Liberados de la fama y la fortuna
Antes de convertirme en creyente, siempre buscaba el nombre y el estatus, y me ponía celosa y disgustada si alguien me superaba. No podía evitar enfrentarme y compararme con ellos. Me parecía que vivir de esa manera era doloroso y agotador, pero también pensaba, ¿acaso no es la fama y la fortuna lo que debemos buscar en la vida? Entonces acepté la obra de Dios de los últimos días, y al experimentar el juicio y el castigo de las palabras de Dios pude finalmente escapar de las ataduras de la fama y la fortuna, y vivir un poco de semejanza humana.
Me eligieron para ser líder de la iglesia hace un año. Sabía que ese nombramiento era bondad y elevación de Dios. Discretamente decidí buscar la verdad sinceramente y cumplir bien con mi deber. Después de eso, estuve ocupada con la obra de la iglesia y, cuando me topaba con dificultades, me apoyaba en Dios y recurría a Él. También se las contaba a mis compañeros y buscaba la verdad para resolverlas. Después de un tiempo, todos los aspectos de la obra de la iglesia comenzaron a avanzar y le di gracias sinceras a Dios por haberme guiado. Muy pronto, hubo una elección para otro líder de la iglesia y, para mi sorpresa, eligieron a la hermana Xia, que había cumplido deberes conmigo unos años atrás. No hacía mucho que la hermana Xia creía en Dios y su experiencia de vida era un poco superficial. Cuando habíamos trabajado juntas, tuve que ayudarla a resolver algunos de los problemas y dificultades con los que se topaba. Me pareció que esta vez, durante nuestro trabajo conjunto, definitivamente yo sería más capaz que ella.
Una vez, volví a casa y encontré un recado que la hermana Xia me había dejado que decía que había un líder de equipo en la Iglesia de Chengxi que no podía hacer trabajo práctico y al que tenían que reemplazar, y que había algunos otros problemas prácticos que necesitaban resolverse de inmediato. Quería que yo fuera a ayudar. Lo consideré y me pareció que ella realmente debía pensar que yo era más capaz que ella y, ya que me admiraba tanto, yo debía hacer muy bien las cosas y no pasar vergüenza. Cuanto más lo consideraba, más feliz me sentía. Cuando llegué a la reunión, descubrí que la hermana Xia comprendía la obra en gran detalle y que su enseñanza sobre la verdad tenía muchos niveles y era práctica. Me sorprendió ver que había avanzado mucho durante los últimos años. Yo había creído que era más capaz que ella y que necesitaría guiarla mucho en el trabajo, pero parecía que era igual de competente que yo. Me sentí muy contrariada y me pareció que ella iba a tomar la iniciativa, así que sentí que tenía que mostrarles a todos los hermanos de lo que era capaz. No me atreví a holgazanear en lo más mínimo y me devané los sesos pensando cómo podía hacer que mi enseñanza fuera mejor que la de ella. Como resultado, mi plática terminó no teniendo ninguna gracia y ni siquiera yo la disfruté. Sentí que había perdido mi prestigio y me sentí muy triste.
A partir de entonces, no pude dejar de competir con la hermana Xia. En una ocasión, durante una reunión, cuando se enteró del estado de los hermanos, encontró palabras relevantes de Dios y las entretejió con sus experiencias en su enseñanza, y vi que todos asentían mientras la escuchaban. Algunos tomaban notas y decían: “Desde hoy, tenemos un camino que tomar”. Ante esto, sentí tanto admiración como envidia, ¿y qué pensaba? “Ahora tengo que apresurarme a compartir algo. No importa lo que sea, no puede parecer que no soy tan buena como ella”. Pero mientras más pensaba en eso, menos podía pensar en algo para compartir. Comencé a sentir hostilidad hacia la hermana Xia y pensé: “¿Tienes que compartir tantas cosas? Ya dijiste todo lo que hay que decir. Estoy aquí sentada como las esferas en el árbol de Navidad: como un adorno. Esto no puede seguir así, tendré que compartir alguna enseñanza para recuperar algo de mi orgullo”. Justo cuando ella se detuvo para beber un poco de agua, moví mi banco hacia el frente y comencé a hablar. Quería compartir algo muy bueno, pero no parecía poder dar en el clavo. Mi enseñanza era un embrollo. Cuando vi que los hermanos me miraban extrañados, me di cuenta de que había dicho cosas que estaban fuera de tema. Me sentí increíblemente incómoda y quería que me tragara la tierra. Había quedado en ridículo. Solo quería quedar bien, pero terminé haciendo el ridículo. Me subí al escenario y todos me vieron fallar. En mi corazón, empecé a culpar a Dios por esclarecer a la hermana, pero no a mí, y me preocupó cómo me verían los demás hermanos a partir de entonces. Entre más pensaba en ello, más me alteraba. Quería escapar de la situación y ya no quería trabajar con ella. Recuerdo que una vez en una reunión, un par de hermanas no estaban en buen estado y no habían mejorado nada después de la enseñanza de la hermana Xia. No solo no compartí nada, sino que incluso pensé: “Ahora todos verán que ella no puede resolver problemas, así que no la admirarán a ella mientras me menosprecian a mí”. Durante esa época, trataba constantemente de competir con la hermana Xia y mi estado espiritual se volvió cada vez más oscuro. Carecía de luz al hablar sobre las palabras de Dios en las reuniones y, cuando veía que los hermanos enfrentaban dificultades o problemas, no sabía cómo resolverlos. Empezaba a cabecear muy temprano todas las noches y tenía que forzarme a cumplir con mi deber. Mi sufrimiento seguía aumentando. No podía hacer nada más que orarle a Dios y pedirle que me salvara.
Leí esta sección de las palabras de Dios durante mis devocionales un día: “Tan pronto como involucre posición, prestigio o reputación, el corazón de todos salta de emoción y cada uno quiere siempre sobresalir, ser famoso y ser reconocido. Nadie está dispuesto a ceder; en cambio, todos quieren siempre competir, aunque competir sea vergonzoso y no se permita en la casa de Dios. Sin embargo, si no hay controversia, no te sientes contento. Cuando ves que alguien sobresale, te pones celoso, sientes odio, te quejas y sientes que es injusto. ‘¿Por qué yo no puedo sobresalir? ¿Por qué siempre es aquella persona la que logra sobresalir y nunca es mi turno?’ Luego surge el resentimiento en ti. Tratas de reprimirlo, pero no puedes. Oras a Dios y te sientes mejor por un rato, pero, después, tan pronto como te encuentras nuevamente con este tipo de situación, no puedes superarla. ¿No muestra esto una estatura inmadura? ¿No es una trampa la caída de una persona en tales estados? Son los grilletes de la naturaleza corrupta de Satanás que atan a los humanos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Las palabras de Dios revelaron completamente mi estado y fueron directamente a mi corazón. Reflexioné sobre por qué vivía de una manera tan difícil y agotadora. La raíz era que mi deseo de obtener fama y estatus era demasiado fuerte, y mi carácter era demasiado arrogante. Recordé cuando acababa de empezar a cumplir con este deber. Cuando tenía un poco de éxito en mi trabajo y mis hermanos me respetaban, en verdad me admiraba y me consideraba talentosa. Al trabajar con la hermana Xia y ver que hacía las cosas mejor que yo, sentí envidia, molestia y constantemente competía con ella. Cuando no podía ser mejor que ella, me volvía negativa y me quejaba, e incluso me desahogaba con mis deberes. Cuando vi que no había resuelto el estado de esas hermanas, no solo no ayudé con una enseñanza, sino que me negué a levantar un dedo y gocé con su fracaso. Estaba decidida a verla avergonzada. ¿Cómo iba a ser eso cumplir con mi deber? Como líder de la iglesia, fui totalmente irresponsable y no pensé en absoluto en la obra de la iglesia o en si los problemas de los hermanos habían sido resueltos. Solo pensaba en cómo podía superarla. Era muy egoísta y despreciable, y muy maliciosa. La fama y el estatus habían confundido mi mente. Estaba dispuesta a ver que los problemas de los hermanos no se resolvieran, a ver que la obra de la iglesia se arriesgara mientras que yo pudiera proteger mi reputación y mi estatus. ¿No era una desagradecida? Simplemente no era digna de un deber tan importante. ¡Era algo vergonzoso, aborrecible ante Dios! Cuando pensé eso, inmediatamente acudí a Dios para orar y arrepentirme, y le pedí que me guiara para deshacerme de los grilletes de la fama y del estatus.
Más tarde leí esta sección de las palabras de Dios: “No siempre hagas las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres tu propio estatus, prestigio o reputación. Tampoco tengas en cuenta los intereses de la gente. Primero debes tener en cuenta los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu principal prioridad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y empezar por contemplar si has sido impuro o no en el cumplimiento de tu deber, si has hecho todo lo posible para ser leal, por completar tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has pensado de todo corazón en tu deber y en la obra de la casa de Dios. Debes meditar sobre estas cosas. Piensa en ellas con frecuencia y te será más fácil cumplir bien con el deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Al leer estas palabras de Dios, inmediatamente se me animó el corazón y luego encontré un camino. Si quería liberarme de las cadenas de la fama y del estatus, primero tenía que enmendar mi corazón. Tenía que seguir pensando en la comisión de Dios y ser considerada con Su voluntad, y tenía que pensar cómo podía cumplir bien con mi deber. Si había más cosas positivas en mi corazón, sería más fácil deshacerme de las cosas negativas como la fama, el estatus, la vanidad y el prestigio. Me di cuenta de que el hecho de que otros pensaran que soy alguien no significaba que Dios me diera Su aprobación… y de que el hecho de que otros pensaran que no soy nadie no significaba que Dios no me salvaría. Lo importante es mi actitud hacia Dios y si puedo poner en práctica la verdad y cumplir bien con mi deber. Agradecí el esclarecimiento de Dios que me regresó al buen camino. Ya no quería competir con la hermana Xia y solo quería cumplir con el deber de un ser creado para satisfacer a Dios. Desde entonces, le oraba a Dios conscientemente y cumplía con mi deber de corazón, y en las reuniones de la iglesia escuchaba las pláticas de los hermanos con atención. Cuando descubría algún problema, lo consideraba seriamente y luego buscaba palabras de Dios relevantes y las combinaba con mis experiencias para poder compartirlas. También aprendí de los puntos fuertes de la hermana Xia a compensar mis debilidades. Practicar de esta manera me hizo sentir mucho más relajada y tranquila, y mi estado mejoró mucho. Sentí gratitud hacia Dios desde el fondo de mi corazón. Pero el deseo de conseguir fama y estatus estaba tan arraigado en mí que, apenas surgió la situación correcta, mi naturaleza satánica apareció una vez más.
Recuerdo que una vez estaba por encargarme de algunos problemas en un grupo. Ya iba de salida cuando la hermana Xia dijo que los problemas de ese grupo eran un poco complejos y que quería ir conmigo. Oírla decir eso aplastó la ola de felicidad que me embargaba. Pensé: “¿Entonces tú eres la única que puede solucionar las cosas? Simplemente tienes que demostrar lo que puedes hacer, ¿verdad? ¿Cómo dices eso enfrente de nuestra jefa? ¿No me estás haciendo quedar mal a propósito?”. Estaba muy molesta en ese momento. Terminé yendo sola, pero no podía creer lo molesta que me sentía. Me quejé tanto de la hermana Xia en todo el trayecto que ni siquiera pude encontrar el lugar de la reunión y tuve que regresar. Me sentía muy triste. Pensé: “¿Soy tan inútil? Ni siquiera puedo encontrar un lugar de reunión. ¿Qué pensará nuestra jefa de mí? En verdad quedé en ridículo esta vez”. Cuando volví y vi a las demás hermanas, no quise hablar con ellas.
Al día siguiente, la hermana Xia y yo fuimos a la iglesia por separado para implementar algunas tareas y de nuevo me vi sumida en una confusión emocional. Pensaba: “No me importa de lo que te creas capaz, ¡veamos quién hace lo hace mejor!”. Llegué a la iglesia con todas las ganas del mundo y me puse a implementar las tareas, compartiendo y delegando tareas inmediatamente. Pensé: “Esta vez en realidad me esforcé mucho. Sin duda rendirá fruto y superaré a la hermana Xia”. Más tarde, en una reunión de compañeros, descubrí que era la que había logrado menos en el deber. Nunca me imaginé siquiera que eso podría pasar. Perdí toda esperanza en ese momento y sentí que, sin importar lo arduo que trabajara, jamás podría superar a la hermana Xia. En esa época, al ver que nuestra jefa se mostraba preocupada por la hermana Xia siempre que llegaba tarde, sentí que me ignoraba. En verdad estaba celosa de ella. Cuando vi que hacía las cosas mejor que yo en todos sentidos y que nuestra jefa la tenía en gran estima, sentí que nunca lograría que las cosas volvieran a favorecerme. Creí que ser líder de equipo sería mejor que ser líder de la iglesia. Por lo menos los hermanos me admirarían y me apoyarían. Sentí que más valía ser cabeza de ratón que cola de león. Y mis quejas no dejaban de surgir. Me resistía mucho a estar en ese entorno y me urgía salir de ahí cuanto antes. Mi estado se deterioraba cada vez más. Estaba celosa y tenía resentimiento hacia la hermana Xia y sentía que no podía sobresalir por su culpa. También pensé: “Si cometiera algún tipo de error en su deber y la transfirieran, sería fabuloso”.
Mientras seguía viviendo en este estado de lucha por la reputación y los intereses personales sin reflexionar sobre mí misma, la disciplina de Dios cayó sobre mí rápidamente. Una vez, organicé una reunión con varios líderes. No solamente nadie se presentó, sino que de regreso, se me reventó un neumático y, muy pronto, me dio un dolor terrible en la espalda. Estaba adolorida e hinchada, y el dolor era insoportable. Llegué al grado de ni siquiera poder cumplir con mi deber. Luego pensé en las palabras de Dios: “Lo que os exijo hoy —que trabajéis juntos en armonía— es similar al servicio que Jehová exigía a los israelitas: de no ser así, simplemente dejar de hacer servicio” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Servid como lo hacían los israelitas). Eso me asustó. ¿Podía ser que Dios quería quitarme la oportunidad de cumplir con mi deber? Más tarde leí otra sección de las palabras de Dios: “Cuanto más luches, más oscuridad te rodeará y los celos y el odio dentro de tu corazón aumentarán, y tu deseo de obtener se hará más fuerte. Cuanto más fuerte sea tu deseo de obtener, menos capaz serás de lograrlo y a medida que obtengas menos tu odio aumentará. A medida que tu odio aumente, te volverás más oscuro por dentro. Cuanto más oscuro seas por dentro más pobremente llevarás a cabo tu deber; cuanto más pobremente lleves a cabo tu deber, menos útil serás. Este es un círculo vicioso interconectado. Si no puedes nunca llevar a cabo bien tu deber, gradualmente, serás eliminado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Las palabras severas de Dios me dejaron asustada y temblando. Podía sentir el carácter justo de Dios, que no tolera las ofensas. En particular, cuando leí esto de las palabras de Dios: “Si no puedes nunca llevar a cabo bien tu deber, gradualmente, serás eliminado”, en verdad sentí que estaba en peligro inminente. Poco después, oí que la hermana Xia decía: “La obra de la iglesia en verdad va en declive en todo sentido…”. Estaba tan preocupada que se echó a llorar. Luego recordé que nuestra jefa analizó la esencia de nuestra incapacidad de colaborar y dijo que interrumpía y saboteaba la obra de la casa de Dios. No me atreví a seguir pensando en eso y simplemente corrí a postrarme ante Dios para orar y buscar. Sabía perfectamente que buscar fama y estatus, así como tener celos de los demás no es conforme a la voluntad de Dios, así que ¿por qué no podía evitar buscar esas cosas malignas?
Más tarde leí otra sección de las palabras de Dios. “Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás. Consideremos ahora las acciones de Satanás, ¿no son sus siniestros motivos completamente detestables? Tal vez hoy no podáis calar todavía sus motivos siniestros, porque pensáis que no podéis vivir sin fama y ganancia. Creéis que, si las personas dejan atrás la fama y la ganancia, ya no serán capaces de ver el camino que tienen por delante ni sus metas, que su futuro se volverá oscuro, tenue y sombrío” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Fui capaz de encontrar la raíz del problema en las revelaciones de las palabras de Dios. No podía dejar de buscar la reputación y el estatus porque me habían educado en la escuela y la sociedad me había influenciado desde que era pequeña. Me habían plantado en el fondo del corazón las filosofías y falacias satánicas, como “Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda”, “Destacar entre los demás y honrar a los antepasados”, “Una montaña no puede contener dos tigres”, “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” y “Vaya donde vaya, uno siempre quiere dejar una buena impresión en los demás”. Había tomado esas palabras como guía y las había designado como metas a alcanzar en la vida. Tanto en el mundo como en la casa de Dios, solo buscaba la alta estima de los demás. Quería ser el centro de atención estuviera en el grupo que estuviera, que todos giraran a mi alrededor. Sentía que era la única forma significativa de vivir. Mi calibre nunca fue muy bueno y tampoco era particularmente buena en nada, pero no podía soportar estar por debajo de los demás. Cuando alguien era mejor que yo, me molestaba mucho y no podía dejar de rivalizar y competir con ellos. Trataba de pensar en cualquier cosa para sobresalir. Si no podía, me daba celos y los odiaba, y culpaba a todos salvo a mí misma. Era una manera horrible de vivir. Finalmente vi que buscar la fama y el estatus no es de ninguna manera el camino correcto y, entre más lo hacía, más arrogante y mezquina me volvía. Me había vuelto más egoísta y cruel sin una pizca de semejanza humana. Luego miré a la hermana Xia: cumplía con su deber concienzuda y seriamente, y su enseñanza tenía luz. También podía resolver las dificultades prácticas de los hermanos. Eso beneficiaba a los demás y la obra de la iglesia. Era algo maravilloso y que podía traer consuelo a Dios. Yo, por otro lado, era ruin y envidiosa, y siempre pensaba que desviaba la atención de mí, por lo que me volví prejuiciosa con ella. Me moría de ganas de que incumpliera con su deber y la remplazaran. ¡Vi lo maliciosa que era en el fondo! Dios espera ver más gente buscando la verdad y siendo considerada con Su voluntad, y pudiendo cumplir con su deber para satisfacerlo. Pero en mi afán de proteger mi reputación y mi posición, no podía tolerar a los hermanos que hacían eso. Era celosa e intolerante con ellos. ¿Eso no era ir contra Dios y oponerme a Él? ¿Eso no era perjudicar la obra de la casa de Dios? ¿En qué me distinguía del diablo, Satanás? Además, están todos esos oficiales del Partido Comunista que forman grupos y se meten en peleas triviales por la reputación y la posición, y no se detienen ante nada para acabar con un oponente, erradicar a los enemigos y oprimir a la gente. No se sabe cuántas maldades han hecho, ¡cuánta gente han matado! En última instancia, terminan arruinados y, cuando mueren, van al infierno y son castigados. ¿Por qué es entonces que acaban así? ¿No es porque ponen la reputación y la posición sobre todo lo demás? Entonces, al ver mi comportamiento, aunque no era tan malo como el de ellos, esencialmente era lo mismo. Vivía según las filosofías y leyes satánicas, y el carácter que revelaba era arrogante, engañoso y cruel. Lo que vivía era demoníaco, sin ninguna semejanza humana. ¿Cómo no iba a ser eso vergonzoso y aborrecible para Dios? El que me disciplinara de ese modo se debía al carácter justo de Dios sobre mí; es más, era la salvación que Él me brindaba. Al darme cuenta de todo eso, rápidamente me postré ante Dios a orar. Dije: “Oh, Dios, no he estado buscando la verdad. Solo he buscado la fama y el estatus. Satanás jugó conmigo y me corrompió, y no me he sentido como un ser humano para nada. Cuando perdí mi reputación y mi estatus, ya no quise cumplir con mi deber y estuve a punto de traicionarte. Dios, deseo arrepentirme ante ti. Estoy dispuesta a buscar la verdad, a cooperar con la hermana, y a tener los pies sobre la tierra en mi deber para satisfacerte”.
Después de eso, me abrí con la hermana Xia. Analicé las formas en las que rivalicé por la fama y la fortuna, y en las que traté de competir con ella. También le pedí que me vigilara y me ayudara. Después de eso, pudimos cooperar en el cumplimiento de nuestro deber con mucha más soltura. Y aunque a veces aún muestro el deseo por la fama y la fortuna, puedo ver rápidamente que es que mi carácter satánico surge, pienso en la naturaleza y las consecuencias de continuar así, y luego corro a orarle a Dios y a recobrar el dominio de mí misma esmeradamente. Voy y escucho a la hermana hablar sinceramente y aprendo de sus puntos fuertes. Cuando veo que se le pasó algo en su plática, se lo comento de inmediato. En esos momentos, pienso en cómo hablar sobre la verdad claramente para que todos puedan salir beneficiados. Todos opinan que ese tipo de reuniones son verdaderamente edificantes y yo también me beneficio de ellas. Me siento libre y tranquila de corazón. Es justo como lo dicen las palabras de Dios: “Si puedes cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y deberes, dejar de lado tus deseos egoístas y tus propias intenciones y motivos, tener consideración de la voluntad de Dios y poner primero los intereses de Dios y de Su casa, entonces, después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de vivir: es vivir sin rodeos y honestamente, sin ser una persona vil o un bueno para nada, y vivir justa y honorablemente en vez de ser de mente estrecha y perverso. Considerarás que así es como una persona debe vivir y actuar. Poco a poco disminuirá el deseo dentro de tu corazón de gratificar tus propios intereses. […] creerás que vivir así tiene sentido y provee sustento. Tu espíritu estará arraigado, en paz y satisfecho. Dicho estado será tuyo como consecuencia de haber renunciado a tus motivaciones, intereses y deseos egoístas. Te lo habrás ganado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Experimento realmente lo maravilloso que es vivir según las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!
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