Cómo cambié mi comportamiento orgulloso

4 Dic 2022

Por Bernard, Camerún

Solía considerarme una persona muy inteligente, del tipo que siempre podía hacer absolutamente todo sin ayuda de nadie. Tanto en casa como en la escuela, siempre saltaba para responder una pregunta cuando mis hermanos no la sabían, y los despreciaba por eso. Mis hermanos mayores decían que yo era arrogante y vanidoso y que debía considerar más los sentimientos de los otros, pero yo pensaba que lo decían por puros celos, así que no me tomaba a pecho sus acusaciones.

En 2019 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Pronto comencé a regar a los recién llegados que acababan de aceptar la obra de Dios. De las tres hermanas que trabajaban conmigo, dos de ellas acababan de aceptar la obra de Dios unos pocos meses antes. La otra era la hermana Jonna, que me ayudaba en mi trabajo. Me seleccionaron como líder del grupo entonces, lo que para mí significaba que era el mejor del grupo. Al trabajar juntos, cuando preguntaban: “¿Esto puede hacerse así?” o “¿Quieres hacerlo de aquella manera?”, yo a menudo las callaba diciendo: “No, no se puede” o “No, no quiero”. Sentía que el trabajo había que hacerlo como yo mandaba. Por ejemplo, todas las veces, tras las reuniones de recién llegados, la hermana Jonna preguntaba: “¿Deberíamos preguntar a los recién llegados si lo entendieron todo?”. Yo respondía: “No hace falta. Ya se los pregunté durante la reunión. Ellos entienden, así que no necesitamos preguntarles de nuevo”. Cuando la hermana Jonna decía: “Cuando compartes y das testimonio de la verdad de la obra de Dios, deberías hablar en más detalle. Esto ayudará a los destinatarios potenciales del evangelio a determinar rápidamente que la obra de Dios es real”. Yo respondía sin pensar: “Ya lo he dicho todo. No hace falta repetirlo”. A veces, la hermana Jonna me decía que fuese a investigar la situación de los recién llegados, pero yo no quería. Pensaba que, como líder del grupo, yo debía estar diciéndole a ella qué hacer, y no al revés. A veces, la hermana Jonna preguntaba si los recién llegados tenían certezas sobre la obra de Dios. Cuando veía que ella se la pasaba entrometiéndose en mi trabajo, me enojaba y decía: “¡Tú no eres la líder del grupo, así que no tienes derecho a decirme cómo hacer mi trabajo!”. En ese momento, yo era muy arrogante. No solo me negaba a colaborar armoniosamente con la hermana Jonna, sino que tampoco lo hacía con las otras dos hermanas. Apenas les asignaba algún trabajo y, en cambio, me encargaba de los recién llegados yo solo. Como acababan de aceptar la obra de Dios, suponía que había muchas verdades sobre visiones que mis hermanas no entendían y esto les impediría realizar bien su trabajo. Cuando celebraba reuniones con ellas, siempre hablaba mucho y no les daba tiempo para compartir. Me preocupaba que no compartieran bien y que los recién llegados no las entendieran. En realidad, los recién llegados podían comprender a mis dos hermanas sin problemas. Era yo que simplemente no quería que compartieran porque las menospreciaba. Una vez, para dar a los recién llegados una base en el camino verdadero lo más rápido posible, quise compartir algunos aspectos más de la verdad, pero mis hermanas dijeron: “No puedes hacer eso. Nuestra reunión solo dura una hora y media. Si compartes demasiado, no habrá tiempo suficiente para que los recién llegados comprendan todo por completo. Podemos dividir la comunión en varias reuniones”. Yo era reacio a aceptar sus opiniones en ese entonces, y, en cambio, intenté todo lo posible para convencerlas de que me escucharan. Al final, no tuvieron otra opción más que acceder. Más adelante, estábamos regando a más de veinte recién llegados. Casi todos asistieron a la primera reunión, pero en las siguientes observé que cada vez más recién llegados se ausentaban. Al final, solo tres de los más de veinte originales seguían asistiendo a las reuniones. Esto no me había pasado nunca y me dejó muy confundido y negativo. Un día, el líder me preguntó sobre mi estado, y dije: “No es bueno. Últimamente los resultados de mi deber han sido muy pobres. En todas las reuniones comparto correctamente con los recién llegados, y luego les pregunto si lo entienden, y siempre dicen: ‘Sí, entiendo’, pero luego no regresan a las reuniones y no entiendo por qué”. El líder me dijo: “Debes hacer introspección. Puede que estés haciendo algo que hace que los recién llegados no quieran venir a las reuniones”. El líder continuó: “¿Les has preguntado a tus tres hermanas si han observado algo incorrecto en el contenido de tu riego o tus métodos?”. Yo dije: “No, no creo que pudieran darme ningún buen consejo”. El líder respondió: “Ese es el problema. Deberías pedirles sus opiniones en vez de confiar solo en ti mismo”. Cuando el líder lo puso en esos términos pareció correcto. Nunca se me había ocurrido pedir a mis hermanas sus opiniones. Siempre pensaba que yo era mejor obrero que ellas, y que sus ideas eran inútiles.

Entonces el líder me envió un pasaje de la palabra de Dios: “Cuando estáis colaborando con otros para cumplir con vuestros deberes, ¿podéis abriros a opiniones diferentes? ¿Podéis dejar que hablen los demás? (Sí, un poco. Antes, muchas veces no escuchaba las sugerencias de los hermanos y hermanas e insistía en hacer las cosas a mi manera. Fue después, cuando los hechos demostraron que estaba equivocado, cuando vi que la mayoría de sus sugerencias habían sido correctas, que la resolución de la que hablaban todos era la realmente adecuada, y que al confiar en mis propias opiniones era incapaz de ver las cosas con claridad y tenía carencias. Tras experimentar esto, me di cuenta de lo importante que es colaborar en armonía). ¿Y qué puedes ver a partir de esto? Tras experimentar esto, ¿recibiste algún beneficio y entendiste la verdad? ¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es un hecho, y es la postura que las personas deben adoptar para abordar correctamente sus propios méritos y sus puntos fuertes o defectos; esta es la racionalidad que deben poseer. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad-verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar sus puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios. Si siempre crees que eres muy bueno y los demás son peores comparados contigo, si siempre quieres tener la última palabra, entonces esto va a ser problemático. Este es un problema de carácter. ¿Acaso tales personas no son arrogantes y sentenciosas?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios señalaron mi problema. Dios dice: “Cuando estáis colaborando con otros para cumplir con vuestros deberes, ¿podéis abriros a opiniones diferentes? ¿Podéis dejar que hablen los demás?”. Al contemplar las preguntas de Dios, reflexioné sobre cómo había colaborado con mis tres hermanas en ese tiempo. Me negué a aceptar todas y cada una de las sugerencias que me hicieron. Incluso si sus opiniones eran buenas o correctas, seguía sin estar de acuerdo porque no quería que me pensaran inferior a ellas. Pensaba que era el mejor y, por ello, que era el único que podía dar buenos consejos. Era el líder del grupo, así que debían escucharme, no era yo quien debía escucharlas. Las palabras de Dios dicen que todo el mundo tiene defectos y necesita ayuda de los demás, pero siempre pensaba que yo era el mejor y que era superior al resto. ¿No era esto arrogancia y vanidad? En las palabras de Dios vi que Dios desdeña a la gente que es así.

Más adelante, leí otro pasaje de la palabra de Dios: “Cuando siempre hay que rehacer el trabajo al cumplir la gente con su deber, el mayor problema no es la carencia de conocimientos especializados o la falta de experiencia, sino que, como son demasiado sentenciosos y arrogantes, como no trabajan en armonía, sino que deciden y actúan solos, y así provocan un desastre en el trabajo, no se logra nada, y se desperdicia todo el esfuerzo. Y el problema más grave de ello es el carácter corrupto de la gente. Cuando el carácter corrupto de la gente es demasiado grave, no son buenas personas, son personas malvadas. El carácter de las personas malvadas es mucho más grave que el carácter corrupto común. Las personas malvadas son susceptibles de cometer acciones malvadas, son susceptibles de trastornar y perturbar la obra de la iglesia. Lo único que las personas malvadas son capaces de hacer cuando cumplen un deber es hacer mal las cosas y complicarlas; su mano de obra es más problemática que valiosa. Algunas personas no son malvadas, pero cumplen con su deber de acuerdo con su carácter corrupto y, del mismo modo, son incapaces de cumplirlo adecuadamente. En síntesis, el carácter corrupto es extremadamente obstructivo para que la gente pueda cumplir adecuadamente con su deber. ¿Qué aspecto del carácter corrupto de la gente diríais que tiene mayor impacto en la efectividad con la cual cumple su deber? (La arrogancia y la sentenciosidad). ¿Y cuáles son las manifestaciones principales de la arrogancia y la sentenciosidad? Tomar decisiones por su cuenta, hacer las cosas a su manera, no escuchar las sugerencias de los demás, no consultar con otros, no cooperar armoniosamente, y siempre tratar de tener la última palabra sobre las cosas. Aunque unos cuantos hermanos y hermanas cooperen para cumplir una tarea concreta, ocupándose cada uno de la suya propia, ciertos líderes de grupo o supervisores siempre quieren tener la última palabra. Hagan lo que hagan, nunca cooperan armoniosamente con los demás y no se involucran en la comunicación, y hacen las cosas precipitadamente sin llegar a un consenso con los demás. Hacen que todo el mundo los escuche solo a ellos, y ahí está el problema(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Estas palabras de Dios me conmovieron profundamente. No entendía por qué no podía cumplir mi deber de manera eficaz antes. Solo tras leer la palabra de Dios comprendí que debido a mi carácter arrogante me era imposible colaborar con otros. Durante el tiempo que trabajé con las tres hermanas, siempre tenía la última palabra. Esto era evidente cada vez que discutíamos el contenido de una próxima reunión; todos aportaban sus ideas y opiniones, y luego debíamos decidir juntos cuál sería el tema principal de la reunión para asegurarnos que fuese eficaz. En cambio, yo tomaba mis propias decisiones sin tener nunca en cuenta sus opiniones porque pensaba que la mía era mejor y no necesitaba escuchar a los demás. Cuando alguien tenía una objeción, encontraba varias razones para rechazarla. Era demasiado arrogante para aceptar el consejo de los demás. Mi deber no tenía la guía de Dios y, por lo tanto, no era eficaz. Para mí, este fracaso fue una revelación.

Un día, una hermana me envió dos pasajes de la palabra de Dios. Dios dice: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y someterte a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a las intenciones de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y vanidosa. Tu arrogancia y vanidad te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída! Para resolver el problema de hacer el mal, primero deben resolver su naturaleza. Sin un cambio de carácter, no sería posible obtener una resolución fundamental a este problema(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo persiguiendo la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). “Debes recordarlo: cumplir con tu deber no es una cuestión de dedicarte a tus propias empresas o a tu propia gestión. Este no es tu trabajo personal, es la obra de la iglesia, y tú solo aportas las fortalezas que tengas. Lo que haces en la obra de gestión de Dios es solo una pequeña parte de la colaboración del hombre. El tuyo es solo un papel menor secundario. Esa es la responsabilidad que tienes. En tu corazón, debes tener esa razón. Y así, sin importar cuántas personas estén cumpliendo juntas con su deber o a qué dificultades se enfrenten, lo primero que todos deberían hacer es orar a Dios y compartir en comunión, buscar la verdad, y luego determinar cuáles son los principios de práctica. Al cumplir con su deber de esa manera, tendrán una senda de práctica. Algunos siempre intentan alardear y, cuando se les asigna responsabilidad en un trabajo, siempre quieren tener la última palabra. ¿Qué clase de comportamiento es este? Es hacer lo que les da la gana. Hacen planes por su cuenta, sin informar sobre sus opiniones ni discutirlas con nadie; no las comparten ni las abren a los demás, sino que las mantienen ocultas en su corazón. Cuando llega el momento de actuar, siempre quieren asombrar a los demás con sus magníficos logros, darles a todos una gran sorpresa para que los tengan en alta estima. ¿Es eso cumplir con su deber? Están intentando alardear; y cuando tengan estatus y renombre, comenzarán a ocuparse de sus propios asuntos. ¿Acaso esas personas no tienen ambiciones descabelladas? ¿Por qué no le dirías a nadie lo que estás haciendo? Si este trabajo no es solo tuyo, ¿a qué viene actuar sin discutirlo con nadie y tomar decisiones por tu cuenta? ¿Por qué actuar en secreto, moviéndote en las sombras para que nadie lo sepa? ¿Por qué intentar siempre que la gente te haga caso solo a ti? Está claro que consideras este trabajo como tu obra personal. Eres el jefe y todos los demás son obreros: todos trabajan para ti. Si siempre tienes esta mentalidad, ¿no es eso un problema? ¿Acaso lo que revela este tipo de persona no es el carácter propio de Satanás? Cuando la gente así cumple con un deber, tarde o temprano será descartada(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Solo al leer la palabra de Dios entendí que la arrogancia se había convertido en mi naturaleza y lo que yo naturalmente revelaba. En el momento en el que tuve estatus en la iglesia, solo quise aprovecharlo como una oportunidad para jactarme de mis habilidades. Quería demostrar que era el mejor y que escogerme como líder de grupo era la elección correcta. También quería demostrar a mis compañeras que era mejor que ellas y no necesitaba su consejo ni ayuda. Por mi arrogancia, siempre pensaba que lo sabía todo y que no servía de nada escuchar a nadie más. Trataba mis ideas como la verdad, ordenaba a los demás que hicieran las cosas como yo quería, y no buscaba la verdad ni confiaba en Dios en mi deber. Por el contrario, confiaba en mi propia experiencia e inteligencia para regar a los recién llegados, obligando a los otros a obedecerme. Vivía atrapado en mi carácter arrogante, no aceptaba la verdad y obligaba a los demás a escucharme. ¿No es ese el carácter satánico? Antes de creer en Dios, yo ya era una persona muy arrogante. Despreciaba a la gente que era inferior a mí, incluyendo a mis hermanos. Recuerdo que, cuando era niño, mi padre me regañaba a voces cuando no sacaba la mejor nota de mi clase en los exámenes: “Tienes que sacar la nota más alta en los exámenes, ¡adelantarte a todos!”. Mi abuela también solía decirme: “Tienes que esforzarte por ser el mejor, ¡es la única forma de que te respeten!”. Debido a esto, siempre intentaba destacar sobre los demás y ser el número uno. Para mí esa era la única manera de mostrar a los demás que yo era el mejor. Pensaba que escuchar a los otros me haría quedar mal así que no quería aceptar consejos suyos. Solo la palabra de Dios me hizo entender que esta opinión era del todo incorrecta. Siempre me ponía por encima de los demás y me negaba a escuchar a todos, y este es el carácter satánico. Si no cambiaba, no solo no lograría buenos resultados en mi deber, sino que haría el mal y me opondría a Dios. Al final, sería descartado por Dios. Leer la palabra de Dios también me hizo comprender que cumplir mi deber no es mi empresa personal, sino la obra de la iglesia que debo cumplir de acuerdo a los requerimientos de Dios. Cuando encaro dificultades, debo trabajar con los demás y debemos buscar la verdad juntos para resolverlas. Antes de tomar una decisión, también debo buscar el consejo de otros. Si no consideraba las opiniones de los demás y siempre actuaba unilateralmente, demorando la obra de la iglesia, al cumplir mi deber de esa manera, en lugar de preparar buenas obras, hacía el mal. Al reconocer esto, quise cambiar mi actitud hacia mi deber y ser capaz de colaborar en armonía con mis hermanos y hermanas.

Durante mis devociones, leí otro pasaje de la palabra de Dios: “¿Qué decís, es difícil cooperar con otras personas? En realidad, no lo es. Incluso se podría decir que es fácil. Sin embargo, ¿por qué la gente sigue pensando que es difícil? Porque tienen un carácter corrupto. Para aquellos que poseen humanidad, conciencia y razón, cooperar con los demás es relativamente fácil, y pueden sentir que se trata de algo placentero porque no es fácil para nadie lograr las cosas por sí mismo y sea cual sea el campo en el que se involucre o lo que esté haciendo, siempre es bueno tener a alguien ahí para indicar las cosas y ofrecer ayuda; es mucho más fácil que hacerlo por tu cuenta. Además, hay límites en cuanto a lo que el calibre de las personas puede hacer o lo que ellas pueden experimentar. Nadie puede ser experto en todos los ámbitos. Es imposible que alguien pueda saberlo todo, ser capaz de todo, hacerlo todo; eso es imposible, y todo el mundo debería poseer tal razón. Y, así, hagas lo que hagas, ya sea importante o no, siempre necesitarás a alguien ahí para ayudarte, para señalarte el camino y darte consejos o cooperar contigo para hacer cosas. Es la única manera de asegurarse de que las harás del modo más correcto, de que cometerás menos errores, y será menos probable que te desvíes; se trata de algo bueno(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Quieren que los demás se sometan solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Tras contemplar la palabra de Dios, comprendí que solo al colaborar con los demás podría cumplir bien en verdad mis deberes y vivir con una humanidad normal. Solía pensar que, porque algunas de mis compañeras acababan de aceptar la obra de Dios solo hacía unos meses y acababan de empezar el riego de recién llegados, no entendían muchas cosas; mientras que yo, por el contrario, llevaba tres años creyendo en Dios y tenía más experiencia que ellas, así que nunca aceptaba sus sugerencias ni opiniones. Ahora podía ver que esta opinión era incorrecta. Aunque llevaba más tiempo creyendo en Dios y tenía más experiencia que ellas, eso no significaba que fuera mejor que ellas en todo. Sin colaborar con mis hermanos y hermanas, era imposible cumplir bien mi deber. Por ejemplo, yo no tenía un entendimiento profundo de ciertas verdades, lo que me hacía compartir mal en algunas reuniones. Necesitaba un compañero para que me ayudara a elaborar la charla y ser claro al compartir. A veces, los recién llegados no podían venir a las reuniones por enfermedad o trabajo, y no podía encontrar nada en la palabra de Dios que se aplicara a sus situaciones, así que yo también necesitaba de la asistencia de mis compañeros. En verdad, todos tienen la oportunidad de ser esclarecidos por Dios. Dios no solo me esclareció. Me tenía a mí mismo en demasiada estima y consideraba idiotas a los demás. Esto era un error y era insensato. El esclarecimiento y la guía de Dios no dependen de cuánta experiencia tengamos, depende de si podemos buscar y aceptar la verdad. En realidad, todos tienen sus habilidades, como la hermana Jonna, quien llevó la carga en su deber y a menudo ofrecía buenas sugerencias. Debería haber colaborado con la hermana y aprendido de sus habilidades para compensar mis defectos.

Después, intenté escuchar las opiniones de las hermanas que tenía de compañeras en mi deber. Al final de cada reunión, cuando mis hermanas me pedían que preguntase a los recién llegados individualmente si comprendieron el contenido de la reunión de aquel día, hacía lo que me sugerían ya no me resistía como antes. Cuando me pedían que compartiese con los recién llegados en más detalle para tratar de aliviar su confusión, también lo hacía. A veces, también me daban algunas ideas para regar mejor a los recién llegados y, tras aceptarlas, las llevaba a cabo. Después de poner esto en práctica, vi que más recién llegados asistían a las reuniones, y esto me hacía muy feliz. Pensé en las palabras de Dios: “El Espíritu Santo no solo obra en ciertas personas a las que Dios usa, sino que, además, lo hace en la iglesia. Podría estar obrando en cualquier persona. Él puede obrar en ti en el presente y tú experimentarás esta obra. Durante el siguiente periodo, puede obrar en otra persona, en cuyo caso, debes apresurarte a seguirlo; cuanto más de cerca sigas la luz del presente, más podrá crecer tu vida. No importa qué clase de persona sea alguien, si el Espíritu Santo obra en ella, debes seguirla. Asimila sus experiencias a través de las tuyas, y recibirás cosas incluso más elevadas. Al hacerlo, progresarás con mayor rapidez. Esta es la senda de la perfección para el hombre y la manera mediante la cual la vida crece(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que se someten a Dios con un corazón sincero, con seguridad serán ganados por Él). Las palabras de Dios me hicieron entender más claramente que no puedo ser arrogante y vanidoso e insistir con mi manera al cumplir mi deber. En cambio, debo escuchar más el consejo de los demás. Esto es porque el Espíritu Santo esclarece e ilumina a todos. Por mucho tiempo que lleve una persona creyendo en Dios o aunque tenga estatus, mientras lo que diga concuerde con la verdad, debemos aceptarlo y someternos. Si nos negamos a escuchar, no recibiremos la guía de Dios en nuestro deber. Al atravesar esta experiencia aprendí la importancia de colaborar en armonía con mis hermanos y hermanas y de no insistir con mi propia manera en mi deber.

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