Por fin libre de malentendidos sobre Dios
En 2019 era líder de una iglesia. Como desatendía mis responsabilidades y solo iba en pos de la reputación y el estatus, tenía celos de mi compañera, no cooperaba ni trabajaba en armonía con ella, nuestra labor se veía gravemente afectada. El líder trató conmigo y me ofreció ayuda y sustento varias veces, pero yo no lo aceptaba. Así pues, acabé destituida. Me molestó mucho perder mi deber. Ya me destituyeron una vez por mi afán de reputación y estatus, y había reaparecido el mismo problema. Vi que me importaban demasiado la reputación y el estatus y que interrumpía constantemente el trabajo de la iglesia. No parecía nada apta para un puesto de líder.
Meses después hubo elecciones a líder de la iglesia. Un día me comentó una hermana: “Quiero votarte para líder”. Esto me puso nerviosa. Cuando había sido líder, siempre fui en pos de la reputación y el estatus, hice mucho mal e interrumpí la labor de la iglesia. La reputación y el estatus eran mi punto débil, por lo que, si me reelegían líder y empezaba a hacer lo mismo de siempre, en pos de la reputación y el estatus, y a interrumpir otra vez el trabajo de la iglesia, ¿qué pasaría? Si seguía acumulando malas acciones, ¿no sería condenada y descartada? Al pensarlo, le contesté bruscamente: “Quieres votarme sin ni siquiera conocerme. Has de ser responsable con tu voto. Si votas al azar sin seguir los principios y se elige a la persona equivocada, eso es cometer el mal”. Me parecía una opción más segura no ser líder ni obrera. Mi ámbito de responsabilidad en mi deber actual era reducido, con lo que, aunque cometiera errores, el trabajo de la iglesia no se resentía mucho. Sin embargo, ser líder es distinto. Cualquier descuido puede afectar al trabajo global de la iglesia, cosa que perjudica a todos los hermanos y hermanas en ella. Esa es una gran maldad. Pasara lo que pasara, no quería ser líder. Una vez, en una reunión, una hermana me pidió mi opinión sobre las elecciones de la iglesia. Sonaba como que quería votarme. Le expliqué rápidamente: “No busco la verdad y me falta entrar en la vida. Anteriormente perjudiqué la labor de la iglesia por mi afán de reputación y estatus como líder”. También le hablé de la corrupción que había exhibido antes y de mis defectos y fallos para que pensara que no sería buena líder.
Luego me sentí algo culpable. ¿Por qué siempre subrayaba ante los demás que no era apta para ser líder? ¿Por qué no tenía una actitud de sumisión hacia las elecciones? En mis devociones leí este pasaje de las palabras de Dios: “De hecho, las personas no deberían adoptar la idea de que la fe es mera creencia en que hay un Dios y que Dios es la verdad, el camino, la vida, y nada más. La fe tampoco consiste en hacer que reconozcas a Dios y creas que es el Soberano de todas las cosas, que Él es todopoderoso, que Él creó todas las cosas que hay en el mundo y que Él es único y supremo. La fe no consiste simplemente en creer en este hecho. La voluntad de Dios es que todo tu ser y corazón deben ser entregados a Él y que te sometas a Él; esto es, que debes seguir a Dios, permitir que Él te use y que estés feliz de hacer servicio por Él; debes hacer todo lo que puedas hacer por Él” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me movilizaron de veras y entendí que alguien con auténtica fe, que sigue a Dios, es capaz de entregarle su corazón, de someterse a Sus disposiciones y de alegrarse de rendirle servicio. Sin importar qué deber cumpla ni cómo lo trate Dios, sabe aceptarlo y someterse sin condiciones, sin decisiones personales ni exigencias. Estas son la conciencia y la razón adecuadas. Al hacer introspección, pese a tener fe y cumplir un deber, siempre decidía y exigía en el deber sin sumisión alguna a Dios. Siempre creía que, como los líderes tenían más trabajo, eran revelados antes, que, cuando cometían un error e interrumpían la labor de la iglesia, su futuro y su destino peligraban, así que yo no quería ser líder ni obrera. Procuré pensar de todo para eludir esas elecciones de la iglesia y exageraba adrede mis problemas y fallos ante los demás por temor a que me eligieran. Luego comprendí que desconfiaba de Dios, lo malinterpretaba y no lo obedecía en absoluto. Me acordé de la actitud de Noé hacia la comisión de Dios. Cuando Dios le ordenó construir el arca, él no pensó en sus pérdidas o ganancias personales ni en si Dios le dejaría usar el arca para sortear el diluvio cuando la acabara. Simplemente se lanzó a construir el arca como le pidió Dios. Noé fue verdaderamente obediente y considerado con Dios, pero yo tenía fe y cumplía un deber solo por mi futuro y mi destino. Siempre pensaba en si recibiría bendiciones. Nunca tenía en cuenta la voluntad de Dios ni la labor de la iglesia. Quería llevar a cabo cualquier deber que no exigiera asumir responsabilidades. Para lo que exigiera sacrificio y asumir responsabilidades, hacía todo lo posible por evitarlo. Ni de lejos pensaba en la voluntad ni en las exigencias de Dios y solamente quería Sus bendiciones. ¿Qué clase de fe era esa? Utilizaba a Dios, lo engañaba. No tenía sumisión ni devoción. Al darme cuenta oré: “Oh, Dios mío, mi motivación para el deber no es correcta, no es la búsqueda de la verdad y la obediencia a Ti, sino un trueque por un buen destino sin pensar en Tu voluntad. Dios mío, no quiero seguir engañándote así. Quiero arrepentirme. Sin importar qué deber me dispongan, lo aceptaré y me someteré”.
Acabaron eligiéndome líder de la iglesia. Sabía que tenía la ocasión de continuar practicando como líder por la gracia de Dios, pero tenía dudas. Como líder de la iglesia, si iba en pos de la reputación y el estatus como antes e interrumpía el trabajo de aquella, ¿sería revelada y descartada? Todavía no estaba por la labor de ser líder, pero negarme a este deber sería un desafío a Dios. De mala gana, me sometí a ello.
Al tener tantas incorporaciones de nuevos fieles, pronto necesitamos un líder de equipo que asumiera la labor de riego. Los hermanos y hermanas propusieron a algunos candidatos. Como mi compañera estaba ocupada en otras cosas, me pidió que revisara las evaluaciones de los hermanos y hermanas sobre los posibles candidatos. Pensé: “Si yo miro las evaluaciones antes que nadie, tendré que ser la primera en dar mi opinión. ¿Y si me equivoco en algo, elijo a la persona equivocada y esto demora la labor de riego? Aunque al final lo debata y decida con mi compañera, si soy la primera en expresar una opinión, me responsabilizarán a mí. Si sigo acumulando transgresiones, no tendré un buen resultado ni un buen destino”. Esta idea me dio algo de miedo y no quería ser la primera en airear mis opiniones. Vi que no me hallaba en el estado correcto, que malinterpretaba a Dios y desconfiaba de Él, pero no podía olvidarme de ello. Así pues, me abrí a los hermanos y hermanas y buscamos juntos. Una hermana me comentó: “Si quieres corregir tus malentendidos y tu desconfianza hacia Dios, has de pensar en qué concepto erróneo te conduce a esto”. Esto me dio orientación para llegar a comprender el asunto. Oraba y buscaba con Dios y leía palabras Suyas pertinentes.
Un día leí un par de pasajes de la palabra de Dios. “Algunos creen en Dios unos años, pero no comprenden lo más mínimo la verdad. Su visión de las cosas sigue siendo la misma que la de los incrédulos. Cuando ven que un falso líder o anticristo es revelado y descartado, piensan: ‘Creer en Dios, seguir a Dios, vivir ante Dios, ¡es estar en la cuerda floja! Es como vivir al filo de la navaja’. Otros alegan: ‘¿Servir a Dios? Como suele decirse, “la compañía de un rey es como la de un tigre”. Una palabra equivocada, una cosa mal hecha, y habrás ofendido el carácter de Dios ¡y serás descartado y castigado!’. ¿Son correctas estas observaciones? ¿Qué significan ‘estar en la cuerda floja’ y ‘vivir al filo de la navaja’? Que hay un gran peligro, un gran peligro a cada instante, que, al menor descuido, uno pisa en falso. ‘La compañía de un rey es como la de un tigre’ es un dicho común entre los incrédulos. Significa que es muy peligroso vivir al lado de un rey diablo. Si uno aplica este dicho al servicio a Dios, ¿cuál es su error? Comparar a un rey diablo con Dios, con el Señor de la Creación, ¿no es una blasfemia contra Dios? Es un problema grave. Dios es un Dios justo y santo; el cielo ha predestinado, y la tierra acatado que el hombre debe ser castigado por resistirse o ser hostil a Dios. Satanás, el diablo, no tiene ni pizca de verdad; es inmundo y malvado, masacra a los inocentes, devora a los buenos. ¿Cómo puede ser comparado con Dios? ¿Por qué la gente distorsiona la realidad y difama a Dios? ¡Es una blasfemia tremenda contra Él! Cuando se poda y trata a algunas personas habitualmente negativas y que no cumplen con el deber con sinceridad, les preocupa ser descartadas y suelen pensar para sus adentros: ‘Realmente, ¡creer en Dios es estar en la cuerda floja! En cuanto haces algo mal, tratan contigo; en cuanto te califican de falso líder o anticristo, eres remplazado y descartado. En la casa de Dios, no es raro que Dios se enoje, y cuando la gente ha hecho cosas malas, es descartada con una palabra. La casa de Dios ni siquiera le da la oportunidad de arrepentirse’. ¿Es materialmente así en realidad? ¿La casa de Dios no le da a la gente la oportunidad de arrepentirse? (Eso no es así). Los malvados y anticristos solo son descartados porque han sido sometidos a poda y trato por múltiples maldades, pero, a pesar de reiteradas amonestaciones, su conducta no mejora. ¿Qué problema hay en que esas personas piensen de esta forma? Sencillamente, que se justifican ante sí mismas. No buscan la verdad ni prestan servicio adecuadamente, y como tienen miedo de ser despachadas y descartadas, se quejan amargamente y difunden nociones. Evidentemente, son de poca humanidad, y suelen ser descuidadas, negligentes, negativas y flojas en el trabajo. Temen ser reveladas y descartadas, por lo que echan toda la culpa a la iglesia y a Dios. ¿Qué inclinación interviene en esto? La de juzgar a Dios, guardarle rencor, resistirse a Él. Estas observaciones son las falacias más obvias y las afirmaciones más absurdas que hay” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). “Tras su descarte, algunos líderes y obreros difunden nociones: ‘No seas líder y no te permitas ganar estatus. Las personas están en peligro en el instante en el que adquieren algo de estatus ¡y Dios las expondrá! Una vez que sean expuestas, ni siquiera estarán calificadas para ser creyentes comunes y no recibirán bendición alguna’. ¿Qué clase de palabras son esas? En el mejor de los casos, representan un entendimiento incorrecto de Dios; en el peor, son una blasfemia contra Él” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo resolver las tentaciones y la esclavitud del estatus). Las palabras de Dios exponían mi estado preciso. Esta perspectiva absurda regía mi vida. Imaginaba a Dios como un señor feudal, como si ser líder fuera como estar en la cuerda floja. Si una persona tenía el más mínimo fallo o descuido, Dios podría condenarla, revelarla y descartarla en cualquier momento. Yo vivía con esa idea y malinterpretaba a Dios desde que me habían destituido. Creía que, como líder, cuanto más subías, más dura era la caída, y que por eso yo fui revelada. Por esa idea equivocada, aunque sabía que la labor de la iglesia necesitaba urgentemente a gente que se responsabilizara, no paré de eludir las elecciones por miedo a que me eligieran líder y luego, si me equivocaba, a no tener un buen desenlace. Cuando me eligieron líder, en vez de agradecer la gracia de Dios, creía estar viviendo en la cuerda floja y que tenía que tener especial cuidado; que, si cometía un descuido, podría perder hasta la oportunidad de practicar mi fe, por no hablar de la salvación. Siempre desconfiaba mucho de Dios y era muy floja en el deber. Cuando tuvimos que elegir líder del equipo de riego, no me atreví ni a expresar mi opinión por miedo a decir algo malo y que me responsabilizaran. Vi hasta qué punto había malinterpretado a Dios. Dios es el Creador, Su carácter es santo y justo y Él tiene unos principios respecto a la gente. Si Dios condena o descarta a alguien, siempre es por la actitud de esa persona hacia Él y hacia la verdad. Me acordé de los ninivitas. Como sus malas acciones disgustaban a Dios, Él decidió aniquilarlos, pero cuando Jonás les contó lo que había dicho Dios, todos se cubrieron de cilicio y ceniza, confesaron y se arrepintieron. Abandonaron la maldad de sus manos y su malvada senda. Ante su sincero arrepentimiento, Dios cambió de actitud hacia ellos y al final no los aniquiló. De igual modo, los sodomitas rebosaban maldad, pero eran tercos y no querían arrepentirse. Al ver a los dos mensajeros enviados por Dios, quisieron hacerles daño. Como odiaban a Dios y se oponían pertinazmente a Él, padecieron Sus maldiciones y Su castigo. En las distintas actitudes de Dios hacia los pueblos de estas dos ciudades apreciamos que, cuando la gente comete el mal y transgresiones, siempre que se arrepienta de veras, Dios le dará una oportunidad. En cuanto a aquellos que odian la verdad, se resisten a Dios y no muestran arrepentimiento, Dios los condenará y castigará. Pensé en mí. Incumplía mi deber e iba en pos de la reputación y el estatus debido a mi carácter satánico, lo que interrumpía la labor de la iglesia. Dado que mi conducta le repugnaba a Dios, perdí la obra del Espíritu Santo y me destituyeron del cargo de líder. No obstante, Dios no me descartó. Cuando reflexioné, me conocí y estuve dispuesta a arrepentirme ante Dios, Él me dio otra oportunidad de ser líder para poder tener práctica suficiente, aprender más verdades y progresar más rápido. ¿Todo eso no fue la misericordia y el amor de Dios hacia mí? Sin embargo, yo no entendía los sinceros propósitos de Dios. Siempre cuestionaba a Dios, me guardaba de Él y era astuta y malvada. Creía que por ser líder me revelaría y descartaría. ¡Realmente no conocía a Dios! Al observar mi actitud hacia Dios, ¿qué clase de fe era esa? Deshonraba a Dios con blasfemias ¡y ofendía Su carácter!
Me acordé de estas palabras de Dios: “Si eres muy deshonesto, entonces te protegerás y sospecharás de todas las personas y asuntos y por esta razón, tu fe en Mí estará edificada sobre un cimiento de sospecha. Esta clase de fe es una que jamás podría reconocer. Al faltarte la fe verdadera, estarás incluso más lejos del verdadero amor” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo conocer al Dios en la tierra). Al meditar estas palabras vi lo astuta y malvada que era por naturaleza. Tenía fe y seguía a Dios únicamente por las bendiciones. No tenía fe ni amor auténticos por Dios; no era nada sincera. A raíz de mi malicia, recelaba y desconfiaba de Dios en todo, con miedo a cometer un error y ser revelada y descartada. De ninguna manera aprueba Dios esta clase de fe. Esto solo puede provocarle repugnancia y aborrecimiento. Al pensarlo, me sentí muy culpable e inquieta y no quería más que arrepentirme. Después leí estas palabras de Dios: “Con una naturaleza satánica, cuando la gente adquiere estatus está en peligro. ¿Y qué habría que hacer? ¿Acaso no tiene una senda que seguir? Una vez han caído en esa peligrosa situación, ¿no hay vuelta atrás para ellos? Dime, en cuanto las personas corruptas adquieren estatus —independientemente de quiénes sean— ¿se vuelven anticristos? ¿Es totalmente cierto esto? (Si no buscan la verdad, entonces se convertirán en anticristos, pero si lo hacen, entonces eso no ocurrirá). Lo es: si las personas no buscan la verdad, seguro que se convierten en anticristos. Y todas aquellas que caminan por la senda de los anticristos, ¿acaso lo hacen por el estatus? No, lo hacen principalmente porque no tienen amor por la verdad, porque no están en lo cierto. Tengan o no estatus, todos los que no buscan la verdad caminan por la senda de los anticristos. Sin importar cuántos sermones hayan oído, dichas personas no aceptan la verdad, no caminan por la senda correcta y, por consiguiente, caminan inevitablemente por la senda torcida. Esto es parecido a la forma como las personas comen: algunas no consumen alimentos que puedan alimentar su cuerpo y mantener una existencia normal, sino que, en su lugar, insisten en consumir cosas que les hacen daño y al final se tiran piedras a su propio tejado. ¿No es esto su propia decisión?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo resolver las tentaciones y la esclavitud del estatus). De las palabras de Dios aprendí que una persona no es revelada y descartada una vez que llega a líder o a obrero, y que el estatus no hace más probable que seas condenado. Que una persona sea salva o descartada en su fe depende únicamente de su búsqueda y de la senda que tome. Si ama sinceramente la verdad, puede centrarse en buscarla y tener principios como líder u obrero. Cuando cometa transgresiones, si hace introspección y acepta la poda y el trato, no solo no será descartada, sino que poco a poco podrá aprender la verdad, desechar su carácter corrupto y, finalmente, salvarse. Me acordé de unos líderes con quienes me había relacionado. Aunque habían exhibido corrupción y transgredido, cuando fracasaron y tropezaron, o cuando los podaron y trataron, supieron hacer introspección, arrepentirse ante Dios y actuar según los principios. No solo no fueron condenados ni descartados, sino que, con esas experiencias, comprendieron paulatinamente la verdad y maduraron en la vida. Me quedó claro entonces que no por ser líder es una persona revelada, descartada y condenada ni es incapaz de salvarse. Que me mantuviera firme o alcanzara la salvación dependería de si buscaba la verdad en el deber y de si me centraba en corregir mi carácter corrupto, o no. Recordé mi pasado, siempre en pos de la reputación y el estatus. Era celosa y marginaba a mi compañera. No colaboraba bien con ella. Interrumpía el trabajo de la iglesia, no supe arrepentirme y terminé destituida. Fracasé por no buscar la verdad y por ir ciegamente en pos de la reputación y el estatus y tomar la senda equivocada, no por ser líder. Luego reparé en que, al descubrir mi corrupción, el problema no se resuelve siendo negativa y desconfiada. Lo principal es buscar la verdad y centrarme en eso para resolver mi problema. Aunque me preocuparan la reputación y el estatus y eso se notara cuando fuera líder, mientras aceptara la verdad, la practicara y abandonara la carne, mi carácter corrupto podría transformarse poco a poco. Si no buscaba la verdad y vivía de acuerdo con mi carácter corrupto, cumpliera el deber que cumpliera, podría causar perturbaciones, y eso le disgustaría a Dios y haría que quedara en evidencia y fuera descartada. Pensé en el hecho de ser líder en esta ocasión. Pese a haberme topado con muchos problemas y dificultades, haber exhibido mucha corrupción y haber sido podada y tratada un poco, había aprendido algo acerca de mi carácter corrupto. Inconscientemente, había logrado entender muchas cuestiones y dificultades confusas mediante la búsqueda de los principios de la verdad, lo que compensó mis defectos. Todos estos logros prácticos provenían de mi época de líder y fueron la gracia de Dios para conmigo. No quería seguir rebelándome contra Dios y eludiendo el deber. Juré que valoraría de verdad este deber, me consagraría plenamente a él y retribuiría a Dios Su amor.
Luego recordé otro pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Algunas personas que han cometido una pequeña transgresión se preguntan: ‘¿Me ha desenmascarado y eliminado Dios? ¿Me abatirá?’. Esta vez Dios no ha venido a obrar para abatir a las personas, sino para salvarlas en la mayor medida posible. ¿Quién está totalmente libre del error? Si todos fueran abatidos, entonces ¿cómo podría ser ‘salvación’? Algunas transgresiones se cometen a propósito, mientras que otras se hacen de forma involuntaria. Si puedes cambiar después de reconocer las transgresiones que cometes de manera involuntaria; ¿te abatiría Dios antes de que cambiaras? ¿Así salva Dios a las personas? ¡No es así cómo obra Dios! Ya sea que tengas un carácter rebelde o que hayas actuado de manera involuntaria, recuerda esto: has de reflexionar y conocerte a ti mismo. Da un giro enseguida, y vuélvete hacia la verdad con todas tus fuerzas; y, sin importar las circunstancias que surjan, no caigas en la desesperación. La obra que está haciendo Dios es la de la salvación, y Él no abate de manera casual a aquellos a los que quiere salvar. Eso es cierto. Aunque hubiera de verdad algún creyente en Dios al que Él abatiera al final, aquello que hace Dios aún estaría garantizado como justo. En su momento, te haría saber la razón por la que abatió a esa persona, para que quedes totalmente convencido. Por ahora, os debéis preocupar de esforzaros por la verdad, de centraros en la entrada en la vida y de tratar de cumplir adecuadamente con el deber. ¡En esto no hay equivocación! En última instancia, independientemente de cómo te trate Dios, siempre es justo; no deberías poner esto en duda ni preocuparte. Aunque no puedas entender la justicia de Dios en este momento llegará un día en que quedarás convencido. Dios hace Su obra a la luz y con justicia: todo lo da a conocer abiertamente. Si consideráis detenidamente este asunto, llegaréis a la conclusión de que la obra de Dios consiste en salvar a las personas y transformar su carácter. Dado que la obra de Dios es la de transformar el carácter de las personas, es imposible que estas no tengan brotes de corrupción. Solo al desbordarse su carácter corrupto pueden conocerse a sí mismos, admitir que tienen un carácter corrupto y estar dispuestos a recibir la salvación de Dios. Si las personas, tras derramar un carácter corrupto, no aceptan la menor porción de la verdad y continúan viviendo según su carácter corrupto, entonces es probable que ofendan el carácter de Dios. Él infligirá diferentes grados de retribución sobre ellos y pagarán el precio por sus transgresiones. De vez en cuando te vuelves inconscientemente disoluto y Dios te lo señala, te poda y trata contigo. Si cambias para bien, Dios no te pedirá cuentas. Este es el proceso normal de la transformación del carácter; la verdadera importancia de la obra de salvación es evidente en este proceso. Esta es la clave” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con ese pasaje entendí la voluntad de Dios. Dios se ha hecho carne, ha aparecido y obrado en los últimos días para purificar y transformar las actitudes corruptas de la humanidad. Dios nos salva en la medida de lo posible. No condena a nadie porque exhiba cierta corrupción ni porque cometa una transgresión momentánea. Mira si la persona se arrepiente sinceramente y se transforma tras exhibir corrupción. Como tenemos un carácter corrupto, a menudo no podemos evitar rebelarnos y oponernos contra Dios, con lo que transgredimos, pero si luego mostramos pesar y hacemos lo que exige Dios, Él nos da la ocasión de arrepentirnos. Desde que recibí la fe y asumí un deber, no podía evitar ir en pos de la reputación y el estatus debido a mi carácter arrogante. Causé perturbaciones que perjudicaron la labor de la iglesia, pero Dios no me condenó por mis transgresiones. Cuando logré entender un poco mi senda equivocada en pos de la reputación y el estatus y quise arrepentirme, Dios se apiadó de mí y me dio el esclarecimiento de Sus palabras, con las que comprendí la verdad y reconocí mi carácter corrupto, para que aprendiera una lección de mi fracaso, buscara la verdad y subsanara mis transgresiones. Esto me mostró el sincero deseo de Dios de salvar al hombre. Bien sabe cuánto nos ha corrompido Satanás y lo arraigada que está nuestra naturaleza satánica, lo que suele impulsarnos a rebelarnos contra Él y a desafiarlo, pero, siempre y cuando nos arrepintamos y obedezcamos Sus palabras, Él no nos condenará. Continuará guiándonos, con lo que comprenderemos la verdad y nos despojaremos de las limitaciones y ataduras de nuestro carácter corrupto. Una vez entendidas estas cosas, se disiparon mis malentendidos sobre Dios y ya no tenía excesiva cautela en el deber. Cuando en él surgían fallos o descuidos, era capaz de afrontarlos directamente, buscar la verdad y rectificar enseguida. Era muy liberador cumplir así con el deber.
Más adelante, el líder superior me asignó un proyecto. Era una tarea importantísima. La responsabilidad pesaría mucho si daba al traste con ello, y aunque había que debatir y decidir con otros hermanos y hermanas sobre el trabajo, si había algún problema con la decisión y se interrumpía la labor de la iglesia, yo sería, como encargada, la principal responsable. Al pensarlo no quise asumir el proyecto. Luego recordé unas palabras de Dios: “Hay algunos que dicen: ‘Mi calibre es pobre, no soy tan instruido, no tengo talento y hay defectos en mi temperamento. Siempre tengo dificultades para cumplir con mi deber. Si hago un mal trabajo y me reemplazan, ¿qué haré entonces?’. ¿De qué tienes miedo? ¿El trabajo es algo que puedes realizar por ti mismo? Sólo estás asumiendo un papel, no se te pide que lo asumas todo. Si asumes lo que te corresponde, será suficiente. ¿No habrás entonces cumplido con tu responsabilidad? Un asunto tan sencillo: ¿qué es lo que siempre especulas? Si tienes miedo de tu propia sombra y tu primer pensamiento es cómo escapar, ¿no eres un inútil? ¿Qué es un inútil? Es alguien que no piensa en su progreso y no está dispuesto a darlo todo, que siempre está pensando en comer a costa ajena y desea pasarlo bien. Una persona así es una basura. Algunas personas tienen un punto de mira tan estrecho; hay una manera de describirlas. ¿Cuál es? (Extrema mezquindad del temperamento.) Los de temperamento extremadamente mezquino son gente vulgar. Toda la gente vulgar utiliza su propio corazón para medir el de quienes los superan; para ellos, todos parecen ser tan egoístas y mezquinos como ellos. Una persona así es un inútil. Pueden creer en Dios, pero no aceptan fácilmente la verdad. ¿Qué hace que la gente tenga muy poca fe? La causa es la falta de comprensión de la verdad. Si no comprendes suficientes verdades, y tu comprensión es demasiado superficial, eso no bastará para llevarte a una comprensión de cada proyecto que Dios emprende en su obra, o de todo lo que Él hace, o de todos sus requisitos para ti. Si no puedes lograr esa comprensión, darás lugar a toda clase de conjeturas, imaginaciones, malentendidos y nociones sobre Dios. Y si esto es todo lo que tienes en tu corazón, ¿puedes tener verdadera fe en Dios?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7 (II)). Con las palabras de Dios vi que, de nuevo, estaba cuestionándolo y desconfiando de Él. Temía la responsabilidad que asumiría si iba algo mal en ese proyecto y que eso afectara a mis perspectivas de futuro, por lo que quería librarme de él. Vi lo tremendamente taimado que era mi carácter: no tenía auténtica fe. No podía seguir dudando de Dios y eludiendo el deber de este modo. Aunque tenía muchos defectos y no mucha realidad de la verdad, podía trabajar con los demás, aprender de sus puntos fuertes para compensar mis deficiencias, orar a Dios y buscar los principios pertinentes de la verdad. En realidad, Dios no pide mucho a los seres humanos. Mientras me volcara en ello, sabía que Dios me guiaría y que poco a poco podría resolverse cualquier cuestión. Con esta idea acepté con gusto la tarea.
Ahora que me acuerdo, vivía inmersa en mis nociones y malentendidos y siempre cuestionaba a Dios, desconfiaba de Él y no me sometía a Él en absoluto, pero no por ello renunció a salvarme; en cambio, siguió dándome esclarecimiento y guía con Sus palabras para que entendiera Su voluntad de salvar al hombre, descubriera mi carácter taimado y malvado, acabara con mis malentendidos sobre Él y decidiera buscar la verdad y satisfacerlo. Percibí personalmente lo justo que es el carácter de Dios ¡y cuán real Su amor al hombre! De ahora en adelante, solo quiero centrarme en buscar la verdad en el deber y cumplirlo bien para retribuir a Dios Su amor.