Juzgar por las apariencias es simplemente absurdo

18 Abr 2018

Por Yifan, provincia de Henan

En el pasado, con frecuencia yo juzgaba a las personas por sus apariencias, manteniendo a las personas encantadoras, eruditas y elocuentes especialmente en alta consideración. Creía que esas personas eran sensibles, buenas en entender a los demás y, por lo general, buenas y amables. Sólo recientemente, a medida que la realidad se ha revelado a sí misma, he llegado a corregir esta absurda manera de pensar.

Una tarde cerca del anochecer, al regresar a la casa de mi familia anfitriona, vi a un joven que llevaba puesto un traje y zapatos de piel, que hablaba y se conducía con una elegante soltura. También usaba un par de lentes finamente forjados, que acentuaban más su manera de ser culta y educada. Mi anfitriona nos presentó a los dos y me informó que el joven era su hijo y que actualmente estaba trabajando como funcionario en el gobierno municipal de una gran ciudad. Al provenir de origen pobre y haber dejado la escuela a una edad temprana, yo sentí mucha envidia por su elegancia en el vestir, su culto encanto, por no mencionar su título superior de una institución famosa y un empleo altamente respetable. Era realmente la primera vez que veía a alguien con tal encanto y erudición. Pensé dentro de mí: alguien tan culto y de ese estatus y cultura tan altos ciertamente será amigable, humano y racional. Con ese pensamiento en mente, comencé a tratar de discutir asuntos de fe con el joven, pero su reacción fue bastante contraria a mis expectativas. Se puso de pie vociferando y azotó su puño en la mesa gritando: “¡Lárgate de aquí ahora! ¡Si no te vas en este instante llamaré a la policía!”. Después de hablar, de inmediato sacó su teléfono celular y comenzó a marcar al 110. A toda prisa traté de recuperarme diciendo: “Amigo, estoy segura que realmente no vas a llamar a la policía, debes estar bromeando”. Sin embargo, se mantuvo obstinado e insistió en que me fuera de inmediato. Estaba totalmente boquiabierta y no sabía qué hacer. Al ver mi reloj vi que eran casi las 10 p.m., si me iba ahora ¿dónde dormiría? Justo entonces mi anfitriona dijo: “Ya es tarde, te puedes ir mañana”. Tan pronto como el hijo de la anfitriona vio que planeaba quedarme la noche, intensificó sus esfuerzos, literalmente sacándome a empujones por la puerta y en el proceso gritaba: “¿Cómo podría yo, un delegado del gobierno y beneficiario de los fondos públicos, permitir en mi casa a una misionera? ¡Lárgate de aquí ahora!”. Con eso, furiosamente cogió mi bicicleta y me la aventó y después me sacó a empujones a mí y mi bicicleta fuera de la puerta. Mi anfitriona me siguió con la intención de llevarme a la casa de otra familia anfitriona, pero su hijo no se lo permitió, halándola hacia dentro y cerrando la puerta con llave. Cuando me iba, escuché a la anfitriona gritar: “¿A dónde esperas que se vaya una chica sola tarde en la noche?”. “Déjala ir a donde vaya; con la protección de su Dios no tiene que temer ¿cierto?”. Gritó en respuesta, jalando a la anfitriona adentro.

Mirando fijamente las estrellas del cielo nocturno y los faros destellantes de los coches que pasaban a toda velocidad por la autopista, me sentí triste y apesadumbrada. Las quejas se derramaban de mi corazón: si no quieres que viva en tu casa entonces está bien, pero no hay razón para no dejar que mi anfitriona me lleve con otra familia anfitriona. ¡Cómo puedes ser tan inhumano y tan despiadado! ¡Ni siquiera un mendigo debería ser tratado de esta manera! No tengo ni idea de dónde haya otra familia anfitriona y estoy abandonada sin un lugar a donde ir a altas horas de la noche. ¿Qué se supone que haga?… Con estos pensamientos traqueteando en mi cabeza, se me llenaron los ojos de lágrimas. En ese momento, la delicada impresión que tuve del encanto, conocimiento, estatus y cultura del hijo de la anfitriona desaparecieron por completo. Me recordó a las palabras en un sermón: “¿Cómo podemos llamar a los que resisten o persiguen a Dios personas verdaderamente buenas? Desde que Satanás corrompió al hombre, se ha vuelto un experto en disfrazarse y encubrirse con filosofía de vida. Por fuera, se ve como una persona, pero cuando alguien comienza a dar testimonio de Dios, se revela su naturaleza demoniaca. No muchas personas se dan cuenta de esto, así que muchas veces los clichés y las ceremonias de los demás las ciegan y las engañan. Las palabras y la obra de Dios pueden exponer mejor al hombre. Los que no tienen la verdad sólo son unos hipócritas. Los que entienden la verdad verán claramente con relación a este problema. Los que no entienden la verdad no ven claramente y, como resultado, revelan a todos sus absurdos puntos de vista” (La comunicación desde lo alto). Ponderando estas palabras, tuve una comprensión inmediata. De hecho, la comunicación fue exacta: los corruptos son muy buenos para fingir y solo porque parezcan educados y amables por fuera, eso no significa que su esencia sea buena. Solo quienes aman la verdad y pueden aceptarla son personas buenas y bondadosas. Si alguien parece agradable por fuera, pero no reconoce a Dios ni acepta las verdades expresadas por Él —e incluso es capaz de manifestar oposición, enfado y odio—, no puede decirse que esa persona sea buena. Yo, sin embargo, usaba mi propia imaginación y mis opiniones mundanas seculares para juzgar a los demás. Siempre pensé que los que tenían conocimiento, estatus y cultura eran invariablemente humanos, racionales y comprensivos con los demás. Mi punto de vista no podía haber sido más absurdo. Poco sabía que los que no creen en Dios son demonios que resisten a Dios. Desde fuera pueden parecer cultos y encantadores, pero por dentro están hartos de la verdad y la odian. La actitud de este funcionario del gobierno hacia la fe y los fieles fue un ejemplo perfecto. En la superficie tenía encanto, elocuencia y cultura, pero tan pronto planteé asuntos de fe, perdió por completo su compostura. Al acusarme, ahuyentándome y amenazándome, reveló completamente su naturaleza satánica hostil a Dios. Frente a estos hechos, me di cuenta de que no solo debo evaluar a las personas por lo que manifiestan en el exterior; la clave es ver su actitud hacia Dios y hacia la verdad. Si no aman la verdad y no la aceptan, entonces no importa cuán grande sea su experiencia o estatus o cuán impactantes parezcan por fuera o cuán cultos sean, aun así no son personas verdaderamente buenas.

Por medio de esta experiencia, me di cuenta de que no estaba viendo a las personas por quienes realmente eran, sino que más bien estaba basando mi juicio en su apariencia. Qué digna de compasión, qué ignorante fui. Se reveló que, a pesar de haber seguido a Dios por tantos años, todavía no entendía la verdad y ciertamente todavía tenía que poseer la verdad. Porque sólo los que tienen la verdad pueden distinguir a las personas y ver la verdadera naturaleza de las situaciones; los que no entienden la verdad no pueden ver la verdadera naturaleza de nada. En el futuro prometo consagrarme a buscar entender la verdad y poseer la verdad, aprender cómo distinguir a las personas y situaciones por la palabra de Dios, corregir todos mis puntos de vista absurdos y buscar llegar a ser alguien que es compatible con Dios.

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