La mentira solo trae dolor
En mayo de 2021, un día, nos estábamos preparando para grabar un video del hermano Lucas cantando solista, y yo trabajaba en iluminación de escena. Al principio tenía mucho cuidado y no hubo ningún problema en las primeras tomas, así que me fui relajando un poco. Estábamos a punto de terminar de grabar, y el director dijo que quería repetir una toma de otras maneras diferentes. Yo no estaba prestando atención, por lo que, cuando empezamos a rodar, aún estaba mirando otro monitor y no me enteré hasta que Lucas estuvo fuera del área iluminada. Me apresuré a mover la luz, pero no lo bastante, con lo que la cabeza de Lucas se salió de la luz y volvió a entrar. La toma era inservible. Normalmente, cuando tenemos un problema en el escenario, se supone que tenemos que pedirle al director hacer otra toma inmediatamente, pero yo solamente sujetaba la radio y no me atrevía a hablar. No me salían las palabras, y me sentía muy conflictuado. Pensaba que allí no solo estaba el director, sino también muchos otros hermanos y hermanas. Si les contaba que había cometido un error tan elemental, ¿qué opinarían de mí? ¿Dirían que había sido negligente en el deber? ¡Sería muy bochornoso! No obstante, si no decía nada, no estaría cumpliendo con mi deber. Si la secuencia se utilizaba en edición, eso repercutiría directamente en la calidad del video. Justo cuando estaba debatiéndome sobre si hablar o no, oí decir al director: “Esta es buena, vamos a hacer la siguiente”. Vi que el hermano que grababa ya había apagado su equipo y estaba esperando, así que me puse a buscar excusas, pensaba: “La grabación ya está completada; si digo algo ahora, todos tendrán que volver a encender sus equipos, lo que será un gran lío. Mejor no digo nada; fue solo la primera de las dos tomas de todos modos, y quizás ni la utilicen. Además, probablemente ni se vea el problema si no se observa atentamente”. Seguía dándole vueltas en la cabeza, pero finalmente decidí callar. Tras la grabación, me invadía la culpa, y pensaba: “¿No era un mentiroso a sabiendas? Puedo engañar a la gente, pero ¿puedo engañar a Dios?”. Así pues, busqué al director y le comenté mi error. Dijo: “Ya terminamos de filmar y todos han recogido. ¿De qué sirve que me lo digas ahora? ¿Por qué no me lo dijiste en el momento? Si lo hubieras hecho, no habríamos tardado en volver a grabarlo”. Ante el gesto de decepción del director, me sentí aún peor y tuve muchas ganas de darme una bofetada. ¿Por qué me costó tanto admitir ante todos que me había equivocado? ¿Por qué era tanto esfuerzo ser sincero? Con dolor, me presenté ante Dios y oré: “Dios mío, cometí un error mientras cumplía con mi deber y no tuve el valor de admitirlo delante de los demás por miedo a que me criticaran y me menospreciaran. Ahora me consume la culpa. Por favor, guíame para conocerme a mí mismo”.
Después vi que la palabra de Dios dice: “Supón que tuvieras que elegir entre dos caminos. Uno es el camino de ser una persona honesta, decir la verdad y lo que piensas, compartir tu corazón con los demás o admitir tus errores y contar las cosas como son, mostrando a los demás tu fealdad corrupta y humillándote como persona. El otro es el camino en el que decides dar la vida en martirio por Dios y entrar en el reino de los cielos cuando mueras. ¿Cuál eliges? Puede que algunos digan: ‘Decido dar la vida por Dios. Estoy dispuesto a morir por Él; tras la muerte, tendré premio y entraré en el reino de los cielos’. Aquellos con determinación pueden dar la vida por Dios con un único y vigoroso esfuerzo. Sin embargo, ¿es posible practicar la verdad y ser una persona honesta con ese solo esfuerzo? No, ni siquiera con dos. Si tienes voluntad cuando haces una cosa, puedes hacerla bien con un único esfuerzo; pero decir una sola vez la verdad sin mentir ya no te vuelve una persona honesta para siempre. Ser una persona honesta involucra cambiar tu carácter, y esto requiere diez o veinte años de experiencia. Debes despojarte de tu carácter taimado de mentira y duplicidad para poder cumplir el estándar básico para ser una persona honesta. ¿Acaso esto no le resulta difícil a todo el mundo? Es un reto enorme. Ahora Dios quiere perfeccionar y ganarse a un grupo de personas, y todos los que buscan la verdad deben aceptar el juicio y el castigo, las pruebas y el refinamiento, cuyo propósito es corregir su carácter taimado y convertirlos en personas honestas, personas que se sometan a Dios. Esto no es algo que pueda lograrse con un único esfuerzo; exige fe sincera y hay que padecer muchas pruebas y refinaciones para lograrlo. Si Dios te pidiera ahora que fueras una persona honesta y dijeras la verdad, algo que afectara a los hechos y a tu futuro y tu destino, cuyas consecuencias podrían no resultar en tu beneficio, sino en que los demás ya no te tengan en alta estima y te parezca que tu reputación ha sido destruida… en tales circunstancias, ¿podrías ser franco y decir la verdad? ¿Podrías ser igualmente honesto? Esto es lo más difícil de hacer, mucho más que entregar tu vida. Podrías decir: ‘No voy a decir la verdad. Prefiero morir por Dios a decir la verdad. No quiero ser para nada una persona honesta. Prefiero morir a que todo el mundo me desprecie y piense que soy una persona corriente’. ¿Qué es lo que más aprecia la gente según esto? Lo que más aprecia la gente es su estatus y su reputación, cosas controladas por sus actitudes satánicas. La vida es secundaria. Si la situación la obligara a ello, reuniría la fortaleza necesaria para dar su vida, pero no es fácil renunciar al estatus y la reputación. Para quienes creen en Dios, dar la vida no es lo más importante; Dios exige a la gente que acepte la verdad, y que sea realmente gente honesta que dice lo que hay en su corazón, se abre y se expone ante todos. ¿Es esto fácil de hacer? (No). Dios, a decir verdad, no te pide que des la vida. ¿Acaso no te la ha dado Dios? ¿De qué le serviría a Él tu vida? Dios no la quiere. Quiere que hables con sinceridad, que muestres a los demás quién eres y lo que piensas en tu corazón. ¿Puedes mostrar tales cosas? Aquí, esta empresa se vuelve difícil, y puedes decir: ‘Hazme trabajar duro, y tendría fuerzas para hacerlo. Pídeme que sacrifique todos mis bienes, y podría hacerlo. Podría abandonar fácilmente a mis padres y a mis hijos, mi matrimonio y mi carrera. Sin embargo, decir lo que pienso, hablar con honestidad, eso es lo único que no puedo hacer’. ¿Por qué no puedes? Porque una vez que lo hagas, cualquiera que te conozca o esté familiarizado contigo te verá de manera diferente. Ya no te admirarán. Habrás perdido tu imagen y habrás sido humillado totalmente, y tu integridad y dignidad habrán desaparecido. Ya no existirá tu elevado estatus y prestigio en el corazón de los demás. Por eso, en esas circunstancias, no dirás la verdad pase lo que pase. Cuando la gente se encuentra con esto, se produce una batalla en sus corazones, y cuando esta termina, algunos finalmente superan sus dificultades, mientras que otros no lo hacen y siguen controlados por su corrupto carácter satánico y por su estatus, su reputación y lo que ellos llaman dignidad. Esto es una dificultad, ¿verdad? El mero hecho de hablar con honestidad y decir la verdad no es una gran gesta y, sin embargo, a muchos héroes valientes, a muchas personas que han jurado dedicar y gastar su vida por Dios, a muchos que le han dicho cosas grandiosas a Dios, les resulta imposible hacerlo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Las palabras de Dios describían mi estado real. Le daba demasiada importancia a la imagen y el estatus. No fui capaz de decir ni una sola palabra que admitiera mi error por temor a quedar mal frente a todos. Temía que dijeran que no estaba haciendo mi trabajo si era capaz de cometer un error tan simple. Qué vergüenza. Por preservar mi imagen y estatus, oculté mi error creyendo que si no decía nada nadie se enteraría y que no me criticarían por ello. Así, mi orgullo y mi imagen permanecerían intactos. Si bien me sentía culpable e intranquilo, igualmente busqué una excusa para consolarme: “Es solo una toma, tal vez ni siquiera la usen”. ¿No me estaba mintiendo a mí mismo y a los demás? Al pensar en eso, sentí mucho remordimiento y pesar por engañar a mis hermanos y hermanas solo por preservar mi imagen y estatus. Oré a Dios: “Oh, Dios mío, no confesé mi error porque quería preservar mi imagen y mi estatus. Sé que eso no concuerda con Tu voluntad, pero sentí como si el diablo me hubiera descarriado y no pudiera escapar de mi carácter corrupto. Dios mío, te pido que me guíes para poder librarme de las limitaciones y ataduras de mi carácter corrupto”.
Luego leí un par de pasajes de la palabra de Dios que me aportaron algunos caminos de práctica. Dios dice: “Solo la gente honesta puede formar parte del reino de los cielos. Si no tratas de ser una persona honesta, y si no experimentas y practicas en la dirección de buscar la verdad, si no expones tu propia fealdad, y si no te expones, entonces nunca podrás recibir la obra del Espíritu Santo y el visto bueno de Dios. Sin importar qué hagas ni qué deber lleves a cabo, debes tener una actitud honesta. Sin una actitud honesta no puedes cumplir bien con el deber. Si siempre cumples con tu deber de una manera descuidada y superficial y no consigues hacer algo bien, entonces debes hacer introspección, comprenderte a ti mismo, y sincerarte para analizarte. Entonces debes buscar los principios verdad y esforzarte en hacerlo mejor la próxima vez en lugar de ser descuidado y superficial. Si no lo intentas y satisfaces a Dios con un corazón honesto, y siempre buscas complacer a tu propia carne o tu orgullo, entonces ¿serás capaz de hacer un buen trabajo? ¿Podrás realizar bien tu deber? Desde luego que no” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). “Si tras cometer un error puedes tratarlo correctamente, y eres capaz de permitir que todo el mundo hable de él, permites sus comentarios y que lo disciernan, puedes exponerte al respecto y analizarlo, ¿qué opinión tendrá todo el mundo de ti? Dirán que eres una persona honesta, porque tu corazón está abierto a Dios. Podrán ver tu corazón mediante tus acciones y comportamientos. Pero si intentas disfrazarte y engañar a todo el mundo, la gente te tendrá en poca estima y dirá que eres un necio y una persona poco prudente. Si no intentas fingir ni justificarte, si admites tus errores, todos dirán que eres honesto y prudente. ¿Y qué te convierte en prudente? Todo el mundo comete errores. Todo el mundo tiene fallos y defectos. Y en realidad, todo el mundo tiene el mismo carácter corrupto. No te creas más noble, perfecto y bondadoso que los demás; eso es ser totalmente irracional. Una vez que tengas claro el carácter corrupto de la gente y la esencia y el verdadero rostro de su corrupción, no intentarás cubrir tus propios errores ni les reprocharás a los demás los suyos; podrás afrontar ambas cosas correctamente. Solo entonces te volverás perspicaz y no harás necedades, lo cual te convertirá en prudente” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Con la palabra de Dios aprendí que todo el mundo comete errores en el transcurso de su deber. Es normal. No deberíamos disimular esas cosas; tenemos que hablar con franqueza, tomar la iniciativa de hacernos cargo de nuestros errores y ser sinceros con los demás sobre nuestra corrupción y nuestros defectos. No deberíamos preocuparnos por proteger nuestra imagen y mantener nuestro estatus, sino ser honestos, como exige Dios. Esta es la única manera de vivir una vida íntegra y digna, y de recibir la aprobación y las bendiciones de Dios. Sin embargo, me importaba demasiado lo que opinaran otros de mí sobre el cumplimiento de mi deber y siempre quería conservar mi estatus e imagen. A causa de esto, siempre quería disimular los errores que cometiera y que tenía miedo de que descubrieran. No tuve el valor de sincerarme ni siquiera cuando me sentí culpable. No tuve en cuenta para nada el perjuicio que ello podría provocar al trabajo de la iglesia. No protegía el trabajo de la iglesia al cumplir con mis deberes y no era ni remotamente honesto. De seguir así, ¿cómo podría cumplir correctamente con el deber? Me sentí muy culpable al darme cuenta de eso y quise corregir el estado en el cual cumplía con mis deberes.
Posteriormente, cuando en ocasiones cometía algún error en la grabación y me sentía conflictuado sobre si decir algo o no, era consciente de que, nuevamente, solo trataba de proteger mi estatus e imagen ante la mirada de los demás. Oraba a Dios y le pedía que me guiara para practicar la verdad y ser honesto, de modo que reconociera mi error frente a todos. Cuando lo hacía, los hermanos y hermanas no me culpaban, y podían ocuparse de mi error en la forma adecuada. Me sentía mucho mejor plantado y sentía la paz y el gozo derivados de practicar la verdad.
Un día, estábamos trabajando en otro video solista. Antes de empezar a grabar, el director preguntó si las luces estaban listas. Creí que ya las había chequeado, así que, confiado, respondí: “¡Todo listo, podemos comenzar!”. Pero tras una toma, de repente me di cuenta de que me había olvidado de encender un par de luces. Entré en pánico. Quise decir algo, pero dudé, pues pensaba: “Confiado, les aseguré a todos que todo estaba listo antes de grabar, por lo que, si ahora admito que he cometido un error, ¿qué opinarán de mí? ¿Perderán la confianza en mí? Olvidarse de encender las luces es un gran error de principiante. ¿Cómo podría volver a dar la cara si lo admitía? ¿Pensarán los hermanos y hermanas que soy un inútil por haber fallado en una tarea tan simple?”. Por dentro tenía emociones contradictorias, y me sentía como si estuviera sobre una cama de clavos. Quería hacerme cargo de mi error, pero ya habíamos hecho varias tomas. Si ahora decía que había un problema con la iluminación, ¿me criticarían todos por haber esperado hasta este momento para decir algo, en lugar de haber hablado inmediatamente? Tras devanarme los sesos, se me ocurrió una solución: podía esperar hasta que termináramos de grabar y entonces ir a hablar a solas con el hermano editor del video y pedirle que ajustara la iluminación. Así, no tendría que reconocer mi error frente a todos. Esta solución no afectaría la calidad del video y me permitiría resguardar mi imagen y mantener mi estatus al mismo tiempo. Así, cuando terminamos de grabar, fui con el hermano de edición y minimicé el asunto diciendo: “Tuve un problema con la iluminación en la primera toma, pero la comparé detenidamente con las demás y la diferencia no es tan evidente. Es solo una pequeña diferencia de brillo. Sería estupendo que me ayudaras a corregirla”. Me creyó y me dijo que me ayudaría a corregirla. Me sentí culpable en cuanto me salieron las palabras por la boca, ya que, en realidad, que las luces estuvieran encendidas sí hacía una gran diferencia, pero yo había dicho que era algo menor. ¿No le estaba mintiendo a mi hermano en la cara? Al final, él tardó más de tres horas en corregir la luz en esa toma. A primera hora de la mañana siguiente, el director me envió un mensaje y me preguntó: “¿No notaste que había un problema tan importante con la luz ayer?”. No esperaba que el director se enterara tan rápido y, por un momento, no supe qué decir, así que busqué algunas excusas para explicarlo. Me dijo: “Esto ya ha sucedido anteriormente; detectaste un problema en el momento pero no dijiste nada. Esto está retrasando nuestro trabajo. Verdaderamente, necesitas reflexionar sobre lo que has hecho”. Me sentí muy culpable cuando dijo eso. Detestaba que, de nuevo, me hubiera controlado y atado mi carácter corrupto y no hubiera practicado la verdad. Me arrodillé y oré: “Dios mío, le doy demasiada importancia a mi reputación y estatus. Esta vez, no solo no hablé claro sobre mi error, sino que me esforcé por ocultarlo. ¡Qué artero soy! Dios mío, quiero arrepentirme. Te pido que me guíes y me salves”.
Leí entonces este pasaje de la palabra de Dios: “La humanidad de los anticristos es deshonesta, lo que significa que no son en absoluto sinceros. Todo lo que dicen y hacen está adulterado y contiene sus propias intenciones y objetivos, y en todo ello se esconden inconfesables e indecibles trucos y conspiraciones. Así que las palabras y acciones de los anticristos están demasiado contaminadas y demasiado llenas de falsedad. Por mucho que hablen, es imposible saber cuáles de sus palabras son verdaderas, cuáles son falsas, cuáles son acertadas y cuáles son equivocadas. Como son deshonestos, sus mentes son extremadamente complejas, están llenas de intrigas perversas y cargadas de trucos. No dicen nada directamente. No dicen que uno es uno, dos es dos, sí es sí y no es no. En lugar de eso, se van por las ramas en todos los asuntos y dan varias vueltas a las cosas en su cabeza, calculando las consecuencias, sopesando los méritos y los inconvenientes desde todos los ángulos. Luego, manipulan las cosas con el lenguaje, de tal modo que todo lo que dicen suena muy engorroso. La gente honesta nunca entiende lo que dicen y es fácilmente engañada y embaucada por ellos, y cualquiera que habla y comunica con personas así considera la experiencia extenuante y laboriosa. Nunca dicen que uno es uno y dos es dos, nunca dicen lo que piensan ni describen las cosas tal y como son. Todo lo que dicen es indescifrable, y los objetivos e intenciones de sus acciones son muy complejos. Si su tapadera queda en evidencia —si otras personas logran calarlos y desentrañar cómo son—, rápidamente inventan otra mentira para solucionarlo. Esta clase de personas miente a menudo y, tras mentir, tienen que contar más mentiras para alimentar la anterior. Engañan a los demás para ocultar sus intenciones, y se inventan toda clase de pretextos y excusas para adornar sus mentiras, de modo que es muy difícil diferenciar la mentira de la verdad, y la gente no sabe si son sinceros, y mucho menos cuando están contando una mentira. Cuando mienten, no se ruborizan ni se inmutan, es como si dijeran la verdad. ¿No significa esto que la mentira se ha convertido en su naturaleza? Por ejemplo, desde fuera, algunos anticristos parecen ser buenos con los demás, ser considerados con ellos y cálidos en su discurso, lo cual es agradable y conmovedor de oír. Sin embargo, cuando hablan así, nadie puede decir si están siendo sinceros, y siempre hace falta esperar que las cosas sucedan unos días después para que se descubra si lo fueron. Los anticristos siempre hablan con determinadas intenciones, y nadie puede descifrar qué es lo que buscan exactamente. Tales personas son mentirosos habituales que no piensan en absoluto en las consecuencias de ninguna de sus mentiras. Mientras su mentira les beneficie y sirva para engañar a otros, mientras pueda lograr sus objetivos, no les importa cuáles sean las consecuencias. En cuanto se ven expuestos, siguen ocultando, mintiendo y engañando. El principio y el método por el que estas personas se relacionan con los demás se basa en engañarlos con mentiras. Tienen dos caras y hablan para adaptarse a su público; interpretan cualquier papel que exija la situación. Son hábiles y astutas, se les llena la boca de mentiras y no son de fiar. Cualquiera que está en contacto con ellos durante un tiempo acaba engañado o alterado y no puede recibir provisión, ayuda o edificación. Da igual que las palabras que salgan de la boca de estas personas sean agradables o desagradables, razonables o absurdas, acordes o discordantes con la humanidad, bruscas o civilizadas, en esencia todas son falsedades, falacias, mentiras” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión cuatro: Resumen de la naturaleza humana de los anticristos y de la esencia de su carácter (I)). La palabra de Dios expone la naturaleza artera y taimada de los anticristos. Son deshonestos de palabra y obra. No escucharás una palabra cierta de parte de ellos. Para no quedar en evidencia, no dejan de mentir impúdicamente para ocultar sus despreciables motivaciones. Los anticristos son sumamente malvados. Me sentía increpado por las palabras de Dios. Causé un error porque fui descuidado con los controles durante la grabación y no lo admití por temor a que mis hermanos y hermanas me menospreciaran. Me devané los sesos buscando el modo de disimularlo. Hablé en privado con el hermano de edición para que arreglara el problema y creé una falsa apariencia al mentirle deliberadamente con que el problema no era evidente, para que creyera que no era para tanto. Fui sumamente artero. ¿Acaso mi carácter no era tan malvado como el de los anticristos? A Dios le agradan los honestos, pero yo soy muy artero. ¿Cómo no iba Dios a despreciar y sentir repugnancia hacia eso? Recordé que el Señor Jesús manifestó: “Sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal” (Mateo 5:37). “Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44). Según Dios, las mentiras vienen del maligno, del diablo, y los que siempre mienten son diablos. Al mentir constantemente y luego decir más mentiras para encubrir las anteriores, ¿no era como Satanás? Lo que decía tenía un elemento demoníaco, era engañoso y perturbaba el trabajo de la iglesia. Ese error que cometí en la grabación podría haberse resuelto si lo admitía honestamente, y así habría evitado muchos inconvenientes innecesarios. Sin embargo, para preservar mi imagen y mantener mi estatus, tras darle vueltas y vueltas, no pude decir una palabra honesta. Mentí una y otra vez para ocultarlo, con lo que engañé a mis hermanos y hermanas, y terminé haciendo que el hermano editor tuviera que pasarse más de tres horas corrigiendo mis errores. No tenía ninguna consideración por el trabajo de otras personas ni qué consecuencias podría haber si las tomas fallidas se utilizaban en el video definitivo. Qué egoísta y despreciable de mi parte. Vi que le había dado rienda a mi carácter corrupto y que todo lo que hacía perjudicaba a los demás y a mí mismo. Era realmente repugnante para la gente e indignante para Dios. Me embargaron el pesar y los reproches. Oré a Dios porque quería dejar de preocuparme por proteger mi imagen y mantener mi estatus y ser una persona sencilla, abierta y honesta.
Vi que la palabra de Dios dice: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para la entrada en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y trampas, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin estar encadenado y sin dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). En las palabras de Dios descubrí las sendas para practicar la verdad: debo aprender a sincerarme, a abrir mi corazón a Dios, y no ser falso, artero o mentiroso para preservar mi imagen. Tengo que ser sincero con mis hermanos y hermanas acerca de mi corrupción, mis defectos y errores y mis motivaciones ocultas. Ese es el paso más crucial de la entrada en la verdad. Lograr eso es la única vía para librarse poco a poco de las ataduras y el control del propio carácter corrupto y vivir con auténtica semejanza humana. No puedo seguir actuando por intentar proteger mi imagen y mantener mi estatus. Tengo que aceptar el escrutinio de Dios y la supervisión de mis hermanos y hermanas. Por ello, me sinceré con todos acerca de mis errores y de la corrupción que se había revelado entretanto. También hice cosas para castigarme, para asegurarme de no olvidarme. Esta experiencia me hizo consciente de mi carácter artero y juré que iba a cambiar.
Un día, grabando, desvié la vista un momento para ver un detalle de la pantalla de otra cámara, y el cantante se salió del área iluminada. Para cuando me di cuenta, ya había cantado unos cuantos versos. Tuvimos más de 10 segundos de imágenes inservibles debido al problema de iluminación. Pensé: “¿Cómo pude cometer el mismo error de nuevo? He metido mucho la pata últimamente. ¿Qué opinará la gente de mí si lo admito? ¿Dirán que no me tomo en serio el deber?”. Mientras me debatía sobre si decir algo o no, de pronto comprendí que nuevamente trataba de proteger mi imagen y mantener mi estatus. Recordé el daño que había ocasionado anteriormente a la labor de la iglesia porque quise protegerme y no dije la verdad. También me acordé de lo nefastos que fueron mis esfuerzos por ocultar mis errores y de todo el dolor y sufrimiento que me causó mentir. Me di cuenta de que no podía engañar y embaucar a los demás, que tenía que renunciar a mí mismo y practicar la verdad. Así pues, dejé de vacilar y le conté lo sucedido al director.
Después, empecé a practicar conscientemente ser honesto al cumplir con mis deberes, admitir activamente mis errores y no obsesionarme con el estatus y la imagen. Fui capaz de proteger conscientemente la obra de la iglesia. Si bien en ocasiones tenía que lidiar con las reprimendas y exhortaciones de mis hermanos y hermanas tras admitir errores, así como con la pérdida de imagen que ello conlleva, practicar la verdad evitaba que mis errores dañaran la labor de la iglesia. Esto me hacía sentir bien plantado y en paz. Experimenté verdaderamente lo doloroso que es mentir y engañar por proteger mi estatus y mi reputación. Practicar la verdad y ser honesto es el único modo de tener integridad y dignidad y de vivir abiertamente en la luz. ¡Doy gracias a Dios!
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