Libre de la esclavitud de los celos
En enero de 2018 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, y pronto me asignaron un deber en la iglesia como solista en los videos musicales de himnos. Al principio, muchos hermanos y hermanas se fijaron en mí y dijeron que cantaba bien, y allá donde iba me reconocían. Eso me alegraba. Unos meses después, me eligieron líder de la iglesia. Había muchos nuevos fieles que regar y mucha labor evangelizadora que seguir. A fin de gestionar mejor los problemas de los nuevos fieles, solía mirar películas evangélicas para dotarme de la verdad acerca de conocer la obra de Dios, y cada vez que los nuevos tenían determinadas nociones o se encontraban con problemas que no entendían, era capaz de comunicarme activamente con ellos y resolverlos. Mis hermanos y hermanas elogiaban mi aptitud y entendimiento. Estaba muy contenta de ganarme su aprobación. No obstante, nunca era muy eficaz en la labor evangelizadora. En esa época, trasladaron a la hermana Clara a nuestra iglesia a predicar el evangelio. Ella enseguida se abocó al trabajo, era capaz de hablar y tomar la iniciativa para resolver cualquier problema de los demás en el deber y, asimismo, enseñaba de forma activa en las reuniones. Debería haberme alegrado de que Clara fuera tan responsable en el deber, pero, por motivos que ignoraba, no me caía bien. Cada vez que ella hablaba con los hermanos y las hermanas, no quería ni verla. Especialmente cuando los oía decir “Clara es muy buena, podría ser diacionisa de evangelización”, yo me incomodaba todavía más. Pensaba: “Antes de que llegara Clara a nuestra iglesia, muchos de los hermanos y las hermanas me elogiaban por mi aptitud, mi entendimiento y mi riego de los nuevos fieles y todos me admiraban, pero ahora todos creen que ella es la mejor y la admiran. ¿Quién me admirará a mí ahora?”. A partir de entonces, empecé a tener celos de Clara y me preocupaba que ocupara mi lugar en el corazón de nuestros hermanos y hermanas.
Luego vi que, con frecuencia, Clara llamaba preguntando por los estados de los nuevos fieles y muchos de ellos también la buscaban para que resolviera sus problemas. En una ocasión, una hermana que yo regaba había tenido dificultades en la labor evangelizadora y me pidió opinión. Tras hablar con ella, acudió a Clara. Me entristecí al enterarme de que había acudido a Clara. Pensé: “Tal vez no se toma en serio mis sugerencias, debe de creer que Clara es mejor que yo y ya no me admira más. Como se me da tan mal la labor evangelizadora, tengo que esforzarme para compensar mis carencias. Así ya no seré peor que Clara, y en un futuro, si los hermanos y las hermanas tienen problemas, vendrán a mí, y no a ella”. Los siguientes días, comencé a competir silenciosamente con Clara. Observé que Clara cenaba tarde a diario porque estaba ocupada en el deber y a veces trabajaba toda la noche. Por ello, yo también intenté trasnochar por el deber para que los hermanos y las hermanas vieran que yo también era responsable y para nada peor que ella. Más adelante, la iglesia celebró elecciones a diácono de evangelización. Considerando todos los aspectos, Clara era la mejor para ese deber, pero yo no quería elegirla. Pensaba que era más capaz que yo y que, si se convertía en diaconisa de evangelización, la atención de todos se desplazaría poco a poco hacia ella. Pero teniendo en cuenta que los líderes de iglesia no pueden hacer todo el trabajo solos y necesitan diáconos que los ayuden, pensé: “¿Debería elegirla? Si la elijo, seguro que los hermanos y las hermanas acudirán a ella y me dejarán de lado”. Sin embargo, tenía que admitir que Clara tenía gran aptitud y podía atender el trabajo de una diaconisa de evangelización. Lo pensé durante mucho tiempo y al final la elegí a regañadientes.
Una vez, la iglesia estaba buscando una hermana que hablara bien filipino e inglés para actuar en un video musical. Clara hablaba bien tanto el filipino como el inglés y los hermanos y las hermanas terminaron eligiéndola. Muy frustrada, pensé: “Yo también hablo bien filipino e inglés; entonces, ¿por qué los hermanos y las hermanas la eligieron a ella, y no a mí?”. Estaba muy celosa de ella y, además, en el fondo sentía algo de odio. Precisamente en aquella época, como Clara había revelado un carácter un poco arrogante, nuestros líderes estaban examinando cómo cumplía con el deber y me pidieron que redactara una evaluación de ella. Estaba muy contenta y tenía ganas de plantear más defectos suyos para que los líderes le asignaran otros deberes y no tuviera que trabajar más con ella. Aunque al final no lo hice, seguía queriendo que se fuera. Al recordar que los hermanos y las hermanas la consultaban en busca de respuestas y que ya no me admiraban, me sentí agraviada y desdichada. No quería mirarla ni durante nuestros deberes juntas. Estaba invadida por los celos y las actitudes corruptas se habían adueñado realmente de mi corazón.
Después de eso, no podía sentir la obra y la guía del Espíritu Santo en mi deber. Cuando encontraba algunos problemas, pero no lograba entender su esencia ni sabía cómo resolverlos. También era ineficaz en el deber. No me di cuenta en absoluto de que mi estado negativo ya estaba repercutiendo en mi deber. Eso fue hasta que vi estas palabras de Dios en una reunión: “Como líder de la iglesia no solo has de aprender a usar la verdad para resolver los problemas, también tienes que descubrir y cultivar a la gente de talento, a quienes de ninguna manera debes envidiar ni reprimir. Practicar de esta manera es beneficioso para la obra de la iglesia. Si puedes formar a algunos que busquen la verdad para que cooperen contigo y realicen bien todo el trabajo y, al final, todos vosotros tengáis testimonios vivenciales, entonces eres un líder u obrero cualificado. Si eres capaz de manejar todas las cosas según los principios, entonces estás comprometido con tu devoción. Algunas personas siempre temen que otros sean mejores que ellas o estén por encima de ellas, que otros obtengan reconocimiento mientras a ellas se les pasa por alto, y esto lleva a que ataquen y excluyan a los demás. ¿Acaso no es eso envidiar a las personas con talento? ¿No es egoísta y despreciable? ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Es malicia! Aquellos que solo piensan en los intereses propios, que solo satisfacen sus propios deseos egoístas, sin pensar en nadie más ni considerar los intereses de la casa de Dios tienen un carácter malo y Dios no los ama. Si realmente puedes mostrar consideración con la voluntad de Dios, podrás tratar a otras personas de manera justa. Si recomiendas a una buena persona y permites que reciba formación y desempeñe un deber, con lo que la casa de Dios gana así a una persona talentosa, ¿no facilitará eso tu trabajo? ¿No estarás mostrando devoción en tu deber? Se trata de una buena obra ante Dios, es el mínimo de conciencia y sentido que debe poseer alguien que sirve como líder” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Tras leer la palabra de Dios, comprendí que cumplía con el deber por la reputación y el estatus, para que me respetaran e idolatraran. Cuando llegó Clara a la iglesia y vi que sabía enseñar la verdad y resolver problemas, y que los demás la buscaban a ella para hablar, y no a mí, me puse celosa y temí que Clara ocupara mi lugar, por lo que comencé a competir con ella a cada paso, haciendo un gran esfuerzo para compensar mis defectos con la intención de superarla. Cuando la iglesia necesitó elegir diácono de evangelización, me resultó evidente que Clara podía asumir ese trabajo, pero temía que me robara el estatus, así que no quería elegirla y en el fondo la odiaba y la despreciaba. Me alegraba cuando veía que revelaba corrupción y tuve una intención maliciosa al momento de redactar su evaluación. Quería escribir todo sobre sus defectos para que la enviaran lejos, para no sentir temor de que los hermanos y las hermanas la admiraran. Gracias a las revelaciones de la palabra de Dios, supe que estaba celosa de su capacidad y que no soportaba que fuera mejor que yo, y lo que yo evidenciaba era un carácter ruin. Aparentemente cumplía de forma activa con el deber, pero en el fondo no pensaba en absoluto en el trabajo de la iglesia. Clara era buena en la labor evangelizadora, y yo debí haberla ayudado para que la labor fuera más eficaz. Sin embargo, yo no pensaba más que en cómo ser mejor que ella, cómo lograr que se fuera y cómo proteger mi propio estatus. Dios examina nuestros corazones y nuestras actitudes hacia el deber. Cumplía con el deber sin temer a Dios y solo me importaba ir en pos de la reputación, la ganancia y el estatus. Dios detesta esta conducta, le repugna.
Luego leí otro pasaje de la palabra de Dios: “En todo lo que involucre la reputación, el estatus o una oportunidad de destacar —por ejemplo, cuando os enteráis de que la casa de Dios planea promover diversos tipos de individuos con talento—, el corazón de cada uno de vosotros salta de emoción y queréis haceros un nombre y poneros en el centro. Todos queréis pelear por el estatus y la reputación. Esto os avergüenza, pero os sentiríais mal si no lo hacéis. Sentís envidia, odio y resentimiento cuando veis que alguien sobresale, os parece injusto: ‘¿Por qué yo no puedo sobresalir? ¿Por qué siempre se llevan otros el foco? ¿Por qué no me toca nunca a mí?’. Y cuando sentís resentimiento, tratáis de reprimirlo, pero no podéis. Oráis a Dios y os sentís mejor un rato, pero cuando os encontráis nuevamente con este tipo de situación, seguís sin poder superarla. ¿No es esta una manifestación de una estatura inmadura? Cuando se sume la gente en semejantes estados, ¿no ha caído en la trampa de Satanás? Estos son los grilletes de la naturaleza corrupta de Satanás que atan a los humanos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Las palabras de Dios revelaban mi estado. Estaba celosa de mi hermana por mi intenso deseo de reputación y estatus y porque quería destacar del resto y tener un hueco en el corazón de la gente. Recordé que, en la universidad, para ganarme los elogios y la admiración ajenos, competía con mis compañeros de clase y, mientras hubiera una posibilidad de destacar, daba igual si los perjudicaba. Cuando empecé a creer en Dios, de nuevo comencé con el mismo tipo de afán dentro de la iglesia. Al ver que Clara era mejor que yo, anhelaba mucho superarla, ya que deseaba la aprobación de más personas y esperaba ambiciosamente que la gente me admirara e idolatrara, lo que indicaba lo arrogante que era. Siempre iba en pos de la reputación y el estatus, por lo cual no podía recibir la obra del Espíritu Santo en mi deber y estaba cayendo en las tinieblas. Eran los grilletes de la naturaleza corrupta de Satanás que me ataban y me lastimaban. Posteriormente, descubrí otro pasaje de la palabra de Dios que me ayudó a entender un poco la esencia y las consecuencias de ir en pos de la reputación, la ganancia y el estatus. Dios dice: “Algunas personas creen en Dios pero no buscan la verdad. Siempre viven por la carne, codiciando los placeres carnales y saciando siempre sus propios deseos egoístas. Independientemente de cuántos años lleven creyendo en Dios, jamás entrarán en la realidad verdad. Esta es la marca de haber avergonzado a Dios. Dices: ‘No he hecho nada para oponerme a Dios. ¿Cómo he avergonzado a Dios?’. Todas tus ideas y todos tus pensamientos son malignos. Las intenciones, objetivos y motivos que están detrás de lo que haces y las consecuencias de tus acciones siempre satisfacen a Satanás, te convierten en su hazmerreír y permiten que obtenga algo de ti. No has dado en absoluto el testimonio que deberías dar como cristiano. Perteneces a Satanás. Avergüenzas el nombre de Dios en todas las cosas y no posees un testimonio auténtico. ¿Recordará Dios las cosas que has hecho? Al final, ¿qué conclusión sacará Dios acerca de todas tus acciones, comportamientos y de los deberes que has llevado a cabo? ¿Acaso no debe salir algo de eso, algún tipo de declaración? En la Biblia, el Señor Jesús dice: ‘Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”. Y entonces les declararé: “Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad”’ (Mateo 7:22-23). ¿Por qué dijo el Señor Jesús esto? ¿Por qué muchos de los que predicaban, expulsaban demonios y hacían tantos milagros en el nombre del Señor se convirtieron en malhechores? Porque no aceptaron las verdades expresadas por el Señor Jesús, no cumplieron Sus mandamientos y no albergaban amor por la verdad en su corazón. Solo querían canjear el trabajo que habían hecho, las penurias que habían padecido, y los sacrificios que habían hecho por el Señor para obtener las bendiciones del reino de los cielos. Con esto, estaban tratando de hacer un trato con Dios, y de usarlo y engañarlo, por lo que el Señor Jesús se hartaba de ellos, los odiaba y los condenaba como malhechores. Hoy en día, la gente está aceptando el juicio y el castigo de las palabras de Dios, pero algunos todavía buscan reputación y estatus, y siempre desean distinguirse del resto, siempre quieren ser líderes y obreros y ganar reputación y estatus. Aunque todos dicen que creen y siguen a Dios, y que renuncian y se esfuerzan por Dios, cumplen con sus deberes para ganar prestigio, beneficio y estatus, y siempre tienen sus propios planes personales. No son obedientes ni devotos a Dios, van por ahí desbocados haciendo el mal sin reflexionar en absoluto sobre sí mismos, y así se convierten en malhechores. Dios odia a estos malhechores y no los salva” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Tras leer las palabras de Dios, me sentí avergonzada. Mis ideas, pensamientos, intenciones y motivaciones no pretendían satisfacer a Dios en absoluto, sino únicamente hacer que los demás me admiraran. Al comprobar que los hermanos y las hermanas prestaban más atención a Clara que a mí, sentí celos, competí con ella, quería superarla e incluso esperaba que la trasladaran a otra iglesia. Como líder de iglesia, no me centraba en capacitar a la gente ni en hacer bien el trabajo en ella; en cambio, descuidaba mi deber, celosa del talento, y competía por la reputación y la ganancia. Era igual que los malhechores condenados por el Señor Jesús. El esfuerzo que realizaban era por conservar su reputación y estatus y por hacer que los admiraran. Yo era igual. El esfuerzo que yo hacía también era para ganarme el elogio de mis hermanos y hermanas y para obtener reputación y estatus. Ocupada en alardear, mis intenciones en el deber ya no eran correctas, lo que hacía imposible que recibiera la obra del Espíritu Santo. No había luz en mis enseñanzas ni sabía resolver los problemas de los hermanos y las hermanas. Entonces entendí que perseguir reputación, ganancia y estatus es algo muy malvado que Dios desprecia. El Señor Jesús dijo: “Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’” (Mateo 7:22-23). Dios detesta a quienes aparentan desplazarse y sufrir por Él, pero que en realidad solo trabajan para satisfacer sus intenciones y motivaciones. Lo que hacen es en beneficio propio, no para satisfacer a Dios ni dar testimonio de Él en absoluto. Este es el motivo por el cual han trabajado tanto, pero Dios no lo reconoce. Me vi a mí misma haciendo lo mismo. Aparentemente cumplía con el deber, pero no buscaba la verdad ni trataba de recapacitar y conocerme y no intentaba aprender de los puntos fuertes de mis compañeros. Por el contrario, tomé la senda equivocada de búsqueda de reputación y estatus, así que no era distinta de aquellos malhechores. Me acordé de que Pablo se esforzaba y sufría tanto simplemente hacer que lo admiraran e idolatraran. A menudo se enaltecía y alardeaba sobre lo mucho que había sufrido y cuánto había corrido, y decía que él “no era menos que el mejor de los discípulos”; incluso llegó a afirmar durante su vida que él era Cristo. Su obra y sus palabras jamás daban testimonio de Dios, sino de sí mismo. Eso hizo que la gente lo admirara e idolatrara incluso dos mil años más tarde, al punto de tratar sus palabras como las de Dios. Al final, Dios lo castigó por ofender Su carácter. Si seguía persiguiendo reputación, ganancia y estatus y que los demás me admiraran en mi deber, inconscientemente me volvería como Pablo, iría por la senda equivocada, me convertiría en una persona malvada y Dios me rechazaría y eliminaría. Comprendido esto, oré a Dios: “Dios Todopoderoso, no quiero que mi carácter corrupto interfiera en mi deber, sino corregirlo y trabajar bien con mi hermana para cumplir con el deber. Te pido que me guíes para que pueda resolver este problema”.
En una ocasión, leí un pasaje de la palabra de Dios: “No hagas siempre las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres los intereses humanos ni tengas en cuenta tu propio orgullo, reputación y estatus. Primero debes considerar los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu prioridad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y empezar por contemplar si ha habido impurezas en el cumplimiento de tu deber, si has sido devoto, has cumplido con tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has estado pensando de todo corazón en tu deber y en la obra de la iglesia. Debes meditar sobre estas cosas. Si piensas en ellas con frecuencia y las comprendes, te será más fácil cumplir bien con el deber. Si tu calibre es bajo, si tu experiencia es superficial, o si no eres experto en tu ocupación profesional, puede haber algunos errores o deficiencias en tu obra y puede que no consigas buenos resultados, pero habrás hecho todo lo posible. No satisfaces tus propios deseos egoístas ni preferencias. Por el contrario, consideras de forma constante la obra de la iglesia y los intereses de la casa de Dios. Aunque puede que no logres buenos resultados con tu deber, se habrá enderezado tu corazón; si además puedes buscar la verdad para resolver los problemas en tu deber, entonces estarás a la altura en el cumplimiento de este y, al mismo tiempo, podrás entrar en la realidad verdad. Eso es lo que significa poseer testimonio” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Gracias a la palabra de Dios encontré una senda de práctica. No debemos cumplir con el deber delante de los demás para que nos elogien y admiren. En cambio, debemos dejar de lado la reputación y el estatus y pensar en los intereses de la iglesia y priorizar el deber. Esto concuerda con la voluntad de Dios. Clara hacía bien la labor evangelizadora y era responsable en el deber. No debí haberle tenido celos. Debería aprender de sus puntos fuertes para compensar mis defectos y cooperar con ella para cumplir con nuestro deber en la forma debida.
En una ocasión, quería predicarle el evangelio a mi primo, pero él tenía muchas nociones religiosas. Me preocupaba que mi enseñanza no fuera clara y que no fuera capaz de resolver su problema, por lo que quería encontrar una hermana que me acompañara. Recordé que Clara era muy buena en la predicación del evangelio y que sería apropiado buscarla, pero dudé. Pensé: “Si la llevo de compañera, ¿no demuestra eso que soy inferior a ella? ¿Que no sé dar testimonio de la obra de Dios ni corregir nociones religiosas? Si se enteraran mis hermanos y hermanas, ¿me despreciarían? Si Clara corregía las nociones religiosas de mi primo, seguro que los hermanos y las hermanas la admirarían aún más”. Al pensarlo me percaté de que competía otra vez con ella por la reputación y la ganancia, así que oré en silencio a Dios. Después recordé un pasaje de la palabra de Dios: “Debes aprender a dejar ir estas cosas y hacerlas a un lado, a recomendar a otros y permitirles sobresalir. No luches ni te apresures a sacar ventaja de oportunidades para sobresalir y destacar. Debes ser capaz de dejar de lado tales cosas, pero además no debes demorar el desempeño de tu deber. Sé una persona que trabaja en silencio y anonimato y que no alardea delante de los demás mientras lleva a cabo su deber con devoción. Cuanto más dejes ir tu orgullo y estatus y más hagas a un lado tus intereses, más en paz te vas a sentir, más luz habrá en tu corazón y más mejorará tu estado. Cuanto más luches y compitas, más oscura se volverá tu condición. Si no me crees, ¡prueba a ver!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). La palabra de Dios me dio esclarecimiento. Tenía que dejar mi orgullo y estatus, y tomar la iniciativa de cooperar con ella. Esta práctica beneficiaría mi deber. Si seguía celosa y continuaba compitiendo con ella por la reputación y la ganancia, mi estado solo se volvería más negativo y oscuro, pues la búsqueda de reputación y estatus es la senda de Satanás. Por lo tanto, oré a Dios: “Dios Todopoderoso, tengo un carácter corrupto. Tengo celos de mi hermana y compito con ella por la reputación y la ganancia, pero estoy dispuesta a renunciar a la carne y renunciar a mí misma para trabajar junto con la hermana para poder practicar la verdad para satisfacerte”. Tras orar me sentí más relajada y me dirigí a Clara para explicarle la situación. Accedió inmediatamente y habló conmigo de cómo trabajar juntas y dar testimonio a mi primo de la obra de Dios en los últimos días. Recordé que había estado celosa de Clara por la reputación y el estatus, y que había fingido llevarme bien con ella, pero ella nunca supo mis auténticos pensamientos. Así pues, decidí abrirme a Clara. Después de cenar, me sinceré con Clara y compartí todo acerca de la corrupción que yo exhibía y de lo que me había dado cuenta a partir de hacer introspección en ese momento. Tras oírme, me dijo: “Da igual. Yo también soy muy corrupta en este sentido. Es muy bueno sincerarse de esta manera”. Después de sincerarme, me sentí bastante aliviada. Ahora puedo cumplir con el deber armoniosamente con Clara y tengo una profunda sensación de seguridad y liberación. ¡Doy gracias a Dios Todopoderoso!
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