Ahora puedo afrontar mis defectos correctamente

27 Mar 2025

Por Chen Gang, China

Cuando era joven, los adultos solían burlarse de mí cuando hablaba. A esa edad ingenua, no entendía la razón por la que lo hacían y fue solo cuando crecí que me di cuenta de que era tartamudo. Intenté solucionarlo, pero no lo conseguí, así que realmente me molestaba. Debido a ese defecto, las personas solían mofarse y burlarse de mí. De a poco, empecé a hablar menos, no quería ver a la gente y prefería estar solo. Cuando iba a la escuela, nunca iba a las fiestas de mis compañeros y, durante las vacaciones de invierno y verano, no quería salir de casa ni ir a visitar a mis parientes. Me volví muy retraído y tenía una autoestima muy baja. A veces, en casa, mi madre me fastidiaba cuando me oía tartamudear: “¿Por qué no hablas más despacio? ¡No te apresures! ¡Si sigues así, ni siquiera podrás encontrar una esposa cuando seas grande!”. Cuando empecé a trabajar, un compañero del trabajo me escuchó tartamudear una vez y se burló de mí, diciéndome: “¿Por qué tartamudeas? ¡Eres muy gracioso!”. Aunque fue una broma, se me puso la cara colorada de la vergüenza, y me odiaba a mí mismo por no ser capaz de solucionar mi defecto.

En septiembre de 2008, acepté la nueva obra de Dios. Cuando los hermanos y hermanas percibieron mi tartamudez, me animaron y me ayudaron, en lugar de burlarse de mí o menospreciarme. A veces, cuando me encontraba con hermanos y hermanas desconocidos en las reuniones, me ponía nervioso. Cuando se me trababa la lengua al leer las palabras de Dios, los hermanos y hermanas leían conmigo y me animaban a que no me sintiera limitado. Sentí un afecto especial en la casa de Dios. Tres años después, los hermanos y hermanas me eligieron líder de la iglesia y supe que eso se debía a que Dios me estaba animando. Pero cumplir los deberes de un líder implica compartir verdades, resolver problemas y reunirse con los hermanos y hermanas a menudo. Sobre todo, en reuniones grandes, me sentía especialmente limitado por mi tartamudez y me ponía extremadamente nervioso, ya que temía que, si se me trababa la lengua al compartir, haría el ridículo y los hermanos y hermanas se reirían de mí. Recuerdo que, en una reunión, vi a una hermana que no conocía bien y me preocupaba lo que pudiera pensar de mí si no era bueno al dar la plática. En consecuencia, tartamudeé mucho al leer las palabras de Dios. La hermana no pudo contenerse y se echó a reír. Ese fue un golpe serio para mi autoestima. Aunque la hermana me pidió disculpas sinceras, aún me sentí muy dolido por dentro y siempre me sentía inferior a los demás, así que me solía quejar: “¿Por qué tengo este defecto? ¿Por qué no puedo solucionarlo?”. Más tarde, al interactuar con los hermanos y hermanas, me volví muy sensible y, después de cada lectura de las palabras de Dios o de compartir, prestaba mucha atención a sus expresiones faciales y, cuando veía cualquier movimiento extraño, pensaba: “¿Se están riendo de mí?”. Eso me hacía ponerme aún más nervioso, hasta el punto de que a veces me sudaban las palmas de las manos. Con el tiempo, empecé a tener miedo de ir a las reuniones y, sobre todo en reuniones grandes, delegaba mis responsabilidades al hermano con el que colaboraba. Viví en este estado de dolor y opresión durante mucho tiempo hasta que ya no pude soportar la presión y renuncié. Después de renunciar, asumí un deber relacionado con textos en el que me pasaba los días seleccionando artículos, sin tener que hablar ni interactuar con nadie, así que ya no me sentía limitado por mi tartamudez.

En septiembre de 2020, me eligieron de nuevo líder de la iglesia, pero, debido a que era un trabajo de alta presión y a que interactuaba de manera habitual con hermanos y hermanas desconocidos, mi tartamudez empeoró. Cuando llegaba el momento de las reuniones, me preocupaba profundamente la imagen que los demás tenían de mí y me sentía tan limitado que no podía evitar extrañar los días en que realizaba el deber relacionado con textos, en el que no tenía que interactuar con demasiada gente y la presión era menor. Esperaba volver a hacer ese deber. En julio de 2021, de forma inesperada, los hermanos y hermanas me nominaron predicador. Pensé: “¿Cómo se supone que va a funcionar esto? Ser líder de la iglesia ya es suficiente presión. Ni siquiera me atrevo a esperar recibir otra promoción”. Pero me basé en la razón y fui de todas maneras a participar en la elección. Durante la reunión de la elección, pensé en que un predicador interactúa con muchas personas y es responsable de muchas iglesias, y su trabajo depende de compartir la verdad para resolver problemas. Me pregunté: ¿con mi severa tartamudez, seré capaz de compartir con claridad? Si los hermanos y hermanas se vuelven a reír de mí, ¿no quedaré rematadamente mal? Al final, retiré mi candidatura. Luego, hubo varias elecciones más. Sabía que después de creer en Dios durante muchos años, debía considerar Sus intenciones y asumir más responsabilidades. Pero apenas me ponía a pensar en mi defecto, me echaba atrás y me retiraba de cada elección.

En diciembre de 2023, recibí una carta de los líderes, que decía que los hermanos y hermanas me habían propuesto como líder de distrito y querían que participara en la elección. Pensé: “Dado mi defecto, no soy apto para participar en absoluto. Incluso si me eligen, no podré encargarme de esa responsabilidad. ¿Qué debo hacer?”. Si no participaba, temía que no estaría defendiendo la obra de la iglesia, pero si lo hacía, sentía que no estaba cualificado. Me sentía muy conflictuado. Durante una de mis prácticas devocionales, leí dos pasajes de las palabras de Dios: “El tartamudeo y el balbuceo cuando se habla, ¿qué clase de problemas son estos? (Son condiciones innatas). Son condiciones innatas y además son tipos de defectos físicos. Por supuesto, hay formas diferentes de tartamudear. Algunos tartamudos alargan una sola sílaba, mientras que otros no paran de repetir la misma y se pasan todo el día sin poder pronunciar una frase entera. En resumen, se trata de una condición innata y, por supuesto, es además un tipo de defecto físico. ¿Implica esto un carácter corrupto? (No). No implica un carácter corrupto. Si alguien dice: ‘Balbuceas cuando hablas, ¡seguro que eres taimado!’ o: ‘Incluso tartamudeas cuando hablas, ¿cómo puedes ser tan arrogante?’; ¿son certeras esas afirmaciones? (No). Tartamudear, como defecto o carencia, no guarda relación con ningún aspecto del carácter corrupto de una persona. Por tanto, se trata de una condición innata y de un tipo de defecto físico. Claramente no tiene que ver con el carácter corrupto de una persona ni tiene conexión de ningún tipo con este(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (9)). “Las personas no son capaces de resolver algunos problemas. Por ejemplo, puede que seas propenso a ponerte nervioso al hablar con los demás; cuando afrontas situaciones, puede que cuentes con tus propias ideas y puntos de vista, si bien no eres capaz de formularlos con claridad. Te sientes especialmente nervioso cuando hay muchas personas presentes; hablas con incoherencia y te tiemblan los labios. Algunos llegan incluso a tartamudear; otros son si cabe menos capaces de expresarse si hay miembros del sexo opuesto presentes, simplemente no saben qué hacer ni qué decir. ¿Es fácil superar esa situación? (No). Al menos a corto plazo, no te resulta sencillo superar este defecto porque es parte de tus condiciones innatas. […] Por tanto, si puedes superar a corto plazo este defecto, este fallo, hazlo. Si es difícil de superar, no te preocupes por él, no luches contra él ni te desafíes a ti mismo. Por supuesto, si no puedes superarlo, no deberías ser negativo. Aunque no puedas superarlo nunca a lo largo de tu vida, Dios no te condenará, ya que no se trata de tu carácter corrupto. Tu miedo escénico, tu nerviosismo y tu temor, estas manifestaciones no reflejan tu carácter corrupto; ya sean innatos o producto del entorno posterior en la vida, como mucho, son un defecto, un fallo de tu humanidad. Si no puedes cambiarlo a largo plazo, o siquiera en toda tu vida, no te recrees en ello, no permitas que te limite, ni tampoco deberías volverte negativo por ese motivo, pues no se trata de tu carácter corrupto; no tiene sentido intentar cambiarlo o luchar contra él. Si no puedes cambiarlo, entonces acéptalo, deja que exista y trátalo con corrección, ya que puedes coexistir con ese defecto, ese fallo; el hecho de que lo tengas no afecta a que sigas a Dios y hagas tus deberes. Mientras puedas aceptar la verdad y hacer tus deberes lo mejor que te sea posible, todavía te puedes salvar; no afecta a tu aceptación de la verdad ni a tu salvación. Por tanto, no deberías verte limitado a menudo por cierto defecto o fallo en tu humanidad y, por la misma razón, tampoco deberías volverte negativo o desalentarte con frecuencia, o siquiera renunciar a tu deber y a la búsqueda de la verdad, lo que te llevará a perder la ocasión de salvarte. No merece para nada la pena; eso es lo que haría una persona necia e ignorante(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me enseñaron que el tartamudeo y el balbuceo son problemas innatos, defectos físicos, y no un carácter corrupto ni algo que Dios condene. No afectan mi búsqueda de la verdad ni de la salvación. No debería sentirme limitado por mis defectos. Si, debido a un defecto físico, abandonara la búsqueda de la verdad y la oportunidad de ser promovido y cultivado, lo que retrasaría el asunto vital de la salvación, ¿no estaría sacrificando lo más importante por lo más insignificante? ¿No sería eso verdaderamente insensato e indigno? Al leer esas palabras de Dios, me sentí realmente consolado. En retrospectiva, siempre le había dado mucha importancia a mi trastorno del habla desde niño, ya que creía que me incomodaba y me afectaba a menudo en mi vida, mi trabajo y mis deberes. Hacía que fuera poco comunicativo y especialmente huraño, y me hacía tener baja autoestima, lo que significaba que no tenía confianza ni motivación en nada de lo que hacía. Durante las reuniones, cuando los hermanos y hermanas compartían abiertamente su conocimiento vivencial entre ellos, la charla de la experiencia debería ser liberadora, reconfortante y también debería facilitar recibir la obra del Espíritu Santo a través de la plática. Sin embargo, debido a mi tartamudeo, me sentía oprimido y sin poder encontrar la paz en las reuniones. Incluso las temía y las evitaba siempre que era posible, por lo que me perdía muchas oportunidades de obtener la verdad. Cuando enfrentaba elecciones en la iglesia, siempre renunciaba a la oportunidad de participar y, cuando el trabajo de la iglesia necesitaba con urgencia a gente para colaborar, no podía asumir la responsabilidad ni ser considerado con la intención de Dios. Vi cómo mi tartamudez me solía maniatar y limitar, me hacía vivir en un estado de dolor y represión, y que todo eso lo causaba mi incapacidad de ver correctamente mis defectos. No entendía la verdad y no sabía cómo ver a las personas y las cosas según las palabras de Dios. Eso no solo me maniataba y limitaba, sino que también me llevaba a rechazar mis deberes de forma reiterada. Incluso me limitaba a mí mismo al creer que, con mi tartamudeo, no era apto para ser líder, lo que me llevaba a malinterpretar a Dios y alejarme de Él. ¡Qué insensato fui! No podía seguir siendo tan negativo. Tenía que lidiar con mi defecto de manera correcta y afrontar esta elección con calma.

Unos días después, me enteré de que dos hermanas no podían participar en la elección por razones personales. Pensé: “Esas dos hermanas eran las favoritas para la elección, así que, si no pueden participar, ¿no tendré oportunidades más grandes de que me elijan?”. Al pensar en mi defecto, de inmediato sentí mucha presión. Una cosa es quedar mal en la iglesia, pero esa clase de humillación sería aún mayor si me convertía en líder de distrito. Compartí mi estado con una hermana y ella señaló que me preocupaba demasiado la imagen que los demás tenían de mí y que daba demasiada importancia al orgullo y la vanidad. Con el recordatorio de esa hermana, leí más palabras de Dios: “Todas las personas tienen algunos estados incorrectos en ellas, como la negatividad, la debilidad, el desaliento y la fragilidad; o tienen intenciones viles; o están constantemente atribuladas por su orgullo, deseos egoístas y su propia conveniencia; o creen que son de poco calibre y experimentan estados negativos. Te resultará muy difícil obtener la obra del Espíritu Santo si vives siempre en estos estados. Si es difícil para ti obtener la obra del Espíritu Santo, entonces los elementos activos en ti serán pocos, y los elementos negativos surgirán y te perturbarán. La gente siempre confía en su propia voluntad para reprimir esos estados negativos y adversos, pero no importa cuánto los repriman, no pueden sacudírselos de encima. La razón principal de esto es que las personas no pueden discernir completamente estas cosas negativas y adversas; no pueden percibir claramente su esencia. Esto hace que les resulte muy difícil rebelarse contra la carne y contra Satanás. Además, siempre se quedan atascadas en estos estados negativos, melancólicos y degenerados, y no oran ni acuden a Dios, sino que simplemente salen del paso con ellos. En consecuencia, el Espíritu Santo no obra en ellas, y por tanto son incapaces de entender la verdad, carecen de senda en todo lo que hacen, y no pueden ver ningún asunto con claridad. Hay demasiadas cosas negativas y adversas dentro de ti, y han llenado tu corazón, por lo que a menudo eres negativo, melancólico de espíritu, y te alejas cada vez más de Dios y te vuelves cada vez más débil. Si no puedes obtener el esclarecimiento y la obra del Espíritu Santo, no podrás escapar de estos estados, y tu estado negativo no cambiará, porque si el Espíritu Santo no está obrando en ti, no podrás encontrar una senda. Debido a estas dos razones, te será muy difícil desprenderte de tu estado negativo y entrar en uno normal. Aunque ahora, cuando cumplís con vuestro deber, soportáis la adversidad, trabajáis duro, os esforzáis mucho y sois capaces de renunciar a vuestra familia y a vuestra carrera, y dejarlo todo, los estados negativos que hay en vosotros todavía no se han transformado de verdad. Hay demasiados obstáculos que os impiden perseguir y practicar la verdad, como vuestras nociones, imaginaciones, conocimientos, filosofías para los asuntos mundanos, deseos egoístas y actitudes corruptas. Estas cosas adversas han llenado vuestro corazón(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Las palabras de Dios me permitieron entender que siempre había sido pasivo respecto a las elecciones, no solo por cómo me limitaba mi tartamudez, sino también por las ataduras de la vanidad y el orgullo. Pensaba: “Cuantas más responsabilidades tenga, con más hermanos y hermanas tendré que interactuar y, como líder, tendré que compartir la verdad para resolver problemas. Si tartamudeo al hablar durante las reuniones, habrá más gente que se enterará de mi tartamudez. ¿No ensuciará eso mi buen nombre?”. Con esos pensamientos en mente, tenía miedo de participar en las elecciones y no quería que me ascendieran ni que me cultivaran. Vivía según el veneno satánico de: “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar”, y siempre hacía todo lo posible para ocultar mis defectos, de modo que los demás no vieran mis debilidades. No tenía en consideración las necesidades del trabajo de la iglesia y renunciaba una y otra vez a la oportunidad de participar en elecciones. Incluso cuando el trabajo de la iglesia necesitaba con urgencia la colaboración de la gente, yo me limitaba a observar y me retiraba. ¡Era realmente egoísta y despreciable! La iglesia me había regado y cultivado durante muchos años, por lo que yo debía haber asumido el trabajo de la iglesia. Esa también era mi responsabilidad como ser creado y debería haberla aceptado y haberme sometido a ella incondicionalmente. Pero, para salvar las apariencias, me negaba a participar en las elecciones y las evitaba, sin querer asumir la carga por la casa de Dios y sin reconocer ese honor en absoluto. Eso es algo que Dios detesta y odia. Solo entonces entendí que mi vida de opresión y sufrimiento se debía a mi obsesión por la vanidad y el orgullo, y a que me preocupaba demasiado lo que opinaban los demás. Al mismo tiempo, sentí la sincera intención de Dios. Dios no me desdeñaba por mis defectos, sino que me daba oportunidades para que me ascendieran y cultivaran una y otra vez. Cuando mis defectos y mi carácter corrupto me limitaban y maniataban, lo que me hacía sentirme abatido y echarme atrás, Dios usaba Sus palabras para esclarecerme e iluminarme, para ayudarme a entender la verdad y liberarme de las ataduras de las emociones negativas. Vi que el amor de Dios era muy real y supe que no debía seguir siendo pasivo ni estando abatido, sino que debía desprenderme de mi intención errada, colaborar de forma adecuada y participar en la elección.

Más tarde, leí más palabras de Dios: “Si la razón de tu humanidad es normal, deberías afrontar tus defectos y fallos de la manera correcta; deberías reconocerlos y aceptarlos. Esto te resulta beneficioso. Aceptarlos no significa verte limitado por ellos ni tampoco ser negativo a menudo por esa causa, sino más bien no estar limitado por ellos, reconocer que eres solo un miembro corriente de la especie humana corrupta, con tus propios fallos y defectos, sin nada de lo que jactarte, que es Dios el que eleva a la gente para hacer su deber y el que pretende obrar Su palabra y vida en ellos a fin de permitirles lograr la salvación y escapar de la influencia de Satanás; esto es por entero que Dios eleva a las personas. Todo el mundo tiene fallos y defectos. Deberías permitir que estos coexistan contigo; no trates de evitarlos o encubrirlos y no te sientas a menudo reprimido en tu fuero interno o incluso siempre inferior por su culpa. No eres inferior; si puedes hacer tu deber con todo tu corazón, toda tu fuerza y toda tu mente, lo mejor que te sea posible, y tienes un corazón sincero, entonces eres tan precioso como el oro ante Dios. Si no puedes pagar un precio y te falta lealtad a la hora de hacer tu deber, aunque tus condiciones innatas sean mejores que las de la persona promedio, no eres precioso ante Dios, no vales siquiera lo que un grano de arena(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me enseñaron que Dios no exige demasiado a las personas, sino que les pide que actúen según sus capacidades. Cuando actúan de acuerdo con su aptitud y capacidades laborales, usan plenamente su potencial basado en sus condiciones innatas y colaboran con Él de todo corazón y lo mejor que pueden, Dios está satisfecho. Dios no quiere que las personas finjan, sino que prefiere que cumplan su deber con un corazón honesto. Reflexioné sobre cómo mi tartamudeo me hacía tener baja autoestima y sentirme abatido, sensible y frágil. Pensé en cómo me importaban tanto las opiniones de los demás y cómo, en consecuencia, seguía rechazando participar en las elecciones y no quería asumir grandes responsabilidades. Ahora había entendido que mi tartamudeo era un defecto difícil de superar y que debía aprender a aceptarlo y verlo correctamente. Cuando fuera necesario, debía abrirme a los hermanos y hermanas acerca de mi defecto, sin disimularlo ni ocultarlo. Esa es la actitud que debía tener hacia mi defecto.

Unos días después, anunciaron los resultados de la elección, y fui elegido líder de distrito. Me sentí profundamente conmovido y oré en silencio a Dios: “Dios, que me hayan elegido líder es Tu exaltación. Valoraré esta oportunidad de cumplir mi deber y estoy dispuesto a esforzarme al máximo para hacerlo bien y retribuir Tu amor”. Después, me pregunté: “¿Cómo puedo cumplir bien con mi deber a pesar de mi defecto?”. Un día, leí dos pasajes de las palabras de Dios que me conmovieron profundamente y me señalaron la senda de práctica que debía seguir. Dios dice: “No trates de cambiar tu personalidad porque realices ciertos deberes o sirvas como supervisor de cierto aspecto del trabajo; esta es una idea errónea. ¿Qué deberías hacer entonces? Con independencia de tu personalidad o tus condiciones innatas, deberías atenerte a los principios-verdad y practicarlos. Al final, Dios no mide si sigues Su camino o puedes lograr la salvación sobre la base de tu personalidad o qué calibre, habilidades, capacidades, dones o talentos innatos posees y, desde luego, Él tampoco se fija en cuánto has restringido tus instintos y necesidades corporales. En su lugar, Él se fija en si mientras sigues a Dios y ejecutas tus deberes, practicas y experimentas Sus palabras, si tienes la voluntad y la determinación de perseguir la verdad y, al final, si has logrado practicarla y seguir el camino de Dios. En esto se fija Dios(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “Perseguir la verdad es lo más importante, da igual desde qué perspectiva lo contemples. Puedes evitar los defectos y las deficiencias de la humanidad, pero nunca puedes evadir la senda de perseguir la verdad. Al margen de lo perfecta o noble que pueda ser tu humanidad o de que puedas tener menos fallos y defectos y poseas más fortalezas que otros, eso no significa que entiendas la verdad ni puede reemplazar a tu búsqueda de esta. Al contrario, si persigues la verdad, la entiendes mucho y tu comprensión de ella es adecuadamente práctica y profunda, esto compensará los muchos defectos y problemas en tu humanidad. Por ejemplo, digamos que eres cohibido e introvertido, que tartamudeas y no eres muy instruido —es decir, tienes un montón de defectos y carencias—, pero tienes experiencia práctica y, aunque tartamudeas al hablar, todavía eres capaz de compartir la verdad con claridad y hacerlo edifica a todo el mundo cuando escucha, resuelve problemas, permite a la gente emerger de la negatividad y dispersa sus quejas y malinterpretaciones sobre Dios. Ya ves, aunque balbucees tus palabras, pueden resolver problemas; ¡qué importantes son tales palabras! Cuando los legos las oyen, dicen que eres una persona tosca, que no sigues las reglas gramaticales cuando hablas y que a veces las palabras que usas tampoco son realmente adecuadas. Puede ser que uses regionalismos o un lenguaje cotidiano y que tus palabras carezcan de la clase y el estilo de las de aquellos con una educación superior que se expresan con mucha elocuencia. Sin embargo, tu charla contiene la realidad-verdad, puede resolver las dificultades de las personas y, después de oírla, desaparecen todas las nubes oscuras a su alrededor y se resuelven todos sus problemas. ¿Qué te parece? ¿Acaso no es importante entender la verdad? (Lo es). Digamos que no entiendes la verdad y que, aunque tengas algún conocimiento intelectual y hables con elocuencia, cuando todo el mundo te oye hablar, piensa: ‘Tus palabras son solo doctrinas, no hay ni la menor pizca de realidad-verdad en ellas ni pueden resolver problemas reales en absoluto, así que ¿acaso no son vacías todas tus palabras? No entiendes la verdad. ¿Es que no eres simplemente un fariseo?’. Aunque digas muchas doctrinas, los problemas siguen sin resolverse y piensas para tus adentros: ‘Estaba hablando con bastante sinceridad y seriedad, ¿por qué no habéis entendido lo que he dicho?’. Has dicho gran cantidad de doctrinas, y aquellos que eran negativos lo siguen siendo, mientras que los que tenían malentendidos acerca de Dios todavía los conservan, y ninguna de las dificultades que existen en su cumplimiento del deber se han resuelto; esto significa que las palabras que dijiste solo eran tonterías. Por muchos fallos y defectos que haya en tu humanidad, si las palabras que dices contienen la realidad-verdad, entonces tu charla puede resolver problemas; si las palabras que dices son todas doctrinas y carecen del menor ápice de conocimiento práctico, entonces, por mucho que hables, no serás capaz de resolver los problemas reales de la gente. Da igual cómo te contemple la gente, si las cosas que dices no son conformes a la verdad y no puedes abordar los estados de las personas ni resolver sus dificultades, entonces no querrán escucharlas. Por tanto, ¿qué es más importante, la verdad o las propias condiciones de las personas? (La verdad es más importante). Perseguir y entender la verdad son las cosas más importantes. Por tanto, no importa qué defectos tengas en cuanto a tu humanidad o tus condiciones innatas, estos no deben limitarte. En cambio, deberías perseguir la verdad y compensar tus diversos defectos por medio del entendimiento de la misma y, si descubres algunos defectos en ti mismo, deberías apresurarte a corregirlos. Algunas personas no se centran en perseguir la verdad y, en cambio siempre se enfocan en resolver las dificultades, carencias y defectos en su humanidad, así como en rectificar los problemas en esta, y resulta que dedican varios años de esfuerzo sin obtener resultados claros, con la consecuencia de que se sienten decepcionados consigo mismos y piensan que su humanidad es demasiado escasa y no hay manera de redimirse. ¿Acaso no es esto muy necio?(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me conmovieron profundamente y vi que Dios realmente nos muestra el camino de manera práctica. Al cumplir nuestro deber, no nos debería limitar nuestra personalidad, aptitud o edad. El baremo de Dios para evaluar si alguien desempeña su deber de manera adecuada no se basa en si la persona es introvertida o extrovertida ni en su estatus, aptitud, edad y mucho menos en si tiene defectos o impedimentos. En cambio, se basa en si puede practicar la verdad y desempeñar sus deberes de acuerdo con los principios-verdad y en si es una persona que sigue el camino de Dios. Por ejemplo, en el deber de liderazgo, es crucial resolver los problemas en la entrada en la vida y los deberes de los hermanos y hermanas. Mientras me centre en equiparme con la verdad y practicarla, tenga la realidad, reciba el esclarecimiento y la iluminación del Espíritu Santo cuando comparta la verdad y sea capaz de resolver los problemas de los hermanos y hermanas y señalarles la senda de práctica, ellos saldrán beneficiados, por más que se me trabe la lengua al hablar. Si no trabajo arduamente en perseguir la verdad y no puedo compartirla ni resolver problemas reales, no podré hacer el trabajo de líder, por más que hable con soltura y elocuencia. Siempre pensé que, para cumplir el deber de líder, uno debía tener, como mínimo, buena capacidad de oratoria y ser elocuente. Alguien como yo, que tartamudea y al que se le traba la lengua al hablar, no era apto para los deberes de liderazgo, por lo que siempre rechazaba postularme para ese deber. Pero resulta que mis estándares para elegir líderes estaban equivocados. La elección de líderes en la casa de Dios se basa en principios y no en la apariencia de una persona ni en los defectos congénitos que puede tener, sino en si persigue la verdad y en la humanidad y aptitud que tiene. Cuanto más lo pensaba, más entendía que mis defectos y trastornos congénitos no eran obstáculos ni impedimentos para cumplir mi deber y que no los podía usar como excusas para rechazarlo. Entender la verdad y practicar según lo que Dios exige son las claves para cumplir bien con el deber de cada uno. He encontrado una senda de práctica para avanzar y, aunque tartamudeo y hablo con titubeos, estoy dispuesto a cumplir mi deber según lo que Dios exige, centrarme en equiparme con los principios-verdad, dejar a un lado mi vanidad y orgullo, y tener los pies en la tierra y ser realista al comportarme y hacer las cosas. Ahora, cuando hablo en reuniones o leo las palabras de Dios, sigo tartamudeando, pero puedo tratarlo de forma correcta y mi estado mental se ha vuelto mucho más sosegado. A veces, me esfuerzo de manera consciente para superarlo y recuerdo cuando los hermanos y hermanas me solían recordar y decir: “Hablas un poco rápido, lo que hace más probable que tartamudees. Es mejor si hablas un poco más despacio”, y “Cuando te trabes, puedes alargar la última sílaba. De esa manera, es menos probable que tartamudees”. Cuando hablo en reuniones, trato de hablar más despacio y de alargar las palabras cuando es necesario, y hago un esfuerzo consciente para colaborar. Ya no estoy tan nervioso, lo que me ha hecho sentirme más liberado en las reuniones. Una vez, fui a reunirme con un supervisor del trabajo relacionado con textos para hablar de ello, pero estaba un poco preocupado y pensé: “Él entiende los principios mejor que yo. ¿Qué pasa si me pongo nervioso y tartamudeo mucho? ¿Qué pensará de mí?”. Pero luego pensé en las dificultades que había en ese trabajo y en que la carta anterior no había logrado obtener buenos resultados, por lo que era necesario reunirse en persona para hablar y resolver el problema. No podía permitir que mi tartamudeo me impidiera resolver el problema, ya que eso retrasaría el trabajo. Cuando lo pensé de esa manera, ya no me sentí limitado, así que organicé una reunión con el supervisor para hablar sobre el trabajo.

Al recordar cómo rechazaba mis deberes de forma reiterada debido a mi tartamudeo hasta que, finalmente, pude aceptarlos con calma sin que mi impedimento me limitara, veo que las palabras de Dios me han consolado, alentado y guiado a lo largo de todo este camino. ¡Agradezco sinceramente a Dios desde el fondo de mi corazón!

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