Cómo liberarse de la baja autoestima
Cuando era niña, como no me gustaba hablar ni saludar a las personas, mis padres a menudo les decían a sus parientes y amigos: “Esta niña tiene algo raro. Debe ser lenta”. Los adultos decían también cosas como: “Mira tu hermana lo encantadora y lista que es, pero tú eres de lo más sosa”. Poco a poco empecé a sentirme inútil, me sentía lo peor de lo peor. Tampoco me atrevía a decir nada en las clases, pues temía que se rieran de mí por decir estupideces. Sentía envidia de la gente elocuente e ingeniosa, y pensaba que a todo el mundo le gustaba la gente así.
Cuando me uní a la fe, al principio me sentía muy nerviosa al compartir sobre las palabras de Dios en las reuniones. Tenía miedo de no hacerlo correctamente y que los demás se rieran de mí, así que no decía mucho. Pero los hermanos y hermanas me animaban a compartir más, y cuando ellos se abrían y platicaban de sus experiencias y entendimiento, veía que nadie se reía de nadie. Esto me hizo sentir menos constreñida, y empecé a hablar más. Más tarde, me eligieron como predicadora para que me encargara de varias iglesias. Fue una gran sorpresa para mí. Sentí que, para una persona tan poco elocuente como yo, ser predicadora era solo por la gracia de Dios. Tenía que hacer este trabajo lo mejor que pudiera y estar a la altura de Su intención para mí. En una ocasión, una líder organizó una reunión entre ella, otras dos predicadoras y yo. Me di cuenta de que las otras predicadoras tenían mucho esclarecimiento al compartir las palabras de Dios y que hablaban de manera muy lógica. Me daban mucha envidia. Pensé: “No me puedo ni comparar con sus aptitudes y elocuencia. ¿Por qué soy tan sosa? Ni siquiera sé cómo expresarme”. Estos pensamientos me desalentaron un poco. Aunque había logrado cierto esclarecimiento al reflexionar sobre las palabras de Dios, al pensar en lo mala que era para organizar mi discurso, temía que se rieran de mí, y no me atrevía a compartir. Además, más tarde me encontré con dificultades en el trabajo, así que terminé viviendo en un estado negativo, y determiné que no servía para esto y que no podía cumplir con mi deber de manera adecuada. Tampoco obtenía buenos resultados en el trabajo. Al cabo de un tiempo, me apartaron de este deber y me pusieron a cargo solo de una iglesia.
Cuando empecé a trabajar con las dos hermanas de esta iglesia, pensé que no me estaba yendo mal. Era bastante activa en mi deber y podía sentir el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo. Poco después, una hermana decidió renunciar porque no podía completar ningún trabajo real y a la otra hermana le asignaron otro deber por su falta de aptitud. Después de esto, eligieron al hermano Zhang Tong y a la hermana An Qing como mis compañeros. Me pareció que la manera en que Zhang Tong compartía su conocimiento vivencial era muy práctica y clara, y que tenía buen calibre. An Qing también era capaz de resolver problemas reales con sus enseñanzas en las reuniones. Al observar sus fortalezas, me sentía muy inferior. Luego, durante las conversaciones sobre trabajo, me daba cuenta de que era excesivamente cauta y que aceptaba todo lo que decían. A veces sentía que sus puntos de vista no eran adecuados y quería señalarlo, pero de inmediato pensaba en mi falta de aptitud y de perspicacia, y desechaba mi propia opinión. Además, en varias ocasiones no aprobaron mis puntos de vista, lo que reforzó mi sentimiento de incompetencia y me llevó a expresarme aún menos. Me mostré incluso pasiva en tareas clave, porque me preocupaba retrasar el trabajo si lo hacía mal. Una vez, Zhang Tong propuso poner a la hermana Zhang Can a cargo del trabajo de riego. Yo conocía a Zhang Can bastante bien. Siempre era superficial y carecía de carga en el desempeño de su deber, y ya la habían destituido antes por no hacer bien su trabajo real. Aún no tenía conocimiento de sí misma y no estaba capacitada para asumir una tarea tan importante. En voz baja, expuse mis opiniones. Zhang Tong se reunió con Zhang Can después de oírlas. Luego, me dijo que había evaluado la situación y que Zhang Can ahora mostraba cierto nivel de autorreflexión y autoconocimiento, que teníamos que considerar el potencial de las personas, no solo su pasado. An Qing respaldó su opinión. Yo sentía que Zhang Tong no llevaba tanto tiempo como líder, que aún no captaba ciertos principios, y que no conocía tan bien a Zhang Can. Solo la juzgaba por una reunión, y es posible que su valoración no hubiese sido precisa. Quería recomendarle que analizara cómo se había comportado al realizar su deber o que la reevaluara después de hablar con otras personas que la conocían bien. Pero entonces pensé: “Zhang Tong tiene buen calibre y ha podido resolver problemas. Quizá Zhang Can se ha dado cuenta de sus propios problemas tras su enseñanza. Además, An Qing también le ha dado su apoyo. Yo carezco de calibre y no veo las cosas tan claramente; es mejor quedarme callada”. Así que no insistí más. Más tarde, Zhang Can fue destituida de nuevo por no hacer un trabajo real. Al ver que esto impactó y retrasó el trabajo de riego, me sentí bastante molesta. Si hubiera insistido más al principio, y me hubiera apoyado en los principios para compartir con Zhang Tong, no habríamos tenido este tipo de problema. Aunque me sentí culpable, no reflexioné sobre mi problema. Recién cuando sucedieron más cosas fue que reflexioné sobre mí misma.
En una reunión, Zhang Tong recomendó al hermano Zheng Yi para líder del trabajo de riego. Sentí que, aunque Zheng Yi era entusiasta, acababa de unirse a la fe y todavía no comprendía bien la verdad sobre las visiones. Sentía que debía cultivarse primero, ya que ser líder de grupo podría entrañar mucha responsabilidad de golpe. Así que expuse mis opiniones sobre el asunto, pero para mi sorpresa, Zhang Tong me dijo: “¿Por qué eres tan difícil y entorpecedora? ¿No podemos primero conocerlo e investigarlo?”. Al oírle decir esto, sentí una oleada de vergüenza y me molesté mucho. Pensé: “Zhang Tong tiene buen calibre y sabe cómo hacer el trabajo. En cambio, yo tengo un calibre limitado y no logro comprender bien a las personas ni las situaciones. Si sigo insistiendo en mi opinión y el trabajo se ve obstaculizado, ¿qué pasará entonces? Lo mejor será que pare de insistir”. Después de la reunión, reflexioné sobre lo que dijo Zhang Tong, y eso me causó mucho malestar. Sentía que me faltaba demasiado calibre para hacer este trabajo, así que quizá debía reconocer mis limitaciones y renunciar cuanto antes. Al enterarse, la líder hizo uso de su experiencia para ayudarme. Con sus enseñanzas, comencé a reflexionar sobre por qué seguía queriendo renunciar y por qué siempre vivía en ese estado de desánimo. Más adelante, leí las palabras de Dios: “Todas las personas tienen algunos estados incorrectos en ellas, como la negatividad, la debilidad, el desaliento y la fragilidad; o tienen intenciones viles; o están constantemente atribuladas por su orgullo, deseos egoístas y su propia conveniencia; o creen que son de poco calibre y experimentan estados negativos. Te resultará muy difícil obtener la obra del Espíritu Santo si vives siempre en estos estados. Si es difícil para ti obtener la obra del Espíritu Santo, entonces los elementos activos en ti serán pocos, y los elementos negativos surgirán y te perturbarán. La gente siempre confía en su propia voluntad para reprimir esos estados negativos y adversos, pero no importa cuánto los repriman, no pueden sacudírselos de encima. La razón principal de esto es que las personas no pueden discernir completamente estas cosas negativas y adversas; no pueden percibir claramente su esencia. Esto hace que les resulte muy difícil rebelarse contra la carne y contra Satanás. Además, siempre se quedan atascadas en estos estados negativos, melancólicos y degenerados, y no oran ni acuden a Dios, sino que simplemente salen del paso con ellos. En consecuencia, el Espíritu Santo no obra en ellas, y por tanto son incapaces de entender la verdad, carecen de senda en todo lo que hacen, y no pueden ver ningún asunto con claridad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Leer las palabras de Dios, me aclaró las cosas. La razón principal por la que siempre me encontraba en un estado negativo y sombrío era porque estaba atrapada por la vanidad y los deseos egoístas. A menudo, cuando compartía las palabras de Dios en reuniones, podía lograr cierto esclarecimiento, pero siempre sentía que no era elocuente y tenía dificultad para expresar bien las cosas. Me preocupaba tanto no compartir bien y que los demás me menospreciaran, que no me atrevía a decir nada, lo que me hacía perder el poco esclarecimiento que había ganado. Cuando veía el calibre tan alto que tenían otros predicadores y lo elocuentes que eran; y lo mal que yo me expresaba, pensaba que mi calibre era muy limitado y me daba vergüenza. Entonces me volví negativa, descuidé mi deber y no obtuve ningún resultado, y al final me reasignaron. Esta vez pasó lo mismo. Vi que mis compañeros tenían buen calibre y compartían mejor que yo. En las conversaciones de trabajo, tenía tanto miedo de quedar en ridículo o de ser menospreciada por no hablar bien, no me atrevía a decir lo que pensaba. A veces, cuando tenía ideas y opiniones correctas y no se aceptaban, no me atrevía a defenderlas y solo pensaba en no quedar en ridículo. Esas emociones negativas me controlaban y hasta quería eximirme de mi deber. Le daba demasiada importancia al orgullo y la vanidad. Si continuaba así no ganaría la obra del Espíritu Santo, y no tendría forma de entender o ganar la verdad. Así que oré a Dios, y le pedí que me esclareciera y guiara para conocerme mejor y cambiar mi estado.
Más tarde, leí las palabras de Dios: “El aprecio de los anticristos por su reputación y estatus va más allá del de la gente normal y forma parte de su esencia-carácter; no es un interés temporal ni un efecto transitorio de su entorno, sino algo que está dentro de su vida, de sus huesos y, por lo tanto, es su esencia. Es decir, en todo lo que hacen los anticristos, lo primero en lo que piensan es en su reputación y su estatus, nada más. Para los anticristos, la reputación y el estatus son su vida y su objetivo durante toda su existencia. En todo lo que hacen, su primera consideración es: ‘¿Qué pasará con mi estatus? ¿Y con mi reputación? ¿Me dará una buena reputación hacer esto? ¿Elevará mi estatus en la opinión de la gente?’. Eso es lo primero que piensan, lo cual es prueba fehaciente de que tienen el carácter y la esencia de los anticristos; si no, no considerarían estos problemas. Se puede decir que, para los anticristos, la reputación y el estatus no son un requisito añadido y, ni mucho menos, algo superfluo de lo que podrían prescindir. Forman parte de la naturaleza de los anticristos, los llevan en los huesos, en la sangre, son innatos en ellos. Los anticristos no son indiferentes a la posesión de reputación y estatus; su actitud no es esa. Entonces, ¿cuál es? La reputación y el estatus están íntimamente relacionados con su vida diaria, con su estado diario, con aquello que buscan día tras día” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). De las palabras de Dios, aprendí que los anticristos realmente aman el estatus y la reputación. Estas dos cosas son su motivación para todo. Es el resultado de su esencia de anticristos. Y se correspondía con mi manera de comportarme. Desde la infancia, siempre había sentido que no hacía nada bien. Me sentía constreñida y era exageradamente cauta en todo lo que hacía. Esto era sobre todo porque no quería hacer el ridículo ni que los demás me menospreciaran. ¿Por qué valoraba tanto mi estatus y apariencia? Las causas fundamentales eran venenos satánicos como: “Así como el árbol vive por su corteza, el hombre vive por su apariencia”, y “El legado de un hombre es el reflejo de su vida”, lo que me llevó a darle tanta importancia a mi orgullo y vanidad. Solo quería causar una buena impresión en los demás y creía que era la única manera de dar sentido a la vida. Entonces, sin importar en dónde o con quién estuviera, si había posibilidad de que mi apariencia se perjudicara, optaba por huir, y así protegía mi apariencia y estatus. Mientras trabajé con Zhang Tong, vi que rechazaban mi opinión y sentí que había hecho el ridículo. Me preocupaba que, si seguía siendo líder, solo acabaría sintiéndome más avergonzada, así que quise que la líder me reasignara a otro deber. De hecho, al considerarlo con más detenimiento, el que pudiera ser líder, fue gracia de Dios. Debería haber considerado Su intención, resuelto las dificultades reales de los demás y protegido la obra de la iglesia. Pero no pensaba en llevar a cabo correctamente mi deber, y solo protegía mi apariencia y mi estatus. Cuando perdí estas cosas, me volví negativa y dejé de esforzarme. Verdaderamente carecía de conciencia y razón. Externamente, no estaba compitiendo por estatus ni perturbando y trastornando el trabajo de la iglesia como un anticristo, pero en un asunto tan importante como la selección y el uso de personas, no me atrevía a ceñirme a los principios y trataba de preservar mi apariencia y estatus en todo momento. Lo que revelé fue un carácter de anticristo. Me di cuenta de la gravedad de mi problema, así que oré y me arrepentí ante Dios.
Después de esto, me sinceré con una hermana acerca de mi estado y me ofreció un pasaje de las palabras de Dios para que lo leyera. Dios Todopoderoso dice: “¿Cómo se debe medir el calibre de una persona? En función del punto hasta el que comprendan las palabras de Dios y la verdad. Esa es la forma más certera de hacerlo. Hay personas que son elocuentes, espabiladas y tienen una habilidad especial para tratar con los demás, pero cuando escuchan sermones nunca pueden entender nada y cuando leen las palabras de Dios no las comprenden. Al hablar de su testimonio vivencial, siempre dicen palabras y doctrinas, y de este modo revelan que son novatos y dan a otros la sensación de que no tienen comprensión espiritual. Esas personas tienen un calibre escaso” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Comprender la verdad es lo más importante para cumplir bien con el deber). “¿Diríais que Pablo tenía calibre? ¿Cómo calificaríais el calibre de Pablo? (Era muy bueno). Habéis oído tantos sermones y aún no comprendéis. ¿Podría considerarse muy bueno el calibre de Pablo? (No, era escaso). ¿Por qué era escaso? (Porque no se conocía a sí mismo y no podía comprender las palabras de Dios). Porque no comprendía la verdad. Él también había oído los sermones del Señor Jesús y, durante el período en que trabajó, estaba, por supuesto, la obra del Espíritu Santo. Entonces ¿cómo es posible que, habiendo hecho todo ese trabajo, escrito todas esas epístolas y viajado a todas esas iglesias, haya seguido sin entender nada de la verdad y no haya predicado otra cosa que una doctrina? ¿Qué clase de calibre es ese? Un calibre escaso. Es más, Pablo persiguió al Señor Jesús y arrestó a Sus discípulos, tras lo cual el Señor Jesús lo derribó con una gran luz desde el cielo. ¿Cómo abordó Pablo ese gran acontecimiento que le sobrevino y cómo lo entendió? Su forma de entender fue diferente a la de Pedro. Pensó: ‘El señor Jesús me derribó; he pecado, así que debo esforzarme más para resarcirme y, una vez que mis virtudes hayan equilibrado mis deméritos, seré recompensado’. ¿Acaso se conocía a sí mismo? No. No dijo: ‘Me opuse al Señor Jesús por culpa de mi naturaleza malévola, de mi naturaleza de anticristo. Me opuse al Señor Jesús: ¡no hay nada bueno en mí!’. ¿Acaso poseía ese conocimiento de sí mismo? (No). […] No tenía el más mínimo remordimiento y mucho menos conocimiento de sí mismo. No tenía ninguna de esas cosas. Esto demuestra que había un problema con el calibre de Pablo y que él no tenía la capacidad de comprender la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Comprender la verdad es lo más importante para cumplir bien con el deber). Las palabras de Dios me permitieron entender que medir el calibre de una persona solo por su elocuencia aparente, sus dones y su inteligencia no está, para nada, de acuerdo con la verdad. Al igual que Pablo, tenía dones, era elocuente y divulgó el evangelio por casi toda Europa, pero no podía comprender la verdad, y mucho menos entenderse a sí mismo. Cometió grandes males y nunca tuvo un verdadero autoconocimiento ni remordimiento. En cambio, solo quería ser recompensado y entrar al reino de Dios por trabajar mucho. Pablo era incapaz de entender la verdad y era una persona de bajo calibre. Siempre había creído que, si una persona sabía hablar bien y era inteligente, su calibre tenía que ser bueno, y ese era el criterio con el que siempre me juzgaba a mí misma. Cuando no podía cumplir con este criterio, pensaba que me faltaba calibre y que no podía hacer el trabajo de líder. Entonces, cuando me encontré con dificultades, no busqué la verdad para resolverlas, sino que me volví negativa y holgazana. Y al final, incluso problemas que podría haber resuelto quedaron sin resolver. Había sido tan necia al no comprender la verdad. Si bien mi calibre no era muy alto, podía entender las palabras de Dios y tenía cierto conocimiento del carácter corrupto que estaba revelando. También fui capaz de recurrir a las palabras de Dios para resolver dificultades que otros experimentaban en su entrada en la vida, por lo tanto, mi calibre no era tan bajo como para ser incapaz de llevar a cabo mi deber. Al darme cuenta de estas cosas, mi mentalidad mejoró un poco y pude cumplir con mi deber de manera normal.
Posteriormente, leí un par de pasajes de las palabras de Dios que describían muy bien mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Hay quienes, de niños, tenían un aspecto corriente, eran escasamente elocuentes y poco espabilados, lo que provocó que otras personas de su familia y su entorno social emitieran valoraciones bastante desfavorables sobre ellos, diciendo cosas como: ‘Este niño es tonto, lento y torpe al hablar. Fíjate en los hijos de los demás, que hablan tan bien que son capaces de meterse a la gente en el bolsillo. En cambio, este niño se pasa el día haciendo pucheros. No sabe qué decir cuando conoce gente, no sabe cómo explicarse o justificarse después de hacer algo mal, y no es capaz de divertir a la gente. Este chico es idiota’. Lo dicen sus padres, lo dicen sus familiares y amigos, y lo dicen también sus profesores. Este entorno ejerce una cierta presión invisible sobre tales individuos. Al experimentar estos entornos, desarrollan inconscientemente determinada mentalidad. ¿Qué tipo de mentalidad? Piensan que no son atractivos, que no caen bien y que los demás nunca se alegran de verlos. Creen que no se les da bien estudiar, que son lentos, y siempre les da vergüenza abrir la boca y hablar delante de los demás. Les da demasiada vergüenza dar las gracias cuando les ofrecen algo y piensan: ‘¿Por qué siempre se me traba tanto la lengua? ¿Por qué los demás son tan persuasivos? ¡No soy más que un estúpido!’. […] Después de crecer en un entorno así, esta mentalidad de inferioridad se va apoderando de ellos. Se convierte en una especie de emoción persistente que se enreda en tu corazón y te invade la mente. Con independencia de si ya has crecido, has salido al mundo, estás casado y establecido en tu carrera, y sin importar tu estatus social, es imposible deshacerse de este sentimiento de inferioridad que se sembró en tu entorno mientras crecías. Incluso después de que empiezas a creer en Dios y te unes a la iglesia, sigues pensando que tu aspecto es deficiente, que tu calibre intelectual es bajo, que eres poco elocuente y que no sabes hacer nada. Piensas: ‘Haré lo que pueda. No necesito aspirar a ser un líder, no necesito perseguir verdades profundas, me contentaré con ser el menos importante, y dejaré que los demás me traten como quieran’” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (1)). “Cuando los sentimientos de inferioridad se implantan profundamente en tu corazón, no solo causan un profundo efecto en ti, sino que también dominan tu punto de vista sobre las personas y las cosas, tu comportamiento y acciones. Entonces, ¿cómo perciben a las personas y las cosas aquellos que están dominados por sentimientos de inferioridad? Consideran a los demás mejores que ellos, incluso también a los anticristos. Aunque los anticristos tengan actitudes malvadas y escasa humanidad, los consideran personas a las que emular y modelos de los que aprender. Incluso se dicen a sí mismos: ‘Mira, aunque tienen mal carácter y mala humanidad, tienen dones y son más aptos para el trabajo que yo. Se sienten cómodos mostrando sus habilidades ante los demás y hablan delante de mucha gente sin ruborizarse ni que se les acelere el corazón. Ellos sí que tienen agallas. Yo no puedo estar a su altura. No soy lo bastante valiente’. ¿De dónde sale esto? Es necesario decir que, en parte, la razón es que tu sentimiento de inferioridad ha afectado a tu juicio sobre la esencia de las personas, así como a tu perspectiva y punto de vista en lo que respecta a contemplar a otros. ¿No es así? (Sí). Entonces, ¿cómo afectan los sentimientos de inferioridad a tu forma de comportarte? Te dices a ti mismo: ‘Nací estúpido, sin dones ni puntos fuertes, y soy lento para aprender cualquier cosa. Fíjate en esa persona, aunque a veces cause trastornos y disturbios, y actúe de forma arbitraria y temeraria, al menos tiene dones y puntos fuertes. Pertenece a la clase de persona que los demás quieren usar en cualquier parte, no como yo’. Cuando pasa cualquier cosa, lo primero que haces es emitir un veredicto sobre ti mismo y cerrarte por completo. Sea cual sea el problema, te echas atrás y evitas tomar la iniciativa, temes asumir la responsabilidad. Te dices: ‘Nací estúpido. Vaya donde vaya, no le gusto a nadie. No puedo hacerme notar, no debo mostrar mis ínfimas habilidades. Si alguien me recomienda, eso prueba que no estoy mal. Pero si nadie me recomienda, entonces de nada serviría que tomara la iniciativa de decir que puedo asumir el trabajo y hacerlo bien. Si no tengo confianza en mí mismo, no puedo decir que la tengo: ¿y si meto la pata, qué hago? ¿Y si me podan? Eso me daría mucha vergüenza. ¿Acaso no sería humillante? No puedo dejar que eso me suceda’. Fíjate: ¿acaso no ha afectado a tu comportamiento? Hasta cierto punto, tu actitud hacia cómo te comportas está influida y controlada por tus sentimientos de inferioridad. Hasta cierto punto, se puede considerar una consecuencia de tus sentimientos de inferioridad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (1)). Después de leer las palabras de Dios, sentí que Él nos entiende de verdad. Lo que Él expuso es precisamente lo que yo pienso. Al parecer, la importancia que le daba a la apariencia no era la única razón de mi desaliento; había otra razón. Debido a la influencia de las personas y las cosas que me rodeaban, había desarrollado sentimientos de inferioridad. Me volví incapaz de verme con claridad y siempre sentía que nada de lo que hacía era bueno, por lo que era exageradamente cautelosa, reprimida y limitada en todo lo que hacía. Recordé que no me gustaba hablar cuando era niña, y que los adultos a menudo me desdeñaban o me llamaban sosa o estúpida. Pero en realidad sí que tenía mis propias opiniones, a pesar de que no las expresara en aquel momento; no hablaba por miedo a hacer el ridículo. No me atrevía a decir nada en clase, no porque no entendiera, sino porque sentía que no podía expresarme bien, lo que me hacía tener demasiado miedo de hablar. Cuando leía las palabras de Dios en las reuniones, podía lograr cierto esclarecimiento, pero al pensar que carecía de elocuencia, no me animaba a compartir. Además, cuando vi que Zhang Tong no se adhería a los principios para elegir y servirse de las personas, quería recordárselo, pero al pensar en lo bueno que era su calibre y en que nada de lo que yo hacía valía la pena, simplemente seguí adelante y deseché mis ideas, sin buscar, discutir ni indagar más, y como resultado, el trabajo sufrió pérdidas. Vivía con un complejo de inferioridad y tenía una actitud pasiva y negativa hacia todo. No me juzgaba, ni a mí ni a los demás según las palabras de Dios, sino solo según mis propios puntos de vista. Mis sentimientos de inferioridad dominaban mi forma de ver las cosas y a las personas, e influían en mi juicio y en mi senda de búsqueda. Estos sentimientos de inferioridad me habían perjudicado gravemente. Inmediatamente después, leí más de las palabras de Dios: “Esta emoción tuya no solo es negativa, para ser más precisos, en realidad se opone a Dios y a la verdad. Puede que pienses que se trata de una emoción que se atiene a la humanidad normal, pero a ojos de Dios, no es una simple cuestión de emoción, sino un método para oponerte a Dios. Se trata de un método marcado por las emociones negativas que las personas usan para resistirse a Dios, a Sus palabras y a la verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (1)). Al leer las palabras de Dios, comprendí la gravedad de los sentimientos de inferioridad y el daño que causan, y que son tan perjudiciales para una persona como un carácter corrupto. Vivir con este tipo de complejo de inferioridad está en directa oposición a Dios y a la verdad, y si no se resuelve, arruina la oportunidad de salvación de una persona. Había estado atrapada en estos sentimientos de inferioridad desde la infancia y siempre sentí que nada de lo que hacía era bueno. Especialmente cuando estaba rodeada de personas con buen calibre, me veía aún más deficiente, me sentía reprimida y angustiada, y culpaba a Dios por no darme buen calibre ni inteligencia. Estaba insatisfecha con la soberanía y arreglos de Dios y me negaba a aceptarlos, ¡lo cual era, en esencia, desafiar a Dios! ¿Cómo podría no ser descartada si continuaba así? Solo al comprender esto sentí que era demasiado peligroso vivir con un complejo de inferioridad, que no podía seguir así y que tenía que deshacerme de esos sentimientos.
Más tarde, leí más de las palabras de Dios: “¿Cómo puedes evaluarte y conocerte con precisión, y escapar del sentimiento de inferioridad? Debes tomar las palabras de Dios como base para obtener conocimiento sobre ti mismo, para averiguar cómo son tu humanidad, tu calibre y tu talento, y qué puntos fuertes tienes. Por ejemplo, supongamos que te gustaba cantar y lo hacías bien, pero algunas personas no dejaban de criticarte y menospreciarte, diciendo que no tenías oído y desafinabas, así que ahora te parece que no sabes cantar bien y ya no te atreves a hacerlo delante de los demás. Debido a que esas personas mundanas, esas personas confundidas y mediocres, hicieron valoraciones y juicios inexactos sobre ti, los derechos que merece tu humanidad se vieron coartados y tu talento sofocado. En consecuencia, no te atreves ni a cantar una canción y solo te atreves a soltarte y cantar en voz alta cuando no hay nadie cerca o cuando estás solo. Dado que por lo general te sientes tan terriblemente reprimido, no te atreves a cantar una canción a no ser que estés solo; es entonces cuando lo haces y disfrutas del momento en que puedes cantar alto y claro, ¡qué momento maravilloso y liberador! ¿Verdad que sí? Debido al daño que la gente te ha hecho, no sabes o no puedes ver con claridad qué es lo que realmente sabes hacer, en qué eres bueno y en qué no. En este tipo de situación, debes realizar una correcta evaluación y adoptar la medida adecuada de ti mismo, de acuerdo con las palabras de Dios. Debes constatar lo que has aprendido y dónde están tus puntos fuertes, y lanzarte a hacer lo que sabes hacer. En cuanto a las cosas que no sabes hacer, tus carencias y deficiencias, debes reflexionar sobre ellas y conocerlas, y también debes evaluar con precisión y saber cómo es tu calibre, además de si es bueno o malo. Si no puedes comprender o lograr un conocimiento claro de tus propios problemas, entonces pídeles a las personas que son capaces de comprender que te rodean, que emitan una valoración sobre ti. Al margen de que lo que digan sea o no exacto, al menos te servirá de referencia y consideración y te permitirá tener un juicio o caracterización básica de ti mismo. Entonces podrás resolver el problema esencial de las emociones negativas, como la inferioridad, y salir poco a poco de ellas. Tales sentimientos de inferioridad se resuelven con facilidad si uno puede discernirlos, abrir los ojos ante ellos y perseguir la verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (1)). Al leer las palabras de Dios, encontré una manera de desprenderme de estos sentimientos de inferioridad. Tenía que usar las palabras de Dios para entenderme y medirme, y también podía pedir a personas que me conocían bien que me evaluaran. Así que oré a Dios, “¡Dios! Ahora sé lo peligroso que es vivir con un complejo de inferioridad. Quiero deshechar estos sentimientos, por favor, ayúdame”. Luego les pedí a mis compañeros que me evaluaran. Me dijeron: “Considerando que puedes comprender las palabras de Dios de manera pura, que eres capaz de compartirlas en relación con tus corrupciones y estado, y ayudar a otros a resolver sus problemas reales, no eres tan incompetente como afirmas. Aunque tu calibre no sea excelente, si pones tu corazón en lo que haces, puedes realizar un trabajo real”. Al escuchar a mis hermanos y hermanas decir esto, me sentí un poco más tranquila y pensé: “Aunque no me exprese tan bien como otras personas, todos pueden entender mis enseñanzas. No debería sentirme constreñida. Debería compartir tanto como pueda. No debería preocuparme solo por cómo hacer que los demás me admiren; debo concentrarme en cómo compartir de manera práctica para resolver problemas y beneficiar a los hermanos y hermanas. Además, aunque mi aptitud sea limitada, si practico más, puedo compensar mis deficiencias y mejorar mi calibre. No debería compararme con los demás ni volverme negativa y subestimarme. He de buscar la entrada con una actitud positiva”. Al darme cuenta de estas cosas, pude tratarme de manera adecuada, y mi mentalidad mejoró mucho al cumplir con mi deber.
Hace poco, me volvieron a elegir como predicadora. Fue inesperado, y me preocupaba no ser capaz de hacerlo. Entonces, recordé que las palabras de Dios dicen: “Debes tomar las palabras de Dios como base para obtener conocimiento sobre ti mismo, para averiguar cómo son tu humanidad, tu calibre y tu talento, y qué puntos fuertes tienes” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (1)). Debo medir las cosas según las palabras de Dios. La razón por la que no cumplí bien con este deber antes no fue solo por falta de calibre. Principalmente fue porque vivía con un complejo de inferioridad, no ponía mi corazón en cooperar, y no podía ganar la obra del Espíritu Santo. No podía seguir viviendo con estos sentimientos de inferioridad, pensando en mi apariencia y estatus. Dado que mis hermanos y hermanas me eligieron, debería esforzarme por cooperar, y, si había cosas que no entendía, confiaría más en Dios y buscaría ayuda de los demás. Con esta mentalidad, me sentí mucho más relajada y liberada. Poco después, una hermana encargada de la obra evangélica vino a revisar nuestro trabajo. Vi que era muy capaz en su labor y al compartir la verdad, y señaló muchas desviaciones y descuidos en nuestro trabajo. Temía que dijera que yo era incompetente, pero pronto me di cuenta de que estaba pensando otra vez en mi apariencia y estatus, así que oré a Dios para rebelarme contra mí misma, y decidí aprender más de esta hermana para compensar mis deficiencias. Después de esto, al hablar sobre el trabajo, no me reprimí en expresar mis opiniones, y al comunicarme con ella, obtuve varias sendas de práctica. Gracias a la guía de las palabras de Dios, logré liberarme de las limitaciones de mi complejo de inferioridad.