Ya no estoy sometida a la transgresión
En julio de 2006, un día me detuvieron de camino a una reunión con mis colaboradores. Esa noche me llevaron a un lugar secreto para interrogarme. La policía me encontró recibos de dinero de la iglesia, así que se turnaron para interrogarme presionándome para que diera los nombres de los custodios del dinero de la iglesia y de los principales líderes. Como no les respondí, me azotaron con un cinturón de cuero, me esposaron las muñecas y me colgaron de una cadena de hierro. Me torturaron de este modo durante una semana. Tenía hambre y sed, y ya no me quedaba fuerza. En algún momento perdí el conocimiento. Cuando desperté, no sabía qué me habían hecho beber, pero tenía un sabor raro en la boca. Eso me estaba ahogando y tenía dolores agudos en todo el cuerpo. En ese momento, mi carne ya no podía soportar más y no sabía qué me harían después. Estaba muy asustada, temía no aguantar la tortura y volverme una judas, así que oré con fervor a Dios en mi interior para pedirle que me ayudara a mantenerme firme en el testimonio. Como me habían torturado así y aún no había traicionado a los líderes y revelado dónde estaba el dinero de la iglesia, la policía cambió de táctica y utilizó los afectos familiares como señuelo, diciendo: “Hace años que no vas a casa. Tu familia y tus hijos deben de extrañarte mucho. ¿Dónde está el dinero de la iglesia? Si nos lo cuentas todo, te dejamos irte a casa”. También sacaron algo de efectivo y dijeron que ya habían encontrado a los custodios del dinero de la iglesia. Cuando lo oí, pensé: “Como ya han incautado el dinero, da igual si les digo o no. Si les cuento algo, quizás dejen de torturarme”. Les hablé de una de las familias custodias del dinero de la iglesia, y la policía me llevó con ellos a recogerlo. Fue entonces cuando me di cuenta de que había caído en su trampa. En ese momento, ya había aguantado todo lo que podía. Pensé: “Ya he traicionado a la familia custodia. Si no los llevo allí, seguro que seguirán torturándome. Además, hace una semana que fui detenida y puede que hayan trasladado el dinero de la iglesia”. En ese momento de imprudencia, llevé a la policía a casa del custodio. Tras enterarse la iglesia de mi detención, enseguida trasladaron el dinero. Estuvieron a punto de detener al hermano de la familia custodia, pero, protegido por Dios, escapó de la redada policial. Como la policía no encontró el dinero de la iglesia, me condenó arbitrariamente a un año y nueve meses de cárcel.
Cada día que pasaba en la cárcel estaba plagado de sufrimiento y dolor, sobre todo cuando recordaba unas palabras de Dios: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Sabía muy bien que me había vuelto una judas por traicionar al hermano. Había ofendido el carácter de Dios; había cometido un pecado imperdonable. Al pensarlo, mi corazón sufría mucho. Había traicionado a Dios; seguro que no me salvaría. Quizá mi época de creyente en Dios había terminado. Desde entonces, estaba muy abatida y pasaba los días sufriendo. Mi corazón sufría, y sentía que más me valía estar muerta. Solo esperaba la muerte, y ese día sería libre. Aunque todavía oraba a Dios, siempre que recordaba mi transgresión, sentía que Dios ya no me querría y pensaba que no era digna de presentarme ante Él. Dos años después de quedar en libertad, los hermanos y hermanas me encontraron y, al ver que me conocía un poco a mí misma, me dejaron reanudar mi vida de iglesia y me dispusieron un deber. Muy conmovida, pensé que Dios me estaba dando una oportunidad de arrepentirme y me sentí aún más en deuda con Él. Lloré amargamente mientras oraba a Dios: “¡Dios mío! En verdad no soy digna de presentarme ante Ti. Ante las circunstancias, no di testimonio alguno. Traicioné al hermano, con lo que me volví una judas y un símbolo de vergüenza. Hoy me has dado una oportunidad de volver a la iglesia y cumplir con mi deber; puedo contemplar Tu misericordia”. En mi corazón, decidí en silencio cumplir diligentemente con mi deber, compensar mi transgresión y retribuirle a Dios Su amor. Después, sin importar qué deber me dispusiera la iglesia, siempre cooperaba con ansia. Por muy adversas que fueran las circunstancias que me encontrara, no dejaba que me desanimaran estas dificultades. Quería hacerlo lo mejor posible para compensar mi transgresión.
Un día me enteré de que detuvieron a Chen Hua y se volvió una judas que traicionó a muchos líderes, obreros y familias custodias, y luego la echaron de la iglesia. Al enterarme, pensé inmediatamente en mi situación. También había traicionado a gente, lo que casi llevó a la policía a incautar el dinero de la iglesia, y, a raíz de esto, el hermano custodio no pudo volver a casa. Reflexioné que la naturaleza de mi traición al hermano era la misma que la de Chen Hua: una enorme mancha. Dios no perdonaría mi transgresión. A Chen Hua ya la habían echado de la iglesia; quizá algún día también me echarían y descartarían a mí. Al pensarlo, me sentí muy abatida. Luego, en cualquier deber que me asignara la iglesia, aunque lo hacía, ya no tenía el vigor de antes para entregarme a Dios. A veces, cuando debía pagar un precio y buscar los principios-verdad, no los buscaba. Me conformaba con hacer el trabajo de forma establecida y con realizar alguna labor. Tampoco tenía en cuenta si mi trabajo estaba logrando resultados, confiada únicamente en un nivel mínimo de conciencia para mantener mi deber. Recuerdo que, entonces, una hermana tenía miedo de ser detenida y no se atrevía a cumplir con su deber. Sabía que debía ayudarla y sustentarla, pero, como había traicionado a Dios, ¿qué aptitud tenía para enseñar a otros? No tenía ánimo para reflexionar sobre cómo hablar para lograr resultados, y solo actuaba por inercia y hablaba algo de conocimiento doctrinal. Sabía que esta actitud hacia el deber no se ajustaba a la intención de Dios y quería esforzarme por cambiar mi estado, pero en cuanto pensaba que había cometido una transgresión tan enorme y que no tenía esperanza de salvación, sentía cansancio interior, y me pasaba los días sin rumbo. Cuando revelaba actitudes corruptas en el cumplimiento del deber, sabía que debía buscar la verdad para resolver mi problema y que hacerlo sería beneficioso para mi trabajo y mi entrada en la vida, pero tan pronto como pensaba en mi imperdonable transgresión y en que podrían echarme, no podía hacerlo. Me bastaba con terminar el trabajo de cada día y no me centraba en buscar la verdad para corregir mi estado. Más adelante, solía tener dolor de cabeza y tenía una enfermedad estomacal recurrente. Al principio trataba correctamente mi estado, pero, con el tiempo, no solo no me recuperé de mi enfermedad, sino que se agravó. Me preguntaba si esta enfermedad era castigo de Dios. Anteriormente había traicionado a Dios, por lo que me despreciaba y aborrecía, y ahora había enfermado. Sin duda, Dios no me quería. Algunas veces, mi deber no daba resultados y pensaba que Dios no estaba obrando en mí. Era inútil que continuara persiguiendo la verdad y cumpliendo con mi deber. Siempre que tenía estos pensamientos, sentía una molestia indescriptible en mi interior. Lamentaba de veras haber traicionado a Dios entonces. Si hubiera aguantado un poco más, ¿no me habría mantenido firme en el testimonio? ¿Por qué traicioné al hermano? Me odiaba por amar demasiado mi carne y no tener un corazón que realmente quisiera a Dios. Si entonces me hubiera mantenido firme en el testimonio, ¿no estaría libre de soportar este tormento espiritual? Cuanto más lo pensaba, más me alteraba, y solía vivir en un estado de negatividad.
Una vez hablé de mi estado con una hermana, y ella me leyó un pasaje de las palabras de Dios: “También existe otra causa para que la gente se hunda en la emoción de la depresión, que es que a la gente le ocurren algunas cosas concretas antes de llegar a la mayoría de edad o después de convertirse en adultos, es decir, cometen algunas transgresiones o hacen algunas cosas idiotas, necias e ignorantes. Se hunden en la depresión debido a estas transgresiones, debido a estas cosas idiotas e ignorantes que han hecho. Este tipo de depresión es una condena a uno mismo, y también es una especie de determinación del tipo de persona que son. […] Cada vez que escuchan un sermón o una comunicación sobre la verdad, esta depresión se cuela lentamente en su mente y en lo más profundo de su corazón, y se reprenden a sí mismos, preguntándose: ‘¿Puedo hacerlo? ¿Soy capaz de perseguir la verdad? ¿Soy capaz de alcanzar la salvación? ¿Qué clase de persona soy? Antes hacía eso, antes era esa clase de persona. ¿Ya no hay salvación posible para mí? ¿Me salvará Dios?’. A veces, algunas personas pueden desprenderse de su emoción de depresión y dejarla atrás. Toman su sinceridad y toda la energía que pueden reunir y las aplican al cumplimiento de su deber, sus obligaciones y sus responsabilidades, e incluso pueden dedicar todo su corazón y su mente a perseguir la verdad y contemplar las palabras de Dios, y a volcar sus esfuerzos en ellas. Sin embargo, en el momento en que se presenta alguna situación o circunstancia especial, la emoción de la depresión se apodera de ellos una vez más y les hace sentirse incriminados de nuevo en lo profundo de su corazón. Piensan para sus adentros: ‘Ya hiciste eso antes, y eras de esa clase de persona. ¿Puedes alcanzar la salvación? ¿Tiene sentido practicar la verdad? ¿Qué piensa Dios de lo que has hecho? ¿Te perdonará por haberlo hecho? ¿Pagar el precio ahora de esta manera puede compensar esa transgresión?’. A menudo se reprochan a sí mismos y se sienten incriminados en lo más profundo de su ser, y siempre están dudando, siempre acribillándose a preguntas. Nunca pueden dejar atrás esta emoción de depresión ni desprenderse de ella, y tienen una perpetua sensación de malestar por esa cosa vergonzosa que hicieron. Así que, a pesar de haber creído en Dios durante tantos años, es como si nunca hubieran escuchado nada de lo que Dios ha dicho ni lo hubieran entendido. Es como si no supieran si alcanzar la salvación tiene algo que ver con ellos, si pueden ser absueltos y redimidos, o si están cualificados para recibir el juicio y el castigo de Dios y Su salvación. No tienen ni idea de todas estas cosas. Como no reciben ninguna respuesta, y tampoco ningún veredicto exacto, se sienten constantemente deprimidos en lo más profundo de su ser. En el fondo de su corazón, recuerdan una y otra vez lo que hicieron, lo repiten en su mente sin cesar, rememorando cómo empezó todo y cómo terminó, reviviéndolo todo de principio a fin. Con independencia de cómo lo recuerden, siempre se sienten pecadores, y por eso se encuentran constantemente deprimidos por este asunto a lo largo de los años. Incluso cuando cumplen con su deber, aunque se estén encargando de un determinado trabajo, les sigue pareciendo que no tienen esperanzas de salvarse. Por tanto, nunca afrontan de lleno la cuestión de perseguir la verdad y considerarla algo muy correcto e importante. Creen que el error que han cometido o lo que han hecho en el pasado está mal visto por la mayoría de la gente, o que es posible que los condenen y desprecien, o incluso que Dios los condene. No importa en qué etapa se encuentre la obra de Dios o cuántas declaraciones Él haya hecho, nunca afrontan el asunto de perseguir la verdad de la manera correcta. ¿A qué se debe esto? No tienen el coraje de dejar atrás su depresión. Esta es la conclusión que este tipo de personas saca de haber experimentado este tipo de cosas, y debido a que no se trata de la conclusión correcta, son incapaces de dejar atrás su depresión” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). Estas palabras de Dios estaban íntimamente ligadas a mi estado. De hecho, en estos años, siempre que oía que expulsaban a alguien por ser un judas, lo relacionaba conmigo misma, pues creía haber traicionado al hermano, sido una judas y transgredido ante Dios. ¿Seguiría queriéndome Dios después de eso? ¿Seguía teniendo alguna esperanza de salvación? En cuanto me acordaba de esto, vivía en la negatividad. Aunque a simple vista hacía mi deber, por dentro no llevaba una carga realmente y sentía aún más que la búsqueda de la verdad no tenía nada que ver conmigo. Siempre me sentía al margen de aquellos que perseguían la verdad. No me atrevía a aceptar las palabras de guía, aliento o exhortación de Dios pues creía que no estaban dirigidas a alguien como yo. Incluso me sentía indigna al hacer un juramento ante Dios y más aún de aceptar el juicio y castigo de Sus palabras. Especialmente cuando supe que Chen Hua había sido una judas y la habían echado, me identifiqué con ella. Como quería salvar el pellejo, revelé dónde estaba el dinero de la iglesia y traicioné al hermano, con lo que este fue perseguido y no pudo volver a casa. Para protegerme, le causé una gran desgracia a este hermano. ¡Fui demasiado egoísta y carente de humanidad! La naturaleza de mis actos fue la de Judas. De acuerdo con lo que yo había hecho, Dios podía hacerme cualquier cosa. Aunque me mandara al infierno, no sería excesivo, pero Dios no me había tratado para nada en función de mi transgresión y me dio la oportunidad de vivir la vida de iglesia y cumplir con mi deber. Hoy día, puedo estar viva y cumplir con mi deber por la gracia y la exaltación de Dios. Debí perseguir la verdad, corregir mi corrupción, arrepentirme y hacer bien mi deber. Sin embargo, seguía atrapada en mi transgresión, lo que hacía que me preocupara por mi porvenir y mi destino. En un estado de abatimiento y negatividad, cada vez era más pasiva en el deber, lo cual no solo ocasionaba perjuicios a mi labor, sino que también impedía mi entrada en la vida. Perdí muchas oportunidades de obtener la verdad. Tras leer este pasaje de las palabras de Dios, sentí que Él me hablaba cara a cara. Él no quería que la gente cayera en el abatimiento después de una transgresión. Quería que la gente pudiera reflexionar sobre sí misma y seguir esforzándose en la búsqueda. En ningún momento se debe renunciar a perseguir la verdad. Al ver lo real que era el amor de Dios, decidí buscar la verdad y despojarme de los grilletes de mi estado negativo.
Luego leí unas palabras de Dios: “La gente cree en Dios para ser bendecida, recompensada y coronada. ¿Esto no se encuentra en el corazón de todo el mundo? Es un hecho que sí. Aunque la gente no suele hablar de ello e incluso encubre su motivación y su deseo de recibir bendiciones, este deseo y esta motivación que hay en el fondo del corazón de la gente han sido siempre inquebrantables. Sin importar cuántas teorías espirituales comprenda la gente, qué experiencia o conocimiento tenga, qué deber pueda cumplir, cuánto sufrimiento soporte ni cuánto precio pague, nunca renuncia a la motivación por las bendiciones que oculta en el fondo del corazón, y siempre se esfuerza silenciosamente a su servicio. ¿No es esto lo que hay enterrado en lo más profundo del corazón de la gente? Sin esta motivación por recibir bendiciones, ¿cómo os sentiríais? ¿Con qué actitud cumpliríais con el deber y seguiríais a Dios? ¿Qué sería de la gente si se eliminara esta motivación por recibir bendiciones que se oculta en sus corazones? Es posible que muchos se volvieran negativos, mientras que algunos podrían desmotivarse en el deber. Perderían el interés por su fe en Dios, como si su alma se hubiera desvanecido. Parecería que les hubieran robado el corazón. Por eso digo que la motivación por las bendiciones es algo oculto en lo más profundo del corazón de las personas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Descubrí que Dios expone que todo creyente en Él tiene unas motivaciones subyacentes. Todo lo hace para recibir bendiciones y, una vez que entran en juego su porvenir y su destino y no puede recibir bendiciones, piensa que no tiene sentido creer en Dios, vive en un estado de abatimiento y no se esfuerza de corazón. Esta es la búsqueda equivocada del hombre en su fe en Dios. Reflexioné sobre mí misma a tenor de las palabras de Dios: por entonces, cuando acababa de aceptar esta etapa de la obra de Dios, me entregaba y esforzaba de cualquier forma para recibir bendiciones. Después de ser detenida, traicioné al hermano y sucumbí a la transgresión por miedo a soportar penurias y ser torturada hasta la muerte. Creía que jamás tendría otra oportunidad de salvarme, vivía en un estado de abatimiento y emití un veredicto sobre mí misma. Tras salir de la cárcel, estaba dispuesta a aceptar y someterme en cualquier deber solo para expiar mis pecados y recibir bendiciones, sin ser un arrepentimiento real. Una vez que pensé que no podría salvarme y que no recibiría bendiciones, me volví tan negativa que no tenía ganas de cumplir con el deber. Vi que cumplía con mi deber para recibir bendiciones, que había estado haciendo una transacción con Dios. Era como Pablo. En aquel tiempo, Pablo hizo todo lo que pudo por resistirse al Señor Jesús, capturó y persiguió a los discípulos del Señor y, al final, fue derribado por una luz brillante. Hasta entonces no admitió sus pecados y, posteriormente, cuando difundía el evangelio del Señor, también lo hacía para expiarlos; nada de esto era auténtico arrepentimiento o transformación. No conocía su esencia de resistencia a Dios, y cuando su trabajo dio resultados, se creyó tan excelente que hizo abiertamente una transacción con Dios, diciendo: “Me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:8). Ofendió el carácter de Dios, que lo maldijo y castigó. Meditando las palabras de Dios, me odié aún más. Había cometido una enorme maldad y, pese a ello, estaba haciendo una transacción con Dios; ¡no tenía razón alguna! Incluso si no tenía un buen desenlace y un buen destino en el futuro, esa sería la justicia de Dios. Eso sería fruto de mi maldad y mi traición a Dios. Tengo ampollas en los pies por la senda que he seguido; debo cosechar lo sembrado. Fuera cual fuera mi desenlace, debía asumir mi posición de ser creado y cumplir bien con mi deber; estas eran la razón y la práctica que debía tener. Me presenté ante Dios y le oré: “¡Dios mío! Creía en Ti para recibir bendiciones y recompensas, y al renunciar y entregarme estaba haciendo una transacción contigo. ¡No tengo razón alguna! Si alguien tuviera un perro, ese perro sabría retribuir a su dueño y mantener seguro el hogar, pero yo… Me regabas y proveías de muchísimas verdades y me mostrabas misericordia y tolerancia, pero yo hacía una transacción contigo. Cuando pensaba que tal vez no tendría un buen destino, no quería cumplir diligentemente con mi deber. ¡Soy aún peor que un perro! Dios mío, quiero arrepentirme. Sea cual sea mi desenlace en un futuro, cumpliré lealmente con mi deber y no creeré más en Ti para recibir bendiciones”.
Luego leí más palabras de Dios, las cuales me hicieron conocer un poco Su carácter justo. Dios Todopoderoso dice: “La mayoría de la gente ha transgredido y se ha mancillado de determinadas maneras. Por ejemplo, algunas personas se han resistido a Dios y han dicho cosas blasfemas; otras han rechazado la comisión de Dios y no han cumplido con su deber, y Dios las ha despreciado; algunas personas han traicionado a Dios cuando se han enfrentado a las tentaciones; algunas lo han traicionado firmando las ‘Tres cartas’ cuando estaban arrestadas; algunas han robado ofrendas; otros han despilfarrado las ofrendas; algunos han perturbado a menudo la vida de iglesia y han causado daño al pueblo escogido de Dios; algunos han formado camarillas y han maltratado a otros, dejando la iglesia hecha un desastre; algunos han difundido a menudo nociones y muerte, perjudicando a los hermanos y hermanas; y otros se han dedicado a la fornicación y la promiscuidad, y han sido una terrible influencia. Baste decir que todos tienen sus transgresiones y manchas. Sin embargo, algunas personas son capaces de aceptar la verdad y arrepentirse, mientras que otras no pueden y morirían antes de arrepentirse. Por tanto, se debe tratar a las personas de acuerdo con su esencia-naturaleza y con la consistencia de su comportamiento. Los que son capaces de arrepentirse son aquellos que creen realmente en Dios; pero en cuanto a los que no se arrepienten de veras, a aquellos que deben ser apartados y expulsados, eso precisamente es lo que va a sucederles. […] El manejo que hace Dios de cada persona se basa en las situaciones reales de las circunstancias y el trasfondo de esta en ese determinado momento, así como en las acciones y el comportamiento de esa persona y en su esencia-naturaleza. Dios nunca se equivoca con nadie. Esta es una faceta de la justicia de Dios. […] El manejo que Dios hace de una persona no es tan sencillo como la gente se imagina. Cuando Su actitud hacia cierta persona es de aversión o repulsión, o cuando se trata de lo que esta persona dice en un contexto determinado, Él tiene un buen conocimiento de sus estados. Esto se debe a que Dios escruta el corazón y la esencia del hombre. La gente siempre piensa: ‘Dios solo tiene Su divinidad. Él es justo y no admite ofensas del hombre. Él no considera las dificultades del hombre ni se pone en el lugar de la gente. Si una persona se resiste a Dios, Él la castigará’. Las cosas no son así en absoluto. Si así es como alguien entiende Su justicia, Su obra y Su tratamiento de las personas, está gravemente equivocado. La determinación de Dios del desenlace de cada persona no se basa en las nociones y figuraciones del hombre, sino en el carácter justo de Dios. Él retribuirá a cada persona según lo que haya hecho. Dios es justo, y tarde o temprano se encargará de que todas las personas queden convencidas, de principio a fin” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer las palabras de Dios, comprendí que Dios trata al hombre con unos principios. No decide el desenlace de la gente en función de un momento de transgresión, sino del contexto y la naturaleza de sus actos y de si la persona es capaz de aceptar la verdad y arrepentirse realmente; esta es la justicia de Dios. Al meditarlo, de pronto vi la luz. Descubrí que, en el trato de Dios al hombre, no solo había un juicio justo, sino también misericordia. No trata a la gente con un criterio uniforme. Cuando traicioné a Dios porque mi carne era débil, creí que, si había hecho algo así, sería condenada y descartada y que, sin importar cuánto me arrepintiera, era imposible que me salvara. Ahora parecía que no comprendía el carácter justo de Dios. Es como cuando Chen Hua y yo traicionamos los intereses de la casa de Dios. La iglesia me dio otra oportunidad de cumplir con mi deber, y se basó, principalmente, en el contexto y la naturaleza de mi traición, en comparación con mi conducta constante en el deber. En el pasado, la policía me torturó siete días y siete noches, y mi cuerpo no aguantó más. No vi la astuta trama de Satanás y, en un momento de debilidad, traicioné a Dios. Eso no provocó grandes perjuicios, y después tenía remordimientos y me detestaba. Esto se consideró una transgresión grave, y la casa de Dios me dio la oportunidad de arrepentirme. En cambio, tras la detención de Chen Hua, la policía apenas le había hecho unas pocas preguntas cuando ella cedió al poder abusivo del gran dragón rojo y traicionó a muchos líderes, obreros y hogares de aquellos que custodiaban libros, con lo que detuvieron a muchos hermanos y hermanas y ocasionó enormes perjuicios al trabajo de la iglesia. La transgresión de Chen Hua no fue un momento de debilidad; tenía la esencia de un judas. La iglesia la echó por la naturaleza de sus actos y las consecuencias que acarrearon. Esto fue exclusivamente la justicia de Dios. Entendiendo esto, llegué a conocer el carácter justo de Dios y vi que Su carácter era hermoso y bueno. Ahora bien, había estado a la defensiva con Dios y dudado de Él, y ahora me sentía aún más en deuda con Él. Decidí arrepentirme y cambiar y que, si alguna vez volvían a detenerme y perseguirme, por mucho que sufriera mi carne, incluso aunque muriera, me mantendría firme en el testimonio de Dios y humillaría a Satanás, sin volver a traicionar a Dios.
Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios y aprendí cómo considerar mi transgresión. Dios Todopoderoso dice: “¿Y cómo puede Dios absolverte y perdonarte? Eso depende de tu corazón. Si tu confesión es sincera, reconoces realmente tu error y tu problema, y ya sea una transgresión o un pecado lo que hayas cometido, adoptas una actitud de sincera confesión, sientes un odio sincero hacia lo que has hecho, y de verdad te transformas, de modo que ya no volverás a realizar nunca ese mal, entonces, un día, recibirás la absolución y el perdón de Dios. Es decir, Él ya no determinará tu fin con base en las cosas ignorantes, necias e impuras que hayas hecho antes. […] Algunos se preguntan: ‘¿Cuánto tengo que orar para saber que Dios me ha perdonado?’. Cuando ya no te sientas incriminado por este asunto, cuando ya no caigas en la depresión a causa de ello, entonces habrás obtenido resultados, y eso demostrará que Dios te ha absuelto. Cuando nadie, ningún poder, ninguna fuerza exterior pueda perturbarte, y cuando no estés obligado por ninguna persona, acontecimiento o cosa, entonces habrás logrado resultados. Este es el primer paso que debes dar. El segundo paso es que, a la vez que le suplicas a Dios sin cesar que te absuelva, debes buscar activamente los principios que debes seguir al cumplir con tu deber: solo así serás capaz de desempeñarlo adecuadamente. Por supuesto, esta es también una acción práctica, una expresión y una actitud prácticas que compensan tu transgresión, y que demuestran que estás arrepentido y que has cambiado; esto es algo que debes hacer. ¿Hasta qué punto cumples con tu deber, con la comisión que Dios te ha encargado? ¿Lo afrontas con una actitud depresiva, o con los principios que Dios te exige que sigas? ¿Ofreces tu lealtad? ¿En qué se basa Dios para absolverte? ¿Has expresado algún arrepentimiento? ¿Qué le estás demostrando a Dios? Si deseas recibir la absolución de Dios, primero has de ser sincero: por un lado, debes tener una sincera actitud de confesión y, por otro, debes ser sincero y cumplir bien con tu deber; de lo contrario, no hay nada de qué hablar. Si puedes hacer estas dos cosas, si puedes conmover a Dios con tu sinceridad y buena fe, y hacer que Él te absuelva de tus pecados, entonces serás como los demás. Dios te contemplará de la misma manera que a las demás personas, te tratará igual que al resto, y te juzgará y castigará, te probará y refinará igual que a los demás; no te tratará de manera diferente. De este modo, no solo tendrás la determinación y el deseo de perseguir la verdad, sino que Dios también te esclarecerá, te guiará y te proveerá de la misma manera en tu búsqueda de la verdad. Por supuesto, ya que ahora tienes un deseo sincero y auténtico y una actitud honesta, Dios no te tratará de manera diferente a los demás y, al igual que el resto, tendrás la oportunidad de alcanzar la salvación. Lo entiendes, ¿verdad? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). Meditando las palabras de Dios, entendí que, sin importar qué transgresiones previas haya cometido uno, lo que quiere Dios es un arrepentimiento y un cambio reales. Si uno comete un error, debe presentarse ante Dios y admitir sinceramente sus pecados. Luego, debe aferrarse al deber y cumplirlo lealmente con acciones prácticas que compensen sus transgresiones. Igual que David, a quien Dios le envió un profeta para hablar con él porque cometió adulterio acostándose con la esposa de Urías. David sabía que había cometido un pecado, lo admitió y le demostró remordimiento a Dios. Lloró tanto que su cama parecía flotar y, cuando llegó a la vejez, no tocaba ni a la criada que le calentaba las sábanas. Además, aparte de su hondo pesar, realizó acciones prácticas para aferrarse al deber, como construir un templo sagrado y guiar a los israelitas a adorar a Jehová Dios. La actitud de David hacia su transgresión no fue de abatimiento, sino de positividad y progreso. Tuvo un arrepentimiento y un cambio reales. También está Pedro, que negó al Señor tres veces y perdió su testimonio. La actitud de Pedro tampoco fue de abatimiento, sino que admitió sinceramente sus transgresiones ante Dios y tuvo un arrepentimiento real. Acabó crucificado bocabajo por causa del Señor en testimonio de su amor a Dios. Tenía que seguir el ejemplo de David y Pedro, confrontar mi transgresión con positividad y dejar mi estado de abatimiento buscando un arrepentimiento y cambio reales ante Dios. Estas eran la práctica y la actitud que debía tener.
Luego reflexioné sobre por qué traicioné a Dios cuando me detuvieron: porque me preocupaba demasiado mi carne y valoraba mi vida en exceso. Recordé lo que dijo el Señor Jesús: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ese la salvará” (Lucas 9:24). Realmente, que viva o muera es una instrumentación regida por Dios. Aunque la policía me persiguiera hasta la muerte, si era capaz de mantenerme firme en el testimonio de Dios, mi muerte tendría valor y sentido. Ahora bien, había traicionado a Dios y, aunque mi carne no soportaba ningún sufrimiento, lo que yo soportaba era el sufrimiento del corazón. Siempre que recordaba cómo había traicionado al hermano y revelado dónde estaba el dinero de la iglesia, me dolía como si un puñal me hubiera atravesado el corazón. Esto se convirtió en una mancha permanente, un dolor interminable. En realidad, el sufrimiento carnal es temporal y se pasa si simplemente lo soportas, pero un corazón sufriente dura para siempre. Preservé la carne, pero perdí toda paz y todo gozo; vivía como una zombi. Pensé en los hermanos y hermanas encarcelados que se habían mantenido firmes en el testimonio. Aunque su carne soportó mucho sufrimiento y a algunos hasta los mató a golpes la policía, murieron por causa de la justicia. Esa muerte tiene valor y sentido, y Dios la aprueba y rememora. Reconocí que otra razón por la cual traicioné a la iglesia fue que no discerní la astuta trama de la policía. Cuando les oí decir que habían encontrado el dinero de la iglesia, pensé que, como ya lo habían incautado, daba igual si yo hablaba o no. Si hablaba, no me torturarían más. En consecuencia, perdí mi testimonio. En la práctica, hubieran encontrado o no el dinero de la iglesia, debería haber mantenido la boca cerrada. Lo que quería Dios era mi lealtad y mi testimonio. Descubierto el motivo de mi fallo, decidí lo siguiente: en el futuro, si me detenían otra vez, no traicionaría los intereses de la iglesia aunque me costara la vida. Al recordar los últimos años, yo siempre había eludido este problema. No quería afrontar la realidad y resolver mi problema. Aunque me odiaba, nunca me había conocido verdaderamente. No había salido de mi abatimiento. Guiada por las palabras de Dios, finalmente eliminé el distanciamiento y los malentendidos entre Dios y yo. Ahora Dios me había agraciado con el deber de regar a nuevos fieles, y debía llevar a cabo mi trabajo de riego según los principios, guiar a mis hermanos y hermanas para que comprendieran la verdad, arraigarme en el camino verdadero y hacer buenas acciones. Ahora sabía considerar correctamente mi transgresión y ya no malinterpretaba a Dios ni estaba en guardia hacia Él. Además, me sinceré y hablé sobre esta experiencia de fracaso con los hermanos y hermanas, con lo que di testimonio del carácter justo de Dios. Cuando nos reuníamos en grupos pequeños, hablaba de forma activa, y cuando enfrentaba problemas y dificultades en el deber, sabía buscar conscientemente la verdad y reflexionar sobre mí misma. A base de practicar durante un tiempo, era obvio que cambié mi estado, y Dios me guiaba en el cumplimiento del deber. En vista de que Dios no me había abandonado por mi transgresión y todavía me dirigía y guiaba, me di cuenta de que transgredir no era lo más temible que había. Quienes se arrepientan sinceramente y practiquen la verdad según los principios, recibirán la misericordia y guía de Dios. Como dice Dios: “La misericordia y tolerancia de Dios no son raras, el arrepentimiento del hombre lo es” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). ¡Gracias a la guía de Dios, puedo tener este conocimiento y estas experiencias personales! ¡Gloria a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.