Cómo cambié mi comportamiento orgulloso
Antes, siempre me consideraba una persona muy inteligente. Creía que siempre podía hacerlo todo sin ayuda de nadie. Tanto en casa como en la escuela, me preguntasen lo que me preguntasen, incluso cuando mis hermanos mayores no tenían respuesta, yo sí la tenía, y los despreciaba por ello. Mis hermanos mayores decían que yo era arrogante y que tenía que cambiar y considerar los sentimientos de los demás, pero pensaba que lo decían porque me tenían celos, así que no me importaban sus acusaciones.
En 2019 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Pronto comencé a regar a los recién llegados que acababan de aceptar la obra de Dios. De las tres hermanas que trabajaban conmigo entonces, dos de ellas acababan de aceptar la obra de Dios unos pocos meses antes. La otra era la hermana Jonna, que me ayudaba en mi trabajo. Me seleccionaron como líder del grupo entonces, lo que para mí significaba que era el mejor del grupo. Al trabajar juntos, cuando sugerían una manera diferente de hacer algo, a menudo no estaba de acuerdo y decía que había que hacerlo como yo mandaba. Por ejemplo, todas las veces, tras las reuniones para recién llegados, la hermana Jonna preguntaba: “¿Deberíamos preguntar a los recién llegados si lo entendieron todo?”. Yo decía: “No hace falta. Ya se lo pregunté durante la reunión, lo entienden y por eso no hace falta que preguntemos de nuevo”. Cuando la hermana Jonna decía: “Cuando compartes la verdad de la obra de Dios, deberías hablar en más detalle. Esto ayudará a los posibles conversos del evangelio a determinar rápidamente que la obra de Dios es real”, yo decía sin pensar: “Ya lo he dicho todo. No hace falta repetirlo”. A veces, la hermana Jonna me decía que fuese a investigar la situación de los recién llegados, pero yo no quería. Pensaba que, como líder del grupo, yo debía disponer lo que ella hacía, y ella no tenía que decirme lo que yo debía hacer. A veces, la hermana Jonna preguntaba si los recién llegados entendían la comunión de las reuniones. Cuando veía que ella hacía seguimiento siempre de mi trabajo, me enojaba. Ella no era la líder del grupo. No tenía el derecho de decirme qué hacer. En ese momento, yo era muy arrogante. No colaboraba con la hermana Jonna ni con las otras dos hermanas. Normalmente, yo apoyaba a los recién llegados, y a ellas no les asignaba ningún trabajo. Pensaba que acababan de aceptar la obra de Dios y no entendían muchas verdades de la visión, así que podrían no hacerlo bien. Cuando celebraba reuniones con ellos, siempre hablaba mucho y no les daba tiempo para compartir. Me preocupaba que no compartieran bien y que los recién llegados no entendieran. En realidad, los recién llegados podían comprender la comunión de las dos hermanas. Pero las despreciaba y por eso no quería que compartieran. Una vez, para darles a los recién llegados una base en el camino verdadero lo antes posible, quise compartir algunos aspectos más de la verdad, pero las hermanas dijeron: “No puedes hacer eso. Nuestra reunión solo dura una hora y media. Si compartes demasiado, no habrá tiempo suficiente y los recién llegados no entenderán. Podemos dividir la comunión en varias reuniones”. Pero era reacio a aceptar sus opiniones en ese entonces, e intenté todo lo posible para convencerlas y hacer que me escucharan. Al final, tuvieron que acceder. Más adelante, regamos a más de veinte recién llegados. Casi todos los recién llegados estaban presentes en la primera reunión, pero en las siguientes reuniones, observé que cada vez más recién llegados estaban ausentes. Al final, solo tres de los más de veinte originales asistían a las reuniones con frecuencia. Nunca me había pasado esto desde que comencé a regar a los recién llegados. Estaba muy confuso y era muy negativo en ese momento. Entonces, un día, el líder me preguntó sobre mi estado, y dije: “No es bueno. Durante este período, he cumplido con mi deber de manera muy deficiente. Cada vez que comparto correctamente con los recién llegados, también les pregunto si lo entienden, y siempre dicen que sí, pero no entiendo por qué no vienen a las reuniones”. El líder me dijo: “Debes hacer introspección. ¿Has hecho algo inadecuado para que los recién llegados no quieran venir?”. El líder continuó: “¿Les has preguntado a tus tres hermanas compañeras si han observado algo incorrecto en el contenido de tu riego o tus métodos?”. Yo dije: “No, no creo que puedan dar ningún buen consejo”. El líder dijo: “Ese es el problema. Deberías pedirles su opinión en vez de siempre confiar en ti mismo”. Lo que el líder dijo me pareció correcto. Nunca se me había ocurrido preguntar a mis hermanas compañeras. Siempre pensaba que trabajaba mejor que ellas, así que sus ideas me parecían inútiles.
Entonces el líder me envió un pasaje de la palabra de Dios. “Cuando estáis colaborando con otros para cumplir con vuestros deberes, ¿podéis abriros a opiniones diferentes? ¿Podéis dejar que hablen los demás? (Sí, un poco. Antes, muchas veces no escuchaba las sugerencias de los hermanos y hermanas e insistía en hacer las cosas a mi manera. Fue después, cuando los hechos demostraron que estaba equivocado, cuando vi que la mayoría de sus sugerencias habían sido correctas, que fue el resultado del que hablaban todos el realmente adecuado, que mis opiniones eran erróneas y deficientes. Tras experimentar esto, me di cuenta de lo importante que es colaborar en armonía). ¿Y qué podemos ver a partir de esto? Tras experimentar esto, ¿recibiste algún beneficio y entendiste la verdad? ¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es así. Esta es también la actitud que la gente debe tener sobre sus méritos y sus puntos fuertes o sus defectos; esta es la racionalidad que debe tener la gente. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad de la verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar los respectivos puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios. Si siempre crees que eres muy bueno y los demás son peores comparados contigo, si siempre quieres tener la última palabra, entonces esto va a ser problemático. Este es un problema de carácter. ¿Acaso tales personas no son arrogantes y engreídas?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios señalaron mi problema. Dios dice: “Cuando estáis colaborando con otros para cumplir con vuestros deberes, ¿podéis abriros a opiniones diferentes? ¿Podéis dejar que hablen los demás?”. Al contemplar las preguntas de Dios, reflexioné sobre mi colaboración con las tres hermanas en este período. Me negué a aceptar todas sus sugerencias. Incluso si su opinión era buena o correcta, seguía sin estar de acuerdo siempre porque no quería que pensaran que no era tan bueno como ellas. Pensaba que era el mejor, así que era el único que podía dar buenos consejos. Era el líder del grupo, así que debían obedecerme y escucharme, no era yo quien debía escucharlas. Las palabras de Dios dicen que todo el mundo tiene defectos y necesita ayuda de los demás, pero siempre pensaba que yo era el mejor y que era superior. ¿No era esto soberbia? En las palabras de Dios vi que Dios odia a esta gente.
Más adelante, leí otro pasaje de la palabra de Dios. “Cuando siempre hay que rehacer el trabajo al cumplir la gente con su deber, el mayor problema no es la carencia de conocimientos especializados o la falta de experiencia, sino que, como son demasiado santurrones y arrogantes, como no trabajan en armonía, sino que deciden y actúan solos, y así provocan un desastre en el trabajo, no se logra nada, y se desperdicia todo el tiempo y el esfuerzo. Y el problema más grave de ello es el carácter corrupto de la gente. Cuando el carácter corrupto de la gente es demasiado grave, dejan de ser buena gente, son malvados. El carácter de la gente malvada es mucho más grave que el carácter corrupto común. Los malvados son susceptibles de cometer maldades, son susceptibles de entrometerse y perturbar la obra de la iglesia. Lo único que los malvados son capaces de hacer cuando cumplen un deber es hacer mal las cosas y complicarlas; su servicio es más problemático que valioso. Algunos no son malvados, pero cumplen con su deber de acuerdo con su carácter corrupto y, del mismo modo, son incapaces de cumplirlo adecuadamente. En síntesis, el carácter corrupto es extremadamente obstructivo para que la gente pueda cumplir adecuadamente con su deber. ¿Qué aspecto del carácter corrupto de la gente diríais que tiene mayor impacto en la efectividad con la cual cumple su deber? (La arrogancia y la santurronería). ¿Y cuáles son las manifestaciones principales de la arrogancia y la santurronería? Tomar decisiones por su cuenta, hacer las cosas a su manera, no escuchar las sugerencias de los demás, no consultar con otros, no cooperar armoniosamente, y siempre tratar de tener la última palabra sobre las cosas. Aunque unos cuantos hermanos y hermanas cooperen para cumplir una tarea concreta, ocupándose cada uno de la suya propia, ciertos líderes de grupo o supervisores siempre quieren tener la última palabra. Hagan lo que hagan, nunca cooperan armoniosamente con los demás y no se involucran en la comunicación, y hacen las cosas precipitadamente sin llegar a un consenso con los demás. Hacen que todo el mundo los escuche solo a ellos, y ahí está el problema” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Estas palabras de Dios me conmovieron profundamente. No entendía por qué no podía cumplir mi deber de manera eficaz antes. Solo tras leer la palabra de Dios comprendí que era debido a que mi carácter era demasiado arrogante y no podía colaborar con otros. Durante ese período, cuando trabajaba con las tres hermanas, siempre tenía la última palabra. Cada vez que discutíamos el contenido a compartir en las reuniones, todos deberían poder haber aportado sus ideas y opiniones, y entonces decidiríamos cuál sería el tema general de la reunión para asegurarnos de que fuese eficaz. Pero tomé mis propias decisiones sin pedirles su opinión porque pensaba que mi opinión era buena y no necesitaba escuchar a los demás. Cuando alguien tenía una objeción, encontraba varias razones para rechazarla. Como era demasiado arrogante para aceptar el consejo de los demás no tenía la guía o bendición de Dios y no era eficaz en mi deber. Mi fracaso me expuso esta vez.
Más adelante, el líder me envió dos pasajes de la palabra de Dios. Dios dice: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída! Para resolver el problema de hacer el mal, primero deben resolver su naturaleza. Sin un cambio de carácter, no sería posible obtener una resolución fundamental a este problema” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). “Debes recordarlo: cumplir con tu deber no es una cuestión de acometer tus propios empeños o tu propia gestión. Este no es tu trabajo personal, es la obra de la iglesia, y tú solo aportas las fortalezas que tengas. Lo que haces en la obra de gestión de Dios es solo una pequeña parte de la colaboración del hombre. El tuyo es solo un papel menor secundario, tienes una responsabilidad menor. En tu corazón, debes razonar así. Y así, sin importar cuántas personas trabajen en una tarea, ante la dificultad, lo primero que todos deberían hacer es orar a Dios y compartir en comunión, buscar la verdad, y luego determinar cuáles son los principios de práctica. Al hacer esto, tendrán una senda de práctica. Algunos siempre intentan alardear y, cuando se les asigna responsabilidad en un trabajo, siempre quieren tener la última palabra. ¿Qué clase de comportamiento es este? Es hacer lo que les da la gana. Hacen planes por su cuenta, sin informar sobre sus opiniones ni discutirlas con nadie; no las comparten ni las abren a los demás, sino que las mantienen ocultas en su corazón. Cuando llega el momento de actuar, siempre quieren asombrar a los demás con sus magníficos logros, darles a todos una gran sorpresa para que los tengan en alta estima. ¿Es eso cumplir con su deber? Están intentando alardear; y cuando tengan estatus y renombre, comenzarán a ocuparse de sus propios asuntos. ¿Acaso esas personas no tienen ambiciones descabelladas? ¿Por qué no le dirías a nadie lo que estás haciendo? Si este trabajo no es solo tuyo, ¿a qué viene actuar sin discutirlo con nadie y tomar decisiones por tu cuenta? ¿Por qué actuar en secreto, moviéndote en las sombras para que nadie lo sepa? ¿Por qué intentar siempre que la gente te haga caso solo a ti? Está claro que consideras este trabajo como tu obra personal. Eres el jefe y todos los demás son obreros: todos trabajan para ti. Si siempre tienes esta mentalidad, ¿no es eso un problema? ¿Acaso lo que revela este tipo de persona no es el carácter propio de Satanás? Cuando la gente así cumple con un deber, tarde o temprano será descartada” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Solo al leer la palabra de Dios entendí que la arrogancia se había convertido en mi naturaleza y la revelaba naturalmente. Cuando tenía estatus en la iglesia, solo quería aprovechar esta oportunidad para jactarme, como una manera de demostrar que era mejor que los demás y era la mejor opción como líder de grupo. También quería demostrar a mis compañeras que era mejor que ellas y no necesitaba su consejo ni ayuda. Por mi arrogancia, siempre pensaba que lo sabía todo y que no servía de nada escuchar a los demás. Trataba mis ideas como la verdad, ordenaba a los demás que hicieran las cosas como yo quería, y no buscaba la verdad ni confiaba en Dios en mi deber. Por el contrario, confiaba en mi propia experiencia y calibre mental para regar a los recién llegados y obligaba a otros a escucharme y obedecerme. ¿No era igual que el arcángel? El arcángel era arrogante y no adoraba a Dios. Quería estar a la misma altura que Dios, y al final, traicionó a Dios junto con muchos ángeles. Vivía atrapado en mi carácter arrogante, no aceptaba la verdad y obligaba a los demás a escucharme. Me oponía y traicionaba a Dios como el arcángel. También recordé que, antes de creer en Dios, era una persona arrogante. Despreciaba a la gente que era inferior, incluyendo mis hermanos. Cuando era niño, cuando no sacaba la mejor nota en los exámenes, mi padre me regañaba a voces: “Tienes que sacar la mejor nota en los exámenes, ¡mejor que todos!”. Mi abuela solía decirme: “Tienes que esforzarte por ser el mejor para que te respeten”. Al oírles decirme estas cosas, siempre intentaba destacar entre los demás y ocupar el primer lugar para parecer más fuerte que todos. Pensaba que escuchar a los demás me haría quedar mal así que no quería aceptar consejos de otros. La palabra de Dios es lo que me hizo entender que estas opiniones eran completamente incorrectas. Siempre me ponía por encima de los demás y me negaba a someterme a nadie. Este es un carácter satánico. Si no cambiaba, no solo no lograría buenos resultados en mi deber, sino que haría el mal y me opondría a Dios, y al final, sería descartado y castigado por Dios. Leer la palabra de Dios también me hizo comprender que mi deber no es mi carrera personal, sino la obra de la iglesia. Cuando encaro dificultades, tengo que trabajar con los demás para resolverlas, y antes de tomar una decisión, necesito buscar el consejo de mis compañeros. Si tomo decisiones sin considerar las opiniones de los demás y demorar la obra de la iglesia, cumplir mi deber de esta manera es hacer el mal. Cuando lo reconocí, quise cambiar mi actitud hacia mi deber y colaborar en armonía con los demás.
Más adelante, durante mis devociones, leí otro pasaje de la palabra de Dios. “¿Qué decís, es difícil cooperar con otras personas? En realidad, no lo es. Incluso se podría decir que es fácil. Sin embargo, ¿por qué la gente sigue pensando que es difícil? Porque tienen un carácter corrupto. Para aquellos que poseen humanidad, conciencia y razón, cooperar con los demás es relativamente fácil, y es probable que sientan que se trata de algo placentero. Como no es fácil para nadie lograr las cosas por sí mismo, sea cual sea el campo en el que se involucre o lo que esté haciendo, siempre es bueno tener a alguien ahí para indicar las cosas y ofrecer ayuda; es mucho más fácil que hacerlo por tu cuenta. Además, hay límites en cuanto a lo que el calibre de las personas puede hacer o lo que ellas pueden experimentar. Nadie puede ser experto en todos los ámbitos; es imposible que alguien pueda saberlo todo, aprenderlo todo, hacerlo todo; eso es imposible, y todo el mundo debería poseer tal razón. Y, así, hagas lo que hagas, ya sea importante o no, siempre debe haber personas ahí para ayudarte, para señalarte el camino, para darte consejo y para ayudarte con las cosas. De esta manera, harás las cosas de manera más correcta, será más difícil cometer errores y será menos probable que te desvíes, todo lo cual es para bien” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8 (I)). Tras contemplar las palabras de Dios, comprendí que solo al colaborar con los demás podemos cumplir nuestro deber y vivir con una humanidad normal. Solía pensar que algunas de mis compañeras acababan de aceptar la obra de Dios solo hacía unos meses y acababan de empezar el trabajo de riego, así que no entendían muchas cosas, mientras que yo llevaba tres años creyendo en Dios y tenía más experiencia que ellas, así que nunca aceptaba sus sugerencias ni opiniones. Ahora podía ver que esta opinión era incorrecta. Aunque llevaba más tiempo creyendo en Dios y tenía más experiencia que ellas, no significaba que fuera mejor que ellas en todo. Sin la colaboración de los hermanos y hermanas, es imposible cumplir mi deber bien. A veces, en las reuniones, superficialmente entendía alguna verdad y compartía mal, necesitaba un compañera para compartir más claramente. A veces, los recién llegados no podían venir a las reuniones por enfermedad, o no podían asistir frecuentemente por el trabajo, y no encontraban la palabra de Dios que se aplicara a su situación, así que necesitaba a mis compañeras. De hecho, todos tienen la oportunidad de ser esclarecidos por Dios. Dios no solo a mí me esclareció y me dio calibre. Me tenía a mí mismo en demasiada estima y consideraba idiotas a los demás. Esto era un error y era insensato. El esclarecimiento y la guía de Dios no dependen de cuánta experiencia tengamos, depende de si podemos buscar y aceptar la verdad. Y todos tienen sus habilidades, como la hermana Jonna, quien llevó la carga en su deber y a menudo ofrecía buenas sugerencias. Debería haber colaborado con la hermana y aprendido de sus habilidades para compensar mis defectos.
Después, intenté escuchar las opiniones de los hermanos y hermanas en mi deber. Y al final de cada reunión, cuando la hermana me pedía que preguntase a los recién llegados individualmente si comprendían lo que se había dicho, hice lo que me sugirió y ya no me resistí como antes. Además, cuando me pedía que compartiese con más detalle con los recién llegados en las reuniones e hiciese todo lo posible por resolver los problemas de los recién llegados, también lo hacía. A veces, también me daba buenas ideas para regar a los recién llegados, y las llevaba a cabo. Después de esto, vi que más recién llegados asistían a las reuniones, y esto me hacía muy feliz. Pensé en las palabras de Dios: “El Espíritu Santo no solo obra en ciertas personas a las que Dios usa, sino que, además, lo hace en la iglesia. Podría estar obrando en cualquier persona. Él puede obrar en ti en el presente y tú experimentarás esta obra. Durante el siguiente periodo, puede obrar en otra persona, en cuyo caso, debes apresurarte a seguirlo; cuanto más de cerca sigas la luz del presente, más podrá crecer tu vida. No importa qué clase de persona sea alguien, si el Espíritu Santo obra en ella, debes seguirla. Asimila sus experiencias a través de las tuyas, y recibirás cosas incluso más elevadas. Al hacerlo, progresarás con mayor rapidez. Esta es la senda de la perfección para el hombre y la manera mediante la cual la vida crece” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que obedecen a Dios con un corazón sincero, con seguridad serán ganados por Él). Las palabras de Dios me hicieron entender más claramente que no puedo ser arrogante e insistir en mi manera en mi deber y tengo que colaborar con los demás. Esto es porque el Espíritu Santo esclarece e ilumina a todos. Por mucho tiempo que lleve una persona creyendo en Dios o aunque tenga estatus, mientras lo que diga concuerde con la verdad, debemos aceptarlo y obedecer. Si nos negamos a escuchar, Dios no nos bendecirá en nuestro deber. Esta experiencia me mostró la importancia de colaborar en armonía en mi deber.