Ante la enfermedad terminal de mi hijo

10 Ene 2022

Por Liang Xin, China

Hace dos años, a mi hijo le dio de repente un horrible dolor en la cintura. Fuimos a que se lo miraran y, según el médico, los resultados de la prueba eran preocupantes y debíamos ir al hospital provincial, más grande, para más pruebas. Me dio un vuelco el corazón cuando dijo eso y creí que mi hijo podría tener una enfermedad grave. Sin embargo, luego pensé: “Desde que me hice creyente, me he sacrificado y he cumplido con mi deber para Dios durante mucho tiempo y he sufrido mucho. Incluso ante la opresión y las detenciones frenéticas llevadas a cabo por el Partido Comunista, y ante el ridículo y la difamación de mis amigos y familiares, jamás me acobardé, sino que me mantuve firme en el deber. A tenor de todos los sacrificios que había hecho por Dios, Él debía proteger a mi hijo de cualquier cosa grave”. Pero los resultados me conmocionaron. Mi hijo tenía cáncer de hígado y cirrosis hepática. El médico dijo que le quedaban de 3 a 6 meses más de vida. El diagnóstico fue un baldazo de agua fría, y yo ahí sentada, paralizada. Sencillamente, no podía admitir esa realidad. Solo tenía 37 años; ¿cómo podía tener una enfermedad tan grave? Sujetando los resultados de las pruebas, me temblaban las manos. Me preguntaba si el diagnóstico del médico estaba equivocado. Estaba sentada, atónita, al borde de la cama y no me recuperé hasta después de un rato. Se me caían las lágrimas y pensaba: “Tan joven, ¿cómo es posible que tenga una enfermedad tan grave? ¿Cáncer de hígado y cirrosis hepática? Cualquier cosa de estas sería mortal, ¿pero las dos? Él es el pilar de nuestra familia. ¿Qué haríamos sin él? Lo más doloroso que alguien puede enfrentar en la vida es enterrar a un hijo”. Estaba cada vez más triste. Estaba constantemente al borde del llanto y vivía aturdida cada día. Estaba realmente en tinieblas. Oré: “Dios mío, con mi hijo tan gravemente enfermo, estoy sufriendo y no puedo controlarlo. Te pido que me esclarezcas para comprender Tu voluntad”.

Un día, leí esto en las palabras de Dios: “Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre la voluntad de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, como Job, debes tener fe en la obra de Dios, y no negarlo. Aunque Job era débil y maldijo el día de su propio nacimiento, no negó que Jehová le concedió todas las cosas en la vida humana, y que también es Él quien las quita. Independientemente de cómo fue probado, él mantuvo esta creencia. […] Dios realiza la obra de perfección en la gente y ellos no pueden verla ni sentirla; es en tales circunstancias en las que se requiere tu fe. Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición firme y mantengas el testimonio(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Al leer las palabras de Dios, entendí que la grave enfermedad de mi hijo era una especie de prueba y examen para mí y que tenía que ampararme en mi fe para superarla. Me acordé de Job, a quien le robaron toda su riqueza y su abundante ganado, sus hijos murieron y él se llenó de llagas. Incluso ante semejante prueba, estaba dispuesto a maldecirse antes que culpar a Dios y, a pesar de todo, era capaz de alabar el nombre de Jehová. A la larga, dio un hermoso testimonio de Dios. Cuando estaba pasando por todo esto, sus amigos se burlaban de él, su esposa lo criticaba e incluso lo instó a que abandonara a Dios y muriera. A primera vista parecía que se trataba de gente que lo criticaba, pero detrás de eso estaba Satanás que tentaba a Job con palabras humanas para que negara y traicionara a Dios. Sin embargo, Job no cayó en la trampa y llegó a acusar a su esposa de insensata. En este momento, los trucos de Satanás estaban detrás de los ataques de mis familiares y amigos. Como Job, tenía que mantenerme firme en el testimonio de Dios. No podía hacer caso de sus disparates. Al pensar en eso, no me sentí ya tan triste y desamparada como antes.

A mi hijo lo operaron un par de semanas después y su cuadro comenzó a mejorar. Pensé: “Tal vez Dios se apiade de él por mi fe. Sinceramente espero que Dios obre un milagro y cure su enfermedad. ¡Sería fabuloso que se recuperara por completo!”. Luego recordé de repente este pasaje de las palabras de Dios: “Lo que buscas es poder ganar la paz después de creer en Dios, que tus hijos no se enfermen, que tu esposo tenga un buen trabajo, que tu hijo encuentre una buena esposa, que tu hija encuentre un esposo decente, que tu buey y tus caballos aren bien la tierra, que tengas un año de buen clima para tus cosechas. Esto es lo que buscas. Tu búsqueda es solo para vivir en la comodidad, para que tu familia no sufra accidentes, para que los vientos te pasen de largo, para que el polvillo no toque tu cara, para que las cosechas de tu familia no se inunden, para que no te afecte ningún desastre, para vivir en el abrazo de Dios, para vivir en un nido acogedor. Un cobarde como tú, que siempre busca la carne, ¿tiene corazón, tiene espíritu? ¿No eres una bestia? Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios? Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Las palabras de Dios revelaban de forma muy incisiva mis perspectivas sobre la fe y mis motivaciones erróneas por las bendiciones. Sentí una gran vergüenza. Cuando creía en el Señor, iba en pos de las bendiciones y de la gracia con la esperanza de que bendijera a toda mi familia a causa de mi fe. Desde que acepté la obra de Dios de los últimos días, si bien nunca oraba descaradamente a Dios para pedirle Su gracia, no buscaba la verdad ni comprendía realmente a Dios. En mi fe, me aferraba a la idea de obtener bendiciones para recibir “gana cien veces más en esta vida, y la vida eterna en la época venidera”. Creía que, al haberme sacrificado por Dios, Él me recordaría y bendeciría, que debía proteger a mi familia de la enfermedad y el desastre, y hacernos la vida fácil y libre de cualquier percance terrible. A causa de esto, dejé mi empleo por el deber, muy feliz y dispuesta a soportar todo sufrimiento. Pero cuando las pruebas de mi hijo dieron positivo por cáncer, me sumí por completo en el dolor y la preocupación, y perdí el estímulo en el deber. Echaba cuentas, mezquinamente, de cuánto me había esforzado y sufrido, debatía con Dios y lo culpaba por no proteger a mi hijo. La situación que afrontaba, así como las palabras de revelación de Dios, me enseñaron que mi perspectiva de búsqueda en la fe era errónea. No renunciaba a las cosas por mi fe para buscar la verdad y despojarme de mi carácter corrupto, sino a cambio de la gracia y las bendiciones de Dios. Negociaba con Dios, a quien utilizaba y engañaba. Mi fe no era más que una forma de buscar que Dios protegiera a mi familia y nos mantuviera sanos y salvos, libres de la enfermedad y el desastre. ¿En qué me diferenciaba de esas personas religiosas que buscan el pan para saciar el hambre? Entendí la vileza de mi perspectiva de búsqueda. Al darme cuenta de eso, me sentí muy en deuda con Dios y me presenté ante Él en oración para poner en Sus manos la salud de mi hijo y someterme a Sus disposiciones.

Tras un tiempo de tratamiento, el cuadro de mi hijo comenzó a mejorar, y su estado mental también mejoraba cada vez más. Comía normalmente y podía hacer algunas actividades suaves. Estaba loca de contenta, sobre todo cuando lo veía cantar y bailar con su hijo, micrófono en mano, con un aspecto totalmente sano. Me parecía que había mayor esperanza para él, e incluso pensé: “Desde una perspectiva humana, su enfermedad era una sentencia de muerte y se suponía que le quedaban seis meses de vida. Pero ya había pasado más tiempo que eso y se ha recuperado muy bien. Eso era la gracia y protección de Dios. De continuar así las cosas, debería recuperarse del todo”. No obstante, las cosas no salieron como pensé. De pronto, empezó a no poder retener la comida, se le comenzó a hinchar el abdomen cada vez más y le costaba sentarse. Le hicieron un chequeo y, aunque el tumor no había vuelto a aparecer, la cirrosis estaba empeorando y tenía ascitis hepática. Sentía que, poco a poco, se acercaba su muerte, y volví a desesperarme. Pensé: “La enfermedad de mi hijo estaba mejorando de manera patente, ¿por qué está empeorando otra vez? Es un hijo buenísimo y se llevaba bien con todos. Familiares, amigos y vecinos hablan maravillas de él. Si bien no apoya mucho mi fe, tampoco se interpone. ¿Por qué contrajo una enfermedad mortal? Como creyente, siempre he predicado el evangelio, siendo activa en todo lo que surja en la iglesia. Más allá de la represión y las detenciones del Partido Comunista, e independientemete de la oposición y los obstáculos planteados por mis parientes, jamás doy marcha atrás. Sigo cumpliendo con el deber. Si he renunciado a tanto, ¿por qué tengo que pasar por esto? ¿Esto es lo que recibo a cambio de todos mis años de sacrificio?”. Aunque no lo decía, me superaba la sensación de que Dios era injusto. Estaba pesimista, deprimida y aturdida todo el tiempo. Me sentía sin esperanza. Sufría horrores y lloraba constantemente.

Sumida en el dolor, oré a Dios y busqué Su voluntad y Sus palabras. Leí este pasaje: “La justicia no es en modo alguno justa ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo, esto no es justicia, es simplemente ser imparcial y razonable. Muy pocas personas son capaces de conocer el carácter justo de Dios. Supongamos que Dios hubiera eliminado a Job después de que este diera testimonio de Él: ¿Sería esto justo? De hecho, lo sería. ¿Por qué se denomina justicia a esto? ¿Cómo ve la gente la justicia? Si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. Si Dios hubiera destruido a Job en aquel entonces, la gente no habría dicho que Él era justo. En realidad, no obstante, tanto si la gente ha sido corrompida como si no, y si lo ha sido profundamente, ¿tiene que justificarse Dios cuando la destruye? ¿Debe explicar a las personas en qué se basa para hacerlo? ¿Debe Dios decirle a la gente las reglas que Él ha ordenado? No hay necesidad de ello. A ojos de Dios, alguien que es corrupto y que es susceptible de oponerse a Dios no tiene ningún valor; cómo lo maneje Dios siempre estará bien, y todo está dispuesto por Él. […] La esencia de Dios es la justicia. Aunque no es fácil comprender lo que hace, todo cuanto hace es justo, solo que la gente no lo entiende. Cuando Dios entregó a Pedro a Satanás, ¿cómo respondió Pedro? ‘La humanidad es incapaz de comprender lo que haces, pero todo cuanto haces tiene Tu benevolencia; en todo ello hay justicia. ¿Cómo sería posible que no alabara Tu sabiduría y Tus obras?’. Ahora debes ver que la razón por la que Dios no destruye a Satanás durante la época de Su salvación del hombre es que los seres humanos puedan ver con claridad cómo Satanás los ha corrompido y hasta qué punto lo ha hecho, y cómo Dios los purifica y los salva. En última instancia, cuando la gente haya comprendido la verdad y haya visto claramente el odioso semblante de Satanás, y haya contemplado el monstruoso pecado de la corrupción de Satanás sobre ellos, Dios destruirá a Satanás, mostrándoles Su justicia. El momento en que Dios destruye a Satanás rebosa del carácter y la sabiduría de Dios. Todo cuanto Él hace es justo. Aunque los humanos no sean capaces de percibir la justicia de Dios, no deben juzgarlo a su antojo. Si alguna cosa que haga les parece irracional o tienen nociones al respecto y por eso dicen que no es justo, están siendo completamente irracionales. Tú ya ves que a Pedro le parecían incomprensibles algunas cosas, pero estaba seguro de que la sabiduría de Dios estaba presente y que esas cosas albergaban Su benevolencia. Los seres humanos no pueden comprenderlo todo; hay muchísimas cosas que no pueden entender. Por lo tanto, no es fácil conocer el carácter de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me enseñaron que Su justicia no es como creía, totalmente imparcial e igualitaria, ni implicaba recibir exactamente lo invertido. Dios es el Señor de la creación y Su propia esencia es justa, por lo que, tanto si da como si quita, tanto si recibimos gracia como si sufrimos en las pruebas, todo tiene Su sabiduría. Todo es revelación de Su carácter justo. Job siguió el camino de Dios al temerlo y evitar el mal toda su vida. A ojos de Dios era una persona perfecta, pese a lo cual Dios lo probó. Su fe en Dios y su temor hacia Él aumentaron prueba a prueba, y al final dio rotundo testimonio de Dios y venció del todo a Satanás. Después, Dios se le apareció y lo bendijo muchísimo más. Eso reveló el carácter justo de Dios. También me acordé de Pablo. Padeció mucho y viajó por todas partes a difundir el evangelio del Señor, pero no tenía sometimiento ni temor reales hacia Dios. Solo quería las bendiciones de Dios a cambio de su esfuerzo. Después de bastante trabajo, afirmó: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). El sufrimiento y las aportaciones de Pablo eran transacciones plagadas de sus ambiciones y deseos. Su carácter no se transformó en absoluto e iba por una senda contraria a Dios. Dios terminó por castigarlo. A partir de esto, vemos que Dios no se fija en cuánto parece trabajar la gente, sino en si lo ama y se somete a Él sinceramente, y en si cambia su carácter vital. Dios es muy santo y justo. Creía que Él me compensaría por lo que había aportado, que recuperaría algo igual a mi contribución. Esa es una perspectiva humana negociadora, totalmente distinta del carácter justo de Dios. Si bien había hecho algunos sacrificios y cosas buenas como creyente, mi perspectiva de búsqueda en la fe era errónea y no tenía auténtico sometimiento a Dios. Culpé y me opuse igualmente a Él cuando enfermó mi hijo. No había cambiado mi carácter vital, y seguía siendo una persona de Satanás, opuesta a Dios. No merecía para nada Sus bendiciones. No comprendía el carácter justo de Dios, y creía que, por haberme sacrificado en el deber, Dios debía proteger a mi hijo y velar por él. ¿No le hacía exigencias a Dios desde una perspectiva humana negociadora? Recordé estas palabras de Dios: “Todos tienen un destino adecuado. Estos destinos se determinan según la esencia de cada individuo y no tienen nada que ver con otras personas. La conducta malvada de un hijo o una hija no puede ser transferida a sus padres, y la justicia de un hijo o una hija no puede ser compartida con sus padres. La conducta malvada de los padres no puede ser transferida a los hijos, y la justicia de los padres no puede compartirse con los hijos. Cada cual carga con sus respectivos pecados y cada cual disfruta de sus respectivas bendiciones. Nadie puede sustituir a nadie; esto es justicia(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Siempre creí que, por haber sacrificado cosas en mi fe, Dios debía curar a mi hijo. Si no lo hacía, lo consideraría injusto. ¡Algo totalmente absurdo! Por mucho que sufriera o por más alto que fuera el precio que hubiera pagado, ese era mi deber y lo que debía hacer como ser creado. Eso no tenía nada que ver con la enfermedad, el sino ni el destino de mi hijo. No debía aprovecharlo para negociar, para hacer tratos con Dios.

Un día leí otro pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a comprender la esencia de mi perspectiva errónea. Dios Todopoderoso dice: “No importa cuántas cosas le sucedan, el tipo de persona que es un anticristo nunca trata de abordarlas buscando la verdad en las palabras de Dios, y mucho menos trata de ver las cosas a través de ellas, lo cual se debe completamente a que no creen que cada renglón de las palabras de Dios sea la verdad. Por más que la casa de Dios comunique la verdad, los anticristos siguen siendo poco receptivos y, en consecuencia, carecen de la mentalidad correcta, sea cual sea la situación a la que se enfrenten; en particular, en cuanto a la forma de acercarse a Dios y a la verdad, los anticristos se niegan tercamente a dejar de lado sus nociones. El Dios en el que creen es el Dios que realiza señales y prodigios, el Dios sobrenatural. A cualquiera que pueda realizar señales y prodigios —ya sea Bodhisattva, Buda o Mazu— lo llaman Dios. […] En las mentes de los anticristos, Dios debe ser adorado mientras se esconde detrás de un altar, comiendo los alimentos que la gente ofrenda, inhalando el incienso que queman, extendiendo una mano amiga cuando se hallan en problemas, mostrándose omnipotente y prestándoles ayuda inmediata dentro de los límites de lo que a ellos les resulta comprensible, y satisfaciendo sus necesidades cuando la gente pide ayuda y son honestos en sus súplicas. Para los anticristos, solo un dios semejante es el Dios verdadero. Mientras tanto, todo lo que Dios hace en la actualidad se encuentra con el desprecio de los anticristos. ¿Y por qué? A juzgar por la esencia naturaleza de los anticristos, lo que ellos requieren no es la obra de riego, pastoreo y salvación que el Creador realiza sobre las criaturas de Dios, sino prosperidad y éxito en todas las cosas, no ser castigados en esta vida y ascender al cielo cuando mueran. Su punto de vista y sus necesidades confirman su esencia de hostilidad a la verdad(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 15: No creen en la existencia de Dios y niegan la esencia de Cristo (I)). Cada palabra de Dios daba realmente en el clavo. Reflexionando, comprendí que siempre había creído que Dios debía recompensarme y bendecirme por los sacrificios y las contribuciones que había hecho en mi fe, que debía conservar a mi familia sana y salva, libre de los desastres y la enfermedad. Por ello, cuando mi hijo estaba mejorando muchísimo, creí que era la gracia de Dios y estaba agradecida y llena de alabanza hacia Él. Pero cuando volvió a empeorar, quise que Dios obrara el milagro de su curación. Cuando Dios no hizo lo que yo quería, pasé de la sonrisa permanente al resentimiento, enfadada con Dios por no tener todos mis sacrificios y contribuciones en cuenta para proteger y curar a mi hijo. Llegué a lamentar todo cuanto había dado y sacrificado. Mi estado de ánimo solo giraba en torno a si ganaba o perdía algo. En mi fe no adoraba a Dios ni me sometía a Él como Señor de la creación, sino que lo consideraba un “ídolo” para cumplir mis exigencias y bendecirme. ¿En qué me diferenciaba de los incrédulos que idolatran a Buda o a Guanyin? ¡No había sido creyente de verdad! Dios se ha encarnado y venido a la tierra dos veces, en las que ha soportado una brutal humillación, la condena, la oposición, la rebeldía y los malentendidos de la gente. Todo para comunicarnos Sus palabras y Su verdad, para que vivamos de acuerdo con ellas, escapemos a nuestro carácter corrupto y, al final, nos salvemos. Dios ha pagado un enorme precio por salvar a la humanidad. Había gozado de buena parte de la gracia de Dios a lo largo de mis años de fe, en los que había recibido el riego y sustento de muchas verdades, pero no era nada sincera con Dios. ¡Qué doloroso y decepcionante para Él! Empecé a sentirme cada vez más en deuda con Dios, y me arrodillé ante Él con lágrimas de remordimiento y culpa rodando por mi rostro. Oré y me arrepentí así ante Dios: “Dios mío, he sido creyente todos estos años y, sin embargo, no he buscado la verdad. No me he mantenido firme en el testimonio para Ti en la enfermedad de mi hijo, y te he decepcionado. Dios mío, deseo arrepentirme ante Ti y, mejore o no mi hijo, estoy dispuesta a someterme a Tu soberanía y Tus disposiciones. Te ruego que me des fe”. Sentí que me había quitado un enorme peso de encima tras aquella oración y Me sentía mucho más liviana.

Leí otro pasaje de las palabras de Dios que me aportó mayor comprensión de Su voluntad. Dice Dios Todopoderoso: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él sea bendecido o maldecido. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Ser bendecido es cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Ser maldecido es cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; es cuando alguien no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si son bendecidos o maldecidos, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para ser bendecido y no debes negarte a actuar por temor a ser maldecido. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía. Es por medio del proceso de llevar a cabo su deber que el hombre es cambiado gradualmente, y es por medio de este proceso que él demuestra su lealtad. Así pues, cuanto más puedas llevar a cabo tu deber, más verdad recibirás y más real será tu expresión(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Las palabras de Dios me enseñaron que cumplir con el deber no tiene nada que ver con ser bendecidos o maldecidos. Más allá de si uno recibe bendiciones o no en su fe, como ser creado, se ha de cumplir con el deber para retribuir el amor de Dios. Es lo que corresponde. Es como los padres que crían a sus hijos hasta la edad adulta; los hijos deben respetarlos. No debe ser algo condicional ni depender de la herencia de bienes. Es lo mínimo que debe hacer una persona. Sin embargo, yo no pensaba en cómo retribuir el amor de Dios en el deber, sino que quería aprovechar el deber que Dios me había dado para hacer tratos con Él, para pedirle gracia y bendiciones por lo poco que yo había dado y sacrificado. Si no recibía eso, culpaba a Dios. No tenía conciencia y decepcioné mucho a Dios. En especial, cuando enfermó mi hijo, no hacía más que exigir y siempre malinterpretaba y culpaba a Dios. Al pensarlo me odié de veras. Pensé: “Ya sea que mejore o no mi hijo, jamás volveré a culpar a Dios”. Después, la salud de mi hijo empeoró cada vez más. Era evidente que su salud decaía día a día. Aunque me dolía y sufría, ya no le exigía nada a Dios.

Un día leí estas palabras de Dios: “Dios ya ha planeado completamente el génesis, el nacimiento, el tiempo de vida y el final de todas las criaturas de Dios, así como su misión en la vida y el papel que desempeñan en toda la humanidad. Nadie puede cambiar estas cosas, tal es la autoridad del Creador. El nacimiento de cada criatura, su misión en la vida, cuándo finalizará su tiempo de vida, todas estas leyes han sido ordenadas hace mucho por Dios, al igual que ordenó la órbita de cada uno de los cuerpos celestes; cuál siguen, durante cuántos años, cómo lo hacen y qué leyes lo rigen. Todo esto fue ordenado por Dios hace mucho tiempo, sin que haya habido cambios en miles ni en decenas o cientos de miles de años. Está ordenado por Dios, y es Su autoridad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Cierto. Dios es el Señor de la creación y el curso de nuestra vida está determinado por Él. Lo mucho que vivamos, suframos a lo largo de nuestra vida o seamos bendecidos está en las manos de Dios. Dios no alarga la vida de alguien por haber hecho buenas acciones en esta tierra ni acaba antes con ella porque haya cometido mucha maldad. Sea buena o mala una persona, Dios determina la duración de su vida. Eso no se puede cambiar. Hace mucho que Dios decidió cuánto duraría la vida de mi hijo. Todo lo que Él haga es justo y solo he de someterme a Su soberanía y Sus disposiciones. Darme cuenta de estas cosas alivió un poco mi dolor. Sabía que, le fuera como le fuera a mi hijo, yo tenía que cumplir el deber de un ser creado y devolverle a Dios Su amor.

En marzo de este año despedimos a mi hijo para siempre. Gracias a la guía de las palabras de Dios, supe afrontar correctamente su partida y sufrí mucho menos. En estos dos años desde que enfermó mi hijo, si bien he sufrido bastante, a través de la revelación de este dolor y esta prueba he sido capaz de ver mis objetivos despreciables, mi corrupción y mis impurezas al buscar las bendiciones en mi fe. También sé más acerca del carácter justo de Dios y ya no le haré exigencias irracionales. Ahora soy capaz de someterme a Sus instrumentaciones y disposiciones. Esta experiencia me ha enseñado de veras que, pase lo que pase, y más allá de que la gente considere algo bueno o malo, en tanto oremos a Dios y busquemos la verdad, podremos beneficiarnos y aprender algo de ello.

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