En verdad soy la progenie del gran dragón rojo
Las palabras de Dios dicen: “Anteriormente se dijo que estas personas son la progenie del gran dragón rojo. En realidad, para ser claros, son la personificación del gran dragón rojo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 36). Aunque reconocía verbalmente que las palabras de Dios son la verdad y revelan nuestro verdadero estado, en mi corazón yo no aceptaba que era la progenie o la encarnación del gran dragón rojo. En cambio, siempre sentía que era capaz de seguir a Dios y gastarme para Él, que era capaz de llevarme bien con la mayoría de mis hermanos y hermanas, y que la gente que me rodeaba me tenía en gran estima. Aunque poseía caracteres corruptos, yo pensaba que eso no significaba que yo era tan malvada como el gran dragón rojo. Sólo después de experimentar el ser expuesta pude ver finalmente la verdad de cómo había sido corrompida por Satanás, y vi que estaba llena de los venenos del gran dragón rojo y que era sumamente capaz de hacer exactamente las mismas cosas que el gran dragón rojo.
Mi deber en la iglesia consistía en recopilar artículos. Un día, el líder de mi grupo me dijo que, en adelante, yo y la hermana con la que trabajaba seríamos responsables de todo el trabajo de recopilación de artículos de todas las iglesias y que si alguien tenía algún problema, entonces podíamos discutirlo y comunicar todos juntos. Cuando oí esta noticia, me sentí un poco desconcertada y sentí una enorme presión, pero, aun así, me seguía sintiendo satisfecha conmigo misma. Pensaba para mis adentros: “Participaremos en la recopilación de todos los artículos de todas las iglesias. Parece que soy capaz de hacer mi parte y que soy una persona capaz dentro de la iglesia”. De repente brotó un sentimiento de “responsabilidad” en mi interior y, antes de darme cuenta, estaba actuando y hablando en la posición de una correctora. Una vez, cuando estábamos intercambiando ideas con hermanos y hermanas del grupo de trabajo de artículos de todas las iglesias, noté que uno de los hermanos del grupo estaba participando muy activamente en nuestro trabajo. Cuando surgía un problema, él siempre tomaba la iniciativa para expresar sus propias opiniones y, a veces, cuando otro hermano o hermana hacía una pregunta a la que yo ya había respondido en nuestro grupo en línea, él seguía insistiendo en expresar sus puntos de vista después de hacerlo yo y su opinión al respecto difería siempre de la mía. Cuando pasaba esto, yo me sentía muy triste y pensaba para mí: “Él participa muy activamente en este grupo y muchas personas están de acuerdo con sus opiniones. ¿Querrá sobrepasarme? ¡Bah! Él sabe muy poco sobre mí. No sabe qué deber hago, pero aun así quiere seguir compitiendo conmigo. ¿Acaso no muestra una falta de autoconciencia?”. Al pensar en esto, empecé a sentir aversión hacia este hermano en mi corazón.
Más tarde, organicé a los hermanos y hermanas en el grupo de trabajo de artículos de todas las iglesias para que intercambiasen ideas sobre los problemas que había en estos. La mayoría de los hermanos y hermanas se mostraron de acuerdo con mis sugerencias, pero ese hermano volvió a dar otra vez una opinión distinta sobre las cosas y señaló mis deficiencias. Sabía que era normal que las personas tuvieran sugerencias distintas cuando surgía un problema y que debíamos aceptar cualquier sugerencia que beneficiara el cumplimiento de nuestro deber, pero cuando pensaba en la forma como ese hermano había rechazado mi sugerencia delante de tantos hermanos y hermanas, empecé a llenarme de resistencia e insatisfacción. Pensé: “Los otros hermanos y hermanas pueden aceptar mi sugerencia sin tener opiniones diferentes. Pero tú tienes que ser el centro de atención; ¿acaso intentas dificultarme las cosas a propósito para mostrar lo responsable que eres con el trabajo y lo claro que entiendes las cosas? ¡Eres tan arrogante y es tan difícil llevarse bien contigo!”. Cuanto más pensaba en ello, más reacia me hacía a este hermano, al punto de que ni siquiera quería dirigirle la palabra. Algunos días después, este hermano nos envió un artículo para que lo leyésemos. Dijo que el artículo estaba muy bien escrito y que debíamos enviárselo a todos para su referencia. Cuando lo escuché hablar con semejante tono de seguridad en sí mismo, empecé a sentirme incómoda y pensé: “Ya hemos leído íntegramente estos artículos. Si este artículo no ha sido seleccionado ya, entonces debe ser por algo. Debes estar tan ciego como un murciélago si ni siquiera puedes distinguir esto”. De esta forma, reprimí la insatisfacción que sentía en mi interior y volví a leer todo el artículo de nuevo muy a regañadientes. Después le comuniqué a este hermano mi opinión y algunos de los problemas que pensaba que había en el artículo, pero se negó a aceptar mi opinión y, en vez de eso, me recordó que adoptara un enfoque serio con todos y cada uno de los artículos o que debía pedir a mis superiores que volvieran a leer de nuevo íntegramente este artículo. La resistencia que sentía en mi interior creció en ese momento y pensé: “Desde que te conocí, muy rara vez has aceptado o seguido alguna de mis sugerencias, pero, en cambio, siempre haces sugerencias distintas para que todos las tengan como referencia y las adopten. Presumes de tus capacidades siempre que tienes la oportunidad y eres muy arrogante. Simplemente no me tienes ninguna consideración en absoluto. ¡Tratar con alguien como tú es toda una molestia y es muy desconcertante!”. Incluso llegué a pensar: “¿Cómo pudo la iglesia haberlo elegido para recopilar artículos? Alguien como él, con un carácter tan terriblemente arrogante, simplemente es inapropiado para cumplir este deber. Quizás debería informar de sus problemas a mi líder y dejar que este decida si ese hermano es apropiado o no para este deber. Lo mejor sería que mi líder lo transfiriera a otro lugar”. Cuando reflexioné sobre esto, me percaté de que mi estado era el equivocado. Yo no entendía lo suficiente acerca de este hermano y sabía que no debía hacer juicios sobre él tan a la ligera, sino que debía tratarlo justamente. Sin embargo, sólo reflexioné en estas cosas y no reflexioné más sobre mí misma en lo referente a este asunto, ni tampoco busqué la verdad para resolver mis propias corrupciones, sino que seguí comiéndome la cabeza con este hermano.
Un día, mi líder sugirió que intercambiásemos ideas con los líderes y compañeros de trabajo de todas las otras iglesias con el fin de discutir cómo podíamos comprender mejor los principios de la redacción de artículos y hacernos cargo de este trabajo. Yo accedí, pero luego me sentí increíblemente nerviosa. Esta sería la primera vez que asistiría a una reunión en línea para intercambiar ideas con los líderes y compañeros de trabajo de nivel medio. Además, no se me daba muy bien expresarme y me preocupaba que no fuera capaz de comunicar claramente y que diera un espectáculo bochornoso y, así, me sentía atormentada ante esta perspectiva. Sin embargo, el día antes al del comienzo de la reunión en línea, recibí repentinamente un mensaje de este hermano preguntándome si podía asistir a la reunión. Cuando leí su mensaje, casi pierdo la cabeza. Pensé: “Ya has asistido a varias reuniones con anterioridad para intercambiar ideas y nunca has aceptado ninguna de nuestras sugerencias; así que, ¿de qué vale que asistas a esta? Yo ya me siento muy presionada con esta reunión. Si mañana me haces una pregunta difícil, sólo harás que todo me sea incluso más insoportable”. Cuando pensé que al día siguiente este hermano asistiría a la reunión, supe que no deseaba que estuviera allí e intenté pensar en algo que decirle para hacer que no quisiera asistir. Reflexioné por un momento sobre qué decir, pero seguía sin ocurrírseme una razón apropiada, así que expresé sin rodeos: “El contenido de esta reunión será bastante similar al de la última. No necesitas asistir”. Pensaba que, si le respondía de esta forma, él no me diría nada más. Para mi sorpresa, sin embargo, él envió otro mensaje que decía: “Tengo un poco de tiempo mañana y me gustaría escuchar lo que todos van a decir”. Cuando leí su mensaje, me sentí muy molesta, pero seguí sin tener una razón para negarle el permiso de asistir. Lo único que pude hacer fue aceptar a regañadientes, pero seguía dudando sobre si meterlo en el grupo o no. Pensé para mis adentros: “¡Eres un pesado! ¿Por qué no me puedo librar nunca de ti? ¿Podremos lograr algo en esta reunión si tú asistes? ¿Intentas dificultarme las cosas a propósito?”. Seguí intentando pensar en una razón para hacer que no asistiera, e incluso pensé en retirarle mi amistad, pero entonces pensé: “Bien, puedes asistir. Si te muestras tan en desacuerdo y eres tan puntilloso como lo fuiste en la última reunión, entonces todos verán lo arrogante y engreído que eres, y entonces nadie va a tenerte en gran estima…”. Justo entonces, me di cuenta de que mis prejuicios contra él se habían transformado en odio y que yo sólo estaba expresando mis intenciones malvadas. Me asustaba pensar cómo trataría a este hermano si dejaba que esta situación siguiera avanzando. Así que, oré a toda prisa y clamé a Dios pidiéndole que protegiera mi corazón. Una vez que me calmé, empecé a reflexionar sobre por qué había reaccionado con tanta fuerza cuando me enfrenté a algo que no era acorde a mis propias ideas, por qué no podía aceptar cualquier voz que se me opusiera y por qué me había hecho prejuicios tan fuertes contra este hermano.
Al buscar, leí un pasaje en una comunicación: “Cómo los líderes tratan a los hermanos y hermanas a quienes encuentran desagradables, que se les oponen, que tienen puntos de vista completamente diferentes de ellos: este es un problema muy serio y se debe manejar con precaución. Si ellos no entran en la verdad, ciertamente discriminarán y chocarán contra esta persona cuando se encuentren con este tipo de problema. Este tipo de acción está precisamente revelando la naturaleza del gran dragón rojo que resiste y traiciona a Dios. Si el líder es alguien que va tras la verdad, que posee una conciencia y un sentido, buscará la verdad y lo manejará correctamente. […] Como personas, tenemos que ser justas y equitativas. Como líderes, debemos manejar las cosas de acuerdo con las palabras de Dios con el fin de mantener el testimonio. Si hacemos cosas de acuerdo con nuestra propia voluntad, dando rienda suelta a nuestro propio carácter corrupto, entonces aquello será un fracaso terrible” (La comunicación desde lo alto). Esta enseñanza me conmovió enormemente. Pensé en por qué había sido tan resistente y tan reacia a este hermano, tanto que incluso había empezado a odiarlo; ¿acaso no era simplemente porque él no estaba de acuerdo con mis comunicaciones y había hecho algunas sugerencias distintas que habían provocado que yo quedase mal? ¿Acaso no era simplemente porque yo lo había visto participar muy activamente en nuestro grupo y ganarse la aprobación de todos y, por tanto, sentía que me había quitado el protagonismo? Al principio, nosotros, los hermanos y hermanas, habíamos trabajado juntos para cumplir nuestro deber y, debido a las diferencias en nuestros calibres y entendimientos, era normal que tuviéramos opiniones diferentes sobre ciertos asuntos. Lo único que este hermano estaba haciendo era expresar sus propias opiniones; no albergaba malas intenciones. Aun así, yo siempre quería que me escuchara y me obedeciera. Quería que estuviese de acuerdo conmigo y que aceptara cualquier cosa que yo dijera, sin posibilidad de expresar una opinión distinta a la mía. Cuando sus acciones tocaban mi amor propio y mi postura, surgía resistencia dentro de mí; tanta, que incluso lo excluía y no quería que asistiera a las reuniones. Y, si le permitía asistir, sólo lo hacía porque quería que quedase como un insensato. Examiné estos pensamientos e ideas y vi que lo único que yo había estado expresando era un carácter satánico arrogante y malévolo. ¡Mis acciones habían sido verdaderamente despreciables y feas!
Luego leí en una comunicación: “No importa quién seas, siempre que te muestres en desacuerdo con ellos, te conviertes en el blanco de su castigo. ¿Qué carácter es este? ¿Acaso no es el mismo que el del gran dragón rojo? El gran dragón rojo busca la supremacía sobre todos y se considera a sí mismo el centro de todas las cosas: ‘Si no estás de acuerdo conmigo, entonces te castigaré; si osas oponerte a mí, entonces usaré fuerza militar para anularte’. Estas son las políticas del gran dragón rojo, y el carácter del gran dragón rojo es el de Satanás, el arcángel. Existen personas que, una vez que se han convertido en líderes o trabajadores, empiezan a implementar las políticas del gran dragón rojo. ¿Cómo lo hacen? Dicen: ‘Ahora yo soy el líder y mi primer deber es hacer que todos me obedezcan de corazón y de palabra, y sólo entonces puedo empezar mi labor oficial’”. (‘Para entrar en la realidad de la verdad, uno debe centrarse en cambiar su carácter de vida’ en “Sermones y enseñanzas sobre la entrada a la vida XIII”). “Si un hermano o una hermana adopta un punto de vista o tiene una opinión sobre alguien que posee genuinamente la verdad y que puede aceptar la verdad y ponerla en práctica o si descubre que esta persona tiene deficiencias y comete errores y la reprende y la critica o si poda y trata a esa persona, ¿acaso no acabará odiándola? Ese hermano o hermana debe primero examinar el asunto y pensar: ‘Lo que tú dices ¿está bien o mal? ¿Concuerda con los hechos? Si concuerda con los hechos, entonces lo aceptaré. Si lo que dices es verdad a medias o si concuerda fundamentalmente con los hechos, entonces lo aceptaré. Si lo que dices no concuerda con los hechos, pero puedo ver que no eres una persona malvada, que eres un hermano o una hermana, entonces seré tolerante y te trataré correctamente’” (‘Las desviaciones y errores que deben resolverse para practicar el conocerse a uno mismo’ en “Sermones y enseñanzas sobre la entrada a la vida VIII”). A partir de la comunicación, vi que desde que el gran dragón rojo llegó al poder, jamás ha tomado en consideración los intereses de la gente común y corriente y tampoco piensa nunca en cómo dirigir bien el país o cómo permitir que el pueblo chino viva una vida feliz. En cambio, todo lo que hace es meramente para proteger su propia posición y poder. Con el fin de gobernar al pueblo permanentemente y mantenerlo firmemente controlado en sus garras, implementa una política de ideología unificada y voz unificada; le prohíbe al pueblo tener opiniones contrarias y decirle “no”. Siempre que impulsa y defiende una idea, todo el mundo debe aceptarla, ya sea buena o mala, y todo el mundo debe estar absolutamente de acuerdo con ella. Si alguien se muestra en desacuerdo o se opone a él, el gran dragón rojo tomará su vida y le impondrá sanciones en pos de la ley satánica de “Quienes se sometan a mí, que prosperen; y quienes me nieguen, que perezcan” A todo el que plantee una objeción lo considera cáncer que debe ser extirpado y está ansioso por matar a todo el que se oponga a él lo antes posible y destruirlo de raíz. La masacre de los estudiantes universitarios en la Plaza de Tiananmén el 4 de junio de 1989 es un ejemplo típico. Esos estudiantes universitarios sólo estaban protestando contra la corrupción y defendiendo la democracia, pero el PCCh los consideraba enemigos. El PCCh etiquetó al movimiento estudiantil como una rebelión contrarrevolucionaria y decidió llevar a cabo una sangrienta represión de los estudiantes. Cuando comparé mi propio comportamiento con el del gran dragón rojo, me di cuenta de que la naturaleza que yo había estado expresando era exactamente la del gran dragón rojo. Yo era una persona corrupta y mi carácter no había cambiado en absoluto. No poseía ni un ápice de la realidad de la verdad y las opiniones que expresaba no siempre eran necesariamente correctas. Siempre quería que los demás me escucharan y me obedecieran sin cuestionarme; de lo contrario, me hartaba de ellos y los rechazaba, tanto, que seríamos irreconciliables. Yo pensaba en todos los medios posibles para deshacerme de ellos: ¡era muy malvada y estaba desprovista de humanidad! Pensé en cómo la iglesia había organizado que los hermanos, las hermanas y yo cumpliéramos nuestro deber en conjunto para que pudiésemos aprender de las fortalezas de cada uno, trabajar juntos en armonía y cumplir juntos nuestro deber para satisfacer a Dios. Sin embargo, yo no había pensado en estas cosas en absoluto, sino que sólo había considerado si sería capaz de sostener mi postura o no, si mi autoestima y mi dignidad se verían dañadas o no, y si me escucharían o no. A quienes tenían opiniones diferentes a las mías, los excluía y los reprimía; había actuado verdaderamente como un bandido que gobernaba como el señor de su propia colina. Al hacer esto, ¿cómo podía haber satisfecho yo a Dios en el cumplimiento de mi deber? ¡Sólo estaba haciendo el mal y resistiéndome a Dios! Cuando pensaba en estas cosas, sentía todavía más vergüenza; vi que era muy arrogante y engreída, que tenía el mismo carácter que el gran dragón rojo y también que era sumamente capaz de hacer todas las cosas que hacía el gran dragón rojo. Sólo entonces vi que era en verdad la progenie del gran dragón rojo y que estaba llena de los venenos del gran dragón rojo. Si no buscaba un cambio de carácter, entonces haría involuntariamente cosas que interrumpirían y perturbarían la obra de Dios y, al final, Dios terminaría castigándome y maldiciéndome por haber ofendido Su carácter. En ese momento, empecé a entender la voluntad de Dios y Sus buenas intenciones. Si no me hubiese pasado todo esto, hubiese sido totalmente incapaz de reconocer que poseía tanto la esencia del gran dragón rojo —que era arrogante, engreída y que sólo buscaba la supremacía sobre todo— como una naturaleza satánica de resistencia a Dios. Al mismo tiempo, también llegué a comprender que el arreglo de este tipo de situación por parte de Dios era en realidad la mejor protección para alguien como yo, una persona muy arrogante y engreída que se consideraba verdaderamente extraordinaria. Si todos los hermanos y hermanas me hubiesen apoyado y dado su aprobación, y si nadie hubiese planteado ninguna objeción, entonces yo hubiera sido incluso más arrogante y engreída; hubiera hecho que los demás me siguieran y me obedecieran en todos los sentidos; me hubiese puesto en el lugar de Dios sin siquiera ser consciente de ello, gobernando mi propio reino y, con el tiempo, ofendiendo el carácter de Dios hasta que Él me detestase y me rechazase. Cuando entendí estas cosas, di las gracias y alabé a Dios desde lo más profundo de mi corazón. También me despojé de mis prejuicios y opiniones sobre este hermano. Independientemente de cómo resultara esta reunión para intercambiar ideas, yo estaba dispuesta a abandonar mi naturaleza satánica y someterme a las orquestaciones y a los arreglos de Dios. Nunca imaginé que el resultado de la reunión superaría todas mis expectativas. Ese día, bajo la guía de Dios, la reunión se desarrolló sin contratiempos y, cuando intercambié ideas con ese hermano, pudimos encontrar puntos en común y los dos ayudamos a compensar las debilidades del otro. Confiamos en la guía de Dios y pudimos acabar la reunión sin problemas.
Gracias a que Dios me expuso, llegué a reconocer que en verdad yo era la progenie del gran dragón rojo y que hacía mucho tiempo que los venenos del gran dragón rojo se habían convertido en mi vida. Si no lograba deshacerme de estos caracteres corruptos, entonces, al final, Dios sólo me hubiera detestado y rechazado, me hubiera arrancado como a la mala hierba y yo hubiera perdido para siempre mi oportunidad de alcanzar la salvación. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “Como pueblo Mío que sois nacidos en el país del gran dragón rojo, sin duda no hay solo un poco o una parte de su veneno dentro de vosotros. Así pues, esta etapa de Mi obra se centra, principalmente, en vosotros, y este es un aspecto de la importancia de Mi encarnación en China” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 11). “Anteriormente se dijo que estas personas son la progenie del gran dragón rojo. En realidad, para ser claros, son la personificación del gran dragón rojo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 36). A partir de las palabras de Dios, también llegué a entender que Su obra de salvación del hombre es muy práctica y sabia. Dios habla para exponer los venenos del gran dragón rojo y la naturaleza satánica que existe dentro de nosotros y, al revelar los hechos, Dios me permitió tener algo de entendimiento y discernimiento de los venenos del gran dragón rojo que habitaban dentro de mí y, de ese modo, rechazarlo y abandonarlo para no ser corrompida y dañada de nuevo por él. Sabía que dentro de mí seguían existiendo muchas filosofías y axiomas satánicos y muchos venenos del gran dragón rojo, pero, a partir de ese día, ¡sólo deseé buscar la verdad sinceramente, aceptar el juicio y el castigo de las palabras de Dios, esforzarme por deshacerme de todos los venenos del gran dragón rojo lo antes posible y vivir una semejanza humana con el fin de dar consuelo al corazón de Dios!
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