Grabado en los huesos
Fue en febrero de 2009. Una tarde, pasadas las 6:00, fui a compartir el evangelio con el Sr. Li. No fue receptivo e hizo falsas acusaciones contra mí. Dijo que había atacado a su madre. Llamó a una turba de más de 20 pueblerinos que me golpearon, luego llamó a más de una docena de religiosos para que vinieran a atacarme y me denunció. Me hirieron de pies a cabeza y perdí la conciencia. Estaba aturdido, pero recuerdo que la policía me llevó al hospital. Un médico me abrió los párpados y me apuntó con una linterna a los ojos. Les dijo algo a los policías y luego se fue. Tras unos 20 minutos, lentamente recuperé la conciencia, y me dolía todo el cuerpo. Tenía mucho miedo, porque sabía que me habían arrestado. No tenía ni idea de lo que la policía haría para torturarme. Me acababan de dar una paliza, si la policía me torturaba, sabía que implicaría la muerte o heridas graves. Y si no podía soportarlo, y entregaba a mis hermanos, me convertiría en un Judas. Ante este pensamiento, oré a Dios: “Oh, Dios, temo no poder soportar la tortura de la policía. Por favor, dame fe y fuerza”. Después, recordé algunas palabras de Dios: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación. Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha engañado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Las palabras de Dios fueron esclarecedoras, y supe que Satanás quería usar la debilidad de mi carne para atacarme, para que traicionara a Dios por temor a la muerte. Sabía que no podía caer en su truco. Dios me daba cada aliento, y era decisión de Dios si vivía o moría, y me sometería a lo que Dios hubiera organizado. Pensé en Job, un hombre de verdadera fe y firme en el testimonio para Dios que había humillado a Satanás. Quería apoyarme en Dios y triunfar sobre Satanás con mi fe, y dar testimonio para satisfacer a Dios. Las palabras de Dios me ayudaron a calmarme y me surgían la fe y la fuerza, ya no tenía miedo. Esa noche, a la una de la madrugada, me levanté para ir al baño, y, al salir de la habitación, aparecieron dos policías de entre las sombras y dijeron, mientras me sostenían: “¿Crees que vas a escapar? Ya te tenemos, ni se te ocurra. Si no nos hablas sobre tu iglesia, nos ocuparemos de ti en comisaría”. Luego, de una patada, me tiraron al suelo. Enfadado, respondí: “¿Con qué bases me arrestan y golpean? Detener sin pruebas es ilegal y es una violación de los derechos humanos”. Uno de ellos dijo: “¿Y qué problema hay? Tu fe va contra la ley y te pone en contra del Partido. Podríamos matarte a golpes sin violar ninguna ley. Si estuviéramos en la época de Mao, irías al pelotón de fusilamiento”.
Después, me llevaron a la comisaría, y, alrededor de las 9:00 de la mañana siguiente, el comisario me interrogó con agentes de la Brigada de Seguridad Nacional. Uno de ellos me levantó y me gritó: “¿Cuántos miembros hay en tu iglesia? ¿Cómo se comunican? ¡Habla!”. Cuando dije que no lo sabía, me golpeó a ambos lados de la cara, que me escocía de dolor. Luego continuó: “¡Habla o no verás otro día!”. Aunque me mataran a golpes, yo no sería un Judas y no traicionaría a Dios. Se enfadó aún más cuando vio que yo no decía nada, cogió una botella de agua con chile y me roció los ojos. Tenía agua picante por toda la cara. Los ojos me ardían mucho, el dolor era horrible, y yo luchaba con todas mis fuerzas. El comisario vino y me tiró del cabello tan fuerte que no podía moverme, y siguió rociándome en los ojos. Me ahogaba y no podía respirar. Estaba a punto de sofocarme. Pensaba en que los policías usaban tácticas crueles y despreciables para torturarme, y si moría ahí, mi familia ni siquiera sabría qué había pasado. Y ¿cómo podría seguir viviendo si me dejaban ciego? Me apresuré a orar y pensé en algo que dijo el Señor Jesús: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza. Dios lo gobierna todo, y mi vida estaba en Sus manos. Si Él no lo permitía, nadie me quitaría la vida. Ese policía me echaba agua con chile en los ojos, y ansiaba verme muerto, pero, sin importar cómo me torturara, solo podía destruir mi carne. Mi espíritu estaba en manos de Dios. Si temía al sufrimiento físico y traicionaba a Dios como Judas, eso ofendería el carácter de Dios, y mi alma sería castigada. Pero si me mantenía firme en el testimonio, aun si me mataban, mi alma se salvaría, y yo podría ganar la aprobación de Dios. Ante ese pensamiento, desapareció mi miedo, y decidí en mi corazón que, incluso si ese día quedaba ciego, nunca traicionaría a Dios.
Al ver que yo no hablaba, cogió la botella de agua con chile con furia y me golpeó la cara muy fuerte, gritando: “Habla, si no, ¡tenemos mejores utensilios para que ‘disfrutes’!”. En silencio, clamé a Dios sin parar: “¡Oh, Dios! La policía usará conmigo utensilios de tortura aún peores, y temo no ser capaz de soportar el dolor. Por favor, dame fe y fuerza para que pueda superar los estragos de Satanás”. Después de orar, pensé en estas palabras de Dios: “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y estar a merced de Él; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio sólido y rotundo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Luego entendí que Dios necesitaba que me mantuviera firme en el testimonio, y aunque mi cuerpo sufriría por el tormento inhumano de esos policías, yo tenía una oportunidad de dar testimonio para Dios frente a Satanás. Dios lo permitía, y ¡era algo significativo! Esto me dio la fe y la fuerza que necesitaba para enfrentar la situación. El dolor en los ojos desapareció poco a poco, y supe que Dios había respondido a mi plegaria. Estaba a mi lado, cuidándome, con misericordia por mi debilidad. Los policías usaron como medio litro de agua con chile en total, pero no lograron que saliera una sola palabra de mi boca, por lo que tuvieron que rendirse. Oí que uno decía en voz baja: “¡Qué extraño! ¿Por qué es tan duro este creyente en Dios Todopoderoso? Es increíble que algo tan picante no haga nada!”. Uno a uno, se fueron, taciturnos. Di gracias y alabé a Dios una y otra vez cuando humillé y vencí a esos demonios. Pensé en estas palabras de Dios: “El corazón y el espíritu del hombre están en la mano de Dios; todo lo que hay en su vida es contemplado por los ojos de Dios. Independientemente de si crees esto o no, todas las cosas, vivas o muertas, cambiarán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán, de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios preside sobre todas las cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Por mi experiencia presente podía ver que todas las cosas están sujetas a los arreglos de Dios, y mi fe creció.
Me llevaron a la Oficina de Seguridad Pública pasadas las 2:00 de la tarde, donde me arrastraron hasta el tercer piso y me arrojaron al suelo. Un capitán de policía vino a interrogarme y dijo: “Te daremos una oportunidad más. Dinos todo lo que sabes, y te dejaremos ir a casa de inmediato. Si no, te llevaremos a un centro de detención y ¡cumplirás sentencia!”. Le dije: “No pienso traicionar a Dios y entregar a mis hermanos”. Al ver mi firmeza, cambió a un tono empalagoso y apaciguador, y dijo: “Pareces un tipo inteligente. ¿Por qué eres tan testarudo? Este es el reino del PCCh, y tú crees en Dios, lo que te convierte en un objetivo del estado. No hay Dios en este mundo, tú solo crees en una persona”. Yo sabía que ellos eran ateos, que pertenecían a Satanás y que no entenderían ningún testimonio para Dios, por lo que ni respondí. Entonces, los policías cambiaron de táctica y me golpearon y patearon. Me patearon muy fuerte en la espinilla derecha, no sé cuántas veces, me rompieron los pantalones, la pierna me dolía tanto que sentía que estaba rota. Me quedé en el suelo, clamando a Dios una y otra vez, pidiéndole que me diera fe y fuerza para superar la tortura de estos demonios. Luego, el comisario llenó cuatro vasos desechables con agua muy caliente, caminó hacia mí con uno, se agachó y dijo con fingida cortesía: “Esto ha sido duro para ti. Ten un poco de agua y tómatela con calma”. Sus intenciones no parecían buenas, por lo que me pregunté qué clase de truco para atormentarme era este. Mientras pensaba en eso, de pronto me vertió el agua caliente en la oreja izquierda. Quemaba tanto que grité de dolor, me senté y sacudí la cabeza. Trajo otro vaso de agua y lo vertió en mi oreja derecha, maldiciendo y diciendo: “¿Crees que puedes escapar? Si no hablas, ¡te verteré los cuatro vasos y verás como sí que lo haces!”. Sentía las orejas y la cara incendiadas por el agua caliente y pensé: “¿Qué haré si quedo desfigurado o mentalmente incapaz?”. Ya no podía soportar ese tipo de tormento brutal, tenía mucha agonía. Las palabras de Dios vinieron a mi mente: “Sabes que todas las cosas del entorno que te rodea están ahí porque Yo lo permito, todo planeado por Mí. Ve con claridad y satisface Mi corazón en el entorno que te he dado. No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos seguramente estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Recordé que todas las cosas están en manos de Dios, incluyendo la policía. Aun terminando desfigurado o mentalmente incapaz, no iba a rogar por la misericordia de Satanás. Después, vertieron los dos últimos vasos de agua caliente en mis orejas, y yo apreté los dientes y soporté el dolor, clamando a Dios todo el tiempo. Justo entonces, un himno de las palabras de Dios vino a mi mente: “En esta etapa de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de la humanidad, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida. Las personas deben llegar a un punto en el que hayan soportado centenares de refinamientos y poseer una fe mayor que la de Job. Deben soportar un sufrimiento increíble y todo tipo de torturas sin dejar jamás a Dios. Cuando son obedientes hasta la muerte y tienen una gran fe en Dios, entonces esta etapa de la obra de Dios está completa” (‘Lo que Dios perfecciona es la fe’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Por las palabras de Dios, comprendí que Él usaba ese tipo de entorno para perfeccionar mi fe y mi amor por Dios. Debía tener fe en Dios, mantenerme firme en el testimonio para Él y humillar a Satanás por completo. Pasadas las 5:00 de la tarde, al ver que yo no hablaba, los policías me llevaron a un centro de detención. Cuando llegamos, me sacaron del coche, y yo tenía tal agonía que me caí al piso. Los empleados del centro vieron el terrible estado en el que estaba y no querían aceptarme para no ser responsables de mi muerte. Después de negociar un poco, al final, accedieron a admitirme.
En el centro de detención, el jefe de los reclusos me señaló y dijo: “Dime quién es el líder de tu iglesia y estarás bien. Si no, ¡puede pasar cualquier cosa!”. Como no respondí, me dijo, enfurecido: “Te seré sincero. Los oficiales me han pedido que te saque información, y si no cumplo, perderé mi posición aquí. Esto es culpa de los oficiales, no mía”. Luego, me cogió del cabello con la mano izquierda y me abofeteó con la derecha en ambas mejillas. Luego, otros reclusos vinieron a golpearme, también. No sé cuántas veces lo hicieron, pero tenía la cara inflamada, y se me aflojó una muela. Luego, me quitaron la ropa y me bañaron con agua fría. Era pleno invierno, por lo que estaba increíblemente fría, pero me arrojaron cubo tras cubo sobre la cabeza. Temblaba de pies a cabeza, me castañeteaban los dientes. Me hicieron estar de pie descalzo sobre el cemento y tuve que dormir al lado del inodoro. Cuando se levantaban para ir al baño, orinaban sobre mí. Empezaba a sentir que ya no podía soportar más humillación de los reclusos, y pensé que eran tan inhumanos como la policía, no tenía idea de qué más harían para torturarme. Me sentía miserable. Luego pensé en este himno de las palabras de Dios: “Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas. Dios lleva a cabo Su obra de purificación y conquista mediante el sufrimiento, el calibre y todo el carácter satánico de las personas en esta tierra inmunda, para, de esta manera obtener la gloria y así ganar a los que dan testimonio de Sus obras. Este es el significado completo de todos los sacrificios que Dios ha hecho por este grupo de personas” (‘Vosotros recibiréis la herencia de Dios’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Vi que tener fe en China, donde gobierna el PCCh, significa que Satanás te oprimirá y dañará, y que Dios usa esta opresión y adversidad para perfeccionar nuestra fe para que podamos ganar la verdad. Es una bendición de Dios. Mi sufrimiento tenía valor y significado. También pensé que Dios ha venido al mundo a hablar y obrar dos veces para salvar a la humanidad. Ha sufrido todo tipo de humillación y miseria, ha sido perseguido por el partido gobernante, difamado por las personas, pero Él nunca ha dejado de expresar la verdad y de obrar para salvarnos. ¡Su amor es tremendo! ¿Qué importaba si yo, alguien profundamente corrupto, sufría un poco? Me perseguía el Partido Comunista por mi fe, pero era sufrir por la justicia, y es un honor. Debería enfrentarlo y someterme a las orquestaciones y a los arreglos de Dios. Durante los siguientes tres días, el jefe no me dejó comer o beber nada, y los reclusos me pasaban sus sobras frente a la cara y me decían: “¿Tienes hambre? Si quieres comer, dinos lo que queremos saber y te daremos algo de comida. Si no, la tiraremos”. Hacían migas de pan y las arrojaban al inodoro. Sabía que era uno de los trucos de Satanás, que quería usar esa comida para tentarme para que traicionara a Dios. Recordé este versículo de la Biblia: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Nunca les dije nada, sin importar cuánto me tentaran. Durante los días que no pude comer ni beber, no sentí tanta hambre. Al final, un recluso, desesperado, dijo: “Eres una maldita mula. Ni diez bueyes podrían moverte”. Al ver que Satanás había sido derrotado, di gracias a Dios una y otra vez.
Durante los siguientes días, tres agentes de la Brigada de Seguridad Nacional me interrogaron varias veces, para obtener información sobre la iglesia, y me tentaban e intimidaban. Mantuve la boca cerrada. En la mañana del 18 de marzo, me llevaron a una sala de interrogación donde me esposaron al banco del tigre. Un agente que parecía estar a cargo los miró, y los demás se fueron. Me dijo en voz muy baja: “Vengo en nombre de un amigo tuyo para interceder por ti”. Oír esto me entusiasmó, quizá mi hermano mayor usara sus contactos para liberarme. Moría por salir de ese horrible lugar lo antes posible. Después, de forma falsa, agregó: “Tu caso podría ser grande o pequeño. Dime todo lo que sabes, y yo haré que te saquen de aquí”. Me di cuenta de que intentaba que yo traicionara a Dios y entregara a mis hermanos. Fue muy astuto. Después siguió: “Oí que eras empresario. ¿Por qué renunciaste a tan buen negocio? Eras respetado, todos te admiraban, y tenías dos hijos bien educados que eran buenos estudiantes. Pero ahora, por tu fe, los maestros de tus hijos no los tratan bien, y sus compañeros se burlan. Sus posibilidades de ir a la universidad, unirse al ejército, son casi nulas, y tu esposa no vive en tu casa. Tu familia era maravillosa, pero ahora está dispersada. Piénsalo: ¿estarías viviendo todo esto si no fueras creyente?”. Oír todo eso me hizo sentir horrible. Mis hijos estaban implicados por mi arresto, y yo me sentía en deuda con ellos. Me di cuenta de que no estaba en un buen estado, por lo que dije una plegaria a Dios y pensé en que los destinos de mis hijos estaban en Sus manos. Dios ya había decidido qué podrían hacer cuando crecieran. No dependía del PCCh. Satanás quería usar el futuro de mis hijos para presionarme para que traicionara a Dios. ¡Qué desagradable! Que acosaran a mis hijos y que mi esposa se hubiera fugado era todo obra del Partido Comunista. Pero ellos atribuían la culpa a mi fe. ¡Confundían lo correcto con lo incorrecto! Cuando yo no respondí, me mostró otro lado, y dijo: “¿Es creer en Dios algo pequeño? Te diré algo, te iría mejor si cometieras otro delito. ¿Crees que las apuestas, la prostitución y la bebida son graves? Esas cosas no importan”, Oírle decir eso me enfadó mucho. ¡El PCCh es muy malvado! Entonces, me advirtió: “No seas tan testarudo. Dinos todo sobre tu iglesia y podrás seguir creyendo en tu Dios. Cuando sepas algo de tu iglesia, avísanos enseguida y harás lo que te digamos. Te lo pondremos fácil. Te daremos una recompensa de reputación y dinero. ¿Qué dices?”. Pensé que Satanás tenía muchos trucos bajo la manga, incluso quería sobornarme con dinero para que traicionara a Dios como Judas. Sabía que nunca serviría a Satanás, incluso si moría ese mismo día. Al ver que no caía en la trampa, me amenazó: “El Sr. Li ha denunciado que mataste a su madre. Dos cargos a la vez implican pena de muerte. Irás al pelotón de fusilamiento”. Después dijo, fingiendo ser compresivo: “¿Quién puede testificar a tu favor en esto? Te sentenciarán a muerte injustamente. No eres idiota, piénsalo”. Después dijo que me daría 15 minutos más, y que podía orar al respecto. Luego salió. Al oír que el Sr. Li mentía y que había múltiples cargos en mi contra, sentí un perjuicio y una desdicha indescriptible. Jamás le había levantado la mano a su madre, pero él me acusaba de haberla matado. Si había dos cargos contra mí, iría al pelotón de fusilamiento. Esa situación me alteró mucho. Pensé en estas palabras de Dios: “En todo momento, Mi pueblo debe estar en guardia contra las astutas maquinaciones de Satanás, protegiendo la puerta de Mi casa para Mí; […] para evitar caer en la trampa de Satanás, momento en el que sería demasiado tarde para lamentarse” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 3). Las palabras de Dios me recordaron que Satanás me amenazaba con la muerte para que traicionara a Dios, y casi caigo en su trampa. Pero el gran dragón rojo no podía decidir sobre mi vida. Dependía de Dios. Estaba listo para obedecer lo que Dios hubiera arreglado. Empecé a tararear para mí mismo un himno de las palabras de Dios: “No importa lo que Dios te pida, solo necesitas trabajar con todas tus fuerzas para lograrlo, y espero que seas capaz de ir delante de Dios y mostrarle, al final, toda tu devoción. Siempre que puedas ver la sonrisa de satisfacción de Dios mientras está sentado en Su trono, aun si esta es la hora señalada de tu muerte, debes ser capaz de reír y sonreír mientras cierras los ojos. Durante tu tiempo en la tierra debes llevar a cabo tu deber final por Dios. En el pasado, Pedro fue crucificado cabeza abajo por Dios, pero tú debes satisfacer a Dios al final y agotar toda tu energía por Él. ¿Qué puede hacer por Dios un ser creado? Por tanto, debes entregarte a Dios más temprano que tarde para que Él disponga de ti como lo desee. Mientras Él esté feliz y complacido, permítele hacer lo que quiera contigo. ¿Qué derecho tienen los hombres de quejarse?” (‘Un ser creado debería estar a merced de Dios’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Pedro luchó por amar y someterse a Dios, y, al final, fue crucificado por Él. Y dio testimonio rotundo para Dios. Yo debía seguir su ejemplo y mantenerme firme en el testimonio para satisfacer a Dios. Después de eso, no tuve tanto miedo, y oré a Dios en silencio en mi corazón: “¡Dios Todopoderoso! ¡Te agradezco y te alabo! Tus palabras me han guiado desde que me arrestaron, y tú me has dado fe y fuerza. Mientras esos demonios me atormentaban, Tú me has cuidado y protegido. He sido testigo de Tus actos. Dios, he visto Tu amor, y ahora es momento de que yo retribuya Tu amor. Estoy listo para ponerme en Tus manos por completo. Incluso si la policía me ejecuta hoy, no te traicionaré. Seré devoto hasta la muerte, y ¡nunca me retractaré!”. Ponderar el amor de Dios fue muy conmovedor, y empecé a llorar. Pasaron esos 15 minutos, y, cuando el agente volvió y me vio llorando, creyó que había caído en su trampa. Sacó las fotos de un grupo de hermanos y me preguntó si los conocía. Le dije que no bruscamente. Se puso furioso en cuanto vio mi actitud y ladró: “Más vale que esté seguro de esto. Enfrentas la pena de muerte!”. Dije: “Ejecútenme. No los conozco”. Furioso, me levantó de la silla de hierro y me tiró al suelo, vinieron varios más, y me golpearon mientras me insultaban. Uno de ellos me pegaba con la punta de un paraguas. Después de media hora de golpes, tenía el cuerpo lleno de moretones, y terminé desmayándome. Me arrastraron a una celda, me arrojaron en ella y se fueron.
En la mañana del 21 de marzo, tres agentes me sacudieron en la cara una copia de un veredicto, diciendo: “Cumplirás un año de reeducación a través del trabajo por proselitismo ilegal, alteración del orden público e incumplimiento de la ley”. Y añadieron: “¿Creías que no haríamos nada si no hablabas? Conseguimos que fueras a prisión!”. Luego, me obligaron a poner la huella del pulgar sobre la copia del veredicto. Señalaron un coche de policía, fuera de la sala de interrogatorios, y dijeron: “Aquí está el coche. Tienes una última oportunidad. Dinos todo sobre tu iglesia y podrás irte a casa”. Su desvergüenza me enojó mucho, y dije: “Si no temo el fusilamiento, ¿creen que temeré la prisión? ¡Por nada en el mundo traicionaré a Dios!”. Me empujaron al coche y me enviaron a la reeducación a través de un campo de trabajo. Las personas del campo de trabajo vieron los golpes y no quisieron aceptarme. La Brigada de Seguridad Nacional hizo algunas llamadas hasta que me admitieron a regañadientes. Para hacerme los análisis médicos, me desnudaron frente a todos para examinarme. El médico vio que estaba cubierto de hematomas de pies a cabeza, y me preguntó qué había pasado. Un agente se apresuró: “Se ha caído”.
Sufrí un abuso horrible en ese campo de trabajo. Cada mañana me levantaba muy temprano para el recuento, y como el agua caliente me había dañado el oído, a menudo no oía a la persona que tenía delante, por lo que los oficiales me golpeaban. Cuando los guardias nos enviaban a excavar, siempre me asignaban el doble de trabajo que a los demás. Íbamos a viejos sitios de construcción y el suelo era demasiado duro. Apenas podía raspar el suelo y tenía las manos llenas de ampollas. Hacía mucho calor en junio, y cuando todos podían volver a entrar, yo era el único que se quedaba fuera terminando. No solo hacía trabajo manual, también debía recitar las reglas y cantar alabanzas al Partido. Si no lo hacía, me golpearían y aumentaría mi sentencia. Solo podía apoyarme en Dios y orar. Solo pude sobrellevarlo con la fuerza que Él me dio. Me liberaron al cabo de un año. Pero la policía local y la Brigada de Seguridad Nacional seguían controlándome para que no practicase mi fe ni fuese a reuniones. Dejé la zona para cumplir mi deber y no estar bajo vigilancia permanente.
Esta experiencia de arresto y persecución me mostró la malvada esencia del PCCh que odia la verdad y a Dios. Lo rechacé rotundamente y lo dejé atrás. También pude sentir el amor de Dios. Me torturaron una y otra vez, y cuando estaba débil pensaba que estaría mejor muerto, pero me apoyé en Dios y oré. Lo superé al confiar en las palabras de Dios y en Su guía. Vi el poder y la autoridad de las palabras de Dios, y experimenté que Él es mi único pilar, que Él siempre está para ayudarme. Dios nos ama y solo Él puede salvarnos. Agradezco Su amor y Su salvación desde el fondo de mi corazón.