Mi liberación de las ataduras
Dios Todopoderoso dice: “Ahora es el momento en el que determino el final para cada persona, no la etapa en la que comencé a obrar en el hombre. Una a una, escribo en Mi libro de registro las palabras y acciones de cada persona, la trayectoria por la que Me ha seguido, sus características inherentes y cómo se ha comportado en última instancia. De esta manera, no importa qué clase de persona sea, nadie escapará de Mi mano y todos estarán con los de su propia clase según Yo lo designe” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). “El resultado de cada uno se determina de acuerdo a la esencia que surge de su propia conducta y siempre se determina apropiadamente. Nadie puede cargar con los pecados de otro; más aún, nadie puede recibir castigo en lugar de otro. Esto es incuestionable. El cuidado cariñoso de los padres por sus hijos no indica que pueden hacer obras justas en lugar de sus hijos, ni el afecto obediente de un hijo o hija por sus padres quiere decir que puede realizar obras justas en lugar de sus padres. Este es el verdadero significado detrás de las palabras: ‘Entonces estarán dos en el campo; uno será llevado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino; una será llevada y la otra será dejada’. La gente no puede llevar a sus hijos malhechores al reposo sobre la base de su profundo amor por ellos, ni nadie puede llevar a su esposa (o esposo) al reposo sobre la base de su propia conducta justa. Esta es una norma administrativa; no puede haber excepciones para nadie. Al final, los hacedores de justicia son hacedores de justicia y los malhechores son malhechores. A los justos se les permitirá sobrevivir al final, mientras que los malhechores serán destruidos. Los santos son santos; no son inmundos. Los inmundos son inmundos y ni una parte de ellos es santa. Las personas que serán destruidas son todas malvadas y las que sobrevivirán son todas justas, incluso si los hijos de las malvados hacen obras justas e incluso si los padres de los justos hacen obras malvadas. No existe relación entre un esposo creyente y una esposa incrédula y no existe relación entre los hijos creyentes y los padres incrédulos; son dos tipos de personas completamente incompatibles. Antes de entrar al reposo, se tienen parientes físicos, pero una vez que se ha entrado en el reposo, ya no se tendrán parientes físicos de los cuales hablar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Las palabras de Dios nos indican que Su obra de los últimos días es la de clasificar a la gente por tipos. Decide el resultado y destino de cada cual según su conducta, naturaleza y esencia, algo que nadie puede cambiar y que Dios determina por medio de Su carácter justo. Dios nos exige tratar a los demás de acuerdo con Sus palabras y con los principios de la verdad; no proteger ni favorecer tan siquiera a nuestros seres queridos en función de nuestras emociones. Eso sería contrario a la verdad y una ofensa al carácter de Dios.
Hace tiempo, unos tres años atrás, al término de una reunión, un líder me dijo: “Tu padre genera constantes conflictos entre hermanos y hermanas que alteran la vida de la iglesia. Hemos hablado con él para analizarlo y advertirle, pero no se arrepiente. Algunos hermanos y hermanas han denunciado que anteriormente ha hecho lo mismo en su deber en otros sitios. Vamos a recabar datos de sus malas acciones”. Al oír esto, me dio un vuelco el corazón y me pregunté: “¿Realmente es tan grave?”. Sin embargo, luego recordé que, en las reuniones, mi padre, en efecto, alteraba la vida de la iglesia y no aceptaba la verdad. En las reuniones no hablaba de las palabras de Dios, sino siempre de cosas no relacionadas con la verdad que provocaban a la gente y le impedían meditar en calma las palabras de Dios. Yo se lo comentaba, pero no me hacía ningún caso. Solo me contestaba con un montón de excusas. Le conté la situación al líder de la iglesia, quien después habló con mi padre, lo ayudó en numerosas ocasiones y le explicó la esencia y las consecuencias de su conducta, pero mi padre se negaba a admitirlo. No hacía más que poner excusas y discutir. No estaba arrepentido en absoluto. Debía de haber ido a peor si los hermanos y hermanas lo estaban denunciando entonces. Me acordé de un par de personas que hubo en la iglesia, a quienes consideraron malvadas y expulsaron porque no practicaban la verdad, sino que alteraban constantemente la vida de la iglesia sin arrepentirse. Si mi padre era realmente así, ¿no lo echarían a él también? Si eso llegaba a ocurrir, su senda de fe tocaría a su fin. ¿Seguiría teniendo ocasión de salvarse? Mi pánico iba en aumento a medida que lo pensaba y estaba hecha un lío por dentro.
Aquella noche di vueltas en la cama sin poder dormir, pensando en lo que habían dicho de mi padre. Sabía que solo trataban de proteger la vida de la iglesia de cualquier alteración por respeto a la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, y que eso era conforme a la voluntad de Dios. Conocía la conducta de mi padre y me preguntaba si debía contársela al líder. Pensé en lo cariñoso que era mi padre cuando yo era pequeña. Cuando nos peleábamos mi hermano y yo, me protegía, tuviera o no razón; cuando hacía frío y en el colegio no había ropa de cama abrigada, recorría casi 100 km en bici para llevarme una colcha. Con frecuencia, mi madre cumplía con su deber fuera de casa, así que mi padre solía ser el que me hacía de comer y me cuidaba. Mientras lo pensaba, no pude reprimir el llanto. Reflexioné: “Mi padre fue quien me crio. Si lo delato y se entera, ¿no dirá que no tengo conciencia, que soy cruel? ¿Cómo podría después mirarlo a la cara en casa?”. Con desgana, me puse a escribir sobre la conducta de mi padre, pero no pude seguir. Pensé: “¿Y si escribo todo lo que sé y lo echan? Ni hablar. No debería escribirlo”. Quería dormir bien, profundamente, para apartarme de la realidad, pero no pegué ojo. Me sentía incómoda y culpable. La verdad es que no se comportaba bien últimamente y yo conocía algunos de sus actos del pasado. Si me callaba, ¿no estaría ocultando la verdad? Me suponía un verdadero conflicto interior. Tuve que presentarme ante Dios en oración. Oré: “Oh, Dios mío, conozco algunas malas acciones cometidas por mi padre y sé que tengo que apoyar el trabajo de la iglesia y decir la verdad de lo que sé, pero no quiero hacerlo porque temo que lo echen. Dios mío, te ruego que me guíes para que pueda practicar la verdad, ser honesta y apoyar el trabajo de la iglesia”. Me sentí algo más tranquila tras la oración. Luego leí estas palabras de Dios: “Todos vosotros decís que tenéis consideración por la carga de Dios y defenderéis el testimonio de la Iglesia, pero ¿quién de vosotros ha considerado realmente la carga de Dios? Hazte esta pregunta: ¿Eres alguien que ha mostrado consideración por Su carga? ¿Puedes tú practicar la justicia por Él? ¿Puedes levantarte y hablar por Mí? ¿Puedes poner firmemente en práctica la verdad? ¿Eres lo bastante valiente para luchar contra todos los hechos de Satanás? ¿Serías capaz de dejar de lado tus emociones y dejar a Satanás al descubierto por causa de Mi verdad? ¿Puedes permitir que Mis intenciones se cumplan en ti? ¿Has ofrecido tu corazón en el momento más crucial? ¿Eres alguien que hace Mi voluntad? Hazte estas preguntas y piensa a menudo en ellas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 13). “Todos viven en la emoción y, por ello, Dios no evita ni una sola de ellas y expone los secretos escondidos en el corazón de todos los seres humanos. ¿Por qué a las personas les es tan difícil separarse de la emoción? ¿Acaso hacer esto sobrepasa los estándares de la conciencia? ¿Puede la conciencia cumplir la voluntad de Dios? ¿Puede la emoción ayudar a las personas durante la adversidad? A los ojos de Dios, la emoción es Su enemigo. ¿No se ha expuesto esto claramente en las palabras de Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 28). No tenía respuesta para estas preguntas de las palabras de Dios. Bien sabía que mi padre no buscaba la verdad y que causaba alteraciones en las reuniones y cuando otros comían y bebían de las palabras de Dios. No escuchaba las enseñanzas de nadie, tenía prejuicios contra otras personas, juzgaba a la gente a sus espaldas y sembraba la discordia, pero, condicionada por mis emociones, no me fijaba en que alteraba la entrada en la vida de mis hermanos y hermanas. Sencillamente, no quería ser franca con el líder para protegerlo y defenderlo. No estaba poniendo en práctica la verdad ni considerando la voluntad de Dios. Pensé en las dos malas personas expulsadas anteriormente de la iglesia. Me enfurecía que se negaran a practicar la verdad y alteraran la vida de la iglesia y las delaté de forma justa y severa. Entonces, ¿por qué no podía decir la verdad a la hora de escribir sobre la conducta de mi padre? Vi que no era honesta, que me faltaba sentido de la justicia. No estaba practicando la verdad ni apoyando el trabajo de la iglesia en este trance. Por el contrario, defendía a mi padre por pura emoción, encubría su maldad y atentaba contra los principios de la verdad. Con ello, ¿no me estaba poniendo del lado de Satanás y enemistándome con Dios? Al darme cuenta, oré y me arrepentí ante Dios: “No quiero dejarme llevar por mis emociones nunca más. Quiero ser honesta respecto a mi padre”.
Después de orar, recordé algunas manifestaciones de su maldad y las enumeré una por una. Mientras servía como diácono del evangelio, tenía prejuicios contra su compañero de trabajo, el hermano Zhang. Lo juzgaba y discriminaba delante de otros hermanos y hermanas, por lo que el hermano Zhang se quedaba preocupado y en un estado de negatividad. El líder podaba y trataba a mi padre, que no le hacía caso. Cuando los hermanos y hermanas le señalaban sus problemas, no los admitía. Siempre se fijaba en los defectos de los demás, explotaba sus puntos débiles y decía: “Llevo creyendo todos estos años. ¡Lo entiendo todo!”. Cuando me veía cumplir activamente con el deber, me instaba a ir en pos del dinero y las cosas mundanas y siempre me decía cosas negativas para frenar mi entusiasmo por el deber. Una vez que tuvo un accidente de tráfico, el hermano Lin, de la iglesia, fue a verlo para hablarle de la verdad y de que tenía que hacer introspección y aprender la lección, pero no quiso saber nada. Tergiversó los hechos y difundió el rumor de que el hermano Lin había ido a burlarse de él. Eso predispuso a algunos hermanos y hermanas contra el hermano Lin. Reflexionar acerca de todo esto me desconcertó y enojó enormemente. Me pregunté: “¿De verdad es este mi padre? ¿No es una mala persona?”. En todos sus años de fe, yo siempre había creído que cumplía con el deber de evangelizar, que era capaz de sufrir y pagar un precio. Me había engañado su apariencia externa y pensaba que era un verdadero creyente. Nunca traté de discernir su conducta. ¡Qué idiota y ciega fui! Ahora me reprochaba haberme dejado gobernar por mis emociones para consentirlo y defenderlo. Luego leí esto en las palabras de Dios: “Aquellos que dan rienda suelta a su conversación venenosa y maliciosa dentro de la iglesia, que difunden rumores, fomentan la desarmonía y forman grupitos entre los hermanos y hermanas deben ser expulsados de la iglesia. Sin embargo, como esta es una era diferente de la obra de Dios, estas personas son restringidas, pues enfrentan una segura eliminación. Todos los que han sido corrompidos por Satanás tienen un carácter corrupto. Algunos no tienen nada más que un carácter corrupto, mientras que otros son diferentes: no solo su carácter ha sido corrompido por Satanás, sino que su naturaleza también es extremadamente maliciosa. No solo sus palabras y acciones revelan su carácter corrupto y satánico; además, estas personas son el auténtico diablo Satanás. Su comportamiento interrumpe y perturba la obra de Dios, perjudica la entrada a la vida de los hermanos y hermanas y daña la vida normal de la iglesia. Tarde o temprano, estos lobos con piel de oveja deben ser eliminados; debe adoptarse una actitud despiadada, una actitud de rechazo hacia estos lacayos de Satanás. Solo esto es estar del lado de Dios y aquellos que no lo hagan se están revolcando en el fango con Satanás” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Al comparar la conducta de mi padre con las palabras de Dios, entendí que no manifestaba un simple carácter corrupto cualquiera, sino una naturaleza maliciosa. Era entusiasta a primera vista y capaz de sufrir por el deber y seguir difundiendo el evangelio a pesar de la persecución del PCCh, pero no aceptaba la verdad. Incluso la detestaba. Sus actos revelaban su naturaleza astuta y cruel. Era, en esencia, un hombre malvado que pertenecía a Satanás y al que había que echar. Aunque fuera su hija, no podía guiarme por mis sentimientos. Tenía que estar del lado de Dios en la fe, delatar y abandonar a Satanás. Pensé en aquellos hermanos y hermanas del grupo que yo dirigía que no tenían discernimiento acerca de él. Tenía que hablarles de la iniquidad de mi padre para que ya no los engañara más. No obstante, luego me preocupé: “A algunos los introdujo él en la fe y se llevan bien con él. Si lo delato, ¿no dirán que no tengo conciencia, que soy cruel? Y si lo echan y pierde la ocasión de salvarse, será dolorosísimo para él”. Este pensamiento era realmente inquietante y perdí el deseo de hablar de aquello. Pasé aquella noche desvelada en la cama, pensando que, si no delataba la iniquidad de mi padre y los hermanos y hermanas estaban engañados y de su parte, participarían de su maldad. Si veía que estaban engañados, pero no hablaba con ellos, ¿no los estaría perjudicando? Me reproché aquel pensamiento, así que le dije a Dios en oración: “Oh, Dios mío, tengo muchísimas preocupaciones en este momento. Te ruego que me des fe y fortaleza, que me guíes y me lleves a practicar la verdad y a delatar a esta mala persona”.
Tras orar leí este pasaje de las palabras de Dios: “¿En palabras de Dios, qué principio se menciona respecto a cómo deben tratarse las personas unas a otras? Ama lo que Dios ama, y odia lo que Dios odia. Es decir, las personas a las que Dios ama, las que buscan realmente la verdad y hacen la voluntad de Dios, son a las que deberías amar. Aquellas que no hacen la voluntad de Dios, que lo odian, que le desobedecen y que Él desprecia, son también a las que deberíamos despreciar y rechazar. Eso es lo que la palabra de Dios exige. Si tus padres no creen en Dios, lo odian; y si lo odian, seguro que Dios abomina de ellos. Así pues, si te mandaran odiar a tus padres, ¿podrías hacerlo? Si se oponen a Dios y lo vilipendian, son, sin duda, unas personas a las que Él odia y maldice. En semejantes circunstancias, ¿cómo debes tratar a tus padres tanto si te impiden creer en Dios como si no? Durante la Era de la Gracia, el Señor Jesús dijo: ‘¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? […] Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’. Este dicho ya existía en la Era de la Gracia, y ahora las palabras de Dios son incluso más apropiadas: ‘Ama lo que Dios ama, y odia lo que Dios odia’. Estas palabras van directas al grano, pero las personas son a menudo incapaces de apreciar su verdadero sentido. Si Dios maldice a una persona, pero esta parece bastante buena desde fuera o se trata de uno de tus padres o de un familiar, entonces podrías encontrarte con que eres incapaz de odiar a esa persona, y podría haber un trato con ellas bastante íntimo y una relación estrecha. Cuando oyes esas palabras de Dios, te disgustas y eres incapaz de endurecer tu corazón con esa persona o abandonarla. Esto se debe a que hay una noción tradicional que te ata. Piensas que si haces esto darás lugar a la ira celestial, el Cielo te castigará e incluso la sociedad te rechazará y la opinión pública te condenará. Además, un problema aún más pragmático es que recaerá sobre tu conciencia. Esta ‘conciencia’ procede de lo que tus padres te enseñaron desde la niñez o de la influencia e infección de la cultura social, cosas ambas que han plantado una raíz y una forma de pensar en tu interior tales que no puedes practicar la palabra de Dios y amar lo que Dios ama y odiar lo que Dios odia. Sin embargo, en el fondo sabes que deberías odiarlos y rechazarlos, ya que tu vida vino de Dios y no te la dieron tus padres. El hombre debería adorar a Dios y tornarse a Él. Aunque digas esto y también lo pienses, sencillamente no puedes convencerte de ello y eres incapaz de ponerlo en práctica. ¿Sabéis lo que está ocurriendo aquí? Estas cosas te han atado firme y profundamente. Satanás usa estas cosas para atar tus pensamientos, tu mente y tu corazón, de forma que no puedas aceptar las palabras de Dios. Tales cosas te han llenado por completo, hasta tal punto que no queda espacio para las palabras de Dios. Además, si tratas de poner Sus palabras en práctica, entonces estas cosas surtirán efecto en tu interior y te harán contradecir las palabras de Dios y con Sus exigencias, incapacitándote así para soltarte de estas ataduras y liberarte de esta esclavitud. No habrá esperanza y, sin fuerza para luchar, te rendirás con el tiempo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Sólo reconociendo tus opiniones equivocadas puedes conocerte a ti mismo). Entonces comprendí que el principio que Dios nos exige en el trato con los demás es que amemos lo que Él ama y odiemos lo que Él odia. Las personas que aman la verdad y saben hacer la voluntad de Dios son aquellas a quienes debemos tratar con amor, mientras que los malvados, que detestan la verdad y se oponen a Dios, son aquellos a quienes debemos odiar. Esta es la única práctica conforme a la voluntad de Dios. Sin embargo, en lo referente a mi padre, siempre me condicionaban las emociones. Lo protegía y encubría. No era capaz de amar aquello que ama Dios ni de odiar aquello que Él odia porque las viejas nociones satánicas “La sangre tira mucho” y “El hombre no es inanimado; ¿cómo puede carecer de emociones?” dominaban mi corazón. No distinguía el bien del mal, pues creía que sería abusivo e injusto delatar la mala conducta de mi padre. Tenía miedo de que me criticaran y condenaran. Por proteger una relación familiar de la carne, no defendía la verdad ni desenmascaraba a una mala persona, indiferente al trabajo de la casa de Dios y a la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Eso era lo verdaderamente injusto y carente de humanidad. Vi que estas viejas nociones satánicas me impedían practicar la verdad, me ponían de parte de Satanás y hacían que me opusiera a Dios a mi pesar. En realidad, Dios jamás ha dicho que debamos tratar en conciencia a los demonios y los malvados ni que sea inmoral rechazar a aquellos seres queridos que pertenecen a Satanás. En la Era de la Ley, los hijos incrédulos de Job murieron en la adversidad, pero Job no se quejó a Dios por la muerte de sus hijos. Por el contrario, alabó el nombre de Dios. En la Era de la Gracia, los padres de Pedro reprimían y obstaculizaban su fe, por lo que los abandonó y se fue de casa, dejándolo todo por seguir a Dios, y así se ganó Su elogio. Recapacitando sobre las experiencias de Job y Pedro, entendí en cierto modo el requisito de Dios de amar lo que Él ama y odiar lo que Él odia.
Luego seguí leyendo las palabras de Dios: “¿Quién es Satanás, quiénes son los demonios y quiénes son los enemigos de Dios, sino los opositores que no creen en Dios? ¿No son esas las personas que son desobedientes a Dios? ¿No son esos los que verbalmente afirman tener fe, pero carecen de la verdad? ¿No son esos los que solo buscan el obtener las bendiciones, mientras que no pueden dar testimonio de Dios? Todavía hoy te mezclas con esos demonios y tienes conciencia de ellos y los amas, pero, en este caso, ¿no estás teniendo buenas intenciones con Satanás? ¿No te estás asociando con los demonios? Si hoy en día las personas siguen sin ser capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo, y continúan siendo ciegamente amorosas y misericordiosas sin ninguna intención de buscar la voluntad de Dios y siguen sin ser capaces de ninguna manera de albergar las intenciones de Dios como propias, entonces su final será mucho más desdichado. […] Si eres compatible con los que Yo detesto y con los que estoy en desacuerdo, y aun así tienes amor o sentimientos personales hacia ellos, entonces ¿acaso no eres desobediente? ¿No estás resistiéndote a Dios de una manera intencionada? ¿Posee la verdad una persona así? Si las personas tienen conciencia hacia los enemigos, amor hacia los demonios y misericordia hacia Satanás, ¿no están perturbando de manera intencionada la obra de Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Esta lectura me dejó muy acongojada y culpable. Sabía que mi padre detestaba la verdad, que alteraba constantemente la vida de la iglesia y que su naturaleza y esencia eran malvadas, pero seguía tratándolo en conciencia y con cariño hasta el punto de encubrirlo y defenderlo. ¿No era justo eso lo que quería decir Dios con “teniendo buenas intenciones con Satanás” y “asociando con los demonios”? ¿No estaba oponiéndome descaradamente a Dios y alterando el trabajo de la iglesia? La verdad y la justicia gobiernan la casa de Dios. Las malignas fuerzas de Satanás, incluidos todos los malvados y anticristos, no pueden perdurar. Dios debe delatarlas y descartarlas y las tienen que purgar de la iglesia. Esto viene determinado por el carácter justo de Dios. Sin embargo, yo encubría a una mala persona para que permaneciera en la casa de Dios. ¿No estaba tolerando que una mala persona alterara la vida de la iglesia? ¿No estaba ayudando a un enemigo malvado y oponiéndome a Dios? De continuar así, Dios me castigaría junto al hombre malvado. Este descubrimiento me asustó un poco. Entendí que el carácter justo de Dios no tolera ofensa ¡y lo peligroso de encubrir a alguien malvado impulsada por mis sentimientos personales! Ya no podía hablar y actuar más en función de mis sentimientos. Aunque fuera mi padre, tenía que practicar la verdad, amar aquello que Dios ama, odiar lo que Dios odia y defender los intereses de la casa de Dios.
Luego fui a reunirme con el grupo y les revelé toda la verdad de la conducta y las malas acciones de mi padre. Los hermanos y hermanas engañados por él comenzaron a discernir su esencia. Más adelante, la iglesia publicó el anuncio la expulsión de mi padre. Me fui a casa, se lo leí y le hablé de su mala conducta. Me horrorizó que me dijera con desdén: “Hace tiempo que sé que me echarían. He creído en Dios todos estos años nada más que para recibir Sus bendiciones; si no, hace mucho que habría dejado de creer”. Al ver que no tenía intención de arrepentirse, tuve bien claro dentro de mí que se había revelado plenamente su esencia maligna. Tras la expulsión de mi padre no había personas malvadas que alteraran la iglesia. En las reuniones, todos los hermanos y hermanas podían leer las palabras de Dios y hablar de la verdad sin que los alteraran. Cumplían adecuadamente con el deber y la vida de la iglesia daba fruto. Comprobé que la verdad y la justicia gobiernan la casa de Dios y que, cuando practicamos la verdad de acuerdo con las palabras de Dios, somos testigos de Su guía y Sus bendiciones. En cuanto a mi padre, poco a poco me liberé de mis sentimientos personales y al final fui capaz de practicar un poco la verdad y apoyar el trabajo de la iglesia. ¡Logré todo esto por medio del juicio y castigo de las palabras de Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.