En un deber es clave cooperar en armonía
En el verano de 2020, la hermana Audrea y yo hacíamos videos en la iglesia. En ese momento, yo era responsable de asignar las tareas. Dispuse que Audrea se ocupara de tareas simples, mientras que yo iba a producir las importantes. Me creía capaz de ocuparme de ellas yo sola, ya que anteriormente siempre había hecho tareas importantes por mi cuenta. Yo tenía más práctica que Audrea, por lo que no me parecía necesario que ella participara en esas tareas. Además, si lo hacía por mi cuenta, me llevaría todo el mérito, lo que destacaría mejor mis habilidades y haría que mis hermanos y hermanas me admiraran. Luego mi carga de trabajo aumentó significativamente, por lo que tenía que hacer horas extras a diario. A veces Audrea se acostaba pronto mientras yo aún me quedaba hasta tarde. Por la mañana, madrugaba más que ella y me sentía muy cansada. Pero no quería que compartiera la carga conmigo. Siempre había realizado las tareas sola, así que si ella me ayudaba con mi carga de trabajo seguro que los hermanos y hermanas creerían que yo tenía pocas habilidades de trabajo, lo que sería vergonzoso. En ocasiones pensaba: “Si dejara que me ayudara Audrea, las cosas irían más rápido, yo no estaría tan ocupada y los resultados serían mejores que si lo hiciera yo sola”. Sin embargo, al pensar en compartir el mérito con ella, no me convencía. Por eso, ni más ni menos, nunca dejé a Audrea participar en mis tareas. Por entonces no hacía introspección, hasta que un día, cuando una hermana me dijo que Audrea no llevaba una carga en el deber y me pidió que hablara con ella, reflexioné: “¿Tiene algo que ver conmigo que Audrea no lleve una carga? Estoy ocupadísima todos los días y sé que ella tiene tiempo, pero no le asigno nuevas tareas, así que se queda sin nada que hacer”. Me di cuenta vagamente de que no estaba bien eso y de que, si yo hacía sola el trabajo, al final demoraría el trabajo de la iglesia. Pero luego pensé que podría ocuparme esforzándome un poco más, por lo que dejé las cosas como estaban. Aunque me daba cuenta de que mi intención era incorrecta, no podía renunciar, lo que me resultaba muy doloroso, así que oré a Dios para pedirle que me guiara para renunciar a mis intenciones equivocadas.
En mis devocionales, leí este pasaje de la palabra de Dios: “Aunque los líderes y obreros tienen compañeros, todo el mundo que cumple con algún deber tiene uno, los anticristos piensan que tienen buen calibre y son mejores que las personas corrientes, así que estas no son dignas de ser sus colaboradores y son todas inferiores a ellos. Por eso a los anticristos les gusta tomar las decisiones y no les gusta hablar las cosas con nadie más. Piensan que esto les haría parecer estúpidos e incompetentes. ¿Qué clase de punto de vista es ese? ¿Qué clase de carácter es este? ¿Se trata de un carácter arrogante? Piensan que cooperar y discutir las cosas con los demás, hacerles preguntas y buscar respuestas, es indigno y degradante, una afrenta a su autoestima. Y por eso, para proteger su autoestima, no permiten la transparencia en nada de lo que hacen, ni se lo cuentan a los demás, y mucho menos lo discuten con ellos. Piensan que discutir con otros es mostrarse como incompetentes; que pedir siempre la opinión de otros equivale a ser estúpidos e incapaces de pensar por sí mismos; que trabajar con los demás para completar una tarea o resolver algún problema les hace parecer inútiles. ¿Acaso no es esta su mentalidad arrogante y absurda? ¿Acaso no es este su carácter corrupto? La arrogancia y la santurronería que hay en ellos son demasiado obvias; han perdido toda su razón humana normal y no están bien de la cabeza del todo. Siempre se piensan que tienen habilidades, que pueden terminar las cosas ellos solos y que no necesitan coordinarse con los demás. Como tienen esas actitudes corruptas, son incapaces de alcanzar una cooperación armoniosa. Creen que trabajar con otros es diluir y fragmentar su poder, que cuando el trabajo se comparte con otros, su propio poder disminuye y no pueden decidirlo todo ellos mismos, con lo que carecen de poder real, lo que a ellos les supone una tremenda pérdida. Y así, no importa lo que les ocurra, si creen que lo entienden y saben cómo manejarlo, entonces no lo discutirán con nadie, seguirán queriendo mantener el control sobre ello. Preferirán equivocarse a informar a los demás, preferirán estar en un error a compartir el poder con alguien, y preferirán la destitución a dejar que otras personas interfieran en su trabajo. Eso es un anticristo. Prefieren dañar y poner en peligro los intereses de la casa de Dios que compartir su poder con nadie. Creen que cuando están haciendo un trabajo o encargándose de algún asunto, eso no es el cumplimiento de un deber, sino una oportunidad de lucirse y destacar sobre los demás, y una ocasión para ejercer su poder. Por tanto, aunque dicen que van a cooperar armoniosamente con los demás y van a discutir con ellos cualquier tema que surja, la verdad es que en el fondo de su corazón no están dispuestos a renunciar a su poder o estatus. Les parece que mientras entiendan algunas doctrinas y sean capaces de hacerlo por su cuenta, no les hace falta colaborar con nadie más. Creen que lo deben desempeñar y completar solos, y que solo eso los hace competentes. ¿Es esta idea correcta? No saben que, si violan los principios, no están cumpliendo su deber, así que no pueden llevar a cabo la comisión de Dios, y simplemente prestan servicio. En vez de buscar los principios verdad cuando cumplen con el deber, ejercen poder según sus pensamientos e intenciones, alardean y se jactan. Sin importar quién sea su compañero o lo que hagan, nunca quieren hablar las cosas, siempre quieren actuar por su cuenta y siempre quieren tener la última palabra. Obviamente juegan con el poder y lo utilizan para hacer las cosas. Todos los anticristos aman el poder, y cuando tienen estatus, quieren más poder. Cuando tienen poder, los anticristos tienden a utilizar su estatus para alardear y jactarse, para hacer que los admiren y conseguir su objetivo de destacar entre los demás. Así, los anticristos se obsesionan con el poder y el estatus, y nunca jamás lo abandonan” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). En la palabra de Dios descubrí que los anticristos tienen un carácter muy arrogante y no cooperan con nadie. Creen que, si comparten el trabajo con otros, parecerán incompetentes, se disgregará el poder y no los admirarán. Por eso prefieren afectar la obra de la iglesia a compartir el trabajo con los demás. Reflexioné y me di cuenta de que yo era igual. No quería que Audrea participara en mis tareas porque temía que su participación me hiciera parecer incompetente y dañara mi imagen, así que lo hacía yo sola. En consecuencia, estaba agotada y el trabajo se demoraba. Realmente era demasiado arrogante e irracional. Haya el trabajo que haya en la iglesia, nadie lo puede hacer él solo. Todo el mundo necesita compañeros y ayuda, y es preciso que los hermanos y hermanas cooperen en armonía para hacer el trabajo, ya que nadie es perfecto. Sin importar la aptitud, los dones y los talentos de una persona, todo el mundo tiene fallos y defectos, y es necesario que aprendamos a renunciar a nosotros mismos y a cooperar con los compañeros para cumplir bien con el deber. Sin embargo, yo tenía un carácter arrogante. Era demasiado ambiciosa en el deber, quería todo el mérito y que me admiraran. Prefería demorar el trabajo de la iglesia a permitir que alguien se uniera o entrometiera en el mío. Con esta forma de cumplir con el deber, no acumulaba buenas acciones y hacía el mal. Al darme cuenta, me sentí muy triste, por lo que me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, soy demasiado arrogante y carezco de toda humanidad y razón. Deseo arrepentirme. Por favor, guíame para conocerme a mí misma”.
Un día, buscando fragmentos de la palabra de Dios relativos a mi estado, encontré este pasaje: “¿Qué hay que hacer para cumplir bien con el deber? Uno debe llegar a cumplirlo con todo el corazón y todas sus energías. Utilizar todo el corazón y todas las energías implica dedicar todos los pensamientos al cumplimiento del deber y no dejar que otras cosas los ocupen, y luego aplicar la energía que uno tiene, ejerciendo la totalidad del poder propio, y aportando el calibre, los dones, las fuerzas y las cosas que ha comprendido a la tarea. Si tienes la capacidad de comprender y entender, y tienes una buena idea, debes comunicarla a los demás. Esto es lo que significa cooperar en armonía. Así es como cumplirás bien con tu deber, cómo lograrás un cumplimiento satisfactorio de tu deber. Si deseas asumirlo todo tú mismo siempre, si siempre quieres hacer grandes cosas en solitario, si siempre quieres ser el centro tú, y no otros, ¿estás cumpliendo con tu deber? Lo que estás haciendo se llama autocracia; es montar un espectáculo. Es un comportamiento satánico, no el cumplimiento del deber. Nadie, sin importar sus fortalezas, dones o talentos especiales, puede asumir todo el trabajo por sí mismo; deben aprender a cooperar en armonía si quieren hacer bien el trabajo de la iglesia. Por eso, la cooperación armoniosa es un principio de la práctica del cumplimiento del deber. Mientras apliques todo tu corazón y toda tu energía y toda tu fidelidad, y ofrezcas todo lo que puedes hacer, estarás cumpliendo bien tu deber. Si tienes un pensamiento o una idea, cuéntaselo a los demás, no lo retengas ni lo guardes; si tienes sugerencias, bríndalas: sea de quien sea una idea que concuerde con la verdad, hay que admitirla y obedecerla. Hazlo y habrás logrado la cooperación en armonía. Esto es lo que significa cumplir fielmente con el deber. Al cumplir con tu deber, no debes asumirlo todo tú mismo, ni trabajar sin descanso, ni ser ‘la única flor en el tiesto’ o un individualista; más bien, debes aprender a cooperar con los demás en armonía, y hacer todo lo que puedas, cumplir con tus responsabilidades, ejercer toda tu energía. Eso es lo que significa cumplir con tu deber. Cumplir con tu deber es ejercer todo el poder y la luz que posees para lograr un resultado. Con eso es suficiente. No trates siempre de presumir, de decir cosas altisonantes, de hacer las cosas en solitario. Debes aprender a cooperar con otra gente y centrarte más en escuchar las sugerencias de otros y en descubrir sus puntos fuertes. De este modo, cooperar en armonía resulta fácil. Si siempre intentas alardear y tener la última palabra, no estás cooperando en armonía. ¿Qué estás haciendo? Estás causando una perturbación y socavando a los demás. Eso es lo mismo que hacer el papel de Satanás; no es el cumplimiento del deber. Si siempre haces cosas que causan una perturbación y socavan a los demás, entonces no importa cuánto esfuerzo gastes o cuánto cuidado pongas, Dios no lo recordará” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Mientras meditaba la palabra de Dios, sentí vergüenza. La palabra de Dios revelaba mi estado. Para lucirme, consolidarme y recibir admiración, quería asumir yo sola el trabajo de video sin dejar participar a Audrea. Creía que la participación de Audrea me robaría el mérito. De esa manera, no tendría capital del que presumir y no tendría manera de ganarme la admiración ajena. Pensaba que así tendría las de perder. Sabía que había mucha carga de trabajo, que provocaría demoras si lo hacía yo sola y que, si participaba Audrea, haríamos más rápido el trabajo y los resultados serían mejores. También sabía que la mayor parte del trabajo del equipo estaba en mis manos, que ella solía estar ociosa y no tenía trabajo, y su estado se veía afectado, pero seguí sin permitir que compartiera la carga conmigo. Quería hacer yo sola el trabajo para llevarme todo el mérito y, a la vez, para demostrar que tenía buenas competencias técnicas y profesionales. Lo único en lo que pensaba todo el tiempo era en mi estatus e imagen. No pensaba para nada en la labor de la iglesia ni me importaban los sentimientos de mi hermana. ¡En realidad no tenía conciencia ni humanidad! Aparentemente, madrugaba y trabajaba mucho cada día, como si fuera capaz de llevar una carga, sufrir y pagar un precio, pero, de hecho, me dedicaba a mis empeños personales y a satisfacer mis ambiciones y deseos. No cumplía para nada con mi deber de ser creado. Perturbaba el trabajo de la iglesia con el pretexto de cumplir con el deber, y cometía el mal. Además, iba por la senda de un anticristo.
Luego descubrí dos pasajes más de las palabras de Dios: “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho. Tú siempre buscas la grandeza, la nobleza y el estatus; siempre buscas la exaltación. ¿Cómo se siente Dios cuando ve esto? Lo detesta y se distanciará de ti. Cuanto más busques cosas como la grandeza, la nobleza y la superioridad sobre los demás; ser distinguido, destacado y notable, más repugnante serás para Dios. Si no reflexionas sobre ti mismo y te arrepientes, entonces Dios te despreciará y te abandonará. Evita convertirte en alguien a quien Dios encuentra repugnante, de ser una persona a la que Dios ama. Entonces, ¿cómo se puede alcanzar el amor de Dios? Aceptando la verdad en obediencia, colocándote en la posición de un ser creado, actuando con los pies en el suelo por las palabras de Dios, cumpliendo correctamente con el deber, siendo una persona honesta y viviendo con una semejanza humana. Con eso es suficiente; Dios estará satisfecho. La gente debe asegurarse de no tener ambiciones ni sueños vanos, no buscar la fama, la ganancia y el estatus ni destacar entre la multitud. Es más, no deben intentar ser una persona con grandeza o sobrehumana, superior entre los hombres y haciendo que los demás la adoren. Ese es el deseo de la humanidad corrupta, y es la senda de Satanás; Dios no salva a tales personas. Si las personas buscan sin cesar la fama, la ganancia y el estatus sin arrepentirse, entonces no existe cura para ellas, y solo hay un desenlace posible: ser descartadas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). “¿Cuál es el estándar a través del cual las acciones y el comportamiento de una persona son juzgados como buenos o malvados? Que en sus pensamientos, efusiones y acciones posean o no el testimonio de poner la verdad en práctica y de vivir la realidad verdad. Si no tienes esta realidad ni vives esto, entonces, sin duda, eres un hacedor de maldad. ¿Cómo considera Dios a los hacedores de maldad? Para Dios, tus pensamientos y tus acciones externas no dan testimonio para Él, no humillan a Satanás ni lo derrotan; en cambio, avergüenzan a Dios, están llenas de marcas del deshonor que le has causado a Él. No estás dando testimonio para Dios, no te estás gastando por Él y no estás cumpliendo tus responsabilidades y obligaciones hacia Dios, sino que más bien estás actuando para ti mismo. ¿Qué significa ‘para ti mismo’? Siendo precisos, significa ‘para Satanás’. Así que, al final Dios dirá: ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. A ojos de Dios tus acciones no se verán como buenas, se considerarán actos malvados. No solo no obtendrán la aprobación de Dios, además serán condenadas. ¿Qué espera obtener alguien con una fe así en Dios? ¿Acaso no se quedaría esta fe en nada al final?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). En las palabras de Dios entendí Su voluntad. En realidad, las exigencias de Dios al hombre son sencillas. Dios no requiere que la gente haga grandes cosas ni muchas acciones trascendentales, ni nos pide que seamos personas excepcionales ni grandes. Dios solo quiere que mantengamos la posición de un ser creado, busquemos la verdad de forma realista, cumplamos con el deber lo mejor que sepamos y vivamos según Su palabra. Dios evalúa si somos idóneos en el cumplimiento del deber, no en función de cuánto logremos ni de cuánto contribuyamos, sino de si nuestras motivaciones para hacer las cosas tienen en consideración Su voluntad y si nos esmeramos, o no. Cuando tenemos las motivaciones correctas y tomamos la senda correcta es cuando podemos tener testimonio en el deber. Si la gente cumple con el deber únicamente para satisfacer sus ambiciones y deseos, por más que se esfuerce o por mucho que contribuya, al final, Dios la despreciará y descartará. Comprobé que siempre quería conservar todo el mérito por mi deber. Por mi carácter arrogante, quería hacer todo el trabajo y no cooperar con mi compañera. Trabajaba mucho y me agotaba para que los demás tuvieran muy buen concepto de mí. Ninguno de mis esfuerzos era para satisfacer a Dios, todos eran para satisfacer mis deseos y ambiciones personales. Aunque lograra algunas cosas y me ganara la admiración y el visto bueno de otras personas, ¿qué sentido tenía eso? Nada de ello implicaba que cumpliera con el deber de manera hábil. Al contrario, actuaba de acuerdo con mis actitudes satánicas, asumía el trabajo yo sola, demoraba el progreso del trabajo de video y perturbaba la labor de la iglesia. Al final, habría terminado rechazada y descartada por Dios. En realidad, cooperar con Audrea compensaría mis fallos en el deber. Ella se concentraba en aprender, quería estudiar y sus competencias habían progresado rápido, pero yo no me centraba en aprender competencias y me apoyaba, sobre todo, en mi experiencia. Aunque llevaba mucho tiempo en este deber, mis competencias no habían mejorado mucho. Encima, las ideas de una persona son siempre subjetivas. La gente que se conoce sabe renunciar a sí misma en el deber y está dispuesta a cooperar con los demás para cumplir bien con él. Esta es la razón que debemos tener y el modo en que debemos practicar. Sin embargo, yo era arrogante y santurrona y deseaba estatus. No quería renunciar a mis intereses y cooperar con mi hermana. Todo esto repercutía en el progreso y en los resultados del trabajo. Si hubiera cooperado con ella antes y nos hubiéramos ayudado, los resultados del trabajo habrían sido mucho mejores. Cuanto más reflexionaba, más apreciaba que era muy arrogante y que no tenía humanidad, y más me odiaba y me arrepentía de mis actos. No quería cumplir con el deber con estas intenciones. Me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, siempre quiero cumplir con el deber con ambición, haciendo las cosas por mi reputación y mi estatus personales. Ya no quiero buscar más de esta forma. Deseo arrepentirme, renunciar a mis intenciones incorrectas y trabajar con mi hermana para cumplir bien con el deber”.
A la mañana siguiente, en mis devociones, leí estas palabras de Dios: “Aquellos capaces de poner en práctica la verdad pueden aceptar el escrutinio de Dios en las cosas que hacen. Cuando aceptes el escrutinio de Dios, tu corazón se enderezará. Si solo haces las cosas para que otros las vean, y siempre quieres ganarte los elogios y la admiración de los demás, y no aceptas el escrutinio de Dios, ¿sigue estando Dios en tu corazón? Estas personas no tienen un corazón temeroso de Dios. No hagas siempre las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres los intereses humanos ni tengas en cuenta tu propio orgullo, reputación y estatus. Primero debes considerar los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu prioridad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y empezar por contemplar si ha habido impurezas en el cumplimiento de tu deber, si has sido devoto, has cumplido con tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has estado pensando de todo corazón en tu deber y en la obra de la iglesia. Debes meditar sobre estas cosas. Si piensas en ellas con frecuencia y las comprendes, te será más fácil cumplir bien con el deber. Si tu calibre es bajo, si tu experiencia es superficial, o si no eres experto en tu ocupación profesional, puede haber algunos errores o deficiencias en tu obra y puede que no consigas buenos resultados, pero habrás hecho todo lo posible. No satisfaces tus propios deseos egoístas ni preferencias. Por el contrario, consideras de forma constante la obra de la iglesia y los intereses de la casa de Dios. Aunque puede que no logres buenos resultados con tu deber, se habrá enderezado tu corazón; si además puedes buscar la verdad para resolver los problemas en tu deber, entonces estarás a la altura en el cumplimiento de este y, al mismo tiempo, podrás entrar en la realidad verdad. Eso es lo que significa poseer testimonio” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Tras meditar las palabras de Dios, hallé una senda de práctica. Para cumplir con un deber, debes renunciar a tus intereses y pensar en los de la iglesia. Independientemente de si se resienten tu imagen o tu estatus, lo importante es proteger el trabajo de la iglesia y cumplir con el deber. Una vez entendida la voluntad de Dios, ya no pensaba en lo que opinaran los demás de mí. Solo pensaba en cómo cumplir bien con el deber y satisfacer a Dios. Así pues, compartí algunas de mis tareas con Audrea y ella accedió enseguida. Pronto se revirtió el estado de Audrea, ya no estaba tan ociosa, y logramos liquidar el trabajo acumulado. Después me sentí muy en paz. También comprendí de veras lo bueno que es practicar la verdad y cooperar en armonía en el deber.
Con el tiempo, recibimos una nueva tarea. Pensé sin querer: “Si la hago por mi cuenta, no tendré que compartir el mérito. Con mis habilidades, puedo hacerlo yo sola. No necesito implicar a Audrea. Parecería una incompetente si ella también participara en esta tarea. Todos mis hermanos y hermanas se reirían de mí”. Ahora que lo pienso, quería ocuparme yo sola. En ese momento me di cuenta de que mis intenciones eran incorrectas. Aún actuaba para satisfacer mis intereses personales. Recordé unas palabras de Dios: “Si en el fondo sigues obsesionado con el prestigio y el estatus, sigues preocupado por alardear y hacer que los demás te admiren, no eres alguien que persiga la verdad, y vas por la senda equivocada. Lo que persigues no es la verdad ni la vida, sino las cosas que amas, es la reputación, el beneficio y el estatus; en cuyo caso, nada de lo que haces se relaciona con la verdad, todo cuenta como un acto de maldad y como prestar un servicio” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La buena conducta no implica que se haya transformado el carácter). La palabra de Dios me despertó. Sin querer, siempre hago cosas egoístas. Soy muy mezquina e interesada. Me odié por ser demasiado corrupta y deseaba renunciar a mis intenciones equivocadas y practicar la verdad. Por ello, le pedí a Audrea que participara conmigo en la nueva tarea. Desde entonces, a la hora de asignar tareas, siempre le consulto y le pido opinión a Audrea, y cuando quiero asumir todo el trabajo para tener todo el mérito, renuncio conscientemente a mí misma y, según las necesidades del deber, le asigno tareas a Audrea. Con esta práctica siento paz y tranquilidad.
Tras atravesar esta experiencia, ahora comprendo un poco mi carácter satánico. También me doy cuenta de que es clave cooperar en armonía para cumplir bien con mi deber. Sencillamente, es imposible cumplir bien con él en solitario. Solo si cooperamos en armonía podemos obtener la guía del Espíritu Santo.
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