Así me ayudó aceptar ser supervisada
Era responsable de la labor evangelizadora de dos equipos. No hace mucho, destituyeron a unos hermanos y hermanas por no hacer un trabajo práctico y salir siempre del paso en el deber. Me sentí un poco nerviosa. Estuve pensando que tenía que asegurarme de hacer un trabajo práctico y de resolver asuntos prácticos; si no, también sería destituida. Una vez, en una reunión, la líder me preguntó: “¿Has enseñado los principios a los hermanos y hermanas trasladados recientemente desde otras iglesias?”. Eso me tomó por sorpresa. Era un problema: les acababa de hablar de nuestra forma de trabajo, no de los principios. ¿Qué debía decirle a la líder? Si le comentaba que no se los había enseñado, ¿creería que no hacía un trabajo práctico? Sin embargo, si le decía que se los había enseñado, no sería cierto. Me sentí un poco culpable, y tartamudeé: “Solo les he enseñado un poco, en base a lo que les falta”. La líder me respondió inmediatamente: “Si no compartes con ellos los principios, no tendrán un rumbo que seguir en el deber. ¿Pueden lograr buenos resultados de esa forma? Debemos centrarnos en cultivar a esos hermanos”. Cuando la líder me señaló mi problema, noté que me ruborizaba. Me preguntaba qué opinaría de mí después: si pensaría que, como ni siquiera realicé una tarea tan básica, eso quería decir que no hacía un trabajo práctico.
Pronto empezó a perder productividad un equipo del que yo era responsable, y por entonces estaban surgiendo bastantes problemas en mi trabajo. La líder pensó que, si eso continuaba, podría afectar a nuestra eficacia en el trabajo, por lo que redujo los equipos de los que yo era responsable: de dos a uno. Me alteré mucho al enterarme. Tenía que preguntarme si la líder me consideraba una persona que no hacía un trabajo práctico. De lo contrario, no reduciría mi ámbito de responsabilidad. Últimamente hacía mucho seguimiento de mi trabajo. ¿Creía que no era diligente en el deber, que era poco confiable? ¿Me destituiría si descubría más errores míos? En esa época, siempre que me enteraba de que la líder iba a unirse a nuestra reunión, me ponía a pensar en el tipo de preguntas que haría y el trabajo del que haría seguimiento. Como imaginaba que la líder preguntaría prácticamente siempre qué tal les iba a los hermanos y hermanas en el deber, me apresuraba a averiguarlo antes de la reunión. A veces había otras cuestiones que era preciso resolver, pero, al pensar que quizá no sabría responder las preguntas de la líder al día siguiente, temía ser expuesta por no hacer un trabajo práctico. Por eso dejaba los asuntos más urgentes para después, e iba a hablar uno por uno con los demás. Con el tiempo, trabajaba sin cesar en las tareas en las que más se centraba la líder y, pese a estar ocupada todos los días, no conseguía mejores resultados en el deber; de hecho, me iba peor. Una vez, la líder me preguntó en una reunión: “La hermana Liu hacía bien su labor evangelizadora antes; ¿por qué ha bajado recientemente? ¿Conoces el motivo?”. Estaba asombrada. ¡Oh, no! Había estado totalmente centrada en otras cuestiones. No sabía por qué no lo estaba haciendo bien la hermana Liu en su labor evangelizadora. La líder continuó preguntándome: “¿Has investigado qué verdades enseña la hermana Liu al predicar el evangelio y si corrige las nociones de la gente?”. Con esa pregunta entré todavía más en pánico. Yo no le había preguntado eso; ¿qué debía hacer? Si no lo sabía, la líder podría pensar que no hacía seguimiento del trabajo de la hermana Liu, que yo no averiguaba sus problemas a tiempo y que por eso estaba cayendo su productividad. Envié inmediatamente un mensaje a la hermana Liu, pero no lo vio. Estaba tan nerviosa que me sudaban las palmas de las manos. De pronto pensé que la hermana Liu me había comentado lo que estaba enseñando, por lo que se lo conté inmediatamente a la líder. Ella no añadió nada más, y por fin se calmó mi ansiedad. Durante un tiempo me asustaba recibir mensajes de la líder, y a veces ni siquiera dormía bien la noche previa a una reunión. No podía parar de pensar: ¿Qué me va a preguntar la líder? ¿Cómo debería responder? Estaba todavía más nerviosa a la hora de la reunión, preocupada porque, si surgían más problemas en mi trabajo, sería destituida. Dando tumbos, lograba terminar cada reunión, pero me sentía triste por dentro y me resultaba agotador. No tenía energía en el deber, y cuando surgían problemas en el trabajo de los demás y caía su productividad, no me apetecía resolverlo. Comprendí entonces que no me hallaba en un buen estado. Enseguida me presenté ante Dios en oración y búsqueda: “Dios mío, últimamente me asusta mucho que la líder supervise mi trabajo. Me preocupa acabar destituida si surgen problemas. Sé que no es la perspectiva adecuada. Quiero reflexionar y conocerme. Te pido que me guíes”.
Luego leí un pasaje en mis devociones. “Algunas personas no creen que la casa de Dios pueda tratar con justicia a la gente. No creen que Dios reine en Su casa, que la verdad reine en ella. Creen que, sea cual sea el deber que desempeñe una persona, si surge un inconveniente, la casa de Dios se encargará de esa persona inmediatamente, privándola de su posición para cumplir con ese deber, enviándola lejos, o incluso expulsándola de la iglesia. ¿Realmente es así como funcionan las cosas? Desde luego que no. La casa de Dios trata a cada persona según los principios de la verdad. Dios es justo en Su tratamiento de cada persona. Él no se fija solo en cómo se comporta una persona en un solo caso; mira la naturaleza y la esencia de una persona, su propósito, su actitud, y se fija en concreto en si una persona puede reflexionar sobre sí misma cuando comete un error, y si tiene remordimientos, y si puede penetrar en la esencia del problema a la luz de Sus palabras, de manera que llegue a comprender la verdad, se aborrezca a sí misma y su arrepentimiento sea sincero. […] Dime, si alguien que ha cometido un error es capaz de comprender de verdad y está dispuesto a arrepentirse, ¿no le daría esa oportunidad la casa de Dios? A medida que el plan de gestión de seis mil años de Dios se acerca a su fin, hay muchos deberes que deben cumplirse. Lo que da miedo es cuando las personas carecen de conciencia o de razón y son negligentes en su trabajo, cuando han obtenido la oportunidad de cumplir con un deber, pero no saben atesorarlo, no buscan la verdad en lo más mínimo, dejando que pase el tiempo óptimo. Esto expone a las personas. Si eres sistemáticamente descuidado y superficial en el cumplimiento de tu deber, y no te sometes en absoluto cuando te enfrentas a la poda y el trato, ¿te utilizará aún la casa de Dios en el cumplimiento de un deber? En la casa de Dios, lo que reina es la verdad, no Satanás. Dios tiene la última palabra sobre todo. Es Él quien está haciendo la obra de salvar al hombre, Él quien está resolviendo los problemas. No hay necesidad de que analices lo que está bien y lo que está mal; lo único que tienes que hacer es escuchar y obedecer, y cuando te enfrentes a la poda y el trato, debes aceptar la verdad y ser capaz de corregir tus errores. Si lo haces, la casa de Dios no te despojará de tu posición para cumplir con un deber. Si siempre tienes miedo de ser expulsado, siempre pones excusas, siempre te justificas, eso es un problema. Si dejas que los demás vean que no aceptas la verdad en lo más mínimo, y todo el mundo se da cuenta de que eres impermeable a la razón, estás en problemas. La iglesia se verá obligada a encargarse de ti. Si no aceptas la verdad en absoluto en el cumplimiento de tu deber y siempre temes ser expuesto y expulsado, entonces este miedo tuyo está contaminado por una intención humana y un carácter satánico corrupto, además de por la sospecha, la cautela y el mal entendimiento. Ninguna de estas es una actitud que una persona deba tener. Debes empezar por resolver tu miedo, así como tus malentendidos sobre Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios comprendí que tenía miedo a ser destituída porque no comprendía el carácter de Dios ni los principios de destitución de personas en Su casa. Como vi que destituyeron a algunas personas por no hacer un trabajo práctico, y era evidente que había bastantes problemas en mi trabajo, me preocupaba que, si cada vez surgían más problemas, la líder creyera que no hacía un trabajo práctico y también me destituyera a mí. Vivía en un estado de malinterpretación y cautela, temiendo que la líder me investigara. Sin embargo, en realidad no es malo que salgan a la luz los problemas y defectos de mi trabajo. Eso puede ayudarme a descubrir y resolver problemas enseguida y a mejorar mi eficacia en el deber. No obstante, yo era mezquina y estrecha de miras. Cuando la líder supervisaba mi trabajo, me ponía en guardia y a predecir qué diría ella y me preguntaba si creía que yo no hacía un trabajo práctico, que era poco confiable. Pensaba que me controlaba y que un día podría destituirme. No tenía más que insidias y trucos. Hay principios para destituir a la gente en la iglesia. No se destituye a nadie por un pequeño descuido, un error en el deber. La gente recibe todas las oportunidades de arrepentimiento posibles y, si se niega a transformarse y afecta negativamente al trabajo, hay que destituirla. Veía que otros hermanos y hermanas habían tenido descuidos y problemas en su trabajo, pero la líder no los había destituido. Se esmeró por sustentarlos y ayudarlos y por enseñarles los principios. Luego, con el análisis y la transformación constantes, cada vez cumplían mejor con el deber. Y como la aptitud de algunos hermanos y hermanas no está a la altura de las circunstancias, la iglesia les dispone un deber adecuado a ellos de acuerdo con sus puntos fuertes. No es una destitución arbitraria. Aunque algunos sean destituidos por no hacer un trabajo práctico, tras hacer introspección y conocerse durante un tiempo y alcanzar un arrepentimiento auténtico, la iglesia los asciende y utiliza de nuevo. No tiene nada de aterrador que surjan problemas en tu deber. Lo principal es saber aceptar la verdad, reflexionar sobre tus problemas, y después arrepentirse y transformarse. Vi que la líder no me destituyó por mis extravíos y errores, por lo que no debí haberla malinterpretado. Debí haber resumido y reflexionado sobre mis problemas, y haber hecho cambios. Luego me presenté ante Dios en oración, y me sentí preparada para someterme a Sus disposiciones me destituyeran o no, para cumplir mi deber honestamente. Me sentí mucho más tranquila tras orar.
Más tarde me sinceré en comunión con una hermana sobre mi estado. Me sugirió que leyera unas palabras de Dios sobre cómo aceptar la supervisión. Leí estas palabras de Dios: “Es una cosa maravillosa que puedas permitir que la casa de Dios te observe, te supervise y te controle. Te sirve de ayuda para cumplir con tu deber, para llegar a cumplirlo de forma adecuada y satisfacer la voluntad de Dios. Beneficia y ayuda a las personas, sin que esto suponga ningún inconveniente en absoluto. Una vez que alguien ha comprendido los principios respecto a esto, entonces ¿debería o no tener algún sentimiento de resistencia o defensa contra la supervisión de los líderes, los obreros y el pueblo escogido de Dios? Es posible que a veces te controlen y te observen, y que te supervisen el trabajo, pero no es algo que debas tomarte como algo personal. ¿Por qué es así? Porque las tareas que ahora son tuyas, el deber que cumples, y cualquier trabajo que hagas no son asuntos privados o un trabajo personal de cualquier persona; afectan a la obra de la casa de Dios y se relacionan con una parte de ella. Por lo tanto, cuando alguien dedica algo de tiempo a vigilarte u observarte, o te hace preguntas en profundidad para tratar de conversar contigo de corazón a corazón y averiguar tu estado durante este tiempo; e incluso a veces, cuando su actitud es algo más dura y te trata y poda un poco, te disciplina y te reprueba, hace todo esto porque tiene una actitud consciente y responsable hacia el trabajo de la casa de Dios. No deberías albergar pensamientos ni sentimientos negativos al respecto” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Leer las palabras de Dios me dio cierto esclarecimiento. Nuestras tareas de trabajo no son asuntos personales. Son asuntos importantes acerca del trabajo de la iglesia y la entrada en la vida de nuestros hermanos y hermanas. Cuando los líderes y obreros supervisan e investigan nuestro deber, hacen lo que deben. Es beneficioso para nuestro deber y para la obra de la iglesia. Todo el mundo tiene un carácter corrupto. Antes de alcanzar la verdad, antes de que se transforme nuestro carácter vital, no somos confiables ni fidedignos. Sin supervisión, es probable que vayamos a nuestro aire en cualquier momento. Seremos arbitrarios y falsos en nuestro trabajo e interrumpiremos la obra de la iglesia. Así pues, los líderes supervisan nuestra labor para ayudarnos en el deber y para el progreso del trabajo de la iglesia. Recuerdo que, anteriormente, comentó que yo no había enseñado los principios de difusión del evangelio a los nuevos del equipo, eso fue realmente un extravío en mi deber. Como no pensaba en progresar en el deber, sino que me conformaba con la situación, creía que, con el tiempo, se les podría enseñar a los hermanos y hermanas que no estaban familiarizados con el trabajo y que eso no afectaría nuestra eficacia en él. A decir verdad, esa actitud mía hacia el deber le resultaba aborrecible a Dios y, si yo no la hubiera cambiado, a la larga no solo habría entorpecido la obra de la iglesia, sino que me habría perjudicado en mi entrada en la vida. Cuando la líder advirtió este problema y me lo señaló, tuve la oportunidad de hacer introspección y, de corregir mis errores. Me resultó sumamente útil. Y siempre que la líder me preguntaba por mi trabajo, me señalaba problemas que yo normalmente no veía. De ese modo se pudieron resolver sin demora muchos problemas de mi trabajo, y yo tuve una senda de práctica y un rumbo en el deber. Tras percatarme de todo eso, sentí que había sido muy necia y sentí remordimiento. Si hubiera sido capaz de contarle voluntariamente a la líder mis errores en el trabajo, se podrían haber resuelto mucho antes estos problemas y no se habría resentido nuestra labor evangelizadora.
Posteriormente hice introspección. ¿Por qué siempre me daba miedo la supervisión de la líder, la destitución? ¿Cuál era la raíz del problema? Leí este pasaje de las palabras de Dios en mis devociones: “Ya seáis líderes, obreros o supervisores de cualquier nivel, ¿tenéis miedo de que la casa de Dios cuestione vuestro trabajo? ¿Teméis que la casa de Dios descubra lagunas y errores en vuestro trabajo y se encargue de vosotros? ¿Teméis que después de que lo alto conozca vuestro verdadero calibre y estatura, os vean con otros ojos y no os tengan en cuenta para una promoción? […] Ese miedo en tu corazón indica, como mínimo, que tienes el carácter de un anticristo, y cuando te asalta el miedo, quieres encubrir las cosas y engañar a los demás. ¿Es esa la situación? (Sí). ¿De qué tienes miedo? El problema es que no puedes tratar el asunto con honestidad y franqueza, y decir: ‘Si termino sin estatus, no pasa nada. Incluso si este asunto sale a la luz y lo alto lo descubre, y entonces ya no me utilizan, tengo que explicar la situación con claridad’. Tu miedo demuestra que amas tu estatus más que la verdad. ¿Acaso no es este el carácter de un anticristo? (Lo es). Apreciar el estatus por encima de todo es el carácter de un anticristo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (II)). Las palabras de Dios exponían por qué me daba miedo que la líder supervisara mi trabajo. Yo estaba enamorada de mi estatus. Temía que la líder descubriera los problemas de mi deber, creyera que no hacía un trabajo práctico y me destituyera. Así, por conservar el estatus, hacía las cosas para aparentar en el deber, un mero trabajo superficial, sin hacer el trabajo crucial y esencial que debía hacer. Por eso la labor evangelizadora era menos productiva. ¡Era egoísta y despreciable! En realidad, quienes veneran a Dios de todo corazón priorizan en su deber la obra de la iglesia Prefieren que se resientan su reputación y su estatus si eso defiende la obra de la iglesia. En el deber saben aceptar el escrutinio de Dios y la supervisión de los hermanos y hermanas. Son sencillos y honestos de corazón. Sin embargo, yo no pensaba más que en preservar mi reputación y estatus, y hasta estaba dispuesta a que se resintiera la obra de la iglesia por proteger mi puesto. Recordé que los anticristos valoran el estatus por encima de todo y no reparan en nada por adquirirlo. Mi conducta revelaba precisamente el carácter de un anticristo. Cuanto más lo pensaba, más creía que demostraba ser como los de baja calaña, sin integridad ni dignidad. Estaba muy disgustada conmigo misma. Anhelaba de todo corazón ser una persona recta y honorable. Me acordé de estas palabras de Dios: “Para quienes aman la verdad, su opción es practicarla, ser gente honesta. Esta es la senda correcta bendecida por Dios. Los que no aman la verdad, ¿qué deciden hacer? Defender su reputación, estatus, dignidad e integridad con mentiras. Dichas personas prefieren ser astutas y ser aborrecidas y rechazadas por Dios. No quieren la verdad ni a Dios. Lo que eligen es su reputación y su estatus. Quieren ser astutas y no les importa si eso complace a Dios o si Dios las salva; entonces, ¿es posible que Dios salve de todos modos a dichas personas? En absoluto, porque toman la senda equivocada. Solo saben vivir mintiendo y engañando, y solo pueden llevar una vida dolorosa consistente en contar mentiras, encubrirlas y devanarse los sesos para defenderse cada día. Puede que pienses que con mentiras puedes proteger tu reputación deseada, tu estatus y tu vanidad, pero es un gran error. Las mentiras no solo no protegen tu vanidad y tu dignidad personal, sino que, además, más en serio, te hacen perder ocasiones de practicar la verdad y de ser honesto. Aunque defiendas tu reputación y tu vanidad en el momento, lo que pierdes es la verdad y traicionas a Dios, con lo que pierdes por completo la oportunidad de ganar Su salvación y ser perfeccionado. Esta es la mayor pérdida y un pesar eterno” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto es posible vivir como un auténtico ser humano). Sentí vergüenza cuando medité las palabras de Dios. Al depender de mentiras para preservar mi reputación y estatus a simple vista, me creía muy inteligente, pero me estaba perdiendo la oportunidad de ser honesta, y lo que es más, la de alcanzar la salvación y la verdad. Es una pérdida que no puede compensarse. Utilizaba mentiras y trucos una y otra vez para preservar mi reputación y estatus, pero Dios lo ve todo. Podría engañar a la gente un tiempo, pero nunca podría escapar al escrutinio de Dios. Tarde o temprano saldría a la luz que yo no hacía un trabajo práctico y que demoraba las cosas. El carácter de Dios no tolera ofensa. Si no me arrepentía, sino que continuaba optando por mentir y preservar el estatus, era una mera cuestión de tiempo que me destituyeran. Pensé en esos falsos líderes y anticristos. Solo trabajan por la reputación y el estatus y no hacen un trabajo práctico. Por su reputación y estatus, algunos ni siquiera dejan de causar estragos en el trabajo de la iglesia, terminan cometiendo mucha maldad y son revelados y descartados. También pensé en que, ahora, el trabajo más importante de la casa de Dios es expandir el evangelio del reino de Dios. Sin embargo, yo, encargada de la labor evangelizadora, no solo no era una fuerza impulsora de esa labor, sino que trataba de preservar mi reputación y estatus y la demoraba. En base a mi conducta, tenían que haberme reemplazado. Pude continuar en el deber gracias a la gran tolerancia de Dios hacia mí. Tras percatarme de todo esto, me presenté ante Dios a orar y arrepentirme, dispuesta a cambiar mi búsqueda errada, a aceptar que me supervisara la líder y a hacer mi mejor esfuerzo en el deber.
Luego, en mis devociones, leí un pasaje de las palabras de Dios que me dio una senda de práctica. Las palabras de Dios dicen: “Los que son capaces de aceptar la supervisión, el examen y la inspección de los demás son los más sensatos de todos, tienen tolerancia y una humanidad normal. Cuando descubras que estás haciendo algo incorrecto o rezumas un carácter corrupto, si eres capaz de abrirte y comunicarte con la gente, esto ayudará a los que te rodean a vigilarte. Ciertamente, es necesario aceptar la supervisión, pero lo principal es orar a Dios y ampararte en Él sometiéndote a una reflexión constante. Especialmente cuando te hayas equivocado o hecho algo mal, o cuando estés a punto de tomar una medida dictatorial y unilateral y alguien cercano te lo comente y te alerte, es preciso que lo aceptes y te apresures a hacer introspección, que admitas el error y lo corrijas. Esto puede evitar que entres en la senda de los anticristos. Si hay alguien que te ayuda y alerta de esta manera, ¿no estás protegido sin saberlo? Sí, esa es tu protección” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). ¡Gracias a Dios! Sentí una gran liberación una vez que tuve una senda de práctica y ya no estaba en guardia ante la supervisión y las averiguaciones de la líder. Asimismo, dejé de ocultar mis problemas y empecé a centrarme en hacer un trabajo práctico y en resolver problemas prácticos. No me sentía tan presionada cuando la líder preguntaba por mi trabajo y llegué a ser capaz de aceptar el escrutinio de Dios y de practicar la honestidad. Era capaz de confesar cuando no hacía bien algún trabajo y dejé de proteger mi reputación y estatus. Cuando la líder descubría problemas en mi trabajo, yo ya no pensaba en qué opinaría de mí o en si me destituiría, sino solamente en cómo transformarme cuanto antes y en hacer bien el trabajo. Estoy muy tranquila desde que pongo todo esto en práctica, y es maravilloso cumplir mi deber con el corazón abierto.