Apoyarse en Dios para vencer a Satanás
A eso de las 5:00 de la mañana del 2 de julio de 2009, salía para una reunión, y, de pronto, de un sedán negro estacionado en la acera, salieron cuatro policías. Uno de ellos tenía una foto mía y gritó mi nombre, y todos entraron directamente. Un agente sujetaba a mi esposo mientras los demás registraban y dejaban la casa hecha un desastre. Les pregunté por qué hacían eso. Uno me empujó bruscamente, y dijo: “Te han denunciado por creer en Dios”. Dije: “La fe es correcta y estoy en la senda correcta. ¿Qué ley he violado?”. Sacaron un libro de las palabras de Dios que habían hallado y ladraron: “Tu fe es ilegal, esto es una prueba para tu arresto”. Me cogieron del brazo y me obligaron a subir al coche. De camino a la comisaría, pensaba en que no sabía qué tipo de tortura me esperaba en manos de la policía. Tenía miedo y oraba a Dios sin parar. Decía: “Dios, no importa cómo me torturen, protégeme y guíame. No te traicionaré ni seré una Judas”. Después de orar, no tuve miedo.
Cuando llegamos, los policías me llevaron a una sala, me tiraron al suelo y me golpearon y patearon. Uno dijo: “Si no nos dices lo que sabes, será tu fin. Verás de qué estoy hecho”. Tomó un mechón de mi pelo y me golpeó en la cabeza y en la cara con fuerza, hasta que me maree y me sangraban la boca y la nariz. Después, me agarró del pelo con fuerza y empezó a darme bofetadas, hasta que se cansó, y me volvió a tirar al suelo. Luego, entró un hombre que dijo ser el jefe de Seguridad Pública, se sentó a mi lado, me tocó el hombro y me dijo: “Eres muy testaruda. Piensa en el futuro de tu hijo y de tu familia. ¿Sabes por qué no llevamos un coche oficial a tu casa hoy? Para proteger a tu familia y traerte en silencio sin que nadie se entere. Dinos lo que queremos saber y te devolveremos a casa enseguida. Y podrás seguir con tu vida. ¡Cuéntanoslo! ¿Dónde guarda el dinero tu iglesia? ¿Quién es el líder? ¿Quién te convirtió?”. Vi que era un truco de Satanás y pensé en las palabras de Dios: “Debéis estar despiertos y esperando en todo momento, y debéis orar más delante de Mí. Debéis reconocer las diversas tramas y argucias engañosas de Satanás, reconocer los espíritus, conocer a la gente y ser capaces de discernir todo tipo de personas, sucesos y cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 17). Las palabras de Dios me recordaron que el policía era amable solo para obtener información sobre la iglesia, y me tentaba a traicionar a Dios. No podía dejar que me engañara. Esa tarde, me interrogó una y otra vez durante más de dos horas, pero, al ver que me negaba a hablar, se detuvo de repente, con una mirada atemorizante, me golpeó muy fuerte un par de veces, y me dejó la cara muy escocida. Otro agente sostenía un cuchillo muy brillante de entre 30 y 45 centímetros, y, mirándome, caminaba en círculos sin decir nada. Ver esto me daba mucho miedo, tenía el corazón en la garganta. Si me acuchillaba con eso, yo no sobreviviría. Oré y clamé a Dios sin parar, y se me ocurrió algo que dijo Dios. Dios dice: “Aquellos en el poder pueden parecer despiadados desde fuera, pero no tengáis miedo, ya que esto es porque tenéis poca fe. Siempre y cuando vuestra fe crezca, nada será demasiado difícil” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 75). Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza. A pesar de su brutalidad, la policía está en manos de Dios, al igual que mi vida. No me pueden hacer nada sin el permiso de Dios. Debía permanecer firme en el testimonio, y no traicionar a Dios ni ser una Judas aunque muriera. Después de eso, me sentí mejor. Como no decía nada, el agente apretó los dientes, enojado, clavó el cuchillo en la mesa y me miró mientras salía.
El jefe de Seguridad Pública siguió interrogándome al día siguiente, y, cuando me mantuve en silencio, me gritó: “Si no hablas, te llevaremos a un lugar que te abrirá la boca”. Me llevaron junto a otros tres detenidos a la Oficina de Seguridad Pública y, luego, a un centro de detención. Esa noche, otra reclusa me dijo algo. Cuando el agente lo vio por la cámara de seguridad, me llamó a una sala de interrogatorios y me preguntó si había estado evangelizando. Le dije que no. Me golpeó en la sien, noqueándome de inmediato. Sentí que el mundo daba vueltas y veía estrellas. Dolía mucho. Después, otras personas empezaron a golpearme durante más de media hora, me sangraban la nariz y la boca, y no podía moverme. Estaba muy enfadada, y pensé en las palabras de Dios: “¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado! […] ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar al pueblo de Dios? ¿Por qué usar la fuerza para reprimir la venida de Dios? ¿Por qué no permitir que Dios vague libremente por la tierra que creó? ¿Por qué acosar a Dios hasta que no tenga donde reposar Su cabeza? ¿Dónde está la calidez entre los hombres? ¿Dónde está la acogida entre la gente?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). En teoría el PCCh garantiza la libertad de credo, pero son puras mentiras. Ni siquiera tenía derecho a hablar debido a mi fe. Seguir a Dios es lo correcto, es lo más natural. Gozan de todo lo que Dios ha creado, pero trabajan contra Dios desvergonzadamente y arrestan a los creyentes, imaginando que pueden destruir Su obra. ¡Son un grupo de demonios anti-Dios! Esto me hizo detestar al Partido Comunista.
La tarde del 4 de julio, dos agentes me esposaron, me encadenaron, me vendaron los ojos y me subieron a un coche. Les pregunté a dónde me llevaban, y uno dijo, agresivamente: “A que te entierren viva”. Tenía mucho miedo, por lo que oré a Dios en mi corazón: “Dios, por favor, dame fe y coraje para que no te traicione ni sea una Judas, aunque muera”. Luego, recordé este versículo de la Biblia: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Esto me dio algo de fe y fuerza. Todo está en manos de Dios, podrían matar mi carne, pero no mi alma. Después de eso, ya no sentí tanto miedo. Cuando el coche se detuvo, un agente cogió las cadenas de mis tobillos y me tiró al suelo de cemento. Me golpeé en la cabeza y me empezó a zumbar, todo se puso negro. No sé cuánto tiempo estuve desmayada. Pero oí que alguien hablaba otra vez, y cuando abrí los ojos, estaba en el suelo empapada de agua. Recordé vagamente que me arrojaban agua para despertarme. Al haberme recuperado, me arrastraron a una sala de interrogatorios y me sentaron en una silla de hierro, donde me ataron de las muñecas y los tobillos. Cinco o seis de ellos, con los dientes apretados, me dieron otra ronda de golpes y patadas mientras decían: “Esta es una sala secreta. Podemos matar a los creyentes en Dios Todopoderoso sin que nadie se entere. ¡Podemos matarte!”. Me sangraban la nariz y la boca sin parar, me sentía dolorida e inerte. Uno de ellos empezó el interrogatorio: “¿Dónde está el dinero? ¿Quién es el líder? ¿Quién te convirtió? ¡Te despellejaremos viva si no hablas!”. Respondí: “No sé nada”. Furioso, empezó a pegarme puñetazos en la cabeza y en la cara. Me desmayé en la silla. Otro me agarró un mechón y me arrojó agua, y una mezcla de agua y sangre empezó a caer de mi cabeza. Estaba mareada y sentía que iba a morir. Oraba y clamaba a Dios, y luego pensé esto: Dios dice: “No hay nada que temer. Los Satanás están bajo nuestros pies” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). Mi vida estaba en manos de Dios, Satanás jamás puede superar la autoridad de Dios. Este pensamiento me dio fe. Después de eso, cuando me golpeaban, no me dolía tanto. Sentí que estaba envuelta en una bola de algodón. Sabía que eso era que Dios me estaba cuidando, y sentí mucha gratitud hacia Él.
Después, 10 oficiales se dividieron en pares para interrogarme por turnos, no me dejaban dormir en todo el día, ni comer. En cuanto cerraba los ojos, me pegaban. Algunos se apoyaban contra mi cara y me decían cosas sucias para humillarme. Uno dijo: “Déjame quitarte la ropa y ver si tienes una linda figura”. Furiosa porque dijera algo tan nauseabundo, me giré hacia él y le escupí. Eran una manada de brutos. Otro dijo: “Como sigas callada, te desnudaremos y te pasearemos para que mueras de vergüenza”. Estaba enfadada y asustada, y nunca dejé de orar a Dios en mi corazón, pidiéndole Su protección. Al ver que me negaba a hablar, me atacaron entre seis hasta que se me inflamó la cara y se me llenó de moretones. Algunas palas estaban torcidas y sangraban. Uno estaba a punto de caerse. Me quemaban los brazos con cigarrillos. Sentía un constante e intenso dolor Me golpearon en la cara muy fuerte con un matamoscas, y cuando se salió la parte de arriba, siguieron con el mango. Tenía la cara ensangrentada. Dos de ellos me agarraron del pelo y me tiraron la cabeza hacia atrás, me obligaron a abrir la boca y me tiraron agua durante más de 10 minutos, dejándome jadeando. Sentía que se iban a salir los ojos de la cabeza, y gritaba todo el tiempo. Clamaba a Dios en mi corazón: “Dios, no puedo soportarlo más. Por favor, dame fe y fuerza, sálvame”. Luego recordé un pasaje de las palabras de Dios: Dios dice: “No tengas miedo; con Mi apoyo, ¿quién podría bloquear el camino? ¡Recuerda esto! ¡No lo olvides! Todo lo que ocurre es por Mi buena intención y todo está bajo Mi observación. ¿Puedes seguir Mi palabra en todo lo que dices y haces? Cuando las pruebas de fuego vengan sobre ti, ¿te arrodillarás y clamarás? ¿O te acobardarás, incapaz de seguir adelante?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). Pensar esto restauró mi fe y mi fuerza. Dios era mi pilar, mi fuerza de reserva. Nunca podría haber sobrellevado sola su tortura, pero pude con la ayuda de Dios. Me atormentaron varias horas más. Uno de ellos dijo: “Otros duran tres días como mucho en esta silla antes de empezar a hablar. No has abierto la boca en cinco días y noches. Veamos qué es más fuerte: tu boca o mi puño”. Empezó a golpearme en la cabeza y en la boca hasta que perdí la visión y veía estrellas. Como no me habían dejado dormir ni comer durante cinco días, tenía mucha fiebre, escalofríos, y titiritaba. Cuando me vieron así, encendieron el aire acondicionado a propósito. Pronto perdí toda sensación, y me pregunté si moriría congelada. Y recordé algo de las palabras de Dios. Dios dice: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Mi destino estaba en manos de Dios, Él tenía la última palabra. Había caído en las manos de Satanás y no planeaba salir viva de allí. No tenía requisitos, pero iba a someterme al gobierno de Dios y mantenerme firme en el testimonio aunque implicara la muerte. Poco a poco recuperé la sensibilidad en las manos y los pies, y reiniciaron su brutal interrogatorio. Un agente mayor de 30 años me golpeó tres veces en la cabeza y dijo: “Te mataremos a golpes si no hablas, te enterraremos atrás y nadie lo sabrá. A nadie le importáis. Nadie os defiende”. Incluso se rio y dijo: “¿Crees en Dios Todopoderoso? ¿Por qué no te salva Él? ¿Dónde está tu Dios?”. Me quedé en silencio, pero pensaba lo fácil que sería para Él. Podía hacerlo con un simple pensamiento, pero Él no obraba así. Dios permitía eso. Para ayudarme a ganar discernimiento y ver que la policía puede parecer recta desde afuera, pero ¡son demonios con forma humana! Jamás traicionaría a Dios.
La policía me sacó de la silla en la mañana del octavo día. Me paré débilmente, todo se puso negro, me caí, con un zumbido en la cabeza. No sé cuánto pasó antes de que despertara. Dos agentes me llevaron a un centro de detención. Al salir del coche, tenía la pierna y el pie izquierdos muy inflamados. Aún tenía los grilletes de casi 5 kilos en los pies. Me dolía cada movimiento que hacía. Un agente se quejó de que caminara lento y me pateó. Me levanté y empecé a avanzar, paso a paso, apoyándome en la pared. Llegué a la celda con mucho esfuerzo. Algunas reclusas incluso lloraron al verme y dijeron: “¿Cómo pueden ser tan crueles?”. Tenía la nariz lastimada, la cara inflamada, y casi no podía abrir los ojos. Tenía la boca tan hinchada que podía verla, y tenías las palas torcidas. Mi pierna izquierda estaba tan hinchada que no podía desnudarme para usar el baño. Me orinaba en los pantalones. Mi pie izquierdo estaba tan hinchado que no me podía calzar, y tenía una hernia lumbar. Unos días después, los policías me llevaron al hospital porque estaba grave y temían que los hicieran responsables. El médico me examinó y me dijo que tenía una arteria rota en la pierna que pronto llegaría a los pulmones. Si no me operaban, sería tarde. Pero los agentes exigieron que me recetaran medicamentos para el centro de detención, me subieron al coche y me llevaron de vuelta. De vuelta en el centro de detención, me acosté en el suelo. Al cabo de un par de días de medicación empeoré. La inflamación del pie y la pierna se agravó, y también tenía el abdomen inflamado. Las reclusas no soportaban verlo y decían: “Esas personas son brutales, no tienen corazón. Te acusaron de ser ‘antisocial’, pero ellos sí que son antisociales”. Mi condición empeoraba cada vez más, tenía un dolor tremendo. El médico había dicho que avanzaría rápido si no recibía tratamiento, y que podía morir en cualquier momento. Sentí algo de debilidad y pensé: “¿De verdad van a torturarme hasta matarme?”. Luego recordé esto: Dios dice: “¡Dios Todopoderoso es un médico omnipotente! Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero vivir en el espíritu es estar sano. Mientras tengas aliento, Dios no te dejará morir” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Mi vida estaba en manos de Dios, y no moriría si Dios no lo permitía. Si lo permitía, estaba dispuesta a someterme y darle testimonio.
Un par de semanas después, me liberaron por temor a hacerlos responsables de mi muerte. Dos de ellos me llevaron a la entrada en camilla y dijeron: “Te liberamos temporalmente para que recibas tratamiento médico”. Mi familia vino a buscarme, y cuando me vieron me abrazaron y lloraron, y les dijeron a los policías: “¿Le hicieron esto solo porque cree en Dios? Matones, incluso nos extorsionaron por 20 000 yuanes para liberarla”. Mi familia me llevó al hospital y salieron los mismos resultados. Tenía un aneurisma en la pierna izquierda, y el médico dijo que debería haber ido antes, que estaría en peligro si no me operaban. Pero la cirugía era demasiado costosa, por lo que mi única opción era la terapia tradicional. Fuimos a hospitales diferentes, pero todos dijeron que era demasiado grave para aceptarme. Mi familia terminó moviendo algunos contactos y encontró un hospital que me aceptó a regañadientes. Pasé dos fases de tratamiento, y la hinchazón de mi pierna y mi abdomen se redujo mucho, y pude levantarme y caminar lentamente. El médico me felicitó y dijo: “Es un milagro que hayas mejorado tan pronto y sin cirugía”. Mejoré después de un mes de tratamiento en el hospital, pero algunos síntomas persistieron. Aún tenía entumecimientos y escalofríos en la pierna izquierda, me mareaba y tenía un zumbido en la cabeza. Tenía varios dientes sueltos, y tuve que sustituirlos por implantes. Tengo el lumbar fracturado, por lo que no puedo hacer trabajo físico. Me veo bien por fuera, pero estoy casi incapacitada.
Que me arrestaran y persiguieran me dio discernimiento sobre la naturaleza malvada y anti-Dios del Partido, son demonios que luchan contra la justicia, adoran el mal y devoran las almas de las personas. Pero, a pesar de la maldad del gran dragón rojo, solo es un peón en las manos de Dios, es usado para servir a Dios. Todo esto me ayudó a ganar comprensión y discernimiento. También me permitió experimentar y comprender los actos omnipotentes de Dios. Mientras me golpeaban, las palabras de Dios me dieron fe y fuerza, me guiaron para vencer a Satanás y permitieron mi milagrosa supervivencia. Dios me dio una segunda oportunidad en la vida, estoy muy agradecida por Su amor. Durante la horrenda tortura del gran dragón rojo, sufrí físicamente, pero no me siento débil, estoy aún más resuelta a seguir a Dios. Asumí otro deber un par de meses después de salir del hospital y decidí abandonar al gran dragón rojo y cumplir mi deber para retribuir el amor de Dios.