Mis malentendidos y mi cautela me perjudicaron
Hace algún tiempo, la líder de nuestra iglesia perdió su puesto porque no buscaba la verdad ni hacía un trabajo práctico, y los demás hermanos y hermanas me eligieron a mí para ocupar su lugar. El resultado de las elecciones me dejó preocupada. Para ser líder se requiere comprensión de la verdad y capacidad de resolver las dificultades de los demás en su entrada en la vida. Supone, asimismo, asumir una carga y hacer un trabajo práctico. Yo ya había sido líder unas cuantas veces, pero siempre acababa siendo sustituida porque buscaba reputación y estatus y no hacía un trabajo práctico. Sabía que, si en esa ocasión no hacía bien mi trabajo, además de obstaculizar la labor de la casa de Dios y la entrada en la vida de los miembros de la iglesia, en el mejor de los casos sería destituida y en el peor podría quedar en evidencia y ser eliminada. No tenía interés por volver a ser líder, por aspirar a un estatus superior; solo quería mantener un perfil bajo y cumplir adecuadamente con el deber. Así pues, lo rechacé en el acto, diciendo: “No, no estoy a la altura”, y me inventé todo tipo de excusas. Estaba segura de que, conociéndome, eso era lo razonable, pero fue después, al hablar con mis hermanos y hermanas, cuando me di cuenta de que mi reticencia a asumir un puesto de liderazgo se debía a que estaba controlada por venenos satánicos como “Cuanto más alto, más grande es la caída” y “Quien camina muy alto, camina solo”. Me parecía peligroso ser líder, que serlo me expondría a quedar en evidencia y ser eliminada en cualquier momento. En principio comprendía que mi opinión no se ajustaba a la verdad y acepté el deber de liderazgo, pero no podía librarme de mis ansiedades en torno al deber porque no había corregido ese estado en que me hallaba. Tenía miedo de hacerlo mal y ser destituida y eliminada, por lo que vivía en un estado de cautela y malentendidos. En esa época, mi estado continuó deteriorándose; a mis oraciones les faltaba inspiración, no recibía iluminación de la lectura de las palabras de Dios y no conseguía entusiasmarme por el deber. Vivía totalmente aturdida. Con dolor, clamé a Dios: “¡Oh, Dios mío! Soy muy rebelde; no sé someterme ante este deber. Te ruego que me guíes y me permitas conocerme a mí misma y obedecer”.
Tras mi oración leí este pasaje de las palabras de Dios: “Valoro en gran manera a aquellos que no sospechan de los demás y me gustan los que aceptan de buena gana la verdad; a estas dos clases de personas les muestro gran cuidado, porque ante Mis ojos, son personas sinceras. Si eres muy deshonesto, entonces te protegerás y sospecharás de todas las personas y asuntos y por esta razón, tu fe en Mí estará edificada sobre un cimiento de sospecha. Esta clase de fe es una que jamás podría reconocer. Al faltarte la fe verdadera, estarás incluso más lejos del verdadero amor. Y si puedes dudar de Dios y especular sobre Él a voluntad, entonces sin duda eres la persona más engañosa de todas. Especulas si Dios puede ser como el hombre: imperdonablemente pecaminoso, de temperamento mezquino, carente de imparcialidad y de razón, falto de un sentido de justicia, entregado a tácticas despiadadas, traicioneras y arteras, y que se deleita en el mal y la oscuridad y ese tipo de cosas. ¿Acaso el hombre no tiene tales pensamientos porque no conoce a Dios en lo más mínimo? ¡Esta forma de fe no se diferencia del pecado! Es más, hay incluso quienes creen que los que me agradan son precisamente los más aduladores y lisonjeros, y que todo aquel que carezca de estas habilidades no será bienvenido y perderá su lugar en la casa de Dios. ¿Es este el único conocimiento que habéis cosechado en todos estos años? ¿Es esto lo que habéis obtenido? Y vuestro conocimiento de Mí no termina en estas malas interpretaciones; peor aún es vuestra blasfemia contra el Espíritu de Dios y la calumnia sobre el cielo. Por eso afirmo que esta fe como la vuestra solo hará que os alejéis cada vez más de Mí y que os opongáis cada vez más a Mí” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo conocer al Dios en la tierra). Las palabras de juicio y revelación de Dios sembraron el miedo en mi corazón, sobre todo el fragmento en que dice: “Y vuestro conocimiento de Mí no termina en estas malas interpretaciones; peor aún es vuestra blasfemia contra el Espíritu de Dios y la calumnia sobre el cielo”. Me resultó sumamente desgarrador. En aquel estado, de delirio y a la defensiva, me estaba oponiendo a Dios y blasfemando contra Él. Pensé que en todas aquellas ocasiones en que me habían destituido de un puesto de liderazgo lo habían hecho porque no buscaba la verdad, sino que simplemente iba en pos de la reputación y el estatus mientras procuraba que la gente me adorara y admirara. Iba por una senda opuesta a Dios. Después de ser apartada de mi puesto, fueron las palabras de Dios las que me llevaron a entender Su voluntad; fueron las palabras de Dios las que me guiaron para que saliera de mi fracaso y mi negatividad. Aun después, Dios me dio la oportunidad de seguir cumpliendo con el deber, de buscar la verdad y de alcanzar Su salvación en el cumplimiento del deber. Me di cuenta de que Dios no tenía el propósito de dejarme en evidencia y eliminarme, pero me embargaban las especulaciones y las dudas porque creía que Dios iba a utilizar mi servicio como líder para dejarme en evidencia y desecharme. Malinterpretaba por completo a Dios, ¡y eso era blasfemia! Esto acabó por agitar un poco mi corazón rebelde y entendí que, aunque me habían destituido varias veces, yo nunca había utilizado esas experiencias como una oportunidad de buscar la verdad y hacer introspección. Por el contrario, mis malentendidos respecto a Dios y mi cautela no habían hecho más que aumentar. Me llené de culpa y arrepentimiento.
Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios: “En el momento en el que las personas corruptas adquieren estatus —independientemente de quiénes sean— ¿se vuelven anticristos? (Si no buscan la verdad, entonces se convertirán en anticristos, pero si lo hacen, entonces eso no ocurrirá). Esto no es absoluto de ninguna manera. Así pues, aquellos que caminan la senda de los anticristos ¿toman esa senda por el estatus? Eso ocurre cuando las personas no toman la senda correcta. Tienen un buen camino que seguir, pero no lo siguen; en cambio, insisten en seguir al maligno. Esto es parecido a la forma como las personas comen: algunas no consumen alimentos que puedan alimentar su cuerpo y mantener una existencia normal, sino que, en su lugar, insisten en consumir cosas que les hacen daño y al final se tiran piedras a su propio tejado. ¿No es esto su propia decisión? ¿Qué es lo que han ido diseminando algunos de los que han servido como líderes y después han sido eliminados? ‘No seas líder y no te permitas ganar estatus. Las personas están en peligro en el instante en el que adquieren algo de estatus ¡y Dios las expondrá! Una vez que sean expuestas, ni siquiera estarán calificadas para ser creyentes comunes y ya no tendrán ninguna oportunidad más’. ¿Qué clase de palabras son esas? En el mejor de los casos, representan un entendimiento incorrecto de Dios; en el peor, son una blasfemia contra Él. Si no vas por la senda correcta, no buscas la verdad ni sigues el camino de Dios, sino que te empeñas en ir por el camino de los anticristos y terminas en la senda de Pablo, con lo que acabas obteniendo el mismo resultado, el mismo final que Pablo, e igualmente culpas a Dios y lo juzgas injusto, ¿no eres el auténtico producto de un anticristo? ¡Semejante conducta recibe maldición!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para resolver el propio carácter corrupto, la persona debe tener una senda específica de práctica). Este pasaje de las palabras de Dios me mostró que, cuando la gente toma la senda de un anticristo y es eliminada, no es porque se haya visto afectada por las desviaciones del estatus. La raíz de esto se encuentra en la falta de búsqueda de la verdad; la raíz se encuentra en la búsqueda constante de la fama y la ganancia, en el exhibicionismo y el deseo de recibir adulación, a veces hasta el punto de hacer el mal y dificultar la labor de la iglesia. Analizándolo en mayor detalle, comprobé que mis fracasos anteriores no habían sido consecuencia de mi posición, sino de que tenía un carácter arrogante y no buscaba la verdad en el deber. Por el contrario, iba en pos de la reputación y el estatus y no observaba adecuadamente mis deberes. Muchos otros hermanos y hermanas también tenían puestos de liderazgo, pero tomaban la senda correcta. Se centraban en la introspección y el autoconocimiento cuando revelaban corrupción, experimentaban un fracaso o cometían una transgresión; se centraban en buscar la verdad para corregir su carácter corrupto, en hacer las cosas de acuerdo con los principios-verdad. Además, con el tiempo tenían cada vez más éxito en su trabajo. Tener estatus muestra realmente la verdadera cara de alguien. Quien busca la verdad, por muy elevada que sea su posición, no se verá impulsado a hacer el mal, pero aquellos que no buscan la verdad serán eliminados al final aunque no estén en una posición de poder. Comprender todo esto también me ayudó a darme cuenta de por qué me resistía tanto a que me eligieran líder y por qué ponía excusas para no aceptar: principalmente porque, incluso tras haber sido destituida unas cuantas veces, seguía sin buscar la verdad ni reflexionar sobre la raíz de mis fracasos, sino que creía que era el estatus que ostentaba lo que me había hecho tropezar una y otra vez. Además, me aferraba a falacias como “Cuanto más alto, más grande es la caída” y “Quien camina muy alto, camina solo” como si fueran la verdad. Por eso, cuando los hermanos y hermanas me eligieron líder de nuevo, no me sometí y lo acepté de buen grado, sino que traté de protegerme por miedo a que, si hacía de líder, quedara en evidencia y me destituyeran otra vez o terminara haciendo el mal y siendo expulsada. ¡Qué absurda!
También leí esto en las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él sea bendecido o maldecido. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Ser bendecido es cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Ser maldecido es cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; es cuando alguien no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si son bendecidos o maldecidos, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para ser bendecido y no debes negarte a actuar por temor a ser maldecido. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). En las palabras de Dios comprobé que el deber de una persona no es el factor determinante para que al final sea bendecida o maldecida; eso, más bien, depende principalmente de si busca la verdad en el deber, de si termina por recibir la verdad y por lograr la transformación de su carácter. Me sentí muy avergonzada a la luz de las palabras de Dios y entendí que en todos mis años de fe solo había ido frenéticamente en pos de mi futuro y mi destino personales. Al principio creía que tener un puesto de liderazgo en la casa de Dios me granjearía la estima de los demás y la aprobación de Dios, que acabaría siendo bendecida y con un buen destino final. Eso me llevaba a esforzarme con entusiasmo, a sufrir por el deber. Sin embargo, tras haber sido destituida en múltiples ocasiones, me daba miedo quedar en evidencia y ser eliminada como líder, por lo que me volví reacia a asumir ese deber. Me di cuenta de que cumplía con el deber como si se tratara de una transacción para asegurarme un buen destino de parte de Dios. Incluso quería que Dios me garantizara personalmente que podría salvarme antes de hacer algunos sacrificios y esfuerzos. Rechacé la comisión de Dios para mí con el fin de protegerme a base de tergiversar la lógica y de aferrarme a excusas, diciendo que tenía miedo de interponerme en la labor de la iglesia. Llegué a pensar que era absolutamente razonable, ¡pero era todo lo contrario! En ese momento, me sentí fatal cuando leí esto en las palabras de Dios: “Lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía”. Sencillamente, era un hecho que carecía de la realidad-verdad y mi estatura era insuficiente. Dios no me dio la oportunidad de ejercer de líder porque fuera capaz de asumir ese cargo, sino con la esperanza de que buscara la verdad por medio del cumplimiento del deber, de que me trabajara mis defectos personales y lograra cumplir satisfactoriamente con el deber. En cambio, yo fui egoísta y despreciable y no pensé más que en mí misma por miedo a perder un resultado y un destino positivos si quedaba en evidencia y me relevaban como líder. Por tanto, me devané los sesos para zafarme de ello. Fui sumamente rebelde; ¿cómo podía afirmar que tenía la más mínima sumisión a Dios?
En mi búsqueda leí otro par de pasajes de las palabras de Dios: “La obra de Pedro fue el cumplimiento del deber de una criatura de Dios. Él no obró en el rol de apóstol, sino en que obró mientras buscaba el amor por Dios. El curso de la obra de Pablo también contenía su búsqueda personal, pero esta sólo era por el bien de sus esperanzas para el futuro y su deseo de un buen destino. Él no aceptó el refinamiento durante su obra ni tampoco aceptó poda ni trato. Él creía que mientras la obra que él llevaba a cabo satisficiera el deseo de Dios y que mientras todo lo que hacía agradara a Dios, finalmente le esperaría una recompensa. No hubo experiencias personales en su obra; todo fue por causa de la obra y no se llevó a cabo en medio de su búsqueda de un cambio. Todo en su obra fue una transacción, no contenía nada sobre el deber ni la sumisión de una criatura de Dios. Durante el transcurso de su obra, no se produjeron cambios en el viejo carácter de Pablo. Su obra fue, sencillamente, de servicio a los demás, y él fue incapaz de producir cambios en su carácter. Pablo llevó a cabo su obra de forma directa sin haber sido perfeccionado ni tratado y su motivación era la recompensa. Pedro fue diferente: era alguien que se había sometido a la poda, el trato y el refinamiento. El objetivo y la motivación de su obra fueron fundamentalmente diferentes a los de Pablo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). “Como criatura de Dios, el hombre debe procurar cumplir con el deber de una criatura de Dios y buscar amar a Dios sin hacer otras elecciones, porque Dios es digno del amor del hombre. Quienes buscan amar a Dios no deben buscar ningún beneficio personal ni aquello que anhelan personalmente; esta es la forma más correcta de búsqueda. Si lo que buscas es la verdad, si lo que pones en práctica es la verdad y si lo que obtienes es un cambio en tu carácter, entonces, la senda que transitas es la correcta. Si lo que buscas son las bendiciones de la carne, si lo que pones en práctica es la verdad de tus propias nociones y no hay un cambio en tu carácter ni eres en absoluto obediente a Dios en la carne, sino que sigues viviendo en la ambigüedad, entonces lo que buscas te llevará sin duda al infierno, porque la senda por la que caminas es la del fracaso. Que seas perfeccionado o eliminado depende de tu propia búsqueda, lo que equivale a decir que el éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). La lectura de estos pasajes me ayudó a comprender mejor el camino de Pedro hacia el éxito y el de Pablo hacia el fracaso. Entendí que Pedro aspiraba a cumplir con el deber de un ser creado y se sometía a Dios tanto si su deber le acarreaba bendiciones como si no. Fue un contundente testigo de Dios, obediente hasta la muerte. Pablo, en cambio, aspiraba a las bendiciones y recompensas y se esforzaba por recibir una corona de justicia. Utilizaba su trabajo como un capital con el que hacer trueque con Dios, con lo cual tomó la senda de un anticristo y finalmente recibió el castigo de Dios. Al hacer introspección comprobé que, en mi fe, no procuraba cumplir con el deber de un ser creado, sino que lo hacía para recibir bendiciones y un buen destino. Además, quería pagar el mínimo precio posible a cambio de las bendiciones del reino de los cielos. Cuando vi que el deber de liderazgo implica grandes responsabilidades, pensé que, si al final me interponía en la labor de la casa de Dios, perdería la oportunidad de conseguir un resultado y un destino positivos. Por eso me resistí enormemente a ello. ¿No iba exactamente por la misma senda de fracaso que Pablo? Gracias a la fe había logrado gozar de muchísimas verdades expresadas por Dios, pero nunca se me ocurrió retribuir nada. Por el contrario, únicamente trataba de descubrir cuál sería mi futuro siendo calculadora e intentando engañar a Dios. ¡Qué egoísta, despreciable, astuta y malvada era! Cuando me di cuenta de todo esto, ya no quise vivir más así, sino, sinceramente, seguir el ejemplo de Pedro y caminar por la senda de la búsqueda de la verdad, entregarme a Dios y someterme a Su gobierno y Sus disposiciones.
Doy gracias a Dios por el juicio y castigo de Sus palabras, que corrigieron mi falsa noción de que “Quien camina muy alto, camina solo” y me permitieron ver claro que iba por la senda equivocada en mi fe, la senda en pos de las bendiciones, y entender mi astuta naturaleza satánica. A partir de entonces dejé de tratar de zafarme de mi deber como líder y asumí la responsabilidad. Empecé a centrarme en buscar la verdad y en aspirar a cumplir con mi deber de ser creado.
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