La amargura de ser complaciente
Por Francisco, GreciaEl año pasado, el hermano Gabriel, con quien yo viajaba predicando el evangelio, fue destituido. Cuando le pregunté al...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Desde niña, siempre tuve una constitución frágil y me solía enfermar, lo que me hacía desear tener un cuerpo saludable. En marzo de 2012, tuve la suerte de aceptar la obra de Dios de los últimos días. Unos meses después, noté que ya no me resfriaba ni tenía fiebre tan seguido como antes. Hasta había mejorado de las migrañas y la espondilosis cervical que padecía. Tenía el corazón lleno de gratitud hacia Dios y encontré aún mayor motivación para renunciar a las cosas y esforzarme. En ese momento, era líder de la iglesia y, para realizar bien su obra, ignoré los impedimentos y la oposición de mi familia y trabajaba sin descanso, de sol a sol, para cumplir mi deber.
Un día de mayo de 2020, noté una molestia en el cuello. Me costaba girar el cuello de lado a lado y me crujía cuando lo hacía. Tras estar un rato sentada, me sentía mareada y me empezaba a doler el brazo derecho y se me entumecía; me costaba sujetar las cosas. Al principio, no le presté mucha atención y pensé que, después de haber comenzado a creer en Dios, Él no solo me había quitado mis dolencias anteriores, sino que también había mejorado mi estado general. Dado que ahora me dedicaba a mi deber a tiempo completo, creía que Dios me protegería y no dejaría que mi afección empeorara. Pensé que, si corregía mi postura al sentarme y me ejercitaba adecuadamente, no se convertiría en algo grave. Sin embargo, no me imaginaba que, dos meses después, mi espondilosis cervical no solo no habría mejorado, sino que se habría agravado. Me solía doler la cabeza y me sentía mareada, tenía los ojos secos y me molestaban, y el hombro derecho me dolía y estaba entumecido lo que me dificultaba incluso usar los palillos para comer. Empezó a preocuparme que mi condición empeorara. Si me llegaba a fallar un lado del cuerpo y quedaba paralizada, ¿cómo iba a poder seguir cumpliendo con mi deber? ¿No significaría eso perder mi oportunidad de recibir la salvación de Dios? Me acordé de una hermana con la que solía trabajar, que tuvo que dejar de realizar su deber y regresó a casa para recibir tratamiento médico porque su espondilosis cervical se había agravado. Sin embargo, poco después de que dejara mi casa para llevar a cabo mi deber, un judas me había traicionado. Si mi estado se agravaba tanto que no me fuese posible hacer mi deber, ¿qué haría si no podía volver a casa y no me atrevía a ir al hospital para recibir tratamiento? Cuanto más lo pensaba, más me preocupaba. No podía evitar refunfuñar mientras me decía: “En los últimos años en que he creído en Dios, he renunciado a mi familia y a mi carrera por cumplir con mi deber y he sufrido bastantes penurias. ¿Por qué Dios no me cuida ni me protege? ¿Por qué ha permitido que vuelva a padecer una enfermedad?”. Pensé: “Aunque no puedo ir al hospital para recibir tratamiento médico, no puedo quedarme de brazos cruzados y dejar que mi estado empeore. Debo encontrar una manera de curarme. De lo contrario, a medida que mi dolencia empeore, no solo sufriré más, sino que no podré realizar mi deber. ¿Qué pasará entonces?”. Después, empecé a pensar en diferentes tratamientos para mi enfermedad. Además de probar las ventosas, el tratamiento tradicional gua sha y la moxibustión, también busqué por todas partes remedios para tratar la espondilosis cervical. En esa época, mi mente estaba completamente centrada en curar mi enfermedad y ya no sentía ninguna carga por mi deber. No conseguía dar seguimiento a varias tareas y, cuando había mucho trabajo y tenía que hacer horas extras hasta altas horas de la noche, cumplía mi deber, pero me sentía reticente en mi interior, temía que el exceso de trabajo empeorara mi enfermedad.
Una mañana de mayo de 2022, mientras bajaba a desayunar, de repente sentí una marcada pesadez en la pierna y el hombro derechos. Tenía la pierna derecha tan débil que apenas podía levantarla y tuve que arrastrarla para caminar. Me puse ansiosa, me pregunté si no me estaba quedando paralizada de un lado del cuerpo. Me asusté mucho y pensé: “Si acabo paralizada, seré incapaz de realizar mi deber. ¿Qué pasará entonces con mis esperanzas de salvarme y entrar en el reino de los cielos? ¿No habrán sido en vano todos estos años de sacrificio y esfuerzo?”. Cuanto más lo pensaba, más angustiada me sentía. Al ver que algunos de los hermanos y hermanas que me rodeaban tenían buena salud, me sentía especialmente envidiosa y celosa y pensaba: “En estos últimos años desde que comencé a creer en Dios, he renunciado a cosas y me he esforzado tanto como ellos. ¿Por qué Dios les ha dado un cuerpo saludable, pero a mí no?”. Cuanto más pensaba en esto, más preocupada y ansiosa me sentía por mi afección.
Un día, leí estas palabras de Dios: “Acabamos de decir que Dios dispone cómo será la salud de una persona a cierta edad y si contraerá una enfermedad grave. Los no creyentes no creen en Él y buscan a alguien que vea tales cosas en las palmas de las manos, en las fechas de nacimiento y en los rostros, y creen en eso. Eres un creyente y a menudo escuchas sermones y charlas sobre la verdad, así que si no crees en esto, no eres más que un incrédulo. Si de verdad crees que todo está en manos de Dios, entonces debes creer que tales cosas —las enfermedades graves, las importantes, las menores y la salud—, quedan todas bajo la soberanía y los arreglos de Dios. La aparición de una enfermedad grave y cómo será la salud de alguien a cierta edad no son cosas fortuitas, y entender esto supone tener una comprensión positiva y precisa. ¿Concuerda esto con la verdad? (Sí). Concuerda con la verdad, es la verdad, debes aceptarlo, y tu postura y puntos de vista sobre este asunto se deben transformar. ¿Y qué se resuelve en cuanto estas cosas se transforman? ¿No quedan resueltos tus sentimientos de angustia, ansiedad y preocupación? Al menos, tus emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación respecto a la enfermedad quedan en teoría resueltas. Dado que tu comprensión ha transformado tus pensamientos y puntos de vista, esta resuelve por tanto tus emociones negativas. […] Estamos hablando de la enfermedad; esto es algo que la mayoría de la gente experimentará durante su vida. Por consiguiente, el tipo de enfermedad que afligirá los cuerpos de las personas, en qué momento, a qué edad y cómo será su salud son todas cosas dispuestas por Dios y nadie puede decidir esto por su cuenta, del mismo modo que el momento en que alguien nace no es una decisión propia. Por tanto, ¿acaso no es una insensatez sentirse angustiado, ansioso y preocupado por cosas que uno no puede decidir por sí mismo? (Sí). La gente debe ocuparse de resolver las cosas que puede resolver por sí misma, y en cuanto a las que no, debe aguardar a Dios; debe someterse en silencio y pedirle a Dios que la proteja; esa es la mentalidad que debe tener la gente. Cuando la enfermedad golpea de verdad y la muerte está realmente cerca, entonces deben someterse y no quejarse ni rebelarse contra Dios o decir cosas que blasfemen contra Él o lo ataquen. En lugar de eso, las personas deben permanecer como seres creados y experimentar y apreciar todo lo que viene de Dios; no deben tratar de elegir las cosas por sí mismas. Esto debería ser una experiencia especial que enriquezca tu vida, y no es necesariamente algo malo, ¿verdad? Por tanto, cuando se trata de enfermedades, la gente debe resolver primero sus pensamientos y puntos de vista erróneos sobre el origen de estas, y entonces dejará de preocuparse del asunto. Además, la gente no tiene derecho a controlar las cosas conocidas o desconocidas, ni tampoco es capaz de hacerlo, ya que todas están bajo la soberanía de Dios. La actitud y el principio de práctica que deben tener las personas son las de esperar y someterse. Desde la comprensión hasta la práctica, todo debe hacerse de acuerdo con los principios-verdad: esto es perseguir la verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Las palabras de Dios hicieron que me diera cuenta de que estaba en Sus manos que mi enfermedad se agravara o llegara a paralizarme, y que debía someterme a Su soberanía y arreglos. Esa era la elección más sabia. Sin embargo, no había entendido la omnipotencia y soberanía de Dios. Había dedicado mucha energía y esfuerzo a curar mi enfermedad, me preocupaba y angustiaba todo el tiempo e incluso me quejaba de Dios y lo malinterpretaba. ¡Había sido realmente estúpida! Debía adoptar una actitud sumisa para aprender las lecciones de mi enfermedad y confiar de manera genuina en Dios. Además, si me sentía mal, debía recibir el tratamiento y la asistencia médica habituales y cumplir mi deber lo mejor que pudiera. Practicar de esa manera no se desviaría de las exigencias de Dios y era la actitud que debía adoptar. Al darme cuenta de esto, mi ansiedad se calmó un poco, y estuve dispuesta a someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios.
Desde entonces, dejé que las cosas siguieran su curso y organicé mi tiempo de manera razonable para que trataran mi enfermedad y cuidarme. A veces, me calmaba y reflexionaba: “¿Por qué me quejo cuando mi enfermedad empeora? ¿Cuál es exactamente el carácter corrupto que lo está dictaminando?”. Luego, leí estas palabras de Dios: “Cuando las personas comienzan a creer en Dios, ¿quién de ellas no tiene sus propios objetivos, motivaciones y ambiciones? Aunque una parte de ellas crea en la existencia de Dios y la haya visto, su creencia en Él sigue conteniendo esas motivaciones, y su objetivo final es recibir Sus bendiciones y las cosas que desean. En sus experiencias vitales piensan a menudo: ‘He abandonado a mi familia y mi carrera por Dios, ¿y qué me ha dado Él? Debo sumarlo todo y confirmarlo: ¿He recibido bendiciones recientemente? He dado mucho durante este tiempo, he corrido y corrido, y he sufrido mucho; ¿me ha dado Dios alguna promesa a cambio? ¿Ha recordado mis buenas obras? ¿Cuál será mi final? ¿Puedo recibir Sus bendiciones?…’. Toda persona hace constantemente esas cuentas en su corazón y le pone exigencias a Dios con sus motivaciones, sus ambiciones y una mentalidad transaccional. Es decir, el hombre incesantemente está verificando a Dios en su corazón, ideando planes sobre Él, defendiendo ante Él su propio final, tratando de arrancarle una declaración, viendo si Él puede o no darle lo que quiere. Al mismo tiempo que busca a Dios, el hombre no lo trata como tal. El hombre siempre ha intentado hacer tratos con Él, exigiéndole cosas sin cesar, y hasta presionándolo a cada paso, tratando de tomar el brazo cuando le dan la mano. A la vez que intenta hacer tratos con Dios, también discute con Él, e incluso hay personas que, cuando les sobrevienen las pruebas o se encuentran en ciertas circunstancias, con frecuencia se vuelven débiles, negativas y holgazanas en su trabajo, y se quejan mucho de Él. Desde el momento que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y la responsabilidad de Dios protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la ‘creencia en Dios’ de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él. Desde la esencia-naturaleza del hombre a su búsqueda subjetiva, nada tiene relación con el temor de Dios. El objetivo del hombre de creer en Dios, no es posible que tenga nada que ver con la adoración a Dios. Es decir, el hombre nunca ha considerado ni entendido que la creencia en Él requiera que se le tema y adore. A la luz de tales condiciones, la esencia del hombre es obvia. ¿Cuál es? El corazón del hombre es malévolo, alberga insidia y engaño, no ama la ecuanimidad, la justicia ni lo que es positivo; además, es despreciable y codicioso. El corazón del hombre no podría estar más cerrado a Dios; no se lo ha entregado en absoluto. Él nunca ha visto el verdadero corazón del hombre ni este lo ha adorado jamás” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Después de leer lo que las palabras de Dios exponían, me di cuenta de que, desde que empecé a creer en Dios, mi punto de vista sobre lo que debía perseguir, así como la dirección en la que lo había estado haciendo, habían sido erróneos desde el principio. No mucho después de empezar a creer en Dios, vi que había mejorado de mi enfermedad, así que comencé a considerar a Dios mi sanador. Había renunciado a cosas, me había entregado y había pagado un precio para obtener las bendiciones y la protección de Dios. Así, no tendría que pasar por más dificultades a causa de mi enfermedad. Cuando recaí y no podía curar mi dolencia ni aliviarla, me había quejado y había usado mis esfuerzos y sacrificios anteriores como capital para razonar con Dios. Incluso había llegado a pensar que curar mi enfermedad era lo más importante, y había abordado mi deber sin sentido de carga. Cuando vi que el trabajo no daba frutos, no me había sentido ansiosa ni preocupada y solo me había centrado en mi tratamiento y en cuidar mi cuerpo. Al ver que los hermanos y hermanas que me rodeaban estaban perfectamente saludables, mientras que yo, que aún era joven, sufría a causa de mi enfermedad, me había quejado de Dios para mis adentros por haberlos bendecido y por no haberme cuidado ni protegido a mí. Mi estado era exactamente el que las palabras de Dios ponían al descubierto: “Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). Las palabras de Dios me llegaron hasta lo más profundo del corazón. Durante muchos años, había proclamado que quería entregarme a Dios, pero nunca lo había adorado ni me había sometido verdaderamente a Él. Solo quería Sus bendiciones y esperaba que me sanara y me librara del sufrimiento de mi enfermedad. Estaba claro que trataba de usar a Dios y hacer un trato con Él, sin embargo, de cara a la galería, me jactaba de entregarme a Dios. ¿No es engañar de forma descarada a Dios y resistirme contra Él? ¡Era verdaderamente despreciable!
Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios y encontré un camino de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Cuando a alguien le preocupa tanto su cuerpo físico y lo mantiene bien alimentado, sano y robusto, ¿qué valor tiene para él? ¿Qué sentido tiene vivir así? ¿Qué valor tiene la vida de una persona? ¿Sirve meramente para disfrutar de placeres carnales como comer, beber y divertirse? […] Cuando una persona viene a este mundo, no es para disfrutar de la carne, ni para comer, beber y divertirse. No se debe vivir para tales cosas, ese no es el valor de la vida humana ni la senda correcta. El valor de la vida humana y la senda correcta a seguir implican lograr algo valioso y completar uno o varios trabajos de valor. A esto no se le llama carrera, sino que recibe el nombre de senda correcta, y también se la denomina la tarea adecuada. Dime, ¿vale la pena pagar el precio con el fin de completar algún trabajo valioso, tener una vida significativa y valiosa, y perseguir y alcanzar la verdad? Si realmente deseas perseguir un entendimiento de la verdad, emprender la senda correcta en la vida, cumplir bien con tu deber y tener una vida valiosa y significativa, entonces no dudarás en emplear toda tu energía, pagar cualquier precio y entregar todo tu tiempo y el alcance de tus días. Si durante este periodo sufres alguna enfermedad, no tendrá importancia, no te aplastará. ¿Acaso no es esto muy superior a toda una vida de bienestar, libertad y ociosidad, nutriendo el cuerpo físico hasta el punto en el que esté bien nutrido y sano, y logrando en última instancia la longevidad? (Sí). ¿Cuál de estas dos opciones es una vida valiosa? ¿Cuál de las dos puede aportar consuelo y ningún remordimiento a las personas cuando al final se enfrenten a la muerte? (Vivir una vida con sentido). Vivir una vida con sentido. Eso significa que, en tu corazón, habrás obtenido algo y estarás reconfortado. ¿Qué pasa con los que están bien alimentados y mantienen una tez sonrosada hasta la muerte? No buscan una vida con sentido, así que ¿cómo se sienten cuando mueren? (Como si hubieran vivido en vano). Estas tres palabras son incisivas: vivir en vano. ¿Qué significa ‘vivir en vano’? (Desperdiciar la vida). Vivir en vano, desperdiciar la vida: ¿en qué se basan estas dos frases? (Al final de sus vidas descubren que no han obtenido nada). ¿Qué debería obtener una persona entonces? (Debería obtener la verdad o lograr cosas valiosas y significativas en esta vida. Debe realizar de forma adecuada aquello que ha de llevar a cabo un ser creado. Si no logra hacer todo eso y solo vive para su cuerpo físico, sentirá que vivió en vano y desperdició su vida)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (6)). A partir de las palabras de Dios, comprendí que lo que hay que perseguir al creer en Dios es tratar de comprender la verdad y lograr someterse a Él. Independientemente del entorno que Dios disponga, incluso ante la enfermedad y el sufrimiento graves, debo someterme a la orquestación y disposiciones de Dios y cumplir bien con mi deber como ser creado. Dios recordará este tipo de búsqueda valiosa y significativa. Sin embargo, yo siempre había buscado la paz carnal, una vida sin enfermedades ni desastres, y vivir con salud. Cuando mi enfermedad se agravó, empecé a razonar con Dios y a quejarme, me centraba únicamente en mi tratamiento y en cuidarme, e incluso me negaba a cumplir mi deber. Esa búsqueda no tenía sentido. Me di cuenta de que, incluso si mi salud mejoraba y vivía una vida tranquila y sana, si no cumplía adecuadamente con mi deber y responsabilidad como ser creado y no completaba mi misión, habría desperdiciado mi vida, y mi existencia en este mundo habría sido en vano. Al darme cuenta de esto, me animé. Independientemente de que mi enfermedad empeorara o llegara a quedarme paralizada, lo más importante era cumplir adecuadamente mi deber. A partir de entonces, dediqué mi corazón a mi deber e hice el seguimiento de las distintas tareas.
Un día, mientras escribía en el ordenador, el hombro derecho se me paralizó de repente y sentí un dolor agudo al levantar el brazo derecho. Me costaba mucho teclear. Empecé a preocuparme de nuevo y pensé: “Si no puedo mover el hombro, ¿cómo podré hacer mi deber?”. Pensé: “Voy a tomarme un descanso y quizás mañana ya estaré mejor”. Sin embargo, al día siguiente, el hombro no solo no mejoró, sino que el dolor se agudizó. También me empezaron a doler la cabeza y el cuello. Me resultaba doloroso sentarme e incluso acostarme. Dejé de centrarme en mi deber. Más tarde, leí estas palabras de Dios: “Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes completar tu deber y cumplirlo bien” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, le oré para decirle que, independientemente de que mejorara de mi afección, no quería que esta me atara ni limitara nunca más. Solo quería buscar la intención de Dios, someterme a Él y aferrarme a mi deber. Después de eso, dejé de preocuparme por cuándo mejoraría mi enfermedad y me centré en mi deber, y dediqué mi tiempo libre a ejercitarme un poco. A la mañana del cuarto día, noté de pronto que el dolor en mi hombro derecho había disminuido y que ya no tenía tortícolis. Aunque no me había curado del todo, me estaba recuperando de a poco.
Estas recaídas de mi enfermedad revelaron por completo las opiniones erróneas que tenía sobre lo que debía perseguir en mi fe. Solo entonces comencé a tener algo de auténtica comprensión de mí misma. Las palabras de Dios también me enseñaron cómo tratar adecuadamente la enfermedad y cumplir bien con mi deber en momentos así. ¡Doy gracias a Dios por Su salvación!
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