El juicio y el castigo son el amor de Dios
Las palabras de Dios dicen: “¿Qué testimonio de Dios da el hombre en última instancia? El hombre testifica que Dios es el Dios justo, que Su carácter es la justicia, la ira, el castigo y el juicio; el hombre da testimonio del carácter justo de Dios. Dios usa Su juicio para perfeccionar al hombre; Él lo ha amado y lo ha salvado, pero ¿cuánto contiene Su amor? Hay juicio, majestad, ira y maldición. Aunque Dios maldijo al hombre en el pasado, no lo arrojó por completo al abismo, sino que usó ese medio para refinar su fe; no ejecutó al hombre, sino que actuó con la intención de perfeccionarlo. La sustancia de la carne es aquello que es de Satanás —Dios lo dijo de forma exacta— pero las acciones que Dios lleva a cabo no se completan de acuerdo con Sus palabras. Él te maldice para que puedas amarlo y para que puedas conocer la sustancia de la carne; te castiga con el propósito de que despiertes, para permitirte que conozcas las deficiencias que hay dentro de ti y para que conozcas la indignidad absoluta del hombre. Por tanto, las maldiciones de Dios, Su juicio y Su majestad e ira, todo ello es con el fin de perfeccionar al hombre. Todo lo que Dios hace en la actualidad y el carácter justo que hace evidente dentro de vosotros, todo es con el fin de perfeccionar al hombre. Tal es el amor de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Cuando la gente hablaba del amor de Dios, me acordaba de Su misericordia y compasión, de Su gracia y Sus bendiciones. Realmente no entendía que Su juicio y Su castigo son amor. Pero tras una experiencia práctica al respecto, logré cierta comprensión personal y descubrí que las palabras de Dios son la verdad y muy prácticas, y que el juicio y el castigo son el amor y la salvación de Dios para la humanidad.
Era responsable de la labor de riego, y en septiembre del año pasado me destituyeron por no hacer un trabajo práctico. El líder de la iglesia dispuso a la hermana Joyce para mi trabajo. Eso me hizo sentir algo que no sé expresar. Había supervisado anteriormente la labor de Joyce, y ahora ella iba a supervisar la mía. ¿Eso no me hacía parecer incompetente? Había pasado de mandar a ser una miembro normal del equipo de riego. ¿No sería humillante que se enteraran los hermanos y las hermanas que me conocían? Esta idea me hizo lamentar mucho no cumplir bien con el deber. Más adelante, en un debate de trabajo del equipo, todos estuvieron un buen rato callados. Pensé que, pese a no estar ya a cargo, tenía experiencia regando a los nuevos creyentes, por lo que debía asumir una carga y expresar mis opiniones. Así todos verían que aún desempeñaba un papel importante y podrían admirarme. Por ello, empecé a aportar activamente mis opiniones e ideas y, tras algunos debates, la mayoría coincidía con mi opinión. Como en casi todos los debates optábamos por mis ideas, creía que mis capacidades destacaban mucho en el equipo. No tenía el cargo de supervisora, pero, de todos modos, podía ocuparme de esa labor. Pensaba que los demás me admirarían y algún día me promoverían nuevamente. Luego comencé a hacer aportaciones más activas, y antes de las reuniones intentaba comprender cómo les estaba yendo a los nuevos fieles y buscaba palabras de Dios pertinentes. Llevaba mucho tiempo y energía, pero suponía que un buen trabajo demostraría mi capacidad, por lo que valía la pena pagar ese precio. Era proactiva en el deber, era capaz de descubrir algunos problemas en nuestro trabajo y los demás aceptaban las soluciones y sugerencias que yo ofrecía. A mi parecer, todos podían observar lo que me esforzaba, así que tal vez me promovieran cuando el líder revisara nuestra labor y viera cómo lo hacía. Sin embargo, pasó el tiempo y el líder no parecía tener intención de promoverme. Advertí que cada vez se unían más nuevos creyentes a la iglesia, así que hacía falta más gente para los puestos, pero no parecía que hubiera ánimo de promoverme a mí. Al ver esto, empecé a deprimirme un poco. Creía haber hecho algunos cambios y cumplir bastante bien con el deber. Ya que la iglesia andaba tan falta de personal, ¿por qué no me daba otra oportunidad? Tras una destitución, ¿nunca tendría otra oportunidad de estar al frente? No le encontraba lógica. No sabía por qué no se me recompensaba todo mi esfuerzo. ¿Qué me faltaba? Posteriormente pensé que no debía de esforzarme bastante o no trabajaba lo suficientemente bien, o que no lograba lo suficiente. Supuse que tenía que seguir esforzándome y no centrarme solamente en los logros en el deber, sino también en la entrada en la vida y la búsqueda de la verdad, para que los demás vieran mi progreso personal. Dios se apiadaría entonces de mí y me daría una oportunidad. Pensé que con una búsqueda “adecuada” se produciría un cambio algún día y que, aunque no me promovieran, podría destacar en el equipo y ganarme la admiración de los demás hermanos y hermanas. Así pues, me lancé a la labor de riego del equipo y, cuando tenían problemas los nuevos, los meditaba detenidamente para buscar palabras de Dios que enseñar. Cuando no entendía algo, oraba y buscaba fervientemente. Con el tiempo, cada vez me iba mejor regando a los nuevos fieles. Tiempo después, en una reunión, el líder del equipo dijo que yo había asumido una carga en el deber y que resolvía bien los problemas de los nuevos creyentes. Me sentí muy satisfecha de mí misma. Creía que todos empezarían a ver lo bien que lo hacía y que, si podía mejorar más mi desempeño, podría ganarme su admiración. Tendría posibilidades de ser promovida. Después de eso me lancé de veras al deber. Aparte de mis responsabilidades, asumí también todo el trabajo que pude del equipo y aportaba observaciones y ayuda al supervisor cuando descubría algún problema. Tampoco me relajé en la búsqueda de la verdad, sino que leía las palabras de Dios en los ratos libres. Cuando me sentía mal, me presentaba ante Él a orar y buscar y enseñaba activamente en las reuniones. Pero me decepcionó mucho que siguieran sin promoverme tras mucho tiempo esforzándome. Creía que, por más que me esforzara o por muy bien que lo hiciera, el líder nunca me promovería. Entonces, ¿qué sentido tenía todo? Después dejé de esforzarme tanto, y al ver que los nuevos no se reunían con regularidad, preguntaba despreocupadamente por ello sin consultar los pormenores ni ayudar. A veces, cuando Joyce me pedía que buscara palabras de Dios para ciertos problemas o deficiencias de los hermanos y las hermanas antes de las reuniones, no me parecía que fuera labor mía y nadie se percataría por muy bien que lo hiciera, así que lo evadía con alguna excusa. Empezó a deteriorarse mi estado y no sabía qué decir en oración. Leer las palabras de Dios no me aportaba esclarecimiento y a veces me daba sueño. Percibía una oscuridad real de espíritu y no sentía la obra del Espíritu Santo. Pronto descubrí que habían promovido a otros hermanos y hermanas, mientras yo aún era una humilde miembro del equipo de riego. Me desanimé todavía más. Me había esforzado tanto durante tanto tiempo, pero daba vueltas en círculos en el mismo lugar. Al parecer, no tenía esperanzas de promoción. Había creyentes iguales a mí que podían convertirse en supervisores y líderes de equipo, y los admiraban, pero a mí nunca me promovían. ¿Significaba eso mi fracaso como creyente? Me volví tan negativa que no conseguía motivarme para nada.
Más tarde, me preguntaba por qué estaba tan deprimida. ¿Por qué solo vivía por el estatus? ¿Había ido exclusivamente en pos de él en todos mis años de fe? ¿Cómo podía ser tan lamentable? ¿Por qué me obsesionaba tanto el estatus? Me detestaba enormemente. Me arrodillé ante Dios en oración para decirle: “Dios mío, quiero buscar la verdad en mi fe, devolverte Tu amor y cumplir con el deber de un ser creado. Pero ahora me atormenta mi deseo de estatus, lo que me entristece y me deprime. No quiero vivir así, pero no puedo evitarlo. Dios mío, te pido que me esclarezcas y que me salves para poder entender mi problema y resolverlo”. Después de orar leí este pasaje de las palabras de Dios: “Un anticristo tiene carácter y esencia de anticristo, y eso es lo que los distingue de una persona normal. Si bien no dicen nada de cara al exterior tras ser sustituidos, en su corazón se siguen resistiendo. No admiten sus errores y no son nunca capaces de conocerse realmente a sí mismos. Esto quedó demostrado hace mucho. Hay otra cosa acerca de un anticristo que nunca cambia: No importa dónde hagan las cosas, quieren destacar entre la multitud, ser mirados y admirados por los demás. Incluso si no tienen un puesto y un título legítimos como líder de la iglesia o de un equipo, siguen queriendo estar por encima de los demás en cuanto a posición y estatus. Independientemente de su capacidad de trabajo, de su humanidad o de su experiencia vital, inventarán métodos de todo tipo y harán todo lo posible para hallar oportunidades de alardear, para comprar los corazones de la gente, para ganarse a los demás, seducirlos y engañarlos, con el fin de obtener su admiración. ¿Qué admiración merece un anticristo? Aunque los hayan despedido, ‘un camello flaco sigue siendo más grande que un caballo’ y siguen siendo un águila que sobrevuela las gallinas. ¿No es esta la arrogancia y la santurronería del anticristo, y su excepcionalidad? No logran hacerse a la idea de no tener estatus, de ser creyentes normales, personas normales y corrientes. No pueden simplemente cumplir con su deber con los pies en la tierra y permanecer en su lugar, hacer un buen trabajo en su propio deber, dedicarse a él y hacerlo lo mejor posible. Estas cosas no les satisfacen en absoluto. No están dispuestos a ser esa clase de persona o a hacer esa clase de cosas. ¿Cuál es su gran ambición? Que los admiren y respeten, además de tener poder. Por eso, aunque no lleve un título particular unido a su nombre, un anticristo se esforzará, hablará y se justificará a sí mismo, hará todo lo que pueda para montar un espectáculo, por miedo a que nadie repare en él o le preste atención. Se abalanzarán sobre cualquier oportunidad de ser más conocidos, de aumentar su prestigio, de que más personas vean sus dones y fortalezas, que son superiores a los demás. Al hacer estas cosas, un anticristo está dispuesto a pagar cualquier precio para alardear y elogiarse a sí mismo, para hacer que todos piensen que, aunque ya no sea un líder y ya no tenga estatus, sigue siendo superior a la gente común. Un anticristo logra su objetivo de esta manera. No está dispuesto a ser una persona normal y corriente. Quiere poder y prestigio, ser exaltado” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12: Quieren echarse atrás cuando no hay ninguna posición ni esperanza de recibir bendiciones). Al leer las palabras de Dios, sentí como si Él estuviera justo ahí revelándome. Dios afirma que los que son como los anticristos quieren reputación, estatus, poder y la admiración ajena a toda costa. A fin de colmar esa loca ambición, los anticristos pagan cualquier precio para hacerse notar, enaltecerse y ganarse a la gente. Descubrí que mi búsqueda era justo como la de un anticristo. Dentro de mi fe quería tener estatus, ser líder o supervisora. Quería sobresalir del grupo y que me admiraran y respaldaran. Tras mi destitución no abordé mi deseo de ser supervisora. Participaba activamente en los debates de trabajo, presentaba sugerencias, y se lo comentaba al supervisor en cuanto descubría los problemas para que supiera que no solo los descubría, sino que también daba soluciones, que tenía una mente despierta. Entonces sería candidata a la promoción. Me esforzaba en el deber para que los demás hermanos y hermanas vieran que sabía hacer un trabajo práctico, y así tendría posibilidades de ser promovida. Era activa en el trabajo hasta cuando no se trataba de mi principal responsabilidad, dispuesta a dedicar gran parte de mi tiempo y mi energía, pues quería que todos vieran que llevaba una carga en el deber y podía ocuparme de mucho. Tampoco me relajaba en la búsqueda de la verdad, para que me dieran el visto bueno. Buscaba cualquier oportunidad de demostrar mis cualidades y lucirme. ¿No es esa la conducta de un anticristo denunciada por Dios?
Leí unas cuantas palabras de Dios que describen muy a fondo la esencia corrupta de los anticristos. Dios Todopoderoso dice: “Para un anticristo, si se ataca o quita su reputación o estatus es algo incluso más grave que intentar quitarles la vida. Da igual cuántos sermones escuchen o cuántas palabras de Dios lean, no sienten tristeza o arrepentimiento por no haber practicado nunca la verdad y haber tomado la senda del anticristo, ni por poseer la esencia naturaleza de un anticristo. Por el contrario, siempre se devanan los sesos buscando formas de ganar estatus y mejorar su reputación. Se puede decir que todo lo que hace un anticristo es para alardear ante los demás, y no lo hace delante de Dios. ¿Por qué lo digo? Porque estas personas están tan enamoradas del estatus que lo consideran como su propia vida, como su objetivo en la vida. Además, como aman tanto el estatus, nunca creen en la existencia de la verdad, e incluso puede decirse que no albergan en absoluto ninguna creencia en la existencia de Dios. Por tanto, da igual cómo calculen para obtener reputación y estatus y cómo traten de usar las falsas apariencias para engañar a la gente y a Dios, en lo más profundo de sus corazones no sienten ninguna consciencia o culpa, y mucho menos ansiedad alguna. En su búsqueda constante de reputación y estatus, también niegan con descaro lo que Dios ha hecho. ¿Por qué digo eso? En el fondo de su corazón, el anticristo cree: ‘La propia persona es la que obtiene toda la reputación y todo el estatus. La única manera de gozar de las bendiciones de Dios es logrando una posición firme entre las personas y obteniendo reputación y estatus. La vida solo tiene valor cuando la gente logra poder absoluto y estatus. Solo eso es vivir como un ser humano. En contraste, sería inútil vivir de una manera en la que se someta a la soberanía y las disposiciones de Dios en todo, que se pusiera voluntariamente en la posición de un ser creado, y que viviera como una persona normal, como se dice en la palabra de Dios. Nadie admiraría a una persona así. El estatus, la reputación y la felicidad de una persona deben ser ganados a través de sus propias luchas, se debe luchar por ellos y acometerlos con una actitud positiva y proactiva. Nadie más te los va a dar, esperar de manera pasiva solo puede llevar al fracaso’. […] Los anticristos creen firmemente en sus corazones que solo con reputación y estatus tienen dignidad y son seres creados genuinos, y que solo con estatus se les recompensará y coronará, serán aptos para tener la aprobación de Dios, ganarlo todo y ser personas auténticas. ¿Cómo ven los anticristos el estatus? Lo ven como la verdad, lo consideran el objetivo más elevado que la gente debe buscar. ¿No es eso un problema? La gente que se puede obsesionar con el estatus de esta manera son auténticos anticristos. Son del mismo tipo de personas que Pablo. Creen que la búsqueda de la verdad, la búsqueda de la obediencia a Dios, y la búsqueda de la honestidad son todas procesos, que guían a uno al estatus más alto posible; son meros procesos, no el objetivo y el estándar de ser humano, y se hacen enteramente para que Dios los vea. Esta concepción es absurda y ridícula. Solo los absurdos que detestan la verdad pueden concebir una idea tan ridícula” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Me resultó muy doloroso leer este pasaje de las palabras de Dios. Parecía que Dios hubiera sacado a la luz todo lo que ocultaba en mi interior. Sentía que no podía esconderme. Me puse a hacer introspección, y cuanta más hacía, más me parecía que tenía la mentalidad de un anticristo. Todas mis palabras y acciones se centraban en el estatus y todo lo hacía para recibir admiración. Para mí, el estatus era más importante que nada. Antes de recibir la fe, siempre quería sobresalir de la multitud y me encantaba ganarme el respaldo y la aprobación ajenos. Cuando recibí la fe, no dejé de ir en pos de los puestos de líder para que me admiraran y desempeñar un papel importante en la iglesia. Tras mi destitución, no lamenté mis transgresiones del pasado y no pensaba en cómo arrepentirme realmente y cumplir bien con el deber para saldar mi deuda con Dios. En cambio, utilicé la oportunidad de cumplir un deber como una chance para lucirme. Me lancé al deber y me esforcé por recuperar un papel de importancia. Al no conseguirlo tras cierto esfuerzo, me desanimé. Sentía que nadie lo notaba, por mucho que me esforzara en el deber, por muy bien que lo hiciera en él. Creía que mis esfuerzos eran inútiles. Al no conseguir estatus, perdí el empuje para cumplir bien con el deber. Llegué a malinterpretar y culpar a Dios, con quien razonaba y a quien me resistía. Me dejé llevar por las ideas de la reputación y el estatus. Había perdido la conciencia y razón propias de un ser creado. Me aboqué a conseguir estatus y no me conformaba con ser una miembro normal del equipo. Era malvada y desvergonzada como un anticristo, totalmente irracional. Me ayudaron mucho estas palabras de Dios: “Creen que la búsqueda de la verdad, la búsqueda de la obediencia a Dios, y la búsqueda de la honestidad son todas procesos, que guían a uno al estatus más alto posible; son meros procesos, no el objetivo y el estándar de ser humano, y se hacen enteramente para que Dios los vea”. Esto me sentó realmente como una bofetada. La búsqueda y práctica de la verdad es una cosa positiva y nuestro deber como personas. Debemos buscar la verdad en la vida y vivir según las palabras de Dios. Sin embargo, yo utilizaba la búsqueda y práctica de la verdad como moneda de cambio del estatus personal. Dios nunca daría el visto bueno a una motivación tan vil en mi deber. Las palabras de Dios me enseñaron lo equivocado de mi perspectiva de las cosas. Creía que mi vida solo podría tener valor si tenía estatus y poder, si me respetaban y era conocida y admirada. Sin estatus como creyente, ser una seguidora normal era una forma lamentable de vivir y un fracaso. ¡Qué mentalidad más descabellada! Dios nos exige que seamos seres creados aptos, que estemos en nuestro sitio, nos sometamos obedientes a Su soberanía y disposiciones y que ejerzamos las responsabilidades de un ser creado. Pero yo no quería permanecer en mi sitio, sino ser una persona grande en un trabajo importante, tener una posición elevada y, así, recibir más admiración. Eso es un carácter satánico. De hecho, en la labor de riego, por muy alto que fuera el precio que pagara o lo importante del papel que desempeñara, solo era el deber que me correspondía cumplir. Era mi responsabilidad, pero quería lucirme para lograr cierto estatus. Cuando mis ambiciones descabelladas no se concretaron, perdí interés por el deber. Confundí la ambición con la devoción por Dios. Esa supuesta devoción era deshonesta y una transacción. ¿Qué tenía de práctica de la verdad y cumplimiento del deber? Trataba de utilizar y engañar a Dios e iba justo por la senda de un anticristo. Dios es justo y santo y examina nuestro corazón y nuestra mente. Iba de cabeza por la senda equivocada. ¿Cómo iba a recibir la obra del Espíritu Santo? Mi estado se deterioraba y estaba en tinieblas. Así me apartaba y me castigaba Dios. Descubrí entonces lo aterrador que es realmente buscar la reputación y el estatus. No me conocía ni sabía si podría hacer un trabajo práctico. No dejaba de ir en pos del estatus, a la espera de una promoción. Había perdido la humanidad y razón adecuadas y no me conocía a mí misma. Recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Todos reconoceréis un día que la fama y la ganancia son grilletes monstruosos que Satanás usa para atar al hombre. Cuando llegue ese día, te resistirás por completo al control de Satanás y a los grilletes que Satanás usa para atarte. Cuando llegue el momento en que desees deshacerte de todas las cosas que Satanás ha inculcado en ti, romperás definitivamente con Satanás y detestarás verdaderamente todo lo que él te ha traído. Sólo entonces la humanidad sentirá verdadero amor y anhelo por Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Las palabras de Dios son una gran verdad. Iba sin cesar en pos del estatus mientras Satanás jugaba conmigo y me atormentaba. Había perdido la guía del Espíritu Santo y vivía en tinieblas. Ese deseo mío me estaba destruyendo realmente. No pude contener las lágrimas y detesté lo obstinada e inflexible que era. Durante toda aquella época había perseguido la reputación y el estatus, yendo por la senda de un anticristo. Sin embargo, Dios siguió usando Sus palabras para advertirme y delatarme, para que detectara el problema de mi búsqueda y me echara atrás. Sin embargo, no lo comprendí. Malinterpreté a Dios y lo culpé, fui negativa y contraria a Él. Era tremendamente irracional. Al darme cuenta, me abrumó la culpa y oré así: “Dios mío, ya no quiero buscar la reputación y el estatus, sino la verdad para corregir mi corrupción, y arrepentirme de veras. Te ruego que me esclarezcas y me guíes, que me muestres el camino”.
Posteriormente, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho. Tú siempre buscas la grandeza, la nobleza y el estatus; siempre buscas la exaltación. ¿Cómo se siente Dios cuando ve esto? Lo detesta y se distanciará de ti. Cuanto más busques cosas como la grandeza, la nobleza y la superioridad sobre los demás; ser distinguido, destacado y notable, más repugnante serás para Dios. Si no reflexionas sobre ti mismo y te arrepientes, entonces Dios te despreciará y te abandonará. Evita convertirte en alguien a quien Dios encuentra repugnante, de ser una persona a la que Dios ama. Entonces, ¿cómo se puede alcanzar el amor de Dios? Aceptando la verdad en obediencia, colocándote en la posición de un ser creado, actuando con los pies en el suelo por las palabras de Dios, cumpliendo correctamente con el deber, siendo una persona honesta y viviendo con una semejanza humana. Con eso es suficiente; Dios estará satisfecho. La gente debe asegurarse de no tener ambiciones ni sueños vanos, no buscar la fama, la ganancia y el estatus ni destacar entre la multitud. Es más, no deben intentar ser una persona con grandeza o sobrehumana, superior entre los hombres y haciendo que los demás la adoren. Ese es el deseo de la humanidad corrupta, y es la senda de Satanás; Dios no salva a tales personas. Si las personas buscan sin cesar la fama, la ganancia y el estatus sin arrepentirse, entonces no existe cura para ellas, y solo hay un desenlace posible: ser descartadas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Con las palabras de Dios entendí que Él no quiere que seamos famosos, grandiosos ni elevados. Espera que podamos ser sensatos, cumplamos con el deber y tan solo nos sometamos a sus disposiciones. Pero yo no cumplía lealmente con el deber. No me conformaba con ser una persona normal. Únicamente quería un puesto superior y sobresalir. Era muy arrogante. Dios es el Creador, es muy grande y honorable. Se ha hecho carne personalmente para venir a la tierra a expresar la verdad, pero nunca presume. En cambio, realiza, muy discreto, Su obra para salvar a la humanidad. Dios es muy humilde y oculto y sumamente hermoso. Sentí una gran vergüenza cuando reflexioné sobre esto y decidí renunciar a la carne y practicar la verdad definitivamente.
Después me lancé sin reservas al deber y pensaba mucho en cómo regar a los nuevos creyentes. Me olvidé del estatus, y estaba contenta siendo una persona normal y cumpliendo con el deber lo mejor que podía. Poner esto en práctica me dio muchísima tranquilidad. Cuando me volqué en ello, Dios me dio esclarecimiento y una senda en mi trabajo de riego. Para cuando quise darme cuenta, me iba mejor en el deber. Recuerdo que una vez que teníamos una reunión de nuevos creyentes, la hermana nueva del equipo de riego no estaba familiarizada con ellos y no sabía cómo abordarlos. Sabía que tenía que ayudar, pero pensé que el trabajo previo de contactar con la gente era realmente banal. ¿No me rebajaría si me ofrecía a hacerlo? Entendí entonces que me equivocaba, que los deberes no difieren en importancia y comunicarse también es un deber. Entonces, ¿por qué no podía hacerlo? Me ofrecí a ayudar para contactar con los hermanos y las hermanas. Al hacerlo, comprendí que, en todo deber, mientras seas capaz de aceptar el escrutinio de Dios, tengas la intención correcta y lo hagas de corazón, te sentirás a gusto, en paz. A veces, cuando los hermanos y las hermanas preguntaban por los pormenores de la labor de riego y el supervisor estaba demasiado ocupado para responder sus preguntas, yo hacía todo lo posible for hablar con ellos y resolver las cosas. No pensaba en si me iban a admirar y si mejoraría mi estatus, sino que quería trabajar bien con todos los demás y cumplir correctamente con el deber. Tras dejar de lado mis salvajes ambciones y practicar según las palabras de Dios, todo cambió en el deber. Sentía más responsabilidad, descubría más problemas y mi estado fue mejorando. También me sentí más alegre y cómoda, y me pareció que comportarme así era realmente bueno. Comprendí que las palabras de Dios son de veras la verdad y que son capaces de cambiar y purificar a las personas. El hecho de conducirme y hacer las cosas de acuerdo con la palabra de Dios y la verdad y de obedecer las disposiciones del Creador es la base de mi vida como ser creado. De ahora en adelante, independientemente de que tenga o no estatus, y sin importar dónde me coloque Dios, estoy dispuesta a ponerme a merced de Dios y a cumplir honestamente mi deber como ser creado.
Siempre iba sin descanso en pos de la reputación y el estatus, lo que me dejaba mortificada y exhausta. Sin el juicio y las revelaciones de las palabras de Dios, no habría descubierto lo a fondo que me corrompía Satanás ni cuánto me importaba el estatus. Habría seguido peleando por esas cosas, mientras Satanás jugaba conmigo, y sin semejanza humana. Gracias a esto, he sentido de veras que el juicio y castigo de Dios son Su mejor protección y salvación y son Su amor. Como dice Dios: “En su vida, si el hombre quiere ser limpiado y lograr cambios en su carácter, si quiere vivir una vida que tenga sentido y cumplir su deber como criatura, entonces debe aceptar el castigo y el juicio de Dios, y no debe dejar que se aparten de él la disciplina de Dios ni Sus azotes, para que se pueda liberar de la manipulación y la influencia de Satanás y pueda vivir en la luz de Dios. Sabe que el castigo y el juicio de Dios son la luz, y la luz de la salvación del hombre, y que no hay mejor bendición, gracia o protección para el hombre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio).
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