Así aprendí una lección de obediencia

16 Abr 2023

Por Mu Qing, Estados Unidos

En septiembre del año pasado, un día mi líder me asignó supervisar una iglesia recién fundada, mientras que el hermano Eric asumiría la supervisión de mi iglesia de entonces. Cuando me informó de ello, yo realmente no quería aceptar el trabajo. Pensé que había toda clase de problemas en esa nueva iglesia y sus proyectos estaban muy mal, estaban faltos de líderes y obreros, y que había mucho trabajo que no podían hacer, por lo que tendría que enseñarles o hacerlo yo. Me parecía mucho problema supervisar esa iglesia. No solo conllevaría mucho sufrimiento y sacrificio, sino que no había garantía de éxito. No era como en mi iglesia de entonces, que tenía buenos resultados de evangelización y nuevos fieles capaces de trabajar de forma independiente y de compartir la carga de parte de mi trabajo, con lo que no tenía que preocuparme tanto. Cuanto más lo pensaba, menos quería asumir aquella iglesia. Así pues, respondí al líder: “Eric acaba de empezar y no está listo para hacer él solo este trabajo. Si me voy ahora, quizá no sepa ocuparse de todo el trabajo de aquí y se vea afectada la labor de la iglesia. ¿Puedo quedarme?”. Según el líder, Eric era muy válido en su deber y era posible capacitarlo. Se lo había pensado y había llegado a la conclusión de que mejor me iba yo. Al oír aquello, supe que el líder ya se había decidido y que simplemente tenía que aceptarlo. Sin embargo, después, siempre que pensaba en la nueva iglesia, sentía preocupación y ansiedad. Sabía que mi estado era malo y que estaba eludiendo mi deber, así que oré a Dios para pedirle que me guiara para someterme y experimentar esta situación.

Luego encontré este pasaje de las palabras de Dios: “Al cumplir con un deber, la gente siempre escoge el más liviano, el que no les canse, el que no implique desafiar los elementos a la intemperie. A esto se le llama elegir los trabajos fáciles, eludir los complicados, y se trata de una manifestación de codicia de las comodidades de la carne. ¿Qué más? (Quejarse siempre cuando su deber es un poco duro, un poco agotador, cuando implica pagar un precio). (Preocuparse por la comida y la ropa, y por los caprichos de la carne). Todas estas son manifestaciones de codicia de las comodidades de la carne. Cuando una persona así ve que una tarea es demasiado laboriosa o arriesgada, se la endosa a otra persona; se limita a hacer el trabajo con tranquilidad, y pone excusas de por qué no puede hacer este, diciendo que tiene poca aptitud y que no tiene las habilidades requeridas, que es demasiado para él; cuando en realidad es porque codicia las comodidades de la carne. […] También están los que se quejan siempre mientras cumplen con el deber, que no quieren esforzarse, que, en cuanto tienen un pequeño tiempo muerto, descansan, charlan ociosos o disfrutan del ocio y el entretenimiento. Y cuando el trabajo se intensifica y rompe el ritmo y la rutina de sus vidas, se sienten infelices e insatisfechos por ello. Gruñen y se quejan, y se vuelven descuidados y superficiales en el cumplimiento de su deber. Esto es codiciar las comodidades de la carne, ¿verdad? […] Por muy ajetreado que sea el trabajo de la iglesia o muy ocupados que estén ellos en el deber, la rutina y la normalidad de sus vidas jamás se ven interrumpidas. Nunca descuidan ningún mínimo detalle de la vida de la carne y los controlan perfectamente, muy estrictos y serios. Sin embargo, al abordar el trabajo de la casa de Dios, por muy importante que sea el asunto, y aunque este pueda afectar a la seguridad de los hermanos y hermanas, lo abordan negligentemente. Ni siquiera se preocupan de aquellas cosas que competen a la comisión de Dios ni al deber que han de cumplir. No asumen ninguna responsabilidad. Esto es codiciar las comodidades de la carne, ¿no? ¿Son las personas que codician las comodidades de la carne aptas para cumplir con un deber? Si sacamos el tema del cumplimiento del deber, hablamos de pagar un precio y de sufrir penurias, no paran de negar con la cabeza: tienen demasiados problemas, les embargan las quejas, son negativas en todo. Esas personas son inútiles, no tienen derecho a cumplir con el deber y hay que descartarlas(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Este pasaje analiza de qué manera no son sinceros en el deber aquellos que desean el ocio. Siempre eligen trabajos ligeros y son quisquillosos con las cosas. Siempre eligen deberes fáciles sin muchas responsabilidades y, en cuanto a aquellos deberes que exigen sufrimiento y sacrificio, tienen muchos motivos para rechazarlos y eludirlos. Dios dice que esa gente no es digna de cumplir con un deber y que le parece repugnante. Tras pensar en las palabras de Dios, me sentí muy culpable. Dios había expuesto mi estado preciso. Cuando me asignó mi líder la supervisión de la nueva iglesia, yo era sumamente reacio, pues sabía que, como acababa de arrancar el trabajo de esa iglesia, los resultados no eran buenos y había falta de líderes y obreros. Si quería un trabajo bien hecho, eso supondría mucho sufrimiento y esfuerzo. En cuanto a mi iglesia de entonces, no solo lográbamos buenos resultados de evangelización, sino que, además, teníamos suficientes líderes y obreros, con lo que era fácil asignar el trabajo. Al comparar las iglesias, preferí quedarme en la mía y no supervisar la nueva. Cuando me habló mi líder, hasta puse una excusa para eludir el trabajo: que Eric solo tenía una aptitud normal y no sabría ocuparse inmediatamente del trabajo él solo. Por ello, si me iba, se vería afectado el trabajo de la iglesia. En apariencia llevaba una gran carga y miraba por la iglesia en todo lo que decía. Sin embargo, en realidad estaba poniendo excusas para no supervisar la nueva iglesia. Estaba consintiendo mi carne sin querer sufrir ni sacrificarme. No tenía en cuenta más que mi carne y optaba por lo más fácil y tranquilo. Era quisquilloso y exigente respecto a mis deberes, manipulador y traicionero con Dios, y no quería asumir ninguna carga. Era escurridizo y astuto como un incrédulo. La iglesia llevaba años capacitándome, pero, cuando una nueva iglesia estaba teniendo problemas y precisaba mi ayuda, si yo complacía mi carne y no hacía el trabajo necesario, se vería afectado el de la iglesia, no se capacitaría a los nuevos fieles y la labor evangelizadora continuaría demorándose. Puede que la aptitud y el rendimiento de Eric en el trabajo no fueran los mejores y que él no pudiera asumir por su cuenta todo el trabajo de inmediato, pero mi iglesia de origen era más estable y Eric estaba familiarizado con ella. Si colaboraba con él cuando fuera preciso, el trabajo de la iglesia no se vería tan afectado. En general, mi líder había acertado al asignarme la nueva iglesia. Que complaciera continuamente mi carne y no protegiera el trabajo de la iglesia disgustaba a Dios, y yo no era digno de Su confianza. Consciente de esto, oré en silencio a Dios: “Amado Dios, estoy listo para someterme a este entorno. Mi líder me asignó la supervisión de esta nueva iglesia, y yo estoy dispuesto a cooperar y darlo todo en este deber. No puedo vivir más en un estado tan egoísta y despreciable”.

Luego descubrí otro pasaje de las palabras de Dios: “Todo lo que Dios pide que la gente haga, y todas las diversas clases de trabajo en la casa de Dios, todo esto requiere de personas que lo hagan, todo cuenta como deberes para ellas. Independientemente de cuál sea el trabajo que haga la gente, este es el deber que ha de cumplir. El deber incluye un amplio ámbito y muchas áreas; pero, sea cual sea el deber que cumplas, básicamente esta es tu obligación, es algo que debes hacer. Siempre que te esfuerces por hacerlo bien, Dios te elogiará y te reconocerá como alguien que cree de verdad en Él. Seas quien seas, si siempre tratas de evitar tu deber o huir de él, entonces es un problema. Por decirlo suavemente, eres demasiado perezoso, demasiado astuto, eres ocioso, amas el placer y odias el trabajo. Si lo decimos con mayor seriedad, no estás dispuesto a cumplir con tu deber, no tienes compromiso, no tienes obediencia. Si ni siquiera puedes esforzarte en esta pequeña tarea, ¿qué puedes hacer? ¿Qué eres capaz de hacer bien? Si una persona es realmente devota y tiene sentido de la responsabilidad hacia su deber, mientras sea requerido por Dios, y cuando sea necesario para la casa de Dios, hará cualquier cosa que se le pida, sin elegir. ¿Acaso uno de los principios de cumplir con el deber propio no es el de emprender y completar cualquier cosa que uno pueda y deba hacer? (Sí)” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (IV)). Con las palabras de Dios entendí que, sin importar qué deber me asignara la iglesia, fácil o difícil, era responsabilidad mía y debía aceptarlo. Debía hacer lo posible por asumirlo y esforzarme por lograr resultados. Estas eran la conciencia y la razón que debía tener. Mi líder me había asignado la supervisión de la nueva iglesia y, aunque allí hubiera problemas en el trabajo, no podía complacer mi carne y ser quisquilloso siempre. Tenía que ampararme en Dios y hacer las cosas, poner al día el trabajo de la iglesia y cumplir con mi deber. Eso tenía que hacer. Después me puse a analizar al personal de la iglesia y la situación de su trabajo, les enseñé los principios y empecé a formarlos. Más tarde descubrí que la labor evangelizadora se resentía porque los obreros de riego se estaban relajando en el seguimiento. No hablaban de las nociones religiosas de aquellos que estudiaban la obra de Dios de los últimos días ni las corregían, y no seguían determinados aspectos de su trabajo. Así pues, resumí y les hablé de sus errores y descuidos, y ayudé y podé a aquellos que lo necesitaban, y traté con ellos hasta resolver todos sus problemas. Poco a poco, los hermanos y hermanas comenzaron a mejorar en el deber y la labor de la iglesia empezó a progresar. Me sentía muy seguro y tranquilo trabajando de esta forma. Creía que, tras todo aquello, ya había alcanzado cierta transformación, pero no tardó en ocurrir algo que de nuevo me dejó en evidencia.

A finales de septiembre, mi líder me informó que pensaba asignarme la supervisión de otra iglesia nueva. Estuve a punto de perder los papeles con aquello: “Esa iglesia será todavía más difícil de supervisar que la actual. No solo están faltos de líderes y obreros, sino que, en su mayoría, son nuevos en sus puestos. Para lograr que esta iglesia funcione bien, harán falta mucho sufrimiento y una gran dedicación mental”. Realmente no quería aceptar el trabajo. No pude evitar decirle a mi líder: “¿Por qué siempre tengo que supervisar estas nuevas iglesias? La iglesia que superviso ahora está empezando a mejorar. ¿Puedes asignar la supervisión de esa iglesia a otro hermano o hermana?”. En cuanto lo dije, vi que otra vez trataba de eludir mi deber. Seguía complaciendo mi carne sin querer hacer sacrificios. Me dije a mí mismo: “Me hallo en esta situación por la voluntad de Dios, así que, aunque no la comprenda, primero he de someterme”. Me sentía fatal después de esa llamada. ¿Por qué, cada vez que me asignaban un nuevo deber, no pensaba más que en vivir más tranquilo, y no en escuchar la voluntad de Dios y someterme a Sus instrumentaciones y disposiciones? Cuanto más reflexionaba, peor me sentía. Por ello, oré a Dios para pedirle esclarecimiento y guía para recapacitar y conocerme.

Luego leí dos pasajes de las palabras de Dios que me impactaron profundamente. Dios Todopoderoso dice: “Mientras las personas no hayan experimentado la obra de Dios y no hayan comprendido la verdad, la naturaleza de Satanás es la que toma las riendas y las domina desde el interior. ¿Qué cosas específicas conlleva esa naturaleza? Por ejemplo, ¿por qué eres egoísta? ¿Por qué proteges tu propia posición? ¿Por qué tienes emociones tan fuertes? ¿Por qué te gustan esas cosas injustas? ¿Por qué te gustan esas maldades? ¿Cuál es la base para que te gusten estas cosas? ¿De dónde proceden? ¿Por qué las aceptas de tan buen grado? Para este momento, todos habéis llegado a comprender que esto se debe, principalmente, al veneno de Satanás que hay dentro del hombre. Entonces, ¿qué es el veneno de Satanás? ¿Cómo se puede expresar? Por ejemplo, si preguntas ‘¿Cómo debería vivir la gente? ¿Para qué debería vivir?’, te responderán: ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’. Esta sola frase expresa la raíz del problema. La filosofía y la lógica de Satanás se han convertido en la vida de las personas. Sea lo que sea lo que persigue la gente, lo hacen para sí mismos, por tanto solo viven para sí mismos. ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’: esta es la filosofía de vida del hombre y también representa la naturaleza humana. Estas palabras se han convertido ya en la naturaleza de la humanidad corrupta, en el auténtico retrato de su naturaleza satánica, la cual se ha convertido ya en la base de la existencia de esta humanidad corrupta. La humanidad corrupta ha vivido según este veneno de Satanás durante varios miles de años y hasta nuestros días(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo caminar por la senda de Pedro). “Sus lemas son: ‘La vida es solo comer y vestirse’, ‘Aprovecha el momento, pues la vida es corta’ y ‘Vive el presente sin preocuparte por el mañana’. Disfrutan de cada día tal y como viene, se divierten todo lo que pueden y no piensan en el futuro, y mucho menos se plantean qué responsabilidades debe cumplir un líder y qué deberes ha de desempeñar. Repiten como un loro algunas palabras y frases de doctrina y desempeñan algunas tareas para guardar las apariencias, como práctica habitual, pero no realizan ningún trabajo real. No intentan profundizar en los problemas reales de la iglesia para resolverlos completamente. ¿Qué sentido tiene hacer un trabajo tan superficial? ¿No es esto astuto? ¿Se pueden confiar responsabilidades serias a este tipo de falsos líderes? ¿Se ajustan a los principios y condiciones de la casa de Dios para la selección de líderes y obreros? (No). Estas personas no tienen conciencia o razón, están desprovistas de todo sentido de la responsabilidad, y sin embargo, todavía desean servir en un puesto oficial como líder de la iglesia: ¿por qué son tan desvergonzados? Algunas personas que tienen sentido de la responsabilidad son de escaso calibre y no pueden ser líderes, y eso por no hablar de la basura humana que no tiene ningún sentido de la responsabilidad; son menos aptos aún para ser líderes(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Hasta que no leí las palabras de Dios, no comprendí que respondía tan contundentemente cada vez que me asignaban otro deber y que no estaba dispuesto a sufrir y llevar una carga, sobre todo, porque era demasiado perezoso y anhelaba el ocio. Desde temprana edad, me había influido y moldeado Satanás, y frases como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” y “vive el presente sin preocuparte por el mañana” se habían convertido en mis filosofías satánicas de vida. Mis ideas sobre la vida y mis valores se habían deformado y corrompido. Creía que, mientras estuviéramos vivos, debíamos divertirnos, y que no había necesidad de agotarnos. Debíamos tratarnos bien, ser buenos con nosotros mismos. Antes de ser creyente, me conformaba con seguir los protocolos y realizar mis tareas de trabajo, y no hacía más de lo necesario. A veces, cuando teníamos que hacer horas extra, me parecía demasiado estresante y cansado, y solicitaba un permiso. Ya en la fe, continuaba aspirando a lo mismo. Intentaba eludir el sufrimiento y los sacrificios, y quería que mi deber fuera relajado y tranquilo, sin problema alguno. Por eso, cuando mi líder me asignó la supervisión de aquellas dos iglesias, que estaban plagadas de problemas y conllevarían muchos sufrimientos y sacrificios, no quise hacerlo y traté de eludir el deber. Sin embargo, en realidad sabía que llevaba un tiempo trabajando y tenía experiencia, por lo que debía supervisar iglesias que tuvieran más dificultades. Sencillamente, no quería abandonar la carne y asumir una pesada carga. Dios me había agraciado con la oportunidad de practicar como supervisor de iglesia, así que debía cumplir con mis responsabilidades para retribuirle Su amor. No obstante, no cumplía bien mi deber y siempre procuraba holgazanear y relajarme. Vivía según estas nociones satánicas, era egoísta y despreciable, y no tenía la menor personalidad ni integridad. Consciente de esto, me pareció peligroso seguir por ese camino. Por consiguiente, oré a Dios, dispuesto a cambiar de actitud hacia el deber.

Después encontré este pasaje. “De hecho, todo deber involucra cierta dificultad. El trabajo físico involucra esfuerzo físico y el trabajo intelectual involucra esfuerzo intelectual; cada uno tiene sus dificultades. Siempre es más fácil decir que hacer. Cuando las personas actúan de verdad, por un lado, hay que mirar su personalidad y, por otro, hay que ver si aman la verdad. Hablemos primero de la personalidad de las personas. Si una persona tiene buena personalidad, ve el lado positivo de todo, y es capaz de aceptar y comprender estas cosas desde una perspectiva positiva y sobre la base de la verdad; es decir, su corazón, su personalidad y su espíritu son justos. Esto es desde la perspectiva de la personalidad. A continuación, hablemos sobre otro aspecto: si se ama la verdad o no. Amar la verdad se refiere a ser capaz de aceptarla, es decir, si, más allá de si comprendes o no las palabras de Dios, y de si entiendes o no Su voluntad, independientemente de que tu punto de vista, opinión y perspectiva sobre el trabajo y el deber que debes desempeñar se ajuste a la verdad, eres igualmente capaz de aceptarlo de Dios y eres obediente y sincero, entonces con eso basta, eso te califica para cumplir con tu deber, es el requisito mínimo. Si eres obediente y sincero, cuando llevas a cabo tu tarea no eres descuidado ni indiferente, y no buscas la manera de holgazanear, sino que pones la totalidad de tu cuerpo y alma en ello. Tener el estado interior incorrecto produce negatividad, lo que hace que la gente pierda el incentivo y, así, se vuelve descuidada y desordenada. En el fondo, la gente sabe muy bien que su estado no es el correcto y, aun así, no intenta corregirlo buscando la verdad. Esa gente no tiene amor por ella y tiene solo una ligera disposición a cumplir con su deber. No les interesa hacer ningún esfuerzo ni sufrir dificultades, y siempre están buscando la manera de holgazanear. De hecho, Dios ya ha visto todo esto. ¿Por qué no le presta atención a esta gente entonces? Dios solo está esperando que Sus elegidos se despierten y los identifiquen tal y cómo son, para que las expongan y las descarten. Sin embargo, esta gente piensa todavía para sus adentros: ‘Mira qué listo soy. Comemos la misma comida, pero después de trabajar vosotros estáis completamente exhaustos. Yo no estoy nada cansado. Yo soy el inteligente; el que hace un trabajo real es un idiota’. ¿Está bien que vean a la gente honesta de este modo? No. En efecto, los que hacen un trabajo real cuando cumplen con el deber están practicando la verdad y satisfacen a Dios, y por eso son los más inteligentes de todos. ¿Qué les hace ser inteligentes? Dicen: ‘No hago nada que Dios no me pida, y hago todo lo que Él me pide. Hago cualquier cosa que Él me pide, y pongo en ello mi corazón, dedico todo lo que puedo a ello, sin nada de trucos. No lo hago por ninguna persona, lo hago por Dios. Él me ama mucho, debería hacer esto para satisfacerlo’. Esta es la mentalidad correcta, y el resultado es que cuando llegue el momento de purificar la iglesia, los que son escurridizos en el cumplimiento de su deber serán descartados, mientras que los que son honestos y aceptan el escrutinio de Dios permanecerán. El estado de estas personas honestas mejora cada vez más y cuentan con la protección de Dios en todo lo que les suceda. ¿Y qué les hace ganarse esta protección? Que, en su interior, son honestos. No temen las dificultades ni el cansancio cuando cumplen su deber, y no son quisquillosos con nada de lo que se les confía. No preguntan por qué, simplemente hacen lo que se les dice, obedecen, sin examinar ni analizar, sin tener en cuenta nada más. No tienen segundas intenciones, sino que son capaces de obedecer en todas las cosas. Su estado interior es siempre muy normal. Dios les protege cuando se enfrentan al peligro. Cuando les sobreviene una enfermedad o una plaga, Dios también les protege: están muy bendecidos(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (IV)). Con las palabras de Dios entendí que quienes tienen conciencia y una buena personalidad tienen una actitud sincera hacia el deber. Ante los problemas en el deber, soportan el sufrimiento, se sacrifican y se esfuerzan por mejorar, esmerándose por lograr buenos resultados en lo que hacen. Esas personas reciben el esclarecimiento y la guía de Dios en el deber y su situación no deja de mejorar. Sin embargo, aquellos faltos de conciencia y razón se quejan y refunfuñan en cuanto se topan con problemas en el deber, no piensan más que en sus intereses, no cooperan de corazón y hasta se creen inteligentes por ello. Dios desprecia verdaderamente a esa gente y, al final, la revela y descarta. ¿No era yo como ellos y me creía inteligente? Aparentemente podía engañar a mi líder: eludía el sufrimiento de supervisar la nueva iglesia, y el líder no sabía lo que yo estaba pensando ni podía decir nada en mi contra. No obstante, Dios escruta todos nuestros pensamientos. Si Dios veía que siempre holgazaneaba en el deber, que anhelaba el ocio y que no protegía para nada el trabajo de la iglesia, me despreciaría. Si continuaba sin arrepentirme, Dios me abandonaría y descartaría por completo. Me acordé de ciertas personas expulsadas anteriormente: siempre holgazaneaban y actuaban por inercia, y las eliminaron de entre aquellos que cumplían con un deber, víctimas de su presunta inteligencia. Me asusté un poco al reflexionar acerca de todo esto, así que oré a Dios, dispuesto a rectificar mi actitud hacia el deber, a asumir la responsabilidad y a cumplir bien con él.

Después leí un pasaje de las palabras de Dios que me dio una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Después de aceptar lo que Dios le había encomendado, Noé se dispuso a realizarlo y a cumplir con la construcción del arca de la que Dios le habló, como si fuera lo más importante de su vida, sin pensar nunca en retrasarse. Los días pasaron, luego los años, día tras día, año tras año. Dios nunca presionó a Noé, pero a lo largo de todo este tiempo, Noé perseveró en la importante tarea que Dios le había encomendado. Cada palabra y frase que Dios había pronunciado estaba inscrita en el corazón de Noé, como grabadas en una tabla de piedra. Sin tener en cuenta los cambios en el mundo exterior, las burlas de los que le rodeaban, las penurias, las dificultades que encontró, Noé perseveró en todo momento en lo que le había sido confiado por Dios, sin jamás desesperar ni pensar en rendirse. Las palabras de Dios estaban grabadas en el corazón de Noé, y se habían convertido en su realidad cotidiana. Noé preparó cada uno de los materiales necesarios para construir el arca, y la forma y las especificaciones del arca ordenadas por Dios fueron tomando forma con cada golpe cuidadoso del martillo y el cincel de Noé. Contra el viento y la lluvia, y sin importarle cómo la gente se burlaba o lo calumniaba, la vida de Noé continuó de esta manera, año tras año. Dios observaba en secreto cada acción de Noé, sin dedicarle nunca una palabra, y con el corazón conmovido. Sin embargo, Noé no lo sabía ni lo sentía. De principio a fin, se limitó a construir el arca y a reunir a todas las especies de criaturas vivientes, con una fidelidad inquebrantable a las palabras de Dios. En el corazón de Noé no había ninguna instrucción superior que debiera seguir y llevar a cabo: las palabras de Dios eran su dirección y el objetivo de toda su vida. Así que, no importaba lo que Dios le dijera, le pidiera y le ordenara, Noé lo aceptó completamente, se lo aprendió de memoria y se lo tomó como la cosa más importante de su vida. No solo no lo olvidó, no solo lo fijó en su mente, sino que lo convirtió en la realidad de su propia vida, y dedicó esta a aceptar y llevar a cabo la comisión de Dios. Y así, tabla a tabla, se construyó el arca. Todos los movimientos de Noé, todos sus días, estaban dedicados a las palabras y los mandamientos de Dios. Puede que no pareciera que Noé estuviera llevando a cabo una empresa trascendental, pero a ojos de Dios, todo lo que hizo Noé, incluso cada paso que dio para conseguir algo, cada labor realizada por su mano, eran preciosos, merecían ser conmemorados y eran dignos de que esta humanidad los emulara. Noé se adhirió a lo que Dios le había confiado. Fue inquebrantable en su creencia de que toda palabra pronunciada por Dios era verdad; de eso no le cabía duda. Y a consecuencia de ello, el arca se completó y todas las especies de criaturas vivientes lograron vivir en ella(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión dos: Cómo escucharon Noé y Abraham las palabras de Dios y lo obedecieron (I)). La historia de Noé me impactó profundamente. Tras serle confiada la comisión de Dios, Noé jamás pensó en sus propios intereses. Lo dejó todo en la vida y no pensó más que en cumplir la comisión de Dios. Aunque la construcción del arca era un proyecto enorme con muchas dificultades, Noé no paró de construirla, tabla a tabla y pasara lo que pasara, durante 120 años. Nunca se quejó y, finalmente, cumplió la comisión de Dios y obtuvo Su visto bueno. Me sentí mal al comparar mi actitud hacia la comisión de Dios con la de Noé. No había pasado ni por la diezmilésima parte del sufrimiento de Noé y, ante la menor dificultad o estrés, me quejaba y quería eludir mi trabajo. No tenía lealtad ni testimonio por medio de la práctica de la verdad. Me sentía sumamente en deuda con Dios y arrepentido. Oré a Dios y me arrepentí, con deseos de dejar de anhelar el ocio y de empezar a emular a Noé para cumplir bien mi deber. Aunque me topara con problemas y dificultades en el deber, debía sacrificarme y soportar el sufrimiento para cumplir con él y reconfortar el corazón de Dios. Posteriormente, busqué a mi líder y le dije: “Estoy listo para comenzar a supervisar esa nueva iglesia. En adelante, dondequiera que necesites que vaya, me someteré a lo dispuesto por la iglesia”. Luego me sentí mucho más tranquilo. Entonces, sin embargo, mi líder asignó la supervisión de esa iglesia a la hermana Sasha, en vez de enviarme a mí.

Pero pronto me enteré de que Sasha tenía problemas para dar abasto con todo su trabajo en la iglesia y no podría continuar supervisándola. Eso implicaba que, a lo mejor, el líder quería que al final fuera yo. En cuanto me puse a pensar en todos los problemas de esa iglesia, enseguida me estresé. No obstante, vi que de nuevo iba a complacer mi carne sin querer sufrir, por lo que oré a Dios: “Amado Dios, no quiero pensar siempre en mis intereses cuando surgen las cosas. Por favor, guíame para poder someterme”. Recordé entonces unas palabras de Dios: “Si una persona es realmente devota y tiene sentido de la responsabilidad hacia su deber, mientras sea requerido por Dios, y cuando sea necesario para la casa de Dios, hará cualquier cosa que se le pida, sin elegir. ¿Acaso uno de los principios de cumplir con el deber propio no es el de emprender y completar cualquier cosa que uno pueda y deba hacer? (Sí)” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (IV)). Con las palabras de Dios entendí que, sin importar el puesto que les asignen, los que son leales a Dios hacen todo cuanto está en su mano por cumplir sus deberes y responsabilidades. Son gente que defiende el trabajo de la iglesia. Yo volvía a hallarme en esa situación porque necesitaban mi ayuda en la labor de la iglesia. No podía seguir pensando en mis intereses y anhelando el ocio. Tanto si me asignaban a ser supervisor como si no, estaba dispuesto a someterme. Más adelante, mi líder me mandó ir a supervisar esa iglesia y, en ese momento, acepté con tranquilidad. Tras asumir aquella iglesia, trabajé en ella poco a poco y, mediante comprobaciones y seguimientos, pude descubrir y resolver algunos problemas.

A simple vista parecía que el nuevo deber me llevaba más esfuerzo, pero, a decir verdad, el traslado me amparó y motivó. La iglesia que supervisaba antes era más sólida y daba unos resultados dignos, con lo que, inconscientemente, me confié y empecé a caer en la rutina. Cada vez era más perezoso y pasivo. En la nueva iglesia había más problemas, pero esto me motivaba a orar, a confiar en Dios en la dificultad y a buscar la verdad para resolver problemas. Me sentía más cerca de Dios y aprendí mucho. Fue un favor especial hacia mí. ¡Gracias a Dios!

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