Puedo enfrentar mis defectos con calma

7 Oct 2024

Por Zhao Chen, China

Desde que tengo memoria, he tartamudeado. Normalmente no era tan grave, pero cuando había mucha gente, me ponía nerviosa y empezaba a tartamudear. Cuando mis padres vieron que no hablaba con fluidez, dijeron: “¿No puedes solo hablar más despacio? Nadie está tratando de interrumpirte”. Fue un golpe para mi autoestima, y ya no quería hablar mucho. Después de comenzar la escuela, también fue así. Cuando el profesor hacía preguntas y me pedía que respondiera, los nervios me traicionaban. No podía contestar preguntas que sabía, y mi tartamudez empeoraba. Esto llevó a que los otros estudiantes imitaran mi forma de hablar. Cuando estaba en la secundaria, era líder de la clase. Una vez, vi que el profesor había llegado. Me puse nerviosa y, cuando pedí que todos se pusieran de pie, volví a tartamudear. Mis compañeros y el profesor estallaron en carcajadas. Sentí que no tenía dónde esconderme y deseaba encontrar un agujero donde meterme. Debido a mis sentimientos de inferioridad, casi nunca salía de casa y apenas hablaba. Luego de empezar a creer en Dios, los hermanos y hermanas notaron que tenía un problema de tartamudez y que no compartía mucho, así que me animaron, diciendo: “No te preocupes por tu tartamudez. Solo habla un poco más lento; está bien mientras podamos entenderte”. Con el ánimo de los hermanos y hermanas, empecé a practicar compartir. Poco a poco, me fui familiarizando más con los hermanos y hermanas y ya no me ponía tan nerviosa al hablar. Sentí una sensación de liberación y libertad que nunca había experimentado.

Sin embargo, noté que, al reunirme y compartir, los hermanos y hermanas a menudo me preguntaban: “¿Qué dijiste? No entendí. ¿Puedes repetirlo una vez más?”. Al principio no le di mucha importancia, pero al escuchar que me lo decían con frecuencia, comencé a temer que me despreciaran, que dijeran que ya era adulta, pero aún tartamudeaba y no hablaba con claridad. Me ponía muy nerviosa al compartir, y como resultado, mi tartamudez empeoraba. Me sentía bastante avergonzada, y me preocupaba que los hermanos y hermanas pensaran que era una inútil, que no valía nada. Así que, dejé de querer hablar cuando iba a las reuniones. Temía que los hermanos y hermanas dijeran que no hablaba con claridad y que no me entenderían. Una vez, mientras nos reuníamos y comíamos y bebíamos las palabras de Dios, adquirí algo de conocimiento y quise compartir, pero al pensar en mi tartamudez, no me atreví a hacerlo, aun cuando las palabras estaban en mis labios. Sentía que era un ser extraño. Los hermanos y hermanas podían enunciar sus palabras con claridad, ¿pero qué pasaba conmigo? No podía ni siquiera hablar con fluidez; ¿Dios seguiría queriendo a una persona así? De a poco, me volví cada vez más reacia a hablar durante las reuniones. En el pasado, había recibido algo de luz al comer y beber las palabras de Dios, pero ahora no podía compartir nada de eso. Las reuniones se me hacían lentas, y no obtenía ningún beneficio ni disfrute de ellas. Cada reunión se sentía como si estuviera en el patíbulo en un sitio de ejecución. No compartía a menos que fuera necesario, y si no podía evitarlo, solo compartía unas pocas palabras a regañadientes. Me sentía extremadamente reprimida y angustiada, e incluso me quejaba de Dios y lo malinterpretaba, pensando: “¿Por qué otros hablan con tanta claridad y fluidez, mientras yo no solo no hablo con fluidez, sino que también tartamudeo? ¿Cómo puedo hablar con fluidez como los demás hermanos y hermanas para que la gente no se burle de mí?”.

Más adelante, en la elección de la iglesia, los hermanos y hermanas me escogieron como líder. Pensé: “Si ejerzo deberes de liderazgo, interactuaré con más personas. ¿Eso no significará que más hermanos y hermanas sabrán de mi problema de tartamudez? Olvídalo, no puedo hacerlo; no quiero seguir avergonzándome”. Por eso, rechacé el deber. Más tarde, mi líder compartió conmigo, y finalmente accedí de mala gana. Pero, por mi tartamudez, siempre sentía que estaba por debajo de los hermanos y hermanas, y vivía en la negatividad, incapaz de liberarme. Todos los días, me sentía lenta como un perezoso. No podía reunir nada de energía durante las reuniones y no estaba dispuesta a compartir. A veces, cuando los hermanos y hermanas enfrentaban dificultades, sabía en mi corazón cómo resolverlas, pero temía comenzar a tartamudear al hablar y que me menospreciaran, y por eso no quería compartir. Solo le contaba a la hermana que tenía de compañera sobre los problemas y hacía que ella los resolviera. Una hermana notó que yo no compartía en las reuniones y me preguntó qué pasaba, y le conté sobre mi estado de sentirme inferior por mi tartamudeo. Esta hermana me animó, diciendo: “Todos tienen sus defectos, pero no afectan nuestra búsqueda de la verdad. Tu tartamudeo es causado por nervios. Confía más en Dios cuando hables, y no te pongas ansiosa. Si hablas un poco más lento, los hermanos y hermanas podrán entenderte”. Al escuchar las palabras de esta hermana, me sentí un poco más reconfortada. Dios había usado a esta hermana para ayudarme, y no debía seguir siendo negativa debido a mi tartamudeo. Estaba dispuesta a cambiar mi estado y enfrentar mis defectos de manera adecuada.

Más tarde, otras hermanas también compartieron conmigo. Me di cuenta de que estaba nerviosa al interactuar con los demás porque temía que la gente dijera que compartía mal. Todo esto era porque me preocupaba demasiado por quedar mal. Presenté mi estado ante Dios y oré, pidiéndole que me guiara para entender este problema. Un día, durante mi devoción espiritual, leí un pasaje de las palabras de Dios: “En vez de buscar la verdad, la mayoría de la gente tiene sus propios planes mezquinos. Sus propios intereses, su imagen y el lugar o posición que ocupan en la mente de los demás tienen gran importancia para ellos. Estas son las únicas cosas que aprecian. Se aferran a ellas con mucha fuerza y las consideran como su propia vida. Y cómo los vea o los trate Dios tiene para ellos una importancia secundaria. Es algo que, de momento, ignoran. Lo único que les importa es si son el jefe del grupo, si otros los admiran y si sus palabras tienen peso. Su primera preocupación es la de ocupar esa posición. Cuando se encuentran en un grupo, casi todas las personas buscan este tipo de posición, este tipo de oportunidades. Si tienen un gran talento, por supuesto que quieren estar en lo más alto; si tienen una capacidad normal, querrán tener una posición superior en el grupo; y si están en una posición baja, siendo de calibre y habilidades normales, también desearán que los demás los admiren, no querrán que los miren por encima del hombro. La imagen y la dignidad de estas personas es donde marcan el límite: tienen que aferrarse a tales cosas. Puede que no tengan integridad, y no posean ni la aprobación ni la aceptación de Dios, pero en absoluto pueden perder entre los demás el respeto, el estatus o la estima por los que se han esforzado. Ese es el carácter de Satanás. Sin embargo, las personas no son conscientes de ello. Creen que tienen que aferrarse a ese poquito de imagen hasta el final. No son conscientes de que solo cuando renuncien por completo a estas cosas vanas y superficiales y las den de lado, se convertirán en una persona real. Si una persona protege como a su vida estas cosas que deberían desecharse, su vida está perdida. Desconocen lo que está en juego. Y así, cuando actúan, siempre se guardan algo, siempre tratan de proteger su propia imagen y estatus, los colocan en primer lugar, hablan solo para sus propios fines, para su propia defensa espuria. Lo hacen todo para ellos mismos. Se lanzan hacia cualquier cosa que destaque, para hacer saber a todo el mundo que formaron parte de ella. En realidad no tuvieron nada que ver, pero jamás quieren quedar en segundo plano, siempre tienen miedo de que los demás los desprecien, temen siempre que los demás digan que no son nada, que no son capaces, que no tienen aptitudes. ¿Acaso no está todo esto dirigido por sus actitudes satánicas? Cuando seas capaz de desprenderte de cosas como la imagen y el estatus, estarás mucho más relajado y libre; habrás puesto el pie en la senda de ser honesto. Pero para muchos, no es algo fácil de conseguir. Cuando aparece la cámara, por ejemplo, las personas se lanzan a ponerse delante; les gusta que les enfoque, cuanto más lo haga, mejor. Temen que no sea suficiente, y pagarán el precio que sea necesario para tener la oportunidad de que así sea. ¿Y acaso no está todo ello dirigido por sus actitudes satánicas? Estas son sus actitudes satánicas. Entonces logras estar en el foco, ¿y ahora qué? La gente piensa bien de ti, ¿y qué? Te idolatran, ¿y qué? ¿Demuestra algo de esto que poseas la realidad-verdad? No tiene ningún valor. Cuando puedas superar estas cosas, cuando te vuelvas indiferente hacia ellas y ya no las consideres importantes, cuando la imagen, la vanidad, el estatus y la admiración de las personas ya no controlen tus pensamientos y tu comportamiento, y mucho menos la forma en que cumples con tu deber, entonces serás cada vez más eficaz y más puro en el cumplimiento de esos deberes(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al ver lo que Dios expuso, entendí que, independientemente de su calibre, todas las personas desean ocupar un lugar en el corazón de los demás y no ser menospreciadas. Incluso si tenía un problema de tartamudeo, no quería que la gente me menospreciara. Como no hablaba con claridad, cuando los hermanos y hermanas me preguntaban qué había dicho cuando compartía, pensaba que me estaban menospreciando. Esto me hizo sentir inferior, y me volví tan negativa que ya no quería cumplir con mi deber. ¡Me importaba tanto quedar mal! Desde mis primeros años, al recibir la crianza de mis padres y la educación de la escuela, los venenos satánicos “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar” y “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela” se habían arraigado en mi corazón. Estos venenos me hicieron creer erróneamente que las personas deben proteger su orgullo y evitar el menosprecio de los demás. Cuando interactuaba con no creyentes, se reían de mí por mi tartamudeo. Para no ser menospreciada por los demás, no salía de casa ni hablaba a menos que fuera necesario. Incluso cuando hablaba, solo decía un par de frases, o simplemente sonreía y asentía. Si empezaba a tartamudear al interactuar con los hermanos y hermanas, especulaba en mi mente, pensando: “¿Qué opinarán de mí? ¿Qué dirán sobre mí?”. Siempre pensaba que todos me menospreciaban, y vivía con mucho dolor y represión. Al comer y beber las palabras de Dios, adquirí algo de comprensión y entendimiento, pero temía tartamudear al compartir y que los hermanos y hermanas me menospreciaran, así que no compartía. Además, carente de razón, exigía que Dios eliminara mi problema de tartamudeo, incluso lo usaba como excusa para no cumplir con mi deber. Cuando los hermanos y hermanas tenían dificultades, no compartía ni los ayudaba a resolverlas; no había cumplido bien con los deberes que debería realizar un ser creado. No tenía ninguna razón; estaba antagonizando y rebelándome contra Dios. Incluso si los demás pensaran bien de mí y tuviera una reputación brillante, ¿qué ocurriría entonces? No cambiaría mi carácter-vida, y solo me haría preocuparme por cómo las cosas afectan mi prestigio y me alejaría más de Dios. Al final, Dios me desdeñaría y me descartaría. Al reconocer que proteger mi orgullo me causaría tanto daño, ya no consideraba lo que pensaban los hermanos y hermanas de mí. Solo pensaba en cómo cumplir bien con mi deber.

Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Las personas no son capaces de resolver algunos problemas. Por ejemplo, puede que a menudo te pongas nervioso al hablar con los demás; cuando afrontas situaciones, puede que cuentes con tus propias ideas y puntos de vista, si bien no eres capaz de formularlos con claridad. Te sientes especialmente nervioso cuando hay muchas personas presentes; hablas con incoherencia y te tiemblan los labios. Algunos llegáis incluso a tartamudear; otros sois si cabe menos capaces de expresaros si hay miembros del sexo opuesto presentes, simplemente no sabéis qué hacer ni qué decir. ¿Es fácil superar esa situación? (No). Al menos a corto plazo, no te resulta sencillo superar este problema porque es parte de tu condición innata. Si sigues nervioso después de varios meses de práctica, el nerviosismo se torna en presión, lo cual te afecta negativamente, ya que hace que tengas miedo de hablar, conocer a gente, asistir a reuniones o dar sermones, y esos temores pueden vencerte. ¿Qué deberías hacer entonces? Puedes reflexionar sobre este asunto y hablar con los demás sobre ello; ver qué mentalidad tienen otros cuando se encuentran con este problema y cómo lo resuelven. Deberías además practicar de esta manera. […] Si te parece que tu estado no ha mejorado mucho tras practicar durante un mes, e incluso te surge una especie de presión en el corazón que te pone cada vez más nervioso, afecta a tu trabajo normal, a tu vida y al cumplimiento del deber, entonces no hace falta que continúes practicando. Basta con que hagas tu deber con normalidad. Solo céntrate en hacer bien tu deber; es lo correcto. Mantén en tu corazón este defecto, este fallo, ora en silencio a Dios y luego busca las ocasiones apropiadas para practicar cómo hablar e interactuar con las personas, al tiempo que expresas lo que quieres decir de manera elocuente y sistemática. Así mejorará poco a poco tu defecto, tu fallo. Es posible que, pasados uno o dos años, a medida que madures con la edad y estés más familiarizado con la gente que te rodea, con su mirada, sus opiniones y la atmósfera creada cuando todo el mundo está reunido, nada de eso te cause ya presiones, ataduras ni limitaciones. Es posible que tu defecto se supere y se resuelva entre esa gente. Este es el tipo de persona que sufre tal defecto con mayor severidad; solo lo puede superar por medio de la moderación y la práctica a largo plazo en tales entornos. Por supuesto, también existen personas que resuelven este fallo poco a poco en un corto periodo de entre tres y cinco meses. No se ponen nerviosas cuando interactúan y hablan con los demás en situaciones corrientes, excepto cuando afrontan grandes ocasiones. Por tanto, si puedes superar a corto plazo este defecto, este fallo, hazlo. Si es difícil de superar, no te preocupes por él, no luches contra él ni te desafíes a ti mismo. Por supuesto, si no puedes superarlo, no deberías ser negativo. Aunque no puedas superarlo nunca a lo largo de tu vida, Dios no te condenará, ya que no se trata de tu carácter corrupto. Tu miedo escénico, tu nerviosismo y tu temor, estas manifestaciones no reflejan tu carácter corrupto; ya sean innatos o producto del entorno posterior en la vida, como mucho, son un defecto, un fallo de tu humanidad. Si no puedes cambiarlo a largo plazo, o siquiera en toda tu vida, no te recrees en ello, no permitas que te limite, ni tampoco deberías volverte negativo por ese motivo, pues no se trata de tu carácter corrupto; no tiene sentido intentar cambiarlo o luchar contra él. Si no puedes cambiarlo, entonces acéptalo, deja que exista y trátalo con corrección, ya que puedes coexistir con ese defecto, ese fallo; el hecho de que lo tengas no afecta a que sigas a Dios y hagas tus deberes. Mientras puedas aceptar la verdad y hacer tus deberes lo mejor que te sea posible, todavía te puedes salvar; no afecta a tu aceptación de la verdad ni a tu salvación. Por tanto, no deberías verte limitado a menudo por cierto defecto o fallo en tu humanidad y, por la misma razón, tampoco deberías volverte negativo o desalentarte con frecuencia, o siquiera renunciar a tu deber y a la búsqueda de la verdad, lo que te llevará a perder la ocasión de salvarte. No merece para nada la pena; eso es lo que haría una persona necia e ignorante(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 2. Cómo perseguir la verdad (3)). Era exactamente como decían las palabras de Dios. A lo largo de mi vida, debido a mi problema de tartamudeo, me ponía ansiosa cuando me encontraba entre muchas personas, lo que causaba mi tartamudeo. Cuando la gente me menospreciaba, dañaba mi autoestima, y yo quería corregir mi tartamudeo por mis propios medios. Pero las cosas no salieron como yo quería, lo que me llevó a ser cada vez más negativa, y al final ni siquiera quería cumplir con mi deber. Incluso me quejé de que Dios no me ayudaba a corregir mi problema de tartamudeo. Ahora entendía que mi tartamudeo es algo con lo que nací, y no puedo superarlo solo porque lo desee. El tartamudeo no es motivo de preocupación; no es un carácter corrupto y no interfiere con mi búsqueda de la verdad. Es solo un defecto que tengo, y está bien mientras lo vea de manera correcta. Si los hermanos y hermanas no entienden lo que digo y hacen una sugerencia, debería enfrentar esto con calma y repetir las palabras o hablar más despacio. Mi tartamudeo no debería afectarme tanto como para dejar de cumplir con mi deber. En resumen, uno no se debe preocupar por sus defectos. Debe superarlos si puede, y si no puede, debe enfrentar su problema con calma, seguir compartiendo y cumplir con sus deberes como corresponde. No hay necesidad de sentirse limitado por el tartamudeo. En el pasado, no pude ver correctamente mi problema de tartamudeo. Creía que mi tartamudeo significaba que era inútil y que no servía para nada, que no podía cumplir con mi deber, y que Dios no quería a alguien como yo. Pero durante todo este tiempo, la iglesia nunca me privó de mi derecho a cumplir con mi deber debido a mi tartamudeo. Fui yo quien no supo ver correctamente este defecto, siempre enfrentándome a él. Cuando no pude superarlo, me volví negativa y me quejé. De hecho, cuando no traté deliberadamente de cambiar mi tartamudeo y hablé un poco más despacio, los hermanos y hermanas podían entenderme y podía cumplir con mi deber con normalidad. No era como lo imaginaba, que no podía cumplir con mi deber debido a mi tartamudeo. Durante toda mi vida, siempre me había afectado mi problema de tartamudeo. Mis compañeros de clase se reían de mí y no les agradaba a mis padres. Todo lo que recibí fueron desprecios y discriminación, y vivía con una autoestima muy baja. Sin embargo, después de comenzar a creer en Dios, Dios usó a los hermanos y hermanas para ayudarme y animarme, y usó Sus palabras para guiarme cuando estaba negativa y sufría, permitiéndome salir de esta negatividad. Ahora entendía profundamente por experiencia que es Dios quien más ama al hombre. Pero siempre me había quejado de Dios y lo había malinterpretado; le debía tanto a Él. Al pensar en esto, me presenté ante Dios y oré: “¡Dios! Por Tus palabras, entiendo que tener defectos no es motivo de preocupación, ni significa que no pueda cumplir con mi deber. Estoy dispuesta a ver mis defectos con una mentalidad tranquila, someterme a Tus orquestaciones y arreglos, cumplir bien con mi deber y satisfacerte”.

Un día, durante mi devoción espiritual, leí dos pasajes de las palabras de Dios: “La gente debería desprenderse de estas nociones y figuraciones sobre la obra de Dios. Para ser concretos, ¿cómo se debería practicar esto? No persigas grandes dones o talentos ni tampoco cambiar tu propio calibre o instintos; en lugar de eso, sobre la base de tu calibre, capacidades, instintos y demás aspectos ya existentes, desempeña tu deber de acuerdo con los requerimientos de Dios y haz cada cosa de acuerdo con lo que Él te pida. Dios no exige nada que exceda a tus capacidades ni a tu calibre; tampoco deberías complicarte las cosas. Deberías hacer lo máximo que seas capaz en función de lo que sabes y de lo que puedes lograr, y practicar de acuerdo con lo que permiten tus propias condiciones(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 2. Cómo perseguir la verdad (3)). “Si la razón de tu humanidad es normal, deberías afrontar tus defectos y fallos de la manera correcta; deberías reconocerlos y aceptarlos. Esto te resulta beneficioso. Aceptarlos no significa verte limitado por ellos ni tampoco ser negativo a menudo por esa causa, sino más bien no estar limitado por ellos, reconocer que eres solo un miembro corriente de la especie humana corrupta, con tus propios fallos y defectos, sin nada de lo que jactarte. Es Dios el que eleva a la gente para hacer su deber, es Dios el que pretende obrar Su palabra y vida en ellos, permitirles lograr la salvación y escapar de la influencia de Satanás; esto se debe por entero a que Dios eleva a las personas. Todo el mundo tiene fallos y defectos; deberías permitir que estos coexistan contigo, en lugar de evitarlos, encubrirlos y sentirte oprimido a menudo en tu fuero interno o incluso sentirte inferior. No eres inferior; si puedes hacer tu deber con todo tu corazón, toda tu fuerza y toda tu mente, lo mejor que te sea posible, y tienes un corazón sincero, entonces eres tan precioso como el oro en presencia de Dios. Si no puedes pagar un precio y te falta lealtad a la hora de hacer tu deber, aunque tus condiciones innatas sean mejores que las de la persona promedio, no eres precioso en presencia de Dios, no vales siquiera lo que un grano de arena(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 2. Cómo perseguir la verdad (3)). Al leer las palabras de Dios, todo se aclaró. Cada persona tiene defectos e imperfecciones. Tener un defecto no es un problema, y uno debe aprender a dejarlo ir y verlo de manera correcta. Mi problema de tartamudeo fue dispuesto por Dios, y no necesitaba complicarme la vida tratando siempre de cambiarlo. Era suficiente tener un corazón puro y honesto, y poner todo lo que tengo en cumplir bien con mi deber. En el pasado, siempre tenía miedo de que si tartamudeaba al hablar, los hermanos y hermanas me menospreciarían, por eso quería deshacerme de este problema de tartamudeo. Ahora, tenía que someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios y ver mis defectos de manera correcta. Pensé en la experiencia de una hermana sobre la que había oído antes. Ella tenía un problema de tartamudeo peor que el mío, siempre balbuceaba al hablar y era difícil entender lo que decía. En ese momento, había una iglesia que sufría arrestos por parte del Partido Comunista, y todo su trabajo estaba paralizado. Los hermanos y hermanas no se atrevían a ir allí, pero esta hermana dio un paso adelante y se ofreció para ir y ayudar a apoyar a la iglesia. Algunas personas pensaban: “Si no puede hablar claramente, ¿realmente puede apoyarlos?”. Sin embargo, esta hermana no se dejaba limitar por su tartamudeo. Al llegar a la iglesia, buscó a alguien que la orientara y entendiera la situación. Ella vio que todos los hermanos y hermanas vivían en timidez, y compartió con ellos uno por uno. Al ver que la hermana no hablaba con mucha claridad, el líder tomó la iniciativa de unirse al compartir. Con esta hermana revisando y supervisando el trabajo en detalle, los líderes y obreros sintieron la carga, y los hermanos y hermanas cumplieron sus deberes normalmente. Aunque esta hermana tartamudeaba al hablar, no se dejaba limitar por esto y fue capaz de obtener resultados en su deber. Yo debería ser como esta hermana y cumplir con mi deber con un corazón sincero. De esta manera, sería más fácil recibir la guía de Dios. Después de entender esto, supe que no debía tener miedo por tener defectos. Lo importante era enfrentarlos correctamente y actuar lo mejor posible según lo que pudiera lograr con mis aptitudes.

Ahora, cuando estoy llevando a cabo el trabajo y compartiendo con hermanos y hermanas para resolver sus estados, ya no me siento limitada por mi tartamudeo. No importa de quién sean los problemas que descubra, los podo cuando debo y comparto para ayudarlos cuando es apropiado. Al compartir, encuentro palabras relevantes de Dios para resolver sus problemas basándome en mis propias experiencias, compartiendo cualquier entendimiento que haya adquirido de la lectura de las palabras de Dios. A veces, me pongo ansiosa y empiezo a tartamudear, así que oro en silencio a Dios en mi corazón, pidiéndole que me guíe para no estar limitada por mi orgullo. Luego, hablo más despacio para que los hermanos y hermanas entiendan, y así puedo llevar a cabo el trabajo con claridad. Cuando los hermanos y hermanas notan que tengo un tartamudeo, no me menosprecian como imaginaba, e incluso dicen que han encontrado un poco de dirección de aquello que compartí. A veces, cuando el líder superior revisa mi trabajo y me pongo nerviosa y empiezo a tartamudear, enfrento este defecto con calma y mi nerviosismo al hablar desaparece.

Durante todos estos años, siempre estuve atormentada por mi problema de tartamudeo. Me sentía increíblemente inferior y reprimida. A lo largo de este camino, llegué a entender profundamente que a Dios no le importa si alguien parece ser un buen orador. Lo que Él quiere es que tengamos un corazón puro y sincero. No importa qué defectos tenga una persona en apariencia, mientras pueda dar lo mejor de sí en cumplir con su deber, estará en consonancia con la intención de Dios. Así como dicen las palabras de Dios: “Todo el mundo tiene fallos y defectos; deberías permitir que estos coexistan contigo, en lugar de evitarlos, encubrirlos y sentirte oprimido a menudo en tu fuero interno o incluso sentirte inferior. No eres inferior; si puedes hacer tu deber con todo tu corazón, toda tu fuerza y toda tu mente, lo mejor que te sea posible, y tienes un corazón sincero, entonces eres tan precioso como el oro en presencia de Dios(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 2. Cómo perseguir la verdad (3)).

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