Adiós a la competencia feroz
Hace unos años, asumí el deber de regar a los nuevos. Me sentí honrada por Dios. Además, sabía que era importante, así que quería poner más empeño en la verdad para regarlos bien y ayudarlos a tomar pronto el camino verdadero. Cuando podía, leía las palabras de Dios para saber más y, en las reuniones, meditaba las dudas y los problemas de los nuevos y los ayudaba con palabras de Dios. Buscaba con otros hermanos cuando no podía entender o resolver algo. Con el tiempo, ellos empezaron a buscarme para hablar de sus problemas. Imaginaba que ya todos me admiraban aunque fuera una persona nueva en el riego. Estaba muy contenta y hasta más entusiasmada con el deber.
Luego, el líder asignó a la hermana Cheng a trabajar conmigo. Poco después descubrí que ella asumía responsabilidad en el deber y destacaba por detectar problemas. En las reuniones enseñaba de manera muy clara y sabía resolverlos. Les caía muy bien a todos y siempre la buscaban para hablar de sus problemas. Todo esto me preocupaba: La hermana Cheng es nueva, pero los demás le tienen mucha estima. Cuando necesiten ayuda, ¿la buscarán a ella, y no a mí? ¿Creerán que no estoy a su altura? No, yo tengo que trabajar más para que todos vean que no soy su sombra, que aún puedo abordar los problemas. así, conservaré mi lugar en el corazón de todos. Me puse a preguntarle a los demás por sus estados y dificultades, y antes de cada reunión me esforzaba por buscar palabras de Dios. En las reuniones me preocupaba por enseñar mejor que la hermana Cheng para que todos me creyeran más capaz. Para mi sorpresa, el líder nos dijo que Cheng sería la líder del grupo. Estaba muy asombrada. Pensé: “¿Escuché mal? La hermana Cheng, ¿líder del grupo? Y eso, ¿por qué? No entendía. Yo llevo más tiempo en este deber. ¿Qué pensarán los otros cuando se enteren? ¿Creerán que es mejor que yo? ¿Cómo puedo volver a dar la cara?”. Cuanto más lo pensaba, más agraviada me sentía Estaba en una situación oscura. Sabía que no debía pensar así, que era perseguir la reputación, pero no podía controlarme. También intentaba consolarme pensando que no era grave y que solo debía cumplir con el deber sin preocuparme tanto. En esa época, realmente no buscaba la verdad ni reflexionaba.
Un día supe que la familia de la hermana Zhang creía en las mentiras del PCCh. y que no querían que ella creyera. Se contenía y dejó de asistir a reuniones. Contacté con ella con la esperanza de hablar, pero me dijo que ya había hablado de eso con la hermana Cheng. Me molestó un poco escucharla decir eso. La hermana Zhang siempre recurría a mí, pero ahora, ella, iba directa a la hermana Cheng. ¿No me consideraba buena? ¿Iban a olvidarse todos de mí? Esta idea me desmoralizó mucho. Pensaba que la hermana Cheng me quitaba protagonismo y empecé a tener prejuicios contra ella. Dejé de estar tan disponible para contestar mensajes y a veces solo le devolvía un “Claro”. Y una vez, reunidas por videoconferencia con unos hermanos, la hermana Cheng compartió su respuesta a la pregunta de una hermana. No pude asimilar nada de ello porque me preocupaba perder protagonismo. Solo quería una oportunidad de hablar para que todos vieran que también yo me tomaba en serio el deber. Cuando terminó la hermana Cheng, la que había preguntado dijo que su enseñanza no había abordado su problema. Yo estaba encantada de verla en una situación difícil. Pensaba: “Has dicho muchas cosas sin resolver el auténtico problema. No lo has logrado. Fracasaste. Ahora estás abochornada. Los demás lo han notado también. Aprovecharé esta oportunidad de triunfar para que todos vean que enseño mejor que tú”. Enseguida me puse a enseñar. Cuando acabé, quedó claro que no había entendido la pregunta y mi respuesta estaba fuera de lugar. Hasta me envió una advertencia. Me sentí muy tonta en ese momento y quería que me tragara la tierra. Entonces, abandoné la reunión por una urgencia. Luego vi que todavía estaban conectados y me vino a la mente una idea siniestra: “Si no dejas de hablar, a saber cuánto tiempo seguirás. Si yo no estoy en la reunión, no puede estar nadie; si no, solo te exhibirás tú”. Así pues, sin pensarlo, envié este mensaje: “Terminó el tiempo de reunión, no hace falta alargarla. Debatiremos más tarde”. Minutos después, todos se desconectaron. Estaba incómoda frente a la computadora. Muy avergonzada por la enseñanza que dí y me sentía mal al pensar cómo había disfrutado el tropiezo de la hermana Cheng. ¿Qué estaba haciendo? No trabajaba con ella para cumplir bien con el deber, trataba de perjudicarla, abiertamente y en secreto. ¿Eso era cumplir con el deber? No podía calmar mis sentimientos.
Después hice introspección sobre lo que me pasaba. Compararme constantemente con la hermana era agotador y doloroso. no recibía esclarecimiento de las palabras de Dios, las reuniones eran sosas y malas, escasas de iluminación. Mi corazón, en tinieblas. Con dolor, me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, vivo por la reputación y el estatus, compitiendo y comparándome, deseando admiración. Sé que no es el estado correcto, pero no puedo escapar de él. Dios mío, guíame para poder conocerme”.
Un día descubrí estas palabras de Dios: “Cuando la calaña de los anticristos cumple con un deber, sea cuál sea y sin importar el grupo en el que se encuentren, muestran una conducta concreta. Siempre tienden a limitar a la gente y a controlarla. Siempre quieren dirigir y tener la última palabra. Quieren ser vistos, tener el protagonismo. Quieren los ojos y la atención de la gente sobre ellos. Cuando los anticristos se unen a un grupo, da igual su número, quiénes lo formen, cuál sea su profesión o identidad, lo primero que observan es quién habla bien, quién es notable, está altamente cualificado y tiene un mayor capital. Quieren distinguir a los que pueden vencer de los que no, a quién les supera de quién es inferior. Esas son las primeras cosas que evalúan. Tras esta rápida evaluación, comienzan su trabajo ignorando a los que están por debajo de ellos. Se dirigen primero a los que creen superiores, con algo de prestigio y estatus, a los que tienen algunos dones y son capaces. Se miden primero con esas personas. Si alguna de ellas es estimada por los hermanos y hermanas, lleva mucho tiempo creyendo en Dios o tiene una buena posición, entonces se convierte en objeto de su envidia, en su competencia. Los anticristos se comparan en silencio con estas personas que son estimadas, tienen estatus y un discurso seguido por los hermanos y hermanas. Se fijan en lo que son capaces y en lo que son versados. Los anticristos miran y observan, y acaban por entender que estas personas son expertas en una determinada profesión y todo el mundo las tiene en alta estima, porque llevan creyendo más tiempo en Dios o por cualquier otra razón. Una vez que han dado con esta ‘presa’, que han reconocido a su competidor y averiguado el motivo, los anticristos idean un plan de acción. Percibirán en qué no coinciden con su oponente y se pondrán a trabajar en ello. Si no son tan buenos como la otra persona en una profesión, la estudian, buscan información de todo tipo y piden humildemente a otros que los instruyan. Participan en todo tipo de trabajos relacionados con esa profesión, acumulan experiencia poco a poco y cultivan su propio poder. Cuando crean que tienen capital para enfrentarse a su competidor, se levantarán habitualmente para dar a conocer sus ‘opiniones ilustradas’. A menudo niegan y menosprecian deliberadamente a su competidor para ponerlo en ridículo y empañar su reputación. De este modo, son capaces de demostrar que son diferentes al resto, más brillantes que su oponente. ¿Reconoce la gente común estas cosas? Durante este proceso, solo los propios anticristos saben lo que están haciendo: ellos y Dios. La gente común solo ve su pasión, su búsqueda, su sufrimiento, el precio que pagan y su aparente buen comportamiento. Sin embargo, en lo más profundo de sus corazones se esconde la verdad del asunto. ¿Cuál es su objetivo principal? Ganar estatus. Sin saberlo, el objetivo hacia el que dirigen todo su trabajo, todo su esfuerzo y el precio que pagan es aquello en sus corazones que no pueden olvidar y a lo que no pueden renunciar: el estatus” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (III)). Las palabras de Dios me impactaron y me sentí fatal. Además, percibí que Dios veía mis pensamientos claramente. Pensé que, desde que asumí el deber de riego, lo había considerado una oportunidad de lucirme. Quería ganarme la admiración y aprobación de los demás resolviendo sus problemas. Cuando empecé a trabajar con la hermana Cheng, no me preocupaba cómo cumplir correctamente con el deber juntas, sino competir y compararme siempre. Me obsesionaba a quién buscaban los demás para pedir ayuda, quién tenía más prestigio de nosotras, más aceptación de los demás. Me sentí amenazada al ver que admiraban a la hermana y me sentí abandonada, así que empecé a verla como competencia. Quería derrotarla, superarla en todo cuanto hiciera, e intenté de todo para que los demás me creyeran mejor. La ambición y el deseo se apoderaron de mí y, en pos del estatus, disfruté de su fallo. Parecía cumplir con el deber, pero no pensaba en cómo cumplir correctamente con él, en cómo aprovechar las reuniones ni en cómo ayudar a los demás con sus problemas. Todo lo hacía por la reputación y el estatus. ¿No es el carácter de un anticristo? Los anticristos prefieren el estatus y el prestigio. Envidian a quien sea mejor que ellos, pelean y se comparan con él. No importa si pisotean y calumnian para conseguir estatus, encumbrarse y lucirse también. En todo lo que yo hacía, ¿no ocultaba las motivaciones de los anticristos? Si cumplía el deber así, iba por la senda de un anticristo, me oponía a Dios. Cuando me di cuenta, me arrepentí y supe que tenía que cambiar. Tenía que buscar la verdad para abordar mi carácter corrupto.
Bueno, yo también medité y busqué al respecto, y oré a Dios para que me guiara a comprender la causa, y poder arrepentirme. Leí un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “En el terreno de Satanás, ya se trate de una pequeña oficina o de una gran organización, ya sea entre las masas o en los poderes gubernamentales, ¿en qué atmósfera actúan? ¿Qué principios y directrices siguen para sus acciones? Cada uno tiene su propia ley, van a su aire. Actúan en su propio interés y se valen por sí mismos. Quien tiene la autoridad tiene la última palabra. No les importan los demás, hacen lo que les viene en gana, luchan por la fama, la fortuna y el estatus. Si no entendéis la verdad ni la ponéis en práctica, ¿Seríais diferentes a ellos en una situación en la que no se os ha provisto de las palabras de Dios? Claro que no, seríais iguales. Lucharíais de la misma manera que los incrédulos. Os esforzaríais como ellos. De la mañana a la noche, envidiaríais y disputaríais, conspirando y maquinando. ¿Cuál es la raíz de este problema? Todo se debe a que la gente está controlada por el carácter corrupto. El reino del carácter corrupto es el de Satanás; la humanidad corrupta, sin excepción, habita en un carácter satánico. Por lo tanto, no debes pensar que eres demasiado bueno, humilde y honesto para involucrarte en las luchas por el poder y el beneficio. Si no comprendes la verdad y Dios no te guía, ciertamente no eres una excepción, y en ningún caso tu ingenuidad, bondad o juventud harán que evites luchar y aferrarte a tu propia reputación y estatus. La lucha, la pelea y el esfuerzo son comportamientos emblemáticos de la malvada naturaleza de Satanás. Todos, sin excepción, luchan, pelean y se disputan la fama, la fortuna y el estatus a cualquier precio. En sus esfuerzos por lograr este objetivo, la gente revela su carácter corrupto. Por lo tanto, mientras no entiendas ni aceptes la verdad y no puedas actuar basándote en los principios, este carácter corrupto dominará tus pensamientos y dictará tus acciones. No puedes escapar de él. Ahora bien, al cumplir con tu deber en la casa de Dios, posees algo de obediencia, de resiliencia en el corazón, de seriedad, y un poco de sentido de la responsabilidad; o puedes dejar de lado la preocupación por tu propio estatus y a menudo eres capaz de oponerte a la lucha, de ser gentil y cooperar de manera pacífica, eres capaz de buscar y esperar. ¿Cómo logra una persona esa actitud? Tiene relación con la provisión y la instrucción de Dios. Sin ellas, la gente no entiende estas cosas. Desde la infancia, se les enseña: ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’. Muchos padres enseñan a sus hijos: ‘Necesitas luchar para ser el número uno. Si no luchas para ser el primero, eres un cobarde inútil, y todo el mundo te mirará por encima del hombro y te intimidará’. Cuando los niños son un poco mayores, ya piensan así sin la instrucción de sus padres. Lucharán dondequiera que vayan. Creen que son idiotas si no luchan. Se sienten inútiles dentro de un grupo de personas si no pueden establecer algo de credibilidad y no tienen prestigio. Por lo tanto, más allá de la imaginación, las nociones y el conocimiento, lo único que tiene el hombre es un carácter corrupto. La humanidad, cuya esencia es el carácter corrupto, vive la imagen de Satanás. Cada acto y acción se centra en el carácter y en los pensamientos de Satanás. Nadie puede escapar de esto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Tras leer las palabras de Dios, entendí por qué no podía evitar pelear por la reputación. Porque las ideas y los venenos satánicos me habían influido y corrompido, aprendí cosas como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “el hombre lucha por subir; el agua baja” y “sin sacrificio no hay beneficio”. Por eso deseaba la admiración en todos los grupos y disfrutaba la sensación de admiración y aprobación. Creía que esa era la única vida digna. Estar debajo de alguien me hacía sentir una inútil. En mi deber en casa de Dios, seguía estas ideas y conceptos satánicos mientras buscaba admiración. Sin embargo, un deber con los hermanos y hermanas consiste en apoyarse y compensar las carencias para ser eficaces. Deberíamos ayudarnos y ser compañeros. Pero yo, obsesionada con superar a la hermana, la consideraba solo una adversaria. Recurrí a métodos solapados para interrumpir su enseñanza. Hacer estas cosas inhumanas me mostró mi carácter siniestro y maligno. Creía que la forma digna de vivir era ascender y ser admirada. Mientras vivía con estos venenos satánicos, mi ambición siguió aumentando, y mi perspectiva se redujo, y mi conducta fue repulsiva para Dios. ¿Qué tenía aquello de digno? Vi lo a fondo que me habían corrompido los venenos Satánicos. No distinguía las cosas positivas y negativas y perdí mi conciencia y razón. Los anticristos expulsados de la iglesia no habían buscado la verdad, solo reputación y estatus, y terminaron eliminados. Buscar estas cosas era ir en oposición a Dios, es la destrucción. Descubrí lo terroríficas que eran las consecuencias, de no haberme desenmascarado Dios, no me conocería a mí misma y ni pensar qué clase de maldad haría.
Una mañana leí otro pasaje: “Lo que Dios requiere de las personas no es la capacidad de completar cierto número de tareas o realizar algún proyecto grande, y tampoco necesita que lideren ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande u honorable, ni que hagas un milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Todo lo que Dios necesita es que escuches Sus palabras y, una vez las hayas escuchado, las tomes en serio y las tengas en cuenta mientras practicas teniendo los pies en la tierra, para que llegues a vivir las palabras de Dios y se conviertan en tu vida. Así Dios estará satisfecho. Tú siempre buscas la grandeza, la nobleza y la dignidad; siempre buscas la exaltación. ¿Cómo se siente Dios cuando ve esto? Lo detesta y no quiere ni verlo. Cuanto más busques cosas como la grandeza, la nobleza y la superioridad sobre los demás; ser distinguido, destacado y notable, más repugnante serás para Dios. Si no reflexionas sobre ti mismo y te arrepientes, entonces Dios te despreciará y te abandonará. Asegúrate de no ser alguien a quien Dios encuentra repugnante, de ser una persona a la que Dios ama. Entonces, ¿cómo se puede alcanzar el amor de Dios? Recibiendo la verdad con los pies en la tierra, colocándote en la posición de un ser creado, apoyándote firmemente en la palabra de Dios para ser una persona honesta y cumplir con tus deberes, y viviendo a semejanza de un verdadero ser humano. Con eso es suficiente. Asegúrate de no tener ambiciones ni sueños vanos, no busques la fama, la ganancia y el estatus ni destacar entre la multitud. Además, no intentes ser una persona con grandeza o sobrehumana, que sea superior entre los hombres y haga que los demás la adoren. Ese es el deseo de la humanidad corrupta, y es la senda de Satanás; Dios no salva a tales seres creados. Si algunas personas siguen buscando la fama, la ganancia y el estatus y se niegan a arrepentirse, entonces no existe cura para ellos, y solo hay un desenlace posible: ser eliminados” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa).
Entonces comprendí que Dios no pide a la gente que sea extraordinaria ni que logre nada maravilloso. Dios quiere que, sencillamente, practiquemos Sus palabras y cumplamos con el deber de un ser creado. Esa es la clase de persona que es digna a ojos de Dios, que le agrada. Sin embargo, mi objetivo no era cumplir con tal deber. Era recibir la admiración y aprobación de la gente, conseguir la, aceptación ajena, el polo opuesto de lo que exige Dios. Nuestro corazón debe ser un templo de Dios, donde lo adoremos. Ante los problemas, debemos confiar en Dios, vivir según Su palabra. Sin embargo, yo siempre buscaba que la gente me admirara e idolatrara. Peleaba por el lugar de Dios, lo que ofendía Su carácter. Carecía de la realidad-verdad. Había cosas que no podía entender o resolver, y solo daba algo de doctrina. Aún así, me creía muy buena y me tenía en gran estima. Descaradamente quería que otros me veneraran, y peleaba cuando no ocurría. No me conocía nada a mí misma, ¡ni a la vergüenza! Dios es el Señor de la creación y supremo. Se ha hecho carne para expresar la verdad y poder salvar al hombre. Su obra es tan grande, pero no presume de eso ni se posiciona como Dios. Es oculto y humilde. La esencia de Dios es muy digna de amor. Esta idea me dejó aún más avergonzada. Decidí abandonar la carne y practicar la verdad. Me presenté ante Dios y oré: “Dios mío, mi ambición está descontrolada. Siempre estoy comparándome con todos, quiero que me admiren. No es una buena senda y a Ti te repugna. Ya no quiero vivir así, sino según Tus palabras, y cumplir bien con el deber”. Busqué a la hermana Cheng y me sinceré con ella sobre mi corrupción. Hablamos de la importancia de la cooperación armoniosa. Entonces me sentí muy estable y en paz.
Luego, todavía deseaba competir con la hermana Cheng en el trabajo, pero cuando lo descubría, oraba enseguida, abandonaba la carne y obedecía a Dios. Una vez que a Cheng le tocó organizar una reunión, la vi ocupada, y busqué unas palabras de Dios para abordar los problemas del resto. Pensé: “Yo fui la que buscó estos pasajes. Si la reunión va bien, ¿creerán los demás que la hermana Cheng hizo todo el trabajo? ¿Pensarán que ella asume más carga? Tal vez debí organizar yo”. Pero, mientras pensaba en qué decir, noté que de nuevo peleaba por la reputación y la ganancia. Y pensé en estas palabras: “Debes aprender a dejar ir estas cosas y hacerlas a un lado, a recomendar a otros y permitirles sobresalir. No luches ni te apresures a sacar ventaja tan pronto como te encuentres con una oportunidad para sobresalir u obtener la gloria. Debes aprender a retroceder, pero no debes demorar el desempeño de tu deber. Sé una persona que trabaja en silencio y fuera de la mirada de la gente y que no alardea delante de los demás mientras lleva a cabo su deber con lealtad. Cuanto más dejes ir tu prestigio y estatus y más hagas a un lado tus propios intereses, más tranquilo estarás, más espacio se abrirá en tu corazón y más mejorará tu estado. Cuanto más luches y compitas, más oscura será tu condición. Si no lo crees, ¡inténtalo y observa! Si quieres cambiar esta clase de condición y si no quieres ser controlado por estas cosas, entonces primero debes hacerlas a un lado y abandonarlas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Esto me ofreció una senda de práctica. Hemos de aprender a soltar, a renunciar al lucimiento y al protagonismo. No logramos lucirnos o ser admirados, pero es liberador interiormente. La corrupción no nos controla y Dios nos aprueba. Es la mayor recompensa. Así pues, le envié este mensaje: “Organiza mañana. Te ayudaré”. En la reunión del día siguiente, no pensaba en cómo me veían, sino en enseñar las palabras de Dios y ayudar a la gente. Enseñamos juntas, cada una aportó su parte. Posteriormente, dijeron que la reunión resultó de gran provecho. Di gracias a Dios por todo lo que pasó y sentí el gozo de practicar la verdad.