He comprobado lo que es ser complaciente
Solía esforzarme mucho en mantener las relaciones personales en mis interacciones con amigos, familiares y vecinos. Aguantaba casi cualquier cosa y dejaba que las personas se salieran con la suya para que nadie tuviera una palabra desagradable que decir sobre mí. Yo nunca discutía con nadie. Incluso cuando notaba que alguien tenía un problema, seguía sin decir nada. Con el tiempo, todos llegaron a pensar en mí como una buena persona. Seguí aplicando esta filosofía de vida en mis asuntos y en mis interacciones con los demás, incluso después de convertirme en creyente. Recuerdo que, al poco de recibir la fe, noté que el hermano Tian, responsable de las reuniones de nuestro grupo, siempre hablaba muy despacio y sus enseñanzas de las palabras de Dios aportaban esclarecimiento. Cuando me pasaba algo o tenía alguna dificultad, me gustaba recurrir a él para que me ayudara a resolverlo y siempre me hablaba con mucha paciencia. Nos llevábamos de maravilla. Nos eligieron líderes de la iglesia unos años después y estaba encantado de tener la ocasión de cumplir con el deber a su lado. Sin embargo, con el tiempo advertí que el hermano Tian no soportaba realmente ninguna carga en el deber y que, cuando los hermanos y hermanas estaban negativos y débiles, actuaba sin convicción y les hablaba de cosas simplistas. En realidad no le importaba si aquello servía de algo o no. Yo pensaba: “¿No es negligente en el deber? Sin duda, esto retrasará la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Tengo que hablar con él. No obstante, por otro lado, lleva más tiempo que yo en este deber y tiene algo de experiencia en este trabajo. Acabo de comenzar como líder. ¿Qué pensaría de mí si le dijera que no soporta ninguna carga en su trabajo?”. Como suele decirse, “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”. Por eso, para mantener la relación como estaba, le hablaba restando importancia a sus problemas.
En una de nuestras reuniones, unos hermanos y hermanas plantearon algunas dificultades que se habían encontrado al compartir el evangelio, con la esperanza de que pudiéramos ayudarlos a abordar esos problemas. Le sugerí al hermano Tian que fuéramos juntos, pero se excusó diciéndome que la labor evangelizadora no era su fuerte, así que no quería ir. Le dije que nuestros hermanos y hermanas lo estaban pasando mal en el deber, por lo que debíamos hacer todo lo posible por ayudarlos y no podíamos cumplir con el deber exclusivamente según nuestras preferencias. Con su silencio por respuesta, creí que se trataba de un acuerdo tácito. Para mi sorpresa, ni siquiera se presentó al día siguiente. Me decepcionó un poco: ¿no era irresponsable de su parte, como líder de la iglesia, que no ayudara a resolver los problemas de los hermanos y hermanas? Sabía que se lo tenía que plantear.
Fui a hablar con el hermano Tian nada más acabar la reunión y me pasé todo el camino pensando en cómo hablarle. Sin embargo, fue tan cálido y amigable conmigo cuando llegué a su casa que comencé a sentirme algo reticente. Pensé: “El hermano Tian es todo sonrisas y hasta me sirve té. ¿Cómo puedo decirle esto? Si le comento que es un irresponsable en el deber y que se halla en estado de peligro, ¿no se molestará realmente? Como dicen, ‘No le borres a nadie la sonrisa del rostro’. Siempre nos hemos llevado genial. ¿Cómo podríamos seguir trabajando juntos si yo echara a perder la relación? Como nos vemos todo el tiempo, ¡sería muy violento!”. Así pues, muy despacito le señalé: “Tenemos que desarrollar un sentido de carga hacia el deber. No podemos hacer las cosas según nuestras preferencias personales”. Cuando inclinó la cabeza sin mediar palabra, me sentí mal y paré de hablar. Pensé que apenas acababa de empezar como líder de la iglesia y aún no conocía muy bien la labor de aquella. Necesitaba su ayuda en muchas cosas y, según el viejo refrán, “No hay que quemar las naves”. Sentí que no podía ser demasiado duro con él, así que no le dije nada más.
Luego nos llegó un mensaje de nuestros líderes para avisarnos de una reunión y el hermano Tian y yo decidimos que cada uno avisaría a unos hermanos y hermanas. Cuando nos vimos al día siguiente, le pregunté si había corrido la voz, pero me respondió, con total indiferencia, que había estado ocupado con otras cosas y se había olvidado. Ante su aparente impasibilidad, no pude evitar reprochárselo. Le dije: “Es irresponsable que cumplas así con el deber y eso podría retrasar el trabajo de la iglesia”. Me sorprendió que pusiera cara de amargado, agarrara las llaves y se marchara. En vista de su animadversión, no me atreví a decirle nada más por temor a echar a perder por completo nuestra relación.
Había comprobado que el hermano Tian no soportaba ninguna carga en el deber, que era negligente, que solía provocar retrasos y que le faltaba autoconocimiento ante los problemas. Cuando otros le hablaban de sus problemas o se los señalaban, no lo admitía. ¿No apuntaba todo eso a que era un falso líder, incapaz de aceptar la verdad o de hacer un trabajo práctico? Si se mantenía en su puesto de líder, eso retrasaría el trabajo de la iglesia; sabía que debía informar de sus problemas a los líderes. No obstante, luego pensé que los líderes, sin duda, lo podarían y tratarían cuando lo descubrieran todo y probablemente perdería el puesto. Si se enteraba el hermano Tian de que yo lo había denunciado, diría que era cruel, que había traicionado a un viejo amigo. ¿Cómo podría mirarlo después a la cara? Al pensar esto, dudé qué hacer. Tras darle muchas vueltas, al final decidí no denunciarlo. Acababa de exponerle sus problemas; puede que recapacitara, los entendiera y se arrepintiera. Hacía años que era creyente y anteriormente había sido muy responsable en el deber. Por ello, decidí estar atento unos días más, y si continuaba sin cambios, entonces podría denunciarlo.
Posteriormente, tuvimos un converso potencial con buena humanidad e interesado en estudiar la obra de Dios de los últimos días, pero tenía que irse de la ciudad por trabajo unos días después. Teníamos que mandar a alguien a predicarle el evangelio cuanto antes. Lo hablamos y decidimos que fuera el hermano Tian. De pronto, no obstante, se hizo un lío con la fecha y no fue el día que debía ir. Cuando me enteré, me enfadé muchísimo. Se lo había advertido un montón de veces, pero no cambiaba y esa vez metió realmente la pata en algo importante. Pensé que conocía que el hermano Tian llevaba un tiempo saliendo del paso en el deber y que no tenía sentido de la responsabilidad, pero a mí solo me había preocupado nuestra relación. Como temía ofenderlo, no les había contado sus problemas a los líderes. Eso había retrasado el trabajo de la iglesia una y otra vez. ¿Acaso no estaba haciendo el mal? Al pensarlo, me alteré y me abrumaron los reproches.
Aquella noche oré a Dios para pedirle que me guiara para comprender mis problemas. Leí esto en las palabras de Dios: “La mayoría de las personas desean buscar y practicar la verdad, pero gran parte del tiempo simplemente tienen la determinación y el deseo de hacerlo; no poseen la vida de la verdad en su interior. Como resultado, cuando se topan con las fuerzas del mal o se encuentran con personas malvadas y malas que cometen actos malvados o con falsos líderes y anticristos que hacen las cosas de una forma que viola los principios —y provocan que la obra de la casa de Dios sufra pérdidas y dañe a los escogidos de Dios— las personas pierden el coraje de plantarse y decir lo que piensan. ¿Qué significa cuando no tenéis coraje? ¿Significa que sois tímidos o poco elocuentes? ¿O que no tenéis un entendimiento profundo y, por tanto, no tenéis la confianza necesaria para decir lo que pensáis? Nada de esto; lo que pasa es que estáis siendo controlados por diversos tipos de actitudes corruptas. Una de estas actitudes es la astucia. Pensáis primero en vosotros mismos y pensáis: ‘Si digo lo que pienso, ¿cómo va a beneficiarme? Si digo lo que pienso y provoco que alguien se disguste, ¿cómo nos llevaremos bien en el futuro?’. Esta es una mentalidad astuta, ¿cierto? ¿No es esto resultado de un carácter astuto? Otra es una actitud egoísta y mezquina. Piensas: ‘¿Qué tiene que ver conmigo una pérdida para los intereses de la casa de Dios? ¿Por qué debería importarme? No tiene nada que ver conmigo. Aunque lo vea y oiga, no tengo que hacer nada. No es mi responsabilidad, no soy líder’. En tu interior se encuentran esas cosas, como si hubieran surgido de tu mente inconsciente y ocuparan posiciones permanentes en tu corazón; son las corruptas actitudes satánicas del hombre. Estas actitudes corruptas controlan tus pensamientos, te atan de pies y manos y controlan tu boca. Cuando quieres decir algo de corazón, las palabras llegan a tus labios, pero no las dices o, si hablas, lo haces con rodeos, con un margen de maniobra: no hablas claro en absoluto. Los demás no sienten nada cuando te oyen y lo que has dicho no ha resuelto el problema. Piensas para tus adentros: ‘Bueno, he hablado. Tengo la conciencia tranquila. He cumplido con mi responsabilidad’. En realidad, dentro de ti sabes que no has dicho todo lo que debías, que lo que has dicho no ha hecho efecto y que se mantiene el perjuicio a la obra de la casa de Dios. No has cumplido con tu responsabilidad, pero dices abiertamente que has cumplido con ella o que no tenías claro lo que estaba sucediendo. ¿No estás, entonces, completamente controlado por tus corruptas actitudes satánicas?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo quienes practican la verdad temen a Dios). Cada palabra de Dios me cayó como una bomba, como si estuviera ante Él mientras me juzgaba y desenmascaraba. Me sentí muy culpable. Tenía muy claro que el hermano Tian no soportaba cargas en el deber y que eso retrasaba la labor de la iglesia, pero me había hecho el simpático para poder preservar mi relación con él mientras hacía la vista gorda. Me había armado de cierto valor para señalar sus problemas, pero incluso entonces me había frenado y no me había atrevido a hablar de la esencia y las consecuencias perjudiciales de sus actos. Me había engañado pensando que ponía en práctica la verdad. Veía el daño que puede hacer un falso líder al trabajo de la casa de Dios, pero, para protegerme, no lo delaté y denuncié. Estaba más dispuesto a ofender a Dios que a una persona. Esa forma de actuar me convirtió en un esbirro de Satanás que estaba del lado de un falso líder, se revolcaba en el lodo con él y retrasaba el trabajo de la iglesia. Esto era repugnante y odioso para Dios. Dios me elevó al permitirme asumir el deber de líder de la iglesia, con la esperanza de que hablara de la verdad, resolviera problemas a los hermanos y hermanas y defendiera la labor de la iglesia. En cambio, yo únicamente había preservado mis relaciones personales y consentido a un falso líder mientras este interrumpía el trabajo de la iglesia. Comprobé mi total ausencia de dedicación al deber. No solo no había practicado la verdad, sino que había cometido una transgresión. Había defraudado enormemente los meticulosos esfuerzos de Dios. Por fin entendí que la gente complaciente, en realidad, no es buena, sino egoísta y taimada. Fue muy desagradable darme cuenta de esto y me sentí fatal conmigo mismo. Sabía que no podía seguir siendo complaciente, sino que tenía que poner en práctica la verdad y delatar al hermano Tian por no hacer un trabajo práctico. Tenía que contarles a los líderes la verdad de sus problemas y dejar de encubrirlo.
Esa misma noche escribí a los líderes acerca del desempeño del hermano Tian. Me sentí muy aliviado y en paz cuando terminé la carta, y sentí que por fin había empezado a tener sentido de la justicia, que no era tan vil y despreciable como antes. Tal como dice Dios: “Si puedes cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y deberes, dejar de lado tus deseos egoístas y tus propias intenciones y motivos, tener consideración de la voluntad de Dios y poner primero los intereses de Dios y de Su casa, entonces, después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de vivir: es vivir sin rodeos y honestamente, sin ser una persona vil o un bueno para nada, y vivir justa y honorablemente en vez de ser de mente estrecha y perverso. Considerarás que así es como una persona debe vivir y actuar. Poco a poco disminuirá el deseo dentro de tu corazón de gratificar tus propios intereses” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Cuando vi al hermano Tian al día siguiente, le hablé para analizar sus problemas en el deber y sobre la naturaleza y las consecuencias de ser tan negligente y superficial. Tras oírme, sí admitió que tenía un problema. Nuestros líderes comprobaron después, según su desempeño en general, que no hacía ningún trabajo práctico y que era un falso líder, y lo cesaron. Aunque perdió el puesto, yo aún tenía una innegable responsabilidad en el perjuicio que él había ocasionado al trabajo de la iglesia. Me juré que nunca más sería complaciente, que no obstaculizaría más el trabajo de la iglesia.
Luego comencé a trabajar con el hermano Li, nuevo líder de la iglesia. Hablábamos y debatíamos sobre las dificultades que encontrábamos en nuestro trabajo. Cuando me hallaba en un estado adverso, me hablaba para ayudarme. Nos llevábamos muy bien. Sin embargo, con el tiempo quedó claro que el hermano Li no hacía ningún trabajo práctico en el deber. Iba a las reuniones sin interés y no resolvía las dificultades de los hermanos y hermanas en la vida real. Pensé que el hermano Li no era muy responsable y que debía hablar con él. Poco después, le planteé este problema y le expuse la naturaleza y las consecuencias de su forma de cumplir con el deber.
Noté que, incluso algún tiempo más tarde, el hermano Li aún no había corregido su actitud hacia el deber y que, encima, siempre iba en pos de la reputación y el estatus. Cuando no lograba algo en el trabajo y no se podía ganar la estima de los demás, se volvía negativo y no prestaba atención al trabajo de la iglesia. Volví a hablar con él para pedirle que recapacitara y tratara de entender sus motivaciones en el deber. En ese momento admitió que su perspectiva de búsqueda iba desencaminada, pero después su estado no cambió en absoluto. Me di cuenta de que su continuidad en aquel deber perjudicaría la labor de la iglesia, así que decidí informar a los líderes. No obstante, en cuanto agarré el boli, dispuesto a escribir mi carta, pensé: “Si los líderes se enteran de la conducta del hermano Li, seguro que actuarán de acuerdo con los principios y lo cesarán. El hermano Li valora muchísimo su reputación; ¿no me guardará rencor si lo cesan? Cuando comencé en mi deber, siempre hablaba conmigo y me ayudaba, por lo que, si ahora informo de sus problemas, ¿no me considerará cruel? ¿Cómo podría mirarlo después a la cara?”. Comprendí entonces que iba a ser complaciente otra vez y que no estaba defendiendo el trabajo de la casa de Dios. Me sentí algo culpable por ello, así que me apresuré a orar: “Dios mío, he visto los problemas del hermano Li y quiero denunciarlos, pero temo que se enfade. Conozco bien la verdad, pero soy incapaz de ponerla en práctica. Eso no es defender el trabajo de la casa de Dios. Oh, Dios mío, te ruego que me guíes para conocerme a mí mismo con el fin de poder arrepentirme y cambiar”.
Tras mi oración, leí esto en las palabras de Dios: “Satanás corrompe a las personas mediante la educación y la influencia de gobiernos nacionales, de los famosos y los grandes. Sus palabras demoníacas se han convertido en la naturaleza-vida del hombre. ‘Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda’ es un conocido dicho satánico que ha sido infundido en todos y que se ha convertido en la vida del hombre. Hay otras palabras de la filosofía de vida que también son así. Satanás utiliza la cultura tradicional refinada de cada nación para educar a las personas, provocando que la humanidad caiga y sea envuelta en un abismo infinito de destrucción, y al final Dios destruye a las personas porque sirven a Satanás y se resisten a Dios. […] Sigue habiendo muchos venenos satánicos en la vida de las personas, en su conducta y comportamiento; apenas poseen verdad alguna. Por ejemplo, sus filosofías de vida, sus formas de hacer las cosas y sus máximas están todas llenas de los venenos del gran dragón rojo, y todas proceden de Satanás. Así pues, todas las cosas que fluyen a través de los huesos y la sangre de las personas son cosas de Satanás. […] Satanás ha corrompido profundamente a la humanidad. El veneno de Satanás fluye por la sangre de todas las personas, y se puede ver que la naturaleza del hombre es corrupta, malvada y reaccionaria, llena de las filosofías de Satanás e inmersa en ellas; es por entero una naturaleza que traiciona a Dios. Por este motivo la gente se resiste y se opone a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre).
Gracias a las palabras de Dios entendí que el hecho de que yo fuera complaciente tenía su origen en que era demasiado egoísta, despreciable, retorcido y astuto. Siempre anteponía mis intereses en todo. Vivía de acuerdo con leyes de supervivencia y puntos de vista satánicos como “Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda”, “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”, “Piensa antes de hablar y mide tus palabras” y “Nunca des golpes bajos”. Mantenía cerrada la boca respecto a los problemas ajenos sin importar con quién estuviera tratando, pues creía que así me haría querer, que caería bien. En todo momento preservaba mis relaciones interpersonales; protegía mi imagen a ojos de los demás. En todo lo que hacía se mezclaban mis motivaciones e impurezas y las tramas astutas de Satanás. Sabía que el hermano Tian no sentía ninguna responsabilidad hacia el deber y que interrumpía y retrasaba reiteradamente el trabajo de la iglesia, pese a lo cual no di detalles de su problema ni lo denuncié a nuestros líderes por temor a ofenderlo y esperando preservar mi imagen ante él. Esto perjudicó la labor de la iglesia. Y en los últimos tiempos veía al hermano Li centrado en buscar la reputación y el estatus en el deber y que no se responsabilizaba del trabajo de la iglesia. Además, sabía que realmente no se comprendía a sí mismo, que no era adecuado para ese puesto y que debía decírselo inmediatamente a los líderes para proteger el trabajo de la casa de Dios. Sin embargo, me preocupaba que me guardara rencor y peligraran mis intereses y mi reputación, por lo que quería adoptar un rol complaciente de nuevo. Comprendí que vivía constantemente según unas filosofías satánicas de vida que situaban mis intereses y mi reputación por encima de todo lo demás, sin tener en cuenta para nada el trabajo de la iglesia. Era realmente egoísta y despreciable. Vi que esto se debía exclusivamente a que vivía siendo complaciente en función de unas filosofías satánicas de vida.
Pensaba que sería buena persona por llevarme bien, en armonía, con todos y no ofender nunca a nadie. Sin embargo, la realidad me demostró que, aunque parezca que las personas complacientes nunca hacen daño, cuando ven que alguien vive con un carácter corrupto, herido por Satanás y perjudicando los intereses de la iglesia, lo único que les preocupa es proteger sus intereses y relaciones personales. No saben ponerse del lado de la verdad para ayudar y apoyar a los hermanos y hermanas y defender la labor de la iglesia. Los complacientes pueden parecer buena gente, justa y comprensiva, pero es todo fachada. En el fondo de su corazón solamente piensan en su propio interés. Incluso miran sus ojos hacia adelante sin preocuparles si perjudican el trabajo de la iglesia y se retrasa el avance de los hermanos y hermanas en la vida. Buscan el beneficio personal a costa del prójimo. ¿Qué humanidad hay en eso? Es muy evidente que son unos hipócritas escurridizos, mentirosos, ruines y despreciables. Sentí mucha vergüenza al darme cuenta de esto. Disfrutaba de todo lo proveniente de Dios, pero, ante un problema, me ponía del lado de Satanás para ser complaciente. ¿Eso era cumplir con mi deber? Favorecía al enemigo y mordía la mano que me daba de comer. ¡Era un acólito de Satanás que interrumpía el trabajo de la iglesia, hacía el mal y se oponía a Dios!
Me resultó realmente escalofriante comprender esto. Me presenté ipso facto ante Dios para orar: “¡Dios mío, cuánto mal he hecho! Hace mucho que merezco Tu castigo, pese a lo cual me has dado la oportunidad de cumplir con el deber. Estoy muy agradecido por Tu misericordia. Oh, Dios mío, deseo arrepentirme. Te ruego que me orientes y guíes hasta hallar la senda de práctica”.
Luego leí esto en las palabras de Dios. “Cuando la verdad impera en tu corazón y se ha convertido en tu vida, cuando ves aparecer algo pasivo, negativo o malvado, la reacción de tu corazón es totalmente distinta. Primero sientes un reproche y cierto sentido de intranquilidad, seguidos inmediatamente por este sentimiento: ‘No puedo quedarme parado y hacer la vista gorda. Debo levantarme y hablar, levantarme y asumir la responsabilidad’. Entonces puedes levantarte y poner fin a estas malas acciones delatándolas, esforzándote por salvaguardar los intereses de la casa de Dios y por evitar que perturben Su obra. No solo tendrás este valor y esta determinación y serás capaz de comprender el asunto del todo, sino que también cumplirás con la responsabilidad que te corresponde en la obra de Dios y en los intereses de Su casa, con lo que cumplirás con tu deber. ¿Cómo se cumplirá? Se cumplirá cuando la verdad surta efecto en ti y se convierta en tu vida” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo quienes practican la verdad temen a Dios). “En la iglesia, permaneced firmes en vuestro testimonio de Mí, defended la verdad; lo correcto es correcto y lo incorrecto es incorrecto. No confundáis lo negro y lo blanco. Estaréis en guerra con Satanás y debéis vencerlo por completo para que nunca más vuelva a levantarse. Debéis dar todo lo que tenéis para proteger Mi testimonio. Este será el objetivo de vuestros actos, no lo olvidéis” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 41). La lectura de las palabras de Dios me ayudó a entender que, en el deber, he de tener en consideración la voluntad de Dios y priorizar siempre los intereses de la iglesia. Si descubro que algo vulnera los principios de la verdad, no puedo preservar mis relaciones por sentimentalismo y salvaguardar mis intereses personales, sino que he de atreverme a sacar a la luz las cosas negativas, a hacer las cosas en consonancia con los principios y a defender el trabajo de la casa de Dios. Esta es la única forma de cumplir con mi deber y mis responsabilidades. El hermano Li era líder de la iglesia, así que, si yo veía problemas en su modo de cumplir con el deber, pero no los sacaba a colación, eso no solo perjudicaría el trabajo de la casa de Dios, sino también al hermano Li. Sabía que, sin importar lo que pensara de mí ni cómo me tratara después, tenía que defender la verdad y denunciar sus problemas. Justo cuando me disponía a escribir aquella carta, los líderes nos concertaron una reunión. En ella hablé de todo lo referente al desempeño del hermano Li. Una vez que los líderes lo constataron todo al día siguiente y confirmaron la incapacidad del hermano Li para hacer un trabajo práctico, lo relevaron del deber. Esto que hice me dejó muy tranquilo y en paz.
Antes no me conocía. Siempre era complaciente y vivía según las filosofías satánicas en todo. Protegía mis intereses por temor a meter la pata y echar a perder mis relaciones con los demás. Mantenía la boca cerrada incluso cuando sabía que otros habían actuado mal. No sabía defender los principios de la verdad ni protegía los intereses de la casa de Dios. Vivía sin dignidad ni integridad. A base de renunciar a mis deseos egoístas, de tener un corazón reverente hacia Dios en mi deber, de aferrarme a los principios y de proteger el trabajo de la casa de Dios, ahora siento una paz absoluta. Creo que esta es la única manera de vivir con semejanza humana. ¡Qué agradecido estoy por la salvación de Dios!
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