El juicio es la luz
Mi nombre es Zhao Xia. Nací en una familia común y corriente. Debido a la influencia de aforismos como “cría fama y échate a dormir”, y “Un árbol vive con su corteza; un hombre vive con su rostro”, la reputación y el prestigio se convirtieron en algo particularmente importante para mí. Todo lo que hacía era para ganarme las alabanzas de otras personas, sus cumplidos y su admiración. Después de que me casé, las metas que me impuse fueron: viviré una vida más rica que los demás; no debo permitir que nadie diga cosas negativas acerca de cómo trato a los ancianos o sobre mi comportamiento y mi conducta; y me aseguraré de que mi hijo ingrese a una universidad famosa y que tenga buenas perspectivas, para agregar más brillo a mi prestigio. Por lo tanto, nunca peleé con mi familia política. En ocasiones, cuando me decían cosas desagradables, me sentía tan afligida que me escondía y lloraba en lugar de enfrentarlos. Cuando veía a otras personas comprar ropa a sus padres durante el Año Nuevo Chino y en otras festividades, de inmediato iba a comprarle algo a mi suegra, por supuesto algo de la mejor calidad. Cuando venían parientes de visita, ayudaba a comprar comida y a cocinar. Incluso cuando era un poco arduo o agotador, yo seguía completamente dispuesta. Temerosa de estar en peor posición económica que los demás, después de que nació mi hija, la dejé después de un mes y me fui a trabajar. Como resultado de ello, mi niña sufrió desnutrición y llegó a ser hueso y pellejo porque no la amamanté. Su situación mejoró sólo después de recibir cien inyecciones nutricionales. Yo estaba tan cansada que todos los días sufría de dolor de espalda. Aunque era difícil y agotador, toleré el mal momento y di sin cansancio para ganarme una buena reputación. Al cabo de unos pocos años, me convertí en una famosa nuera en la aldea, y mi familia se volvió muy rica y era envidiada por la gente que nos rodeaba. Como resultado de ello, mi familia política, mis vecinos, parientes y amigos me alababan constantemente. A la luz de la alabanza y de los elogios de los que me rodeaban, mi vanidad se encontraba muy satisfecha. Sentí que las dificultades que había atravesado en los últimos años no habían sido en vano, y me sentía muy honrada por dentro. Sin embargo, mi tranquila vida se interrumpió después de que mi cuñado se casó. Su esposa siempre me hablaba con sarcasmo, y decía que yo tenía motivos ocultos para tratar bien a nuestra suegra porque simplemente quería sus posesiones. Siempre decía que nuestra suegra no era imparcial, ya que nos daba más cosas a nosotros que a ellos, y con frecuencia peleábamos por esto. Me sentía muy apenada y quería discutir con ella en público para defender mi inocencia, pero eso hubiera arruinado la buena imagen que se había formado de mí en los corazones de la gente. Por ende, me obligaba a mí misma a no decir nada, y cuando no lo toleraba más lloraba a más no poder en privado. Luego, la cuñada tentó su suerte al ocupar el terreno asignado a mi familia, lo que me llenó de ira y por lo que no comí ni bebí durante días. Incluso tuve ganas pelear con ella. No obstante, el hecho de pensar que me podía dejar mal parada, dañar mi reputación, y hacer que quienes me rodeaban me desacreditaran, hizo que me tragara todo, pero dentro de mí me sentía tan reprimida que vivía un verdadero tormento. Lucía triste y suspiraba todo el día, sintiendo que era demasiado doloroso y agotador vivir y no saber cuándo esa clase de vida llegaría a su fin.
El final del hombre realmente es el inicio de Dios. Justo cuando estaba dolida y sintiéndome impotente, Dios Todopoderoso me tendió Su mano de salvación. Un día, mi vecina me preguntó: “¿Crees en la existencia de Dios?”. Yo respondí. “¿Y quién no? Yo creo que Dios existe”. Luego dijo que el Dios en el que ella creía era el único y verdadero Dios que creó el universo y todas las cosas, y que en el principio, la humanidad vivía bajo la bendición de Dios porque adoraba a Dios, pero que después de ellos haber sido corrompidos por Satanás, ya no siguieron adorando a Dios y entonces vivieron bajo la maldición de Dios y padeciendo dolor. El Dios Todopoderoso de los últimos días vino para conceder la verdad a las personas y para salvarlas del abismo de la desgracia. Además, ella también me contó su propia experiencia de creer en Dios. Luego de escuchar su comunión, sentí que había encontrado a mi más cercana confidente, y que no podía evitar contarle sobre todo el dolor que sentía. Posteriormente, ella me leyó un pasaje de la palabra: “Cuando estés cansado y cuando comiences a sentir algo de la lúgubre desolación de este mundo, no estés perdido, no llores. Dios Todopoderoso, el Vigilante, acogerá tu llegada en cualquier momento. Está vigilando junto a ti, esperando que des marcha atrás. Está esperando el día en el que recuperes la memoria de repente: cuando sean conscientes del hecho de que viniste de Dios, que, en un momento desconocido, te perdiste, en un momento desconocido, perdiste el conocimiento a un lado del camino y en un momento desconocido, adquiriste un ‘padre’. Además, te diste cuenta de que el Todopoderoso ha estado siempre vigilando en ese lugar, esperando durante mucho tiempo tu regreso” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El suspiro del Todopoderoso). Las palabras de Dios fluyeron dentro de mi corazón como una corriente tibia, consolando mi dolido y triste corazón, y no pude evitar dejar caer mis lágrimas. En ese momento, me sentí como un niño errante y dolido que acababa de retornar al regazo de su madre. Había una exaltación y una emoción inexplicables en mi corazón. Seguí agradeciéndole a Dios, porque Él me llevó a Su casa y me cuidó cuando yo no tenía a dónde ir. ¡Seguiré a Dios con mi corazón y con mi alma! Desde entonces, leí la Palabra de Dios, oré a Dios y canté himnos para alabar a Dios todos los días, lo que dio mucha paz a mi corazón. A medida que asistía a reuniones, comprobé que los hermanos y las hermanas eran como una gran familia, aunque no de sangre. Sus interacciones eran sencillas y abiertas, plenas de entendimiento, tolerancia y paciencia, sin envidia, conflictos, intrigas ni pretensión o duplicidad. No hostigaban a los pobres ni amaban a los ricos, y eran capaces de tratar a todos con sinceridad e igualdad. Mi corazón se sentía especialmente libre cuando cantábamos juntos himnos de alabanza a Dios. Por lo que me enamoré de esta vida de iglesia cálida, justa y alegre. Me convencí de que Dios Todopoderoso es el único Dios verdadero y decidí que lo seguiría hasta el final.
Al leer las palabras de Dios, comprendí Su urgente deseo de salvar a la humanidad tanto como fuera posible, y vi que muchos hermanos y hermanas estaban poniendo lo máximo de sí para dar y gastar por el bien de difundir el evangelio del reino. Entonces, me involucré activamente en la prédica del evangelio. Para purificarme y cambiarme, Dios enfocó mi naturaleza corrupta y ejecutó Su castigo y Su juicio una y otra vez sobre mí. En una ocasión, fui a predicar el evangelio a una creyente potencial. Era la época ardua de cosecha. Después de ver lo ocupada estaba ella con su trabajo en la granja, me puse a trabajar a su lado mientras le daba testimonios de la obra de Dios de los últimos días. ¿Quién podía haber pensado que luego de hablarle durante tres días seguidos, ella no sólo no tendría la intención de aceptar, sino que en cambio me gritaría: “¡Qué desfachatada eres! Ya te dije que no creía, y sin embargo no paras de predicar”. Sus palabras me golpearon justo donde duele. La cara me ardía como si me hubieran cacheteado varias veces en público, mientras que el corazón me dolía, latido tras latido con agudo pesar. Pensé: Vine a predicarte con buenas intenciones y me agoté ayudándote con tu trabajo hasta que me lastimé la espalda, y en lugar de aceptarlo, me tratas de este modo. ¡Qué desalmada eres! Me siento sumamente humillada y no quise volver a hablar con ella, pero también sentía que esto no estaba en línea con las intenciones de Dios, así que oré en silencio y reprimí mi dolor interno para continuar comunicándome con ella mientras la ayudaba con su trabajo. Sin embargo, independientemente de cuánto intentaba comunicarme, aún no lograba llegar a ella. Colapsé como una pelota de caucho desinflada al regresar a casa. Las palabras de esa mujer seguían apareciendo en mi cabeza. Cuanto más pensaba en ellas más sufría: ¿Por qué me preocupo? Todo lo que recibí a cambio de mis buenas intenciones fueron burlas, injurias y maltrato. ¡Esta realidad es demasiado injusta! Nadie me había tratado nunca de esa manera. ¡Difundir el evangelio es demasiado doloroso y difícil! No, ¡no puedo volver a salir a predicar el evangelio! Si continúo haciéndolo, se acabará mi prestigio. Justamente cuando me sentía tan mal y sintiendo tanto dolor que ya no quería predicar el evangelio, las palabras de Dios me esclarecieron: “¿Eres consciente de la carga que llevas a cuestas, de tu comisión y tu responsabilidad? ¿Dónde está tu sentido de misión histórica? […] Son pobres, lastimosos, ciegos, están confundidos, lamentándose en las tinieblas: ¿dónde está el camino? ¡Cómo anhelan que la luz, como una estrella fugaz, descienda repentinamente y disperse a las fuerzas de la oscuridad que han oprimido a los hombres durante tantos años! ¿Quién puede conocer el alcance total de la ansiedad con la que esperan, y cómo anhelan día y noche esto? Incluso cuando la luz les pase por delante, estas personas que sufren profundamente permanecen encarceladas en una mazmorra oscura, sin esperanza de liberación; ¿cuándo dejarán de llorar? Es terrible la desgracia de estos espíritus frágiles que nunca han tenido reposo y han estado mucho tiempo atrapados en este estado por ataduras despiadadas e historia congelada. Y ¿quién ha oído los sonidos de sus gemidos? ¿Quién ha contemplado su estado miserable? ¿Has pensado alguna vez cuán afligido e inquieto está el corazón de Dios? ¿Cómo puede soportar Él ver a la humanidad inocente, que creó con Sus propias manos, sufriendo tal tormento? Después de todo, los seres humanos son las víctimas que han sido envenenadas. Y, aunque el hombre ha sobrevivido hasta hoy, ¿quién habría sabido que el maligno envenenó a la humanidad hace mucho tiempo? ¿Has olvidado que eres una de las víctimas? ¿No estás dispuesto a esforzarte por salvar a estos sobrevivientes por tu amor a Dios? ¿No estás dispuesto a dedicar toda tu energía para retribuir a Dios, que ama a la humanidad como a Su propia carne y sangre?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo deberías ocuparte de tu misión futura?). Las entre líneas de las palabras de Dios, revelaba Su preocupación y Su tristeza e interés ansiosos por las personas inocentes. Dios no puede soportar ver a las personas creadas por Sus propias manos engañadas y lastimadas por Satanás. Dios sigue esperando amargamente que la humanidad retorne a Su casa pronto y reciba la gran salvación que Él les ha conferido. Pero cuando me enfrenté con algunas palabras duras de mi objetivo de evangelización, me sentí agraviada y atormentada y me quejé de la dificultad y del sufrimiento. Incluso ya no estaba dispuesta a seguir cooperando porque me habían desprestigiado. ¿Dónde estaban mi consciencia y mi razón? Por salvar personas corruptas en los últimos días, Dios fue objeto de persecución y cacería de brujas por parte del gobierno, abandonado, condenado, blasfemado y difamado por círculos religiosos, e incomprendido y resistido por nosotros, los seguidores de Dios. ¡El dolor y la humillación que sufrió Dios es demasiado, demasiado grande! No obstante, Él no abandonó Su salvación de la humanidad, y siguió cubriendo la necesidad de la humanidad que vivía en oscuridad. ¡El amor de Dios es demasiado grande! ¡Su esencia es demasiado bella y buena! ¡Las dificultades que tengo hoy no son nada en comparación con lo que Dios tuvo que sufrir para salvar a la humanidad! Recordé que yo también fui víctima, alguien que fue lastimada por Satanás durante años. Si Dios no me hubiera tendido Sus manos de salvación, seguiría luchando dolorosamente en la oscuridad, incapaz de hallar la luz y la esperanza de vivir. Habiendo gozado de la salvación de Dios, debería soportar la humillación y el dolor para hacer todo lo posible con el objeto de cooperar con Dios, poner en práctica mi deber de manera adecuada, y traer a esas personas inocentes que aún son lastimadas por Satanás ante Dios. Esto es más valioso y significativo que cualquier trabajo del mundo, ¡y vale la pena, sin importar cuánto sufrimiento haya que soportar! Cuando pensé en esto, ya no sentí que predicar el evangelio fuera algo doloroso, y en cambio me sentí afortunada de poder coordinar con el evangelio del reino. Este era mi honor y también la exaltación de Dios. Tomé una decisión: ¡no importa qué tipo de dificultades encuentre en mi obra del evangelio, daré todo de mí y confiaré en Dios para traer a más y más gente que anhela a Dios ante Él para reconfortar Su corazón! Posteriormente, retomé mi obra del evangelio.
Luego de un período de entrenamiento, cada vez que me encontraba con alguien quien predicar que tenía una mala actitud o que me hablaba utilizando palabras desagradables mientras yo desarrollaba mi tarea, podía tratar con la persona de la manera adecuada, y seguir cooperando con un corazón amoroso. A causa de esto, sentí que había cambiado y que ya no me importaba tanto ni el prestigio ni el estatus. Pero cuando Dios dispuso otro ambiente para probarme sobre la base de que necesitaba yo en la vida, fui otra vez profundamente expuesta. Un día, la líder de la iglesia me preguntó cómo me estaba yendo últimamente y también me contó las intenciones actuales de Dios y la forma de practicarlas. Cuando descubrí durante la conversación que ella sería transferida a otra iglesia para cumplir con su deber, no pude evitar sentir una ola de entusiasmo: es posible que me asciendan a líder de la iglesia cuando ella se fuera. De ser así, ¡debo cooperar eficazmente! Justo cuando me estaba sintiendo secretamente feliz, la hermana dijo que otra hermana de mi aldea iba a venir al día siguiente. Mi corazón se encogió al oírla: ¿Para qué viene? ¿La convertirán en la nueva líder de la iglesia? No pude evitar ponerme nerviosa: Ella no ha creído en Dios durante tanto tiempo como yo, y proviene de la misma aldea que yo. Si se convierte en líder, entonces, ¿qué pasará conmigo? ¿Cómo me verán los hermanos y las hermanas? Seguramente dirán que no busco la verdad tanto como ella. No podía dejar de pensar en eso. Daba vueltas en la cama a la noche, y no lograba dormirme. Durante la reunión del día siguiente, presté atención constante al tono y a la actitud de lo que la líder estaba diciendo porque quería desesperadamente saber quién sería la elegida como nueva líder de la iglesia. Cuando la líder me miró mientras hablaba, tuve la esperanza de que fuera yo. Mi rostro se llenaría de gozo y asentiría y estaría de acuerdo con lo que ella dijera. Por otra parte, cuando la líder miraba a la otra hermana, estaba segura de que era ella quien sería nombrada líder, y me deprimía y agonizaba como resultado de ello. Durante el transcurso de esos días, me atormentaba tanto el prestigio y el estatus que me volví ansiosa y distraída. Perdí el apetito y hasta sentía que el tiempo pasaba especialmente lento, como si se hubiera congelado. La líder de la iglesia pudo ver la condición en la que me encontraba, así que encontró un pasaje de la palabra de Dios para que lo leyera: “Ahora sois seguidores, y habéis obtenido cierto entendimiento de esta etapa de la obra. Sin embargo, todavía no habéis dejado a un lado vuestro deseo de estatus. Cuando tu estatus es alto buscáis bien, pero cuando es bajo, dejáis de buscar. Las bendiciones del estatus siempre están en vuestra mente”. “Aunque habéis llegado hoy hasta esta etapa, seguís sin renunciar al estatus, y en su lugar estáis luchando constantemente por investigarlo y observarlo a diario […]. Cuanto más busques de esta forma, menos recogerás. Cuanto mayor sea el deseo de estatus en la persona, mayor será la seriedad con la que sea tratada y mayor refinamiento el que tendrá que experimentar. ¡La gente así no vale nada! Tiene que ser tratada y juzgada lo suficiente como para que renuncie a estas cosas por completo. Si buscáis de esa manera hasta el final, nada recogeréis. Aquellos que no buscan la vida no pueden ser transformados, y aquellos que no tienen sed de la verdad no pueden ganar la verdad. No te centras en buscar la transformación personal ni en la entrada, sino que en su lugar te concentras en deseos extravagantes y en las cosas que limitan tu amor por Dios y previenen que te acerques a Él. ¿Pueden transformarte esas cosas? ¿Pueden introducirte en el reino?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Por qué no estás dispuesto a ser un contraste?). Cada renglón de las palabras de Dios impactó mi corazón, haciéndome sentir que Dios estaba a mi lado, observando cada una de mis palabras y movimientos. No pude evitar auto-reflexionar en mis pensamientos y acciones de esos últimos dos días. Me di cuenta de que mi visión de la búsqueda era demasiado baja e influenciada por dichos, tales como: “Un árbol vive con su corteza; un hombre vive con su prestigio”, y “un ganso deja tras de sí una voz, un hombre deja tras de sí un prestigio”. Siempre quise tener un estatus para obtener más alabanzas que los demás, lo que hizo que me atormentara tanto por lograr prestigio y estatus que me volví ansiosa y distraída, perdí el apetito y no podía dormir, y terminé convirtiéndome en un payaso, un bufón. Dios creó una situación como esa en relación a mi condición. Era el amor de Dios cayendo sobre mí. La obra de Dios de hoy era salvarme, ayudarme a escapar de las oscuras influencias de Satanás para lograr la salvación. La forma en que yo perseguía iba en dirección contraria a la voluntad de Dios. No hubiera podido recibir la aprobación de Dios aun si hubiera creído en Él hasta el final. ¡Me hubiera quedado sin nada! Por lo tanto, oré en silencio a Dios: “¡Ah, Dios! Estoy deseosa de obedecer Tu obra, de andar por el sendero correcto de creer en Dios de acuerdo a Tus requisitos, y de poner empeño en Tu palabra para lograr entender la verdad y liberarme de mi carácter corrupto. Independientemente de que me convierta en líder, iré tras la verdad y tendré cuidado de cambiar las cosas mías que no satisfacen Tus intenciones”. Luego de comprender las intenciones de Dios, sentí una paz especial en el corazón y disfruté la comunión sin importar cuál fuera el contenido. Después de la reunión, la líder de la iglesia dijo que, sobre la base de las recomendaciones de la mayoría de los hermanos y hermanas, la hermana sería la nueva líder de la iglesia y que yo coordinaría con su trabajo. Sentí mucha paz dentro de mí y acepté de inmediato, y estuve de acuerdo en trabajar en armonía con la hermana para llevar a cabo nuestro deber.
Luego de haber experimentado el castigo y el juicio de Dios en esta oportunidad, obtuve algún conocimiento sobre mi tendencia a concentrarme en el prestigio y estatus, y estuve dispuesta a abandonar la carne y creer en Dios y realizar mi deber de acuerdo con Sus requerimientos. No obstante, mi contaminación con las toxinas de Satanás era muy grande. La profundidad de mi alma seguía controlada por la influencia de Satanás. Para salvarme del daño causado por Satanás, Dios extendió Sus manos de salvación hacia mí otra vez. Un día, me informaron que había una hermana en la iglesia que no estaba en buena condición, así que consulté con la hermana con la que trabajaba en equipo sobre cómo resolver este problema. Como mi hermana-socia no se sentía bien, fui yo sola a solucionar el problema después de que lo conversamos. Fui esa misma noche a hablar con esa hermana, y el problema se resolvió muy rápidamente. Mi corazón estaba rebosante de alegría en ese momento, pensando que la líder de nivel superior seguramente me alabaría porque había hecho un gran esfuerzo. Sin embargo, mientras estaba esperando las buenas noticias, la líder de nivel superior escribió una carta solicitando una explicación la condición de la hermana. Pensé que era para honrarme, así que la abrí muy contenta y la leí. Pero cuando vi que el contenido de la carta era específicamente para preguntarle a la hermana, líder de la iglesia que trabajaba conmigo cómo había manejado el problema, de inmediato me indigné. Claramente fui yo quien resolvió el asunto. ¿Por qué no escribirme a mí sobre el tema? Parecería que no tengo un lugar en el corazón de la líder y que no me está considerando lo suficiente. Soy sólo la que se ocupa de los recados. No importa cuán bien me desempeñe, no obtengo ningún crédito porque nadie le presta atención a lo que hago. Cuanto más pensaba en ello, peor me sentía. Sentí que había perdido todo prestigio. En ese instante, mi hermana-socia tenía la carta en su mano y estaba a punto de hablarme. No pude contener lo que sentía y le grité: “La líder de nivel superior no sabe cómo se resolvió este problema. ¿No te das cuenta? Trabajé en eso por mucho tiempo, pero nadie ha dicho algo positivo sobre ello, y al final tú te llevas todo el crédito. A los ojos de todos, sólo soy alguien que hace recados y brinda apoyo. No importa cuánto empeño ponga, nadie lo valorará”. Luego de haber dicho esto, me sentí tan mal, que rompí en llanto. En ese momento, las palabras de Dios hicieron eco en mis oídos: “3. Si dedicaste mucho esfuerzo, pero todavía soy muy frío contigo, ¿serás capaz de seguir trabajando para Mí en la oscuridad? 4. Si, después de que invertiste en Mí, Yo no satisfago tus insignificantes demandas, ¿estarás desalentado y decepcionado de Mí o, incluso, te pondrás furioso y gritarás que es abuso?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Un problema muy serio: la traición (2)). Las palabras acusadoras de Dios me fueron calmando lentamente, y mi mente también se aclaró bastante. La escena que acababa de suceder se repetía una y otra vez en mi mente como una película. La revelación de Dios me hizo ver que mi naturaleza era demasiado horrible y peligrosa, y que mi manera de creer en Dios y de cumplir con mi deber no era satisfacer a Dios u obtener Su aprobación, sino recibir elogios y cumplidos de otras personas. En cuanto no se cumplían mis deseos, me llenaba de resentimiento; brotaba mi naturaleza animal y traicionar una vez más a Dios se convertía en algo sumamente sencillo de hacer. En este momento, vi que me había extralimitado y que había sido inhumana. El dolor que sentí fue desgarrador. Al arrepentirme, oré a Dios: “Ah Dios, pensé que había cambiado y que ya no vivía para obtener prestigio y estatus, y que también me podía llevar bien con la hermana. Pero en Tu revelación de hoy, nuevamente expuse mi fealdad satánica, sintiendo siempre que no tenía un lugar entre las personas y sufrimiento porque mis esfuerzos no eran alabados por los demás. Ah Dios, Satanás realmente me habían herido muy profundamente. El estatus, la reputación y la vanidad se convirtieron en mis grilletes. Oro porque puedas liberarme de la influencia de Satanás nuevamente”. Luego, vi entre las palabras de Dios lo siguiente: “Cada uno de vosotros ha subido a la cumbre de las multitudes; habéis ascendido a ser los antepasados de las masas. Sois extremadamente arbitrarios, y corréis frenéticamente entre todos los gusanos en busca de un lugar tranquilo y tratáis de devorar a los gusanos más pequeños que vosotros. Sois maliciosos y siniestros en vuestro corazón, e incluso superáis a los fantasmas que se han hundido en el fondo del mar. Vivís en lo hondo del estiércol, molestáis a los gusanos de arriba abajo hasta que no tienen paz, y estos luchan entre sí durante un tiempo y después se calman. No conocéis vuestro propio estatus, y aun así peleáis entre vosotros en el estiércol. ¿Qué podéis conseguir de esa lucha? Si de verdad tuvierais reverencia hacia Mí en vuestro corazón, ¿cómo podríais pelear unos con otros a Mis espaldas? Independientemente de lo elevado que sea tu estatus, ¿acaso no sigues siendo un apestoso gusanito en el estiércol? ¿Serás capaz de hacer que te crezcan alas y convertirte en una paloma en el cielo?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cuando las hojas caídas regresen a sus raíces, lamentarás todo el mal que has hecho). Cada palabra del juicio de Dios fue una dolorosa puñalada en mi corazón que venía de una espada afilada, despertaba mi espíritu y hacía que me diera cuenta de que cumplía con mi deber no para exaltar a Dios ni de dar testimonio de Él, sino porque siempre deseé alardear, dar testimonio de mí misma y porque soñaba con estar por encima de la gente para que me admiraran y me respetaran. ¿Había algo de temor a Dios en mi corazón? ¿Acaso no perseguía exactamente lo mismo que el arcángel que traicionó a Dios? Soy una criatura profundamente corrupta por Satanás. Frente a Dios, soy como la mugre, como el estiércol. Debería estar adorando a Dios y cumpliendo con mi deber con temor en mi corazón en todo momento, pero no había hecho una obra sincera, y siempre quise usar el cumplimiento de mi deber como una oportunidad para alardear y dar testimonio de mí misma. ¿Cómo podría Dios no odiar y detestar esto? Dios es sagrado y grande, lleno de autoridad y poder, y sin embargo permanece humilde y oculto, sin revelar nunca Su identidad para que la gente lo admire y lo respete. En cambio, entrega en silencio todo Su ser para salvar a la humanidad, sin justificarse nunca ni reclamar crédito por ello, y sin exigirle nada a cambio. La humildad, la nobleza y la abnegación de Dios me hicieron ver mi propia arrogancia, bajeza y egoísmo, no pude evitar sentirme avergonzada, como si no tuviera dónde esconderme, y sentía que había estado demasiado corrompida por Satanás y estaba muy necesitada de la salvación del juicio, el castigo, las pruebas y el refinamiento de Dios. Por lo tanto, me postré ante Dios: “¡Ah, Dios Todopoderoso! A través de Tu castigo y de tu juicio puedo ver mi desobediencia así como Tu nobleza y Tu grandeza. A partir de ahora, cuando cumpla con mi deber, sólo espero comportarme como un verdadero ser humano con un corazón que te teme, y dejar de lado mi carácter satánico confiando en Tu palabra”.
Luego de experimentar una y otra vez el castigo y el juicio de Dios, mis opiniones sobre la búsqueda fueron cambiando gradualmente, pero mi carácter respecto de la vida aún no había alcanzado el cambio verdadero. Para purificarme en mayor profundidad y conducirme a caminar en el sendero correcto de la vida, Dios me confirió nuevamente Su salvación. Posteriormente, fui elegida como líder de la iglesia, colaborando con otra hermana para cumplir con nuestro deber. Debido a mis fracasos anteriores, todo el tiempo me acordaba de que necesitaba estar de acuerdo con la hermana para realizar adecuadamente la obra de la iglesia. Al principio, trataba todo con la hermana e íbamos juntas tras la guía de Dios, de modo tal que lográbamos resultados en todas las facetas de la obra. Pero al cabo de un tiempo, descubrí que la hermana tenía buen calibre inherente, que su comunicación de la verdad era clara y que sus capacidades para el trabajo eran mejores que las mías. Durante las reuniones, los hermanos y hermanas querían oírla y todos le consultaban cuando tenían problemas. A la luz de tal entorno, nuevamente sentí que me encontraba en la trampa de Satanás y engañada por él: la hermana es mejor que yo en todos los aspectos y la admiran los hermanos y las hermanas independientemente de dónde vaya. ¡Ah, no! Debo superarla sí o sí, y hacer que los hermanos y hermanas vean que no soy inferior a ella. Por este motivo, me hacía notar en la iglesia todo el día, sin parar, estableciendo reuniones para hermanos y hermanas y sin importarme quién se metía en problemas, yo corría a ayudarlos a resolver el asunto. … Pude parecer leal y obediente desde el exterior, pero ¿cómo podían mis ambiciones internas escapar de los ojos de Dios? Mi desobediencia despertó la ira de Dios y, como resultado, caí en la oscuridad. No recibía esclarecimiento cuando leía la palabra de Dios, no tenía nada que decir cuando oraba, me comunicaba parcamente durante las reuniones, y hasta tenía miedo de reunirme con hermanos y hermanas. Me volví completamente presa de la presunción y el estatus. Pasaba cada día sin tener una pista, como si cargara un gran peso en la espalda y no pudiera respirar por la presión. Tampoco podía encargarme de los asuntos de la iglesia, y mi eficiencia respecto de la obra decayó profundamente. Enfrentada con esta revelación de Dios, no intenté conocerme a mí misma, y tampoco estaba dispuesta a abrirme a hermanos y hermanos y contarles mi situación y buscar la verdad para solucionarla, por temor a que me despreciaran. Más tarde, el castigo y la disciplina de Dios descendieron sobre mí. De repente comenzó a dolerme el estómago con tal intensidad que no podía sentarme ni pararme sin problemas. El tormento de la enfermedad y de la insatisfacción por no lograr un estatus me dejó moviéndome entre la vida y la muerte. Debido a mi renuencia a reconocer mis problemas y a mi falta de cooperación con la obra de la iglesia, esta sólo podía reemplazarme y enviarme a casa para hacer una devoción espiritual y reflexión propia. Habiendo perdido mi estatus, sentí que me habían condenado al infierno. Desde el punto de vista emocional, caí hasta mi nivel más bajo y sentí que lo había perdido todo. Me atormenté más por dentro especialmente cuando vi a los hermanos y a las hermanas realizando sus deberes activamente, mientras que yo había perdido la obra del Espíritu Santo y no podía llevar a cabo ninguna obra. En medio del dolor, no podía evitar preguntarme: “¿Por qué es que los demás creen en Dios y comprenden cada vez más la verdad, mientras que yo sigo desobedeciendo y resistiendo a Dios una y otra vez en cuanto a mi prestigio y estatus?”. Le implore a Dios muchas veces que me condujera a encontrar la raíz de mis fallas. Un día, vi lo siguiente entre las palabras de Dios: “Algunas personas idolatran de manera particular a Pablo: les gusta salir a pronunciar discursos y hacer obra, les gusta reunirse y hablar; les gusta que las personas las escuchen, las adoren y las rodeen. Les gusta tener estatus en el corazón de los demás y aprecian que otros valoren la imagen que muestran. Analicemos su naturaleza a partir de estos comportamientos: ¿Cuál es su naturaleza? Si de verdad se comportan así, entonces basta para mostrar que son arrogantes y engreídos. No adoran a Dios en absoluto; buscan un estatus elevado y desean tener autoridad sobre otros, poseerlos, y tener estatus en sus mentes. Esta es una imagen clásica de Satanás. Los aspectos de su naturaleza que más destacan son la arrogancia y el engreimiento, la negativa a adorar a Dios, y un deseo de ser adorados por los demás. Tales comportamientos pueden darte una visión muy clara de su naturaleza” (‘Cómo conocer la naturaleza del hombre’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Además, dice en “Sermones y comunión acerca de la entrada a la vida”: “La esencia y la naturaleza de Satanás es la traición. Traicionó a Dios desde el principio mismo, y luego de traicionarlo, engañó, engatusó, manipuló y controló a los hombres de la tierra creados por Dios, tratando de estar en una posición igual a la de Dios y establecer otro reino. […] ¿Se dan cuenta?, ¿no es la naturaleza de Satanás la de traicionar a Dios? De todo lo que Satanás le ha hecho a la humanidad, podemos ver a las claras que Satanás es un genuino demonio que se resiste a Dios y que la naturaleza de Satanás es la de traicionar a Dios. Todo esto es absoluto” (‘Cómo obtener conocimiento de tu propia esencia corrupta’ en “Sermones y enseñanzas sobre la entrada a la vida I”). Al reflexionar sobre estas palabras, no pude evitar temblar de miedo. Vi que lo que había vivido era absolutamente a la imagen de Satanás, y que yo era arrogante y presumida, y que no adoraba para nada a Dios. Dios me exaltó para que realizara mi deber en la iglesia, para que pudiera llevar a los hermanos y hermanas frente a Dios con temor a Él en mi corazón, y para hacer que las personas tengan un espacio para Dios en sus corazones, así como también para temer y obedecer a Dios. Pero a la luz de la exaltación de Dios, no tuve en cuenta Sus intenciones al llevar a cabo mi deber, y no sentí el peso de ayudar a hermanos y hermanas a lograr la entrada en la vida. En cambio, siempre quise que la gente me prestara atención y me escuchara, y para beneficio de mis propios deseos, siempre intenté enaltecerme dondequiera que fuera. Incluso envidiaba a los buenos y a los fuertes, y competía testarudamente con los demás por la superioridad. Desde fuera, competía con seres humanos, pero en realidad, estaba luchando contra Dios. Esto es algo que ofende en gran medida el carácter de Dios. Me juzgó y me castigó, me reprendió y me disciplinó, me privó de estatus para que haga una reflexión propia y me arrepienta. ¡Vi que el amor que Dios siente por mí era demasiado profundo y demasiado grande! No pude evitar sentir otra cosa que arrepentimiento y culpa personal por dentro, y más aún, detestar el hecho de que mi corrupción fuese tan profunda. Seguía a Dios pero no iba tras la verdad, y en cambio, sólo trabajaba ciegamente para obtener estatus y prestigio. Había realmente fracasado en vivir de acuerdo al amor y la salvación de Dios. Cuanto más introspección hacía, más claramente veía que los dichos por los cuales vivía, como por ejemplo: “Un árbol vive con su corteza; un hombre vive con su rostro” y “Un ganso deja tras de sí una voz; un hombre deja tras de sí una reputación”, eran mentiras usadas por Satanás para corromper y dañar a la humanidad. Me di cuenta de que Satanás utilizaba estas cosas para paralizar las almas de las personas, distorsionar sus mentes, y hacer que creen perspectivas erróneas de la vida, haciéndolas luchar amargamente para ir tras de cosas vacías como el estatus, la fama, la fortuna y el prestigio, y finalmente descarriarse y traicionar a Dios, de tal manera que todos pudieran creer sus falacias y trabajar para él y ser devastados y dañados a su antojo. Yo fui una de esas personas que creó la perspectiva errónea de la vida basada sobre las mentiras de Satanás, volviéndome arrogante, presumida, altiva y sin lugar para Dios en mi corazón. Viví en corrupción y traté a Dios como al enemigo. Ahora bien, nunca debo volver a estar en contra de Dios mientras gozo de Su misericordia. Me reformaré por completo, abandonaré totalmente a Satanás, Le entregaré mi corazón a Dios y viviré la semejanza de una verdadera persona para reconfortar el corazón de Dios. Después de eso, buscaré cómo continuar mi camino futuro, y cómo ir en busca de la verdad para satisfacer la voluntad de Dios. Gracias, Dios, una vez más por guiarme. Luego leí las palabras de Dios: “Hoy, aunque no seas un obrero, debes ser capaz de cumplir con el deber de una criatura de Dios y buscar someterte a todas Sus orquestaciones. Debes ser capaz de obedecer lo que Dios dice y experimentar toda forma de tribulaciones y refinamiento; y aun siendo débil, en tu corazón debes seguir siendo capaz de amar a Dios. Las personas que asumen la responsabilidad de su propia vida están dispuestas a cumplir con el deber de una criatura de Dios y el punto de vista de esas personas respecto a la búsqueda es el correcto. Estas son las personas que Dios necesita. […] Como criatura de Dios, el hombre debe procurar cumplir con el deber de una criatura de Dios y buscar amar a Dios sin hacer otras elecciones, porque Dios es digno del amor del hombre. Quienes buscan amar a Dios no deben buscar ningún beneficio personal ni aquello que anhelan personalmente; esta es la forma más correcta de búsqueda” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Al igual que un faro, las palabras de Dios alumbraron mi corazón, señalándome el sendero que debía seguir. Dios espera que la gente, independientemente de que tengan un estatus y de lo que hayan sobrevenido, puedan hacer todo lo posible para ir detrás de la verdad y puedan obedecer la orquestación y los planes de Dios, y que busquen amarlo y satisfacerlo. Esta es la manera más adecuada de búsqueda, así como también el camino correcto que una criatura creada debe recorrer. Entonces tomé una decisión ante Dios: Ah Dios, gracias por mostrarme el camino correcto de la vida. Mi estatus del pasado se debió a Tu exaltación. No tener un estatus actualmente también se debe a Tu justicia. No soy más que una minúscula criatura creada. A partir de ahora, sólo deseo ir tras la verdad y obedecer todos Tus planes.
A partir de entonces, mi condición volvió rápidamente a la normalidad mediante la lectura de la palabra de Dios y de vivir la vida de iglesia. La iglesia nuevamente dispuso un deber adecuado para mí. Además, me concentré en ir tras la verdad mientras cumplía con mi deber. Cada vez que sucedía algo, iba en busca de las intenciones de Dios, trataba de conocerme a mí misma, y encontraba la palabra de Dios correspondiente para resolverlo. Cuando me enfrentaba con cosas que involucraban prestigio y estatus, aunque tenía algunas cosas en mente, buscaba la verdad a través de la oración y de la palabra de Dios y me abandonaba, y gradualmente logré no estar controlada por esas cosas y realizar mi deber con paz mental. Cuando veía a algunos hermanos y hermanas que no habían creído en Dios durante tanto tiempo como yo realizando tareas, podía, buscando la verdad, comprender que el deber que uno realiza es predestinado por Dios, y que debía obedecer Sus planes. Como resultado de ello, pude tratarlo de la manera correcta. Cuando hermanos y hermanas trataron y expusieron mi naturaleza y mi esencia, aunque sentí que había quedado mal, pude llegar a ser obediente por medio de la oración. Esto se debía a que el amor de Dios había caído sobre mí, y había beneficiado en gran medida mi cambio de carácter. En el pasado, me concentraba demasiado en mi prestigio y no estaba dispuesta a abrirme a nadie, por temor a que los demás pensaran mal de mí. Ahora, practico el hecho de ser una persona sincera de acuerdo a los requisitos de Dios, y en caso de tener algún problema, me abriré a hermanos y hermanas, lo cual me hace sentir especialmente aliviada y contenta en las profundidades de mi alma. Al ver estos cambios en mí, no pude hacer otra cosa que agradecer y alabar a Dios, porque estos cambios me llegan a través del a obra del castigo y el juicio de Dios de los últimos días.
Hasta el momento he seguido a Dios Todopoderoso por muchos años. Al pensar en el pasado, me doy cuenta de que fueron las toxinas de Satanás las que erosionaron mi alma. Había vivido bajo el ámbito de Satanás y fui engañada y pisoteada por él durante muchos años. No conocía el valor ni el significado de la vida. No podía ver la luz, ni podía encontrar la verdadera alegría y gozo. Me hundí en el abismo de la desgracia y no podía liberarme. Ahora bien, fue a través del castigo y juicio reiterado de Dios que conseguí librarme del daño de Satanás y lograr alivio y libertad. He recuperado mi consciencia y mi razón, y también tengo el blanco correcto para perseguir, siguiendo a Dios por el brillante y correcto camino de la vida. Por medio del castigo y el juicio de Dios, realmente experimenté el altruista y sincero amor de Dios, y gocé de bendición y recibí el amor que el mundo del hombre no puede gozar. Solamente Dios puede salvar al hombre del mar de la desgracia de Satanás, y sólo el castigo y el juicio pueden purificar a la humanidad de las toxinas satánicas que están dentro de ella y hacerla vivir a semejanza de un verdadero hombre y a caminar por el verdadero sendero de la vida. El castigo y el juicio de Dios es la luz. Es la gracia más grande, la mejor protección y la riqueza más valiosa de la vida impuesta por Dios en el hombre. Como dicen las palabras de Dios Todopoderoso: “[…] el castigo y el juicio de Dios eran la mejor protección del hombre y la mayor gracia. Solo a través del castigo y el juicio de Dios, el hombre podía ser despertado y odiar la carne y odiar a Satanás. La disciplina estricta de Dios libera al hombre de la influencia de Satanás; lo libera de su propio y pequeño mundo y le permite vivir en la luz de la presencia de Dios. ¡No hay mejor salvación que el castigo y el juicio!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). ¡Gracias al castigo y al juicio de Dios por salvarme y permitirme renacer! En mi camino futuro de creer en Dios no voy a escatimar ningún esfuerzo en ir tras la verdad, en recibir más castigo y juicio de Dios, y en despojarme por completo de las toxinas de Satanás para lograr la purificación, obtener un verdadero conocimiento de Dios y convertirme en una persona que ama a Dios genuinamente. ¡Gloria a Dios! ¡Amen!
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