He llegado a distinguir claramente el amor del odio tras someterme a la amargura de la persecución
Me llamo Zhao Zhi y estoy a punto de cumplir 52 años. He sido seguidor de Dios Todopoderoso durante 14 años. Antes de obtener mi fe me dedicaba a los negocios; pasaba mucho tiempo divirtiéndome, enviándole regalos a la gente y socializando. Acudía constantemente a lugares dedicados al ocio, como karaokes y salas de juego. Mi esposa estaba siempre discutiendo conmigo sobre ese tema y acabó amenazando con divorciarse de mí e irse de nuestra casa. En aquella época, estaba completamente atrapado en esa ciénaga y no podía salir de ella; aunque hacía todo lo posible por cuidar bien de nuestra familia, simplemente no era capaz. Me parecía que la vida era realmente miserable; estaba exhausto. En junio de 1999, la gracia de la salvación de Dios Todopoderoso cayó sobre nosotros, y al leer las palabras de Dios y tener comunicación con los hermanos y las hermanas, mi esposa se dio cuenta de que la oscuridad del mundo y la corrupción humana se deben enteramente a que Satanás nos hace daño y juega con nosotros. Ella se mostró comprensiva con mi situación y me abrió su corazón para comunicar conmigo. A través de la guía de las palabras de Dios, también me di cuenta de que me estaba hundiendo en un caldero de pecado, y que Dios estaba disgustado y odiaba aquello. Es más, fui consciente de que no me había estado comportando en absoluto como un ser humano. Sentí remordimiento y culpa, y por eso decidí ante Dios convertirme en un hombre nuevo. Desde entonces, mi esposa y yo oramos y leímos las palabras de Dios todos los días, y a menudo nos reuníamos con hermanos y hermanas para comunicar. Antes de que nos diéramos cuenta, los conflictos entre nosotros y la angustia que habíamos sentido se disiparon como una nube de humo y nuestras vidas se llenaron de paz y alegría. Era profundamente consciente de que Dios Todopoderoso había salvado a nuestra familia cuando estaba al borde de la ruina y nos había proporcionado unas vidas completamente nuevas. Además de sentirme increíblemente agradecido, también decidí ofrecer todo mi ser para retribuir la gracia de Dios. Después de aquello, empecé a dedicarme a cumplir con mi deber y a compartir el evangelio para que más gente pudiera obtener la salvación que Dios nos ha traído en los últimos días. Sin embargo, el gobierno ateo del Partido Comunista de China no permite que la gente adore a Dios o tome el camino correcto, y en particular no permite que la gente difunda el evangelio y dé testimonio de Dios. Al ser creyente en Dios y difundir el evangelio, sufrí el arresto y la persecución del gobierno del PCCh.
Era un día de primavera de 2002. Un hermano y yo fuimos denunciados a la policía por una persona malintencionada mientras compartíamos el evangelio en una aldea. La policía vino inmediatamente y, sin saber nada de la situación, me esposaron, me metieron en un coche de policía y me llevaron a la comisaría. En cuanto estuvimos en la sala de interrogatorios, sin darme oportunidad a reaccionar, un agente corrió hacia mí, me agarró del cuello y me abofeteó varias veces. Me mareé enseguida y empecé a ver las estrellas, no pude evitar tambalearme y caer de cabeza al suelo. Sangraba por la boca y la nariz y me ardía la cara del dolor. Cuando vio esto, el malvado policía me dio una patada y me espetó a través de sus dientes apretados: “Pedazo de mierda, deja de fingir. ¡Levántate!” Otros dos agentes se acercaron, me agarraron por los brazos y me tiraron a un lado, donde los tres empezaron a golpearme y a patearme. Sentía un dolor insoportable por todo el cuerpo; me caí al suelo y no pude volver a levantarme. Me lanzaban miradas asesinas, igual que un tigre mira a su presa. Uno de ellos ladró: “¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Por qué estabas en la casa de ese hombre? ¡Si no hablas, te vas a enterar de verdad!”. Le oré en silencio a Dios, le pedí que protegiera mi corazón para poder permanecer callado ante Él, que me diera fe y coraje para no dejarme acobardar por sus amenazas. Al ver que no decía nada, un agente de aspecto feroz cogió una porra eléctrica y la agitó de un lado a otro frente a mi cara, haciéndola crepitar. Entonces me señaló y, amenazador, me dijo: “¿Vas a hablar o no? Si no lo haces, te freiré hasta matarte”. Aquello me asustó un poco y enseguida le oré a Dios. “¡Oh, Dios! Todo está en Tus manos, incluso este grupo de malvados agentes. Da igual cómo me traten, tienen Tu permiso. Estoy dispuesto a someterme a Tus disposiciones y arreglos. Es solo que mi estatura es demasiado pequeña y me siento débil y cohibido. Por favor, dame fe y fuerza y protégeme para que no me convierta en un Judas. No quiero perder mi testimonio ante Satanás”. Después de orar, un pasaje de las palabras de Dios brotó en mi mente: “Dentro de nosotros tenemos la vida resucitada de Cristo. Indiscutiblemente, nos falta fe en la presencia de Dios: ojalá que Dios ponga la verdadera fe dentro de nosotros. ¡La palabra de Dios es verdaderamente dulce! ¡La palabra de Dios es medicina potente! ¡Avergüenza a los diablos y a Satanás! Comprender la palabra de Dios nos da apoyo. ¡Su palabra actúa rápidamente para salvar nuestros corazones! Disipa todas las cosas y pone todo en paz. La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación. Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha engañado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). “¡Es verdad!”, pensé. “Tengo tanto miedo porque me he permitido caer en el engaño de Satanás. A pesar de la feroz apariencia de los agentes, todo está en manos de Dios y Él es mi pilar. ¡Tengo que confiar en mi fe y apoyarme en las palabras de Dios para vencer a Satanás!” Así que mantuve la boca cerrada y, al ver que no soltaba ni una palabra, el agente levantó su porra y me golpeó. Cerré los ojos y apreté los dientes para prepararme para un tormento de intenso dolor pero, sorprendentemente, aunque la porra me golpeaba una y otra vez, no sentía nada. Todos pensaron que era muy extraño y dijeron, desconcertados: “¿Por qué no funciona hoy? Debe estar rota, prueba con otra”. Entonces se agenciaron otra porra para golpearme, pero esa tampoco funcionó. Yo exclamaba continuamente en mi corazón: “¡Oh, Dios, gracias! Has oído mi oración y me estás protegiendo en secreto. ¡Eres tan hermoso, tan leal! Dios, no importa a qué clase de crueles torturas me enfrente en el futuro, estoy dispuesto a confiar en Ti con todo mi corazón. ¡Estoy decidido a mantenerme firme en mi testimonio!” Tras ver que su pistola paralizante no daba ningún resultado conmigo, no estaban dispuestos a rendirse, así que me esposaron y encadenaron, me arrastraron a un coche de policía y me condujeron a un edificio de dos pisos lejos del pueblo.
Cuando entramos, un agente sonrió con frialdad y, amenazador, dijo: “Ya ves que aquí no hay nada y que nadie va a encontrar este lugar. Ahora estás aquí y, si sigues sin hablar, será tu fin. Te enterrarán aquí y nadie lo sabrá jamás. Considéralo: si eres listo, nos dirás lo que queremos saber”. Al oír aquello, se me subió el corazón a la garganta. Era incapaz de imaginar lo que me harían estos “policías del pueblo” sedientos de sangre que tenía ante mí, que actuaban como matones barriobajeros. Enseguida invoqué a Dios dentro de mi corazón, le pedí que me diera fuerzas y determinación para soportar el sufrimiento de tal modo que fuera capaz de sobrellevar la cruel tortura que se avecinaba. Al ver que me seguía negando a decir palabra, dos de los agentes se abalanzaron sobre mí con maldad, me arrancaron toda la ropa y luego me hicieron quedarme de pie a un lado. Uno de ellos me señaló la nariz y dijo, burlón: “Míralo… no tienes vergüenza”. Otro empezó a registrarme la ropa por dentro y por fuera, como un perro hambriento en busca de comida. Solo encontró 30 yuanes, así que giró la cabeza y, mientras se guardaba el dinero en el bolsillo, escupió: “¡Eres un pobre bastardo!” Sentí ira y odio por aquello. Pensé: “¿Cómo es que estos policías sirven al pueblo? Son solo una manada de pícaros y bandidos que tiranizan al pueblo y explotan a la gente corriente. Si no hubiera visto esto hoy con mis propios ojos, no sé cuánto tiempo más habría seguido engañado por las mentiras del PCCh”. Entonces me di cuenta de que la buena voluntad de Dios estaba aquel día detrás de mi arresto; Dios no me estaba haciendo sufrir a propósito, sino que esto estaba sucediendo para que pudiera ver claramente el rostro malvado del PCCh. Alrededor de diez minutos después, otro agente entró con dos cables eléctricos en la mano y una sonrisa malvada en la cara, me hizo un gesto amenazador y dijo: “¿Asustado? El año pasado, otro criminal que no quiso hablar no pudo soportar ser electrocutado. Lo acabó soltando todo. ¡Seguro que te abrimos la boca!” Al ver que me iban a electrocutar, sentí odio y miedo. Si una tortura así se alargaba lo suficiente, estaba seguro de que moriría. Oré rápidamente a Dios: “Dios, estos malvados agentes son tan despiadados que me temo que no podré superar esto. Por favor, protégeme y dame fuerzas para que no me convierta en un Judas y Te traicione por la debilidad de mi carne”. Después de orar, Dios me esclareció para que pensara en este himno de la iglesia: “Tal vez me parta la cabeza y corra la sangre, pero el pueblo de Dios no puede perder el temple. La exhortación de Dios descansa en el corazón y yo decido humillar al diablo, Satanás. Dios predestina el dolor y las penalidades; soportaré la humillación para serle fiel. Dios nunca volverá a derramar una lágrima ni a preocuparse por mi culpa” (‘Deseo ver el día en que Dios gane la gloria’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). “Es verdad”, pensé. “La gente del reino tiene que tener la integridad y la fortaleza propia del reino: sentir avidez por la vida y temer a la muerte es una cobardía. Satanás tiene la estúpida idea de que puede hacerme traicionar a Dios a través de la tortura y arruinar así mi oportunidad de alcanzar la salvación. No puedo permitir que su plan se lleve a cabo ni que se avergüence el nombre de Dios por mi culpa”. Tras pensar todo esto, sentí un estallido de fuerza dentro de mí y encontré el valor para enfrentarme a la tortura.
En mitad de estos pensamientos, dos de los agentes se abalanzaron sobre mí, me empujaron boca abajo contra el suelo y presionaron una silla sobre mi cuerpo. Acudieron dos agentes más, uno a cada lado, para aplastarme las manos con los pies. Sentí como si me las clavaran al suelo: no podía moverme en absoluto. El policía de los cables eléctricos sacó dos de la caja de circuitos, me ató uno a un dedo de la mano izquierda y el otro a uno de la mano derecha y luego activó la corriente. Una oleada de electricidad recorrió al instante todos los nervios de mi cuerpo; era a la vez aturdidor y doloroso, y no pude evitar sufrir espasmos por todo el cuerpo. Fue tan doloroso que acabé gritando. Los policías malvados me metieron una zapatilla de gomaespuma en la boca. Me dieron descargas una y otra vez de la misma manera, me causaron tal dolor que me empapé completamente de sudor y al poco tiempo la ropa me chorreaba como si me hubiera sumergido en el agua. Mientras administraba las descargas eléctricas, el agente me gritaba: “¿Vas a hablar o qué? ¡Te electrocutaré hasta matarte si no hablas! ¡Esto es lo que te pasa por no hablar!” Apreté los dientes con fuerza y me obligué a soportar el dolor sin emitir ningún sonido. Cuando se dieron cuenta, empezaron a mantener la electricidad encendida durante más tiempo. Al final, sentí que no podía soportarlo más y me quería morir. Hice acopio de hasta el último gramo de fuerza en mi cuerpo para empujar a los dos agentes que presionaban la silla sobre mí y luego me golpeé la cabeza con fuerza contra el suelo. Pero curiosamente, aquel suelo de duro cemento de repente me pareció tan blando como el algodón, daba igual lo fuerte que me golpeara la cabeza contra él, no me causaba ningún daño. Justo entonces, un par de renglones de las palabras de Dios que solían surgir con frecuencia en las comunicaciones se me vinieron de repente con claridad a la cabeza: “El sufrimiento de algunas personas llega al extremo y piensan en la muerte. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e impotentes!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). “Aunque vuestra carne sufra, tenéis la palabra de Dios y Su bendición. No puedes morir aunque quieras: ¿puedes renunciar a no conocer a Dios y a no obtener la verdad?” (‘Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Las palabras de Dios me sirvieron de recordatorio de que deseaba morir porque era incapaz de soportar el sufrimiento, de que no estaría dando testimonio de Dios sino que por el contrario lo estaría avergonzando y traicionando. Supondría no tener agallas, ser un cobarde y no avergonzar en absoluto a Satanás. El esclarecimiento de Dios me permitió darme cuenta de que si el suelo de repente parecía blando era porque Dios me detenía silenciosamente, me protegía y no me permitía morir, con la esperanza de que pudiera dar testimonio en medio de esta terrible situación, avergonzando así a Satanás y trayendo gloria a Dios. Notar el amor y la protección de Dios me resulto inmensamente inspirador y, en silencio, tomé una decisión: no importa cuánto me torturen estos policías malvados, seguiré adelante, y si solo me queda un último suspiro, lo emplearé bien para dar testimonio de Dios y no defraudarlo de ningún modo. Mi cuerpo entero se agitó con fuerza, apreté los dientes y me preparé para recibir una tortura eléctrica aún más brutal.
Al ver que seguía sin ceder, los agentes se enfadaron tanto que se les notaban las venas en el cuello. Tenían una mirada feroz en los ojos, rechinaban los dientes y apretaban los puños, como si ansiaran devorarme. Uno de ellos, muy exasperado, se me acercó y me agarró del pelo, dio un fuerte tirón, me acercó mucho a su cara y gritó con una expresión diabólica: “Pedazo de mierda, ¿vas a hablar o no? Si no lo haces, te arrancaré la piel y te dejaré al borde de la muerte. ¡Eso es lo que pasa por no hablar!” Entonces me soltó el pelo y le gritó frenético a otro malvado policía: “¡Dale un voltaje letal de electricidad!” Incapaz de soportar ese voltaje tan alto, me desmayé. Me echaron agua fría para reanimarme antes de continuar con la tortura. Después de varias descargas más, sentía un dolor insoportable por todo el cuerpo. De verdad no podía soportarlo más y me parecía que iba a morir en cualquier momento. En mitad de esa crisis, Dios me guio a recordar este himno de la iglesia: “Las palabras de Dios me guían en la adversidad y eso fortalece mi corazón; no puedo avanzar si miro hacia atrás. Es tan raro poder aceptar que el reino te enseñe, que de ningún modo puedo perder esta oportunidad de ser perfeccionado. Si le fallo a Dios, me arrepentiré el resto de mi vida. Si le doy la espalda a Dios, la historia me condenará. […] Mi corazón atesora sólo la verdad y está dedicado a Dios, nunca más me rebelaré ante Dios ni lo afligiré. Estoy decidido a amar a Dios y a dedicarme completamente a Dios, y nada ni nadie puede detenerme. Yo daré testimonio para dar gloria a Dios, no importa cuán duras sean las pruebas y las tribulaciones. Viviré una vida con sentido al obtener la verdad y la perfección de Dios” (‘Estoy decidido a dedicarme completamente a Dios’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). También pensé en estas palabras de Dios: “Mientras tengas aliento, Dios no te dejará morir” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Guiado por las palabras de Dios, mi débil corazón se fortaleció una vez más. Pensé para mis adentros: “No importa cuán salvajes seáis, manada de demonios, solo podéis torturar mi carne y hacer que mi vida sea peor que la muerte, pero nunca, jamás podréis cambiar mi deseo de seguir a Dios. Cuanto más me atormentáis, más claramente veo vuestros rostros malvados y más firme soy en mi determinación de seguir a Dios. No os atreváis a imaginar que podéis hacerme vender a uno solo de mis hermanos o hermanas; aunque eso signifique que muera hoy, ¡esta vez satisfaré a Dios!” Ahora que estaba dispuesto a sacrificar mi vida, de nuevo fui testigo de la omnipotencia de Dios, así como de Su misericordia y cuidados. Me electrocutaron varias veces más y, al notar que estaba teniendo espasmos muy graves, no se atrevieron a continuar, temiendo que muriera y les hicieran responsables. Pero a pesar de ello, no se dieron por vencidos; me levantaron de nuevo del suelo, me retorcieron los brazos a la fuerza detrás de la espalda y los ataron fuertemente con una cuerda. Me apretaron tanto el nudo que las muñecas me dolían una barbaridad y al poco tiempo se me enfriaron e hincharon las manos; las tenía tan entumecidas que perdí toda sensibilidad en ellas. Los malvados policías querían colgarme para seguir torturándome pero, cada vez que tiraban de la cuerda, esta se aflojaba. Intentaron lo mismo muchas veces, pero siempre resultó en fracaso. Perplejos, dijeron: “¿Qué pasa hoy? La cuerda es muy difícil de manejar, ¡qué raro! Tal vez sea una señal de que no debemos matar a este tipo”. Uno de ellos dijo: “¡Ya está! Suficiente por hoy. Se está haciendo tarde”. El terrible agente que quería colgarme no tuvo más remedio que rendirse, pero me señaló y, amenazador, dijo: “Hoy has tenido mucha suerte, pero espera a ver lo que te tengo reservado para mañana”. Sabía que Dios me había protegido de nuevo y le di las gracias una y otra vez dentro de mi corazón. En ese momento, me sobrevinieron estas palabras de Dios: “El universo y todas las cosas están en Mis manos. Si Yo lo digo, será. Si Yo lo ordeno, así se hará. Satanás está bajo Mis pies; ¡está en el abismo sin fondo!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 15). “¡Yo soy tu respaldo y tú debes tener el espíritu del hijo varón! Satanás está arremetiendo en su agonía de muerte final, pero aun así será incapaz de escapar de Mi juicio. Satanás está bajo Mis pies y también está pisoteado debajo de vuestros pies, ¡es verdad!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 17). Ese día, fui testigo de la maravillosa protección de Dios hacia mí y experimenté en persona que Dios es realmente todopoderoso y que Él gobierna sobre todo, que absolutamente todo en el cielo y la tierra está en Sus manos, y que todas las cosas, vivas o no, son por entero gobernadas por Dios. Me di cuenta de que esos malvados policías en concreto estaban sujetos a las disposiciones de Dios y, aunque desde fuera parecían salvajes, sin el permiso de Dios no podían tocarme ni un pelo de la cabeza. Mientras mantuviera la fe en Dios y estuviera dispuesto a dar mi vida para satisfacerlo, a dar testimonio de Él, esos demonios serían sin duda avergonzados y derrotados. ¡Esa era la encarnación de la omnipotencia de Dios y Su absoluto triunfo!
De dos a seis de la tarde, aquellos agentes me torturaron sin parar en ese pequeño edificio de dos pisos, antes de llevarme de vuelta a la comisaría de policía. Cuando volvimos, me metieron en una jaula de hierro y no me dieron nada de comer ni de beber. Con frío, hambriento y físicamente débil, me apoyé en los barrotes de la jaula y pensé en todo lo que había sucedido ese día. Algunas de las palabras de Dios surgieron en mi mente: “¡Esa banda de cómplices criminales[1]! Descienden al reino de los mortales para complacerse en los placeres y causar una conmoción, agitando tanto las cosas que el mundo se convierte en un lugar voluble e inconstante y el corazón del hombre se llena de pánico e inquietud, y han jugado tanto con el hombre que su apariencia se ha convertido en la de una bestia inhumana del campo, sumamente fea, y de la cual se ha perdido hasta el último rastro del hombre santo original. Además, incluso desean asumir el poder soberano en la tierra. Obstaculizan tanto la obra de Dios que esta apenas puede avanzar, y estrechan al hombre tan firmemente como los muros de cobre y acero. Habiendo cometido tantos pecados graves y causado tantos desastres, ¿todavía están esperando otra cosa que el castigo?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (7)). Comparando las palabras de Dios con los hechos, al fin vi claramente que los agentes de policía a los que había admirado en el pasado eran en realidad increíblemente salvajes y despiadados. Parecen muy dignos y siempre hablan del deber y de la integridad, poniendo cara de benevolencia como “servidores del pueblo”, pero en realidad son una manada de bestias brutales e insensibles, demonios que pueden asesinar a cualquiera sin pestañear. ¿Qué tenía de malo que yo tuviera fe? ¿Qué tenía de malo que adorara a Dios? Aquellos agentes malvados me vieron como a un enemigo mortal y me trataron con una brutalidad inhumana, me empujaron al borde de la muerte. ¿Cómo podía un ser humano ser capaz de tales cosas? ¿Acaso no son solo propias de un demonio? Entonces me di cuenta de que esos policías parecían humanos por fuera, pero por dentro su esencia era la de demonios y espíritus malignos que odian la verdad y detestan a Dios: eran Sus enemigos naturales. Han venido al mundo expresamente como espíritus vivientes para dañar y devorar a la gente. Estaba lleno de odio hacia ellos y al mismo tiempo llegué a percibir el profundo sentido de la bondad y la hermosura de Dios. Aunque había caído en la guarida del diablo, Dios siempre estaba conmigo y me protegía silenciosamente, alentándome y consolándome con Sus palabras, y dándome fe y fuerza para que pudiera sobrevivir una y otra vez a aquellos demonios que me torturaban y maltrataban. Incluso varias veces, cuando estaba al borde de la muerte, Dios me protegió con Su gran poder para salvarme. ¡El amor de Dios hacia mí es tan auténtico! En silencio, me prometí: da igual que estos demonios me torturen en el futuro, daré testimonio y satisfaré a Dios. El esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios consolaron mi corazón y mi dolor físico se alivió significativamente. Acompañado por Su amor, sobreviví a la larga noche.
Al día siguiente, dos de los agentes se pusieron delante de la jaula después de haber desayunado. Uno de ellos sonrió malicioso y dijo: “¿Cómo estás? ¿Tuviste tiempo anoche para pensar las cosas? Entonces, ¿vas a hablar o no?” Le eché una mirada, pero no respondí. Al ver esto, inmediatamente cambió el tono: metió la mano en la jaula, me agarró un mechón de pelo y tiró de mí hasta que mi cara quedó frente a la suya. Luego me quemó la nariz con la punta de su cigarrillo y, mirándome despiadado, me dijo: “Que sepas que muchos criminales pasan por aquí y ni siquiera los más reacios a hablar pueden escapar de mis garras. Aunque no mueras aquí, ¡te voy a despellejar vivo!” Otros dos agentes entraron al poco; abrieron la jaula y me sacaron. Para entonces sentía las piernas entumecidas y débiles y no podía permanecer de pie. Me desplomé en el suelo. Uno de los agentes pensó que estaba fingiendo, así que se acercó y me pateó salvajemente unas cuantas veces, al tiempo que gritaba: “¿Crees que te vas a hacer el muerto conmigo?”. Otros dos agentes me levantaron y me dieron un puñetazo en la cara y otro en el tronco. Después de un rato, vieron que mi cuerpo era un peso muerto, que me salía sangre por la nariz y la boca y que mi cara estaba hecha una masa ensangrentada y no respondía. Uno de ellos dijo: “Olvídalo, vamos a parar. Parece que no durará mucho y si muere en nuestras manos, nos causará muchos problemas”. Solo entonces pararon su violento ataque contra mí y me echaron a un lado. Logré oírlos hablar en voz baja entre ellos y uno dijo: “Desde que soy policía, nunca he visto a nadie tan duro como él. No ha dicho una sola palabra en todo el tiempo, ¡desde luego tiene mérito!” Me pareció distinguir en su tono el sonido de Satanás apesadumbrado, suspirando desanimado, y lo vi huyendo a causa del pánico ante el fracaso. También vi a Dios sonriendo por haber obtenido la gloria y sentí una alegría indescriptible. En silencio, le di gracias a Dios y no pude evitar cantar un himno de la iglesia, El reino, dentro de mi corazón: “Dios es mi apoyo, ¿qué hay que temer? Entrego mi vida a luchar contra Satanás hasta el final. Dios nos eleva, deberíamos dejarlo todo atrás y luchar para dar testimonio de Cristo. Dios cumplirá Su voluntad en la tierra. Tendré mi amor y lealtad preparados para entregárselos a Dios. Recibiré con gozo el regreso de Dios cuando descienda en la gloria y volveré a reunirme con Él cuando se haga el reino de Cristo. […] De la adversidad han salido muchos buenos soldados vencedores. Somos vencedores junto con Dios y nos hemos convertido en testimonio de Dios. El día que Dios logra la gloria llega con una fuerza irresistible. La gente se dirige a raudales hacia esta montaña y entra en la luz de Dios. El incomparable esplendor del reino debe manifestarse por todo el mundo” (‘El reino’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Cuanto más cantaba, más energía sentía. Me parecía que como seguidor de Dios, poder experimentar este tipo de represión y dificultades era un auténtico honor para mí. Mi fe creció exponencialmente y juré luchar contra Satanás hasta el final. Así es como sobreviví un día más.
Un agente de policía llegó alrededor de las nueve de la mañana del tercer día. En cuanto entró, se presentó y me dijo que era el jefe de esa comisaría. Se puso delante de mí y, con fingida dulzura, dijo: “Has sufrido mucho. He estado de reuniones en el condado estos dos últimos días; acabo de regresar y me he enterado de lo que está pasando contigo. Les he regañado muy duramente, ¿cómo pueden golpear a alguien tan arbitrariamente sin antes comprender la situación? Eso ha estado fuera de lugar”. No pude evitar sentirme confundido ante esta inesperada “bondad” de un malvado agente de policía, pero en ese momento recibí el recordatorio de algunas de las palabras de Dios: “En todo momento, Mi pueblo debe estar en guardia contra las astutas maquinaciones de Satanás” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 3). Me di cuenta de que era uno de los trucos de Satanás; cuando ve que el palo no funciona, prueba con la zanahoria, en un intento por hacerme traicionar a Dios y vender a la iglesia. Mi corazón se iluminó y sentí una sensación de confianza interior. Pensé: “La sabiduría de Dios se ejerce sobre la base del engaño de Satanás. Así que no importa cuán astuto e ingenioso seas, viejo diablo, poseo las palabras de Dios para guiarme. ¡Estás soñando si crees que tus trucos tendrán éxito!” Sin importar cuántas “cosas bonitas” me dijo para engatusarme, yo no le presté atención. Al ver que todo esfuerzo era infructuoso, al final no tuvo más remedio que irse. Después de eso, otros dos agentes entraron y me gritaron, enfurecidos: “Mierdecilla, ya verás. ¡Si no hablas, no vas a salir de aquí! Podemos hacer que te condenen sin ninguna prueba. ¡Espera y verás!” Estaba muy tranquilo ante sus amenazas, pensando para mí mismo: “Creo que todo está en manos de Dios, y que si recibo o no una sentencia también está en sus manos. Estos demonios no tienen la última palabra, Dios la tiene. Pase lo que pase, creo que todo lo que hace Dios tiene sentido y estoy dispuesto a obedecer hasta el final”.
La policía no tenía ninguna prueba para condenarme, pero aun así no estaban dispuestos a dejarme ir. Me habían negado la comida y el agua durante varios días seguidos. Aquella noche tenía tanta hambre que no me quedaban fuerzas, y me preguntaba si acabaría muriendo de inanición si las cosas seguían así. En ese momento pensé: “El destino de la gente está en manos de Dios, así que si Dios no quiere que alguien muera, no morirá. Lo único que tengo que hacer es someterme a los arreglos y disposiciones de Dios”. Poco después, la policía trajo a seis personas a las que habían pillado apostando. Los seis convencieron a los agentes para que les invitaran a medio kilo de baozi a cada uno, y los agentes trajeron cerca de cuatro kilos. Terminaron pagando sus multas y fueron liberados rápidamente; justo antes de irse, me dieron las sobras de los baozi sin que la policía se diera cuenta. Supe de nuevo que todas las personas, sucesos y cosas vienen dispuestos por la mano de Dios. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me conmovió de una manera que no puedo explicar. ¡Sentí lo hermoso y maravilloso que es Dios! Aunque había caído en una guarida de demonios, Dios había estado a mi lado todo el tiempo, cuidándome y velando por mí, actuando como mi fuerza interior de vida, apoyándome una y otra vez para vencer la tentación de Satanás. También mostró compasión por mi debilidad, ayudándome a superar estas dificultades. ¡Dios es tan práctico y Su amor es tan real!
Llegado el sexto día, la policía había sido totalmente incapaz de encontrar ninguna prueba para condenarme por algún delito, así que acabaron multándome con 200 yuanes y me dejaron ir. Era profundamente consciente de que Dios gobernaba sobre todo esto, y que Él sabía con certeza cuánto sufrimiento debía soportar y cuántos caminos debía recorrer; Dios no me permitiría sufrir ni un solo día sin necesidad. Sabía que la policía no había querido dejarme ir ese día porque, debido a su naturaleza diabólica y siniestra, jamás cederían tan fácilmente. Pero Dios ya no lo permitiría, así que ellos no tenían voz ni voto en el asunto. Esto también me permitió ver que Satanás y sus demonios prestan servicio a Dios a medida que Él perfecciona a Su pueblo escogido, y aunque puedan parecer muy feroces, Dios gobierna sobre todo. Mientras nos apoyemos verdaderamente en Dios y nos sometamos a Él, Dios nos protegerá para que podamos vencer a todas las fuerzas demoníacas y dejar atrás el peligro para ponernos a salvo.
Me torturaron durante seis días en la comisaría de policía, y la extraordinaria experiencia de esas jornadas me ayudó a ver el verdadero y feo semblante del gobierno del PCCh y su naturaleza y esencia malvada y reaccionaria. Supe que es un demonio enemigo de Dios, que está formado por una banda de bribones. También me permitió entender la omnipotencia, soberanía, maravilla y sabiduría de Dios, y experimentar personalmente Su amor y salvación; alcancé a comprender que Dios es todopoderoso, fiel, grande y hermoso, y que Él es el Único eternamente digno de la confianza y adoración de la humanidad; es más, Dios es digno de su amor. Aquella experiencia se convirtió en un punto de inflexión en mi vida de fe porque, sin ella, nunca habría desarrollado un verdadero odio hacia Satanás ni habría obtenido un entendimiento real de Dios. Entonces mi fe en Él hubiera sido vacía y no habría podido alcanzar la salvación completa. Solo al vivir esa brutal persecución y represión por parte del PCCh llegué a conocer lo que son Satanás y sus demonios, lo que es el infierno en la tierra, y lo oscuras y malvadas que son sus fuerzas. Y solo a través de esa experiencia pude percibir la enorme gracia y compasión que Dios me estaba mostrando, de tal modo que yo, nacido en China, una tierra tan oscura, malvada y sucia, podía escapar de las garras de Satanás y llegar a caminar por el camino de la fe y buscar la luz en la vida. También fui testigo de la omnipotencia y soberanía de Dios y experimenté la autoridad y el poder de Sus palabras. De verdad pueden convertirse en la vida de una persona y salvar a la gente de la influencia de Satanás y ayudarla a superar las restricciones de la muerte. También experimenté de primera mano que solo Dios es capaz de amar de verdad a las personas y salvarlas, mientras que Satanás y sus demonios solo pueden engañarlas, lastimarlas y devorarlas. Doy gracias a Dios por aprovechar la represión del PCCh para permitirme distinguir entre lo bueno y lo malo, y así ver claramente qué es el bien y qué es el mal. Desde ese día, me afano en entender y obtener más de la verdad, para así alcanzar el auténtico conocimiento de Dios y difundir activamente Su evangelio y dar testimonio de Su nombre para que más gente pueda acudir ante Él y adorarlo.
Nota al pie:
1. Los “cómplices criminales” son del mismo tipo que “una banda de rufianes”.
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