El anhelo de comodidad estuvo a punto de condenarme
Por Noelia, Corea del SurEn 2019 era responsable del trabajo de video y también era líder de una iglesia. Juré que cumpliría bien con mi...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
A principios de 2021 acepté la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. De manera activa, asistía a reuniones y leía la palabra de Dios y, más de dos meses después, me eligieron diaconisa de riego. Todos los fines de semana teníamos reunión de diáconos para hablar de los problemas y dificultades que afrontábamos en el deber, de lo que aprendíamos, de la corrupción que revelábamos y de cómo reflexionábamos sobre ella y la entendíamos con la palabra de Dios. Antes de cada reunión, estaba muy nerviosa y me pasaba mucho tiempo pensando porque no sabía qué decirles a los líderes de la iglesia y demás diáconos. Me preocupaba hablar de mi corrupción y mis defectos, pues temía que tuvieran mala opinión de mí. Por ejemplo, acababa de empezar a regar a nuevos fieles. No sabía muchas cosas, y me faltaba experiencia. Me preocupaba no caer bien a los nuevos fieles y que creyeran que no sabía regarlos bien, por lo que ya no quería ese deber. No obstante, no quería sincerarme sobre mi estado en la reunión de diáconos porque me preocupaba que, de hacerlo, los hermanos y hermanas pensaran que me faltaba capacidad para enseñar a los nuevos creyentes. Además, estaba impaciente con algunos nuevos fieles y no quería decirlo porque me preocupaba que, si lo mencionaba en la reunión, pensaran que tenía mala humanidad. Sin embargo, si no decía nada, podrían creerme menos capaz que otras personas. No quería avergonzarme a mí misma ni hacer que ellos me despreciaran. Tras reflexionar al respecto, finalmente decidí contarles algo intrascendente y no demasiado vergonzoso, como que era perezosa, lo cual es un problema que tiene mucha gente. Así no parecería inferior a nadie.
Entonces, en la reunión, un líder de la iglesia me preguntó por mis experiencias en esa época y qué había llegado a conocer sobre mis actitudes corruptas, y yo hablé según lo previsto. Cuando acabé, suspiré aliviada, pero me sentía incómoda, sabedora de que no había dicho la verdad y de que lo que había hecho iba contra la intención de Dios. Recordé las palabras del Señor Jesús: “Sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal” (Mateo 5:37). “En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). Me sentí muy culpable al acordarme de las palabras de Dios. La mentira procede de Satanás y es el mal. A Dios le agradan los honestos, que son las únicas personas que pueden entrar en el reino de los cielos. Los mentirosos y los hipócritas no pueden entrar en el reino de Dios. Dios aborrece a esa gente y, al final, sin duda la descartará. Muy alterada, temía que Dios me desdeñara. Le oré para pedirle que me guiara para ser una persona honesta. Me decidí a decir la verdad en la siguiente reunión y sincerarme sobre mi corrupción. No obstante, llegado el momento, aún no tenía valor para ello. Me preocupaba que, si hablaba de mi corrupción y mis defectos, mis hermanos y hermanas me creyeran más corrupta que ellos. Me parecía demasiado difícil decir la verdad, y hasta quería dejar de asistir a las reuniones de diáconos por ese motivo, pero me preocupaba que los hermanos y hermanas me preguntaran por qué no iba y no saber qué responder. Cuanto más lo pensaba, más confundida y triste me sentía. No sabía qué hacer. En una reunión, los hermanos y hermanas compartieron sus conocimientos vivenciales como de costumbre, y yo, como no sabía siquiera qué decir, tan solo escuché en silencio. Estaba decepcionada conmigo misma, siempre disimulaba y, una y otra vez, no practicaba la verdad. No era capaz ni de decir una sola palabra honesta. Me sentía triste, así que oré a Dios para pedirle que me sacara de ese estado.
Luego leí este pasaje de la palabra de Dios: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para la entrada en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y falsedades, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con la palabra de Dios entendí que nunca debemos esconder nuestros estados corruptos. Debemos presentárselos a Dios y orar, recapacitar, tratar de comprendernos y abrir nuestro corazón a nuestros hermanos y hermanas para revelar nuestra corrupción a fin de buscar la verdad. Esto nos ayudará a comprendernos mejor y a corregir nuestras actitudes corruptas. Sin embargo, yo, por conservar mi imagen, no estaba dispuesta a sincerarme sobre mi corrupción y mis dificultades ni quería buscar la verdad con mis hermanos y hermanas. Siempre tenía el corazón cerrado para que nadie me conociera, pero no hallaba liberación en la vida en las tinieblas. Me di cuenta de que ya no podía seguir así y de que debía practicar la palabra de Dios, sincerarme sobre mi estado ante los hermanos y hermanas, y pedirles ayuda. Justo después de que terminara la reunión, se me acercó una hermana a hablarme de su experiencia reciente. Me pareció una buena ocasión para sincerarme y buscar la verdad, pero aún me daba un poco de vergüenza porque no sabía qué opinaría ella de mí. Me preocupaba que dijera que era una persona muy deshonesta. Así pues, oré a Dios: “Dios mío, no quiero ocultarme más. No quiero ocultar más mis auténticos pensamientos. Estoy muy cansada. Dios mío, quiero ser honesta, por lo que te pido que me guíes”. Tras orar, le conté a mi hermana todas las cosas sobre las que no me atreví a sincerarme en la reunión. Cuando acabé de hablar, me sentí muy aliviada. La hermana compartió conmigo su entendimiento y me envió un pasaje de las palabras de Dios: “La característica principal de una persona falsa es que nunca abre su corazón para hablar con nadie y no habla desde el corazón ni siquiera con su mejor amigo. Es extraordinariamente inescrutable. De hecho, puede que tal persona no sea necesariamente mayor ni haya visto mucho mundo, y hasta puede que tenga poca experiencia, sin embargo, es inescrutable hasta el extremo. Es muy astuta para su edad. ¿Acaso no es una persona falsa por naturaleza? Se esconde tan en profundidad que nadie la descubre. Por muchas palabras que diga, es difícil distinguir cuáles son verdaderas y cuáles falsas, y nadie sabe cuándo dice la verdad o cuándo miente. Asimismo, es especialmente hábil para el disimulo y la argucia. Suele ocultar la verdad dando a la gente falsas impresiones para que todo lo que vea aquella sea su falsa apariencia. Se camufla de persona elevada, buena, virtuosa y candorosa, una persona que cae bien y está bien vista, y, al final, todo el mundo la idolatra y respeta. Por más tiempo que pases con una persona así, nunca sabrás lo que piensa. Oculta en su interior sus opiniones y actitudes hacia todo tipo de personas, acontecimientos y cosas. Nunca le cuenta estas cosas a nadie. Nunca habla de ellas ni siquiera con su confidente más cercano. Incluso cuando ora a Dios, puede que no le confíe lo que hay en su corazón ni la verdad respecto a tales cosas. Es más, trata de disfrazarse de una persona con buena humanidad, muy espiritual y dedicada a perseguir la verdad. Nadie ve qué clase de carácter tiene y qué clase de persona es” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 15: No creen en la existencia de Dios y niegan la esencia de Cristo (I)). Con la palabra de Dios comprendí que los astutos no hablan de corazón con los demás ni se sinceran con ellos acerca de su auténtico estado. Por el contrario, suelen ocultarse y disimular. Comprobé que yo era justo como lo revelado por Dios. Desde que era diaconisa de riego, veía que tenía muchos defectos, que revelaba muchas actitudes corruptas y que no tenía amor ni paciencia hacia los nuevos fieles. Era preciso que abriera mi corazón y buscara soluciones a estos problemas con mis hermanos y hermanas. No obstante, me preocupaba que, si decía la verdad, ellos me despreciaran y consideraran inferior, por lo que no quería contarles mi estado real. Eludía las cosas importantes y les contaba cosas sin importancia o problemas que creía que tenía mucha gente. Lo hacía por ocultar mi lado oscuro y mis pensamientos más íntimos. Para que los demás tuvieran buena opinión de mí, disimulaba y daba una falsa impresión. Engañaba a mis hermanos y hermanas. ¡Qué falsa e hipócrita!
La hermana me envió después otro pasaje de las palabras de Dios: “En realidad, todo el mundo sabe por qué miente. En aras de la ganancia y el orgullo personal, o por vanidad y estatus, tratan de competir con otros y se hacen pasar por algo que no son. Sin embargo, sus mentiras se acaban revelando y los demás las sacan a relucir, y acaban por perder su prestigio, además de su dignidad y su talante. Todo esto viene causado por una excesiva cantidad de mentiras. Estas se han vuelto demasiado numerosas. Cada palabra que dices está adulterada y no es sincera, ni una sola se puede considerar veraz u honesta. Aunque cuando dices mentiras no te parezca que has perdido prestigio, en el fondo, te sientes desgraciado. Tienes cargo de conciencia y una mala opinión de ti mismo, piensas: ‘¿Por qué llevo una vida tan penosa? ¿Tan difícil es decir la verdad? ¿He de recurrir a las mentiras en aras de mi orgullo? ¿Por qué es tan agotadora mi vida?’. No tienes que vivir una vida tan agotadora. Si puedes practicar ser una persona honesta, podrás llevar una vida relajada, libre y liberada. Sin embargo, has escogido defender tu orgullo y vanidad contando mentiras. En consecuencia, vives una existencia agotadora y desdichada, es algo que te causas a ti mismo. Uno puede obtener un sentimiento de orgullo al contar mentiras, pero ¿en qué consiste eso? Solo es algo vacío y completamente inútil. Contar mentiras significa vender el propio talante y la propia dignidad. Te despoja de tu propia dignidad y de tu talante, desagrada a Dios y Él lo detesta. ¿Merece la pena? No. […] Si eres alguien que ama la verdad, sufrirás distintas adversidades para poder practicarla. Aunque signifique sacrificar tu reputación, tu estatus y aguantar que te ridiculicen y humillen, nada de eso te va a importar; mientras seas capaz de practicar la verdad y satisfacer a Dios, con eso basta. Aquellos que aman la verdad eligen practicarla y ser honestos. Esa es la senda correcta y Dios la bendice. Si una persona no ama la verdad, ¿qué elige? Elige servirse de mentiras para mantener su reputación, su estatus, su dignidad y su talante. Prefieren ser falsos y que Dios los deteste y rechace. Tales personas rechazan la verdad y a Dios. Eligen su propia reputación y estatus; quieren ser taimados. No les importa si Dios está complacido o si los va a salvar. ¿Acaso pueden salvarse aún? Desde luego que no, porque han escogido la senda equivocada. Solo pueden vivir por la mentira y el engaño; solo pueden llevar vidas penosas basadas en decir mentiras, taparlas y devanarse los sesos para protegerse día tras día. Si crees que las mentiras sirven para mantener la reputación, el estatus, la vanidad y el orgullo que anhelas, estás completamente equivocado. En realidad, al contar mentiras no solo no mantienes tu vanidad y orgullo, ni tu dignidad y tu talante sino, lo que es más grave, pierdes la oportunidad de practicar la verdad y ser una persona honesta. Aunque te las arregles para proteger tu reputación, tu estatus, tu vanidad y tu orgullo en ese momento, has sacrificado la verdad y has traicionado a Dios. Esto significa que has perdido por completo la oportunidad de que Él te salve y te perfeccione, lo cual supone una enorme pérdida y un remordimiento de por vida. Aquellos que son taimados nunca entenderán esto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Tras leer la palabra de Dios hice introspección. Por conservar mi imagen y estatus, y evitar el desprecio ajeno, antes de cada reunión me devanaba los sesos para decidir cómo hablar en ella. Si me sinceraba sobre mi estado real, temía que los hermanos y hermanas tuvieran una mala impresión de mí, pero si no decía nada, también me preocupaba que los hermanos y hermanas pensaran que era mala y me despreciaran. Desesperada, quería huir de esta situación. Descubrí que, por mantener mi imagen y estatus, me devanaba los sesos y prefería atormentarme a sincerarme, ser honesta y contarles a mis hermanos y hermanas mi estado y mis dificultades reales. ¡Qué falsa! Aunque conservé mi imagen en la mente de la gente durante un tiempo, perdí la dignidad, la oportunidad de ser honesta y la de buscar la verdad. Estaba muy cansada en las reuniones y no tenía sensación alguna de liberación. Era completamente esclava de mi carácter corrupto. Los hermanos y hermanas deben comer y beber de la palabra de Dios en las reuniones y compartir su conocimiento vivencial acerca de ella. Si tenemos problemas o dificultades, podemos debatirlos y resolverlos juntos, y aprender de las respectivas fortalezas. Así es fácil recibir la obra del Espíritu Santo y comprender la verdad. Sin embargo, en las reuniones siempre pensaba qué decir para que no me despreciaran y para que la gente tuviera buena opinión de mí. Dedicaba todos mis pensamientos a esto. Era demasiado duro y cansado vivir de esta forma.
Luego leí esto en la palabra de Dios: “¿Sois capaces de abriros y decir lo que realmente hay en vuestro corazón cuando habláis con otros? Si alguien siempre dice lo que hay verdaderamente en su corazón, si habla con honestidad, si habla claro, si es sincero y nada superficial en el deber y sabe practicar la verdad que comprende, esta persona tiene esperanzas de alcanzar la verdad. Si una persona siempre disimula y oculta su interior para que nadie la pueda apreciar de forma clara, si da una falsa impresión para engañar a los demás, entonces corre grave peligro, está en grandes problemas, le resultará muy difícil obtener la verdad. En la vida diaria de una persona y en sus palabras y actos podéis ver cuáles son sus expectativas. Si esta persona siempre finge, siempre está dándose aires, entonces no es una persona que acepte la verdad y será revelada y descartada tarde o temprano. […] Aquellos que nunca abren sus corazones, que siempre intentan ocultar y esconder cosas, fingen ser respetables, quieren que los demás los tengan en gran estima, no permiten a otros conocerlos por completo, quieren que otros los admiren, ¿acaso no son unos necios? ¡Esa gente es la más necia! Eso se debe a que la verdad sobre las personas quedará al descubierto tarde o temprano. ¿Por qué senda van con esta clase de comportamiento? Esta es la senda de los fariseos. ¿Están en peligro los hipócritas o no? Son la gente que más detesta Dios, así que ¿te parece que están en peligro o no? ¡Todos aquellos que son unos fariseos van camino de la destrucción!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Con las palabras de Dios entendí que Dios quiere que seamos honestos, que hablemos de manera sencilla y franca, que no mintamos ni engañemos y que, cuando revelemos corrupción, podamos sincerarnos y hablar de ella para que los demás descubran nuestros auténticos pensamientos. No es tan cansado vivir así, y es más fácil entrar en la verdad e ir por la senda de la salvación. No obstante, aquellos que siempre disimulan, se ocultan, encubren y no dejan que nadie descubra su estado van por la senda equivocada. No hacen más que volverse cada vez más hipócritas y, por tanto, nunca pueden corregir sus actitudes corruptas. Este es el camino de perdición. Me acordé de los fariseos de hace dos milenios. Eran aparentemente píos y se pasaban el día explicando las escrituras a otros en la sinagoga. Además, se paraban adrede en los cruces de caminos y oraban para que el pueblo creyera que amaban a Dios, pero no temían a Dios en absoluto, no honraban la grandeza de Dios ni obedecían Sus mandamientos. Cuando el Señor Jesús apareció y obró, tenían claro que Sus palabras tenían autoridad y poder y que venían de Dios, pero, por mantener su estatus y sus rentas, se resistieron y condenaron frenéticamente a Dios, y al final crucificaron al Señor Jesús. Vi que los fariseos eran píos en apariencia, pero ruines y astutos en esencia. Se les daba bien disimular y mentir. Todo lo hacían para desorientar y controlar al pueblo, y para engañarlo a fin de que los estimara e idolatrara a ellos. Iban por una senda de resistencia a Dios. Al final, Dios los maldijo y castigó. Hice introspección. Para tener buena imagen en la mente de los demás, ocultaba mi corrupción y solamente hablaba de la corrupción trivial que revelaba. Esto no solo preservaba mi imagen, sino que hacía que me creyeran una persona sencilla y abierta. ¿Acaso no era tan falsa como los fariseos? Esto me aterró. No podía seguir haciéndolo. Tenía que ser honesta de acuerdo con las exigencias de Dios.
Mi hermana me envió después otro pasaje de la palabra de Dios: “Ahora hay muchos que se centran en perseguir la verdad y son capaces de buscarla cuando les suceden las cosas. Si deseas corregir las motivaciones equivocadas y los estados anormales que albergas, para ello debes buscar la verdad. Para empezar, debes aprender a sincerarte en la charla basándote en las palabras de Dios. Por supuesto, debes elegir al destinatario adecuado para una charla sincera; como mínimo, debes elegir a alguien que ame y acepte la verdad, alguien que tenga una humanidad relativamente buena, que sea relativamente honesto y recto. Naturalmente, mejor si eres capaz de elegir a alguien que comprenda la verdad, cuyas enseñanzas te ayuden. Puede resultar eficaz encontrar este tipo de personas con las que puedas sincerarte en la charla y resolver tus dificultades. Si eliges a la persona equivocada, a alguien que no ama la verdad, sino que simplemente tiene un don o talento, se burlará de ti, te despreciará y te degradará. Esto no te beneficiará. En cierto sentido, sincerarse y revelarse es la actitud que uno debe adoptar al presentarse ante Dios a orarle; también es la forma en que uno debe hablar sobre la verdad a los demás. No te guardes las cosas pensando: ‘Tengo motivaciones y dificultades. Mi estado interior no es bueno, es negativo. No se lo contaré a nadie. Me lo guardaré’. Si siempre te guardas las cosas sin resolverlas, te volverás cada vez más negativo y tu estado se hundirá cada vez más. No estarás dispuesto a orar a Dios. Esto es algo difícil de revertir. Así pues, no importa cuál sea tu estado, si eres negativo o estás en dificultades, no importan tus propias motivaciones o planes personales, lo que has llegado a saber o de lo que te has dado cuenta mediante el análisis, debes aprender a abrirte y a compartir, y mientras lo haces, el Espíritu Santo obra. ¿Y cómo obra el Espíritu Santo? Él te da esclarecimiento e iluminación y te permite ver la gravedad del problema, te hace consciente de la raíz y la esencia de este, hace que comprendas la verdad y Sus intenciones poco a poco y te permite descubrir la senda de práctica y entrar en la realidad-verdad. Cuando una persona puede compartir abiertamente, eso significa que tiene una actitud honesta hacia la verdad. Que una persona tenga honestidad se determina según su actitud hacia la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer la palabra de Dios, mi hermana me enseñó esto: “Para ser honestos, primero tenemos que aprender a abrir nuestro corazón en búsqueda y comunión. Si siempre ocultamos y encubrimos nuestros estados corruptos, y no queremos orar ni sincerarnos en comunión con los demás, resulta difícil resolver nuestros problemas. Por ejemplo, si alguien está enfermo, buscará un médico o preguntará a alguien con experiencia. Así podrá entender su estado, recibir la medicación adecuada y controlar la enfermedad a tiempo. Sin embargo, hay gente que oculta su estado, por lo que, sin el oportuno tratamiento, aquel empeora o incluso se vuelve mortal. Si queremos corregir nuestros estados y dificultades, es preciso que hablemos abiertamente y seamos honestos. Es el camino de práctica correcto”. Vi que es importantísimo ser honestos y sincerarnos. No hacía mucho que creía en Dios y no comprendía la verdad. Aunque reconociera que había revelado un carácter corrupto, no podía corregirlo. Debía practicar la honestidad, sincerarme sobre mi estado y buscar la verdad. Sería la única manera de poder recibir la guía de Dios y, además, me ayudaría a corregir mi carácter corrupto. Acababa de empezar a regar a nuevos fieles, así que era normal que no entendiera muchas cosas. Cuando no entendiera algo, debía sincerarme y buscar con mis hermanos y hermanas. De ese modo podría dominar poco a poco los principios de mi deber y cumpliría bien con él. Posteriormente le conté a otra hermana mi estado durante esa época y mis dificultades en el deber. No me despreció, y me envió la palabra de Dios y me habló de su experiencia para ayudarme. Con ello logré conocer un poco mi estado y la corrupción que revelaba, y eso me aportó una senda de práctica. Tuve una gran sensación de dicha y liberación. A partir de entonces practiqué conscientemente la honestidad y la sinceridad sobre mi estado.
Una noche fui anfitriona de una reunión grupal. Una líder de la iglesia dispuso que una líder de grupo fuera anfitriona junto conmigo. Esta hermana comprendía la verdad mejor que yo. Durante la reunión, habló y resolvió los problemas de otras personas con gran eficacia, y yo estaba algo celosa. Me preocupaba que los demás me creyeran inferior a ella. Después de la reunión, la líder de la iglesia me preguntó si quería compartir algo. Sabía que debía ser honesta, sincerarme sobre mi corrupción y buscar una solución. Por ello, le conté lo que había revelado en mi interior, y ella me envió la palabra de Dios y me habló de su experiencia. Me di cuenta de que estaba celosa de mi hermana porque yo valoraba el estatus, tenía un carácter arrogante y quería admiración. También comprendí que, para liberarme de los celos, tenía que orar más a Dios, observar la naturaleza y las consecuencias de los celos, tener en cuenta la labor de la iglesia y mi deber, y priorizar los intereses de aquella. Esto concuerda con la intención de Dios. A su vez, también era preciso que lidiara adecuadamente con mis defectos y deficiencias, y que aprendiera más de los puntos fuertes de otros para compensar mis defectos. De esa manera podría comprender más la verdad. Me alegré mucho de caer en la cuenta de esto. Realmente sentí que, cuando me sinceré con mis hermanos y hermanas, en vez de despreciarme, todos me ayudaron mucho.
Tras experimentarlo, percibo la importancia de ser honesta. Solo si somos honestos y nos sinceramos podemos recibir la obra del Espíritu Santo y llegar a comprender la verdad. Además, veo que ser honestos puede ofrecernos liberación y libertad, y permitirnos vivir como seres humanos. ¡Gracias a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
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