normal en la iglesia, de manera que pueda emprender el camino correcto de la creencia en Dios. Esto se debe a que la infiltración de estos no creyentes en la iglesia es de gran perjuicio para la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios. Hay muchas personas que no pueden identificarlos, y los tratan como sus hermanos y hermanas. Algunas personas, al ver que tienen algunos dones o fortalezas, los eligen para servir como líderes y obreros. Así es como surgen los falsos líderes y anticristos en la iglesia. Si se observa su esencia, se ve que no creen que haya un Dios, ni que Sus palabras sean la verdad, ni que Él gobierne sobre todas las cosas. Son incrédulos a los ojos de Dios. Él no les presta atención en absoluto, y el Espíritu Santo no va a obrar en ellos. Así que, en base a su esencia, no son aquellos a los que salvará Dios, y ciertamente no han sido predestinados o escogidos por Él. Dios no podría salvarlos. Se mire como se mire, estas personas no deberían permanecer en la iglesia. Deben ser identificados, con rapidez y precisión, para luego manejarlos en consecuencia. No hay que dejar que se queden en la iglesia y perturben a los demás” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Gracias a las palabras de Dios entendí que la esencia de los incrédulos es que no creen que haya un Dios. Sus intenciones, metas y motivaciones para creer en Él son impuras. Ingresan en la iglesia nada más que para cumplir sus ambiciones personales, no tienen auténtica fe en Dios. No creen en las palabras de Dios ni aceptan la verdad. Cuando algo les resulta beneficioso, tal vez muestren entusiasmo, pero en cuanto no pueden obtener nada o se enfrentan a una debacle, traicionan inmediatamente a Dios. Esta gente tiene un efecto negativo en la iglesia, no es objeto de la salvación de Dios y hay que descartarla y expulsarla. Sosegué mis pensamientos y reflexioné sobre las conductas de mi esposo. Al principio, cuando vio que me curé tras empezar a creer en Dios, pensó que por practicar la fe era posible recibir la gracia y las bendiciones de Dios, así que se hizo creyente. Cuando empezó a creer en Dios, se le curó el dolor crónico de espalda, por lo que estaba dispuesto a cumplir su deber y ayudaba con entusiasmo a los hermanos y hermanas. Vi que los propósitos de mi esposo para practicar la fe fueron erróneos desde el principio. Solamente quería recibir bendiciones y gracia. Después de mi destitución, creyó que, aunque yo tenía incluso más entusiasmo que él, me habían destituido, por más que él buscara, nunca recibiría bendiciones, así que ya no quiso practicar más la fe. Posteriormente asistía a reuniones y cumplía su deber únicamente porque le preocupaba no recibir bendiciones en los desastres. Luego, cuando enfermó su sobrino, culpó a Dios por no protegerlo y, de nuevo, dejó de reunirse y de cumplir con el deber. Al final, cuando lo destituyeron del puesto de diácono de riego, dejó de practicar la fe por completo. Fue entonces cuando comprendí que mi esposo era un incrédulo que solo había ingresado en la iglesia para recibir bendiciones. Pese a haber hecho algunas cosas buenas anteriormente, las hizo con la sola intención de recibir bendiciones y beneficios. Al no conseguir lo que quería, él cambió su conducta. Antes, yo siempre había creído que no se reunía ni cumplía con el deber porque no comprendía la verdad y estaba pasando por una debilidad temporal, pero, al discernir cómo era a la luz de las palabras de Dios, tuve claro que no era que no comprendiera la verdad, sino que estaba harto de ella por naturaleza. Así, sin importar qué le enseñara, jamás aceptaría la verdad. Era un auténtico incrédulo. Consciente de todo esto, logré discernir un poco la esencia incrédula de mi esposo y en el fondo admití que era correcto que la iglesia lo descartara.
En aquel entonces, pese a discernir cómo era mi marido, me preocupaba que me odiara y dijera que no miraba por nuestro matrimonio si lo revelaba y detallaba su conducta de incrédulo. ¿Me calificaría de traidora desleal? Sobre todo cuando lo veía tan cansado tras una larga jornada de trabajo, me sentía especialmente ansiosa: si mi esposo era descartado, seguro que no tendría la protección de Dios cuando llegaran los desastres. Me sentí fatal al percatarme de esto y deseé que hubiera un modo de evitar que lo descartaran. Más tarde descubrí que había leído las palabras de Dios en su teléfono, por lo que, cuando mi líder me pidió que le detallara su conducta de incrédulo, lo defendí inmediatamente alegando que solía leer las palabras de Dios, y le enseñé al líder las pruebas sacadas de su teléfono. Como el líder vio que protegía a mi esposo por mis sentimientos hacia él, me leyó unas palabras de Dios: “¿Qué son las emociones, en esencia? Son una clase de carácter corrupto. Las manifestaciones de las emociones pueden describirse utilizando varias palabras: favoritismo, sobreprotección, mantener relaciones físicas, parcialidad; eso son las emociones. ¿Cuáles son las probables consecuencias de que las personas tengan emociones y vivan según ellas? ¿Por qué detesta tanto Dios las emociones de la gente? Algunas personas, siempre regidas por sus emociones, no pueden poner en práctica la verdad, y aunque desean obedecer a Dios, no pueden. Por lo tanto, sufren emocionalmente. Además, hay muchas personas que entienden la verdad, pero no pueden ponerla en práctica. Esto también se debe a que se rigen por las emociones” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es la realidad de la verdad?). “¿Qué cuestiones tienen relación con las emociones? La primera es cómo evalúas a tu propia familia, cómo reaccionas a las cosas que hacen. En ‘las cosas que hacen’ se incluye cuando perturban e interrumpen la obra de la iglesia, cuando juzgan a espaldas de la gente, cuando actúan como los incrédulos y cosas del estilo. ¿Podrías ser imparcial respecto a esas cosas que hace tu familia? Si te pidieran que evaluaras a tu familia por escrito, ¿lo harías de forma objetiva y justa, dejando de lado tus propias emociones? Esto está relacionado con cómo tienes que enfrentarte a los miembros de tu familia. ¿Y eres sentimental con las personas con las que te llevas bien o que te han ayudado antes? ¿Serías objetivo, imparcial y preciso respecto a sus acciones y comportamientos? ¿Los denunciarías o expondrías inmediatamente si los descubrieras alterando e interrumpiendo el trabajo de la iglesia? Es más, ¿eres sentimental con aquellos que están cerca de ti o comparten intereses similares? ¿Sería imparcial y objetiva tu evaluación, definición y respuesta a sus acciones y comportamientos? ¿Y cómo reaccionarías si los principios dictaran que la iglesia tomara medidas contra alguien con quien tienes una conexión emocional, y estas medidas estuvieran en desacuerdo con tus propias nociones? ¿Obedecerías? ¿Continuarías en secreto teniendo relación con ellos, te seguirías dejando engañar por ellos, dejarías incluso que te incitaran a excusarlos, racionalizarlos y defenderlos?” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Tras leer las palabras de Dios, el líder me dijo: “La razón por la que la iglesia expulsa a toda clase de anticristos, personas malvadas e incrédulos es para purificarla y para que los escogidos de Dios tengan una mejor vida de iglesia, se reúnan y cumplan con el deber sin interrupciones. Como líder de la iglesia, debes defender los principios de la verdad y no dejar que tus sentimientos dicten tu forma de hablar y actuar. Si hoy descartáramos a alguien no relacionado contigo, ¿lo defenderías igualmente? ¿No detallarías inmediatamente su conducta? ¿Puedes ser objetiva y justa si dejas que tus sentimientos dicten tus actos y palabras? La naturaleza de tu esposo es el hartazgo y el rechazo por la verdad. Solo cree en Dios a fin de alcanzar bendiciones y, en realidad, es un incrédulo. Aunque se lo dejara dentro de la iglesia, no buscaría la verdad ni sería salvado por Dios. Si actuamos según nuestros sentimientos y no defendemos los principios para mantener la labor de la iglesia, nos oponemos a Dios. Si no se rectifica esa conducta, Dios nos aborrece y perdemos la obra del Espíritu Santo. No podemos dejar que los sentimientos dicten nuestras palabras, debemos ponernos del lado de la verdad y evaluar a la gente objetiva y justamente. Dios es justo y en Su casa impera la verdad. Los buenos no serán agraviados y, desde luego, no se permitirá la permanencia en la iglesia de incrédulos y malhechores”.
Cuando me enseñó esto el líder, dentro de mí supe que había expuesto los hechos y mi estado real. Si me pedían datos sobre alguien no relacionado conmigo, los daría sin la menor duda para que todos adquirieran discernimiento. Pero, debido a mis sentimientos, pese a tener claro que habían revelado que mi esposo era un incrédulo, seguía protegiéndolo y buscaba el modo de defenderlo con la esperanza de que el líder hiciera una excepción y lo dejara en la iglesia. ¿No estaba actuando contra Dios e interrumpiendo el trabajo de la iglesia? Mis lazos emocionales eran fortísimos. Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios y comprendí el motivo principal por el que dejaba que mis sentimientos dictaran mis actos. Dios Todopoderoso dice: “Si una persona niega y se opone a Dios, está maldecida por Él, pero se trata de uno de tus padres o un familiar tuyo y, según tu entender, no es hacedora de maldad y te trata bien, entonces podrías encontrarte con que eres incapaz de odiarla, y puede incluso que sigas en contacto cercano con ella, sin que cambie vuestra relación. Oír que Dios detesta a tales personas te genera conflicto y no eres capaz de ponerte del lado de Dios y rechazarlas sin piedad. Siempre te ata la emoción y no puedes abandonarlas. ¿Por qué pasa esto? Esto sucede porque valoras demasiado la emoción, y te impide practicar la verdad. Esa persona es buena contigo, así que no puedes llegar a odiarla. Solo podrías odiarla si te lastimara. ¿Ese odio estaría en consonancia con los principios de la verdad? Además, también te atan las nociones tradicionales, pues piensas que es uno de tus padres o un familiar, así que, si la odias, la sociedad te despreciaría y la opinión pública te denostaría, te condenaría por ser poco filial, carente de conciencia, ni siquiera humano. Crees que sufrirías la condena y el castigo divinos. Incluso si quieres odiarla, tu conciencia no te lo permite. ¿Por qué funciona así tu conciencia? Es una forma de pensar que te dictó tu familia desde la infancia, la que te enseñaron tus padres y de lo que te empapó la cultura tradicional. Está muy profundamente arraigado en tu corazón, y te hace creer erróneamente que la piedad filial es mandato del cielo y reconocida en la tierra, que se hereda de tus ancestros y que siempre es buena. La aprendiste primero y sigue siendo dominante, lo que crea un enorme obstáculo y una perturbación en tu fe y en la aceptación de la verdad, y te deja incapacitado para poner en práctica las palabras de Dios y amar lo que Él ama y odiar lo que odia. […] Satanás usa ese tipo de cultura tradicional y esas nociones de moralidad para atar tus pensamientos, tu mente y tu corazón, lo que te vuelve incapaz de aceptar las palabras de Dios; tales cosas de Satanás te han poseído y te han hecho incapaz de aceptar Sus palabras. Cuando quieres practicar las palabras de Dios, estas cosas causan agitación en tu interior y hacen que te opongas a la verdad y a Sus requisitos, y te vuelven impotente para librarte del yugo de la cultura tradicional. Tras luchar durante un tiempo, cedes: prefieres creer que las nociones tradicionales de moralidad son correctas y conformes a la verdad, así que rechazas o abandonas las palabras de Dios. No aceptas Sus palabras como la verdad y no piensas en absoluto en ser salvado, pues sientes que aún vives en este mundo, solo puedes sobrevivir apoyándote en estas personas. Incapaz de soportar el rechazo social, preferirías renunciar a la verdad y a las palabras de Dios, abandonarte a las nociones tradicionales de moralidad y a la influencia de Satanás, y optarías por ofender a Dios en lugar de practicar la verdad. ¿Acaso no es el hombre desdichado? ¿No tiene necesidad de la salvación de Dios?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Tras meditar las palabras de Dios, entendí que amparaba y protegía a mi esposo por apego emocional porque era esclava de las nociones tradicionales. Me aferraba a ideas como que “el matrimonio es un vínculo intenso y profundo” y “el hombre no es inanimado; ¿cómo puede estar libre de emociones?”. Creía que carecía de conciencia la gente sin vínculos emocionales y sin lealtad. Con el cerebro lavado por estas ideas satánicas, pensaba que traicionaría el vínculo conyugal si detallaba la conducta de incrédulo de mi marido cuando me lo pidió la iglesia. No podía vulnerar mi conciencia, pues creía que, como esposa, debía serle leal, protegerlo y hablar en su defensa. Por tanto, traté de defenderlo ante el líder. Estaba sumamente obligada por estas nociones tradicionales y estos venenos satánicos. Esta cultura tradicional y la filosofía satánica de vida controlaban mi pensamiento, confundían mis ideas, me impedían distinguir lo correcto de lo incorrecto, el bien del mal, me hacían perder el sentido de los principios y hacían que quisiera resistirme a Dios para proteger y amparar a mi esposo. Las emociones me nublaban el corazón. Dios exige que amemos a aquellos que Él ama y odiemos a quienes Él odia. Dios ama y salva a quienes buscan y practican la verdad. A las personas como mi esposo, hartas de la verdad, Dios las juzga incrédulas. No las acepta y jamás las salvará. Aunque yo cediera a mis emociones y dejara a mi marido en la iglesia, él no buscaría la verdad y no se transformaría su carácter. Cuando las cosas no iban como él quería, culpaba y traicionaba a Dios. Si no se le expulsaba a tiempo de la iglesia, interrumpiría la vida de iglesia. Consciente de esto, oré a Dios, dispuesta a abandonar la carne, a practicar la verdad y a detallar totalmente la conducta incrédula de mi marido.
Después escribí todas las conductas incrédulas de mi esposo. Conforme escribía, vacilé un poco y quise reprimirme porque me preocupaba que lo descartaran todavía antes si yo lo revelaba todo, pero al recordar las palabras de Dios, y sabedora de que Él estaba observando, supe que podría engañar a la gente, pero no a Dios. Por ello, renuncié a mí misma y escribí todo lo que sabía. Tras practicar según las palabras de Dios, sentí paz y tranquilidad. Después de recabar evaluaciones de las conductas de mi esposo, se las leí a todos en la siguiente reunión y les pedí que sopesaran si había que echarlo. Para mi sorpresa, algunos hermanos y hermanas no estaban de acuerdo. Según ellos, él solía ayudarlos anteriormente y no parecía incrédulo. Al oír decir esto a los hermanos y hermanas, recordé que, realmente, mi esposo se había esforzado con entusiasmo y ayudado a los hermanos y hermanas en el pasado. Pensé: “¿Habría que darle otra oportunidad? Tal vez pueda hablar con él y no descartarlo tan deprisa”. Fue entonces cuando vi que, de nuevo, intentaba amparar a mi marido. No era cuestión de que la iglesia no le hubiera dado una oportunidad; él no quería a Dios en su vida y había renunciado voluntariamente a su fe. Por mucho que hablara con él, no serviría de nada. Su esencia era la de un incrédulo, y los incrédulos nunca se arrepienten. Dios no salva a los incrédulos. Si seguía mostrándole compasión y amor, Dios me aborrecería y detestaría. Me acordé de unas palabras de Dios: “Si no hay nadie en una iglesia que esté dispuesto a practicar la verdad ni nadie que pueda mantenerse firme en el testimonio de Dios, entonces esa iglesia debe ser completamente aislada y se deben cortar sus conexiones con otras iglesias. A esto se le llama ‘muerte por sepultura’; eso es lo que significa rechazar a Satanás” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Las palabras de Dios me hicieron comprender que Su carácter justo no puede ser ofendido. Sabía que mis hermanos y hermanas defendían a mi esposo porque no discernían cómo era. Si yo lo amparaba y no practicaba la verdad, pecaría, me rebelaría contra Dios y me resistiría a Él conscientemente. Sobre todo teniendo en cuenta que era líder de la iglesia, si no era la primera en practicar la verdad para defender la labor de aquella y respaldaba a Satanás dejando que en ella permaneciera un incrédulo, probablemente Dios me aborrecería y yo perdería la obra del Espíritu Santo. No solo me perjudicaría a mí misma, sino también a mis hermanos y hermanas. No podía caer en la siniestra trama de Satanás, tenía que enseñar a mis hermanos y hermanas a adquirir discernimiento. Esto era responsabilidad mía. Por consiguiente, les hablé de la conducta incrédula de mi esposo en relación con las palabras de Dios. Tras mis palabras, habían logrado discernir un poco cómo era mi marido y estaban dispuestos a firmar todos de acuerdo para descartarlo. Me sentí muy tranquila después de esta práctica.
Luego de esta experiencia, aprendí a discernir el motivo principal de por qué dejaba que mis sentimientos dictaran mi conducta. Me di cuenta de que, al actuar de acuerdo con mis emociones, me oponía y resistía a Dios. De ahora en adelante no dejaré que mis sentimientos dicten mis actos. Ante los problemas, buscaré la verdad, practicaré de acuerdo con ella e iré por la senda de su búsqueda. ¡Gracias a Dios!