Una dolorosa lección por astuta y mentirosa

4 Dic 2022

Por Mariana, Italia

En 2020 hacía trabajos de diseño en la iglesia; sobre todo, dibujo técnico. Con el tiempo, el dibujo técnico me pareció más tranquilo que otros trabajos. Como mi supervisora también revisaba otros trabajos, no seguía de cerca el nuestro. Empecé a holgazanear. Como nadie me apuraba, solo cumplía con los deberes rutinarios. Suponía que, siempre que no holgazaneara y acabara algunos dibujos cada día, era suficiente. En fin, que era un trabajo relajado. No tenía que apurarme ni padecer físicamente lo más mínimo. Yo tenía habilidad para el dibujo técnico; conocía todos los principios y las habilidades profesionales. Por eso creía seguro que me mantendrían en ese deber y que acabaría salvada. Con semejante perspectiva, no tenía objetivos diarios ni planes en el deber. Solo hacía lo que podía, e hiciera cuanto hiciera, era suficiente. Nunca parecía ociosa, pero estaba absolutamente relajada. Cuando dibujaba me costaba muchísimo concentrarme. Miraba inmediatamente los mensajes que aparecían en mi programa de chat y respondía y me ocupaba de las cosas sin importar su importancia ni su urgencia. Malgastaba bastante tiempo sin darme cuenta. A veces teníamos reuniones matinales, y si ese día yo hacía un buen uso del tiempo, podía terminar tres dibujos, pero me quedaba muy contenta tras terminar el primero y pensaba que, como la reunión matinal ya había absorbido la mitad del día, bastaba con hacer dos dibujos. Así pues, me demoraba y solamente terminaba dos; y no solo eso, sino que en mi tiempo libre miraba las noticias. No pensaba en mi entrada en la vida ni en qué problemas podría haber en mi deber. En esa época solo trabajaba en el deber, sin centrarme en leer las palabras de Dios ni en hacer introspección. Exhibía corrupción, pero no buscaba la verdad para corregirla. Pensaba que, como no tenía ninguna dificultad concreta con mis habilidades profesionales y había realizado un buen número de diseños, lo estaba haciendo bien en el deber.

El trabajo siguió en aumento, pero nuestro ritmo de dibujo era muy lento, lo que retrasaba el trabajo. De hecho, un diseño se demoró un mes entero. Cuando la supervisora se enteró y analizó nuestra producción diaria de trabajo, se dio cuenta de lo baja que era nuestra productividad y nos podó muy duramente por ser perezosas y negligentes en el deber. Dijo que no teníamos sensación de apremio ni siquiera cuando veíamos lo atascado que estaba el trabajo, y nadie informaba de ello, y que éramos descuidadas, no llevábamos ninguna carga y posponíamos nuestro deber, lo que obstaculizaba la labor evangelizadora. Me sorprendió mucho que la supervisora dijera eso. En general, yo sentía que estaba muy ocupada y que hacía mucho; entonces, ¿por qué era tan poco cuando se calculó detenidamente? ¿Eso no me convertía en una parásita de la iglesia? Sería destituida y descartada si eso continuaba. Luego, controlada por la supervisora, mi eficacia en el deber mejoró algo. Sin embargo, me ponía nerviosa ver todos los diseños pendientes. En concreto, la supervisora estaba siguiendo más de cerca el trabajo y a veces hacía preguntas pormenorizadas y analizaba nuestras dificultades. Cuando notaba que trabajábamos de manera superficial, empleaba un tono más duro con nosotras. Me sentía molesta. Para ella era fácil juzgar, pero eso era pedir demasiado. ¿Creía que era fácil hacer esos diseños? Yo ya me estaba esforzando. Ella podía exigir todo lo que quisiera, pero yo no era Superwoman. Al hallarme en un estado renuente, no me sentía dispuesta a sufrir más ni a pagar un precio. Mis esfuerzos superficiales por apurarme solo eran para que los viera la supervisora. Tenía miedo de que me podara si yo era demasiado lenta. Me sentía como si me arrastraran y estaba muy cansada todos los días. Solía fantasear con lo genial que sería si pudiera hacer todos los dibujos en un instante y hasta envidiaba a otras hermanas porque pensaba que su deber era muy relajante; no como el mío, con infinidad de diseños que hacer cada día. Era aburrido y cansador y me podarían si trabajaba despacio. La tarea no me parecía buena. Al no hallarme en el estado correcto, durante un tiempo tenía sueño siempre. Dormía mucho por la noche, pero estaba medio dormida durante el día. Tenía que reunir energías para trabajar en los diseños. Después observé que las dos hermanas con quienes trabajaba tenían problemas en su labor. Una no entendía los principios y demoraba nuestro progreso siendo quisquillosa en asuntos menores. La otra siempre estaba saliendo del paso, pero yo les señalé estas cosas de manera informal sin hacer seguimiento ni informarle al líder. El líder del equipo al final se enteró de estos problemas y se ocupó de ellos, pero, para entonces, nuestro trabajo ya se había demorado.

Un día, el líder me consultó inesperadamente: “Eres superficial, lista e irresponsable en el deber. Solo te esfuerzas cuando te presionan. No te esfuerzas sinceramente por Dios. Debido a tu conducta, estás destituida. Puedes hacer trabajos de diseño a media jornada, pero si no te arrepientes, no te necesitaremos en lo sucesivo”. Me dejó sin palabras la revelación del líder sobre mí. Así cumplía yo en realidad con el deber, pero esa situación me pareció muy precipitada. No pude admitir esa realidad inmediatamente. Reconocí haber demorado el trabajo de la iglesia y haber ocasionado un perjuicio real. Estaba muy triste y llena de pesar y de reproches hacia mí misma, y pude percibir que el carácter justo de Dios no tolera ofensa humana. Cuando Dios observa a alguien, no mira lo bien que aparente comportarse ni lo ocupado que parezca. Se fija en su actitud hacia la verdad y hacia el deber. Sin embargo, yo había tenido una actitud muy relajada hacia el deber: era superficial, posponía cosas y siempre tenían que presionarme. No me transformé tras ser podada y había indignado a Dios mucho antes. Dios me reprendió y disciplinó con mi destitución. Solo podía culparme a mí misma: había cosechado lo sembrado. Me sentí lista para someterme, hacer introspección y arrepentirme de veras para compensar mis transgresiones previas. No obstante, algo que no entendía era que, si al principio quería hacer un buen trabajo, ¿por qué había cumplido de esa manera con el deber? ¿Cuál era el motivo? Oré a Dios, confundida, para pedirle esclarecimiento para entender mi problema.

Una vez leí este pasaje de las palabras de Dios en mis devociones: “Si cumplierais con vuestro deber de forma concienzuda y responsable, no tardaríais ni siquiera cinco o seis años en poder hablar de vuestras experiencias y dar testimonio de Dios, y las diversas tareas se llevarían a cabo con gran efecto; pero vosotros no estáis dispuestos a ser considerados con las intenciones de Dios, ni os esforzáis por alcanzar la verdad. Hay algunas cosas que no sabéis hacer, así que Yo os doy instrucciones precisas. No tenéis que pensar; simplemente tenéis que escuchar y poneros a hacerlas. Esa es la única parte de responsabilidad que debéis asumir; sin embargo, hasta eso queda fuera de vuestro alcance. ¿Dónde está vuestra lealtad? ¡No se ve por ningún lado! Lo único que hacéis es decir cosas agradables. En vuestros corazones, sabéis lo que debéis hacer, pero simplemente no practicáis la verdad. Esto es rebelión contra Dios, y en el fondo, es una falta de amor por la verdad. Sabéis muy bien en vuestros corazones cómo actuar de acuerdo con la verdad, pero no la ponéis en práctica. Este es un problema serio; tenéis la verdad justo delante y no la ponéis en práctica. No sois alguien que se someta a Dios en absoluto. Para cumplir con un deber en la casa de Dios, lo mínimo que debéis hacer es buscar y practicar la verdad y actuar de acuerdo con los principios. Si no podéis practicar la verdad en el cumplimiento de vuestro deber, entonces ¿dónde puedes practicarla? Y si no practicas nada de verdad, entonces eres un incrédulo. ¿Cuál es tu propósito, en realidad, si no aceptas la verdad, y mucho menos la practicas, y simplemente andas sin rumbo en la casa de Dios? ¿Deseas hacer de la casa de Dios tu hogar de retiro o una casa de caridad? Si es así, te equivocas: la casa de Dios no se ocupa de los gorrones, los buenos para nada. Todo aquel de pobre humanidad, que no cumpla con su deber de buena gana, que no sea apto para cumplir con un deber, debe ser echado; todos los incrédulos que no aceptan la verdad en absoluto han de ser descartados. Algunos entienden la verdad, pero no pueden ponerla en práctica al cumplir con sus deberes. Cuando ven un problema, no lo resuelven, y si bien saben que es su responsabilidad, no se entregan a ello por completo. Si ni siquiera cumples con responsabilidades que eres capaz de cumplir, ¿qué valor o efecto podría tener cumplir tu deber? ¿Tiene sentido creer en Dios de esta manera? Alguien que comprende la verdad, pero no la práctica, que no puede soportar las adversidades que le corresponden, no es apta para cumplir con un deber. Algunas personas que cumplen un deber en realidad lo hacen solo para que las alimenten. Son vagabundos. Creen que, si hacen unas pocas tareas en la casa de Dios, se les proveerá de casa y comida, que se cubrirán sus necesidades sin tener que trabajar. ¿Existe acaso semejante intercambio? La casa de Dios no provee a los holgazanes. Si alguien que no practica la verdad en lo más mínimo y que sistemáticamente es superficial en el cumplimiento de su deber dice creer en Dios, ¿Él lo reconocerá? Todas esas personas son incrédulas y, a ojos de Dios, malhechoras(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para cumplir bien con el deber, al menos se ha de tener conciencia y razón). Al meditar las palabras de Dios, sentí que Él me estaba revelando delante de mis narices. Describía con exactitud cómo cumplía yo con el deber. Recordé una serie de cosas que habían pasado. Cuando observé que la supervisora no seguía mucho el trabajo, empecé a aprovecharme de eso y fui astuta y taimada. No parecía ociosa, pero no hacía mucho. En mi tiempo libre no pensaba en los problemas que había en mi deber ni en mi entrada en la vida, sino que miraba las noticias por curiosidad; no había nada que fuera recto en mi interior. Ignoraba por completo cómo demoraba el progreso de nuestro trabajo. Mejoré un poquito mi eficacia en el trabajo tras ser podada por la supervisora, pero yo me obligaba a hacer el esfuerzo solo para no ser destituida. Era reacia y me quejaba de su control y su supervisión, y hasta me molestaba cumplir con el deber. Me parecía un trabajo ingrato y difícil. Sabía que una de las hermanas con quienes trabajaba solo salía del paso y demoraba el trabajo, pero hice la vista gorda. Me di cuenta de que no tenía sinceridad hacia mi deber. No practicaba para nada la verdad ni tenía en cuenta las intenciones de Dios. Solamente me importaban mis comodidades físicas y mi relax. Era una parásita que esperaba asegurarse el pan en la iglesia. ¡No tenía conciencia ni razón! No me comportaba distinto de aquellos incrédulos a quienes solo les importa hartarse de comida y recibir bendiciones. Cumplía así con el deber, no por no entender las habilidades profesionales ni por no tener las competencias adecuadas, sino porque me faltaba humanidad, no buscaba la verdad y codiciaba las comodidades de la carne. No era nada digna de cumplir con un deber en la iglesia.

Leí unas palabras de Dios durante mi introspección: “Todo el pueblo escogido de Dios actualmente está practicando el cumplimiento de sus deberes, y Dios utiliza el cumplimiento de los deberes por parte de las personas para perfeccionar a un grupo y descartar a otro. Así pues, el cumplimiento del deber es lo que revela a cada tipo de persona, y cada tipo de persona falsa, incrédula y malvada se revela y es descartada durante el cumplimiento de su deber. Los que cumplen lealmente con sus deberes son honestos; los que son sistemáticamente superficiales son gente falsa y astuta y son incrédulos; y los que causan trastornos y perturbaciones al cumplir con sus deberes son malvados y anticristos. […] Todas las personas se revelan en el cumplimiento de su deber: basta con poner a una persona en un deber, y no tardará en revelarse si se trata de alguien honesto o falso, y si es o no amante de la verdad. Los que aman la verdad pueden cumplir su deber con sinceridad y defender la obra de la casa de Dios; los que no la aman no defienden la obra de la casa de Dios en lo más mínimo, y son irresponsables en el cumplimiento de su deber. Esto les queda claro enseguida a los que son lúcidos. Nadie que cumpla de manera pobre su deber es un amante de la verdad o una persona honesta; a tales personas se las va a revelar y descartar. Para cumplir bien con sus deberes, la gente debe tener sentido de la responsabilidad y de la carga. De esta manera, el trabajo se realizará sin duda de la forma adecuada. Resulta preocupante cuando alguien no tiene sentido de la carga o de la responsabilidad, cuando hay que instarle a hacerlo todo, cuando siempre es superficial e intenta trasladar la culpa cuando surgen problemas, provocando demoras en su resolución. ¿Se puede hacer bien el trabajo de todos modos? ¿Dará algún resultado el cumplimiento de su deber? No desean hacer ninguna de las tareas que se les encomienda y al ver que los demás necesitan ayuda con su trabajo, los ignoran. Solo hacen algo de trabajo al recibir una orden, cuando las cosas se ponen feas y no les queda más opción. Eso no es cumplir con un deber, ¡eso es ser mano de obra! La mano de obra trabaja para un empleador cumpliendo una jornada laboral a cambio de un sueldo, un trabajo por horas a cambio de una remuneración; espera que se le pague. Teme hacer alguna tarea y que su empleador no sea testigo de ello, teme que no se le retribuya lo que hace, solo trabaja por las apariencias, lo que significa que carece de lealtad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). “Creer en Dios es caminar por la senda correcta en la vida, y se debe perseguir la verdad. Se trata de un asunto del espíritu y de la vida, y se diferencia de la búsqueda de los no creyentes de riqueza y gloria, de hacerse un nombre eterno para sí mismo. Son sendas separadas. En su trabajo, los no creyentes piensan en cómo pueden trabajar menos y ganar más dinero, en qué artimañas dudosas pueden utilizar para ganar más. Se pasan todo el día pensando en cómo hacerse ricos y aumentar la fortuna de su familia, e incluso se les ocurren maneras inescrupulosas de lograr sus objetivos. Esta es la senda del mal, la de Satanás, y es la senda que recorren los no creyentes. La senda que recorren los creyentes en Dios es la de perseguir la verdad y recibir la vida; es la senda de seguir a Dios y ganar la verdad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). En las palabras de Dios descubrí que los no creyentes trabajan con la mentalidad propia de un empleado. Quieren más dinero por menos trabajo o, mejor aún, que les paguen sin mover un dedo. Cuando alguien los supervisa, aparentan trabajar algo, pero son escurridizos y taimados cuando no hay nadie mirando. Más allá de cómo vaya el trabajo, no se sienten muy apremiados siempre y cuando les paguen en término. Vi que yo era exactamente igual. Cuando no había ninguna presión ni dificultad en el deber, cuando no tenía que sufrir ni pagar un precio, ese deber no me parecía tan mal. Pensaba que, mientras no estuviera ociosa y realizara algunas tareas, no sería descartada, sería apta para permanecer en la iglesia y terminaría salvada, así que mataba dos pájaros de un tiro. No parecía especialmente perezosa y nadie veía problema alguno, pero no lo daba todo; me conformaba con un poco de trabajo. El resto del tiempo miraba información intrascendente y hojeaba cosas de poca importancia para descubrir novedades. Perdía el tiempo constantemente. Cuando se demoraba nuestra labor, hacía como que no era para tanto y continuaba tranquilamente como de costumbre. Cuando me podaron y revelaron, me esforcé un poco más para salvar mi imagen y no ser destituida, pero en cuanto subió la exigencia fui reacia, me quejaba y quería cambiarme a un deber más fácil y más relajado. Parecía cumplir con el deber, pero simplemente realizaba una tarea para que la viera la supervisora. No tenía sinceridad ni hacia el deber ni hacia Dios. Quería pagar un precio bajo por las bendiciones del reino de los cielos. Eso era un intento de negociación con Dios. Jamás me di cuenta de que era una persona así de escurridiza y taimada. Había gozado de todo cuanto Dios me había dado y del sustento de Sus palabras, pero solo aspiraba a la tranquilidad y la comodidad en el deber y hacía cualquier cosa que me evitara sufrimientos sin pensar para nada en la labor de la iglesia ni en la apremiante voluntad de Dios. No tenía temor de Él. ¿Eso era cumplir con un deber? Era obvio que demoraba el trabajo de la iglesia, y era una oportunista que se aprovechaba a costa de ella. Al reflexionar me percaté de que era tan egoísta y despreciable porque defendía filosofías satánicas como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “Realizar un esfuerzo arduo para obtener un cargo político con el fin de conseguir comida y ropa” y “La vida es breve; disfruta mientras puedas”. Estas cosas se habían convertido en mi naturaleza. Al vivir de acuerdo con ellas, solo pensaba en mis intereses carnales al actuar. Creía que, en la vida, teníamos que ser amables con nosotros mismos, que no valía la pena agotarnos y esforzarnos demasiado. Es genial ser despreocupados, y preocuparse y agotarse, una situación de perdedores. Siempre tenía esa actitud en el deber y era superficial y lenta, lo que acababa demorando el trabajo de la iglesia y destruyendo mi integridad. Era creyente, pero no practicaba las palabras de Dios, sino que vivía según las palabras endiabladas de Satanás, con lo que cada vez me volvía más egoísta, astuta y depravada. No tenía integridad ni dignidad ni era digna de confianza. Incluso un no creyente en el trabajo, si abordaba las cosas con ese tipo de mentalidad oportunista, tal vez se saliera con la suya durante un tiempo, pero finalmente lo descubrían. Además, yo cumplía con un deber en la iglesia y Dios había detectado mis juegos y trampas. Veía que no me esforzaba nada sinceramente por Él, sino que simplemente salía del paso. A esas alturas pensé que por eso siempre tenía sueño y era apática en el deber y no sentía la presencia de Dios. Era porque era lista y taimada, cosa indignante y detestable para Dios. Él me había ocultado Su rostro mucho antes. Sin la obra del Espíritu Santo me volví muy insensible, así que, por mucho que conociera las habilidades profesionales o por mucha experiencia que tuviera, no lo hacía bien.

Después leí más palabras de Dios, las cuales me aclararon la naturaleza de ser superficial en el deber, y también descubrí que el carácter de Dios es inofendible. Dios dice: “Cómo consideras las comisiones de Dios es de extrema importancia y un asunto muy serio. Si no puedes llevar a cabo lo que Dios les ha confiado a las personas, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Es perfectamente natural y está justificado que los seres humanos deban completar cualquier comisión que Dios les confíe. Esa es la responsabilidad suprema del hombre, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave. En esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido. La gente debe entender bien cómo tratar lo que Dios les confía y, al menos, debe comprender que las comisiones que Él confía a la humanidad son exaltaciones y favores especiales de Dios, y son las cosas más gloriosas. Todo lo demás puede abandonarse. Aunque una persona tenga que sacrificar su propia vida, debe seguir cumpliendo la comisión de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). “Una vez, le encomendé a alguien que hiciera algo. Mientras le explicaba la tarea, él tomaba notas cuidadosamente en su cuaderno. Vi que era muy meticuloso al anotarlo; parecía sentir una gran responsabilidad por el trabajo y tener una actitud concienzuda y responsable. Tras comunicarle la tarea, me dispuse a esperar a que me informara al respecto. Pasadas dos semanas, seguía sin informarme de nada. Así pues, me encargué de buscarlo y le pregunté cómo iba la tarea que le había asignado. Me respondió: ‘Uy, no, ¡me olvidé! Recuérdame qué era’. ¿Qué opináis de su respuesta? Ese era el tipo de actitud que tenía al hacer el trabajo. Pensé: ‘Esta persona es de verdad muy poco fiable. ¡Apártate de Mí, rápido! ¡No quiero volver a verte!’. Así me sentí. Por eso, os contaré un hecho: jamás debéis asociar las palabras de Dios con las mentiras de un embaucador; si lo hacéis, a Dios le parecerá abominable. Algunos afirman ser gente de palabra, que su palabra es sagrada. Entonces, si eso es así, cuando se trata de las palabras de Dios, ¿son capaces de actuar de acuerdo con lo que estas dicen cuando las escuchan? ¿Pueden implementarlas con el mismo cuidado con el que llevan a cabo sus asuntos personales? Cada frase de Dios es importante. Él no habla en broma. La gente debe implementar y ejecutar lo que Él dice. Cuando Dios habla, ¿le pide a la gente su opinión? Claro que no. ¿Te hace preguntas para las que exista más de una respuesta? Por supuesto que no. Si puedes darte cuenta de que las palabras y la comisión de Dios son órdenes, que el hombre debe acatarlas e implementarlas, entonces tienes la obligación de implementarlas y ejecutarlas. Si crees que las palabras de Dios no son más que una broma, tan solo comentarios casuales que pueden cumplirse o no a gusto personal, y las tratas como tales, entonces careces bastante de razón y no eres apto para llamarte persona. Dios jamás volverá a hablarte. Si alguien siempre toma sus propias decisiones en cuanto a los requisitos de Dios, Sus órdenes y Su comisión, y los trata con una actitud superficial, es un tipo de persona a quien Dios detesta. Respecto de las cosas que te ordeno y encomiendo directamente, si siempre necesitas que te supervise y te insista, que te haga un seguimiento, si siempre haces que me preocupe, haga averiguaciones y verifique todo a cada paso, entonces deberías ser descartado(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión tres: Cómo obedecieron Noé y Abraham las palabras de Dios y se sometieron a Él (II)). Con las palabras de Dios aprendí que todo cuanto Él dice, todo cuanto exige, lo ha de llevar a cabo y lo ha de cumplir todo ser creado. Si no nos tomamos en serio las palabras de Dios, sino que siempre han de supervisarnos y advertirnos en el trabajo o hacemos un poco a regañadientes cuando nos obligan, eso es, en el fondo, mentir y engañar a Dios, lo cual le resulta repugnante y detesta. Esa persona no merece oír las palabras de Dios ni permanecer en la iglesia, sino que debe ser descartada. Sentí mucho miedo al meditar las palabras de Dios, sobre todo el fragmento en que dice: “Esta persona es de verdad muy poco fiable. ¡Apártate de Mí, rápido! ¡No quiero volver a verte!”. Sentía pesar y culpa por mis transgresiones previas en el deber y no paraba de llorar. Al recordar mi actitud hacia el deber, era tal como la exponía Dios: sumamente informal. Este es un tiempo crucial para la expansión del evangelio del reino, y los demás hermanos y hermanas se mueren de ganas por un deber. Sin embargo, yo codiciaba mis comodidades carnales, era lenta y superficial en el deber y me conformaba con ser mano de obra sin procurar ser eficaz, lo que afectaba a los resultados de mi labor. Era holgazana y negligente en el deber, haraganeaba y no pensaba más que en mi satisfacción. La iglesia me confió un trabajo vital y yo debería haberme dedicado a él por completo, debería haber cumplido con mi responsabilidad. En cambio, lo trataba como un capital, como una baza que podía utilizar para vivir de la iglesia sin sufrir ni pagar precio alguno y sin pensar en cómo mejorar mi trabajo. Hacía lo mínimo indispensable. No me importaba lo lento que avanzara ni lo ansioso que fuera Dios. Lo único que me importaba era no agotarme. Era negligente e inconsciente en el deber, solo quería ir tirando y posponer las cosas en todo lo posible. No llevaba a Dios en el corazón ni tenía un corazón temeroso de Dios en absoluto. Ser tan informal en el deber, ¿no me hizo incluso inferior a un perro? Los perros son fieles a su dueño. Esté su dueño al lado o no, cumplen sus responsabilidades y vigilan la vivienda del dueño. Por mi manera de actuar, no era digna de continuar cumpliendo un deber. Me juré que, a partir de ese día, me arrepentiría y compensaría lo que debía.

Posteriormente, en mis devociones leí un pasaje de las palabras de Dios que me aportó una senda para cumplir con el deber en lo sucesivo. Las palabras de Dios dicen: “¿Qué pensó Noé en su corazón cuando Dios le ordenó construir un arca? Pensó: ‘A partir de hoy, nada importa más que la construcción del arca, no hay nada más importante y urgente que eso. He oído las palabras del corazón del Creador, he percibido Su apremiante intención, así que no debo demorarme; he de construir a toda prisa el arca de la que Dios me ha hablado y que me ha pedido’. ¿Cuál fue la actitud de Noé? Fue la de no osar ser negligente. ¿Y de qué modo ejecutó la construcción del arca? Sin demora alguna. Llevó a cabo y ejecutó a toda prisa y con toda su energía cada detalle de lo que Dios le había dicho y ordenado, sin ser superficial en absoluto. En resumidas cuentas, la actitud de Noé hacia la orden del Creador fue de sumisión. No fue despreocupado al respecto y no hubo oposición en su corazón ni hubo indiferencia. Por el contrario, trató diligentemente de comprender la intención del Creador mientras memorizaba cada detalle. Cuando comprendió la apremiante intención de Dios, decidió acelerar el ritmo para terminar a toda prisa aquello que Dios le había transmitido. ¿Qué quería decir ‘a toda prisa’? Quería decir completar, en el menor tiempo posible, trabajo que anteriormente habría llevado un mes, completándolo tal vez tres o cinco días antes de lo previsto, sin arrastrar los pies para nada o con la menor dilación, impulsando en cambio todo el proyecto lo mejor que pudiera. Naturalmente, al llevar a cabo cada tarea, se esforzaba al máximo por minimizar las pérdidas y los errores y por no hacer ningún trabajo que debiera repetirse; asimismo, habría completado cada tarea y procedimiento a tiempo y los habría hecho bien, garantizando su calidad. Esta fue una verdadera manifestación de no demorar las cosas. Así pues, ¿cuál fue la condición previa para que fuera capaz de no arrastrar los pies? (Había escuchado la orden de Dios). Sí, esa fue la condición previa y el contexto para ello. Ahora bien, ¿por qué fue capaz Noé de no arrastrar los pies? Algunos dicen que Noé tenía verdadera sumisión. ¿Y qué poseía él que le permitiera alcanzar la verdadera sumisión? (Era considerado con el corazón de Dios). ¡Exacto! ¡Esto es lo que significa tener corazón! La gente con corazón es capaz de ser considerada con el corazón de Dios; quienes no tienen corazón son cáscaras vacías, tontos, no saben ser considerados con el corazón de Dios. Su mentalidad es: ‘No me importa lo apremiante que sea esto para Dios. Lo haré como me venga en gana; en cualquier caso, no estoy siendo ocioso ni perezoso’. Este tipo de actitud, esta clase de negatividad, la falta total de proactividad, son propias de gente que no es considerada con el corazón de Dios ni tampoco entiende cómo serlo. En tal caso, ¿poseen verdadera fe? Por supuesto que no. Noé era considerado con el corazón de Dios, tenía verdadera fe y, así, fue capaz de cumplir con la comisión de Dios. Por lo tanto, no basta con simplemente aceptar la comisión de Dios y estar dispuesto a hacer algún esfuerzo. También debes ser considerado con las intenciones de Dios, entregarte por completo y ser leal, lo cual exige que tengas conciencia y razón; eso es lo que la gente debería tener, y es lo que existía en Noé(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión tres: Cómo obedecieron Noé y Abraham las palabras de Dios y se sometieron a Él (II)). En las palabras de Dios descubrí que Noé recibió Su visto bueno por tener auténtica fe en Él y tener en consideración Su voluntad. Cuando recibió la comisión de Dios, hizo de la construcción del arca su prioridad. No pensó en su sufrimiento físico ni en lo difícil que sería. En esa era preindustrial, construir semejante arca debió de requerir mucho esfuerzo físico y mental, y él tuvo que soportar las burlas de otros. En esas circunstancias, Noé se mantuvo fuerte 120 años para cumplir con la comisión de Dios, con lo que acabó reconfortando Su corazón. Noé se esforzó sinceramente por Dios y mereció Su confianza. Sin embargo, yo, si nadie me instaba y me vigilaba, aprovechaba para ser perezosa y astuta, para codiciar mis comodidades carnales, posponiendo el trabajo y sin preocuparme nunca por cuánto demoraba las cosas. Realmente no tenía humanidad ni merecía la salvación de Dios. Entonces supe que el cumplimiento del deber ha de ser como la construcción del arca de Noé, que requiere acciones reales. Tengo que aprovechar cada segundo para avanzar, para trabajar de forma más eficaz. Aunque nadie me presione ni me controle, he de ser responsable y hacer todo lo que pueda. Es el único modo de ser una persona con conciencia y humanidad.

Posteriormente empecé a programar mi horario. Cuando no trabajaba en los diseños, en mi tiempo libre ayudaba en otro deber y estaba atenta a mi propio estado. Tenía la agenda muy llena todos los días, pero me sentía muy en paz y me dedicaba más al deber que antes. A veces, cuando un trabajo estaba casi hecho y tenía ganas de holgazanear de nuevo, o cuando se demoraba el dibujo técnico porque no había organizado bien mis horarios, quería disfrutar porque pensaba que no era miembro del equipo, que nadie me estaba apurando y que ya estaba ayudando con otro trabajo, por lo que se justificaba ser un poco más lenta en el diseño. Al pensarlo, veía que no me hallaba en el estado correcto y me apresuraba a buscar la verdad para corregirlo. Leí estas palabras de Dios: “Cuando la gente cumple el deber, en realidad hace lo que tiene que hacer. Si lo haces ante Dios, si cumples el deber y te sometes a Dios con honestidad y de corazón, ¿no será esta actitud mucho más correcta? Por consiguiente, ¿cómo deberías aplicarla a tu vida diaria? Debes hacer que tu realidad sea ‘adorar a Dios de corazón y con honestidad’. Cuando quieras holgazanear y hacer las cosas por inercia, cuando quieras actuar de manera descuidada y ser un vago, y cada vez que te distraigas o prefieras estar pasándotelo bien, deberías plantearte: ‘Si me comporto de esta manera, ¿estoy siendo indigno de confianza? ¿Pongo el corazón en la realización de mi deber? ¿Estoy siendo desleal al hacer esto? Si hago esto, ¿estoy fracasando en estar a la altura de la comisión que me ha confiado Dios?’. Esa debe ser tu autorreflexión. Si llegas a descubrir que siempre eres superficial en tu deber, que eres desleal y que le has hecho daño a Dios, ¿qué deberías hacer? Deberías decir: ‘En ese momento percibí que algo andaba mal, pero no lo consideré un problema; lo pasé por alto despreocupadamente. Hasta ahora no me he dado cuenta de que en realidad había sido superficial, de que no había estado a la altura de mi responsabilidad. Ciertamente me falta conciencia y razón’. Has detectado el problema y has llegado a conocerte un poco a ti mismo, así que ahora debes dar un giro a tu vida. Tu actitud respecto al cumplimiento de tu deber fue equivocada. Fuiste descuidado con él, como si se tratara de un trabajo extra, y no te dedicaste a ello de corazón. Si vuelves a ser superficial, debes orar a Dios y permitir que te discipline y te reprenda. Debes tener una voluntad semejante en el cumplimiento de tu deber. Solo entonces puedes arrepentirte de verdad. Es posible que únicamente cambies cuando tu conciencia esté limpia y tu actitud hacia el cumplimiento de tu deber se transforme(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El único camino posible es la lectura frecuente de las palabras de Dios y la contemplación de la verdad). La lectura de las palabras de Dios me aclaró una senda de práctica. Un deber es una comisión que nos otorga Dios. Nos supervisen o no, debemos aceptar el escrutinio de Dios y darlo todo. Siempre necesitaba que me presionaran para hacer algo por falta de dedicación, y hasta a los demás les parecía vergonzoso. No podía continuar así, sino que tenía que tener un corazón temeroso de Dios y aceptar Su escrutinio. Debía ser activa en el deber sin que hiciera falta apremiarme. Cuando ambas tareas eran frenéticas y tenía que pagar un precio, organizaba mi horario con antelación y lo hacía lo mejor posible, tratando de no ser superficial en mi trabajo. Al abordar así las cosas, con el tiempo comencé a ver resultados en el deber. Tenía que esforzarme más que antes y era cierto gasto de energía, pero no me sentía nada cansada, sino en calma y en paz. Ante las dificultades en el deber, obtenía más beneficios a base de buscar la verdad. Progresé en mis competencias profesionales y en mi entrada en la vida.

En junio de 2021, el líder vino a hablar conmigo un día y me dijo que me destinaban nuevamente al equipo. No supe ni qué decir de la emoción y di gracias a Dios de corazón. La experiencia me enseñó lo perezosa, egoísta y vil que fui. Me odié de veras y entonces aprendí a valorar la oportunidad de cumplir un deber. También poseía un corazón relativamente temeroso de Dios. A veces seguía sintiendo pereza y oraba a Dios pidiéndole que escrutara mi corazón. Cuando me volvía superficial, astuta y taimada, le pedía a Dios que me revelara, reprendiera y disciplinara inmediatamente. Después de ponerlo en práctica, me había vuelto mucho menos artera y perezosa que antes, y había logrado mejores resultados en mi deber, lo que me hizo sentir muy realizada. El líder me comentó más adelante que cumplía con el deber mucho mejor que antes. Aquello me emocionó y motivó mucho. Sabía que aún no hacía lo suficiente y que tenía que seguir esforzándome. Doy gracias a Dios por reprenderme y disciplinarme, lo que me ha ayudado a cambiar de actitud hacia mi deber.

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