Enfrentarse a la enfermedad es la gracia de Dios

27 Mar 2025

Por Shiji, China

Desde joven he tenido problemas de salud. Cuando era adolescente, sentía dolores en las piernas. El médico dijo que tenía artritis reumatoide y que necesitaba un tratamiento. En ese momento, mi familia era pobre y no podía costear el tratamiento. Cuando el dolor se tornaba intenso, solía tomar un par de analgésicos. También llevaba más ropa o me sentaba en una cama de ladrillos calientes para aliviar el dolor. A los veinte años, mi enfermedad empeoró y quedé paralítica. Después de un tiempo de tratamiento, aunque pude caminar, me quedó una molestia persistente. Si caminaba demasiado, me dolían las piernas. Más tarde, comencé a creer en el Señor Jesús. Para mi sorpresa, después de más de un mes, mis piernas sanaron milagrosamente, y me sentí muy feliz. Para agradecerle al Señor Su gracia, di testimonio y prediqué el evangelio de manera muy activa, tal como dispuso la iglesia. Sentí que, al dar testimonios y predicar el evangelio para el Señor, Dios seguiría cuidándome y protegiéndome, y que incluso podría recibir una gracia aún mayor. Desde entonces, me aferré a mi fe como a una cuerda salvavidas, y mi entusiasmo por creer en Dios aumentó en gran medida.

En octubre de 2006, acepté la obra de Dios de los últimos días. Me emocionó muchísimo darle la bienvenida al regreso del Señor Jesús. Pensaba: “Dios expresa la verdad en los últimos días para llevar a cabo la obra de salvación. Debo aprovechar esta oportunidad para cumplir más deberes y preparar buenas obras. Siempre que crea sinceramente en Dios y cumpla mis deberes con lealtad, Dios seguramente me mantendrá sana y salva durante toda mi vida. Además, cuando la obra de Dios llegue a su fin, entraré al reino y disfrutaré de grandes bendiciones. ¡Qué bendición enorme!”. Poco después de comenzar a creer en Dios, empecé a prepararme para cumplir mis deberes. Sin importar qué deberes dispusiera la iglesia, yo obedecía. En 2012, dejé mi casa para alquilar un lugar en la ciudad y ofrecer hospedaje. Aunque era difícil y agotador, no albergaba ninguna queja en mi corazón. Los años pasaron rápidamente, y los líderes decidieron que me encargara de varios grupos de reunión. No sabía andar en bicicleta, así que, sin importar la distancia, caminaba. A veces, si iba a casa a almorzar y luego tenía que salir a las reuniones, solía llegar tarde, por lo que simplemente me saltaba el almuerzo. Aun cuando me dolían las piernas de tanto caminar, no me importaba. Sentía que, al cumplir con mis deberes, a pesar de las dificultades a lo largo de los años, Dios notaría todo lo que hacía y, sin duda, me protegería y me bendeciría por mi lealtad hacia mis deberes.

En 2019, volví a sentir el dolor en mis piernas. A veces, si caminaba demasiado, me dolía tanto la rodilla que no podía flexionarla. Por la noche, no podía extender la pierna completamente mientras dormía y, a veces, el dolor me despertaba. Fui al hospital a hacerme un examen, y el médico dijo que la articulación de mi rodilla derecha necesitaba una cirugía de reemplazo. En ese momento, mi familia no tenía dinero para el tratamiento, y yo estaba ocupada con mis deberes. Pensé: “Si llevo a cabo mis deberes adecuadamente, quizás algún día Dios me libre de la enfermedad”. Así que no me sometí a la cirugía y, en su lugar, tomaba analgésicos y me colocaba apósitos para aliviar el dolor. Durante ese tiempo, a veces no podía dormir por la noche debido al dolor. Durante el día, si permanecía sentada durante mucho tiempo, cuando me levantaba no podía caminar, y tenía que masajearme la pierna lentamente antes de poder caminar un poco.

En agosto de 2023, al notar la intensidad del dolor en mis piernas, mi hijo me llevó al hospital para hacerme una radiografía. El médico la miró y dijo: “¿Por qué esperaste a que fuera tan grave para buscar un tratamiento? Ahora, la articulación de tu rodilla derecha ya está muy dañada y ambas articulaciones de los tobillos están necrosadas. Los medicamentos y la acupuntura ya no servirán de nada. El mejor plan de tratamiento es reemplazar tanto la articulación del tobillo como la de la rodilla. Si reemplazamos una articulación cada tres meses, en un año resolverás el problema. De lo contrario, podrías quedarte paralítica”. Cuando escuché el diagnóstico del médico, casi sufro un colapso nervioso. Aunque el dolor en mi pierna había empeorado con los años y estaba, hasta cierto punto, preparada mentalmente, no imaginé que la situación fuera tan grave. Si me quedaba paralítica, ¿cómo iba a vivir? Mi corazón se encogió y contuve las lágrimas. Después de regresar a casa, me desplomé en la cama como un globo desinflado, me sentí desvalida y mis lágrimas brotaron sin control. Todas mis quejas y malentendidos respecto a Dios salieron en tropel: “Antes, cuando soportaba el dolor y subía la montaña a recoger avellanas que luego vendía para ofrecer hospedaje, sin importar lo difícil que fuera, jamás me quejé. Más tarde, cuando estuve a cargo de los grupos de reuniones, desafié el viento y la lluvia, nunca retrasé mis deberes y no me quejé del dolor en mis piernas. ¿Por qué Dios no me ha protegido? ¡Ahora necesito reemplazar la articulación de mi rodilla y mi familia no cuenta con tanto dinero! Sin embargo, si no me someto a la cirugía, deberé afrontar una parálisis”. Durante esos días, cada vez que pensaba en el dolor y el sufrimiento que soporté mientras experimentaba la parálisis, mi corazón temblaba y las lágrimas brotaban sin control. Al ver que los hermanos y hermanas podían caminar y correr para cumplir con sus deberes, ¡los envidiaba tanto! ¿Por qué no podía tener dos piernas sanas como todos los demás? Pensé que, al creer en Dios, Él siempre me protegería, pero nunca imaginé que esto ocurriera. Cuando la líder se enteró de mi situación, compartió conmigo: “Cuando sufrimos una enfermedad, esta lleva consigo las intenciones de Dios; ¡no malinterpretes a Dios! Cuando nos enfermamos, necesitamos reflexionar sobre la corrupción, las intenciones y opiniones erradas que hemos revelado, y aprender de ello”. La líder también me aconsejó que leyera varias veces capítulos específicos de las palabras de Dios que pudieran abordar mi estado. Cuando se fue, encontré rápidamente las palabras de Dios y leí: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Mientras reflexionaba sobre las palabras de Dios, me sentí animada: “Esta enfermedad que he contraído lleva consigo la buena intención de Dios. Él no busca descartarme ni hacer que comprenda el dolor y la infinidad de sentimientos que provoca la enfermedad, sino purificar las impurezas en mi fe a lo largo de los años”. Luego, muy en mi interior, reflexioné: “¿Qué es lo que Dios quiere purificar en mí?”. Me di cuenta de que, durante todo el tiempo, la razón de mi fe en Dios era principalmente buscar gracia y esperar tener buena salud y una vida tranquila. Al principio, cuando Dios me otorgaba gracia, me sentía muy feliz y llena de energía para esforzarme por creer en Él. Sin embargo, al enfrentarme ahora a una artritis reumatoide grave y la posibilidad de una parálisis, discutía con Dios y me quejaba de por qué no me había protegido. Vi que mi fe no era diferente de la de aquellos que profesan una religión, que solo le piden a Dios gracia y bendiciones, pero no creen en Él sinceramente ni persiguen la verdad. Al darme cuenta de eso, sentí culpa y remordimiento. Oré a Dios: “Dios, durante estos años que llevo creyendo en Ti, he perseguido con puntos de vista erróneos y he tomado la senda equivocada. Has permitido que la enfermedad llegue a mi vida, y eso conlleva Tu buena intención. Estoy dispuesta a buscar la verdad y a reflexionar minuciosamente sobre mí misma”.

Mientras buscaba, encontré dos pasajes de las palabras de Dios y logré entender mejor mi estado. Dios dice: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). “La relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño y una indignación reprimida e inútil. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Después de leer las palabras de Dios, sentí que atravesaban mi corazón y me invadió el dolor, como si Dios me estuviera juzgando cara a cara y expusiera mi estado de manera vívida y detallada. Me di cuenta de que mi fe en Dios y el cumplimiento de mis deberes tenían como fin que Dios me mantuviera a salvo, me otorgara una vida tranquila y me proporcionara buena salud. Es exactamente lo que Él expuso: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). Al mirar atrás, cuando me curé de mi enfermedad después de creer en el Señor Jesús, me aferré a Él como a una cuerda salvavidas y creí firmemente que Dios era el Dios que bendice a las personas. Pensé que mientras creyera verdaderamente en Dios, sufriera más y me esforzara más, Él me mantendría sana y me concedería una vida tranquila, libre de enfermedades y desastres. Tras aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, sentí aún más entusiasmo por entregarme. Para cumplir con mis deberes, alquilé un lugar alejado de mi hogar para acoger a los hermanos y hermanas. Más tarde, cuando estuve a cargo de las reuniones del grupo, afronté todo tipo de clima y largas distancias. Supuse que Dios notaría mi responsabilidad y fidelidad en el cumplimiento de mis deberes y que, sin duda, me mantendría a salvo durante toda mi vida. Pero esta vez, al afrontar una enfermedad grave y la posibilidad de una parálisis, me volví contra Dios, me quejé con furia de Él y usé mis sacrificios y esfuerzos para discutir y saldar cuentas con Él, tal como expusieron Sus palabras: “Los que carecen de humanidad no pueden amar verdaderamente a Dios. Cuando el ambiente es seguro y fiable o hay ganancias que obtener, son completamente obedientes a Dios, pero cuando lo que desean está comprometido o finalmente se les niega, de inmediato se rebelan. Incluso, en el transcurso de una sola noche pueden pasar de ser una persona sonriente y ‘de buen corazón’ a un asesino de aspecto espantoso y feroz […](La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la práctica del hombre). Cuando Dios me concedía gracia, me mostraba completamente sumisa a Él. Sin embargo, cuando por un momento no me complacía, me quejaba de Él. ¿Acaso no carecía completamente de conciencia? Al creer de esta manera y, aun así, esperar recibir bendiciones de Dios y entrar al reino de los cielos, ¡realmente no tenía vergüenza! Esta enfermedad me reveló por completo. Vi que mi fe en Dios y mi desempeño en los deberes a lo largo de los años no eran en absoluto sinceros. Me esforcé para lograr que Dios me sanara y recibir bendiciones. Usé mis sacrificios y mis esfuerzos para intentar negociar con Dios. A primera vista, parecía que mantenía el ritmo de la nueva obra de Dios, pero mi enfoque sobre lo que debía perseguir no había cambiado. Seguía persiguiendo gracia y bendiciones como las de la Era de la Gracia, y mi único propósito al creer era comer el pan y saciarme. Antes, había compartido con los hermanos y hermanas que Dios ya no estaba llevando a cabo la obra de la Era de la Gracia, que en los últimos días realiza la obra de juicio y purificación de las personas y que solo persiguiendo la verdad y experimentando un cambio en el carácter-vida podemos ser salvos y entrar en el reino. Pero yo no estaba persiguiendo la verdad ni un cambio de carácter; en cambio, me concentraba solo en perseguir gracia y bendiciones. ¿Qué podría ganar al creer en Dios de esa manera? Al final, si no podía entender la verdad y no lograba cambiar mi carácter corrupto, ¿no acabaría de todas formas destruida? Entonces, pensé en Pablo. Creyó en Dios por motivos personales y con impurezas, y utilizó su entrega, esfuerzo y trabajo arduo para intentar negociar con Dios. Lo amenazó abiertamente y le exigió una corona de justicia y, por consiguiente, provocó el carácter de Dios y recibió Su justo castigo. ¿Acaso la naturaleza de mi búsqueda no era la misma que la de Pablo? Después de ir de acá para allá y esforzarme por Dios, exigí que Él me sanara y cuidara mi salud. Cuando Dios no actuó según mis deseos, discutí con Él y le reclamé, lo que significaba resistirse a Él. Al pensar en ello, sentí una profunda tristeza y derramé lágrimas de arrepentimiento. Me acordé de cuando me quedé paralítica durante más de dos meses a los veinte años; los médicos dijeron que mi enfermedad era incurable, pero pude ponerme de pie y caminar nuevamente. Fue Dios quien me protegió todo el tiempo. Aunque me quedó un dolor persistente en la pierna, fue gracias a la enfermedad que me presenté ante Dios y creí en el Señor Jesús. Luego, Dios obró a través de los hermanos y hermanas que me predicaron el evangelio, y tuve la suerte de aceptar nuevamente el evangelio de Dios de los últimos días, y disfruté el riego y el sustento de las palabras de Dios. ¡Me ha mostrado tanto amor! No obstante, debido a que ahora no me había sanado como yo quería, me rebelé contra Él y me quejé de Él. ¡Carecía por completo de conciencia! Oré en silencio en mi corazón: “Dios, son Tus palabras las que han despertado a mi corazón insensible. Recién ahora me doy cuenta de que he estado intentado negociar contigo en mi fe. He disfrutado en gran medida del riego y el sustento de Tu palabra, sin embargo, no pensé en retribuir Tu amor. En cambio, te malinterpreté y me quejé de Ti. ¡Realmente carezco de humanidad! Dios, estoy dispuesta a arrepentirme y cambiar”.

Más tarde, leí estas palabras de Dios: “Job no habló de negocios con Dios, y no le pidió ni le exigió nada. Alababa Su nombre por el gran poder y autoridad de Dios en Su dominio de todas las cosas, y no dependía de si obtenía bendiciones o si el desastre lo golpeaba. Job creía que, independientemente de que Dios bendiga a las personas o acarree el desastre sobre ellas, Su poder y Su autoridad no cambiarán; y así, cualesquiera que sean las circunstancias de la persona, debería alabar el nombre de Dios. Que Dios bendiga al hombre se debe a Su soberanía, y también cuando el desastre cae sobre él. El poder y la autoridad de Dios dominan y organizan todo lo del hombre; los caprichos de la fortuna del ser humano son la manifestación de estos, y sin importar la perspectiva desde la que lo mires, se debería alabar el nombre de Dios. Esto es lo que Job experimentó y llegó a conocer durante los años de su vida. Todos sus pensamientos y sus actos llegaron a los oídos de Dios, y a Su presencia, y Él los consideró importantes. Dios atesoraba este conocimiento de Job, y le valoraba a él por tener un corazón así, que siempre aguardaba el mandato de Dios, en todas partes, y cualesquiera que fueran el momento o el lugar aceptaba lo que le sobreviniera. Job no le ponía exigencias a Dios. Lo que se exigía a sí mismo era esperar, aceptar, afrontar y someterse a todas las disposiciones que procedieran de Él; creía que esa era su obligación, y era precisamente lo que Él quería(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Después de leer las palabras de Dios, me sentí profundamente avergonzada. Solo deseaba poder desaparecer. Job creyó en Dios sin albergar motivos personales ni impurezas, y no tuvo en cuenta si recibiría bendiciones o enfrentaría la desgracia. Independientemente de que Dios le diera o le quitara, no se quejaba. Se puso en el lugar de un ser creado, se sometió a Dios y lo adoró. Durante sus pruebas, perdió todas sus riquezas y a sus hijos. Incluso sufrió intensamente debido a las llagas que tenía en todo su cuerpo. ¡Su sufrimiento fue inmenso! Cuando estaba sentado sobre cenizas, rascando sus heridas con un trozo de cerámica, tampoco se quejó de Dios, ni le pidió que aliviara su sufrimiento. Aun así, seguía siendo capaz de alabar Su nombre y de mantenerse firme en su testimonio de Dios. Cuando pensé en la humanidad y la razón de Job, me sentí sumamente avergonzada. A lo largo de los años que había creído en Dios, cuando recibía Sus bendiciones, le agradecía con alegría en mi corazón. Pero cuando la enfermedad en mi pierna empeoró, me quejé de Dios, quise discutir y ajustar las cuentas con Él. Al pensar en mi comportamiento, me odié a mí misma y me sentí muy en deuda con Dios. Aunque estoy a años luz de Job y no poseo su humanidad ni su gran fe, estaba dispuesta a seguir su ejemplo. Sin importar lo que le ocurriera a mi cuerpo, incluso si quedaba paralítica o moría, no me quejaría de Dios. Cumpliría con mi deber para retribuir Su amor.

Más tarde, mi hijo quiso llevarme a Pekín para un control médico. Antes de irme, hice una oración de sumisión a Dios: “Dios Todopoderoso, ¡te agradezco! Es Tu misericordia la que me ha mantenido con vida hasta hoy. Si no fuera por Tu protección, ya habría muerto hace mucho tiempo. Pero no tengo conciencia; no supe ser agradecida ni retribuir Tu amor. Estos años, he intentado negociar contigo constantemente, me he rebelado contra Ti y me he resistido. Dios, no me has tratado conforme a mis transgresiones, sino que me has dado la oportunidad de arrepentirme y estoy dispuesta a hacerlo de verdad. No importa cuál sea el diagnóstico que reciba en Pekín, me someteré a Tus orquestaciones y arreglos. Incluso si quedo paralítica o muero, esa es Tu justicia; lo que sea que dispongas es bueno”. Después de la oración, me sentí muy tranquila y aliviada. Cuando llegué a Pekín, el doctor dijo que mi situación era crítica. Una parte del hueso en la cara interna de mi rodilla derecha ya se había puesto negra y estaba necrosada y, si empeoraba, podría convertirse en cáncer óseo. Si no me operaba pronto, no tendría posibilidades de recuperarme. Cuando lo escuché, no me asusté tanto como antes. Solo pensé en someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios. Dado que los efectos secundarios de la cirugía eran muy serios y sería muy doloroso, no me sometí a la operación y, antes de regresar a casa, tomé solo algunas medicinas. La noche que regresé de Pekín, me senté en la cama y masajeé mi pierna. Me dije: “Veré si puedo extenderla”. Intenté extenderla lentamente, ¡y para mi sorpresa, pude estirarla por completo! La flexioné lentamente de nuevo e intenté extenderla una vez más, ¡y pude volver a estirarla! ¡Estaba muy contenta!

En los días siguientes, el dolor en la pierna disminuyó gradualmente y pude caminar con más facilidad que antes. Los hermanos y hermanas dijeron que mi postura era más erguida y que parecía que estaba mejor de salud. Aunque mi pierna sigue sin estar al nivel de la mayoría, estoy muy contenta y profundamente agradecida a Dios. Comprendí que Él usó esta enfermedad para purificar las impurezas de mi fe. Fui demasiado terca. Durante todos estos años, a la vez que creía en Dios, me aferraba a puntos de vista religiosos, perseguía bendiciones y gracia en lugar de enfocarme en perseguir la verdad. Mi carácter corrupto no ha cambiado mucho a lo largo de los años que llevo creyendo en Dios y he desperdiciado más de una década de tiempo. De ahora en adelante, debería perseguir la verdad con sinceridad y no intentar negociar con Dios. Ahora la iglesia me ha encargado que supervise una pequeña reunión de grupo de nuevo y estoy profundamente agradecida a Dios por ello. Pienso en cómo cumplir con mi deber con lealtad y en contribuir con todo lo que puedo, sin generar ningún sentimiento de deuda ni arrepentimientos.

Después de esta experiencia, me doy cuenta de que esta enfermedad es la gracia y la bendición de Dios para mí. Esta enfermedad hizo que acudiera a Dios y reveló mis puntos de vista erróneos sobre perseguir bendiciones a través de la fe. La exposición a las palabras de Dios me ayudó a ver que en mi fe solo buscaba comer el pan y saciarme, y mis esfuerzos y entrega eran un intento de negociar con Dios, no una fe genuina. Fue a través de las palabras de Dios que mis puntos de vista erróneos sobre la fe en Él experimentaron cierto cambio. ¡Gracias a Dios!

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