Mi historia de colaboración
Yo era responsable del trabajo de riego en una iglesia. A medida que se expandía el evangelio y más gente aceptaba la obra de Dios en los últimos días, no solo regaba a nuevos fieles, sino que también hacía seguimiento del trabajo de los regadores y los ayudaba a resolver sus problemas y dificultades. Como no daba abasto con todo, a algunos nuevos creyentes no se les regaba a tiempo, y perdían el entusiasmo por las reuniones. Mi líder decidió que la hermana Carmen colaborara conmigo para evitar demoras en el trabajo. Me alegré de ello, pues Carmen sabía detectar problemas en el trabajo y asumía una carga en el deber. Siempre obtenía buenos resultados en el riego. Tenerla por compañera compensaría mis deficiencias y, además, me quitaría cierta presión en el trabajo.
Incorporé después a Carmen al equipo de riego. Algunos del equipo de riego estaban bastante pasivos por entonces, y Carmen se puso a enseñarles las palabras de Dios para corregir sus estados. Respondía de inmediato las preguntas de los miembros del equipo. Yo me sentía incómoda con todo eso. Pensaba que, antes, cuando era la única encargada de las cosas de trabajo, era siempre la que respondía sus preguntas, pero, con su llegada, había asumido ella el protagonismo, y yo me había quedado en la sombra. Además, enseñaba con una iluminación que yo no tenía, así que seguro que a todos les iba a parecer mejor que yo. Esta idea me hacía sentir muy incómoda. Creía que me quitaba protagonismo, que me hacía parecer inferior a ella en todos los sentidos, y no me sentía muy bien con ella. Dejé de leer los mensajes que enviaba al equipo y no me comunicaba activamente con ella; la estaba aislando adrede. Al no mantener a Carmen al día del trabajo de forma activa, ella no podía averiguar los auténticos estados de los hermanos y hermanas incluso tras unos pocos días, y el trabajo no progresaba. Sabía que yo debía ir a hablar con los del equipo de riego sobre sus estados y conflictos para enseñarles y corregirlos inmediatamente. Sin embargo, luego pensé en el protagonismo de Carmen y en que todos entendían tácitamente que del trabajo de riego se ocupaba, sobre todo, ella. Temía que, si yo resolvía los problemas de los del equipo y el trabajo salía bien, algunos hermanos y hermanas que no conocían la verdadera situación dirían que había sido gracias a Carmen y la admirarían aún más. Entonces yo sería invisible. Por tanto, no hablé con los del equipo de riego. Pasaron unos días, y la eficacia del trabajo de riego siguió disminuyendo. Veía que Carmen parecía ansiosa y que no dejaba de enviar palabras de Dios al grupo para compartir, pero no me preocupaba y hasta lo disfrutaba un poco. Consideraba mejor que el trabajo no estuviera yendo bien para que el líder dijera que Carmen no servía ni estaba a mi altura. No estaba muy cómoda con estos pensamientos, pero en aquel entonces no recapacité seriamente sobre ellos.
Un día, un líder me comentó que nuestro trabajo de riego no iba bien últimamente y que Carmen quería conocer a los nuevos fieles, por lo que yo debía incorporarla a sus grupos de reunión. Me latió con fuerza el corazón cuando el líder dijo que había que organizar eso. Pensé en que Carmen era más hábil que yo y en que, si se incorporaba a esas reuniones grupales, se familiarizaba muy pronto con los problemas de los nuevos fieles y los resolvía, entendería nuestra labor y me dejaría fuera de combate. No quería que fuera a todos los grupos y creía que yo sabría resolver las cosas yo sola. Así pues, busqué excusas para negarme. Luego me sentí culpable y oré a Dios. Con la oración me di cuenta de que, al hacer esto, solo estaba protegiendo mi reputación y estatus, y de que eso no concordaba con la voluntad de Dios. No obstante, no me hacía gracia tener ya a Carmen en todos los grupos de reunión, y temía que tarde o temprano me quitara el puesto. Recordé entonces que el clero religioso hace todo lo posible por cerrar las iglesias para preservar su estatus y aferrarse a su medio de vida a base de mantener a los creyentes firmemente en sus manos y no dejándolos estudiar la obra de Dios de los últimos días ni recibir el regreso del Señor. Compiten mano a mano con Dios y son los anticristos revelados por Su obra de los últimos días. Yo no dejaba que Carmen participara en el trabajo para poder preservar mi reputación y estatus. ¿No estaba manteniendo yo también a los hermanos y hermanas firmemente en mis manos? Al igual que el clero, me oponía a Dios. Supe que tenía que cambiar de rumbo inmediatamente y renunciar a mis motivaciones incorrectas. Al día siguiente incluí a Carmen en los grupos de reunión y me sentí un poco más tranquila.
Aunque la incorporé a los grupos de reunión, no la buscaba para debatir el trabajo, con lo que todavía iba cada una a su aire. Un par de semanas más tarde, aún no mejoraba el trabajo de riego. Cuando el líder me preguntó por qué, no supe qué responder. Después me sentí algo culpable y leí estas palabras de Dios en mi tiempo de devoción y reflexión: “Las personas no poseen una comprensión fundamental o esencial de sí mismas; en cambio, concentran y dedican su energía a llegar a conocer sus actos y revelaciones externas. Aunque algunas personas, ocasionalmente, puedan ser capaces de decir algo sobre su autoconocimiento, este no será muy profundo. Nadie ha pensado jamás que pertenezca a cierto tipo de persona ni que tenga una cierta naturaleza por haber realizado determinada cosa o por haber revelado algo concreto. Dios ha puesto en evidencia la naturaleza y la esencia del hombre, pero lo que la gente entiende es que su forma de hacer las cosas y de hablar es errónea y defectuosa; como resultado de ello, poner la verdad en práctica es una tarea relativamente extenuante para ella. Piensan que sus equivocaciones son meras manifestaciones momentáneas que se revelan descuidadamente en lugar de ser expresiones de su naturaleza. Cuando las personas piensan de este modo, les resulta muy difícil conocerse de verdad a sí mismas, así como entender y practicar la verdad. Como no conocen la verdad ni tienen sed de esta, cuando la ponen en práctica, se limitan a seguir las normas de manera superficial. Las personas no consideran que su propia naturaleza sea muy mala, y creen que no son tan malas como para que deban ser destruidas o castigadas. Sin embargo, según los estándares de Dios, las personas están demasiado profundamente corrompidas, todavía están lejos de los estándares de salvación, pues solo poseen algunos planteamientos que, por fuera, no parecen vulnerar la verdad, y, de hecho, no practican la verdad y no son obedientes a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al meditarlo, entendí que, para conocerme, debía comparar mis ideas, motivaciones y perspectivas con las palabras de Dios, que debía conocer y analizar mi esencia naturaleza y la senda por la que iba y luego tratar de corregir eso con la verdad. Es el único camino para transformarse y arrepentirse de veras. Si solo admitimos que tenemos actitudes corruptas o que hicimos algo mal sin conocer nuestra esencia naturaleza, sin ver hasta qué punto estamos corrompidos ni lo peligroso de nuestro estado, no desearemos buscar la verdad y la transformación, y ni mucho menos arrepentirnos de veras. Descubrí que solamente admitía que protegía mi reputación y estatus, y que no querer que Carmen se uniera a los grupos suponía resistirme a Dios, pero en absoluto comprendía claramente qué clase de carácter revelaba, cuál era su esencia y por qué senda iba en el deber. Pese a que al final sí la incorporé a los grupos, fue un mero cambio de conducta, y no corregí mi carácter corrupto. Además, realmente no dejé de lado el ego y no colaboré con ella. ¿Cómo iba a salir bien el trabajo de esa manera? Oré cuando me percaté de ello para pedirle a Dios que me guiara hasta conocerme verdaderamente.
Un día vi estas palabras de Dios en mis devociones: “Algunas personas siempre temen que otros sean mejores que ellas o estén por encima de ellas, que otros obtengan reconocimiento mientras a ellas se les pasa por alto, y esto lleva a que ataquen y excluyan a los demás. ¿Acaso no es eso envidiar a las personas con talento? ¿No es egoísta y despreciable? ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Es malicia! Aquellos que solo piensan en los intereses propios, que solo satisfacen sus propios deseos egoístas, sin pensar en nadie más ni considerar los intereses de la casa de Dios tienen un carácter malo y Dios no los ama” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). “Los anticristos se apropian de todo lo de la casa de Dios y los bienes de la iglesia, y los tratan como propiedad personal, todo lo cual les corresponde administrar, sin que nadie interfiera. Lo único en lo que piensan cuando hacen el trabajo de la iglesia es en sus propios intereses, su propio estatus y su propio orgullo. No permiten que nadie perjudique sus intereses, y mucho menos permiten que cualquiera con aptitud o que sea capaz de hablar de su testimonio vivencial amenace su estatus y prestigio. Y por eso, tratan de socavar y excluir como competidores a los que son capaces de ofrecer un testimonio vivencial y que pueden comunicar la verdad y proveer a los elegidos de Dios, y tratan desesperadamente de aislar por completo a esa gente de todos los demás, de arrastrar completamente sus nombres por el barro y hacerlos caer. Solo entonces los anticristos se sienten en paz. Si estas personas nunca son negativas, y son capaces de seguir cumpliendo con su deber, hablando de su testimonio, apoyando a los demás, entonces los anticristos echan mano de su último recurso, que consiste en buscarles faltas y condenarlas, o inculparlas e inventar motivos para hostigarlas y castigarlas, hasta que hacen que las expulsen de la iglesia. Solo entonces los anticristos se relajan completamente. Esto es lo más insidioso y desalmado de los anticristos. […] Cuando alguien se distingue con un pequeño trabajo, o cuando alguien es capaz de ofrecer un testimonio vivencial verdadero para beneficiar, edificar y apoyar a los escogidos de Dios, y se gana grandes elogios de todos, la envidia y el odio crecen en el corazón de los anticristos, y estos tratan de aislarlos y reprimirlos. En ninguna circunstancia permiten que tales personas emprendan ningún trabajo, para evitar que amenacen su estatus. Las personas con la realidad verdad sirven para acentuar y resaltar la pobreza, la miseria, la fealdad y la maldad de los anticristos cuando están frente a ellos, por lo que cuando un anticristo elige a un compañero o colaborador, nunca selecciona a gente con la realidad verdad, nunca selecciona a personas que puedan hablar de su testimonio vivencial, y nunca selecciona a personas honestas o capaces de practicar la verdad. Estas son las personas que los anticristos más envidian y odian, y son una piedra en el zapato para los anticristos. No importa cuánto hagan estas personas que practican la verdad que sea bueno o de beneficio para la labor de la casa de Dios, los anticristos se esfuerzan al máximo por solaparlo. Llegan a tergiversar los hechos para atribuirse el mérito de las cosas buenas, mientras echan la culpa de las malas a otros, a fin de enaltecerse y menospreciar a otras personas. Los anticristos sienten muchos celos y odio hacia los que buscan la verdad y son capaces de hablar sobre su testimonio vivencial. Temen que estas personas amenacen su propio estatus, y por eso hacen todo lo posible para atacarlas y excluirlas. Prohíben a los hermanos y hermanas que se aproximen a ellos, que entren en contacto con ellos, o que apoyen o alaben a estas personas que saben hablar de su testimonio vivencial. Esto es lo que más deja en evidencia la naturaleza satánica de los anticristos, que está harta de la verdad y detesta a Dios. Y también demuestra que los anticristos son una contracorriente maligna en la iglesia, que ellos son los culpables de la perturbación de la obra de la iglesia y de poner impedimentos a la voluntad de Dios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Dios dice que los anticristos valoran especialmente el estatus y que, cuando en su ámbito de trabajo aparece alguien que amenace su estatus, oprimen y aíslan a esa persona. No dejan que asuma cargos importantes o de liderazgo y llegan a sacrificar los intereses de la iglesia por preservar su estatus. Son especialmente egoístas y malignos. ¿No era mi conducta como la de un anticristo? Desde que vino a trabajar conmigo Carmen, vi que era mejor que yo tanto en esa labor como al enseñar la verdad. Molesta por ello, la consideré enemiga, adversaria. Creía que, con su llegada, estaba adquiriendo protagonismo y robándome el mío y que, si ella seguía mejorando el rendimiento de nuestro trabajo, me haría parecer incompetente. Por eso la aislé adrede, en vez de colaborar activamente con ella y familiarizarla con el trabajo. Al ver que el trabajo de riego se resentía, yo no hacía seguimiento ni resolvía los problemas, sino que temía que, si los resolvía y a consecuencia de ello nos iba mejor, Carmen se llevaría el mérito. Peor aún, cuando la eficacia de nuestro trabajo siguió disminuyendo, no me preocupaba y hasta lo disfrutaba. Me alegraba de que se resintiera el trabajo y pensaba que, por ello, el líder creería que yo era mejor que ella y que tendría el puesto asegurado. No me preocupaban sino mi reputación y mi estatus, y ni de lejos tenía en cuenta sus conflictos ni las consecuencias que ello tendría si se regaba mal a los nuevos fieles. ¡Qué egoísta y maligna! Cuando el líder me mandó agregar a Carmen a los grupos, me mantuve todavía más en mis trece. Creía que iba a aventajarme o, incluso, sustituirme, así que busqué motivos por los que negarme. Por conservar el puesto, la excluí y consideré la iglesia mi territorio personal. En mi ámbito de responsabilidad, no le di la ocasión de destacar ni de lucir sus puntos fuertes. Era una dictadora. ¿No estaba revelando el carácter de un anticristo? Me escandalicé un poco. Jamás pensé que podría ser tan arrogante y maligna, tan excluyente solo por conservar el estatus. No tenía para nada en cuenta el riego a los nuevos fieles ni si se resentía el trabajo de la iglesia, y solamente quería satisfacer mis ambiciones desmedidas. Estaba ebria de reputación y estatus.
Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “Si alguien dice que ama y busca la verdad, pero, en esencia, el objetivo que persigue es distinguirse, alardear, hacer que la gente piense bien de él y lograr sus propios intereses; y el cumplimiento de su deber no consiste en obedecer o satisfacer a Dios, sino que en cambio tiene como fin lograr prestigio y estatus, entonces su búsqueda no es legítima. En ese caso, cuando se trata del trabajo de la iglesia, ¿son sus acciones un obstáculo o ayudan a que avance? Claramente son un obstáculo, no hacen que avance. Algunas personas enarbolan la bandera de realizar el trabajo de la iglesia mientras buscan su propio prestigio y estatus, se ocupan de sus propios asuntos, crean su propio grupito y su propio pequeño reino: ¿acaso esta clase de persona está cumpliendo con su deber? En esencia, todo el trabajo que hacen interrumpe, perturba y perjudica el trabajo de la iglesia. ¿Cuál es la consecuencia de su búsqueda de estatus y prestigio? En primer lugar, esto afecta la manera en la cual el pueblo escogido de Dios come y bebe Su palabra y entiende la verdad; obstaculiza su entrada en la vida, les impide ingresar en la vía correcta de la fe en Dios, y los conduce hacia la senda equivocada, lo que perjudica a los escogidos y los lleva a la ruina. Y, en definitiva, ¿qué ocasiona eso al trabajo de la iglesia? Lo perturba, lo perjudica y lo desorganiza. Esta es la consecuencia derivada de que la gente busque la fama y el estatus. Cuando cumplen con su deber de esta manera, ¿acaso no puede definirse esto como caminar por la senda de un anticristo? Cuando Dios pide que las personas dejen de lado el estatus y el prestigio, no es que les esté privando del derecho de elegir; más bien es porque, durante la búsqueda de prestigio y estatus, las personas interrumpen y perturban el trabajo de la iglesia y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios, e incluso puede que afecten al hecho de que otros coman y beban las palabras de Dios, comprendan la verdad y, así, logren la salvación de Dios. Es un hecho indiscutible. Cuando la gente se afana por el prestigio y el estatus, es indudable que no busca la verdad y no cumple fielmente con el deber. Solo habla y actúa en aras del prestigio y el estatus, y todo trabajo que hace, sin la más mínima excepción, es en beneficio de esas cosas. Esa forma de comportarse y actuar implica, sin duda, ir por la senda de los anticristos; es una interrupción y perturbación de la obra de Dios, y sus diversas consecuencias obstaculizan la difusión del evangelio del reino y el libre fluir de la voluntad de Dios en la iglesia. Así pues, se puede afirmar con certeza que la senda que recorren los que van en pos del prestigio y el estatus es la senda de resistencia a Dios. Es una resistencia intencionada a Él contrariándolo; es decir, cooperar con Satanás para resistirse a Dios y oponerse a Él. Esta es la naturaleza de la búsqueda de estatus y prestigio por parte de la gente. El problema de las personas que buscan sus propios intereses es que los objetivos que persiguen son los mismos que los de Satanás, unos objetivos malvados e injustos. Cuando las personas buscan sus intereses personales, como el prestigio y el estatus, se convierten involuntariamente en una herramienta de Satanás, en un canal de este y, además, se convierten en una personificación de Satanás. Desempeñan un papel negativo en la iglesia; el efecto que causan en el trabajo de la iglesia y en la vida normal de la iglesia y la búsqueda normal del pueblo escogido de Dios es el de perturbar y perjudicar. Causan un efecto negativo y adverso” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (I)). Temblaba de miedo tras leer aquello. Dios revela que el afán por la reputación y el estatus es la empresa a la que nos dedicamos y supone tomar la senda de un anticristo. En esencia, supone hacer de esbirro de Satanás, perturba el trabajo de la iglesia. Eso ofende el carácter de Dios. Cuanto más lo pensaba, más nerviosa me ponía. La labor evangelizadora estaba en su apogeo, y cada vez más gente aceptaba la obra de Dios en los últimos días. Al estar a cargo del riego, de verdad debería haber considerado la voluntad de Dios, haber sustentado y regado enseguida a los nuevos fieles, y haberlos ayudado con sus nociones y su confusión para que pronto pudieran tener una base en el camino verdadero. Sin embargo, perseguía la reputación y el estatus, en vez de atender mi labor. No me esforzaba en el deber, no pagaba un precio ni pensaba en el mejor modo de regar a los nuevos fieles, y ni siquiera quería que participara nadie más. ¿No estaba perturbando la labor de la iglesia? ¿No era un obstáculo para que Dios salvara a otras personas? Era un instrumento de Satanás, desempeñaba un papel negativo e iba por la senda de un anticristo, contraria a Dios. Era responsable del trabajo de riego, pero no sabía ocuparme de él yo sola, por lo que el líder dispuso que me ayudara Carmen, lo cual era bueno, y cualquier persona diligente o razonable habría colaborado activamente con otra para brindar sustento y riego a los nuevos creyentes cuanto antes. No obstante, yo no pensaba lo más mínimo en la labor de la iglesia. Por conservar mi reputación y estatus, excluí a Carmen, la alejé de los hermanos y hermanas e impedí que los ayudara a resolver sus problemas, lo que entorpeció gravemente la labor de riego y demoró la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Eso no era cumplir con mi deber, sino, obviamente, hacer el mal. Si seguía sin arrepentirme, sabía que Dios me revelaría y descartaría por ser un anticristo. Fue aterrador darme cuenta de esto, y lamenté de veras todas mis acciones y conductas. Oré: “Oh, Dios mío, me afano por la reputación y el estatus, y perturbo la labor de la iglesia. No tengo humanidad. Todo lo hago contra Ti. Dios mío, deseo arrepentirme ante Ti…”.
Después leí otro pasaje de las palabras de Dios: “No hagas siempre las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres los intereses humanos ni tengas en cuenta tu propio orgullo, reputación y estatus. Primero debes considerar los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu prioridad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y empezar por contemplar si ha habido impurezas en el cumplimiento de tu deber, si has sido devoto, has cumplido con tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has estado pensando de todo corazón en tu deber y en la obra de la iglesia. Debes meditar sobre estas cosas. Si piensas en ellas con frecuencia y las comprendes, te será más fácil cumplir bien con el deber. Si tu calibre es bajo, si tu experiencia es superficial, o si no eres experto en tu ocupación profesional, puede haber algunos errores o deficiencias en tu obra y puede que no consigas buenos resultados, pero habrás hecho todo lo posible. No satisfaces tus propios deseos egoístas ni preferencias. Por el contrario, consideras de forma constante la obra de la iglesia y los intereses de la casa de Dios. Aunque puede que no logres buenos resultados con tu deber, se habrá enderezado tu corazón; si además puedes buscar la verdad para resolver los problemas en tu deber, entonces estarás a la altura en el cumplimiento de este y, al mismo tiempo, podrás entrar en la realidad verdad. Eso es lo que significa poseer testimonio” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). La lectura de las palabras de Dios me aportó esclarecimiento. En el deber, los intereses de la iglesia han de ser lo primero, y debemos dar todo lo que tengamos. No debemos echar cuentas por la reputación y el estatus, y tenemos que cooperar, ser de un mismo corazón y espíritu con los hermanos y hermanas, y hacer lo imposible por trabajar según los principios para que recibamos la obra del Espíritu Santo y logremos fácilmente resultados con nuestra labor. Así pues, fui a hablar con Carmen, me sinceré con ella sobre la corrupción que había revelado y le hablé de lo que había aprendido de mí misma. Tras hablar, me sentía muchísimo más libre y estaba dispuesta a colaborar con ella en la labor de riego.
Pronto descubrí que un par de nuevos creyentes, antes reacios a ir a reuniones, habían recibido ayuda de Carmen, habían corregido sus nociones, ya iban a las reuniones con regularidad y querían asumir un deber. Me sentí disgustada de nuevo. Realmente no había entendido sus problemas anteriormente, pero Carmen se ocupó de ellos. ¿Eso no me hacía parecer inferior a ella? Con esa idea me di cuenta de que no pensaba correctamente al respecto, y recordé algo que dijo Dios: “La cooperación entre hermanos y hermanas es un proceso de compensación de los puntos débiles de uno con los puntos fuertes de otro. Tú compensas las deficiencias de otros con tus puntos fuertes, y otros compensan las tuyas con sus puntos fuertes. Esto es lo que significa compensar los puntos débiles de uno con los fuertes de otros y cooperar en armonía. Solo cuando la gente coopera en armonía es posible que Dios la bendiga y, cuanto más experimenta uno esto, más realidad posee, y su senda se ilumina cada vez más a medida que la recorre y está más tranquilo que nunca” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La cooperación en armonía). A Carmen se le daba mejor que a mí enseñar la verdad y resolver problemas, con lo que tenía que aprender de ella. Por ello, le pregunté cómo enseñaba y resolvía los problemas de los nuevos fieles, y con sus palabras me hice una idea de cómo ocuparme de ellos. Me pareció estupendo trabajar con ella, que podía compensar mis fallos y que esa era la gracia de Dios. Posteriormente, cuando noté a algunos hermanos y hermanas pasivos en el deber, busqué a Carmen para debatirlo a ver cuál era la causa de su negatividad y qué tipo de verdad debíamos enseñarles para resolver esto. Enseguida encontramos las palabras de Dios pertinentes que enseñarles. Eran más activos en el deber después de estas enseñanzas. Unos regaban a nuevos creyentes, y otros compartían el evangelio. Poco a poco hubo más gente que cumplía con un deber en la iglesia. Con algo de sustento y riego, más nuevos fieles tuvieron una base en el camino verdadero, y la mayoría se reunía con regularidad y cumplía con un deber. Más adelante, cuando yo tenía problemas en el deber, los debatía inmediatamente con Carmen, y cuando ella observaba problemas de los hermanos y hermanas en el deber, me los contaba inmediatamente para que pudiera hacer seguimiento de los asuntos y resolverlos. Colaborábamos la una con la otra con un solo corazón y espíritu, y me sentía mucho más tranquila.
Esta experiencia me enseñó que el afán por la reputación y el estatus supone ir por la senda de un anticristo, hacer de esbirro de Satanás y perturbar la labor de la iglesia. Si no fuera por el juicio y revelación de las palabras de Dios, jamás habría sido consciente de la corrupción que revelaba ni de mi carácter de anticristo, ni tampoco habría renunciado al deseo de estatus ni habría colaborado con Carmen. ¡Estoy hondamente agradecida a Dios por salvarme!
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