Nunca volveré a quejarme de mi destino
De niña, mi familia era relativamente pobre. No teníamos nunca garantizadas las necesidades básicas. A menudo, mi madre tenía que pedirle grano a nuestro vecino para alimentarnos, y casi toda mi ropa estaba llena de parches. Solían meterse conmigo y discriminarme, los otros niños me llamaban pobre. Me sentía ofendida, y pensaba que debía tener un mal destino por no haber nacido rica. Estudiaba mucho en la escuela, pensando: “Si ahora trabajo duro, haré la prueba para entrar en la universidad y conseguiré un buen trabajo, seguro que luego cambiará mi suerte y viviré como la élite”. Estudiaba hasta bien entrada la noche y acabé entre los mejores de mi clase. Pensaba que tal vez esa era mi ruta hacia una vida mejor. Pero ya en secundaria, me diagnosticaron miopía severa, así como cataratas, ojo vago y astigmatismo. No podía cuidar de mí misma y tuve que dejar la escuela. En aquel momento, me quedé totalmente destrozada y pensé que mi vida acababa ahí, que mi destino estaba sellado. Me quejé por dentro de la injusticia del Cielo y pensé que tenía un mal destino. Y así, me hundí en la depresión.
Tras aceptar la obra de Dios de los últimos días y ver que nuestro líder organizaba reuniones donde comunicaba sobre la verdad para resolver problemas, me entró envidia. Pensé: “Qué maravilloso sería convertirme algún día en diaconisa o líder, resolver los problemas de los hermanos y hermanas y ganarme su respeto y apoyo”. Así que me esforcé aun más en leer las palabras de Dios, acepté cualquier tarea que la iglesia me asignara, y soporté adversidades y trabajos difíciles, con la esperanza de llegar algún día a ser líder o diaconisa. Pero pasados varios años, no me habían seleccionado aún para ningún puesto. A una hermana que aceptó conmigo esta etapa de la obra de Dios la hicieron líder al poco de entrar en la fe. Al ver a esta hermana compartiendo palabras de Dios en las reuniones para resolver problemas, pensé: “Aceptamos juntas esta etapa de la obra y no mucho después de llegar a la casa de Dios, ella ya sirve como líder y se ha ganado el respeto y el apoyo de todos. En cuanto a mí, por mucho que lo intente, sigo sin ser líder. Así que supongo que tengo un mal destino”. A veces, cuando no se implementaban las sugerencias que hacía, pensaba: “Bueno, de todos modos nunca llegaré a ser líder, mejor me quedo en este pequeño grupo. Ya sea en mi profesión o en la casa de Dios, mi destino es sufrir y nunca destacaré en esta vida”. Tras llegar a esta conclusión, poco a poco fui menos entusiasta en la lectura de las palabras de Dios y la búsqueda de la verdad.
Tiempo después, el líder reparó en que tenía cierto talento literario y me encargó un deber de redacción. Estaba sumamente feliz, pensando que al fin tenía ocasión de destacar. Trabajé horas extra y obtuve buenos resultados en el deber. Poco después, me ascendieron. Estaba muy feliz y me sentía incluso más motivada con mi deber. Pero entonces empecé a tener problemas de cervicales y fueron empeorando, así que no podía cumplirlo adecuadamente. Me vi obligada a volver a mi iglesia original, donde hacía lo que podía. Estaba muy deprimida: “Este problema cervical es difícil de curar y puedo recaer si me esfuerzo mucho. Con esta traba, me resultará muy difícil destacar. Estoy destinada a no poder cumplir con deberes importantes. Es que tengo un mal destino, nada me resulta fácil. Debí nacer con mala estrella, porque tengo una mala suerte terrible”. Con este pensamiento en mente, me volví negativa y me relajé en el deber, e incluso me limité a mí misma al pensar que mis perspectivas eran nefastas. Acudí luego ante Dios para reflexionar sobre mí misma: ¿por qué me parecía siempre que mi destino era malo y vivía en tal agonía? Durante mi búsqueda, me topé con un pasaje de las palabras de Dios que me aportó algo de perspectiva sobre mi estado.
Dios Todopoderoso dice: “La emoción de depresión de cierta persona puede surgir de su constante creencia en su propio terrible destino. ¿No es esta una causa? (Sí). Cuando era joven, vivía en el campo o en una región pobre, su familia no era próspera y, aparte del simple mobiliario, no poseían nada de mucho valor. Tal vez tenían una muda o dos de ropa que debían llevar a pesar de tener agujeros, y por lo general no podían consumir comida de buena calidad, sino que en vez de eso tenían que esperar a Año Nuevo o días festivos para comer carne. A veces pasaban hambre, les faltaba ropa de abrigo y tener un gran plato lleno de carne que llevarse a la boca era un sueño, e incluso una pieza de fruta era difícil de conseguir. Al vivir en ese entorno se sentía diferente a otras personas que residían en la gran ciudad, aquellos cuyos padres eran acomodados, que podían comer cualquier cosa que les apeteciera y ponerse cualquier prenda de ropa, que tenían al momento lo que quisieran y poseían conocimiento sobre todo. Pensaba: ‘Su destino es tan bueno. ¿Por qué el mío es tan malo?’. Siempre quiere destacar entre la multitud y cambiar su destino. Sin embargo, no es tan fácil cambiar el propio destino. Cuando uno nace en esa situación, aunque lo intente, ¿cuánto puede cambiar y mejorar su destino? Después de convertirse en adulto, se ve frenado por obstáculos allá donde va en la sociedad, lo acosan dondequiera que va, así que se siente lleno de infortunio. Piensa: ‘¿Por qué soy tan desafortunado? ¿Por qué siempre conozco a personas malas? Tuve una vida dura de niño, y así eran las cosas. Ahora que soy grande, sigue siendo muy mala. Siempre quiero mostrar lo que puedo hacer, pero nunca tengo oportunidad. Si nunca la tengo, que así sea. Solo quiero trabajar duro y ganar suficiente dinero para tener una buena vida. ¿Por qué ni siquiera puedo hacer eso? ¿Por qué es tan difícil tener una buena vida? No hace falta tener una vida superior a la de los demás. Al menos quiero vivir la vida de alguien de ciudad, que nadie me menosprecie, no ser un ciudadano de segunda o tercera clase. Como poco, que cuando la gente me llame no me grite: “¡Eh, tú, ven aquí!”. Por lo menos que me llamen por mi nombre y se dirijan a mí con respeto. Sin embargo, no puedo disfrutar siquiera de que se dirijan a mí con respeto. ¿Por qué es tan cruel mi destino? ¿Cuándo terminará?’. Cuando una persona así no cree en Dios, considera cruel su destino. Tras empezar a creer en Dios y darse cuenta de que este es el camino verdadero, piensa: ‘Todo ese sufrimiento merecía la pena. Todo lo orquestó y lo hizo Dios, y lo hizo bien. Si no hubiera sufrido así, no habría llegado a creer en Dios. Ahora que creo en Él, si puedo aceptar la verdad, mi destino debería cambiar a mejor. Ahora puedo llevar una vida en igualdad de condiciones en la iglesia con mis hermanos y hermanas, y la gente me llama “hermano” o “hermana”, y se dirigen a mí con respeto. Ahora disfruto de la sensación de contar con el respeto de los demás’. Parece como si su destino hubiera cambiado, y como si ya no sufrieran ni tuvieran un mal destino. Una vez que han empezado a creer en Dios, se proponen cumplir bien con su deber en la casa de Dios, se vuelven capaces de soportar adversidades y trabajar duro, capaces de aguantar más que nadie en cualquier asunto, y se esfuerzan por ganarse la aprobación y la estima de la mayoría de la gente. Les parece que incluso pueden llegar a ser elegidos líderes de la iglesia, alguien responsable o un líder de equipo, y ¿no estarán entonces honrando a sus antepasados y a su familia? ¿No habrán cambiado su destino? Sin embargo, la realidad no está a la altura de sus deseos y se sienten abatidos y piensan: ‘Llevo años creyendo en Dios y me relaciono muy bien con mis hermanos y hermanas, pero ¿cómo es posible que cada vez que llega el momento de elegir a un líder, a un responsable o a un líder de equipo nunca me toca a mí? ¿Será porque mi aspecto es muy sencillo o porque no he rendido lo suficiente y nadie se ha fijado en mí? Cada vez que hay una votación, tengo una ligera esperanza, e incluso me alegraría que me eligiesen líder de equipo. Me entusiasma mucho retribuirle a Dios, pero acabo decepcionado cada vez que hay una votación y me dejan fuera de todo. ¿Qué es lo que pasa? ¿Será que en realidad solo soy capaz de ser una persona mediocre, corriente, alguien anodino toda mi vida? Cuando recuerdo mi infancia, mi juventud y mis años de mediana edad, esta senda que he recorrido siempre ha sido muy mediocre y no he hecho nada digno de mención. No es que no posea ninguna ambición o mi calibre sea demasiado escaso, y no es que no me esfuerce lo suficiente o que no pueda soportar las adversidades. Tengo aspiraciones y metas, e incluso puede decirse que también ambición. Entonces, ¿por qué nunca puedo destacar entre la multitud? A fin de cuentas, simplemente tengo un mal destino y estoy condenado a sufrir, y así es como Dios ha dispuesto las cosas para mí’. Cuanto más piensan en ello, peor creen que es su destino. En el desempeño ordinario de sus funciones, si hacen algunas sugerencias o expresan algunos puntos de vista y siempre acaban refutados, si nadie los escucha ni los toma en serio, se deprimen aún más, y piensan: ‘¡Oh, qué malo es mi destino! En todos los grupos en los que estoy siempre hay alguna persona mala que me impide avanzar y me oprime. Nadie me toma en serio y nunca puedo destacar. Al fin y al cabo, todo se reduce a esto: simplemente tengo un mal destino’. Da igual lo que les ocurra, siempre lo atribuyen a que tienen un mal destino; le dedican un esfuerzo constante a esta idea de tener un mal destino, se esfuerzan por tener una comprensión y una apreciación más profundas de ella y, a medida que le dan vueltas en su mente, sus emociones se vuelven más depresivas. Cuando cometen un pequeño error en el cumplimiento de su deber, piensan: ‘Oh, ¿cómo voy a cumplir bien con mi deber si tengo un destino tan malo?’. En las reuniones, sus hermanos y hermanas comunican mientras ellos meditan las cosas una y otra vez, pero no entienden, y piensan: ‘Oh, ¿cómo voy a entender las cosas si tengo un destino tan malo?’. Cuando ven a alguien que habla mejor que ellos, que debate sobre su comprensión de una manera más clara e iluminada, se sienten aún más deprimidos. Cuando ven a alguien que puede soportar penurias y pagar el precio, que muestra resultados en el cumplimiento de su deber, que recibe la aprobación de sus hermanos y hermanas y consigue ascensos, sienten infelicidad en su corazón. Cuando ven a alguien convertirse en líder u obrero, se sienten aún más deprimidos, e incluso al ver que alguien canta y baila mejor que ellos, se sienten inferiores a esa persona y se deprimen. No importa con qué personas, acontecimientos o cosas se encuentren, o cualquier situación con la que se topen, siempre responden a ellos con esta emoción de depresión. Incluso cuando ven a alguien que lleva ropa un poco más bonita que la suya o cuyo peinado es un poco mejor, siempre se sienten tristes, y los celos y la envidia surgen en su corazón hasta que, finalmente, regresan a esa emoción depresiva. ¿Qué razones se les ocurren? Piensan: ‘Oh, ¿no será porque mi destino es malo? Si fuera un poco más apuesto, si fuera tan digno como ellos, si fuera alto y tuviera una bonita figura, con buena ropa y mucho dinero, con buenos padres, ¿no serían las cosas diferentes a como son ahora? ¿Acaso la gente no me tendría en alta estima, me envidiaría y sentiría celos de mí? Al fin y al cabo, mi destino es malo y no puedo culpar a nadie de ello. Con un destino tan malo, nada me sale bien, y no puedo caminar a ningún lado sin caerme encima de algo. Es solo mi mal destino, y no puedo hacer nada al respecto’. Igualmente, cuando se les poda y trata o cuando los hermanos y hermanas les reprochan o critican, o les hacen sugerencias, responden a ello con su emoción de depresión. En cualquier caso, ya sea por algo que les ocurre o por todo lo que les rodea, siempre responden con varios pensamientos, puntos de vista, actitudes y planteamientos negativos que surgen de su emoción de depresión” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). Las palabras de Dios revelan mi situación a la perfección. En otro tiempo pensaba que vivir la vida de la élite y ganarse el respeto y el apoyo de los demás significaba tener un buen destino, mientras que ser de familia pobre, vivir una vida humilde y miserable y que los demás no te respeten significaba contar con un mal destino. Crecí en la pobreza y nunca tuve garantizadas las necesidades básicas. Los demás no me tenían en alta estima y me discriminaban y menospreciaban. Por ello, solía pensar que tenía un mal destino. Con tales antecedentes, me propuse estudiar duro para cambiar mi destino y vivir la vida de la élite. Pero entonces, en secundaria, me diagnosticaron miopía severa y tuve que interrumpir mis estudios. Así que pensé que me había quedado sin esperanzas de hacer mis sueños realidad y me sentí muy decepcionada. Tras ingresar en la fe, no me conformaba con ser una creyente corriente y traté de convertirme en líder u obrera. Creía que me ganaría el respeto y apoyo de todo el mundo si lograba estatus, y que tener estatus y reputación implicaba tener un buen destino. Trabajé duro y busqué lograr mi meta, pero pasaron los años y aún no me había convertido en líder ni obrera. Cuando enseguida nombraron líder a una hermana que aceptó esta etapa de la obra a la vez que yo, me convencí aun más de que tenía un mal destino. A veces, cuando no se ponían en práctica mis sugerencias y no conseguía ganarme el respeto de la gente, ya no me atrevía a expresar mis opiniones y me encerraba en mí misma, maldiciendo mi mal destino en silencio. Luego, cuando me ascendieron para cumplir con el deber de redacción, me puse muy feliz. Pero al desarrollar un problema en las cervicales que afectó a mi desempeño, me vi obligada a regresar a mi iglesia original y a hacer allí el deber que pudiera. Me parecía que tenía muy mala suerte, que simplemente tenía un mal destino. Creía que no volvería a tener ocasión de destacar, que nunca me ascenderían ni me otorgarían un papel importante, y que los demás nunca me apoyarían ni respetarían. Así que me deprimí y no era meticulosa en mi deber, actuaba solo por inercia y sobrellevaba los días. Noté que solo buscaba estatus y el apoyo y respeto de los demás en todos los aspectos. Cuando las cosas no iban como deseaba, me quejaba de mi mal destino, perdía entusiasmo por el deber, cesaba activamente de compartir mi opinión en las reuniones, no aceptaba las situaciones a las que Dios me enfrentaba ni hacía introspección. A raíz de ello, mi entrada en la vida se detuvo. ¿Acaso mi estado negativo no era una especie de protesta silenciosa contra Dios? En todos mis años de fe, siempre decía que todo lo que ocurre a diario es resultado de las instrumentaciones y los arreglos de Dios, pero cuando las cosas no iban como yo quería, no me sometía ni confiaba en la soberanía de Dios. ¿Acaso no eran estos los puntos de vista de un no creyente?
Más adelante, seguí buscando: ¿por qué sentía constantemente que tenía un mal destino? ¿Qué tenía de malo mi punto de vista? Entonces, encontré otros dos pasajes de las palabras de Dios: “El arreglo de Dios sobre cuál va a ser el destino de una persona, ya sea bueno o malo, no es algo que se deba contemplar o medir con los ojos de un hombre o de un adivino, ni tampoco que se deba medir en función de cuánta riqueza y gloria esa persona disfruta en su tiempo de vida, del sufrimiento que experimenta o el éxito que tenga en su búsqueda de perspectivas, fama y fortuna. Sin embargo, este es precisamente el grave error que cometen quienes dicen tener un mal destino, así como una forma de medir el propio destino que usa la mayoría de la gente. ¿Cómo mide la mayoría de la gente su propio destino? ¿Cómo mide la gente mundana si el destino de una persona es bueno o malo? Principalmente, se basan en si a esa persona le va bien en la vida o no, si puede disfrutar o no de la riqueza y la gloria, en si puede vivir con un estilo de vida superior al de los demás, cuánto sufre y cuánto disfruta durante su vida, cuánto vive, qué carrera tiene, si se trata de una vida esforzada o si es cómoda y fácil. Estas y otras cosas son las que usan para medir si el destino de una persona es bueno o malo. ¿No lo medís vosotros así también? (Sí). Entonces, cuando la mayoría de vosotros os topáis con algo que no es de vuestro gusto, cuando los tiempos son duros o no sois capaces de disfrutar de un estilo de vida superior, pensaréis que también tenéis un mal destino y os hundiréis en la depresión” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). “Hace mucho que Dios predestinó los destinos de las personas, y son inmutables. Este ‘buen destino’ y este ‘mal destino’ difieren de una persona a otra, y dependen del entorno, de cómo se sienten las personas y de lo que buscan. Por eso el destino no es ni bueno ni malo. Puede que vivas una vida muy dura, pero tal vez pienses: ‘No busco vivir una vida de lujo. Me basta con tener suficiente para comer y vestirme. Todo el mundo sufre a lo largo de su vida. La gente mundana dice: “No puedes ver un arcoíris a menos que esté lloviendo”, así que el sufrimiento tiene su valor. Esto no es tan malo, y mi destino no es malo. El cielo me ha dado algo de dolor, algunas pruebas y tribulaciones. Eso es porque Él me tiene en alta estima. Este es un buen destino’. Algunas personas piensan que el sufrimiento es algo malo, que implica que tienen un mal destino, y que solo una vida sin sufrimiento, con comodidad y tranquilidad, significa que tienen un buen destino. Los incrédulos llaman a esto ‘una cuestión de opinión’. ¿Cómo consideran los creyentes en Dios esta cuestión del ‘destino’? ¿Hablamos de tener un ‘buen destino’ o un ‘mal destino’? (No). No decimos cosas así. Digamos que tienes un buen destino porque crees en Dios, entonces si no sigues la senda correcta en tu fe, si eres castigado, puesto en evidencia y descartado, ¿significa eso que tienes un buen o un mal destino? Si no crees en Dios, no puedes ser puesto en evidencia o descartado. Los incrédulos y la gente religiosa no hablan de poner en evidencia o discernir a la gente, y tampoco de expulsarla o descartarla. Debería significar que las personas tienen un buen destino cuando son capaces de creer en Dios, pero si al final son castigadas, ¿significa entonces que tienen un mal destino? Su destino es bueno en un momento y malo al siguiente, así que ¿cuál de los dos es? Si alguien tiene un buen destino o no, no es algo que se pueda juzgar, la gente no puede juzgar este asunto. Todo lo hace Dios y todo lo que Él dispone es bueno. Lo único que ocurre es que la trayectoria del destino de cada individuo, o su entorno, y las personas, los acontecimientos y las cosas con las que se encuentra, y la senda vital que experimenta a lo largo de su vida son todos diferentes; estas cosas difieren de una persona a otra. El entorno vital y en el que crece cada persona, ambos dispuestos para ella por Dios, son todos diferentes. Las cosas que cada individuo experimenta durante su vida son todas diferentes. No existe un supuesto destino bueno o destino malo: Dios lo arregla y lo hace todo. Si consideramos el asunto desde la perspectiva de que todo lo hace Dios, todo es bueno y correcto. Lo que ocurre es que, desde la perspectiva de las predilecciones, los sentimientos y las elecciones de las personas, algunas eligen vivir una vida cómoda, tener fama y fortuna, una buena reputación, tener prosperidad en el mundo y llegar a lo más alto. Creen que eso significa que tienen un buen destino, y que una vida de mediocridad y de no tener éxito, viviendo siempre en lo más bajo de la sociedad, es un mal destino. Así es como se ven las cosas desde la perspectiva de los incrédulos y de la gente mundana que busca cosas mundanas y vivir en el mundo, y así es como surge la idea del buen destino y del mal destino. Esta idea solo surge de la estrecha comprensión de los seres humanos y de su percepción superficial del destino y, entre otras cosas, de los juicios de la gente sobre cuánto sufrimiento físico soportan, cuánto disfrute, fama y fortuna obtienen. De hecho, si lo miramos desde la perspectiva de los arreglos y la soberanía de Dios sobre el destino del hombre, no existen tales interpretaciones de buen o mal destino. ¿Acaso esto no es exacto? (Sí). Si consideras el destino del hombre desde la perspectiva de la soberanía de Dios, entonces todo lo que Él hace es bueno, y es lo que cada individuo necesita. Esto se debe a que la causa y el efecto desempeñan un papel en las vidas pasadas y presentes, están predestinados por Dios, Él tiene soberanía sobre ellos y los planifica y arregla: la humanidad no tiene elección. Si lo consideramos desde este planteamiento, la gente no debería juzgar su propio destino como bueno o malo, ¿verdad?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). Las palabras de Dios señalaban incisivamente lo absurdo de esa idea del “buen” y “mal” destino. La gente juzga su destino según lo bien que les va la vida, si logran estatus y riqueza y si consiguen o no fama y fortuna. Tomar determinaciones según tus preferencias personales es el punto de vista de un incrédulo y no concuerda con la verdad. Para Dios no hay nada semejante a un buen o un mal destino. Dios decide el destino de la gente según su vida pasada y presente. Es Él quien predetermina y arregla su destino. Me di cuenta de que mi punto de vista no era diferente al de un incrédulo. Me pasé la vida buscando riqueza y estatus, destacar y lograr fama y fortuna. Pensé que conseguir respeto y apoyo era señal de un buen destino, mientras que mi vida promedio, corriente, viviendo en la pobreza y sin lograr respeto y que me tomaran en serio estuvo marcada por un mal destino. Observé entonces que mi punto de vista era erróneo y provenía de Satanás. Se trataba de un entendimiento limitado del destino, fomentado por los incrédulos. Me di cuenta de que aquellos que consiguen fama y grandes riquezas puede que tengan honor, gloria y el respeto y apoyo de los demás, y un aparente buen destino, pero están vacíos espiritualmente, sufren, su vida les parece aburrida, y algunos incluso acaban tomando drogas y suicidándose. Otros causan problemas, hacen el mal y vulneran la ley, alentados por su propia autoridad, y acaban entre rejas, con la reputación arruinada. ¿De verdad tienen buen destino esas personas? Vi que el destino de una persona no se basa en si disfrutó de riqueza y gloria o de cuánto sufrimiento padeció. Dios determina y dispone lo rica o pobre que será una persona. Él predetermina nuestras vidas según nuestras necesidades y todos Sus arreglos son buenos. Para Dios no existe el concepto de buen o mal destino. En cuanto a mí, a pesar de crecer en la pobreza, padecer penurias y reveses y sufrir bastante, todas mis experiencias endurecieron mi resolución ante el sufrimiento; se trata de una habilidad enormemente valiosa para mí en la vida. Es más, anhelo demasiado la reputación y el estatus. Si hubiera entrado en la universidad y logrado fama y fortuna, habría caído sin duda en esa tendencia maligna. ¿Habría entonces acudido ante el Creador y recibido Su salvación? Dios también predeterminó que yo no iba a ser líder. Contaba con cierta capacidad para entender las palabras de Dios y sabía identificar algunos problemas en mis hermanos y hermanas, pero no era muy competente y no podía asumir una carga excesiva. Los líderes asumen mucho trabajo, y si los problemas no se manejan bien, eso irá en detrimento del trabajo de la iglesia. Ahora cumplo los deberes que soy capaz de hacer, lo cual me beneficia a mí y al trabajo de la iglesia. He visto intenciones muy sinceras en la situación que Dios ha instrumentado para mí. Solía vivir según puntos de vista absurdos, deseando vivir la vida de la élite. Cuando las cosas no iban como yo quería y no vivía acorde a mis deseos, me quejaba de mi mal destino, me sumía en la depresión y me rebelaba contra Dios. Como creyente, no me atenía a las palabras de Dios sino a los puntos de vista erróneos de los incrédulos. ¡Me rebelaba y me resistía a Él! Al darme cuenta, me horrorizó un poco lo que había hecho, así que acudí a Dios en oración: “¡Oh, Dios! No entiendo la verdad y no me he sometido a Tu soberanía y arreglos. Soy realmente arrogante e irracional. Estoy dispuesta a rectificar mis puntos de vista absurdos, a someterme a Tu soberanía y arreglos y a no resistirme más a Ti”.
Más adelante, me encontré dos pasajes de las palabras de Dios que me dieron algo de entendimiento sobre las consecuencias dañinas de las emociones negativas. Las palabras de Dios dicen: “Aunque estas personas que piensan que tienen un mal destino creen en Dios, son capaces de renunciar a cosas, se gastan por Él y lo siguen, no obstante son igualmente incapaces de cumplir con su deber en la casa de Dios de un modo libre, liberado y relajado. ¿Por qué no pueden hacerlo? Porque en su interior albergan una serie de pensamientos y puntos de vista extremos y anormales que hacen que surjan en ellos emociones extremas. Estas son la causa de que su manera de juzgar las cosas, su manera de pensar y sus puntos de vista sobre las cosas provengan de un planteamiento extremo, incorrecto y falaz. Consideran los asuntos y a las personas desde este planteamiento extremo e incorrecto, así que viven, perciben a las personas y las cosas, y se comportan y actúan una y otra vez bajo el efecto y la influencia de esta emoción negativa. Al final, no importa cómo vivan, parecen tan cansados que no son capaces de reunir ningún entusiasmo por su fe en Dios y la búsqueda de la verdad. Con independencia de cómo elijan vivir su vida, no pueden cumplir positiva o activamente con su deber, y a pesar de llevar muchos años creyendo en Dios, nunca se concentran en entregarse al deber en cuerpo y alma o hacerlo satisfactoriamente y, por supuesto, ni mucho menos buscan la verdad o practican de acuerdo con los principios verdad. ¿A qué es debido? En última instancia, a que siempre piensan que tienen un mal destino, y esto los lleva a tener una emoción profundamente depresiva. Acaban totalmente desanimados, impotentes, como un cadáver andante, sin ninguna vitalidad, sin mostrar ningún comportamiento positivo u optimista, y mucho menos ninguna determinación o resistencia para dedicar la lealtad que deberían a su deber, a sus responsabilidades y a sus obligaciones. Más bien, luchan a regañadientes día a día con una actitud descuidada, sin rumbo y con la cabeza confundida, e incluso los días se les pasan sin que se den cuenta. No tienen ni idea de cuánto tiempo van a seguir así. Al final, no les queda más remedio que reprenderse a sí mismos y decirse: ‘Oh, seguiré saliendo del paso mientras pueda. Si un día no puedo más y la iglesia quiere expulsarme y descartarme, que me descarte y ya está. Es que tengo un mal destino’. Ya ves, incluso lo que dicen es muy derrotista. Esta emoción de la depresión no es un simple estado de ánimo, sino que, lo más importante, causa un impacto devastador en los pensamientos, en el corazón y en la búsqueda de las personas. Si no puedes dar un giro a tu emoción de depresión a tiempo y con rapidez, no solo afectará a toda tu vida, sino que también la destruirá y te conducirá a la muerte. Aunque creas en Dios, no podrás obtener la verdad y alcanzar la salvación y, al final, perecerás” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). “Esta clase de depresión no es una rebeldía simple o momentánea, ni tampoco es la efusión temporal de un carácter corrupto, mucho menos la efusión de un estado corrupto. Más bien, es una resistencia silenciosa a Dios, y una insatisfecha resistencia silenciosa al destino que Dios ha arreglado para ellos. Aunque puede tratarse de una simple emoción negativa, las consecuencias que acarrea a las personas son más graves que las que conlleva un carácter corrupto. No solo te impide adoptar una actitud positiva y correcta ante el deber que debes cumplir, y ante tu propia vida cotidiana y trayectoria vital, sino que, lo que es más grave, también puede hacerte perecer de depresión” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). Mediante las palabras de Dios, observé que si alguien piensa que tiene un mal destino, cuando cree en Dios, cumple con su deber y trata a las personas o las cosas que se encuentra desde este punto de vista erróneo y extremo, es probable que caiga en la negatividad y la depresión, se vuelva despistado en sus deberes, actúe por inercia, desconecte y le falte el deseo de avanzar. Sumirse en la depresión puede llevar a una espiral descendente que resulte en la destrucción de cualquier posibilidad de salvación. Me di cuenta de que si no abandonaba esta opinión, las consecuencias serían terribles. Pensé en cómo vivía con esta idea de tener un buen destino. Cuando tuve que dejar los estudios por mis problemas en la vista, mis sueños de buscar fama y fortuna se esfumaron, ya no podría llevar la vida respetable de una persona rica, así que sufrí mucho y perdí las ganas de vivir. Tras hacerme creyente y cumplir con mi deber, seguí buscando un alto estatus, y cuando no me ascendieron ni me eligieron líder, no reflexioné sobre mis deficiencias, no llegué a conocerme a mí misma, en cambio, me seguí quejando sobre mi mal destino y viví en un estado negativo, reacia a buscar la verdad. Después, cuando me surgió el problema en las cervicales, pensé que ya nunca destacaría en el futuro, así que descuidé los deberes, me resigné al fracaso y poco a poco me distancié de Dios. Fui consciente de que esta idea de tener un buen o un mal destino me ataba, me encadenaba con fuerza, que no podía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y me resistía cada vez más. Pensé en aquellos incrédulos que siempre decían lo malos que eran sus destinos. Como eran pobres y no tenían poder, vivían en la clase más baja de la sociedad, los demás no les respetaban y se metían con ellos a menudo. Ellos hacían todo lo posible por cambiar su destino, pero si nada salía como esperaban, se planteaban acabar con su vida. Otros incrédulos pasaban años aplicándose en los estudios, pero al no ganar estatus ni riqueza llegaban a pensar que tenían un mal destino y algunos caían en profundas depresiones y se desquiciaban. Percibí que cuando la gente no entiende la verdad y vive según puntos de vista absurdos no se tratan a sí mismos correctamente ni contemplan de forma adecuada a las personas, acontecimientos y cosas, lo que acaba sumiéndolos en la depresión. Estos puntos de vista provienen de Satanás. Este se sirve de opiniones absurdas para engañar y hacer daño a las personas, provoca que se depriman, degeneren, no busquen la verdad y se les acabe descartando. Tras entender todo esto, me di cuenta de que no podía seguir viendo las cosas según el punto de vista de que hay buenos y malos destinos. Si continuaba así, me mataría. Así que me presenté ante Dios en oración: “¡Oh, Dios! Instrumentas todas las situaciones con intenciones sinceras y yo voy a someterme a ellas. Resolveré mi corrupción mientras desempeño mi deber y buscaré mejorar en ello”.
En mi búsqueda, me encontré con este pasaje de las palabras de Dios: “¿Qué actitud debe tener la gente hacia el destino? Debes cumplir con los arreglos del Creador, buscar activa y enérgicamente el propósito y la intención del Creador en Su arreglo de todas estas cosas y lograr la comprensión de la verdad, desempeñar las mayores funciones en esta vida que Dios ha arreglado para ti, cumplir con los deberes, responsabilidades y obligaciones de un ser creado, y volver tu vida más significativa y de mayor valor, hasta que finalmente el Creador esté complacido contigo y te recuerde. Por supuesto, lo que sería aún mejor sería alcanzar la salvación a través de tu búsqueda y denodado esfuerzo; ese sería el mejor resultado. En cualquier caso, con respecto al destino, la actitud más apropiada que debería tener la humanidad creada no es la de juzgar y definir sin sentido, ni la de utilizar métodos extremos para enfrentarse a dicho destino. Por supuesto, mucho menos deberían las personas intentar resistirse, elegir o cambiar su destino, sino que deberían usar su corazón para apreciarlo, buscarlo, explorarlo y cumplirlo, antes de afrontarlo positivamente. Por último, en el entorno vital y en el periplo que Dios te ha marcado en la vida, debes buscar la forma de conducta que Él te enseña, buscar la senda que Dios te exige que sigas, y experimentar el destino que Dios ha dispuesto para ti de esta forma, y al final, serás bendecido. Cuando experimentas el destino que el Creador ha dispuesto para ti de esta manera, lo que llegas a apreciar no es solo pena, tristeza, lágrimas, dolor, frustración y fracaso, sino, lo que es más importante, experimentarás alegría, paz y consuelo, así como el esclarecimiento y la iluminación de la verdad que Dios te otorga. Es más, cuando te pierdas en la senda de la vida, cuando te enfrentes a la frustración y al fracaso, y tengas que tomar una decisión, experimentarás la guía del Creador, y al final alcanzarás la comprensión, la experiencia y la apreciación de cómo vivir la vida con mayor sentido” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). Mediante las palabras de Dios, comprendí Su voluntad y vi lo amable que es Su corazón. Aunque afrontemos dificultades y decepciones en la vida, eso no significa que debamos intentar resistirnos o cambiar nuestro destino. En cambio, debemos someternos a lo que ha predeterminado Dios, aprender de otras personas, acontecimientos y cosas que Él instrumenta para nosotros y obtener la verdad. Solo entonces encontraremos verdadera paz y consuelo. Pensé que, si no me eligieron líder, fue con el permiso de Dios. Me faltaba capacidad de trabajo y servía mejor para desempeñar un único deber, para ser una seguidora corriente, ese era el puesto más adecuado para mí. Ahora la iglesia me había asignado un deber de riego. Gracias a este deber, he leído muchas palabras de Dios sobre conocer Su obra, he llegado a captar ciertos principios respecto a la difusión del evangelio y a discernir a las personas, he obtenido cierto conocimiento de mi carácter corrupto y ahora soy capaz de someterme a las situaciones que Dios instrumenta para mí. Todo esto son beneficios reales y las riquezas más preciadas. Ahora me doy cuenta de que Dios arregla y predetermina la totalidad de nuestras vidas. Solo podemos tener un buen destino real si nos sometemos, buscamos y ganamos la verdad en toda clase de situaciones, logrando una transformación de carácter y alcanzando la salvación de Dios. Tras ello, actué de acuerdo con las palabras de Dios, cumpliendo con mi deber con lealtad y devoción, y haciendo introspección y aprendiendo de los reveses y fracasos. Practicar de esta manera me trajo paz y alegría.
Nuestro líder nos pidió hace poco que recomendáramos a hermanos y hermanas con talento, y pensé: “Sería un orgullo recibir un ascenso. Podría contribuir a la expansión del evangelio del reino y los demás sin duda me envidiarían y admirarían al enterarse de mi ascenso”. Sin embargo, el líder me dijo que no era apta para un deber que requería salir por ahí, debido a mi enfermedad. Me deprimí un poco y me quejé: “Todos mis hermanos y hermanas parecen sanos, pueden recibir ascensos y tienen más ocasiones de practicar, mientras que yo tengo que quedarme en casa y no tengo oportunidad de destacar o alcanzar la gloria. Eso es que tengo un mal destino”. Cuando esos pensamientos empezaron a aflorar, observé que me hallaba de nuevo en un mal estado, así que me presenté ante Dios en oración y búsqueda. Vi estas palabras de Dios: “Dios no dispone que la gente tenga estatus; Él la provee de la verdad, el camino, y la vida, y al final la convierte en criaturas aceptables de Dios, pequeñas e insignificantes criaturas de Dios, no en personas con estatus y prestigio veneradas por miles de personas. Por ello, se mire por donde se mire, la búsqueda del estatus es un callejón sin salida. Por muy razonable que sea tu excusa para buscar el estatus, esta senda sigue siendo equivocada y Dios no la elogia. Por más que lo intentes o por mucho que sea el precio que pagues, si deseas estatus, Dios no te lo dará; si no te lo da Dios, fracasarás en tu lucha por conseguirlo, y si sigues luchando, solo se producirá un resultado: que serás revelado y descartado, lo cual es un callejón sin salida. Entendéis esto, ¿verdad?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). “Tras observar cómo la casa de Dios descarta a muchos anticristos y malvados, algunos de los que buscan la verdad contemplan el fracaso de los anticristos y reflexionan sobre la senda que estos han tomado, además de reflexionar y conocerse a sí mismos. A partir de ahí, adquieren una comprensión de la voluntad de Dios, deciden ser seguidores corrientes y se concentran en buscar la verdad y hacer bien su deber. Aunque Dios diga que son hacedores de servicio o miserables donnadies, se contentan con ser alguien humilde a ojos de Dios, un seguidor pequeño e insignificante, pero que al final es calificado de criatura aceptable por Dios. Solo esta clase de persona es buena, y Dios solo alabará a esta clase de persona” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Mediante las palabras de Dios, me di cuenta de que el hombre es solo una criatura pequeña e insignificante de Dios a la que le falta estatus real. Como persona sensata, debo ser práctico y quedarme en mi lugar, buscar ganar la verdad y transformar mi carácter de vida, pues eso es lo que elogia Dios. Si buscara reputación y estatus constantemente, Dios me acabaría descartando. Pensé en aquellos a los que solía admirar y respetar como personas con un buen destino, como Zhao Xue, una antigua compañera. Estaba dotada, hablaba muy bien, y la ascendieron a una posición importante. Pero mientras cumplía con su deber, siempre buscaba reputación y estatus, lo que interrumpía gravemente el trabajo de la iglesia. No se arrepintió cuando la sustituyeron, y la expulsaron por hacer toda clase de maldades. Su fracaso fue para mí una advertencia. Observé que cuando la gente no busca la verdad y siempre lucha por la reputación y el estatus, queda en evidencia y se la descarta. Como debido a mi condición no podía hacer deberes en los que hubiera que salir, empecé a quejarme para mis adentros. Mi deseo de reputación y estatus estaba asomando de nuevo la cabeza. Pensaba que podría destacar si salía a hacer deberes y que eso significaría que tenía un buen destino. Seguía buscando reputación y estatus y caminando por una senda opuesta a Dios. La voluntad de Dios es que yo exista como Su criatura; da igual que salga o me quede en casa, siempre puedo cumplir con mi deber y buscar la verdad y la transformación del carácter. Sabía que debía someterme a las instrumentaciones de Dios y cumplir sinceramente con mi deber, solo eso podía darme tranquilidad.
Mediante esta experiencia, gané algo de conocimiento sobre mis puntos de vista equivocados, y entendí que las quejas sobre mi supuesto mal destino suponen rebelarse contra Dios y negarse a someterme a Su soberanía y arreglos. Si seguía así, perdería la ocasión de salvarme. En adelante, me he propuesto dejar de lado mis puntos de vista equivocados, someterme y cumplir bien con mi deber.
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