¿Es la fe en Dios simplemente para obtener paz y bendiciones?
Cuando tenía seis años, mi mamá descubrió que mi papá tenía una aventura y, por el impacto emocional, desarrolló una enfermedad mental. Dos años después, mi papá falleció por una enfermedad y las facturas médicas y del funeral nos dejaron sin un centavo. Aun así, mi tío y mi tía por parte de papá no vieron ningún sentido en ayudar a la viuda de su hermano ni a su hija. Mi mamá y yo sufrimos mucho en la vida, enfrentando mucho acoso y frialdad. Para entonces, mi mamá ya había empezado a creer en Dios, y solía decirme: “Si no creemos en Dios, no duraremos mucho en este mundo”. También decía que su enfermedad mental desapareció de algún modo después de creer en Dios. Por eso, yo le estaba muy agradecida a Dios. Cuando mis compañeros de clase me aislaban y me acosaban, yo oraba en silencio a Dios. Para mi sorpresa, después de eso, una compañera con la que antes no me llevaba bien empezó a ayudarme activamente y no dejaba que los demás me molestaran. En ese momento, mi joven alma sintió que realmente era bueno creer en Dios y que Él era mi pilar siempre que lo necesitara. Además, yo quería esforzarme por Dios y cumplir un deber como mi mamá cuando creciera. Cuando comencé la secundaria, empecé a asistir formalmente a reuniones. A veces pedía permiso para faltar a clase y asistir a las reuniones, aunque eso significara retrasarme en clase. Siempre fui propensa a las enfermedades, solía marearme y a menudo necesitaba inyecciones y medicamentos, pero después de creer en Dios empecé a mejorar. Fue una experiencia aún más profunda de la gracia y las bendiciones de Dios. Una vez, durante una reunión, cuando oí a los hermanos y hermanas hablar de que ahora era el momento crucial de cumplir con los deberes, pensé: “Soy realmente afortunada de vivir en el tiempo de la encarnación de Dios, la expresión de la verdad y la salvación de la humanidad. Debo aprovechar esta oportunidad, poner todo en mi fe y cumplir bien con mi deber”. En ese momento, no dudé en decidir retirarme de la escuela secundaria de élite a la que asistía y empecé a cumplir con mi deber junto a mis hermanos y hermanas. Pensé que, si practicaba bien la fe y cumplía mi deber con entusiasmo, Dios sin duda me concedería Su gracia y se aseguraría de que todo me saliera bien y sin problemas. Desde entonces, asistí a las reuniones y cumplí con mi deber, llueva o truene. Durante el invierno, no había un autobús directo al lugar donde regaba a los nuevos fieles, así que conducía mi bicicleta durante varias horas para llegar allí. Mi cuerpo sufría hasta cierto punto, pero pensaba que el sufrimiento valía la pena si recibía el cuidado y las bendiciones de Dios.
En abril de 2020, cumplía con mi deber lejos de casa. Un mediodía, de repente sentí que el corazón me latía de forma rápida y descontrolada, el pecho me oprimía tanto que no podía respirar, y comencé a temblar y sentirme débil. Apenas podía sostener los palillos que estaba usando para almorzar. Me sentía incómoda, pero no estaba tan preocupada. Pensé: “Siempre he tenido problemas cardíacos desde que era joven. Tengo palpitaciones cuando estoy cansada, pero nunca es algo grave, así que probablemente esta vez tampoco lo sea. Además, Dios es todopoderoso, y mi cuerpo y mi salud están en Sus manos. Mientras me mantenga firme en mi deber, Dios sin duda me protegerá y se asegurará de que no me pase nada”. Esa noche me sentí un poco mejor. Durante los siguientes días, oré a Dios y puse mi enfermedad en Sus manos. Tenía palpitaciones y me sentía fatigada si hablaba mucho, pero aún podía comer y beber las palabras de Dios con regularidad y seguir cumpliendo con mi deber. Pensé que probablemente Dios me estaba poniendo a prueba con esta situación y que, mientras cumpliera más con mi deber, Él me trataría con gracia y poco a poco mejoraría. Pero, para mi sorpresa, poco después tuve otro episodio. Estaba cenando cuando, de repente, empecé a tener palpitaciones, mis manos comenzaron a temblar y no podía sujetar la comida con los palillos. Poco después, empecé a temblar y el corazón me latía sin parar. Me sonrojé, se me enfriaron y entumecieron las manos y los pies, y no podía dejar de temblar. Empecé a respirar con dificultad y tuve una sensación de asfixia que nunca había sentido. Me aterraba no poder seguir respirando, así que oré continuamente a Dios diciendo: “Oh, Dios, aún no quiero morir, por favor, sálvame”. Una hermana comenzó a presionar un punto de acupuntura que se usa en urgencias y me dio un medicamento de emergencia. Al cabo de unos diez minutos, dejé de convulsionar, pero me sentía increíblemente débil y me costaba mucho hablar. La hermana me llevó al hospital para hacerme unas pruebas, y el médico me dijo que tenía una enfermedad cardíaca congénita. A medida que envejeciera y se acumularan residuos en mi sangre y mis vasos sanguíneos se obstruyeran cada vez más, disminuiría mi gasto cardíaco y mi condición se agravaría cada vez más. No había medicamentos para mi enfermedad. Lo único que podía hacer era tomar ciertas hierbas chinas y descansar más. Si no tenía más episodios, estaría bien, pero si sufría una recaída, podría ser muy grave. Si tenía recaídas frecuentes, mi condición empeoraría mucho y, en el peor de los casos, podría necesitar cirugía. No pude evitar preocuparme y pensar: “He estado cumpliendo con mi deber con constancia y entusiasmo, ¿por qué Dios no me protege? ¿Por qué ha empeorado mi condición?”. Oré en silencio a Dios: “Oh, Dios, Tú eres todopoderoso y mi salud está en Tus manos. No pido estar tan bien como una persona sana y normal, y no importa si estoy un poco más débil, siempre y cuando no tenga una recaída y pueda mejorar lentamente. Mi cuerpo simplemente no puede soportar tantas recaídas. Si mi salud fallara de verdad, ¿qué haría entonces?”. Después de eso, aunque estaba tomando medicamentos, siempre me preocupaba tener otro episodio y oraba a Dios a diario por mi salud. Sin embargo, seguí teniendo problemas cardíacos frecuentes. Estaba bien por un par de días y luego, de repente, sufría otro episodio, tras el cual me sentía muy débil. Al ver que mi salud era precaria, la iglesia decidió que me fuera a casa a descansar y a hacer cualquier deber que pudiera.
Mientras estaba en casa, mi salud no mejoró a pesar de tomar hierbas. Seguía teniendo palpitaciones y entumecimiento en las manos, acompañados de convulsiones y dificultad para respirar. El pecho se me oprimía tanto que sentía que me iba a asfixiar. El medicamento de emergencia que tenía podía aliviar los síntomas temporalmente, pero siempre volvían. Mientras estaba enferma, incluso darme la vuelta en la cama me agotaba tanto que me daban palpitaciones. Pasaba la mitad o más del día en la cama. Me sentía terriblemente aislada e indefensa. Las lágrimas caían sin cesar, y en mi mente surgían quejas y malentendidos. Nunca había visto a nadie más con episodios cardíacos tan frecuentes. Yo ya estaba muy débil. Si esto seguía así, ¿no estaría acabada? Mi familia no tenía dinero para pagar mi cirugía, así que ¿tenía que seguir aguantando? Tenía poco más de 20 años, ¿iba a tener que pasar el resto de mi vida con recaídas continuas y prácticamente discapacitada? Tal vez un día simplemente caería muerta. “Oh, Dios, durante estos años he dejado la escuela y sacrificado mi juventud para seguirte. No he pedido nada más, lo único que deseo es que Tú me mantengas sana y salva, así que ¿por qué ha empeorado mi condición? Incluso después de enfermar, seguí cumpliendo con mi deber. ¿Por qué no me has protegido? ¿Cuándo me recuperaré?”. Cuanto más pensaba, más agraviada y triste me sentía, y a menudo me acostaba en la cama a llorar. Solía comprar medicamentos que escuchaba que eran beneficiosos para las enfermedades del corazón. Solo usaba medicina china para evitar los efectos secundarios de la medicina occidental. Pero después de tomar hierbas por un tiempo, seguía sin mejorar. A menudo caía en la negatividad. Algunos hermanos y hermanas que veían por lo que estaba pasando compartían conmigo las intenciones de Dios, diciéndome que debía aprender de la situación y buscar la verdad para resolver mi carácter corrupto. Algunos también me mostraban vídeos de testimonios vivenciales sobre cómo atravesar una enfermedad para compartirlos conmigo. Esto me impactó un poco: no había buscado la intención de Dios en mi enfermedad, y me había limitado a quejarme en lugar de ganar la verdad. ¿Dónde estaba mi testimonio? Tenía que dejar de ser tan corrupta y empezar a buscar la verdad para resolver mis problemas. Al darme cuenta de esto, oré a Dios diciendo: “Dios Todopoderoso, en teoría comprendo que Tus buenas intenciones están detrás de mi enfermedad, y que todo lo que haces es bueno. Pero las recaídas constantes están haciendo sufrir mucho a mi carne. Me siento muy deprimida y abatida. Oh, Dios, sé que estoy en un mal estado, y estoy dispuesta a acudir a Ti y dejar de ser tan negativa. Por favor, esclaréceme y guíame hacia una verdadera comprensión de mí misma y líbrame de este estado negativo”.
Después de eso, empecé a buscar pasajes de las palabras de Dios relacionados con mi estado. Un día, encontré este pasaje: “‘Creer en Dios’ significa creer que hay un Dios; este es el concepto más simple respecto a creer en Dios. Aún más, creer que hay un Dios no es lo mismo que creer verdaderamente en Dios; más bien es una especie de fe simple con fuertes matices religiosos. La fe verdadera en Dios significa lo siguiente: con base en la creencia de que Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas, uno experimenta Sus palabras y Su obra, purga su carácter corrupto, satisface las intenciones de Dios y llega a conocerlo. Sólo un proceso de esta clase puede llamarse ‘fe en Dios’. Sin embargo, las personas consideran a menudo que la creencia en Dios es un asunto simple y frívolo. Las personas que creen en Dios de esta manera han perdido el significado de creer en Él y, aunque pueden seguir creyendo hasta el final, jamás obtendrán Su aprobación, porque marchan por la senda equivocada. Hoy siguen existiendo quienes creen en Dios según palabras y doctrinas huecas. No saben que carecen de la esencia de la creencia en Dios, y no pueden obtener Su aprobación. Aun así, siguen orando a Dios para recibir bendiciones de seguridad y suficiente gracia. Detengámonos, calmemos nuestro corazón y preguntémonos: ¿Puede ser que creer en Dios sea realmente la cosa más fácil en la tierra? ¿Puede ser que creer en Dios no signifique nada más que recibir mucha gracia de Él? Las personas que creen en Dios sin conocerlo o que creen en Dios y, sin embargo, se oponen a Él, ¿son realmente capaces de satisfacer las intenciones de Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prefacio). Dios dice: “¿Puede ser que creer en Dios sea realmente la cosa más fácil en la tierra? ¿Puede ser que creer en Dios no signifique nada más que recibir mucha gracia de Él? Las personas que creen en Dios sin conocerlo o que creen en Dios y, sin embargo, se oponen a Él, ¿son realmente capaces de satisfacer las intenciones de Dios?”. Cada una de las preguntas de Dios me hizo sentir muy avergonzada. A pesar de haber creído en Dios durante tanto tiempo, no tenía idea de lo que era la verdadera fe. Dios dice que la fe verdadera requiere experimentar Su obra y Sus palabras, someterse a cada situación que Él presenta, buscar la verdad y Sus intenciones en esas situaciones, y reflexionar sobre nuestro carácter corrupto e impurezas en nuestra fe. Solo así se puede llegar a entender la verdad, conocer a Dios y entrar en la realidad-verdad. Solo este tipo de fe puede ganarse el elogio de Dios. Si las personas solo desean obtener la gracia y las bendiciones de Dios, pero no buscan Sus intenciones cuando enfrentan situaciones difíciles, ni experimentan Sus palabras y Su obra, entonces eso es fe solo de nombre, es fe religiosa. Dios no acepta esa fe. Dios realiza la obra de juicio, castigo, prueba y refinamiento en los últimos días. Solo al experimentar el juicio de las palabras de Dios, al ser juzgado por los diversos entornos que Él instrumenta, al buscar la verdad y al llegar a conocerse a uno mismo y a Dios a través de estas cosas, la vida de uno progresa. Pensé en que algunos hermanos y hermanas estaban más enfermos que yo, e incluso en los hospitales los habían declarado incurables, pero aun así buscaron la verdad a través de sus enfermedades, ganaron conocimiento de su corrupción, rectificaron sus opiniones erróneas sobre la fe en Dios y lograron ciertos progresos. Aunque durante todos estos años dije que creía en Dios y a menudo compartía con otros la necesidad de experimentar Sus palabras y Su obra en la fe, cuando yo misma caí enferma, no busqué la intención de Dios y viví en un estado negativo del que no podía escapar. Así que, tras enfermar, no gané ninguna verdad. Me di cuenta de que no estaba sufriendo por el entorno que Dios había instrumentado, sino porque no buscaba la verdad. Dado que creía en Dios, debía someterme, buscar la verdad a través de mi enfermedad y mantenerme firme en mi testimonio para satisfacer a Dios. Esta era la razón que debía tener. Al darme cuenta de todo esto, oré a Dios diciendo: “Pase lo que pase con mi enfermedad, estoy dispuesta a someterme y a centrarme en buscar la verdad para resolver mis problemas”.
Más tarde, me encontré con este pasaje de las palabras de Dios: “Desde el momento que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y la responsabilidad de Dios protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la ‘creencia en Dios’ de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él. Desde la esencia naturaleza del hombre a su búsqueda subjetiva, nada tiene relación con el temor de Dios. El objetivo del hombre de creer en Dios, no es posible que tenga nada que ver con la adoración a Dios. Es decir, el hombre nunca ha considerado ni entendido que la creencia en Él requiera que se le tema y adore. A la luz de tales condiciones, la esencia del hombre es obvia. ¿Cuál es? El corazón del hombre es maligno, alberga traición y astucia, no ama la ecuanimidad, la justicia ni lo que es positivo; además, es despreciable y codicioso. El corazón del hombre no podría estar más cerrado a Dios; no se lo ha entregado en absoluto. Él nunca ha visto el verdadero corazón del hombre ni este lo ha adorado jamás. No importa cuán grande sea el precio que Dios pague, cuánta obra Él lleve a cabo o cuánto le provea al hombre, este sigue estando ciego a ello y totalmente indiferente. El ser humano no le ha dado nunca su corazón a Dios, solo quiere ocuparse de su corazón, tomar sus propias decisiones; el trasfondo de esto es que no quiere seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal ni someterse a Su soberanía ni Sus disposiciones, ni adorar a Dios como tal. Este es el estado del hombre en la actualidad. Consideremos de nuevo a Job. Lo primero es: ¿hizo un trato con Dios? ¿Tenía motivos ocultos al aferrarse al camino de temer a Dios y apartarse del mal? En aquella época, ¿había hablado Dios a alguien sobre el fin venidero? En aquel momento, Dios no le había hecho promesas a nadie respecto al fin, y Job fue capaz de temer a Dios y apartarse del mal con ese trasfondo. ¿Salen bien paradas las personas actuales si las comparamos con Job? Hay mucha disparidad; juegan en ligas diferentes. Aunque Job no tenía mucho conocimiento de Dios, le había dado su corazón y este le pertenecía. Nunca hizo un trato con Él ni tuvo deseos o exigencias extravagantes para con Él, sino que creía que ‘Jehová dio y Jehová quitó’. Esto era lo que él había visto y obtenido al aferrarse al camino de temer a Dios y apartarse del mal durante muchos años de vida. De igual manera, también había llegado a la conclusión representada en las palabras siguientes: ‘¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?’. Estas dos frases eran lo que él había visto y llegado a conocer como resultado de su actitud de sumisión a Dios, durante sus experiencias vitales. Eran, asimismo, sus armas más poderosas con las que triunfó durante las tentaciones de Satanás, y el fundamento de su firmeza en el testimonio de Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Dios puso al descubierto por completo las opiniones de las personas respecto a la fe. Las personas no tratan a Dios como tal, sino como una cornucopia o una navaja suiza. Se ven a sí mismas como los mayores acreedores de Dios y tratan de apoderarse de Su gracia con avaricia. Este tipo de fe es impura y transaccional, y carece de la más mínima sinceridad. Dios habló directamente a mi estado actual. Cuando mi familia pasaba penurias y no teníamos a quién recurrir, experimenté las bendiciones y la protección de Dios. Por eso pensé que Dios se aseguraría de que mi madre y yo viviéramos una vida tranquila y sin problemas. Pensaba que creer en Dios me garantizaría una inmunidad total frente a las dificultades durante toda mi vida. Si ocurría algo, Dios me protegería y se haría cargo de mi bienestar. Durante esos años, albergué ese pensamiento ilusorio en mi búsqueda, y era la idea de obtener la gracia y las bendiciones de Dios lo que me motivaba a renunciar a todo para cumplir con mi deber. Cuando me enfermé y Dios no me sanó, cambié de inmediato. Fue como si mi esperanza de tanto tiempo se hubiera derrumbado. Empecé a discutir con Dios basándome en todo a lo que había renunciado y en lo que me había esforzado en los últimos años. Le cuestioné por qué me trataba así e, incluso, me negué a orar o leer Sus palabras. Vivía en un estado negativo y rebelde. Durante esos años, Dios me había protegido y cuidado, y me había dado gracia material y bendiciones por compasión hacia mi escasa estatura, pero yo no estaba agradecida en absoluto, y hasta me volví más codiciosa. Después de esforzarme solo un poco, le exigí a Dios que me protegiera toda la vida, y cuando no lo hizo, me enojé con Él. ¡Qué desvergonzada e irracional era! Job nunca le exigió nada a Dios, le temía y evitaba el mal sin importarle la situación o el entorno. Cuando Dios le bendijo, le dio las gracias. Pero cuando su situación cambió, perdió sus bienes, sus hijos murieron y su cuerpo se cubrió de dolorosas llagas, él siguió teniendo fe en Dios y temiéndole, sin pronunciar una sola queja hacia Él. Incluso alababa el nombre de Dios. No importaba cómo cambiara su situación, pudo mantenerse en su lugar como un ser creado y someterse a Dios. Job era un verdadero creyente en Dios. Su humanidad y razón me hicieron sentir avergonzada. Yo no tenía una fe verdadera en Dios y solo lo trataba como una navaja suiza. Quería que Su gracia y Sus bendiciones siempre me acompañaran. ¡No podía creer lo egoísta que me había vuelto! Pensé en la multitud a la que el Señor Jesús alimentó con cinco panes y dos peces durante la Era de la Gracia. Ellos no estaban interesados en Su sermón, solo querían recibir gracia, bendiciones y beneficios de Él. Eran solo oportunistas y no creyentes. Vi que mi codicia no era distinta de la de esa multitud que solo quería ser alimentada y tener el estómago lleno. Era terriblemente depravada y, sin duda, causaba en Dios disgusto y repulsión. Si siguiera creyendo según tales opiniones, nunca alcanzaría la verdad y la salvación, aunque creyera toda mi vida. Vi que mi enfermedad era la mayor gracia que Dios me había dado. Si yo no hubiera quedado en evidencia a través de mi enfermedad, no habría reconocido cuán fuerte era mi deseo de bendiciones y cuán codiciosa y despreciable era. Entonces no habría ninguna posibilidad de transformación. Dios no me trató según mis actos e incluso me ayudó a través de hermanos y hermanas, y me esclareció y guio para que comprendiera Sus intenciones a través de Sus palabras. Me sentí avergonzada y culpable, indigna del amor y la salvación de Dios. Oré a Dios con lágrimas en los ojos, diciendo: “Oh, Dios, al quedar en evidencia por la enfermedad, he aprendido que durante estos años solo te exigía gracia, y me quejaba cuando no la obtenía. Te debo demasiado y no soy digna de ser creyente. Sé que tengo mucha corrupción y necesito que esta enfermedad me refine y me depure. Aunque tenga que vivir con esta enfermedad el resto de mi vida, me someteré a ella y nunca más me quejaré de Ti”. Para mi sorpresa, cuando mi actitud cambió, mi cuerpo empezó a sanar gradualmente. Ya no tenía episodios tan frecuentes y poco a poco pude empezar a cumplir con mi deber.
Un día, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios que me hizo entender mejor mi estado. Dios Todopoderoso dice: “No importa cuántas cosas le sucedan, el tipo de persona que es un anticristo nunca trata de abordarlas buscando la verdad en las palabras de Dios, y mucho menos trata de dilucidarlas por medio de ellas, lo cual se debe completamente a que no creen que cada renglón de las palabras de Dios sea la verdad. Por más que la casa de Dios comparta la verdad, los anticristos siguen siendo poco receptivos y, en consecuencia, carecen de la actitud correcta, sea cual sea la situación a la que se enfrenten; en particular, en cuanto a la forma de abordar a Dios y a la verdad, los anticristos se niegan tercamente a dejar de lado sus nociones. El dios en el que creen es un dios que realiza señales y prodigios, un dios sobrenatural. A cualquiera que pueda realizar señales y prodigios —ya sea la Bodhisattva Guanyin, Buda o Mazu— lo llaman dios. Creen que solo aquellos que pueden realizar señales y prodigios son dioses que poseen la identidad de dioses y que aquellos que no pueden, por muchas verdades que expresen, no son dioses necesariamente. No entienden que expresar la verdad es el gran poder y omnipotencia de Dios; en cambio, creen que solo realizar señales y prodigios es el gran poder y omnipotencia de los dioses. Por tanto, en cuanto a la obra práctica del Dios encarnado de expresar la verdad para conquistar y salvar a las personas, de regar, pastorear y guiar al pueblo escogido de Dios, permitiéndole experimentar realmente el juicio, el castigo, las pruebas y el refinamiento de Dios, así como llegar a comprender la verdad, despojarse de sus actitudes corruptas y convertirse en personas que se someten a Dios y lo veneran, entre otras cosas, los anticristos consideran que todo esto es obra del hombre y no de Dios. En la mente de los anticristos, los dioses deberían esconderse detrás de un altar y procurar que la gente les haga ofrendas, comerse los alimentos que les ofrezcan, inhalar el humo del incienso que quemen, tenderles una mano cuando se hallen en problemas, mostrarse muy poderosos y prestarles ayuda inmediata dentro de los límites de lo que para ellos resulta comprensible, así como satisfacer sus necesidades cuando la gente pide ayuda y son honestos en sus súplicas. Para los anticristos, solo un dios semejante es un dios verdadero. Mientras tanto, todo lo que Dios hace en la actualidad se encuentra con el desprecio de los anticristos. ¿Y por qué? A juzgar por la esencia-naturaleza de los anticristos, lo que ellos requieren no es la obra de riego, pastoreo y salvación que el Creador realiza sobre los seres creados, sino prosperidad y el cumplimiento de sus aspiraciones en todas las cosas, no ser castigados en esta vida e ir al cielo en el mundo que vendrá. Su punto de vista y sus necesidades confirman su esencia de odio a la verdad” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 15: No creen en la existencia de Dios y niegan la esencia de Cristo (I)). Cuando leí este pasaje por primera vez, me sorprendí un poco: ¿acaso no describía exactamente mi estado actual? Antes, solo sabía que mi perspectiva sobre la búsqueda en mi fe estaba equivocada, pero después de leer este pasaje me di cuenta de que todo este tiempo había estado creyendo en el Dios de mis nociones y figuraciones. En el pasado, disfruté mucho de la gracia de Dios y fui testigo de algunas de Sus obras. Se trataba de la misericordia y protección de Dios hacia nosotros y de abrirnos un camino acorde con nuestros problemas, permitiéndonos llevar una vida normal y tener una situación adecuada para seguirlo. Cuando empecé a entender poco a poco algunas verdades, Dios instrumentó situaciones adecuadas para depurarme y transformarme en función de lo que necesitaba en mi vida, y me permitió conocerlo. Esta es una de las maneras en que Dios salva a la humanidad. Sin embargo, después de disfrutar tanto de la gracia de Dios, lo circunscribí en mis nociones, creyendo que Él era el Dios que otorga gracia y bendiciones. Cuando las acciones de Dios no se ajustaban a mis expectativas, lo juzgaba basándome en mis nociones, creyendo que Él debía protegerme y no dejar que enfermara tanto. Reconocía el nombre de Dios de palabra, pero creía en el Dios vago de mis nociones y figuraciones. Esto era una blasfemia contra Dios. Al darme cuenta de esto, me sentí horrorizada y vi aún más que esta enfermedad era una especie de gracia para mí, que me ayudaba a corregir mis nociones sobre Dios. Todo esto era amor y salvación de Dios. Me apresuré a orar a Dios para arrepentirme. Mi enfermedad no era algo pasajero, era crónica e impredecible, así que necesitaba buscar una senda para entrar.
Más tarde, vi estos pasajes de las palabras de Dios: “Puedes pensar que creer en Dios consiste en sufrir o en hacer todo tipo de cosas por Él; podrías pensar que el propósito de creer en Dios tiene como fin que tu carne esté en paz o que todo en tu vida funcione sin problemas, o que te sientas cómodo y a gusto con todo. Sin embargo, ninguno de estos son propósitos que la gente debería vincular a su creencia en Dios. Si crees por estos propósitos, entonces tu perspectiva es incorrecta y resulta simplemente imposible que seas perfeccionado. Las acciones de Dios, el carácter justo de Dios, Su sabiduría, Su palabra, y lo maravilloso e insondable que Él es, todas son cosas que las personas deben tratar de entender. Como posees este entendimiento, debes utilizarlo para librar a tu corazón de todas las demandas, esperanzas y nociones personales. Solo eliminando estas cosas puedes cumplir con las condiciones exigidas por Dios, y solo haciendo esto puedes tener vida y satisfacer a Dios. El propósito de creer en Dios es satisfacerlo y vivir el carácter que Él requiere, para que Sus acciones y Su gloria se manifiesten a través de este grupo de personas indignas. Esta es la perspectiva correcta para creer en Dios, y este es también el objetivo que debes buscar. Has de tener el punto de vista correcto sobre creer en Dios y debes buscar obtener Sus palabras. Necesitas comer y beber las palabras de Dios y debes ser capaz de vivir la verdad, y, en particular, debes ser capaz de ver Sus obras prácticas, Sus maravillosas obras en todo el universo, así como la obra práctica que hace en la carne. La gente puede, a través de sus experiencias prácticas, apreciar cómo Dios hace Su obra en ellos y cuáles son Sus intenciones respecto a ellos. El propósito de todo esto es eliminar el carácter satánico corrupto de las personas. […] Solo las personas que genuinamente buscan la verdad, que tratan de conocer a Dios y buscan la vida son las que verdaderamente creen en Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). “Crees en Dios y lo sigues y, por tanto, debes tener un corazón amante de Dios. Debes apartar tu carácter corrupto, buscar satisfacer las intenciones sde Dios y debes cumplir con el deber de un ser creado. Como crees en Dios y lo sigues, debes ofrecerle todo a Él y no hacer elecciones o exigencias personales; debes lograr satisfacer las intenciones de Dios. Como fuiste creado, debes someterte al Señor que te creó, porque inherentemente no tienes dominio sobre ti mismo ni capacidad para controlar tu propio destino. Como eres una persona que cree en Dios, debes buscar la santidad y el cambio” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). A través de las palabras de Dios, adquirí cierto entendimiento de Sus exigencias. En nuestra fe, no deberíamos buscar bendiciones y paz, sino más bien ocupar nuestro lugar como seres creados para experimentar la obra de Dios, entender Sus intenciones y Su carácter a través de diversas situaciones, reflexionar y conocernos a nosotros mismos, y renunciar a nuestro deseo de bendiciones y nuestras impurezas a través de estas situaciones. Solo así podríamos lograr la transformación del carácter y alcanzar la salvación. En el pasado, mi fe se basaba en obtener gracia. Por eso, a pesar de estar enferma por tanto tiempo, nunca busqué la verdad y mi vida sufrió pérdidas. Cuando me sometí, busqué la verdad y empecé a experimentar las palabras y la obra de Dios, empecé a comprender Sus buenas intenciones. Mi carne sí sufrió hasta cierto punto, pero esta situación rectificó mis opiniones equivocadas sobre la fe y me permitió reconocer mis intenciones despreciables en mi fe y rectificarlas a tiempo. Este fue un ejemplo aún mayor de la misericordia y el amor de Dios, incluso mayor que la gracia y las bendiciones que Él impartió a mi carne. Aún no me había recuperado del todo y a veces tenía episodios. No podía conformarme solo con someterme y no quejarme de Dios, tenía que seguir buscando Su intención, reflexionar sobre qué corrupción revelaba, qué aspectos de mí Dios aún detestaba, y aceptar el juicio y el castigo de Sus palabras para resolver mi carácter corrupto. Este era el camino que debía seguir. Tras darme cuenta de esto, me sentí menos alejada de Dios, me volví más proactiva en mi deber, empecé a centrarme en revisar los problemas en mi trabajo, estudié los principios relacionados con las áreas en las que yo era deficiente y empecé a ver cierta mejora en mis habilidades profesionales. Poco a poco, mi salud empezó a mejorar y los episodios se hicieron menos frecuentes. Gracias a Dios por guiarme para lograr este entendimiento y transformación.
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