Finalmente he aprendido cómo cumplir con mi deber
Dios Todopoderoso dice: “Es por medio del proceso de llevar a cabo su deber que el hombre es cambiado gradualmente, y es por medio de este proceso que él demuestra su lealtad. Así pues, cuanto más puedas llevar a cabo tu deber, más verdad recibirás y más real será tu expresión. Los que sólo cumplen con su deber por inercia y no buscan la verdad, al final serán eliminados, pues esas personas no llevan a cabo su deber en la práctica de la verdad y no practican la verdad en el cumplimiento de su deber. Ellos son los que permanecen sin cambios y serán maldecidos. No sólo sus expresiones son impuras, sino que todo lo que expresan es malvado” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). “Para volcaros de corazón en el deber y ser capaces de asumir la responsabilidad hay que sufrir y pagar un precio; no basta simplemente con hablar de ello. Si no os volcáis de corazón en el deber, sino que siempre queréis hacer esfuerzos físicos, es indudable que no cumpliréis correctamente con él. Actuaréis por simple inercia y nada más, y no sabréis lo bien que habéis cumplido con el deber. Si te vuelcas de corazón en él, poco a poco llegarás a entender la verdad; si no lo haces, no será así. Cuando te vuelcas de corazón en el cumplimiento del deber y la búsqueda de la verdad, poco a poco puedes entender la voluntad de Dios, descubrir tu corrupción y tus defectos y dominar tus diversos estados. Si no te analizas de corazón y solo te centras en hacer esfuerzos externos, no podrás descubrir los distintos estados que surgen en tu corazón y todas tus reacciones a los diferentes ambientes externos; si no te analizas de corazón, te será difícil resolver los problemas de tu corazón” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto se puede vivir con auténtica semejanza humana). Las palabras de Dios nos muestran que tenemos que estar atentos, ser responsables y buscar la verdad para cumplir con nuestro deber. Solía ser una persona descuidada. No le ponía mucho empeño a nada. Lo mismo me ocurría en la casa de Dios. No intentaba lograr los mejores resultados en mi deber. Cada vez que afrontaba algo complejo que requería trabajo duro, era descuidada e irresponsable, de modo que siempre cometía errores al cumplir con mi deber. Con el tiempo llegué a comprender un poco mi propio carácter corrupto a partir de las palabras de Dios, y a saber cómo llevar a cabo mi deber para cumplir con Su voluntad. De este modo, podría cumplir con mi deber con responsabilidad y constancia.
Mi cometido en ese momento era revisar traducciones al italiano. Al principio, era diligente y estaba dispuesta a resolver cualquier dificultad que surgiese. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, tuve que encargarme de una acumulación de documentos y comencé a sentirme intranquila, sobre todo cuando veía documentos con notas de colores de todo tipo, y montones de puntos, comas y otros signos de puntuación. Todos los signos tenían que ser revisados por cuestiones de formato y colocación. Estaba abrumada. Pensé: “¿Cuánta atención tendré que dedicarle a esto? Es un esfuerzo demasiado grande”. Y entonces, dejé de querer controlarlo todo con diligencia, y me limitaba a echar un vistazo por encima para asegurarme de que estuviera más o menos bien. A veces, necesitaba concentrarme muchísimo para averiguar si la traducción era precisa, pero, cuando veía una estructura oracional compleja, pensaba de forma egoísta: “Requiere mucho esfuerzo considerar e investigar cada palabra, y si al final no llego a una conclusión, ¿no sería un esfuerzo en vano? Olvídalo, dejaré que se encargue de esto otra persona”. Y así era como iba realizando mi deber de forma descuidada.
Con el paso del tiempo, empezaron a aparecer problemas de forma constante. Otras personas encontraban errores en el uso de mayúsculas y la puntuación en documentos que yo había revisado, incluso en algunos de estos se habían omitido palabras en la traducción. Me sentí muy mal cuando lo vi. Otra persona vio esos pequeños problemas al momento, pero yo no los había visto cuando los tuve delante de mí. ¿Cómo podía haber omisiones tan flagrantes? Cuanto más pensaba sobre ello, peor me sentía. Un día, después de almorzar, recibí un mensaje que decía que había un error realmente básico sobre el uso del singular y el plural en un documento que había revisado. Sentí como si me hubieran clavado un puñal. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada? ¿Cómo podía haber pasado por alto un error tan básico? No podía estar segura de si otros documentos que había revisado tenían errores similares. Mi trabajo estaba plagado de errores. ¿Qué podía hacer? En mi padecer, acudí rápido ante Dios y oré. Reflexioné sobre mi estado y la actitud que había tenido hacia mi deber últimamente.
Leí un pasaje de las palabras de Dios: “Si no pones tu corazón en tu deber y eres descuidado y simplemente haces las cosas de la manera más fácil que puedes, entonces ¿qué tipo de mentalidad es esta? Es la de hacer las cosas solo de manera superficial sin ninguna lealtad hacia tu deber, sin ningún sentido de responsabilidad y sin ningún sentido de misión. Cada vez que llevas a cabo tu deber, solo usas la mitad de tu fuerza; lo haces sin entusiasmo, no pones tu corazón en ello y simplemente tratas de terminar de una vez, sin ser meticuloso en lo más mínimo. Lo haces de una manera tan relajada que parece que simplemente estás jugando. ¿Acaso esto no llevará a que tengas problemas? Al final, la gente dirá que eres alguien que lleva a cabo su deber de manera deficiente y que simplemente actúa por inercia. Y ¿qué dirá Dios acerca de esto? Dirá que no eres digno de confianza. Si se te ha encomendado un trabajo y, ya sea que se trate de un trabajo de responsabilidad primordial o de responsabilidad ordinaria, si no pones tu corazón en ello o no vives a la altura de tu responsabilidad, y si no lo ves como una misión que Dios te ha dado o un asunto que Él te ha confiado o no lo asumes como tu propio deber y obligación, entonces esto va a ser un problema. ‘No es digno de confianza’: estas cinco palabras definirán la forma en la que llevas a cabo tu deber y Dios dirá que tu carácter no está a la altura. Si se te confía un asunto y sigue siendo esta tu actitud hacia este y así es cómo lo manejas, entonces ¿se te encargarán más deberes en el futuro? ¿Se te puede confiar algo importante? Tal vez sí, pero dependería de cómo te comportes. En el fondo, sin embargo, Dios siempre albergará cierta desconfianza hacia ti, además de cierta insatisfacción. Esto será un problema, ¿verdad?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La senda surge al meditar la verdad con frecuencia). Dios observa los corazones de los hombres. Cada una de Sus palabras golpeó mis errores fatales. Entonces, comprendí que hacer las cosas de la manera más fácil al cumplir con nuestro deber es una actitud superficial. No supone prestar atención, tan solo pasar por alto las cosas y no asumir ningún tipo de responsabilidad. Al pensar en mi comportamiento, vi que siempre que algo requería tiempo y esfuerzo, elegía el método más rápido y menos exigente para hacerlo. Estaba dispuesta a hacer lo más sencillo, lo que me ahorrase más molestias o lo que fuera menos cansado. Cuando veía un montón de nuevas palabras, puntos gramaticales o estructuras oracionales complicados, nunca hacía un gran esfuerzo para consultarlos. Tomaba el camino fácil: marcarlos y preguntar a otra persona. Siempre que veía notas complejas o tenía que comprobar rigurosamente la puntuación, echaba un vistazo rápido e ignoraba algunos problemas. Estaba siendo descuidada y eludía las responsabilidades hacia mi deber y hacia el encargo de Dios. Solo pensaba en evitar el sufrimiento carnal. ¿Había un lugar, aunque fuese pequeño, para Dios en mi corazón?
Más adelante, leí unas palabras de Dios que decían: “Para las personas con humanidad debería ser fácil cumplir igualmente con el deber cuando nadie las observa; esto debe formar parte de sus responsabilidades. Para las que no tienen humanidad ni son fiables, cumplir con el deber es un proceso muy agotador. Otros siempre tienen que preocuparse por ellas, supervisarlas y preguntarles por sus progresos; si no, causarán un perjuicio cada vez que les asignes un trabajo. En resumen, es preciso que la gente siempre haga introspección al cumplir con el deber: ‘¿He llevado a cabo adecuadamente este deber? ¿Me he volcado en él o solamente he salido del paso?’. Si ocurriera alguna de esas cosas, mal; es un peligro. En sentido estricto, eso quiere decir que esa persona no tiene credibilidad y la gente no puede confiar en ella. En términos generales, si dicha persona siempre cumple por inercia con el deber y es constantemente indolente con Dios, ¡corre un gran peligro! ¿Cuáles son las consecuencias de ser mentiroso conscientemente? A corto plazo, tendrás un carácter corrupto, cometerás frecuentes transgresiones sin arrepentirte, no aprenderás a practicar la verdad ni la pondrás en práctica. A largo plazo, a medida que hagas continuamente esas cosas, tu resultado se esfumará, lo que te acarreará problemas. Esto es lo que se conoce como no cometer ningún error importante, sino constantes errores leves, lo que, en última instancia, conllevará unas consecuencias irreparables. ¡Eso sería muy grave!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La entrada en la vida debe comenzar con la experiencia de desempeñar el deber propio). Al ver cómo Dios me dejaba al descubierto la naturaleza y las consecuencias de mi despreocupación, no pude evitar asustarme. Cumplir con nuestro deber por inercia no es sino engañar a los demás y a Dios. Dios condena esta actitud. Si no me arrepentía, tarde o temprano acabaría cometiendo una transgresión grave y Dios me eliminaría. Cuando la iglesia dispuso mi deber, hice un juramento solemne para realizarlo correctamente, pero cuando tuve que esforzarme de veras, solo me preocupó la carne, y temía a los problemas y al sufrimiento. Revisaba los documentos con prisa y de forma descuidada, de modo que se me escapaban hasta los errores más obvios. ¿No era eso hacer trampas? Estos pensamientos me llenaron de arrepentimiento y de culpa, así que oré a Dios: “¡Dios Todopoderoso! No he sido responsable al cumplir con mi deber, he intentado engañarte. Eso es repugnante para Ti. He sido muy inconsciente. Dios, quiero arrepentirme. Por favor, guíame, dame la voluntad necesaria para soportar las penurias y la capacidad de abandonar la carne y realizar mi deber”.
Desde ese momento, en todos los documentos revisaba cada palabra que me parecía inadecuada en varios diccionarios, preguntaba a hermanos y hermanas o a un traductor profesional cuando dudaba hasta asegurarme del todo. Cuando se trataba de documentos difíciles y largos, no me limitaba a la inercia y a salir del paso, sino que sopesaba cuidadosamente cada frase varias veces con atención, e intentaba dar lo mejor de mí para mejorar la precisión de la traducción. Al finalizar el documento, enumeraba todos los detalles que necesitaba comprobar y me recordaba continuamente que había que tener muy en cuenta todos los pasos. Comprobaba cada detalle al finalizar y hacía lo mejor posible para reducir los errores en la última fase. Después de un tiempo, era evidente que estaba logrando mejores resultados en mi deber y, además, que cometía menos errores.
Más adelante, se unió al equipo otra hermana que ayudaba a estandarizar la edición de las traducciones finalizadas. De vez en cuando me preguntaba: “¿Este signo de puntuación está bien? ¿Qué ocurre con esa puntuación?”. Cuando me hacía muchas preguntas, me enfadaba bastante y pensaba: “Explicarlo todo es demasiado trabajoso. Mejor dar por finalizado el documento”. Así que me limitaba a decirle: “Este es el documento final. No hay ningún problema con la puntuación. La puntuación en italiano y en inglés es básicamente la misma. Casi siempre puede dejarse igual que en inglés, pero hay excepciones. Hay que tener en cuenta el significado”. Entonces me preguntó: “Los libros de referencia que tenemos son los que usan los profesionales. Hay partes que no entiendo. ¿Tenemos algún documento que proporcione una pauta general para la puntuación en italiano?”. Le respondí que aún no. Después de eso, pensé que debería crear un documento de consulta para los nuevos miembros, pero había demasiados signos de puntuación. Eso significaría consultar los libros de referencia, lo cual era tomarse demasiadas molestias. Lo aplacé por el momento. Pensé que el asunto había quedado zanjado, pero cuando aplicó las mismas reglas de puntuación en italiano que en la versión inglesa, tal como le dije al editar, eliminó todos los espacios antes y después de las rayas en un documento de más de 150.000 palabras. Me quedé atónita cuando lo vi. En italiano, hay que poner un espacio antes y después de una raya para diferenciar a la raya del guion corto, de forma diferente a lo que ocurre en inglés. Pero no le dije nada de eso. No quedaba otra. Ella tendría que corregir todos los signos, uno por uno. Me sentía muy mal y arrepentida. Me odiaba a mí misma y pensé: “¿Por qué no me esforcé un poco desde el principio para hacer un documento de referencia? ¿Por qué siempre pienso en la carne y me asustan las complicaciones? Tuvo que repasar todo el documento por culpa de mi despreocupación. También hubo que revisarlo de nuevo. Supuso un esfuerzo extra, y lo peor es que retrasó el progreso de nuestro trabajo. ¿No era eso perturbar la obra de la casa de Dios?”. Aquellos sentimientos de deuda, culpa y arrepentimiento volvieron a aflorar. Solo tenía ganas de abofetearme a mí misma. ¿Por qué lo estoy haciendo otra vez? ¿Qué es lo que me pasa?
Un día, en mis devocionales, encontré un pasaje con estas palabras de Dios: “¿No es propio de un carácter corrupto ocuparse de las cosas de una manera así de frívola e irresponsable? ¿Qué es esto? Abyección; en todos los asuntos dicen ‘está bastante bien’ y ‘suficientemente bien’; es una actitud de ‘tal vez’, ‘posiblemente’ y ‘está al 80 %’; hacen las cosas de manera superficial, están satisfechos haciendo lo mínimo y saliendo del paso como pueden; no le ven sentido a tomarse las cosas en serio ni a esforzarse por ser minuciosos, y ni mucho menos a buscar los principios. ¿No es esto propio de un carácter corrupto? ¿Es demostración de una humanidad normal? Es correcto denominarlo arrogancia y también es totalmente apropiado llamarlo libertinaje, pero, para plasmarlo a la perfección, la única palabra válida es ‘abyección’. Esa abyección está presente en la humanidad de la mayoría de las personas; en todos los asuntos desean hacer lo menos posible, a ver de qué pueden librarse, y todo lo que hacen huele a mentira. Engañan a los demás y toman atajos cuando pueden y son reacias a dedicar mucho tiempo o reflexión a analizar un asunto. Mientras puedan evitar ser reveladas, no causen problemas y no les pidan cuentas, creen que todo está bien, por lo que se las arreglan para seguir adelante. Para ellas, hacer bien un trabajo es demasiado problemático como para merecer la pena. Esas personas no llegan a dominar lo que aprenden ni se aplican al estudio. Solo quieren aprender las líneas generales de una materia para hacerse llamar expertas en ella, y luego se apoyan en esto para abrirse camino. ¿No es esta una actitud de la gente hacia las cosas? ¿Es una buena actitud? Este tipo de actitud de estas personas hacia la gente, los acontecimientos y las cosas supone, en pocas palabras, ‘salir del paso’, una abyección existente en toda la humanidad corrupta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (9)). Las palabras de Dios señalaron con agudeza la raíz de la falta de esfuerzo al cumplir con mi deber: Mi abyección era algo demasiado grave, y hacía todo con una actitud superficial y tramposa. Cuando la hermana me preguntó por el uso correcto de la puntuación, quise evitar complicaciones. No me lo tomé en serio y no me apetecía responder a demasiadas preguntas, así que me limité a decirle que siguiera una regla sencilla. Cuando me preguntó por el documento de referencia, podía haber hecho uno para ella, pero al pensar en el coste que implicaba en términos de mi propio sufrimiento, decidí no molestarme. Me preocupaba que aparecieran errores, pero aun así decidí hacer trampas. Habría sido estupendo ahorrarse el esfuerzo y que las cosas hubieran salido bien. Cada vez que hacía algo sin esforzarme, confiaba en la suerte para salir del paso. Siempre buscaba hacer el mínimo esfuerzo para salir adelante. No estaba haciendo un esfuerzo honesto y real para cumplir con mi deber, como tener en cuenta cada detalle y darlo todo para asegurarme de que no hubiera errores. Daba la impresión de que trabajaba y respondía preguntas, pero, en realidad, solo engañaba a esa hermana y me comportaba con malicia. Como resultado, ella confió en mis respuestas, cometió varios errores graves y se dejó la piel en un trabajo infructuoso. Hasta tuvo que rehacer montones de trabajo, lo cual retrasó el progreso general y supuso pérdidas para la obra de la iglesia. El principio tras mis acciones, hacer lo que fuera más fácil e implicase menos complicaciones, era un principio que dañaba a las personas. Estaba utilizando trucos mezquinos para ahorrarme esfuerzo a corto plazo. No había sufrido físicamente, pero las transgresiones a mi deber eran continuas y perturbaban la obra de la casa de Dios. ¡Me estaba haciendo daño a mí misma y a los demás! Se me había asignado un trabajo muy importante, pero me lo tomé a la ligera y fui superficial, irresponsable, tramposa y descuidada, además de no darle importancia a las consecuencias. No tenía ni la más mínima conciencia. Solo entonces vi lo grave que era mi abyección, la poca integridad que tenía y lo inútil que era.
Más adelante, vi un vídeo con una lectura de palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Si las personas no pueden expresar lo que deben expresar durante el servicio ni lograr lo que por naturaleza es posible para ellas y, en cambio, pierden el tiempo y actúan mecánicamente, han perdido la función que un ser creado debe tener. A esta clase de personas se les conoce como ‘mediocres’; son desechos inútiles. ¿Cómo pueden esas personas ser llamadas apropiadamente seres creados? ¿Acaso no son seres corruptos que brillan por fuera, pero que están podridos por dentro? […] ¿De quién podrían ser dignas vuestras palabras y acciones? ¿Podría ser que ese minúsculo sacrificio vuestro sea digno de todo lo que os he otorgado? No tengo otra opción y me he dedicado a vosotros con todo el corazón, pero vosotros albergáis intenciones malvadas y sois tibios conmigo. Ese es el alcance de vuestro deber, vuestra única función. ¿No es así? ¿No sabéis que habéis fracasado rotundamente en cumplir con el deber de un ser creado? ¿Cómo podéis ser considerados seres creados? ¿No os queda claro qué es lo que estáis expresando y viviendo? No habéis cumplido con vuestro deber, pero buscáis obtener la tolerancia y la gracia abundante de Dios. Esa gracia no ha sido preparada para unos tan inútiles y viles como vosotros, sino para los que no piden nada y se sacrifican con gusto. Las personas como vosotros, semejantes mediocres, sois totalmente indignos de disfrutar la gracia del cielo. ¡Solo dificultades y un castigo interminable acompañarán vuestros días! Si no podéis ser fieles a Mí, vuestro destino será el sufrimiento. Si no podéis ser responsables ante Mis palabras y Mi obra, vuestro destino será el castigo. Ni la gracia, ni las bendiciones ni la vida maravillosa del reino tendrán nada que ver con vosotros. ¡Este es el fin que merecéis tener y es una consecuencia de vuestras propias acciones!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Las palabras de Dios dicen: “No tengo otra opción y me he dedicado a vosotros con todo el corazón, pero vosotros albergáis intenciones malvadas y sois tibios conmigo. Ese es el alcance de vuestro deber”. Esas palabras atravesaron mi corazón. Dios me había dado la oportunidad de cumplir con mi deber, para que pudiera buscar y alcanzar la verdad a través de este, liberarme de mi carácter corrupto y recibir la salvación de Dios. Sin embargo, en lugar de buscar la verdad, solo me preocupaba la carne, de modo que engañaba a Dios. Reflexioné sobre cómo Dios se hizo carne para salvar a la humanidad, soportó un dolor y una humillación enormes, fue buscado y perseguido por el gobierno, condenado y rechazado por la gente, y aun así siempre expresa la verdad y obra para salvar a los hombres. Nuestro calibre es deficiente, así que tardamos en entender la verdad. No solo Dios no nos ha abandonado, sino que Él se comunica con nosotros profundamente desde todos los ángulos. Él nos explica todas las verdades con muchísimo detalle. Nos cuenta historias, nos da ejemplos y usa metáforas para ayudarnos a entender. Algunas verdades son complejas y aluden a muchas cosas, así que Dios las desglosa y nos ofrece las líneas generales. Él nos guía, sistemáticamente y con paciencia, para que entendamos la verdad poco a poco mediante la enseñanza. Podemos ver cómo Dios se toma una gran responsabilidad hacia nuestras vidas. Y ¿cómo trataba yo mi propio deber? Pensaba que no valía la pena dedicarle más atención y esfuerzo. No era seria ni responsable al revisar los documentos. Tomaba el camino más fácil sin tener en cuenta el resultado o las consecuencias. Me estaba tomando el encargo de Dios a la ligera y me implicaba lo justo. ¿Dónde estaba mi conciencia? Me merecía el castigo de Dios. Pero Dios nunca se rindió en Su intento de salvarme. Utilizaba Sus palabras para esclarecerme y guiarme, me ayudó a conocerme a mí misma y a entender Su voluntad. Si seguía holgazaneando y pasando de puntillas por mi deber, no merecería vivir ni ser llamada humana. Así que oré a Dios: “¡Dios Todopoderoso! Mi abyección es demasiado grave. No estoy dispuesta a seguir viviendo de esta forma tan vergonzosa e indigna. Por favor, dame la fortaleza para poner en práctica la verdad y así poder vivir como un auténtico ser humano y cumplir con el deber de un ser creado”.
Más adelante, leí estas palabras de Dios: “Como humano, para aceptar la comisión de Dios, uno debe ser devoto. Debe ser completamente devoto a Dios, y no puede serlo a medias, dejar de aceptar la responsabilidad o actuar según sus propios intereses o estados de ánimo; esto no es ser devoto. ¿A qué se refiere ser devoto? Significa que mientras cumples tus deberes, no estás influenciado y constreñido por estados de ánimo, ambientes, personas, asuntos o cosas. ‘He recibido esta comisión de Dios; Él me la ha dado. Esto es lo que debo hacer. Por lo tanto, lo haré considerándolo como si fuera asunto mío, de la manera que dé mejores resultados, dándole importancia a satisfacer a Dios’. Cuando tienes este estado, no solo estás siendo controlado por tu conciencia, sino que la devoción también está involucrada. Si solo te satisface conseguirlo, sin aspirar a ser eficiente y lograr resultados, y sientes que solo basta con dedicar algo de esfuerzo, entonces esto es meramente el criterio de la conciencia, y no puede contarse como devoción. Cuando eres devoto de Dios, este criterio es un poco más alto que el de la conciencia. Esto ya no es entonces solo una cuestión de dedicar algo de esfuerzo; también debes poner todo tu corazón en ello. Siempre debes considerar tu deber como tu propio trabajo, aceptar las cargas de esta tarea, sufrir reproches si cometes el menor error o si te descuidas en lo más mínimo, sentir que no puedes ser esta clase de persona, porque te hace estar en deuda con Dios. Las personas que de verdad tienen sentido común cumplen con sus deberes como si fuera su propio trabajo, sin importar si alguien los supervisa. Ya esté Dios contento o no con ellos, sin importar como Él los trate, su propia exigencia siempre es estricta a la hora de cumplir con sus deberes y completar la comisión que Dios les ha confiado. Esto se llama devoción” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las personas solo pueden ser verdaderamente felices si son honestas). Las palabras de Dios me mostraron un camino de práctica. No podemos dejarnos llevar por nuestro estado de ánimo o nuestras preferencias en el deber, ni hacer lo que queramos. No hay que salir del paso en cuanto algo requiere trabajo duro, sino que debemos tratar nuestro deber como un encargo de Dios, como nuestra propia responsabilidad. Debemos poner nuestra atención y esfuerzo para lograr los mejores resultados. No importa que sea difícil, o si nos supervisan o no, siempre debemos llevar a cabo nuestro deber con todo nuestro corazón, mente y fuerza. Cuando caí en la cuenta, oré a Dios, deseosa de arrepentirme y poner en práctica Sus palabras. Seguidamente, me tomé el tiempo para crear un documento sobre las normas de puntuación en italiano, para que los miembros nuevos pudieran consultarlo. Después, resumí los problemas más comunes encontrados en las traducciones y enumeré todo lo que requería atención. Comprobaba esa lista al revisar documentos para no pasar nada por alto. Y cuando un hermano o una hermana me hacía una pregunta sobre su deber, no me limitaba a echar un vistazo rápido y a imaginar una respuesta, sino que consideraba sus preguntas con atención, aplicaba los principios y recurría a conocimientos profesionales para responderles. Cuando no entendía algo, a través del esfuerzo y el esclarecimiento y la guía de Dios, comenzaba a entenderlo poco a poco. También reflexioné profundamente sobre lo que me motivaba a no realizar correctamente mi deber. Cada vez que encontraba dificultades y deseaba salir del paso, oraba a Dios para abandonar la carne, de modo que pudiera resolver los problemas con todo el esfuerzo que requerían. Poco a poco, mi actitud hacia el deber se fue corrigiendo y dedicaba más esfuerzo a mi trabajo. Logré estabilidad en el cumplimiento de mi deber. Este cambio fue posible solo gracias al juicio y castigo de Dios. ¡Gracias a Dios!
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