14 días que jamás olvidaré
En 2020 trabajaba con textos en la iglesia. El 10 de noviembre, a las 9 de la mañana, de pronto, la hermana Su Jin y yo recibimos una carta de un líder superior, en la que decía que, sobre las 2 de aquella madrugada, la policía movilizó a casi 2000 agentes, armados con metralletas, para que practicaran una detención masiva en la capital del condado. Detuvieron a líderes y obreros, así como a hermanos y hermanas de la iglesia. Detuvieron a los hermanos y hermanas de tres casas de acogida situadas a solo 300 metros de nosotras, incluida una en la que yo había vivido unos meses antes. Cuando leí aquella carta, pronto noté que se me aceleraban la respiración y el corazón; de no habernos mudado poco antes, también me habrían detenido a mí. Al repasar la lista de detenidos, vi que mantenía contacto estrecho con muchos de ellos. Había cámaras de vigilancia en todas las calles; si la policía revisaba las imágenes, ¿no sería yo una presa fácil? Al percatarme, sentí que corría mucho peligro y que podrían detenerme en cualquier momento, así que no dejé de clamar a Dios en mi interior: “¡Amado Dios! Te pido que me protejas y me des fe para poder perseverar en esta prueba en mi deber”. Estaba algo más tranquila tras orar. Rememoré unas palabras de Dios: “Sabes que todas las cosas del entorno que te rodea están ahí porque Yo lo permito, todo planeado por Mí. Ve con claridad y satisface Mi corazón en el entorno que te he dado. No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos seguramente estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Dios lo gobierna todo y es mi escudo. Sin permiso de Dios, Satanás no puede hacerme daño. Consciente de esto, me llené de fe y fortaleza y dejé de sentir miedo. Después, enseguida nos mudamos más lejos Su Jin y yo, pero continuamos en el deber.
Había entonces muchos hermanos y hermanas que cumplían allí con el deber y, tras las detenciones, perdimos el contacto con ellos. El líder nos escribió para decirnos que contactáramos con miembros de allí que estuvieran al tanto y que trasladáramos a un lugar seguro a los que no hubieran sido detenidos. Así pues, di a los hermanos y hermanas de allí la dirección de las ocho casas de acogida que conocía en la zona y les ordené que intentaran contactar con ellas. Sin embargo, a los cinco días habíamos recibido muy pocas respuestas. No avanzábamos nada y habíamos llegado a un punto muerto. Pensé para mis adentros: “Yo soy la única persona que hay que conoce estas casas de acogida. Su Jin no es de aquí y no conoce bien la zona. ¿Debería decirle que puedo ir a investigar yo misma?”. No obstante, en cuanto lo pensé, pronto recordé que la capital era un lugar peligroso en aquel momento. La policía tenía ojos por todos lados y había cámaras de alta definición capaces de distinguir rostros. Anteriormente habían venido unos agentes a casa a preguntar por mi credo. Además, muchos detenidos eran gente que me conocía. Una era una hermana con la que había trabajado más de tres años. Si se detectaba mi presencia cuando fuera a investigar, ¿no podrían detenerme en cualquier momento? Si moría por las palizas policiales o no soportaba la tortura y me volvía una judas, ¿no habrían sido en vano todos mis años de fe? En todo caso, no podía ir y tenía que esperar a ver. Pero estos pensamientos me daban cargo de conciencia, por lo que oré en silencio a Dios: “¡Oh, Dios mío! Sé que debería ir a la capital del condado a ver qué pasa, pero me preocupa que me detengan. Te pido que me guíes para comprenderme mejor a mí misma”.
Con la lectura de las palabras de Dios comprendí un poco mi estado de entonces. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos son extremadamente egoístas y mezquinos. No tienen verdadera fe en Dios, y mucho menos devoción a Él. Cuando se topan con un problema, solo se protegen y se salvaguardan a sí mismos. Para ellos, nada es más importante que su propia seguridad. No les importa el daño causado a la obra de la iglesia; mientras sigan vivos y no les hayan arrestado, eso es lo que cuenta. Estas personas son egoístas hasta el extremo, no piensan en absoluto en los hermanos y hermanas ni en la obra de la iglesia, solo en su propia seguridad. Son anticristos. […] Cuando los que son leales a Dios tienen claro que es peligroso un entorno, pese a ello aceptan el riesgo de hacerse cargo de arreglar la situación posterior y mantienen en mínimos las pérdidas a la casa de Dios antes de retirarse. No priorizan su propia seguridad. Dime, en este malvado país del gran dragón rojo, ¿quién podría asegurar que no hay peligro alguno en creer en Dios y cumplir con un deber? Cualquiera que sea el deber que uno asuma, conlleva cierto riesgo; sin embargo, el cumplimiento del deber es una comisión de Dios y, al seguir a Dios, uno ha de asumir el riesgo de cumplir con su deber. Uno debe hacer un ejercicio de sabiduría y ha de tomar medidas para garantizar su seguridad, pero no debe priorizar su seguridad personal. Debe tener en cuenta la voluntad de Dios y priorizar el trabajo de Su casa y la difusión del evangelio. Lo principal, y lo primero, es cumplir con la comisión de Dios para ti. Los anticristos dan máxima prioridad a su seguridad personal, creen que lo demás no tiene que ver con ellos. No les importa que le pase algo a otra persona, sea quien sea. Mientras no les pase nada malo a los propios anticristos, ellos están tranquilos. Carecen de toda lealtad, lo cual viene determinado por la naturaleza y esencia del anticristo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Tras leer lo revelado en las palabras de Dios, sentí remordimiento y humillación. Comprobé que los anticristos son sumamente egoístas y despreciables: frente a las circunstancias peligrosas, solo piensan en su seguridad, y no en las pérdidas de la iglesia, por no hablar de la vida de los hermanos y hermanas. Al comparar mi conducta con lo expuesto por Dios sobre los anticristos, vi que era como ellos: tenía claro que, si no se trasladaba rápido a los que no habían sido detenidos, corrían el peligro de serlo en cualquier momento. Además, el trabajo de la iglesia sufriría pérdidas y se vería obstaculizado. Como yo era la única que conocía esas casas de acogida, tenía el deber de ocuparme de esto. Sin embargo, en un momento tan crucial, no pensaba más que en mi seguridad. Por miedo a la detención y la tortura, no quería proteger los intereses de la iglesia y la seguridad de los demás. ¡Qué egoísta y carente de humanidad! Vi entonces estas palabras de Dios. “Que el hombre verdaderamente busque a Dios o no lo determina la evaluación de su obra, es decir, las pruebas de Dios, y no tiene nada que ver con la decisión del hombre mismo. Dios no rechaza a ninguna persona a capricho; todo lo que Él hace es para que el hombre pueda ser completamente convencido. No hace nada que sea invisible para el hombre ni ninguna obra que no pueda convencer al hombre. El que la creencia del hombre sea verdadera o no lo prueban los hechos y no lo puede decidir el hombre. Sin duda, ‘el trigo no se puede hacer cizaña y la cizaña no se puede hacer trigo’. Todos los que verdaderamente aman a Dios al final permanecerán en el reino y Dios no maltratará a ninguno que verdaderamente lo ame” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la práctica del hombre). Gracias a las palabras de Dios entendí que es inevitable que afrontemos peligros y dificultades al cumplir con el deber en el país ateo del PCCh. Dios permite que experimentemos estos sufrimientos para probarnos y para perfeccionar nuestra fe y nuestro amor. Quienes realmente creen en Dios y están atentos a Su voluntad son capaces de afrontar los desafíos directamente cuando el trabajo de la iglesia está en peligro, de asumir su propia carga y de proteger el trabajo de la iglesia, amparados en Dios y arreglando la situación posterior con sabiduría. El deber al que me enfrentaba ese día era una prueba de parte de Dios para ver si tenía fe y lealtad hacia Él y sentido de la responsabilidad respecto al trabajo de la iglesia. Tenía que dejar de ser tan egoísta y despreciable como para pensar solamente en mis intereses. Dicha actitud no hacía sino lastimar y decepcionar a Dios. Comprendida la voluntad de Dios, ya no sentí más miedo y estuve lista para investigar y rectificar la situación en la capital del condado.
Yang Le y yo fuimos juntas y residimos temporalmente con sus familiares incrédulos. Cuando fui a la primera casa de acogida, me encontré la puerta cerrada y una pancarta en la fachada que blasfemaba contra la iglesia y la descalificaba. Un vecino mayor me contó que la policía había detenido a sus ocupantes días antes. Así pues, enseguida me dirigí a la segunda casa, solo para descubrir que también estaba cerrada y que colgaba la misma pancarta de la fachada. Comprendí que también habían detenido a sus ocupantes. Seguí caminando y, al pasar por un cruce, vi un vehículo policial, con los intermitentes y lleno de agentes, parado a un lado de la carretera. Había pocos peatones por allí. De nuevo me acobardé un poco, y pensé: “A mi líder, Li Juan, la detuvieron no muy lejos de aquí, y yo viví más de dos años en esa casa. Hace tres meses, salía y entraba de ella todos los días. Si me reconoce la policía, ¿no me estaré entregando de forma activa?”. Me atenazaba la ansiedad y clamaba continuamente a Dios para pedirle valentía. Ya justo a la altura del vehículo policial, no podía desviarme, así que tuve que mantener la calma al pasar a su lado. Hasta que no los dejé atrás no pude relajarme un poco por fin. Miré a mi alrededor y, tras asegurarme de que no me seguían, caminé a la siguiente casa. Al igual que en las dos últimas, la puerta estaba cerrada y la misma pancarta ondeaba por fuera. Me sentía como si se me hubiera agotado la fuerza física. Ya había descubierto que habían detenido a los hermanos y hermanas de tres casas, y no sabía qué les había pasado a los de las otras. Pero había pancartas difamatorias colgadas en las fachadas de las calles y los cruces, patrulleras, vehículos policiales y agentes de civil desplegados en calles y caminos, y cámaras de vigilancia por todos lados. ¿Llamaría la atención de la policía si iba a las otras casas? No me atreví a ir; me pesaban las piernas y sudé tinta para volver a casa de los familiares de Yang Le con lágrimas en los ojos. Muy triste, le dije a Yang Le: “Hicieron redadas en aquellas tres casas. ¿Qué hacemos ahora?”. Me contestó: “Lo más aconsejable es orar a Dios y ampararnos en Él”. Así pues, nos arrodillamos a orar para pedirle a Dios valentía y fe para realizar la labor de poner orden. Después de cenar fuimos a la cuarta casa. La hermana Meng Fan se asombró de vernos y nos hizo entrar aprisa. Afirmó que se había logrado trasladar a las tres hermanas a las que había alojado. El 10 de noviembre, a las 5 de la mañana, mientras aún dormían las tres hermanas, llegaron tres agentes para registrar la casa. Incluso tenían copia de las tarjetas de identidad de las tres hermanas y adujeron que eran timadoras por internet. Preguntaron a Meng Fan y a su esposo si reconocían a las hermanas, a lo que su marido respondió que le parecía que vivían enfrente, en la planta alta. Hasta entonces no se fue la policía. Cuando se acercó Meng Fan a la puerta, vio a entre 60 y 70 agentes que subían en tropel al apartamento de arriba de la casa de enfrente. Así fue como se libraron de ser detenidas las tres. Cuando supe que habían trasladado a todas, se me cayeron las lágrimas de alegría y no paré de dar gracias a Dios. Al ver que Meng Fan había hecho todo lo posible por proteger la seguridad de las hermanas en aquel difícil momento, mientras que yo solo me había protegido a mí misma de forma egoísta y despreciable, sentí vergüenza. De camino a casa, pensé en cómo las tres hermanas habían evitado de manera segura un incidente con la policía y en que esto fue fruto de la autoridad y soberanía de Dios. Las tres hermanas no fueron detenidas, y sí trasladadas con seguridad, solo porque Dios había cegado a los agentes. Comprobé que todo está sujeto a la autoridad de Dios. Sin permiso de Dios, por muy ruin que sea Satanás, este no puede lastimarnos. Cuanto más lo pensaba, más comprendía que Dios es omnipotente y sabio, lo que fortaleció mi fe.
A la mañana siguiente fui a revisar otras dos casas, y supe que habían detenido a todos los hermanos y hermanas de allí, así que volví aprisa a la casa donde me estaba quedando. Para mi sorpresa, Yang Le me dijo que sus familiares y vecinos estaban preguntando si éramos creyentes y que días antes había llegado a la capital un gran despliegue policial que había detenido a muchos creyentes. La gente de allí estaba sospechando de nosotras. Con esto parecía que ya no estábamos seguras en ese sitio, y decidí regresar a mi casa de la montaña. Le conté a Su Jin lo que había sabido durante mi estancia en la capital. Cuando lo oyó, respondió: “Todavía falta saber de algunos. ¿Podrían haberlos detenido también? Debemos volver a la capital del condado a investigar”. Cuando dijo que teníamos que volver a la capital, asentí en apariencia, pero en el fondo no quería regresar allí. Pensé: “Si quieres ir tú, adelante, pero yo, desde luego, no. ¡Con una vez me bastó! Si vuelvo y me descubre la policía, ¿qué? Si me detienen, ¡me torturarán y martirizarán!”. No obstante, me sentí egoísta y despreciable por pensar así. Sabía claramente que la hermana Su Jin no era de allá y que no podía ir ella sola. ¿Cómo podía ser tan inhumana como para dejarle a ella una tarea tan peligrosa? Cuando fui a la capital del condado presencié la sabiduría y omnipotencia de Dios y experimenté directamente Su protección. Llegué a declarar ante Él que quería ayudar a arreglar la situación posterior. ¿Por qué me acobardaba ahora? Luego pensé en lo que podría haber provocado esto. Me encontré entonces con estas palabras de Dios. “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para ser bendecida, y cuando es fiel a Él, lo hace por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios entendí que, aunque quería proteger el trabajo de la iglesia, ante el peligro, inconscientemente quise pasarle a otra persona mi deber y proteger mis propios intereses. Me controlaban ponzoñas satánicas como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”. Vivía de acuerdo con estas ponzoñas satánicas y era sumamente egoísta y despreciable. No pensaba sino en mi seguridad; para nada en el trabajo de la iglesia ni en la seguridad de los hermanos y hermanas. Tenía claro que aún nos faltaban algunas casas por comprobar y no sabía si habían detenido a los hermanos y hermanas de allí, pero, preocupada por si me detenían y torturaban, no quería ir a la capital del condado. No escuché para nada la voluntad de Dios. También era muy consciente de que Su Jin no era del lugar y no sabía desenvolverse bien en la capital, pero, por proteger mi seguridad, llegué a pensar en pasarle un trabajo así de peligroso, mientras yo me mantenía lejos y escondida de todo. ¡Qué egoista y despreciable! Al darme cuenta, me desprecié, y no quería seguir viviendo de esa manera tan vil y vomitiva.
En concreto, dos pasajes me impactaron profundamente. Dios Todopoderoso dice: “¿Quién en toda la humanidad no recibe cuidados a los ojos del Todopoderoso? ¿Quién no vive en medio de la predestinación del Todopoderoso? ¿Acaso la vida y la muerte del hombre ocurren por su propia elección? ¿Controla el hombre su propio destino? Muchas personas piden la muerte a gritos, pero esta está lejos de ellas; muchas personas quieren ser fuertes en la vida y temen a la muerte, pero sin saberlo, el día de su fin se acerca, sumergiéndolas en el abismo de la muerte […]” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 11). “¿Cómo murieron esos discípulos del Señor Jesús? Entre los discípulos hubo quienes fueron lapidados, arrastrados por un caballo, crucificados cabeza abajo, desmembrados por cinco caballos; les acaecieron todo tipo de muertes. ¿Por qué murieron? ¿Los ejecutaron legalmente por sus delitos? No. Los condenaron, golpearon, acusaron y ajusticiaron porque difundían el evangelio del Señor y los rechazó la gente mundana; así los martirizaron. […] En realidad, así fue cómo murieron y perecieron sus cuerpos; este fue su medio de partir del mundo humano, pero eso no significaba que su resultado fuera el mismo. No importa cuál fuera el modo de su muerte y partida, ni cómo sucediera, así no fue como Dios determinó los resultados finales de esas vidas, de esos seres creados. Esto es algo que has de tener claro. Por el contrario, aprovecharon precisamente esos medios para condenar este mundo y dar testimonio de las acciones de Dios. […] La familia, la riqueza y las cosas materiales de esta vida son cosas externas; lo único interno a uno mismo es la vida. Para cada persona viva, la vida es la cosa más digna de aprecio, la más preciada, y resulta que esas personas fueron capaces de ofrecer su posesión más preciada, la vida, como confirmación y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Hasta el día de su muerte siguieron sin negar el nombre de Dios o Su obra y aprovecharon el último momento de su vida para dar testimonio de la existencia de esta realidad; ¿no es esta la forma más elevada de testimonio? Esta es la mejor manera de cumplir con el deber, lo que significa cumplir con la responsabilidad. Cuando Satanás los amenazó y aterrorizó, y al final, incluso cuando les hizo pagar con su vida, no anularon su responsabilidad. Esto es cumplir con el deber hasta el fin. ¿Qué quiero decir con ello? ¿Quiero decir que utilicéis el mismo método para dar testimonio de Dios y difundir el evangelio? No es necesario que lo hagas, pero debes entender que es tu responsabilidad, que si Dios necesita que lo hagas, debes aceptarlo como una obligación moral” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Con las palabras de Dios entendí que el destino del hombre está por completo en Sus manos. Él predestina y controla la vida y la muerte de toda persona. Que, en la capital del condado, me detuvieran y torturaran, o no, dependía totalmente de Dios. Me acordé de los apóstoles de la Era de la Gracia que se sacrificaron por el Señor Jesús: padecieron fatalidades como la lapidación, ser arrastrados a caballo hasta la muerte y ser crucificados cabeza abajo por causa de Dios. Frente a la amenaza de la muerte, no se dejaron limitar por las fuerzas oscuras y, al final, se mantuvieron firmes en su testimonio de Dios. Ofrendaron su posesión más valiosa, su vida, a Dios. No renegaron del nombre de Dios, ni siquiera en el momento de morir, y dieron testimonio de Él ante la humanidad malvada, con lo que cumplieron su misión de vida y su deber de seres creados. Eso tuvo un sentido, y Dios lo elogió. En aquel momento corrían peligro mis hermanos y hermanas, y si, en ese momento crucial, yo no cumplía mis responsabilidades por proteger mis propios intereses y, por ello, los hermanos y hermanas eran detenidos y la labor de la iglesia se veía perjudicada, estaría cometiendo una transgresión ante Dios. Sería una mancha en mi trayectoria como creyente y, sin duda, yo viviría para lamentarlo. Tenía que dejar de pensar en mi seguridad y averiguar enseguida qué había sido de esos hermanos y hermanas. Aunque finalmente me detuvieran y torturaran hasta matarme, mi muerte tendría sentido y Dios la elogiaría y recordaría. Al comprenderlo me sentí más calmada y tranquila.
En ese momento me encontré con otro pasaje de las palabras de Dios que tuvo una influencia profunda y motivadora sobre mí. Dios Todopoderoso dice: “Creer en Dios y seguirlo en la China continental supone un peligro diario. Es un entorno excepcionalmente severo para ello, en el que te pueden detener en cualquier momento. Todos habéis experimentado un ambiente de acoso; ¿acaso Yo no? Vosotros y Yo vivimos en el mismo ambiente, por lo que sabéis que, en ese ambiente, no podía evitar tener que esconderme a menudo. Hubo momentos en que tuve que cambiar de lugar dos o tres veces en un día; incluso hubo momentos en que tuve que ir a algún lugar al que no había imaginado que iría. Los momentos más duros eran aquellos en los que no tenía adónde ir: durante el día celebraba una congregación y por la noche no sabía qué lugar era seguro. A veces, tras haberme esforzado mucho por encontrar un lugar, tenía que irme al día siguiente porque el gran dragón rojo se estaba acercando. ¿Qué piensa la gente de verdadera fe cuando contempla una escena así? ‘Que Dios viniera a la tierra en la carne para salvar al hombre es el precio que ha pagado. Este es uno de los sufrimientos que ha padecido y cumple plenamente Sus palabras: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Así son realmente las cosas, y Cristo encarnado padece personalmente ese sufrimiento, al igual que lo padece el hombre’. Todos los que creen verdaderamente en Dios ven lo laboriosa que es Su obra de salvación del hombre y, por ello, amarán a Dios y le agradecerán el precio que Él paga por la humanidad” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (III)). Las palabras de Dios me impactaron profundamente. Dios vino desde las alturas a humillarse como ser humano y se encarnó en China, un país que se resiste a Dios, para realizar la obra de salvar a la humanidad. El PCCh trató por todos los medios de capturarlo y el mundo religioso lo condenó y rechazó, pero Dios nunca pensó en Su propia seguridad y siguió expresando verdades para regarnos y sustentarnos, con la esperanza de que comprendiéramos la verdad, nos liberáramos de nuestro carácter corrupto y viviéramos con semejanza humana. Cuando comprendí el desinteresado amor de Dios por la humanidad y Su vehemencia para salvarnos, me embargaron la vergüenza y la culpa y me desprecié por carecer de razón y humanidad. Había gozado durante muchos años de las palabras de Dios, pero cuando hizo falta que protegiera el trabajo de la iglesia, me protegí, en cambio, a mí misma porque no quería hacer sacrificios. No era digna de la salvación de Dios y carecía hasta de la más mínima semejanza humana. No quería continuar llevando una vida despreciable e inútil y estaba dispuesta a abandonar la carne y a emplearme a fondo en arreglar la situación con Su Jin.
Llegamos a la capital del condado el 24 de noviembre por la tarde. Con ayuda de una hermana, nos enteramos de que, a excepción de aquellas tres hermanas, los demás hermanos y hermanas habían sido detenidos. Me alteré mucho cuando me enteré y esa noche di vueltas en la cama sin poder dormir. El Gobierno se había movilizado en masa para detener a tantos hermanos y hermanas, y muchos otros se habían visto obligados a huir de casa para evitar ser detenidos. ¡Es realmente malvado el PCCh! Esto era como la revelación de Dios. “Durante miles de años, esta ha sido la tierra de la suciedad. Es insoportablemente sucia, la miseria abunda, los fantasmas campan a su antojo por todas partes; timan, engañan, y hacen acusaciones sin razón; son despiadados y crueles, pisotean esta ciudad fantasma y la dejan plagada de cadáveres; el hedor de la putrefacción cubre la tierra e impregna el aire; está fuertemente custodiada. ¿Quién puede ver el mundo más allá de los cielos? El diablo ata firmemente todo el cuerpo del hombre, pone un velo ante sus ojos y sella con fuerza sus labios. El rey de los demonios se ha desbocado durante varios miles de años, hasta el día de hoy, cuando sigue custodiando de cerca la ciudad fantasma, como si fuera un ‘palacio de demonios’ impenetrable. Esta manada de perros guardianes, mientras tanto, mira fijamente con mirada penetrante, profundamente temerosa de que Dios la pille desprevenida, los aniquile a todos, y los deje sin un lugar de paz y felicidad. ¿Cómo podría la gente de una ciudad fantasma como esta haber visto alguna vez a Dios? ¿Han disfrutado alguna vez de la amabilidad y del encanto de Dios? ¿Qué apreciación tienen de los asuntos del mundo humano? ¿Quién de ellos puede entender la anhelante voluntad de Dios? Poco sorprende, pues, que el Dios encarnado permanezca totalmente escondido: en una sociedad oscura como esta, donde los demonios son inmisericordes e inhumanos, ¿cómo podría el rey de los demonios, que mata a las personas sin pestañear, tolerar la existencia de un Dios hermoso, bondadoso y además santo? ¿Cómo podría aplaudir y vitorear Su llegada? ¡Esos lacayos! Devuelven odio por amabilidad, empezaron a tratar a Dios como un enemigo hace mucho tiempo, lo han maltratado, son en extremo salvajes, no tienen el más mínimo respeto por Dios, roban y saquean, han perdido toda conciencia, van contra toda conciencia, y tientan a los inocentes para que sean insensibles. ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). Con esta experiencia tomé plena conciencia de la esencia demoníaca del PCCh, de resistencia a Dios, y de su naturaleza malvada, que desprecia la verdad. Para consolidar su poder y su autoridad, el PCCh engaña al pueblo afirmando que apoya la libertad de culto, mientras que en realidad detiene y persigue sin motivo a los cristianos, a fin de suprimir por completo la obra de Dios en los últimos días. El PCCh es una banda de demonios que desprecian y se resisten a Dios. Son enemigos Suyos. Odio de todo corazón al PCCh, ese viejo demonio. Cuanto más nos oprime, más me comprometo a cumplir con mi deber y humillar a Satanás.
Después, otros hermanos y hermanas asumieron parte del trabajo de la iglesia, y la vida de iglesia fue volviendo a la normalidad. En aproximadamente diez días, tomé conciencia de mi estatura y de mi carácter corrupto, egoísta y despreciable. También presencié la omnipotente soberanía de Dios y crecí en la fe. Nunca podría haber logrado nada de esto en un ambiente tranquilo y seguro.