Así corregí mis mentiras
Antes mentía y me ganaba el favor de la gente como si nada, pues me daba miedo decepcionarla u ofenderla por decir la verdad. Acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días en noviembre de 2018 y aprendí de Sus palabras que Él detesta a la gente deshonesta y astuta, y que le gusta la que es pura y honesta. Decidí poner en práctica las palabras de Dios y ser honesta, y, con algo de práctica, logré hablar honestamente la mayor parte del tiempo. Por ejemplo, cuando tuve que pagar más de 50 € por mi medicación, pero el farmacéutico se equivocó y me cobró solo la mitad, le señalé el error sin pensármelo. Pero me costaba más ser honesta cuando algo afectaba a mi reputación o a mis intereses personales.
Una tarde, cuando iba a echarme una siesta, mi compañera, la hermana Susana, de repente me envió un mensaje en el que me decía que quería charlar conmigo de trabajo. No me hizo demasiada gracia su mensaje porque estaba muy ocupada, no había dormido suficiente, estaba cansada y no quería hablar de nada. En ese momento no podía pensar en nada que no fuera descansar, pero no quería decírselo directamente a Susana porque me daba miedo que pensara que era vaga y que me preocupaba en exceso el bienestar físico, y que se hiciera una mala imagen de mí. Así pues, por una cuestión de imagen, le dije: “Lo siento, tengo una cita importante. Tengo médico”. Me salió esa mentira sin ni siquiera pensármela. Tras mentirle a Susana, me sentí tan culpable que no descansé nada y me sentí fatal todo el tiempo. A Dios le agrada la gente honesta. ¿Cómo podía mentir tan a la ligera? ¿Cómo iban a confiar en mí? Sabía que no estaba bien mentir por mi bienestar físico, que eso no agradaba a Dios y que debía priorizar la labor de la iglesia. Contacté enseguida con Susana. Me preguntó si ya había vuelto de mi cita. No quería quedar mal con ella y que pensara que era una persona astuta, así que no le dije la verdad y simplemente seguí mintiendo, le dije: “Mi médica al final canceló, tenía que ir a la clínica de vacunación”. La conversación giró después a temas de trabajo, pero yo tenía una sensación de culpa. Le había mentido y no lo había admitido, sino que seguí mintiendo. Descubrí la gravedad de mi carácter satánico y sentí vergüenza de mí misma. Apenas podía mirarla a los ojos. Por ello, me apresuré a ir ante Dios a hacer introspección, con la que vi que no era de fiar muchas veces en mi vida. Una vez, una líder me preguntó si había avisado a la hermana Juana de una reunión para esa tarde. Entonces me di cuenta de que no, pero a la líder no le dije la verdad para proteger mi imagen ante ella. Le mentí diciéndole que acababa de avisarla. Envié de inmediato un mensaje a Juana para avisarla de la reunión. Asimismo, generalmente salía a la compra los viernes por la mañana, por lo que no habría podido unirme a ninguna reunión de última hora entonces. Pero no conté la verdad y a la líder le decía que tenía otra reunión o una cita y que por eso no podía ir. Tergiversaba las cosas y era artera y mentirosa para proteger su buena imagen de mí y hacer creer a la líder que estaba siempre ocupada en el deber. Comprobé que estaba muy lejos de las exigencias de honestidad de Dios. Así pues, oré: “Dios Todopoderoso, lamento mucho mis mentiras y engaños. No puedo dejar de mentir para preservar la buena imagen que otros tienen de mí. No soy una persona honesta en absoluto. Dios mío, por favor, guíame y ayúdame a comprender la verdad para liberarme de esta corrupción”.
Un día leí este pasaje de las palabras de Dios: “La gente suelta a menudo tonterías en su vida cotidiana, cuenta mentiras, dice cosas ignorantes y necias, y se pone a la defensiva. La mayoría de estas cosas se dicen en aras de la vanidad y el orgullo, para satisfacer sus propios egos. Decir tales falsedades revela sus actitudes corruptas. Si resolvieras estos elementos corruptos, se purificaría tu corazón y poco a poco te convertirías en alguien más puro y honesto. En realidad, todo el mundo sabe por qué miente. En aras de la ganancia y el orgullo personal, o por vanidad y estatus, tratan de competir con otros y se hacen pasar por algo que no son. Sin embargo, sus mentiras se acaban revelando y los demás las sacan a relucir, y acaban por perder su prestigio, además de su dignidad y su talante. Todo esto viene causado por una excesiva cantidad de mentiras. Estas se han vuelto demasiado numerosas. Cada palabra que dices está adulterada y no es sincera, ni una sola se puede considerar veraz u honesta. Aunque cuando dices mentiras no te parezca que has perdido prestigio, en el fondo, te sientes desgraciado. Tienes cargo de conciencia y una mala opinión de ti mismo, piensas: ‘¿Por qué llevo una vida tan penosa? ¿Tan difícil es decir la verdad? ¿He de recurrir a las mentiras en aras de mi orgullo? ¿Por qué es tan agotadora mi vida?’. No tienes que vivir una vida tan agotadora. Si puedes practicar ser una persona honesta, podrás llevar una vida relajada, libre y liberada. Sin embargo, has escogido defender tu orgullo y vanidad contando mentiras. En consecuencia, vives una existencia agotadora y desdichada, es algo que te causas a ti mismo. Uno puede obtener un sentimiento de orgullo al contar mentiras, pero ¿en qué consiste eso? Solo es algo vacío y completamente inútil. Contar mentiras significa vender el propio talante y la propia dignidad. Te despoja de tu propia dignidad y de tu talante, y desagrada y disgusta a Dios. ¿Merece la pena? No. ¿Es esta la senda correcta? No, no lo es. Aquellos que mienten con frecuencia viven según sus actitudes satánicas, bajo el poder de Satanás. No viven en la luz, no viven en presencia de Dios. Piensas constantemente en cómo mentir y, después de hacerlo, tienes que pensar en cómo tapar esa mentira. Y cuando no la tapas lo bastante bien y queda en evidencia, tienes que devanarte los sesos e intentar aclarar las contradicciones para que sea plausible. ¿Acaso no es agotador vivir de este modo? Es extenuante. ¿Merece la pena? No. Devanarse los sesos para contar mentiras y luego taparlas, todo en aras del orgullo, la vanidad y el estatus, ¿qué sentido tiene nada de eso? Al final, reflexionas y piensas para tus adentros: ‘¿Qué sentido tiene? Es demasiado agotador contar mentiras y tener que taparlas. Comportarme de este modo no sirve de nada; sería más fácil convertirme en una persona honesta’. Deseas convertirte en una persona honesta, pero no puedes desprenderte de tu orgullo, tu vanidad y tus intereses personales. Por tanto, solo puedes recurrir a decir mentiras para conservar esas cosas. […] Si crees que las mentiras sirven para mantener la reputación, el estatus, la vanidad y el orgullo que anhelas, estás completamente equivocado. En realidad, al contar mentiras no solo no mantienes tu vanidad y orgullo, ni tu dignidad y tu talante sino, lo que es más grave, pierdes la oportunidad de practicar la verdad y ser una persona honesta. Aunque te las arregles para proteger tu reputación, tu estatus, tu vanidad y tu orgullo en ese momento, has sacrificado la verdad y has traicionado a Dios. Esto significa que has perdido por completo la oportunidad de que Él te salve y te perfeccione, lo cual supone una enorme pérdida y un remordimiento de por vida” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Las palabras de Dios describían mi estado a la perfección. Descubrí que era deshonesta y astuta. Cuando solo quería descansar, no podía decir la verdad acerca de tan poca cosa. No le dije directamente a Susana que necesitaba una siesta y que hablaría con ella un poco más tarde, y en cambio opté por mentirle. Mi motivación era proteger mi reputación y mi estatus, mi imagen ante los demás. Dios detesta esa conducta y yo me sentía culpable por eso. Según las palabras de Dios: “Aunque cuando dices mentiras no te parezca que has perdido prestigio, en el fondo, te sientes desgraciado. Tienes cargo de conciencia y una mala opinión de ti mismo, piensas: ‘¿Por qué llevo una vida tan penosa? ¿Tan difícil es decir la verdad? ¿He de recurrir a las mentiras en aras de mi orgullo? ¿Por qué es tan agotadora mi vida?’”. Me identificaba mucho con estas palabras de Dios. Mentir para proteger mi reputación era una manera agotadora de vivir. Tenía que seguir mintiendo para encubrir la mentira inicial. Sentía mi conciencia verdaderamente acusada tras mentir; lo lamentaba, lloraba y me avergonzaba de mis mentiras. Sin embargo, luego no podía evitar seguir mintiendo más. ¡Qué corrupto y vergonzoso de mi parte! La mentira ya se había vuelto mi naturaleza. Me acordé de algo que dijo el Señor Jesús: “Sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal” (Mateo 5:37). “Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44). Era cierto. Mis constantes mentiras demostraban que era del diablo y que lo hacía solo por proteger mi imagen y mi reputación. Pero eso me quitó toda mi integridad y dignidad. ¡Qué necedad de mi parte! Dios esperaba que yo practicara la verdad, que fuera honesta, diera testimonio de Él y humillara a Satanás, pero caía en las trampas de este, mintiendo en aras de mi vanidad y mi reputación, engañando a los hermanos y las hermanas, y convirtiéndome en el hazmerreír de Satanás. Mi comportamiento decepcionaba muchísimo a Dios y hería Su corazón. No era honesta y era astuta por naturaleza.
Más tarde, leí esto en un pasaje de las palabras de Dios: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Descubrí que la honestidad implica no tener engaño en el corazón, ninguna mentira en la boca y no engañar jamás ni a Dios ni al hombre en nada. A menudo había sido artera y mentirosa para proteger mi imagen y mis intereses. Estaba cansada y quería echarme una siesta, no hablar con Susana del trabajo de la iglesia justo entonces; no obstante, para proteger mi imagen ante ella, mentí para librarme de la reunión. Incluso tras darme cuenta de mi error, no lo admití de inmediato, sino que, en cambio, continué mintiendo. Claramente había una tarea que no había cumplido, pero cuando mi líder me preguntó, le mentí diciendo que acababa de hacerlo. Dije muchas mentiras para proteger mi vanidad y mi reputación y vi que tenía una naturaleza muy falsa y astuta. No era capaz de decir la verdad ni sobre lo más elemental. Satanás me había corrompido muchísimo. Ni de lejos era yo una persona honesta.
Posteriormente, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Solo si la gente procura ser honesta puede saber lo hondamente corrompida que está, si realmente tiene o no semejanza humana, y sopesar claramente su capacidad o ver sus deficiencias. Solo al practicar la honestidad puede darse cuenta de cuántas mentiras dice y de lo profundamente ocultas que están su falsedad y su deshonestidad. Solo al experimentar la práctica de la honestidad puede llegar a conocer poco a poco la verdad de su propia corrupción y conocer su esencia naturaleza, momento en el que se podrán purificar constantemente sus actitudes corruptas. Solo durante la purificación constante de su carácter corrupto será cuando podrá recibir la gente la verdad. Tomaos vuestro tiempo para experimentar estas palabras. Dios no hace perfectos a quienes son deshonestos. Si tu corazón no es honesto, si no eres una persona honesta, entonces no serás ganado por Dios. Asimismo, tampoco obtendrás la verdad y serás incapaz de ganar a Dios. ¿Qué significa no ganar a Dios? Si no ganas a Dios y no has comprendido la verdad, entonces no conocerás a Dios, y entonces no habrá manera de que puedas ser compatible con Dios, en cuyo caso eres Su enemigo. Si eres incompatible con Dios, Él no es tu Dios; y si Él no es tu Dios, no puedes ser salvado. Si no intentas alcanzar la salvación, ¿por qué crees en Dios? Si no puedes alcanzar la salvación, serás, por siempre, un enemigo acérrimo de Dios y tu resultado estará determinado. Por lo tanto, si la gente desea salvarse, debe empezar por ser honesta. Al final, aquellos que han sido ganados por Dios están marcados con una señal. ¿Sabéis cuál es? Está escrito en el Apocalipsis, en la Biblia: ‘En su boca no fue hallado engaño; están sin mancha’ (Apocalipsis 14:5). ¿De quiénes se trata? Son los salvados, perfeccionados y ganados por Dios. ¿Cómo los describe Dios? ¿Cuáles son las características y manifestaciones de su conducta? Están sin mancha. No mienten. Probablemente todos podáis comprender y captar qué significa no mentir: significa ser honesto. ¿Qué quiere decir con eso de ‘sin mancha’? Significa no hacer el mal. ¿Y en qué fundamento se basa no hacer el mal? Sin duda, se basa en el fundamento del temor a Dios. No estar manchado, por lo tanto, significa temer a Dios y apartarse del mal. ¿Cómo define Dios a alguien sin mancha? A los ojos de Dios, solo aquellos que le temen y se apartan del mal son perfectos; así, las personas que no están manchadas son aquellas que temen a Dios y se apartan del mal, y solo las que son perfectas no están manchadas. Esto es totalmente correcto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Al pensarlo me asusté mucho, porque dice Dios: “Si no eres una persona honesta, entonces no serás ganado por Dios. Asimismo, tampoco obtendrás la verdad y serás incapaz de ganar a Dios” y “Si no puedes alcanzar la salvación, serás, por siempre, un enemigo acérrimo de Dios y tu resultado estará determinado”. Es cierto que Dios no salva a los astutos. Supe que, de no arrepentirme, acabaría descartada por Dios. Gracias a la revelación de Sus palabras, por fin me comprendí de verdad y supe que la mentira viene del diablo. En el mundo controlado por Satanás, la crianza de la familia de uno y la influencia de la sociedad hacen que la gente sea cada vez más astuta y malvada. Desde una temprana edad, mi madre siempre me había dicho que, por muy feo que pareciera el pelo o la ropa de alguien, yo tenía que decir algo agradable de todos modos para no ofender. Si no, esa persona me rechazaría cuando yo necesitara ayuda. Influenciada por esa clase de educación, no tenía el valor de ser honesta. Solo decía falsedades que sonaban bien, para que la gente pensara que era amable y compasiva. Sin embargo, en realidad terminé por ser una persona falsa y astuta. Con esto me acordé de Job 1:7 en la Biblia: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿De dónde vienes? Y Satanás respondió a Jehová, y dijo: De ir y venir de la tierra, y de andar por la tierra”.* Las palabras de Satanás eran arteras e indirectas. Al mentir todo el tiempo, ¿no estaba siendo artera como Satanás? Descubrí que tenía la misma naturaleza que Satanás, que vivía bajo su poder y que en absoluto estaba libre de las ataduras de mi carácter satánico. Así, ¿cómo podría ser compatible con Cristo o recibir la aprobación de Dios? Me presenté ante Dios a arrepentirme y le pedí perdón. Me detestaba de veras y me sentía muy culpable. El carácter de Dios es justo y yo sabía que no podía seguir mintiendo y ofendiéndolo.
Continué reflexionando y leí un pasaje de la palabra de Dios: “Al final, aquellos que han sido ganados por Dios están marcados con una señal. ¿Sabéis cuál es? Está escrito en el Apocalipsis, en la Biblia: ‘En su boca no fue hallado engaño; están sin mancha’ (Apocalipsis 14:5). ¿De quiénes se trata? Son los salvados, perfeccionados y ganados por Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Pensé en las palabras de Dios y me di cuenta de que Él valora a los honestos, y los deshonestos no tendrán oportunidad de entrar en Su reino. Realmente deseaba convertirme en alguien honesto y dejar de mentir y de ser astuta, pero no podía lograrlo yo sola. Necesitaba la ayuda de Dios para no caer en la trampa de Satanás nuevamente. Si bien a veces puede dar vergüenza decir la verdad, yo quería dejar de mentir. Releí entonces “122. Principios para ser una persona honesta” en “Los 170 principios de la práctica de la verdad”: “(1) Al formarse para ser una persona honesta, es necesario confiar en Dios. Entregarle tu corazón y aceptar Su escrutinio. Solo así se puede, con el tiempo, desechar las mentiras y engaños. (2) Es necesario aceptar la verdad y reflexionar sobre cada una de tus palabras y actos. Analizar el origen y la esencia de la corrupción que revelas, y llegar a conocerte realmente a ti mismo. (3) Es necesario investigar en qué asuntos uno miente y alberga engaños. Atrévete a analizarte y a exponerte, a disculparte con los demás y a enmendarte”. Decidí que tenía que sincerarme con Susana acerca de mi corrupción y mis motivaciones. No podía seguir ocultando los hechos ni engañándola. Tenía que decir la verdad y ser honesta a toda costa. Sabía que Dios me observaba y esperaba que me arrepintiera. Tras orar varias veces más, me armé de valor para sincerarme ante Susana. Le conté al detalle cómo la había engañado y que me había arrepentido sinceramente ante Dios. Sentí que me había quitado un gran peso de encima y estaba mucho más relajada.
Sabía que mis mentiras no eran un problema que pudiera solucionarse de una vez, así que después comencé a presentarme ante Dios en oración a cada rato para pedirle que escrutara mi corazón. Cuando revelaba alguna clase de intención artera, o si quería mentir o engañar, oraba a Dios diciendo: “Dios mío, me he topado con un problema y creo que no puedo resolverlo sin mentir. Te pido esclarecimiento para comprender la verdad y fortaleza para renunciar a la carne. Oh, Dios mío, quiero practicar la verdad y ser honesta. Te ruego que me ayudes”.
Una vez, después de una reunión, un líder me preguntó qué opinaba. A decir verdad, había notado que había estado mandón en su enseñanza y que había algunos problemas más. Sin embargo, temía herir su orgullo con la verdad y que él tuviera mala opinión de mí. A fin de proteger mi imagen ante él, mentí y le respondí: “Estuvo todo genial”. Me sentí fatal nada más decirlo. Me di cuenta de que había mentido, por lo que oré a Dios para pedirle que me guiara para ser honesta y decir la verdad. Fui entonces a hablar con el líder de los problemas de la reunión y me sentí mucho más en paz. Los resultados de las siguientes reuniones que celebramos fueron mucho mejores que antes. Noté que, con el tiempo, iba cambiando poco a poco. Antes, siempre había mentido para proteger mi reputación y mi estatus, pero, al entregar mi corazón a Dios para pedirle que velara por él, vi mi estado con mayor nitidez. Era capaz de apoyarme conscientemente en Dios para renunciar a mi carne, practicar la verdad y ser una persona honesta. Aunque a veces pueda sentir vergüenza u ofender a alguien, para mí es más importante ser honesta ante Dios.
Ahora estoy centrado en hablar con sinceridad y ser una persona honesta en mi vida diaria. Estoy muy agradecida a Dios. Sus palabras me han ayudado a ver mi corrupción y mi fealdad y a someterme a algunos cambios. Sé que resolver el problema de la mentira requiere que Dios disponga más situaciones para mí. He de estar alerta y hacer más introspección ante Dios para no decir ninguna mentira que lo disguste. Lo principal es aceptar el juicio y castigo de Sus palabras, orar y ampararse en Él para liberarse verdaderamente de la tendencia a mentir. ¡Quiera Dios guiarme para ser una persona honesta!
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