Comprometo mi vida a la devoción
El 3 de abril de 2003, fui con una hermana a visitar a un nuevo creyente. Este nuevo creyente había estado indeciso sobre la obra de Dios en los últimos días y terminó denunciándonos. Como resultado, vinieron cuatro policías malvados vestidos de civiles y, de manera agresiva, nos introdujeron en su vehículo por la fuerza y nos llevaron a la comisaría. Durante el camino, estaba sumamente nerviosa, porque llevaba un buscapersonas, una lista parcial de nombres de los miembros de nuestra iglesia y una libreta. Temía que los policías malvados los descubrieran y tenía aún más temor de que mis hermanos y hermanas llamaran a mi buscapersonas, por lo que de manera continua y urgente oré a Dios en mi corazón: “Dios, ¿qué se supone que haga? Te pido que me brindes una salida y que estos elementos no caigan en manos de los policías malvados”. Luego, tomé las cosas que estaban en mi cartera y silenciosamente las coloqué en mi cintura. Dije que me dolía el estómago y que necesitaba un baño. El policía malvado me insultó diciendo: “¡Estás llena de mierda!” Al cabo de mis repetidas peticiones, asignaron a una oficial de policía para que me vigilara mientras iba al baño. Al quitarme el cinturón, el buscapersonas se cayó y rápidamente lo levanté y lo arrojé en el desagüe. Ya que temía que la oficial descubriera la bolsa que llevaba en la cintura, no la arrojé al desagüe, sino que la coloqué en el bote de basura. Pensé que iría nuevamente al baño por la noche y entonces la arrojaría en el inodoro. Resultó que nunca volví a ese baño y que los policías malvados encontraron la bolsa que había botado en el cesto de basura.
Los policías malvados nos encerraron a la hermana y a mí en una habitación e hicieron que nos quitarámos toda la ropa para poder registrarnos. Incluso pasaron sus manos por nuestro cabello para ver si ocultábamos algo allí. Una vez que terminaron de inspeccionarnos, nos esposaron y nos encerraron en la habitación. Cuando se hizo de noche, los policías malvados nos separaron para hacernos un intenso interrogatorio. Me preguntaron: “¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿Cuándo llegaste aquí? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu creencia? ¿Cómo se llama la persona que está contigo?”. Como no estaba satisfecho con mis respuestas, el policía malvado dijo, furioso: “Somos permisivos con quienes confiesan y severos con quienes se resisten. Si no dices la verdad, ¡será tu culpa! ¡Habla! ¿Quién está a cargo de ti? ¿Qué haces? Habla y te trataremos con indulgencia”. Al ver la apariencia tan demoniacamente feroz que tenían, en silencio tomé una decisión: de ninguna manera voy a ser como Judas; no voy a vender a mis hermanos y hermanas ni los intereses de la familia de Dios. Cuando vieron que no podían sacarme ninguna información, se sintieron nerviosos y comenzaron a pegarme y a patearme salvajemente mientras exclamaban: “¡Ya que no dices nada, te daremos una lección poniendo tus brazos y piernas en cruz!”. Luego se repitieron los golpes violentos y las patadas. Posteriormente, uno de ellos me ordenó que me sentara en el piso, me esposó las manos y las dobló contra mi espalda tan fuerte como pudo. Luego, colocó una silla detrás de mí y usó una soga para atarme las manos al respaldo de la silla. Hizo fuerza con sus manos hacia abajo, ejerciendo gran presión sobre mis brazos. De inmediato, sentí que mis brazos estaban a punto de quebrarse. Me dolió tanto que emití un grito agudo. Hicieron ese movimiento hacia atrás y hacia delante sobre mis brazos sin cesar, torturándome durante un par de horas. Más tarde, no pude soportarlo y me retorcí de pies a cabeza. Cuando vieron esto, dijeron: “No simules estar loca, hemos visto esto muchas veces. ¿A quién crees que asustas? ¿Acaso crees que porque lo haces nos vamos a detener?” Vieron que me seguía retorciendo y un policía malvado dijo: “Vayan al baño y pónganle heces en la boca y vean si las come o no”. Juntaron heces con un palo, me lo refregaron en la boca y me las hicieron comer. Seguí echando espuma por la boca y vieron que me seguía retorciendo; entonces, me bajaron de la silla. Me dolía todo el cuerpo de una manera insoportable, como si hubiera tenido calambres de la cabeza a los pies y grité de dolor mientras estaba paralizada en el suelo. Luego de un largo período, mis manos y mis brazos recuperaron el movimiento. Los policías malvados temieron que me golpeara la cabeza contra la pared y me matara, así que me dieron un casco. Más tarde, me arrastraron de nuevo al pequeño cuarto de hierro. Lloré y le rogué a Dios: “Oh, Dios, mi carne es demasiado débil. Deseo que Tú me protejas. Sin importar cuánto me persiga Satanás, prefiero morir a traicionarte como lo hizo Judas. No venderé a mis hermanos y hermanas o el interés de la familia de Dios. Estoy dispuesta a dar testimonio de Ti para avergonzar a ese viejo Satanás”.
Al tercer día, los policías malvados tomaron la libreta y la lista de los nombres de los miembros de la iglesia que había arrojado al bote de la basura y me interrogaron. Cuando vi esto, me sentí especialmente incómoda y llena de culpa y arrepentimiento. Detesté el hecho de haber sido tan cobarde y asustadiza y de no haber sido lo suficientemente valiente en ese momento para arrojar la bolsa al desagüe, lo cual tuvo serias consecuencias. Aborrecí el hecho de no haber escuchado las instrucciones de la familia de Dios y por haber llevado conmigo esas cosas al cumplir con mi deber, lo cual causó a la iglesia este gran problema. Entonces, sólo quería confiar en Dios para enfrentarme a todo lo que me esperaba. Más que eso, deseaba confiar en Dios para conquistar a Satanás. En ese momento pensé en un himno: “Marchar por la senda del amor a Dios”: “No me importa cuán difícil sea la senda de la fe en Dios, yo sólo cumplo la voluntad de Dios porque es mi vocación; mucho menos me importa si recibo bendiciones o sufro desgracias en el futuro. Ahora que estoy decidido a amar a Dios, seré fiel hasta el final. Sin importar qué peligros o dificultades acechen detrás de mí, sin importar cuál sea mi final, para recibir el día de gloria de Dios, sigo de cerca los pasos de Dios y me esfuerzo para continuar” (“Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Canturreé en silencio esta canción y nuevamente mi corazón recobró fe y poder. El policía malvado me preguntó: “¿Estas cosas son tuyas? Dinos la verdad, no te vamos a tratar injustamente. Tú eres solamente una víctima y te han mentido. El Dios en el que crees es tan vago y distante que es una ilusión. El partido comunista es bueno, y debes confiar en él y en el gobierno. Si tienes algún problema, puedes acudir a nosotros y te ayudaremos a resolverlo. Si tienes dificultades para conseguir trabajo, también podemos ayudarte. Sólo confiesa todo acerca de tu iglesia; dinos qué están haciendo las personas que están en tu lista. ¿Dónde viven? ¿Quién es tu superior?” Pude ver a través de sus artimañas mentirosas y dije: “Esas cosas no son mías, no lo sé”. Cuando se dieron cuenta de que no iba a decir nada, revelaron su verdadero rostro y me pegaron salvajemente hasta que me arrojaron al suelo y continuaron pegándome violentamente y ejercieron toda su fuerza para arrastrarme de las esposas. Cuanto más me arrastraban, más me apretaban las esposas y más lastimaban mi carne. Era tal el dolor que lloré a los gritos y los policías malvados dijeron ferozmente: “¡Haremos que hables, te apretaremos un poco más cada vez como a un tubo de dentífrico hasta que hables!”. Finalmente, tomaron mis dos manos y las ataron al respaldo de la silla con las palmas hacia fuera y me hicieron sentar en el suelo. Me golpearon y empujaron mis brazos con toda su fuerza hacia abajo. Sentí un dolor agudo e insoportable, como si mis brazos estuvieran a punto de quebrarse. Los policías malvados me torturaron y gruñeron: “¡Habla!”. Sin dudarlo, dije: “¡No lo sé!”. “Si no hablas, te mataremos. Si no hablas, no tendrás esperanzas de vivir. Te pondremos en prisión durante diez años, veinte años, durante toda tu vida. ¡No creas que vas a salir libre algún día!”. Al oír esto, se me ocurrió una idea: debo decidir que estoy dispuesta a ser condenada a cadena perpetua. Luego pensé en un himno: “Deseo ver el día en que Dios gane la gloria”: “Entregaré mi amor y lealtad a Dios y cumpliré con mi misión para glorificarlo. Estoy decidido a mantenerme firme en el testimonio de Dios y a no rendirme jamás a Satanás. ¡Oh! Tal vez me parta la cabeza y corra la sangre, pero el pueblo de Dios no puede perder el temple. La exhortación de Dios descansa en el corazón y yo decido humillar al diablo, Satanás” (“Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Dios me esclareció, me hizo decidida y valiente y me dio la fe y la decisión para aguantarlo todo y dar testimonio de Él. Como resultado, no prevaleció el plan de los policías malvados. Me torturaron hasta el cansancio y luego me enviaron nuevamente a la habitación de hierro.
Unos días después, los policías malvados me torturaron hasta que se me terminaron las fuerzas. Estaba en un trance, completamente ausente, y mis manos y brazos estaban entumecidos. Al enfrentar esta tortura cruel e inhumana, tuve mucho miedo de que los policías malvados regresaran y me interrogaran. Tan pronto como pensé en esto, no pude evitar que mi corazón temblara de miedo. En realidad, no sabía qué otros elementos utilizarían para torturarme, ni cuándo terminaría este interrogatorio. Sólo podía continuar orando a Dios en mi corazón y pidiéndole que lo protegiera y que me otorgara la voluntad y el poder para soportar el sufrimiento de manera que pudiera dar testimonio de Dios y hacer que Satanás fracasara en total humillación.
Cuando los policías malvados vieron que no iba a confesar, se reunieron con la Brigada de Seguridad Nacional y la Dirección de Seguridad Pública para interrogarme. Había más de veinte personas que se turnaban para interrogarme día y noche tratando de obligarme a confesar. Ese día, dos policías malvados de la Brigada de Seguridad Nacional que ya me habían interrogado una vez vinieron a verme y al principio me hablaron de buena manera diciendo: “Si confiesas la verdad, entonces te liberaremos y garantizaremos tu seguridad… Solamente puede salvarte el partido comunista, Dios no…”. Cuando uno de ellos vio que yo no podía pronunciar palabra, se puso nervioso y comenzó a gritarme y a insultarme, y me hizo sentar en el piso. Me pateó con toda su fuerza en las piernas con sus zapatos de cuero, ocasionándome un dolor insoportable. Otro policía malvado le preguntó: “¿Cómo va todo? ¿Está hablando?”. Él dijo: “Es bastante testaruda; no importa cuánto le pegues, no hablará”. La otra persona dijo, ferozmente: “Si no habla, ¡pégale hasta que se muera!”. El policía malvado me amenazó, diciendo: “¿No vas a hablar? ¡Entonces te mataremos!”. Yo dije: “He dicho todo lo que necesito decir. ¡No sé!” Se enojó tanto que parecía haberse vuelto loco; luego gritó como una bestia salvaje y comenzó a pegarme y a patearme. Finalmente, se cansó de golpearme y encontró una soga del grosor de un dedo y le dio varias vueltas alrededor de su mano. La usó como látigo para pegarme ferozmente en el rostro una y otra vez, diciendo: “¿Acaso no crees en Dios? Estás sufriendo, entonces, ¿porqué no viene tu Dios a salvarte? ¿Por qué no viene y abre tus esposas? ¿Dónde está tu Dios?” Apreté los dientes y soporté el dolor. Oré en silencio en mi corazón a Dios. “Oh, Dios, si me pegan hasta morir el día de hoy, nunca seré como Judas. Quiero que Tú estés conmigo y protejas mi corazón. Estoy dispuesta a entregar mi vida para dar testimonio de Ti y humillar a Satanás”. Pensé en un himno “Sólo pido que Dios esté satisfecho”: “Estoy completamente consagrado a Dios, consagrado a Dios sin miedo a la muerte. Su voluntad es lo primero. No importa mi futuro, lo que gane o pierda. Sólo deseo que Dios esté satisfecho. Doy sonoro testimonio y avergüenzo a Satanás para la gloria de Dios. Me comprometo a retribuir Su amor. Lo alabo sin pausa con el corazón. He visto el Sol de la justicia, la verdad controla todo en la tierra. El carácter de Dios es justo. ¡Amaré a Dios Todopoderoso, Amaré a Dios Todopoderoso!” (‘Devuelve el amor a Dios’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Cerré los ojos y soporté la enloquecida tortura y los golpes de Satanás. En ese momento, fue como si me hubiera olvidado de mi dolor. No sabía en qué momento terminaría la tortura. No me atrevía a pensar en ello, y ni siquiera pude hacerlo. Lo único que pude hacer fue orar y clamar a Dios incesantemente. Las Palabras de Dios también me brindaron una fe continua: “No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos seguramente estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Pensé en como el gran dragón rojo no era más que un tigre de papel destinado a ser derrotado por las manos de Dios. Si Dios no lo permite, la muerte no me llegará; sin el permiso de Dios, no se perderá ni una hebra de mi cabello. También pensé en estas palabras de Dios: “¿Alguna vez habéis aceptado las bendiciones que os han sido dadas? ¿Alguna vez habéis buscado las promesas que se hicieron por vosotros? Con toda seguridad, bajo la guía de Mi luz, os abriréis paso entre el dominio de las fuerzas de la oscuridad. En medio de la oscuridad, ciertamente no perderéis la luz que os guía. Con seguridad seréis el amo de toda la creación. Con seguridad seréis un vencedor delante de Satanás. Con seguridad, cuando caiga el reino del gran dragón rojo, os erguiréis entre las grandes multitudes para ser testigos de Mi victoria. Con seguridad permaneceréis firmes e inquebrantables en la tierra de Sinim. A través de los sufrimientos que soportéis, heredaréis Mis bendiciones, y, con seguridad, irradiaréis Mi gloria por todo el universo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 19). El poder de la palabra de Dios es ilimitado e hizo que mi fe se multiplicara; tuve la determinación de luchar contra Satanás hasta el final. Cuando el policía malvado se cansó de pegarme, me volvió a preguntar: “¿Vas a hablar?” Dije con firmeza: “Aunque me pegues hasta que muera, ¡aún no sabré nada!”. Cuando oyó mis palabras, no pudo hacer nada. Arrojó la soga y dijo: “Eres una maldita testaruda, como una mula. Eres muy buena. No dirás nada aunque mueras. ¿De dónde obtuviste tanta fortaleza y tanta fe? ¡Eres más Liu Hulan que la misma Liu Hulan!” Cuando lo oí decir esto, fue como si viera a Dios sentado en Su trono, triunfante, observando a Satanás siendo humillado. Lloré a la vez que alabé a Dios: ¡Oh, Dios, al confiar en Tu poder, puedo prevalecer sobre Satanás, ¡el demonio! A la luz de los hechos, veo que Tú eres omnipotente y que Satanás no tiene ningún poder; Satanás siempre será derrotado bajo Tu control. Si Tú no lo permites, Satanás no podrá torturarme hasta la muerte. En ese momento, nuevamente me esclarecieron las palabras de Dios: “El carácter de Dios es uno que pertenece al Soberano de los seres vivos y todas las cosas […] Su carácter es símbolo de autoridad […] es un símbolo de Aquel que no puede ser[a] vencido o invadido por la oscuridad ni por ninguna fuerza enemiga […]” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Es muy importante comprender el carácter de Dios). Habiendo experimentado la cruel persecución del gran dragón rojo, vi verdaderamente el amor y la salvación de Dios hacia mí y experimenté el poder y la autoridad de la Palabra de Dios. Si Su Palabra no me hubiera guiado en cada paso del camino y hubiera confiado sólo en mi propia fortaleza, me habría sido imposible superar la tortura y los golpes del gran dragón rojo. Del mismo modo, me hizo ver la imagen vulnerable y maltrecha del gran dragón rojo. Vi la esencia demoníaca de su falta de humanidad y de consideración por la vida y la detesté y la maldije en mi corazón. Deseé romper por completo toda conexión con él y seguir a Cristo y servirlo por toda la eternidad.
Al día siguiente, vinieron los policías malvados y me volvieron a interrogar. Estaban verdaderamente sorprendidos y dijeron: “¿Qué le pasa a tu rostro?” Cuando me miré al espejo, no me pude reconocer. Los policías malvados me habían dado latigazos con la soga el día anterior y mi rostro se había inflamado mucho y estaba de color negro y azul, como un oso panda. Al ver que mi cara había cambiado a tal grado que era irreconocible, sentí un odio intenso por el gran dragón rojo y decidí dar testimonio. ¡No iba a permitir de ninguna manera que su plan prevaleciera! Me habían golpeado las piernas tanto que no podía caminar y cuando fui al baño, pude ver que ya no parecían normales; estaban totalmente negras y azules. Uno de los policías malvados dijo: “No es necesario que pases por este sufrimiento. Si hablaras, no tendrías que sufrir. ¡Estás haciéndote esto a ti misma! ¡Piénsalo, confiesa y te enviaremos a casa con tu esposo y tu hija!” Después de oírlo, lo detesté profundamente. Luego, cambiaron de método y comenzaron a turnarse para no dejarme dormir ni de día ni de noche. Cuando comenzaba a quedarme dormida, gritaban y hacían ruidos fuertes para despertarme. Intentaban quebrantar mi voluntad no dejándome dormir para que hablara en un estado mental semi-ausente y confuso. Le agradecí a Dios por protegerme. Aunque los policías malvados me mantuvieron despierta durante cuatro días y cuatro noches, no me importó cómo me interrogaban, yo seguía confiando en Dios para mantener mi energía y fe, y no sólo no estaba mentalmente ausente, sino que estaba muy alerta. A medida que los policías malvados me interrogaban, su ánimo fue decayendo cada vez más y se desalentaron. Comenzaron a realizar interrogatorios sin demasiado entusiasmo; maldecían y se quejaban; se lamentaban de que les hubiera hecho perder el apetito, el buen descanso y sentirse atormentados por mí. Creían que eran muy desafortunados. Finalmente, todo lo que hacían era formular preguntas generales y ya no tenían la fuerza de voluntad para interrogarme. En este asalto de la pelea, Satanás volvió a perder.
Los policías malvados no dejaron así las cosas. Intentaron seducirme. Un policía malvado vino a verme y puso sus dedos debajo de mi barbilla, tomó mi mano y dijo mi nombre. Con una voz “cálida”, dijo: “Eres tan bonita; no vale la pena que sufras tanto. Cualquier dificultad que tengas, yo puedo ayudarte a resolverla. Tu fe en Dios no te ha llevado a ninguna parte. Yo tengo dos casas; un día te llevaré allí para que nos divirtamos. Podemos mantener una amistad. Si confiesas, serás libre. Cualquier cosa que quieras, yo puedo ayudarte. No te trataré injustamente…”. Cuando oí sus mentiras sucias y desagradables, sentí náuseas y lo rechacé rotundamente. No tuvo otra opción que retirarse con el rabo entre las piernas. Esto me hizo comprender cabalmente a estos llamados “policías del pueblo” deplorables y desvergonzados. Para lograr sus propósitos, utilizan métodos deplorables y vulgares sin sentir ninguna vergüenza. No tienen dignidad ni integridad. ¡Son verdaderos espíritus malignos inmundos!
Los policías malvados tenían un astuto plan tras otro y se valieron de los miembros de mi familia para coaccionarme, diciendo: “Tú sólo crees en Dios, no estás pensando ni en tu esposo, ni en tu hija, ni en tus padres ni en otros miembros de tu familia. Tu hija irá algún día a la universidad y buscará trabajo. Si insistes en tu fe, eso afectará directamente a sus perspectivas futuras. ¿Dejarás que esto suceda? No estás pensando en ella. ¿Tienes el coraje para involucrarla en esto?” Luego, trajeron a mi esposo, a mi hija y a mi tía para que intentaran persuadirme. Cuando vi a mi hija, a la que hacía varios años que no veía, las lágrimas brotaron de mis ojos de manera incontrolable. En ese momento, oré con todas mis fuerzas a Dios: “Oh, Dios, Te pido que protejas mi corazón, porque mi carne es demasiado débil. En este momento, no puedo caer presa de las estratagemas de Satanás y no puedo ser tentada por él para caer en mis emociones. No puedo traicionar a Dios ni vender a mis hermanos y hermanas. Sólo le pido a Dios que esté conmigo y me otorgue fe y poder”. Mi tía me dijo: “Apúrate y habla, ¿por qué eres tan tonta? ¿Vale la pena sufrir esto por tu creencia en Dios? ¿Quién se hará cargo de ti si algo sucede? Tu mamá y tu papá están preocupados por ti; todos los días se preocupan por ti. Ni comen ni duermen. Debes pensar en nosotros y volver a vivir con nosotros. No creas en Dios. Mira todas las dificultades por las que has pasado por creer en Él. ¿Por qué te tomas la molestia?” Aunque era débil, estuve protegida por Dios y reconocí que esta era una lucha espiritual y pude ver las estratagemas de Satanás. Las palabras de Dios me recordaron en mi corazón que: “[…] debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo […]” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). En ese momento, le dije: “Tía querida, no intentes persuadirme; he dicho todo lo que debo decirles. No sé qué más debo decirles. Me pueden tratar de la manera que quieran; es asunto suyo. Ustedes no deben preocuparse por mí. ¡Deben regresar!” Cuando los policías malvados vieron mi actitud firme, no tuvieron otra opción que permitir que mi familia regresara. Las argucias y conspiraciones de los policías malvados habían fracasado y estaban tan enojados que apretaron los dientes y dijeron: “¡Realmente eres cruel! Eres muy egoísta. En verdad, no tienes una naturaleza humana. ¿Dónde está tu Dios? Si Él es tan todopoderoso, entonces ¿por qué te deja sufrir aquí? ¿Por qué no viene tu Dios a salvarte? Si en realidad es un Dios, ¿entonces por qué no viene y abre tus esposas y te salva? ¿Dónde está Dios? No te dejes engañar por estas mentiras; no seas tonta. No es demasiado tarde para que despiertes y veas la verdad. ¡Si no confiesas, te enviaremos por muchos años a prisión!” Las mentiras de los policías malvados me hicieron pensar en la imagen del Señor Jesús siendo crucificado en la cruz. Dios vino personalmente y se revistió de carne para redimir a toda la humanidad. Todo lo que hizo fue para beneficio del hombre. No obstante, los fariseos y quienes estaban en el poder se burlaron de Él, lo calumniaron, acusaron, profanaron, insultaron y asesinaron. Dios sufrió una humillación extrema para salvar a la humanidad, y finalmente fue crucificado en la cruz por la humanidad. Todo el dolor que padeció Dios fue por la humanidad y hoy todo el dolor que estoy sufriendo yo es lo que se supone que debo sufrir. Debido a que tengo el veneno del gran dragón rojo, Dios está usando este entorno, por un lado, para probarme y, por el otro, para permitirme entender verdaderamente la naturaleza maligna del gran dragón rojo y para despreciarlo y traicionarlo, y para seguir a Dios incondicionalmente. Tal como lo dice la palabra de Dios: “Dios pretende usar una parte de la obra de los espíritus malignos para perfeccionar a una parte de la humanidad, permitiendo que estas personas puedan distinguir plenamente las iniquidades de los demonios de modo que toda la humanidad pueda conocer verdaderamente a sus ‘antepasados’. Solo de esta manera pueden liberarse por completo los seres humanos, no solo abandonando a las futuras generaciones de los demonios, sino, incluso, a los ancestros de estos. Este es el verdadero propósito de Dios al derrotar por completo al gran dragón rojo de modo que toda la humanidad conozca la verdadera forma del gran dragón rojo, para que se arranque por completo la máscara y vea su verdadera forma. Esto es lo que Dios quiere lograr, es la meta final de toda la obra que Él ha llevado a cabo en la tierra y es lo que Él aspira a lograr en toda la humanidad. A esto se le llama movilizar todas las cosas para que sirvan el propósito de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 41).
Finalmente, los policías malvados me enviaron al centro de detención y me encarcelaron como delincuente por espacio de un mes. Durante ese mes, me volvieron a interrogar. Por un lapso de dos días y dos noches, no me permitieron dormir ni me dieron suficiente comida. A veces ni siquiera me daban de comer, pero de todas maneras era en vano. ¡El gran dragón rojo tortura y aflige sin fin a las personas de este modo! Cuando se cumplió el ciclo de mi detención, me sentenciaron a dos años de reforma por medio de trabajo forzado por “creer en una xie jiao y perturbar el orden de la sociedad” sin evidencia alguna. Antes de ir al campo de trabajos forzados, mi familia me envió 2.000 yuanes para mis gastos, pero ellos se los quedaron. Estos demonios eran realmente Satanás y espíritus malignos que tenían sed de sangre y de vida humana. ¡Eran pura maldad! En el país del gran dragón rojo, no existe la ley. Todo lo que se opone a él puede ser masacrado y explotado a voluntad. Puede hacer cargos criminales a gusto para controlar y perseguir a la gente. El gran dragón rojo incrimina y engatusa a la gente, mata a personas inocentes, crea situaciones de la nada y etiqueta injustamente a las personas. Conforman un auténtico y verdadero culto. Son un grupo de criminales y gánsteres organizados que traen calamidades y desastres a la humanidad. Durante dos años en el campo de trabajos forzados, vi a la policía malvada del gobierno chino abusar de los trabajadores y darles órdenes como si fueran esclavos. Les hacían comer pan y sopa de verduras todos los días; día y noche nos hacían trabajar horas extra. Yo estaba terriblemente agotada todos los días y no recibía ninguna compensación. Si no hacía bien mi trabajo, recibía una severa crítica y un castigo (sentencias extendidas, retención de alimentos, me forzaban a quedarme de pie inmóvil). Durante este tiempo, la policía malvada siguió sin dejarme ir; siguió interrogándome, intentando que confesara las circunstancias de la iglesia. Detestaba esto con todas mis fuerzas, confiando en la fe y el poder de Dios. Dije, indignada: “Ustedes me han golpeado y castigado, ¿qué más quieren? He dicho todo lo que debía decir. Pueden interrogarme durante diez, veinte años, y seguiré sin saber nada. ¡Pueden olvidarse!” Al oír esto, dijeron, exasperados: “No tienes remedio, ¡puedes seguir esperando aquí!”. Finalmente, los policías malvados se fueron con el rabo entre las piernas.
Luego de haber experimentado la tortura inhumana y el cruel trato del gran dragón rojo, así como también el hecho de haber vivido dos años injustamente en prisión, vi con claridad que la esencia del gran dragón rojo es la mentira, el mal, la arrogancia y la perversidad. Son menos que ganado. Llegan tan lejos como para poner carteles que dicen “libertad de culto” y luego persiguen y van detrás del pueblo elegido por Dios de todas las formas posibles. Están perturbando y desmantelando frenéticamente la obra de Dios. Son asesinos que matan sin pestañear; son bandidos que saquean bajo el disfraz de “caridad, justicia, paz y rectitud”. Al final, sus máscaras han sido totalmente desgarradas por medio de la sabiduría de la obra de Dios, y sus rostros malevolentes y demoníacos han sido expuestos a la luz para que yo pueda abrir mi campo de visión y despertar de mi sueño. Tal como dice la palabra de Dios: “Durante miles de años, esta ha sido la tierra de la suciedad. Es insoportablemente sucia, la miseria abunda, los fantasmas campan a su antojo por todas partes; timan, engañan, y hacen acusaciones sin razón[b]; son despiadados y crueles, pisotean esta ciudad fantasma y la dejan plagada de cadáveres; el hedor de la putrefacción cubre la tierra e impregna el aire; está fuertemente custodiada[c]. ¿Quién puede ver el mundo más allá de los cielos? El diablo ata firmemente todo el cuerpo del hombre, le ciega ambos ojos y sella sus labios bien apretados. El rey de los demonios se ha desbocado durante varios miles de años, hasta el día de hoy, cuando sigue custodiando de cerca la ciudad fantasma, como si fuera un ‘palacio de demonios’ impenetrable. Esta manada de perros guardianes, mientras tanto, mira fijamente con ojos resplandecientes, profundamente temerosa de que Dios la pille desprevenida, los aniquile a todos, y los deje sin un lugar de paz y felicidad. ¿Cómo podría la gente de una ciudad fantasma como esta haber visto alguna vez a Dios? ¿Han disfrutado alguna vez de la amabilidad y del encanto de Dios? ¿Qué apreciación tienen de los asuntos del mundo humano? ¿Quién de ellos puede entender la anhelante voluntad de Dios? Poco sorprende, pues, que el Dios encarnado permanezca totalmente escondido: en una sociedad oscura como esta, donde los demonios son inmisericordes e inhumanos, ¿cómo podría el rey de los demonios, que mata a las personas sin pestañear, tolerar la existencia de un Dios hermoso, bondadoso y además santo? ¿Cómo podría aplaudir y vitorear Su llegada? ¡Esos lacayos! Devuelven odio por amabilidad, han desdeñado a Dios desde hace mucho tiempo, lo han maltratado, son en extremo salvajes, no tienen el más mínimo respeto por Dios, roban y saquean, han perdido toda conciencia, van contra toda conciencia, y tientan a los inocentes para que sean insensibles. ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)).
Dios Todopoderoso es eternamente sabio, omnipotente y maravilloso, y Satanás, el gran dragón rojo, es eternamente deplorable, inmundo e incapaz. Sin importar cuán salvaje y desenfrenado sea, e independientemente de cómo lucha y se rebela, siempre será una herramienta para que Dios enseñe a Su pueblo elegido. Es más, está destinado a que Dios lo envíe al infierno como un castigo eterno. Intenta quebrantar la voluntad de las personas a través de una persecución inhumana para que se distancien de Dios y lo abandonen. ¡Pero está equivocado! Su persecución precisamente nos hace ver plenamente la esencia del demonio. Nos incita a traicionarlo por completo y a tener la fe y la valentía de seguir a Dios por el camino correcto de la vida. Siempre confiaré en el Dios sabio y todopoderoso. De ahora en adelante, sin importar qué peligros y dificultades inconmensurables me esperen en el camino, seguiré a Dios con determinación hasta el final y daré un testimonio rotundo de Dios para humillar al gran dragón rojo.
Notas al pie:
a. El texto original dice: “es un símbolo de no poder ser”.
b. “Hacen acusaciones sin razón” alude a los métodos por los cuales el diablo daña a las personas.
c. “Fuertemente custodiada” indica que los métodos por los cuales el diablo aflige a las personas son especialmente crueles, y las controla tanto que no tienen espacio para moverse.
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