Conozco el camino para corregir un carácter corrupto
Me crie en una familia católica y desde pequeño creí en el Señor como ellos. A medida que me hacía mayor, comprobé que algunos creyentes iban a la iglesia el domingo, pese a lo cual habitualmente fumaban, bebían y se divertían como los incrédulos. A mí me parecía que no obedecían las exigencias de Dios, que pecaban. Yo también solía vivir en pecado. Mentía, perdía los nervios y tenía envidia. Aunque sí confesara los pecados al sacerdote, no podía escapar de ese círculo de pecado, confesión y más pecado. Me sentía totalmente perdido. Por ello, decidí abandonar la iglesia y unirme a otra iglesia a fin de buscar la senda para librarme de pecado.
Posteriormente conocí en el trabajo al hermano Raúl, cristiano desde hacía mucho. Me dijo que había estado en muchas iglesias distintas, pero que dejó de asistir porque los sermones de los pastores no eran profundos y aquellos siempre pedían ofrendas. Solo les importaba el dinero, y cuando los hermanos y hermanas querían que los ayudaran con algún problema, les respondían: “Primero ve a preguntar al predicador y avísame si todavía no sabes resolverlo”. Aquello me confundió mucho. ¿Por qué sucedían cosas así en una iglesia? Luego fui a otras cinco o seis iglesias cristianas y vi que eran tal como las había descrito el hermano Raúl. Recuerdo que, en un servicio, había unos creyentes jugando juegos de mesa y dándose un banquete. Comprobé que las iglesias no tenían la obra del Espíritu Santo y que parecían más bien centros de entretenimiento para gente religiosa. Ya no quería ir más a la iglesia. No obstante, me acordé de la Biblia: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca” (Hebreos 10:25). Así pues, me sentía muy perdido. ¿Adónde debía ir para asistir a una asamblea? Hay más de mil denominaciones cristianas, por lo que era dificilísimo encontrar una que realmente tuviera la guía de Dios y la obra del Espíritu Santo. El hermano Raúl tampoco sabía adónde ir. Por ello, decidimos abandonar nuestra congregación y estudiar la Biblia en nuestro tiempo libre. Leíamos mucho la Biblia juntos y compartíamos lo que entendíamos, con lo que nos ayudábamos y sustentábamos mutuamente.
Así pasaron varios años y, aunque oraba y leía la Escritura a diario, me frustraba mucho no saber controlar todavía mi ira cuando me pasaba algo que no era de mi agrado o mis intereses corrían peligro. A veces, en mi trabajo con el hermano Raúl, si me pedía que hiciera algo y yo no lo entendía del todo, él me hablaba de forma severa y yo me ponía muy furioso. Para mí era evidente que él no comunicaba bien, pero me gritaba, me trataba como a un idiota, y yo no tenía por qué aceptarlo, así que también le gritaba a él. Nos alterábamos mucho y no podíamos dominar nuestra ira en absoluto. Al final no éramos capaces más que de marcharnos enojados. No estaba dispuesto a escucharlo ni a explicarle las cosas. Sin embargo, ya calmados, reconocíamos nuestros errores y nos disculpábamos. Como sabía que no me había librado de pecado, que continuaba pecando y rebelándome contra Dios, oraba y confesaba ante Él y deseaba dominarme. No obstante, por más que lo intentaba, seguía metiendo la pata, pecando de día y confesando de noche. Me había hundido en la desdicha y la culpa de este implacable círculo y estaba muy decepcionado de mí mismo. Me preguntaba por qué no podía dejar de pecar. El hermano Raúl y yo lo habíamos hablado muchas veces y sabíamos que no podíamos evitarlo, que nuestra santurronería, arrogancia y altanería eran notorias, y que no habíamos escapado de la esclavitud del pecado.
Una vez, mientras estudiábamos juntos la Biblia, vimos las palabras de Dios: “Seréis, pues, santos porque yo soy santo” (Levítico 11:45). “Sin santidad, ningún hombre contemplará al Señor” (Hebreos 12:14).* Estos versículos nos hicieron reflexionar. El Señor nos advertía que fuéramos santos, pero vivíamos en pecado. ¿Cómo podíamos alcanzar la santidad? No teníamos una senda. Se lo pregunté al pastor, y me contestó: “Mientras vivamos en la carne, jamás alcanzaremos la santidad. Sin embargo, el Señor Jesús nos redimió de pecado. Ya se nos han perdonado los pecados y el Señor no nos considera pecadores. Cuando descienda sobre una nube, nos ascenderá al reino de los cielos”. Esto me resultó bastante reconfortante, pero aún estaba confundido: El Señor es santo, pero, por ahora, nosotros siempre vivimos en pecado. ¿De verdad nos ascenderá a Su reino cuando vuelva?
En julio de 2019, un día, el hermano Raúl y yo estábamos estudiando la Biblia como de costumbre. Buscamos en internet “la Biblia” y encontramos una película de la Iglesia de Dios Todopoderoso titulada “El último tren”. Después de mirarla, estaba realmente sorprendido. Era una excelente película y las verdades que enseñaba tenían gran esclarecimiento, sobre todo la parte en que decía una hermana: “El Señor Jesús realizó la obra de redención. Solo nos perdonó los pecados, pero no corrigió nuestra naturaleza pecaminosa, así que seguimos pecando y resistiéndonos a Dios. Si observamos a aquellos que creen en el Señor, desde el clero hasta los creyentes normales y corrientes, ¿quién de ellos puede declararse libre de pecado? Ni uno. Todo ser humano sin excepción está sometido y limitado por el pecado. Rebosamos arrogancia, astucia y codicia. No podemos evitar pecar ni siquiera cuando no queremos. Tal vez algunos parezcan humildes y apacibles, pero su corazón rebosa corrupción. No somos el pueblo que hace la voluntad de Dios y no somos aptos para entrar en el reino de los cielos. Por eso ha de continuar Dios Su obra para salvar a la humanidad en los últimos días según Su plan, llevar a cabo una etapa de la obra del juicio sobre la base del perdón de los pecados para purificarnos y salvarnos plenamente, de modo que nos libremos de pecado, seamos puros y después entremos en el reino de Dios y recibamos vida eterna”. Todo lo que afirmaba la película era cierto. Estaba emocionadísimo, pues jamás había oído nada semejante. ¿Cómo eran capaces de compartir tanto esclarecimiento novedoso? ¿De dónde lo sacaron? Vi que leían un libro titulado La Palabra manifestada en carne. Su contenido estaba repleto de poder, autoridad y cosas que nunca había oído. Tenía muchas ganas de estudiarlo más a fondo. Tras la película, contactamos con la Iglesia de Dios Todopoderoso y empezamos a asistir a reuniones virtuales y a leer y compartir las palabras de Dios Todopoderoso.
Un día, en ellas leí esto: “Antes de que el hombre fuera redimido, muchos de los venenos de Satanás ya habían sido plantados en su interior, y, después de miles de años de ser corrompido por Satanás, el hombre ya tiene dentro de sí una naturaleza establecida que se resiste a Dios. Por tanto, cuando el hombre ha sido redimido, no se trata más que de un caso de redención en el que se le ha comprado por un alto precio, pero la naturaleza venenosa que existe en su interior no se ha eliminado. El hombre que está tan sucio debe pasar por un cambio antes de volverse digno de servir a Dios. Por medio de esta obra de juicio y castigo, el hombre llegará a conocer plenamente la esencia inmunda y corrupta de su interior, y podrá cambiar completamente y ser purificado. Sólo de esta forma puede ser el hombre digno de regresar delante del trono de Dios. Toda la obra realizada este día es con el fin de que el hombre pueda ser purificado y cambiado; por medio del juicio y el castigo por la palabra, así como del refinamiento, el hombre puede desechar su corrupción y ser purificado. En lugar de considerar que esta etapa de la obra es la de la salvación, sería más apropiado decir que es la obra de purificación. En verdad, esta etapa es la de la conquista, así como la segunda etapa en la obra de la salvación” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El misterio de la encarnación (4)). “Cristo de los últimos días usa una variedad de verdades para enseñar al hombre, para exponer la sustancia del hombre y para analizar minuciosamente sus palabras y acciones. Estas palabras comprenden verdades diversas tales como el deber del hombre, cómo el hombre debe obedecer a Dios, cómo debe ser leal a Dios, cómo debe vivir una humanidad normal, así como la sabiduría y el carácter de Dios, etc. Todas estas palabras están dirigidas a la sustancia del hombre y a su carácter corrupto. En particular, las palabras que exponen cómo el hombre desdeña a Dios se refieren a que el hombre es una personificación de Satanás y una fuerza enemiga contra Dios. Al realizar Su obra del juicio, Dios no aclara simplemente la naturaleza del hombre con unas pocas palabras; la expone, la trata y la poda a largo plazo. Todos estos métodos diferentes de exposición, de trato y poda no pueden ser sustituidos con palabras corrientes, sino con la verdad de la que el hombre carece por completo. Solo los métodos de este tipo pueden llamarse juicio; solo a través de este tipo de juicio puede el hombre ser doblegado y completamente convencido acerca de Dios y, además, obtener un conocimiento verdadero de Dios. Lo que la obra de juicio propicia es el entendimiento del hombre sobre el verdadero rostro de Dios y la verdad sobre su propia rebeldía. La obra de juicio le permite al hombre obtener mucho entendimiento de la voluntad de Dios, del propósito de la obra de Dios y de los misterios que le son incomprensibles. También le permite al hombre reconocer y conocer su esencia corrupta y las raíces de su corrupción, así como descubrir su fealdad. Estos efectos son todos propiciados por la obra del juicio, porque la esencia de esta obra es, en realidad, la obra de abrir la verdad, el camino y la vida de Dios a todos aquellos que tengan fe en Él. Esta obra es la obra del juicio realizada por Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cristo hace la obra del juicio con la verdad). Tras leer las palabras de Dios, descubrí que el Señor Jesús había realizado la obra de redención, que solo supuso redimirnos para que ya no perteneciéramos al pecado, pero no eliminó la naturaleza pecaminosa de la humanidad. Por eso seguimos mintiendo, pecando y revelando corrupción. Al reflexionar sobre ello, comprobé que era cierto. Cada vez que perdía la calma, luego lo lamentaba. No obstante, cuando sucedía algo que no era de mi agrado, todavía no podía evitar perder los nervios. Comprendí que, de no corregir mi naturaleza pecaminosa, jamás sería libre de pecado y estaría en contra de Dios de pensamiento, palabra y obra. Con las palabras de Dios Todopoderoso también entendí que, en los últimos días, Dios ha expresado la verdad para revelar y purificar a la humanidad. Lleno de curiosidad por la obra del juicio de Dios, leí después muchas más palabras de Dios Todopoderoso y vi que lo revela todo acerca de la naturaleza pecaminosa de la humanidad. Nos enseña cómo Satanás corrompe a la gente, cómo librarnos de pecado y purificarnos, quiénes pueden entrar al reino de los cielos, quiénes serán castigados y los resultados de los distintos tipos de personas. Las palabras con que Dios juzga y desenmascara a la humanidad albergan Su amor y salvación. Por duro que suene, todo lo dice para que comprendamos la verdad, tengamos clara la realidad de cómo nos ha corrompido Satanás, nos detestemos sinceramente y nos arrepintamos y transformemos. Una vez consciente de todo esto, me llené de gozo y anhelaba más palabras de Dios Todopoderoso. También disfrutaba mucho asistiendo a reuniones y hablando de las palabras de Dios con los hermanos y hermanas, y esperaba poder experimentar el juicio y castigo de las palabras de Dios para así resolver mi carácter corrupto.
Posteriormente me eligieron líder de una iglesia. En una ocasión, una hermana me consultó para que la ayudara con unos problemas que se había encontrado en el deber y le di unos consejos sobre lo que debía hacer. Cuando ella y otra hermana oyeron mis consejos, aceptaron actuar en consecuencia. En ese momento nos llamó una líder y las dos hermanas me pidieron que compartiera mis ideas con ella también. Tras habérselas explicado, la líder no dijo nada, nos dio un documento para estudiarlo y nos dijo cómo hacerlo. Me enojé un poco. Me pareció que realmente no había entendido lo que yo quise decir. Yo ya había analizado con esas dos hermanas qué hacer y había recapacitado mucho tiempo sobre cómo llevar a cabo ese deber. ¿En serio era inútil todo mi esfuerzo? Hablé con impaciencia a la líder: “¿Entendiste lo que dije? Ya nos hemos puesto de acuerdo en esto y nos hemos entendido”. La líder me replicó: “Está bien la solución que sugeriste, pero no será muy eficaz”. Luego nos comentó una forma más rápida y sencilla de llevar a cabo ese deber. Efectivamente, su solución me parecía buena, pero no me hacía mucha gracia. Me preguntaba qué opinarían de mí las dos hermanas si no se usaba la estrategia en la que había pensado tanto tiempo. ¿Les parecería verdaderamente inútil e incapaz de organizar un poco de trabajo? Sería algo muy bochornoso. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. La líder me pidió luego que realizara el deber con esas dos hermanas. Yo era muy reacio a ello y no le hablé muy bien. Después sí terminé ese deber, pero entretanto había exhibido una corrupción que me hizo sentir inquietud y culpa. Más tarde, pensé que la líder estaba asumiendo la responsabilidad y dando buenas sugerencias para mejorar la eficacia de nuestra labor. Eso era bueno para el trabajo de la iglesia, pero yo no lo podía admitir y hasta me enojaba por ello. Me pregunté por qué no podía aceptar, y hasta me enojaban, unas opiniones adecuadas. Necesitaba descubrir la causa para poder librarme de ese estado cuanto antes.
Esa noche busqué en la web de la iglesia pasajes de las palabras de Dios sobre la ira, y encontré este: “Una vez que el hombre tiene estatus, encontrará frecuentemente difícil controlar su estado de ánimo y disfrutará aprovechándose de oportunidades para expresar su insatisfacción y dar rienda suelta a sus emociones; a menudo estallará de furia sin razón aparente, como para revelar su capacidad y hacer que otros sepan que su estatus e identidad son diferentes de los de las personas ordinarias. Por supuesto, las personas corruptas, sin estatus alguno, también pierden a menudo el control. Su enojo es a menudo provocado por un daño a sus intereses privados. Con el fin de proteger su propio estatus y dignidad, darán frecuentemente rienda suelta a sus emociones y revelarán su naturaleza arrogante. El hombre estallará de ira y descargará sus emociones a fin de defender la existencia del pecado, y estas acciones son las formas en las que el hombre expresa su insatisfacción; rebosan de impurezas; de conspiraciones e intrigas, de la corrupción y la maldad del hombre y, más que otra cosa, rebosan de las ambiciones y los deseos salvajes del hombre” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). Tras leer las palabras de Dios entendí que los seres humanos tendemos a encolerizarnos por un motivo. Cuando están en peligro nuestros intereses o nuestra reputación, solemos descargar nuestra insatisfacción, mostrar enojo y carecer de una razón humana normal. Lo que exhibimos son actitudes satánicas, cosas negativas. Al hacer introspección a la luz de las palabras de Dios, descubrí que, cuando rechazaban mis ideas, me volvía muy reacio. Tenía claro que la estrategia de la líder era mejor que la mía, que sería rápida y sencilla, pese a lo cual me enojé y me preocupaba que las otras me creyeran un auténtico inútil. Por eso le hablé mal a la líder. Descubrí entonces que era muy arrogante y que me interesaban demasiado mi reputación y estatus. Siempre había creído que mi opinión era maravillosa y no quería escuchar a nadie. No tenía en cuenta en absoluto qué sería beneficioso para el trabajo de la iglesia. Vi que era irracionalmente arrogante y que incluso me costaba mucho aceptar buenos consejos. Al darme cuenta, me embargó el remordimiento. Oré a Dios para arrepentirme y le pedí que me guiara para conocerme mejor y desechar la arrogancia.
Después leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Hay muchos tipos de actitudes corruptas incluidas en el carácter de Satanás, pero el más obvio y que más destaca es el carácter arrogante. La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más irracional es, y cuanto más irracional es, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios y no tienen un corazón temeroso de Él. Aunque las personas parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder y el control sobre los demás. Esta clase de persona no tiene un corazón temeroso de Dios en lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él. Las personas que son arrogantes y engreídas, especialmente las que son tan arrogantes que han perdido la razón, no pueden someterse a Dios al creer en Él e, incluso, se exaltan y dan testimonio de sí mismas. Estas personas son las que más se resisten a Dios y no tienen un corazón temeroso de Él en absoluto. Si las personas desean llegar al punto de tener un corazón temeroso de Dios, primero deben resolver su carácter arrogante. Cuanto más minuciosamente resuelvas tu carácter arrogante, más tendrás un corazón temeroso de Dios, y solo entonces podrás someterte a Él y obtener la verdad y conocerle. Solo los que obtienen la verdad son auténticamente humanos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Le di vueltas a este pasaje y comprendí que no sabía gestionar adecuadamente las sugerencias ajenas debido a mi carácter arrogante. Quería que me escucharan, pero no estaba dispuesto a admitir ni oír consejos de nadie. Así era cuando trabajaba con el hermano Raúl. Como era tan arrogante, no estaba dispuesto a seguir sus instrucciones, y ni mucho menos soportaba que me hablara en un tono tan duro. Y en la relación con mi esposa u otras personas en la vida diaria, siempre creía tener las mejores ideas, tener la razón, por lo que debían escucharme y hacer lo que dijera. Tras recibir la fe y asumir un deber con los hermanos y hermanas, continué viviendo con arrogancia y no quería admitir sugerencias ajenas. Hasta cuando sabía que mi estrategia no era muy buena, quería igualmente hacer las cosas a mi modo y que me hicieran caso. Era tan arrogante que no tenía ninguna racionalidad que dijéramos. Por mi naturaleza arrogante, no podía mirar las cosas racionalmente. Creía tener siempre la razón, pero a menudo otras personas tenían realmente mejores ideas y una perspectiva más amplia que la mía. Por ejemplo, como creía tener la razón siempre, a menudo hacía que mi esposa hiciera las cosas según mi plan, pero salían mal. Esta vez era igual. La estrategia sugerida por la líder era sencilla, ahorraba tiempo y podía conseguir mejores resultados, mientras que la que yo había hablado con las dos hermanas era complicada y llevaba mucho tiempo. La realidad me demostró que no tenía por qué ser tan arrogante. Debía ser humilde y discreto y saber cuál era mi sitio. De seguir viviendo con esa arrogancia, acabaría como el arcángel, sin consideración hacia Dios, resistiéndome a Él y ofendiendo Su carácter, por lo que recibiría Su castigo y maldición. Al darme cuenta, enseguida oré a Dios: “Dios mío, no quiero vivir más en función de mi carácter arrogante, sino con una humanidad normal, escuchar las sugerencias de los hermanos y hermanas en el deber, trabajar bien con ellos y cumplir con el deber para satisfacer Tu voluntad”.
Más tarde leí un par de pasajes más de las palabras de Dios: “Una naturaleza arrogante te convierte en obstinado. Si tienes una naturaleza arrogante, te comportarás de manera arbitraria e imprudente e ignorarás lo que dicen los demás. Entonces, ¿cómo corriges tu arbitrariedad e imprudencia? Supongamos que te ocurre algo y tienes tus propias ideas y planes. Antes de decidir qué hacer, debes buscar la verdad y debes al menos hablar con todos de lo que opinas y crees respecto a ese asunto, preguntarles si tus ideas son correctas y conformes a la verdad, y que lleven a cabo las comprobaciones por ti. Este es el mejor método para corregir la arbitrariedad y la imprudencia. En primer lugar, puedes aclarar tus puntos de vista y buscar la verdad, este es el primer paso a poner en práctica para resolver la arbitrariedad y la imprudencia. El segundo paso se produce cuando otros expresan opiniones contrarias: ¿cómo puedes practicar para evitar ser arbitrario e imprudente? Primero debes tener una actitud de humildad, dejar de lado lo que crees correcto y permitir que todos hablen. Aunque creas que lo que dices es correcto, no debes seguir insistiendo en ello. Esa es una suerte de paso adelante; demuestra una actitud de búsqueda de la verdad, de negarte a ti mismo y satisfacer la voluntad de Dios. Una vez que tienes esta actitud, a la vez que no te apegas a tus propias opiniones, debes orar, buscar la verdad proveniente de Dios y buscar un fundamento en Sus palabras; decidir cómo actuar según las palabras de Dios. Esta es la práctica más adecuada y precisa” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “El problema más difícil de solucionar para la humanidad corrupta es el de cometer los mismos errores de siempre. Para evitarlo, la gente debe ser consciente en primer lugar de que aún no ha ganado la verdad, de que no se ha producido ninguna transformación de su carácter vital y de que, aunque crea en Dios, todavía vive bajo el poder de Satanás y no se ha salvado; es susceptible de traicionar a Dios y de apartarse de Él en cualquier momento. Si la gente tiene esta sensación de crisis en su interior —si, como a menudo dice, está preparada para el peligro en tiempos de paz—, entonces será capaz de contenerse un poco, y cuando le ocurra algo, orará a Dios, confiará en Él y podrá evitar cometer los mismos errores de siempre. Debes ver con claridad que tu carácter no se ha transformado, que la naturaleza de la traición contra Dios continúa profundamente arraigada en ti y no se ha expulsado, que todavía estás en riesgo de traicionar a Dios y te enfrentas a la constante posibilidad de sufrir la perdición y ser destruido. Esto es real, así que debéis tener cuidado. Hay tres puntos importantísimos que hay que tener en cuenta: en primer lugar, aún no conoces a Dios; en segundo lugar, no se ha producido ninguna transformación de tu carácter; y en tercer lugar, todavía has de vivir a auténtica imagen del hombre. Estas tres cosas se ajustan a los hechos, son reales y debes tenerlas claras. Debes conocerte a ti mismo. Si tienes la voluntad de solucionar este problema, debes elegir un lema, como por ejemplo: ‘soy el estiércol de la tierra’, ‘soy el diablo’, ‘suelo volver a las andadas’ o ‘siempre estoy en peligro’. Cualquiera de ellos puede servir de lema personal y te ayudará si te lo recuerdas en todo momento. No dejes de repetírtelo, reflexiona sobre él, y es muy posible que cometas menos errores o que dejes de cometerlos. Sin embargo, lo más importante es que dediques más tiempo a leer las palabras de Dios, a comprender la verdad, a conocer tu naturaleza y a escapar de tu carácter corrupto. Solo entonces estarás a salvo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Las palabras de Dios me ayudaron a entender que, para corregir mi arrogancia, he de aprender a cooperar con los demás, buscar y compartir. Debo compartir mis ideas con los hermanos y hermanas en los debates de trabajo y buscar humildemente las opiniones de otros. Sin importar que difieran de lo que sugiera yo, debo dejar a un lado lo que crea correcto. Debo orar y buscar en función de lo que otros hayan dicho y dejar que Dios me dé esclarecimiento y guía para que me muestre lo correcto y adecuado, así como mis defectos y fallos. Aunque crea tener razón en lo que diga, no puedo aferrarme a mis ideas, debo buscar la verdad y la voluntad de Dios. Y cuando vea que otra persona tiene una idea mejor y más correcta que la mía, debo aprender a hacerme a un lado y admitir lo que diga. Eso es conforme a la voluntad de Dios y me impide cometer errores. Además, me escribí una máxima sobre mi naturaleza arrogante: “No soy más que estiércol y no debo ser arrogante. Siempre me pongo en peligro con mi falta de autocontrol”. Esto me ayudaba a recordar la deshonra de mis estados de arrogancia y me recordaba el peligro y las consecuencias de vivir con arrogancia. Posteriormente empecé a centrarme en practicar las palabras de Dios y en escuchar las ideas ajenas. Cuando alguien daba una sugerencia u opinión distinta de la mía, fuera en casa o en un deber con hermanos y hermanas en la iglesia, comencé a dejar de lado el ego. Vi que otros realmente sí tenían unas ideas más globales que las mías y aprendí a aceptarlas de corazón y aplicar sugerencias adecuadas. Una vez que puse eso en práctica, descubrí que perdía menos a menudo los nervios con los hermanos y hermanas y que era capaz de escuchar y admitir lo que otros dijeran. También me sentía mucho más relajado que antes. ¡Le estaba agradecido a Dios de todo corazón!
Más adelante leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Las personas no pueden cambiar su propio carácter; deben someterse al juicio y castigo, y al sufrimiento y refinamiento de las palabras de Dios, o ser tratadas, disciplinadas y podadas por Sus palabras. Solo entonces pueden lograr la obediencia y lealtad a Dios y dejar de ser indiferentes hacia Él. Es bajo el refinamiento de las palabras de Dios que el carácter de las personas cambia. Solo a través de la revelación, el juicio, la disciplina y el trato de Sus palabras ya no se atreverán a actuar precipitadamente, sino que se volverán calmadas y compuestas. El punto más importante es que puedan someterse a las palabras actuales de Dios, obedecer Su obra, e incluso si esto no coincide con las nociones humanas, que puedan hacer a un lado estas nociones y someterse por su propia voluntad” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Aquellos cuyo carácter ha cambiado son los que han entrado a la realidad de las palabras de Dios). Las palabras de Dios Todopoderoso me enseñaron que no podemos fiarnos de nuestra fortaleza o perseverancia para controlar o transformar nuestro carácter. Todo ese esfuerzo de autocontrol puede cambiar algunas conductas y esos cambios no durarán mucho. Si queremos vivir una auténtica transformación de carácter, hemos de aceptar el juicio y castigo de las palabras de Dios, el trato, la poda, la reprensión y la disciplina, así como las pruebas y la refinación. Es el único modo de conocer realmente nuestra naturaleza satánica y tener claras las peligrosas consecuencias de vivir según nuestro carácter satánico. Entonces podemos detestarnos, aborrecernos sinceramente y alcanzar el arrepentimiento y la transformación verdaderos.
Le estoy agradecido a Dios Todopoderoso por darme la ocasión de experimentar Su juicio y castigo de los últimos días, de forma que pueda aprender verdades, llegar a conocerme y corregir mi corrupción. Me siento sumamente afortunado. Ya no me siento tan perdido y confundido, pues las palabras de Dios Todopoderoso han revelado la causa de nuestro pecado y las manifestaciones de nuestras diversas actitudes corruptas. También nos ha dado una senda para que rechacemos el pecado y logremos transformar nuestro carácter vital. Las palabras de Dios Todopoderoso son ricas y abundantes y nos dan cuanto necesitamos. Dan respuesta a todas nuestras preguntas y dificultades. Siempre que leamos y aceptemos las palabras de Dios de corazón, podremos entender nuestra corrupción y rebeldía y hallar la senda que nos llevará a corregir nuestro carácter corrupto. ¡Doy gracias a Dios Todopoderoso!
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