La decisión de dejar los estudios
Por Lin Ran, ChinaDesde pequeña, mis padres me dijeron que, como no tenían un hijo, solo dos niñas, mi hermana mayor y yo, no podían...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Hace un par de años, comencé a regar a los nuevos fieles de la iglesia. Sabía que este era un deber importantísimo, así que juré que pondría más empeño en perseguir la verdad, regar bien a los nuevos fieles y ayudarlos a afianzarse pronto en el camino verdadero. En general, siempre que tenía tiempo leía las palabras de Dios para dotarme de las verdades sobre las visiones. En las reuniones, meditaba seriamente los problemas y las dificultades de los nuevos creyentes y buscaba palabras de Dios para enseñarles y resolverlos. Cuando no podía entender o resolver algo, buscaba con otros hermanos y hermanas. Con el tiempo, los hermanos y hermanas que eran nuevos en la fe empezaron a buscarme para hablar cuando enfrentaban problemas o dificultades. Estaba muy contenta y creía que, si bien llevaba poco tiempo en este deber, todos me admiraban. Al parecer, no lo estaba haciendo nada mal, así que me sentía aun más entusiasmada con el deber.
Posteriormente, el líder asignó a la hermana Natalie a trabajar conmigo. Poco después descubrí que ella asumía mucha responsabilidad en el deber y destacaba por detectar problemas y anomalías en nuestra labor y que sabía resolver algunos problemas. Les caía muy bien a todos, y solían buscarla para hablar de sus asuntos. Todo esto me preocupaba: “Natalie es bastante nueva, pero los demás ya la tienen en muy alta estima. Cuando tengan problemas, ¿empezarán a buscarla solo a ella, y no a mí? ¿Creerán que no estoy a su altura? No, yo tengo que trabajar más para que todos vean que Natalie no es mejor que yo. Es el único modo de conservar mi lugar en el corazón de todos”. Posteriormente, antes de cada reunión, primero entendía los estados y las dificultades de los hermanos y hermanas, y luego me esforzaba por buscar palabras de Dios y anotarlas. En las reuniones me preocupaba por enseñar mejor que Natalie para que todos me creyeran más competente. Para mi sorpresa, el líder nos dijo un día que la mayoría de los hermanos y hermanas había acordado que Natalie ejerciera de líder del grupo y asumiera las responsabilidades del trabajo grupal. Estaba asombrada, y pensé: “¿He oído mal? ¿Natalie ha sido electa como líder del grupo? Yo llevo más tiempo que ella en este deber, pero no me eligieron. ¿Qué pensarán los hermanos y hermanas cuando se enteren? ¿Creerán que es mejor que yo? ¿Cómo puedo volver a dar la cara?”. No podía aceptarlo y estaba sumamente angustiada. Sabía que no tenía que pensar así, pero vivía en un estado de buscar la reputación y el estatus, y no podía controlarme. Lo único que podía hacer era intentar consolarme: “No hay problema, solo tengo que cumplir correctamente con el deber y no preocuparme tanto”. En esa época, realmente no buscaba la verdad ni hacía introspección al respecto.
Un día me enteré de que la hermana Sadie estaba en un mal estado, y no estaba asistiendo a reuniones. Contacté con ella con la esperanza de hablar, pero me dijo que estaba en contacto con Natalie y que ya habían hablado del tema. Oír esto me alteró un poco. “Sadie siempre venía a mí con sus problemas, pero ahora, en cambio, va directa a Natalie. ¿No me considera tan buena como ella? Si esto sigue así, ¿van a olvidarse todos de mí?”. Esta idea me desmoralizó mucho, y empecé a tener prejuicios contra Natalie, pues creía que me estaba robando el protagonismo. No quise trabajar con ella después de eso. Cuando me buscaba para hablar de trabajo, la ignoraba, y a veces solamente le hablaba con indiferencia. Y una vez, reunidas por videoconferencia, Natalie compartió su respuesta a la pregunta de una hermana, y me preocupó tanto que me eclipsara que no pude asimilar nada de ello. Solo pensaba sin cesar en cómo superarla al hablar para que los hermanos y hermanas vieran que yo sabía resolver problemas tan bien como ella. Cuando terminó Natalie, la hermana que había preguntado dijo que seguía sin entender del todo la senda de práctica específica. Me deleitó escuchar eso, y pensé: “Has compartido muchas cosas sin resolver el auténtico problema. Ahora estás abochornada. He de aprovechar esta oportunidad de lucirme para que todos puedan ver que soy mejor que tú y que enseño mejor que tú”. Enseguida me puse a enseñar. Cuando acabé, quedó claro que no había entendido para nada la pregunta de esta hermana y mi respuesta estaba totalmente fuera de lugar. Hasta me envió un mensaje para decirme que mi enseñanza se había ido del tema. Me sentí una tonta en ese momento y quería que me tragara la tierra. Justo entonces, abandoné la videoconferencia porque había surgido algo urgente. Luego vi que todavía estaban conectados a la reunión y me vino a la mente una idea siniestra: “Si Natalie no deja de hablar así, a saber cuánto tiempo seguirá. Si yo no puedo estar en la reunión, no puede estar nadie; si no, ella será la única protagonista”. Así pues, sin pensarlo realmente, envié este mensaje: “Se ha terminado el tiempo de reunión, no hace falta alargarla. Podemos debatir cualquier problema más tarde”. Minutos después, la reunión concluyó. Estaba delante de la computadora sintiéndome muy incómoda. Estaba muy avergonzada por la enseñanza que había compartido y me sentía culpable al pensar cómo había disfrutado cuando Natalie no pudo resolver el problema. Me dije: “¿Qué estoy haciendo? En lugar de pensar en cómo trabajar con ella para cumplir correctamente con el deber, me embarco en una lucha por celos, tanto abiertamente como en secreto, y trato de desautorizarla. ¿Eso es cumplir con el deber?”. Me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, vivo rivalizando por la reputación y el estatus, compitiendo constantemente, comparándome con Natalie y deseando la admiración ajena. Sé que este estado es incorrecto, pero no puedo escapar de él. Dios mío, te ruego que me guíes hacia el autoconocimiento”.
Durante una reunión, descubrí estas palabras de Dios: “Cuando los anticristos cumplen un deber, sea cual sea y sin importar el grupo en el que se encuentren, muestran una conducta obvia, que consiste en querer siempre destacar y exhibirse en todo, siempre tienden a limitar a la gente y a controlarla, quieren dirigir y llevar la voz cantante, quieren tener el protagonismo, quieren atraer las miradas y la atención de la gente y quieren la admiración de todo el mundo. Cuando los anticristos se unen a un grupo, da igual su número de miembros, quiénes lo formen o cuál sea su profesión o identidad, los anticristos primero evalúan la situación para ver quién es imponente y destaca, quién es elocuente, quién es notable y quién está cualificado o tiene prestigio. Valoran a quién pueden vencer y a quién no, además de quién los supera y quién es inferior. Esas son las primeras cosas que miran. Tras esta rápida evaluación, comienzan a actuar apartando e ignorando, a partir de ese momento, a los que están por debajo de ellos. Primero se dirigen a los que creen superiores, a los que tienen cierto prestigio y estatus, o a los que tienen dones y talento. Estas son las personas con las que se miden primero. Si alguna de ellas es estimada por los hermanos y hermanas o lleva mucho tiempo creyendo en Dios y tiene una buena posición, se convierte en objeto de la envidia de los anticristos y, por supuesto, la ven como competencia. Los anticristos se comparan en silencio con estas personas que tienen prestigio, estatus y que disfrutan de la admiración de los hermanos y hermanas. Empiezan a analizarlas, examinan de lo que son capaces y en qué son versadas, y por qué alguna gente las aprecia. Mirando y observando comprueban que estas personas son expertas en una determinada profesión, además de que todo el mundo las tiene en alta estima porque llevan creyendo más tiempo en Dios y pueden compartir algunos testimonios vivenciales. Los anticristos consideran a esta gente ‘presas’, los reconocen como oponentes, y trazan un plan de acción. ¿Qué plan de acción? Se fijan en qué aspectos no son tan buenos como sus oponentes y entonces empiezan a trabajarlos. Por ejemplo, si no son tan hábiles como ellos en una profesión, la estudian leyendo más libros, buscando todo tipo de información y pidiendo humildemente instrucción adicional a otros. Participan en todo tipo de trabajos relacionados con esa profesión, acumulan experiencia poco a poco y cultivan su propio poder. Y cuando creen que cuentan con el capital para enfrentarse a sus rivales, expresan con frecuencia sus ‘opiniones brillantes’ y a menudo refutan y menosprecian deliberadamente a sus oponentes para avergonzarlos y ensuciar su nombre, y así resaltar lo inteligentes y extraordinarios que son ellos y suprimir a sus rivales. Los más lúcidos son capaces de notar todas estas cosas, solo aquellos que son estúpidos e ignorantes y carecen de discernimiento no pueden hacerlo. La mayoría de la gente solo ve el entusiasmo de los anticristos, su búsqueda, su sufrimiento, el precio que pagan y su buena conducta cara al exterior, pero la auténtica situación permanece oculta en el fondo del corazón de los anticristos. ¿Cuál es su objetivo principal? Ganar estatus. El objetivo en el que centran todo su trabajo, todo su esfuerzo y el precio que pagan es lo que más adoran en lo más profundo de su ser: el estatus y el poder” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Cuando leí la palabra de Dios, percibí que Él veía mis pensamientos y sentimientos tan claros como el agua. Reflexioné en que, desde que había asumido el trabajo de riego, lo había considerado una oportunidad de lucirme. Había querido ganarme la admiración y aprobación de los demás resolviendo sus problemas. Cuando el líder asignó a Natalie a trabajar conmigo, yo no pensé cómo cumplir correctamente con el deber juntas y, en cambio, siempre estaba compitiendo con ella y comparándome con ella. Me obsesionaba a quién buscaban los hermanos y hermanas para que los ayudara, quién de nosotras tenía más prestigio o más importancia para los demás. Me sentí amenazada al ver que todos admiraban a Natalie y me sentí rechazada, así que empecé a considerarla una competidora. Quería derrotarla y superarla en todo cuanto hiciera y dijera, e intenté de todo para que los hermanos y hermanas me creyeran mejor que ella. Parecía cumplir con el deber, pero no pensaba para nada en cómo cumplir correctamente con él, en cómo podíamos aprovechar al máximo las reuniones, o si se habían resuelto los problemas y las dificultades de los hermanos y hermanas. Todo lo hacía por la reputación y el estatus. ¿Ese no es el carácter de un anticristo? Los anticristos anteponen el estatus y el prestigio a todo. Envidian a quien sea mejor que ellos, pelean contra él y se comparan con él. No reparan en nada con tal de pisotear, ningunear y calumniar a cualquiera para conseguir estatus, encumbrarse y lucirse. En todo cuanto hacía, ¿no ocultaba las mismas motivaciones que los anticristos? Al cumplir con el deber con esa intención, iba por la senda de un anticristo y me oponía a Dios. Cuando me di cuenta, me abrumó el arrepentimiento. No quería continuar por esa senda, y deseaba buscar realmente la verdad y resolver mi carácter corrupto.
Más tarde, leí estas palabras de Dios: “En el bando de Satanás, ya sea en la sociedad o en los círculos oficiales, ¿cuál es la atmósfera que prevalece? ¿Qué prácticas son populares? Debéis tener algún conocimiento de ellas. ¿Cuáles son los principios y directrices de sus acciones? Cada uno es su propia ley; cada uno sigue su propio camino. Actúan según sus propios intereses y hacen lo que quieren. Quien tiene autoridad tiene la última palabra. No piensan ni por un momento en los demás. Se limitan a hacer lo que quieren, luchan por la fama, la ganancia y el estatus, y actúan totalmente de acuerdo con sus propias preferencias. En cuanto reciben poder, lo ejercen rápidamente sobre los demás. Si les ofendes, quieren hacerte sufrir, y tú no puedes hacer otra cosa que ofrecerles regalos. Son tan despiadados como escorpiones, dispuestos a infringir las leyes, las normas gubernamentales e incluso a cometer delitos. Son capaces de todo esto. Así de oscuro y malvado es el bando de Satanás. Ahora, Dios ha venido a salvar a la humanidad, a permitir que la gente acepte la verdad, la comprenda y se libere de la esclavitud y el poder de Satanás. Si no aceptáis la verdad y no la practicáis, ¿acaso no seguís viviendo bajo el poder de Satanás? En ese caso, ¿cuál es la diferencia entre vuestro estado actual y el de los diablos y Satanás? Competiríais de la misma manera en que compiten los no creyentes. Lucharíais de la misma manera que los no creyentes. De la mañana a la noche, conspiraríais, maquinaríais, envidiaríais y entraríais en disputas. ¿Cuál es la raíz de este problema? Se debe a que la gente tiene actitudes corruptas y vive conforme a ellas. Que reine el carácter corrupto es que reine Satanás; la humanidad corrupta habita en un carácter satánico, y nadie es una excepción. Por tanto, no debes pensar que eres demasiado bueno, demasiado dócil y honesto para involucrarte en las luchas por el poder y la ganancia. Si no comprendes la verdad y Dios no te guía, ciertamente no eres una excepción, y en ningún caso tu ingenuidad, bondad o tu juventud harán que evites luchar por la fama y la ganancia. De hecho, tú también buscarás fama, ganancia y estatus, mientras tengas la ocasión y las circunstancias lo permitan. Aferrarse a la fama y la ganancia es el comportamiento distintivo de los humanos, que tienen la naturaleza perversa de Satanás. Nadie es una excepción. Toda la humanidad corrupta vive por la fama, la ganancia y el estatus, y pagarán cualquier precio en su lucha por estas cosas. Así es con todos los que viven bajo el poder de Satanás. Por lo tanto, aquel que no acepta o entiende la verdad, que no puede actuar de acuerdo con los principios, es aquel que vive en medio de un carácter satánico. Un carácter satánico domina ya tus pensamientos y controla tu comportamiento; Satanás te tiene completamente bajo su control y esclavitud, y si no aceptas la verdad ni te rebelas contra Satanás, no podrás escapar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Tras leer las palabras de Dios, entendí por qué no podía evitar pelear por el prestigio y la ganancia personal. Porque los puntos de vista y los venenos satánicos me habían influido y corrompido. Desde que era niña, en casa y en la escuela me habían enseñado e inculcado ideas como: “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” y “Soporta las mayores adversidades para convertirte en el mejor”. Por eso deseaba la admiración ajena en todos los grupos y disfrutaba con la sensación de admiración y aprobación. Creía que esa era la única vida digna y valiosa. Todavía seguía viviendo con estas ideas y perspectivas satánicas mientras cumplía el deber en la iglesia. Al buscar la admiración ajena, había tratado a Natalie como mi adversaria y me había obsesionado con cómo superarla. Había recurrido incluso a hacer cosas despiadadas, utilizando métodos solapados para interrumpir su enseñanza en la reunión. Siempre había creído que la única forma digna de vivir consistía en ascender de categoría y ser admirada. Los hechos me habían demostrado que cuando vivía de acuerdo con estos venenos satánicos, mi ambición y mis deseos no paraban de aumentar, y me volvía cada vez más estrecho de mente, hasta que mi conducta fue despreciable y especialmente repulsiva para Dios. No había ni una pizca de dignidad en vivir así. Al final vi lo a fondo que me había corrompido Satanás. No distinguía las cosas positivas de las negativas y había perdido la conciencia y la razón. De no haber sido por el juicio y la revelación de la palabra de Dios, no habría reflexionado ni me habría conocido, y tampoco habría visto con claridad las consecuencias y el peligro de buscar reputación y estatus. Habría seguido viviendo conforme a los venenos satánicos, y ¿quién sabe qué clase de maldad habría cometido? Le agradecí a Dios de corazón por Su guía y por permitirme conocerme un poco a mí misma.
Posteriormente, leí otro pasaje de la palabra de Dios, y en él descubrí la senda práctica para liberarme de las ataduras de la reputación y el estatus. Dicen las palabras de Dios: “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho. Tú siempre buscas la grandeza, la nobleza y el estatus; siempre buscas la exaltación. ¿Cómo se siente Dios cuando ve esto? Lo detesta y se distanciará de ti. Cuanto más busques cosas como la grandeza, la nobleza y la superioridad sobre los demás; ser distinguido, destacado y notable, más repugnante serás para Dios. Si no reflexionas sobre ti mismo y te arrepientes, entonces Dios te detestará y te abandonará. Evita convertirte en alguien a quien Dios encuentra repugnante, de ser una persona a la que Dios ama. Entonces, ¿cómo se puede alcanzar el amor de Dios? Aceptando la verdad en obediencia, colocándote en la posición de un ser creado, actuando con los pies en el suelo por las palabras de Dios, cumpliendo correctamente con el deber, siendo una persona honesta y viviendo con una semejanza humana. Con eso es suficiente; Dios estará satisfecho. La gente debe asegurarse de no tener ambiciones ni sueños vanos, no buscar la fama, el beneficio y el estatus ni destacar entre la multitud. Es más, no deben intentar ser una persona con grandeza o sobrehumana, superior entre los hombres y haciendo que los demás la adoren. Ese es el deseo de la humanidad corrupta, y es la senda de Satanás; Dios no salva a tales personas. Si las personas buscan sin cesar la fama, el beneficio y el estatus sin arrepentirse, entonces no existe cura para ellas, y solo hay un desenlace posible: ser descartadas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Gracias a las palabras de Dios comprendí que Él no le pide a la gente que sea famosa o extraordinaria. No le exige que logre nada maravilloso. Dios quiere que practiquemos honestamente de acuerdo con Sus palabras y cumplamos con los deberes y las responsabilidades de un ser creado. Esa clase de persona es verdaderamente digna a ojos de Dios y lo complace. El hombre debería adorar a Dios y honrar Su grandeza. Sin embargo, yo siempre buscaba un lugar en el corazón de la gente e intentaba hacer que esta me admirara e idolatrara. Al hacer eso, ¿no iba en contra de Sus requisitos y recorría la senda de la oposición a Dios? Carecía de la realidad-verdad. Había muchas cosas que no podía entender ni resolver, y solo sabía soltar algo de doctrina, pero siempre me tenía en gran estima. Quería descaradamente que me admiraran y me idolatraran, y peleaba por ello cuando no ocurría. No me conocía nada a mí misma, ¡ni conocía la vergüenza! Dios es el Señor de la creación y es supremo y grande. Se ha hecho carne y ha venido a la tierra a expresar la verdad y salvar a la humanidad. Ha realizado una obra tremenda, pese a lo cual no presume ni se posiciona como Dios. Es oculto y humilde. Ver lo hermosa que es la esencia de Dios me hizo sentir aún más avergonzada y culpable. Decidí rebelarme contra la carne y practicar la verdad. Me presenté ante Dios y oré: “Oh, Dios mío, siempre estoy rivalizando y comparándome con los demás al cumplir con mi deber, y buscando estatus para que los demás me admiren. Eso te indigna y ya no quiero vivir así. Quiero dejar de lado la reputación y el estatus y mantener los pies sobre la tierra al cumplir con el deber. Te ruego que me guíes”. Después busqué a Natalie y me sinceré con ella sobre mi estado y mi corrupción. Hablamos de la importancia de la cooperación armoniosa. En ese momento me sentí muy estable y en paz.
Después de eso, todavía tenía el impulso de competir al trabajar con Natalie pero, cuando surgían esas ideas, oraba enseguida y me rebelaba a mí misma. Recuerdo que, una vez que a Natalie le tocó organizar una reunión, la vi demasiado ocupada como para prepararse, así que busqué unas palabras pertinentes de Dios con las que abordar los problemas del resto. Pensé: “He sido yo la que ha buscado estos pasajes. Si la reunión va bien, ¿creerán los hermanos y hermanas que fue Natalie la que hizo todo el trabajo? ¿Pensarán que asume más carga que yo? Tal vez debí organizar yo esta”. Justo cuando pensaba en ello, me di cuenta de que de nuevo estaba peleando por el prestigio y la ganancia personal. Entonces me vinieron a la mente estas palabras de Dios: “Debes aprender a dejar ir estas cosas y hacerlas a un lado, a recomendar a otros y permitirles sobresalir. No luches ni te apresures a sacar ventaja de oportunidades para sobresalir y destacar. Debes ser capaz de dejar de lado tales cosas, pero además no debes demorar el desempeño de tu deber. Sé una persona que trabaja en silencio y anonimato y que no alardea delante de los demás mientras lleva a cabo su deber con lealtad. Cuanto más dejes ir tu orgullo y estatus y más hagas a un lado tus intereses, más en paz te vas a sentir, más luz habrá en tu corazón y más mejorará tu estado. Cuanto más luches y compitas, más oscura se volverá tu condición. Si no me crees, ¡prueba a ver! Si quieres darle la vuelta a esta clase de estado corrupto y que estas cosas no te controlen, debes buscar la verdad y comprender claramente la esencia de tales cosas, y dejarlas de lado y abandonarlas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Las palabras de Dios me ofrecieron una senda de práctica. Hemos de aprender a soltar, a renunciar a las oportunidades de lucimiento y a dejar el protagonismo a otros. Pensando en eso, le envié este mensaje: “Adelante, organiza la de mañana. Te ayudaré con las enseñanzas”. En la reunión del día siguiente, no pensaba en cómo me veían, sino en cómo enseñar las palabras de Dios para ayudar a resolver los problemas de la gente. Natalie y yo enseñamos juntas, complementándonos mutuamente. Posteriormente, todos dijeron que la reunión les había resultado de gran provecho. Di gracias a Dios por ello y tuve la certeza y la paz de practicar la verdad.
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
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