Así aprendí a dar testimonio de Dios
En junio del año pasado me eligieron diaconisa de riego y me encargaron regar a los que acababan de aceptar la obra de Dios de los últimos días. Para mí, pensé: “Debo cumplir bien con mi deber y retribuir Su amor”. Al principio tenía muchas dificultades con el trabajo. Algunos hermanos y hermanas estaban ocupados en su empleo y no iban habitualmente a reuniones, otros se dejaron engañar por las calumnias del PCCh y de los círculos religiosos y eran reacios a asistir a ellas, y otros más estaban negativos y débiles por los obstáculos familiares y no podían cumplir con el deber. Sentía mucha presión al pensar en estas cosas. Para regar bien a estos hermanos y hermanas, de modo que comprendieran la verdad y se enraizaran en el camino verdadero, había mucho trabajo que hacer. En esa época oraba a Dios, me amparaba en Él y buscaba la verdad para resolver sus problemas y dificultades. Pasado un tiempo, la mayoría asistía normalmente a las reuniones y algunos aprendieron el sentido de cumplir con el deber, por lo que asumían los deberes lo mejor que podían. Ante estos resultados, estaba encantada, no podía evitar valorarme, pensaba: “Se me debe de dar bien este trabajo. ¿Cómo, si no, podría conseguir unos resultados tan buenos?”. Después, cuando los hermanos y las hermanas hablaban de los problemas y las dificultades que encontraban en el deber, me ponía a presumir sin querer de que yo era mejor y tenía más experiencia que ellos.
Una vez, en una reunión con unas hermanas que acababan de empezar a regar a los recién llegados, comentaron que unos nuevos fieles veían la represión y las detenciones frenéticas del PCCh y se sentían negativos, débiles, acobardados y asustados. Estas hermanas no sabían cómo enseñarles a resolver esto. Pensé que, como hacía poco que había resuelto estos problemas y había conseguido algunos resultados, esta era una buena ocasión para contarles cómo enseñaba la verdad para resolver estas cosas y para demostrarles que yo era la que comprendía la verdad y era la obrera capaz. Así pues, confiada, señalé: “Hace poco regué a unos hermanos y hermanas que se hallaban en el mismo estado. Estaba muy preocupada entonces, por lo que, para regarlos bien, celebré muchas reuniones con ellos, les leía la palabra de Dios y les enseñaba la verdad centrada en su estado. Tenía que recorrer más de 50 km, ida y vuelta, en bici. Tras regarlos durante un tiempo, adquirieron cierto conocimiento de la obra, la omnipotencia y la sabiduría de Dios, entendieron la importancia de que Dios utilice al gran dragón rojo como contraste en Su obra y ganaron confianza en Dios. Ya no se sentían cohibidos por la persecución del PCCh y hasta querían difundir el evangelio en testimonio de la obra de Dios…”. Mientras hablaba, las hermanas me observaban como embelesadas. Tuve una sensación de plenitud y sentía más energía conforme hablaba. Cuando acabé mi enseñanza, una hermana me dijo, emocionada: “Con toda tu experiencia, ves los problemas con nitidez. Yo estaría toda confundida”. Otra hermana, con envidia: “Es muy fácil para ti resolver estos problemas. Si tienes alguna otra experiencia buena, por favor, háblanos de ella para que aprendamos de ti”. Estaba encantada con sus halagos. Aunque decía que los resultados de mi trabajo se debían solo a la guía de Dios, no a mi esfuerzo, dentro de mí sentía que era yo la que había sufrido y pagado un precio por ellos. En una reunión, una hermana se sentía negativa porque no conseguía buenos resultados a la hora de regar a los recién llegados, y habló de muchas dificultades. Pensé: “Si yo hablo de que tengo estas mismas dificultades y carencias, ¿no pensarán mal de mí? Como responsable de su trabajo, le contaré a ella mis experiencias de éxito y le mostraré cómo enseñaba la verdad para resolver problemas cuando afrontaba diversas dificultades. Así puedo resolver los de ella y hacer que los demás me tengan en más estima”. Cuando lo pensé, evité hablar de mis puntos débiles y carencias y, por el contrario, alardeé de mi eficacia en mi deber para con ellos. Dije: “Durante este tiempo regué y apoyé a cinco hermanos y hermanas. No asistían a las reuniones con regularidad; unos porque tenían muchas nociones religiosas, otros porque ansiaban dinero y otros más porque estaban débiles y negativos por problemas en casa. Me dirigí a ellos uno por uno, superé algunas dificultades, busqué mucho la palabra de Dios y le enseñé a cada uno a resolver estos problemas hasta que comprendieron la verdad, renunciaron a sus nociones, fueron habitualmente a las reuniones y asumieron deberes con gusto. Había un hermano, un profesional con talento, que rara vez venía a las reuniones porque perseguía el estatus y la fama mundanos. Tuve muchas dificultades mientras le daba apoyo, pero me amparé en Dios, le leí Su palabra y le enseñé Su voluntad. Tras escucharme, este hermano entendió el valor que tiene para los creyentes en Dios buscar la verdad, fue capaz de descubrir el vacío de perseguir la reputación y el estatus y quiso buscar la verdad y cumplir con el deber”. Después de hablar, vi el gesto de admiración e idolatría de mis hermanas y se apresuraron a anotar los pasajes de la palabra de Dios que había enseñado. Una hermana dijo, emocionada: “Con la verdad, resolviste sus problemas, para que pudieran entender la voluntad de Dios, y están dispuestas a seguirlo y a cumplir con el deber. No sabrías hacer eso si no tuvieras las realidades verdad”. Otra hermana, admirada, comentó: “Si yo afrontara estos problemas, no sabría resolverlos. Como tú tienes más experiencia, se te da mejor que a nosotros resolver estos asuntos”. Fue entonces que percibí que algo no andaba bien. ¿No me estaban adorando a mí? Tras mi enseñanza, una hermana se sentía algo negativa porque creía tener poca aptitud y que no sabía resolver con la verdad los problemas de los nuevos fieles. Pensé: “¿Estoy hablando demasiado de mi experiencia de éxito? ¿Estoy haciendo que crean que los problemas con los que me topo me resultan sencillos y fáciles de resolver, y haciendo que me tengan en gran estima? Los que admiran y los que son admirados recibirán desgracias; ¿realmente es apropiado enseñar de esta manera?”. Sin embargo, luego reflexioné: “Les estoy contando mi experiencia práctica, así que eso debería estar bien”. En ese momento no seguí haciendo introspección y aquello se pasó. Más adelante quedé con dos hermanas de riego para preguntarles por su trabajo. En cuanto llegué, una dijo, emocionada: “Menos mal que has llegado. Aquí tenemos algunos hermanos y hermanas con problemas que no sabemos resolver. Por favor, háblanos al respecto”. Su mirada expectante me emocionó y preocupó por igual. Me emocionó porque me admiraba, pero me preocupó porque me preguntaba si me idolatraba porque siempre hablaba de cómo conseguía resultados en mi trabajo. Lo siguiente que pensé fue: “Siempre les hablo de mis éxitos para ofrecerles una senda de práctica para cumplir con su deber, que consiste en comunicar la verdad para resolver problemas. Además, solamente hablo de mis experiencias reales, no exagero”. Así pues, continué igual que antes, hablando de mi experiencia de éxito. Reaccionaron con admiración y envidia y yo estaba encantada.
Después, en todas las reuniones hablaba de cómo sufría y pagaba un precio en el deber, de cómo enseñaba la verdad para resolver problemas y de cada uno de mis ejemplos de éxito. Poco a poco, todos los hermanos y hermanas comenzaron a idolatrarme, esperaban que les resolviera todos los problemas y disfrutaba muchísimo de la sensación de ser admirada e idolatrada. De regreso de las reuniones, recordaba las expresiones de admiración y adoración de los hermanos y las hermanas y no podía evitar sentirme eufórica. Ser admirada e idolatrada por muchos me dio motivación en el deber. No obstante, absorta en el gozo de ser idolatrada, afronté una poda y un trato inesperados.
Un día se me acercó el líder de la iglesia, y me dijo: “Pedí a los hermanos y las hermanas que te evaluaran en estas elecciones de la iglesia, y según todos ellos, te gusta presumir”. Al oírlo, me ruboricé de vergüenza en el acto. Pensé: “¿Cómo han podido decir todos que me encanta presumir? ¿Qué pensará de mí el líder? ¿Cómo volveré a dar la cara ante nadie?”. Me esforcé por explicarme: “Admito que soy bastante arrogante y que a veces presumo sin querer, pero no presumo adrede. En las reuniones, solo hablo de mi experiencia”. Al ver que no me conocía a mí misma, el líder respondió: “Hablas de tu experiencia, pero ¿por qué los hermanos y las hermanas te admiran y confían en ti, en vez de confiar en Dios y buscar la verdad? Dices que no presumes adrede, pero ¿por qué no hablas de tu corrupción, tus defectos, tu negatividad, tu debilidad o tus pensamientos internos reales? Solo hablas de lo bueno, no de tu corrupción ni de tu debilidad. Da la impresión de que buscas la verdad y sabes cómo experimentarla. ¿Eso no es enaltecerte y presumir?”. No tuve respuesta para lo expuesto por mi líder. Durante las reuniones, solo había hablado de mi experiencia de éxito, y nunca me había sincerado sobre mis anomalías y fracasos en el deber. Presumía mucho. Al acordarme de cómo había presumido ante tantos hermanos y hermanas y de que ya todos sabían discernirme, sentí tal vergüenza y bochorno que quise que me tragara la tierra. Cuanto más lo pensaba, más desdichada me sentía, y no pude evitar el llanto. Me presenté de rodillas ante Dios y oré: “Dios mío, ya no quiero presumir más. Te pido que me guíes para que pueda recapacitar y conocerme a mí misma”.
Luego leí un pasaje de las palabras de Dios: “La humanidad corrupta es capaz de enaltecerse y dar testimonio de sí misma, de pavonearse, de intentar que la tengan en gran estima y la idolatren. Así reacciona instintivamente la gente cuando la gobierna su naturaleza satánica, lo cual es común a toda la humanidad corrupta. Normalmente, ¿cómo se enaltece y da testimonio de sí misma la gente? ¿Cómo logra este objetivo de hacer que la tengan en gran estima y la idolatren? Da testimonio de cuánto trabajo ha realizado, de cuánto ha sufrido, de cuánto se ha esforzado y el precio que ha pagado. Emplea estas cosas como el capital con el que se enaltece, lo cual le da un lugar superior, más firme y más seguro en la mente de las personas, de modo que son más las que la estiman, admiran, respetan y hasta la veneran, idolatran y siguen. Para lograr este objetivo, la gente hace muchas cosas que en apariencia dan testimonio de Dios, pero en esencia se enaltece y da testimonio de sí misma. ¿Es razonable actuar así? Se salen del ámbito de la racionalidad. Esta gente no tiene vergüenza: da testimonio descaradamente de lo que ha hecho por Dios y de cuánto ha sufrido por Él. Incluso presume de sus dones, talentos, experiencias, habilidades especiales, de sus métodos inteligentes de conducta, de los medios por los que juega con las personas, etcétera. Se enaltece y da testimonio de sí misma alardeando y menospreciando a otras personas. Además, disimula y se camufla para ocultar sus debilidades, defectos y deficiencias a los demás y que estos solo lleguen a ver su brillantez. Ni siquiera se atreve a contárselo a otras personas cuando se siente negativa; le falta valor para abrirse y hablar con ellas, y cuando hace algo mal, se esfuerza al máximo por ocultarlo y encubrirlo. Nunca habla del daño que ha ocasionado al trabajo de la iglesia en el cumplimiento del deber. Ahora bien, cuando ha hecho una contribución mínima o conseguido un pequeño éxito, se apresura a exhibirlo. No ve la hora de que el mundo entero sepa lo capaz que es, el alto calibre que tiene, lo excepcional que es y hasta qué punto es mucho mejor que las personas normales. ¿No es esta una manera de enaltecerse y dar testimonio de sí misma? ¿Es enaltecerse y dar testimonio de uno mismo algo que haría alguien con conciencia y razón? No. Así pues, cuando la gente hace esto, ¿qué actitud revela normalmente? La arrogancia es una de las que principalmente revela, seguida de la astucia, lo que implica hacer todo lo posible para que otras personas la tengan en gran estima. Sus historias son completamente herméticas; es evidente que las palabras de estas personas entrañan unas motivaciones y tramas, hacen alarde de sí, pero quieren ocultarlo. A resultas de lo que dicen, hacen creer a los demás que son mejores que nadie, que no hay nadie igual, que el resto es inferior a ellas. ¿Y no consiguen este resultado por medios solapados? ¿Qué carácter se halla detrás de esos medios? ¿Y hay algún elemento de maldad? (Sí). Este es un carácter malvado” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). Lo revelado por la palabra de Dios me laceró el corazón. ¿No me comportaba precisamente así, no presumía? En las reuniones, solo había hablado de mi sufrimiento y de los resutados satisfactorios de mi deber. Cuando mis hermanos y hermanas se topaban con problemas que no sabían resolver, yo no les enseñaba la verdad, no los ayudaba a entender la voluntad de Dios ni a confiar en Él en el deber. En cambio, daba testimonio de mi habilidad para sufrir y resolver problemas. Siempre hablaba de cuánto viajaba y del precio que pagaba por regar a la gente. Nunca hablaba de la debilidad ni de las carencias que revelaba cuando tenía dificultades. Siempre hablaba de que soportaba cargas y tenía en consideración la voluntad de Dios, de cómo buscaba la verdad para resolver los problemas de mis hermanos y hermanas o de cuántos asistían a las reuniones y cumplían con el deber gracias a mi riego y apoyo, para que los demás creyeran que comprendía la verdad y que se me daba bien resolver problemas. Obviamente, la palabra de Dios era lo que les permitía a esos hermanos y hermanas comprender la verdad, tener fe y desear cumplir con el deber. Esos eran resultados alcanzados por la palabra de Dios. Pero yo no enaltecía a Dios ni daba testimonio de Su palabra y obra. Hacía que los demás creyeran que yo era quien resolvía los problemas de mis hermanos y hermanas. Los demás no llegaban a conocer a Dios por oír mi experiencia; en cambio, me idolatraban. No confiaban en Dios ni buscaban la verdad cuando tenían problemas. Por el contrario, me buscaban a mí para resolver las cosas. Me veían como alguien que hasta podría salvarles la vida. De seguir así las cosas, ¿no iba a atraerlos a mí? Ni siquiera entonces percibía que estaba enalteciéndome o presumiendo. Todavía creía que simplemente hablaba de mi experiencia real. Veía que tenía unas intenciones despreciables al hablar de mis experiencias. Trataba de ganarme una posición elevada en el corazón de la gente. Cuanto más lo pensaba, más despreciable y desvergonzada me parecía. Fue por la gracia de Dios que pudiera ocuparme de la labor de riego, y se debió a Su voluntad que comunicara Su palabra para resolver problemas, llevara a la gente ante Él y la ayudara a comprender la verdad y a conocerlo a Él. No obstante, en el deber, presumía constantemente para que me idolatraran. Consideraba los resultados de la obra del Espíritu Santo resultados de mi labor y los utilizaba como capital para jactarme. Le arrebataba la gloria a Dios, gozaba de la admiración e idolatría de mis hermanos y hermanas y no sentía ninguna vergüenza. ¡No tenía nada de conciencia y razón! Mi líder me podó y trató para que recapacitara sobre la senda equivocada que había tomado y cambiara de rumbo a tiempo, lo cual fue el amor y la salvación de Dios para conmigo. Sabía que ya no podía desafiar a Dios ni oponerme a Él. Tenía que arrepentirme de inmediato. Recordé un pasaje de la palabra de Dios: “Compartir y comunicar tus experiencias significa comunicar tu experiencia y conocimiento de las palabras de Dios. Se trata de dar voz a cada pensamiento de tu corazón, a tu estado y al carácter corrupto que se revela en ti. Se trata de dejar que los demás disciernan estas cosas, para luego resolver el problema comunicando la verdad. Solo cuando las experiencias se comunican de esta manera, todos se benefician y cosechan las recompensas. Solo esta es la verdadera vida de iglesia” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). Reflexionando en las palabras de Dios entendí que, al hablar de la propia experiencia, no se deben incluir intenciones, ambiciones y deseos personales. Debo abrirme y hablar de lo que hay en mi corazón con mis hermanos y hermanas. Sea mi auténtico estado positivo o negativo, siempre debo sincerarme al respecto para que puedan absorber lo positivo y aprender a discernir lo negativo a partir de mi experiencia, que vean que yo también soy rebelde y corrupta, que puedo ser negativa y débil para que no me respeten ni admiren. Así, mi experiencia puede enseñarles lecciones y ayudarlos a eludir sendas equivocadas. En la reunión del día siguiente tuve valor para hablar de mi estado. Analicé y expresé cómo, en ese tiempo, presumía para que me admiraran y cómo reflexioné y llegué a conocerme. Tuve una gran sensación de seguridad y gozo en esa reunión.
Me enteré después de que una hermana estaba muy deprimida. Cuando hablamos, me dijo: “En las reuniones siempre oigo tu experiencia y cómo ayudas eficazmente a los demás, pero me faltan las realidades verdad y tengo muy poca aptitud. Cuando surgen problemas, no los sé resolver. Es demasiado estresante. No puedo lidiar con este deber”. Sentí mucha vergüenza al oír sus palabras. Pensé: “La culpa de su negatividad es directamente mía. No enaltecía a Dios en el deber, no resolvía las dificultades prácticas de mis hermanos y hermanas al entrar en la vida y siempre alardeaba y presumía, así que ella pensó erróneamente que yo comprendía la verdad y tenía estatura. No puedo repetir mi error. He de sincerarme y revelarme ante ella”. Así, le conté de mi estado y cómo presumía en ese tiempo. Le di a entender que yo también tenía carencias, era débil ante las dificultades y que, de hecho, no poseía las realidades verdad, que los resultados de mi deber provenían de la obra y guía del Espíritu Santo y que no podía lograr nada yo sola. Conmovida, mi hermana me replicó: “Tu enseñanza me hizo darme cuenta de que yo no busco la verdad, no llevo a Dios en mi corazón, estimo los dones externos, idolatro a los demás y no he entendido que todos los logros provienen de la obra y la guía del Espíritu Santo. Ya no quiero ser negativa y débil al enfrentar mis problemas. Quiero ampararme en Dios y cumplir con el deber”. Me sentí muy complacida al escucharla decir eso.
Después empecé a hacer introspección. ¿Por qué, pese a saber que presumir era resistirme a Dios, tomé esta senda involuntariamente de todos modos? ¿Qué estaba pasando aquí? Luego leí un pasaje de la palabra de Dios: “Algunas personas idolatran de manera particular a Pablo: les gusta salir a pronunciar discursos y hacer obra, les gusta reunirse y predicar; les gusta que los demás las escuchen, que las adoren y las rodeen. Les gusta ocupar un lugar en el corazón de los demás y aprecian que otros valoren la imagen que muestran. Analicemos su naturaleza a partir de estos comportamientos. ¿Cuál es su naturaleza? Si de verdad se comportan así, entonces basta para mostrar que son arrogantes y engreídos. No adoran a Dios en absoluto; buscan estatus elevado y desean tener autoridad sobre otros, poseerlos, y ocupar un lugar en sus corazones. Esta es la imagen clásica de Satanás. Los aspectos de su naturaleza que más destacan son la arrogancia y el engreimiento, la negativa a adorar a Dios, y un deseo de ser adorados por los demás. Tales comportamientos pueden darte una visión muy clara de su naturaleza” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Por lo revelado en la palabra de Dios, entendí que me gustaba presumir ante mis hermanos y hermanas para que me admiraran e idolatraran porque me controlaba mi naturaleza arrogante. Como mi naturaleza era tan arrogante, en cuanto mi deber dio algunos resultados, comencé a admirarme. A fin de demostrar que era extraordinaria y superior, alardeaba en las reuniones y presumía de los resultados de mi trabajo. De mis dificultades, mis debilidades, mi rebeldía y mi corrupción, no decía nada. Cuando me elogiaban los hermanos y las hermanas, no tenía miedo. En cambio, me sentía muy feliz y disfrutaba desvergonzadamente de su admiración e idolatría. Pablo disfrutaba mucho reuniéndose y predicando, atribuyéndose los resultados de la obra del Espíritu Santo como propios, presumiendo y enalteciéndose en todos lados para engañar a la gente. Atraía ante sí a todos los creyentes de tal modo que, incluso ahora, 2000 años después, el mundo religioso entero lo idolatra y enaltece, considera sus palabras palabra de Dios y carece de conocimiento del Señor Jesús. Pablo tenía una naturaleza arrogante y santurrona y no tenía en consideración a Dios; iba por la senda de un anticristo que se resiste a Él. Ocupó el lugar de Dios en el corazón de la gente, ofendió gravemente el carácter justo de Dios y Dios lo castigó y maldijo. ¿No era mi carácter igual que el de Pablo? También era arrogante y santurrona, me gustaba enaltecerme, presumir y rodearme de gente. En consecuencia, tras varios meses de “actuación”, todos me admiraban e idolatraban y no llevaban a Dios en el corazón. Cuando se producían problemas, en vez de buscar a Dios, yo era a quien buscaban. ¿No me estaba resistiendo a Dios y perjudicaba a mis hermanos y hermanas? ¿Acaso no caminaba por la senda de un anticristo? Descubrí entonces que estaba en peligro, y que me controlaba mi naturaleza arrogante. Una y otra vez, presumí y me jacté desvergonzadamente, engañé a mis hermanos y hermanas para que me idolatraran, y a veces llegué a tener intenciones despreciables y a presumir con trampas. ¡Qué despreciable! Pensar en esto me llenó de disgusto y repugnancia hacia mí misma, y me juré que nunca volvería a presumir.
Luego vi un vídeo de una lectura de la palabra de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Dios es el Creador, y Su identidad y estatus son supremos. Dios posee autoridad, sabiduría y poder, Él tiene Su propio carácter, Sus posesiones y Su ser. ¿Sabe alguien cuántos años lleva obrando Dios en medio de la humanidad y de toda la creación? Se desconoce el número concreto de años que lleva Dios obrando y gestionando a toda la humanidad; nadie puede dar una cifra exacta, y Él no informa de estas cosas a la humanidad. Sin embargo, si Satanás hiciera algo semejante, ¿informaría acaso sobre ello? No cabe duda. Quiere alardear para engañar a más personas y que aumente el número de aquellos que son conscientes de sus contribuciones. ¿Por qué no informa Dios de estas cuestiones? Hay un aspecto humilde y oculto en la esencia de Dios. ¿Qué es lo contrario de ser humilde y estar oculto? Ser arrogante y exhibirse. […] Dios exige que las personas den testimonio de Él, pero ¿ha dado Él testimonio de sí mismo? (No). En cambio, Satanás teme que la gente no se entere de cualquier mínima cosa que haga. Los anticristos no son diferentes: alardean delante de todos de cada pequeña cosa que hacen. Al oírlos, parece que están dando testimonio de Dios, pero si escuchas con atención descubrirás que no lo hacen, sino que se exhiben y se establecen. La motivación y la esencia detrás de lo que dicen, además del estatus, son las de disputarse con Dios a Sus escogidos. Dios es humilde y está oculto, mientras que Satanás hace alarde de sí mismo. ¿Existe alguna diferencia? Lucirse en contraposición a ser humilde y estar oculto, ¿cuáles son las cosas positivas? (Ser humilde y estar oculto). ¿Podría describirse a Satanás como humilde? (No). ¿Por qué? A juzgar por su malvada esencia naturaleza, es una basura sin valor. Lo que no sería normal es que Satanás no hiciera alarde de sí mismo. ¿Cómo iba calificarse a Satanás como ‘humilde’? La ‘humildad’ es cosa de Dios. La identidad, la esencia y el carácter de Dios son elevados y honorables, pero Él nunca hace alarde. Dios es humilde y está oculto, para que nadie vea lo que ha hecho, pero mientras obra en la oscuridad, la humanidad no cesa de ser provista, alimentada y guiada, y todo ello es dispuesto por Dios. El hecho de que Él nunca declare ni mencione estas cosas, ¿acaso no es estar oculto y tener humildad? Dios es humilde precisamente porque es capaz de hacer tales cosas, pero no las menciona ni las declara, no discute con la gente sobre ellas. ¿Qué derecho tienes tú a hablar de humildad cuando eres incapaz de hacer tales cosas? No has hecho nada de eso, y sin embargo insistes en atribuirte el mérito. Eso es ser un desvergonzado. Al guiar a la humanidad, Dios lleva a cabo una obra muy grande y preside todo el universo. Su autoridad y Su poder son enormes, pero Él nunca ha dicho: ‘Mi poder es extraordinario’. Él permanece oculto entre todas las cosas, presidiendo todo, alimentando y proveyendo a la humanidad, permitiendo que esta continúe generación tras generación. Pensemos en el aire y el sol, por ejemplo, o en todas las cosas materiales necesarias para la existencia humana en la tierra: todas ellas fluyen sin cesar. Que Dios provee al hombre es indiscutible. Si Satanás hiciera algo bueno, ¿lo mantendría en silencio y seguiría siendo un héroe sin reconocimiento? Jamás. Es como algunos anticristos en la iglesia que anteriormente llevaron a cabo un trabajo peligroso, que renunciaron a cosas y soportaron sufrimiento, puede que incluso acabaran en la cárcel; otros también contribuyeron alguna vez en algún aspecto de la obra de la casa de Dios. Nunca olvidan estas cosas, creen que merecen crédito por ellas durante toda su vida, creen que estas son un capital que les durará siempre, lo cual demuestra lo pequeñas que son las personas. La gente es realmente pequeña, y Satanás un desvergonzado” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son malvados, insidiosos y mentirosos (II)). Tras leer las palabras de Dios, sentí vergüenza. Dios es el Creador. Tiene autoridad y poder. Él tiene la máxima identidad y el mayor estatus. Sin embargo, Dios vino encarnado personalmente a salvar a la humanidad corrupta y expresa en silencio la verdad para proveer y salvar a la gente. Él nunca utiliza el estatus de Dios para presumir ni habla de cuánto ha obrado por salvar a la humanidad ni de cuánta humillación y cuánto dolor padece. En cambio, siempre permanece humilde y oculto entre la gente mientras realiza Su obra de regar y salvar a la humanidad. ¡La esencia de Dios es tan santa, tan amable y tan buena! Soy una persona totalmente inmunda y hondamente corrompida por Satanás, insignificante a ojos de Dios, pero, sin vergüenza alguna, me enaltecía, presumía y hacía que me admiraran e idolatraran. De veras fui tan arrogante que perdí la razón, ¡y no era digna de vivir ante Dios! En ese momento, sentí aún más vergüenza de mi arrogancia, mis alardes y mi presunción. Caí ante Dios y oré: “Dios mío, con Tu juicio y revelación he descubierto que vivo sin semejanza humana, y ya no quiero vivir así. Dios mío, guíame, enséñane a practicar la verdad y a dar testimonio de Ti”.
Vi la palabra de Dios: “Cuando deis testimonio de Dios, principalmente debéis hablar de cómo Él juzga y castiga a las personas, y de las pruebas que utiliza para refinar a las personas y cambiar su carácter. También debéis hablar de cuánta corrupción se ha revelado en vuestra experiencia, de cuánto habéis sufrido, de cuántas cosas hicisteis por resistiros a Dios y de cómo Él os conquistó finalmente. Debéis hablar de cuánto conocimiento real de la obra de Dios tenéis y de cómo debéis dar testimonio de Dios y retribuirle Su amor. Debéis poner sustancia en este tipo de lenguaje, al tiempo que lo expresáis de una manera sencilla. No habléis sobre teorías vacías. Hablad de una manera más práctica; hablad desde el corazón. Esta es la manera en la que debéis experimentar las cosas. No os equipéis con teorías vacías aparentemente profundas en un esfuerzo por alardear; eso hace que parezcáis arrogantes e irracionales. Debéis hablar más sobre cosas reales a partir de vuestra verdadera experiencia y hablar más de corazón; esto es lo más beneficioso para los demás y es lo más apropiado de ver” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Hallé sendas de práctica en las palabras de Dios. La verdadera enseñanza no significa hablar de experiencias exitosas a fin de presumir. Es dar testimonio de cómo Dios nos juzga, nos purifica y nos salva. Es necesario exponer la propia rebeldía, corrupción, intenciones despreciables y las consecuencias de nuestras acciones, y hablar de cómo, posteriormente, a partir de experimentar el juicio y castigo de la palabra de Dios, uno logra conocerse. Es de esta manera que los demás pueden llegar a discernir el verdadero rostro de su propia corrupción y conocer la obra de Dios, Su carácter y Sus exigencias a la humanidad. Es la manera en que pueden descubrir Su salvación para con la gente y Su amor por ella. Esta es la única forma de enseñar para poder dar testimonio de Dios. Una vez comprendidas estas sendas de práctica, me puse a practicarlas conscientemente. En una reunión, un hermano habló de que perseguía la reputación y el estatus en su deber. Se comparaba con todos, se sentía muy triste por ello y no sabía cómo resolverlo. Mientras lo oía describir su estado, pensaba: “Si yo resuelvo este problema, cuando él hable de su experiencia en el futuro, dirá que gracias a mis enseñanzas pudo transformar su estado. Los hermanos y las hermanas me admirarán y dirán que comprendo la verdad y tengo estatura. Tengo que ordenar las palabras e ideas de mi enseñanza y contarle toda mi experiencia”. En ese momento me lo reproché, ya que, de pronto, me di cuenta de que estaba a punto de ofrecer de nuevo mi actuación satánica. Me dio asco la idea que acababa de tener en mente, como si me hubiera tragado una mosca muerta. Así que oré en silencio a Dios para pedirle fortaleza para renunciar a mí misma y para enaltecerlo y dar testimonio de Él en esta ocasión. Más tarde, le conté a mi hermano mi fallida experiencia de ser reemplazada por buscar y luchar por la reputación y el estatus. También le hablé de cómo, al leer la palabra de Dios, pude recapacitar, llegar a conocerme, arrepentirme y alcanzar cierta transformación. Cuando terminé de hablar, mi hermano reconoció que su naturaleza era demasiado arrogante, que perseguir la reputación y el estatus es la senda de un anticristo, y quería arrepentirse. Al oír hablar a mi hermano, di gracias a Dios de corazón. Esto fue la guía de Dios en acción.
Más tarde, al enseñar a los hermanos y las hermanas en las reuniones, aunque aún presumía a veces, no era tan evidente ni grave como antes. En ocasiones pensaba presumir, pero cuando lo detectaba, oraba a Dios y era capaz de renunciar a mí misma. Poco a poco fui presumiendo cada vez menos y experimenté menos deseos de jactarme, y me volví un poco razonable en mis palabras y acciones. ¡Estoy profundamente agradecida a Dios Todopoderoso por salvarme!
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