Nunca más volveré a priorizar mi destino
En mi último papel, no medité lo suficiente el estado emocional del personaje ni capté bien su personalidad. Lo representé en función de como yo lo entendía. Acepté superficialmente los consejos del director, pero por dentro seguí pensando a mi modo. Por ello, mi actuación no encajó con el personaje y la película no salió bien. La líder me cambió de deber y me mandó predicar el evangelio. Mi arrogancia, mi terquedad y mi incapacidad de cumplir bien mi deber demoraron el proceso de rodaje. Como me sentía muy mal, quería predicar el evangelio y hacer buenas acciones para compensar mis transgresiones. Después, trabajaba muchas horas predicando el evangelio para expiar mi agravio. Convertí a bastante gente, lo que me alegró mucho y me motivó en el deber.
Así pues, esta vez, cuando la líder me pidió audicionar, era reacio. No me creía idóneo para ser actor. Había fracasado antes, por lo que creía probable fracasar también esta vez. Este es un momento crucial para predicar el evangelio, y en ello lograba buenos resultados. No podría predicar si tenía que hacer un personaje. Además, aquel salía en muchas escenas. Saldría bien si lo hacía bien, pero, si no, si fracasaba a medio camino como la última vez y demoraba el rodaje, eso sería otra transgresión. Demoraría mi evangelización y mis buenas acciones. Sufriría una doble pérdida. Le di vueltas y me dije que, en esta ocasión, no podía ir de ninguna manera. Me preguntaba si la líder elegía a la gente por sus preferencias personales. Así pues, le dije: “No puedo hacer este papel. Deberías buscar a otro”. Sin embargo, me instó a intentarlo, y no tuve más remedio que acceder. Pese a ello, yo sabía que no me darían el papel. Actuaría mecánicamente, y que la líder y el director vieran los resultados de la audición. Entonces se rendirían. En el lugar de filmación, le comenté al director: “¿No me vieron todos meter la pata la última vez? ¿Por qué me piden que vuelva?”. Respondió: “Ninguna persona con la que hemos probado es adecuada para este papel. Lo hemos hablado con la líder y hemos analizado todos los ángulos. Es una película importantísima y tú eres el indicado para el personaje. Espero que pienses un poco en el trabajo global y vengas concentrado a la audición”. Cuanto más hablaba él de la importancia de la película, más miedo me daba actuar en ella. En el fondo, había fracasado la última vez. ¿Y si no captaba el personaje o no sabía hacerlo bien? Dijeran lo que dijeran, insistí en que no podía hacer el personaje. Supuse que haría una audición rápida y tosca para que el director viera que no podía hacerlo. Luego podría volver a la predicación del evangelio. Tras llegar a esa conclusión, me sentí inquieto y algo asustado. Si esto había venido de Dios y yo no obedecía, sería una ofensa para Él. Así pues, oré a Dios: “Dios mío, te pido que me guíes para poder entender Tu voluntad, someterme a ella y no rebelarme contra Ti”.
Al día siguiente, en una reunión, la líder leyó unas palabras de Dios que me impactaron de veras. Las palabras de Dios dicen: “Las lecciones de sumisión son las más difíciles, pero al mismo tiempo las más fáciles. ¿De qué manera son difíciles? (La gente tiene sus propias ideas). Que la gente tenga ideas no es el problema, ¿qué persona no tiene ideas? Todo el mundo tiene corazón y cerebro, tienen sus propias ideas. Ese no es el problema. Entonces, ¿cuál es? El problema es el carácter corrupto del hombre. Si el hombre no tuviera un carácter corrupto, podría someterse sin importar las ideas que tuviera; no serían un problema. Si alguien razona así y dice: ‘Debo someterme a Dios en todas las cosas. No daré excusas o insistiré en mis propias ideas, no llegaré a mi propia conclusión en este asunto’, ¿acaso no les resultará fácil someterse? Si una persona no alcanza sus propias conclusiones, es una señal de que no es santurrona; si no insiste en sus propias ideas, es una señal de que tiene razón. Si además puede someterse, entonces ha logrado la práctica de la verdad. […] Si siempre quieres tomar tus propias decisiones cuando te suceden cosas, y razonas con los demás e insistes en tus propias ideas, esto se volverá bastante problemático. Se debe a que las cosas sobre las que insistes no son positivas y se encuadran en tu carácter corrupto. Todas estas cosas son brotes de un carácter corrupto, así que, en tales circunstancias, aunque desees buscar la verdad, serás incapaz de practicarla, y aunque desees orarle a Dios, solo actuarás por inercia. Si alguien comunicara contigo sobre la verdad y pusiera al descubierto lo adulterado de tus intenciones, ¿cómo harías una elección? ¿Podrías someterte fácilmente a la verdad? Para ti sería muy agotador someterte en ese momento, y serías incapaz de hacerlo. Desobedecerías e intentarías razonar con los demás. Dirías: ‘Mis decisiones son por el bien de la casa de Dios. No son erróneas. ¿Por qué me sigues pidiendo que me someta?’. ¿Ves cómo serías incapaz de someterte? Y aparte de eso, también te resistirías; ¡es una transgresión deliberada! ¿No es esto extremadamente problemático? Cuando alguien comunica contigo acerca de la verdad, si eres incapaz de aceptarla e incluso transgredes a sabiendas, desobedeciendo y resistiéndote a Dios, entonces tienes un problema serio. Corres el riesgo de que Dios te exponga y te expulse” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La sumisión a Dios es una lección fundamental para alcanzar la verdad). “¿Cómo se puede resolver un carácter corrupto? Lo primero es comprobar si eres capaz de obedecer las orquestaciones y arreglos de Dios, y si puedes someterte a todos los ambientes que Dios dispone para ti” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La sumisión a Dios es una lección fundamental para alcanzar la verdad). Me sentí entonces como si hubiera despertado de un sueño. Las palabras de Dios describían mi estado exacto. Era reacio a actuar en esta ocasión. No me sometía y seguía intentando discutir. Si antes había fracasado, había hecho mal el papel, y me iba bien predicando el evangelio, ¿por qué se empeñaban en que actuara de nuevo? Me parecía que la líder obedecía a un capricho personal. Yo me resistía, en vez de obedecer, y vivía con un carácter corrupto. En ese momento comprendí que, aunque pareciera que una persona me estaba pidiendo audicionar, en realidad esto era una instrumentación de Dios. Sería muy rebelde empeñarme en hacer las cosas a mi manera. Al comprenderlo, cambié un poco de actitud. Pasara lo que pasara, tenía que someterme, tomarme en serio este deber y esmerarme en la audición. Y, para mi sorpresa, tras la audición me eligieron para el papel.
Leí otro pasaje de las palabras de Dios en mis devociones. “¿Cómo debes recibir y entender la verdad de la sumisión? La mayoría de la gente cree que someterse es ser obediente y no resistirse ni revelar desobediencia cuando surgen cosas. Creen que eso es someterse. La gente no entiende los detalles de la sumisión: por qué quiere Dios que la gente se someta, cuál es el significado y los principios de la sumisión, cómo debe uno someterse, y qué cosas corruptas se han de resolver en las personas cuando se practique la sumisión. La gente solo sigue las reglas y piensa: ‘La sumisión significa que, si tengo que preparar comida, no barro el suelo, y si tengo que barrer el suelo, no limpio el cristal. Hago lo que tengo que hacer, es así de simple. No tengo que prestar atención a lo que hay en mi mente; Dios no atiende a eso’. De hecho, es mediante la sumisión a Él que Dios resuelve la rebeldía y la corrupción de las personas, a fin de que alcancen la verdadera sumisión a Él. Esta es la verdad de la sumisión. ¿Hasta qué punto hay que hacer que la gente entienda y conozca esto? Hasta que comprendan que no importa lo que Dios exige de las personas, debe hacerse, y que en ello está la voluntad de Dios, y las personas deben someterse a ella incondicionalmente. Si las personas pueden entender hasta este punto, habrán comprendido la verdad de la sumisión, y podrán practicar la sumisión a Dios y satisfacerle” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo aquellos que comprenden la verdad entienden los asuntos espirituales). Al meditar las palabras de Dios, me puse a recapacitar. Aunque había asistido al rodaje y parecía a simple vista que me estaba sometiendo, a la luz de las palabras de Dios, esta sumisión no era nada verdadera. Todavía tenía que buscar la verdad, corregir mi corrupción y cumplir mi deber según los principios. Lo pensé un poco. En ese rodaje había sido muy pasivo y sentía mucha resistencia dentro de mí. ¿Qué carácter corrupto me controlaba?
Un día leí dos pasajes de las palabras de Dios que me dieron una idea del problema. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos jamás obedecen lo que dispone la casa de Dios, y siempre vinculan estrechamente su deber, fama y estatus con su esperanza de bendiciones y destino futuro, como si una vez perdidos su reputación y estatus, no les queda esperanza de recibir bendiciones y recompensas, y a ellos eso les parece como perder sus vidas. Por lo tanto, deben resguardarse de los líderes y obreros de la casa de Dios, para evitar que su sueño de las bendiciones se arruine. Se aferran a su reputación y estatus, pues piensan que esta es su única esperanza para obtener bendiciones. Un anticristo considera que ser bendecido es más grande que los propios cielos, más grande que la vida, más importante que buscar la verdad, que el cambio de carácter o la salvación personal, y más relevante que desempeñar bien su deber y ser un ser creado a la altura de la norma. Les parece que ser un ser creado a la altura de la norma, cumplir bien con su deber y lograr la salvación son cosas nimias que ni merece la pena mencionar, mientras que obtener bendiciones es la única cosa en toda su vida que no se ha de olvidar. Sea grande o pequeño aquello con lo que se encuentran, lo relacionan con ser bendecidos por Dios, y se muestran increíblemente precavidos y atentos, y siempre se aseguran una salida” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12). “Los que siempre son escépticos con respecto a Dios, los que siempre lo analizan, los que siempre intentan negociar con Él, ¿son personas con un corazón honesto? (No). ¿Qué reside en el corazón de esas personas? La astucia y la maldad; siempre están analizando. ¿Y qué es lo que analizan? (La actitud de Dios hacia las personas). Siempre están analizando la actitud de Dios hacia las personas. ¿Qué problema supone esto? ¿Y por qué lo analizan? Porque tiene que ver con sus intereses vitales. En su corazón piensan para sí mismos: ‘Dios creó estas circunstancias para mí, hizo que esto me sucediera. ¿Por qué lo hizo? Esto no les ha ocurrido a otras personas, ¿por qué tenía que ocurrirme a mí? ¿Y cuáles serán las consecuencias después?’. Estas son las cosas que analizan, así como sus ganancias y sus pérdidas, las bendiciones y las desgracias. Y mientras analizan estas cosas, ¿son capaces de practicar la verdad? ¿Son capaces de obedecer a Dios? No. […] ¿Y cuál es el resultado cuando las personas solo consideran sus propios intereses? Cuando solo actúan en su propio beneficio, no les resulta fácil obedecer a Dios e, incluso cuando desean hacerlo, no pueden. ¿Y cuál es el resultado final del escrutinio de las personas que siempre están pensando en sus propios intereses? Lo único que hacen es desobedecer y oponerse a Dios. Incluso cuando se empeñan en cumplir con su deber, lo hacen de forma descuidada y superficial, con un ánimo negativo; en su corazón, no dejan de pensar en cómo sacar ventaja para no verse en el lado perdedor. Tales son sus motivos cuando cumplen con su deber, y en esto están tratando de hacer un trato con Dios. ¿De qué carácter hablamos? De la astucia y de un carácter malvado. Esto ya no es un carácter corrupto normal, sino que ha escalado a la maldad. Y cuando existe este tipo de carácter malvado en su corazón, ¡se trata de una lucha contra Dios! Deben tener claro este problema. Si las personas siempre analizan a Dios y tratan de hacer tratos cuando desempeñan su deber, ¿pueden realizarlo correctamente? Por supuesto que no” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se buscan los principios de la verdad es posible cumplir bien con el deber). Dios nos dice que los anticristos jamás se someten a lo dispuesto por Su casa, sino que hacen lo que quieren. Quieren un hermoso destino a cambio de sacrificios y esfuerzos superficiales, pero cuando no consiguen tener estatus o suerte, se vuelven negligentes y pasivos y rechazan su deber. Vi que mi estado era como lo describe Dios. Cuando me pidieron que hiciera un papel, no pensé más que en mi futuro. Creía que me había ido bien predicando el evangelio, con lo que, de continuar en ello, podría hacer más buenas acciones para compensar mis errores previos, lo que aseguraría mi destino, pero, como actor, ya había fracasado una vez, y no sabía si en esta ocasión me iría bien. Si lo hacía mal y demoraba la labor de rodaje, eso no solo sería otra transgresión, sino que demoraría mis buenas acciones al predicar el evangelio. No valía la pena. Intenté buscar motivos para no hacerlo y me excusé en mi fracaso anterior para eludir mi deber. Luego fui a la audición a regañadientes, con el deseo de actuar mecánicamente y acabar. El director tenía muy claro que, en ese momento, yo era el candidato más adecuado, pero yo no pensaba para nada en las necesidades del trabajo de la iglesia. Solo pensaba en qué deber me beneficiaría más y, después de echar cuentas, creía que podría asegurarme mejor mi destino predicando el evangelio que siendo actor. Así, seguí resistiéndome y rechacé el papel. Aspiraba a beneficiarme del deber, no a terminar perdiendo. La iglesia disponía mis deberes según sus necesidades de trabajo, y yo debía someterme a eso. Sin embargo, me comportaba como un empresario y pensaba en si me beneficiaría o no hacer la película. Hallé motivos aparentemente respetables para encubrir mis despreciables motivaciones. No exhibía únicamente un carácter astuto, sino uno malvado, ¡al negociar y jugar con los sentimientos de Dios! Antes creía que tenía en consideración la voluntad de Dios por predicar el evangelio, pero ahora veía que solo quería convertir a más gente para expiar mis agravios, compensar mis transgresiones durante el rodaje y lograr ese glorioso destino. Utilizaba mi deber para recibir bendiciones. Recordé que a Pablo lo derribó una gran luz de camino a Damasco, y después quiso predicar el evangelio para compensar sus errores, a cambio de una corona de justicia. ¿En qué diferían mis motivaciones para el deber de las de Pablo? Era demasiado irracional. Iba, como él, por una senda contraria a Dios. Al darme cuenta, me sentí despreciable. Me di una bofetada del asco. Llorando, oré a Dios: “¡Oh, Dios mío! Veo que negocio contigo en el deber, que soy astuto y malvado. Incluso tras todos estos años de fe, continúo jugando en mi relación contigo. Satanás me ha corrompido tanto que no tengo semejanza humana. ¡Por favor, sálvame!”. Más tarde leí unas palabras de Dios: “Vuestro destino y vuestro sino son muy importantes para vosotros: son motivo de gran preocupación. Creéis que si no hacéis las cosas con gran cuidado, significará que dejáis de tener un destino, que habéis destruido vuestro propio sino. Pero ¿se os ha ocurrido alguna vez que los que dedican esfuerzos solo por el bien de su destino están haciendo una labor en vano? Semejantes esfuerzos no son genuinos; son falsedad y engaño. Si este es el caso, entonces, los que trabajan solo en beneficio de su destino están en el umbral de su derrota definitiva, pues el fracaso en la propia creencia en Dios lo causa el engaño” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Acerca del destino). “En última instancia, que las personas puedan alcanzar la salvación no depende del deber que cumplan, sino de si pueden comprender y obtener la verdad y de si son capaces de finalmente someterse a Dios por completo, de ponerse a merced de lo que Él disponga, no tener consideración hacia su propio futuro y destino, y convertirse en seres creados aptos. Dios es justo y santo y este es el estándar que usa para medir a toda la humanidad. Recuerda: este estándar es inmutable. Fíjalo en tu mente y no pienses en buscar otra senda para perseguir algo que no es real. Los requisitos y las pautas que Dios tiene para todos los que desean alcanzar la salvación son inalterables para siempre. Son los mismos seas quien seas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). En las palabras de Dios entendí que, si solo te esfuerzas por conseguir un buen destino, adulteras el proceso de tu deber con motivaciones y negocios ocultos. No puedes ser sincero y obediente hacia Dios, tu carácter no cambiará y tú no recibirás el visto bueno de Dios. Sosegué el corazón y recordé mis experiencias. Tras mi fracaso en el rodaje, creía no haber cumplido bien aquel deber, haber demorado nuestra labor y cometido una transgresión, así que me preocupaba mi destino. Me volqué en predicar el evangelio para expiar mis errores. Al convertir a algunas personas, creía estar entregado a Dios y tenía la esperanza de un buen destino. No busqué la verdad ni reflexioné sobre por qué había fracasado en el rodaje anterior. En cuanto a la corrupción que había exhibido al predicar el evangelio, a la forma en que había vulnerado los principios y a mis ideas erróneas, tampoco reflexioné sobre eso. Me conformaba con trabajar algo y predicar a diario, y mi carácter corrupto no se transformó. Estaba muy satisfecho con lo poco que hubiera logrado. Era cada vez más arrogante y mi deseo de bendiciones se había reforzado. Me acordé de cómo convirtió Pablo a tanta gente, pero, mientras él predicó, jamás dio testimonio del Señor Jesús ni de las palabras de Dios. Se engrandecía a sí mismo y presumía, y su carácter era cada vez más arrogante. Él no entendía de qué forma se resistían a Dios su naturaleza y esencia y, al final, utilizó su trabajo, su sufrimiento y sus conversos como capital para exigir abiertamente a Dios una corona de justicia. A la postre, llegó a dar testimonio de que él era Cristo, y Dios lo castigó y maldijo. Yo sabía que iba por la misma senda de fracaso que Pablo y lo peligroso que era eso. Dios me daba otra oportunidad dejándome participar en otro rodaje. En ese entorno podía reflexionar y entender un poco mis ideas equivocadas. Para mí, todo este suceso fue Su salvación para conmigo, pero no lo había comprendido. Creía que el rodaje me impediría predicar el evangelio y hacer buenas acciones. No distinguía el bien del mal. ¡Qué ciego y necio! Cuando logré entenderlo, me embargó el pesar y, con gratitud hacia Dios, le oré para darle gracias.
Leí más palabras de Dios en mis devociones. Me ayudaron a comprender la voluntad de Dios y me dieron una senda que seguir. Dios Todopoderoso dice: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él sea bendecido o maldecido. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Ser bendecido es cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Ser maldecido es cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; es cuando alguien no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si son bendecidos o maldecidos, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para ser bendecido y no debes negarte a actuar por temor a ser maldecido. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). “Si lo que buscas es la verdad, si lo que pones en práctica es la verdad y si lo que obtienes es un cambio en tu carácter, entonces, la senda que transitas es la correcta. Si lo que buscas son las bendiciones de la carne, si lo que pones en práctica es la verdad de tus propias nociones y no hay un cambio en tu carácter ni eres en absoluto obediente a Dios en la carne, sino que sigues viviendo en la ambigüedad, entonces lo que buscas te llevará sin duda al infierno, porque la senda por la que caminas es la del fracaso. Que seas perfeccionado o descartado depende de tu propia búsqueda, lo que equivale a decir que el éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Sea cual sea el deber de alguien, está dispuesto por Dios, es una responsabilidad que ha de cumplir y algo que un ser creado debe hacer. No tiene nada que ver con ser bendecido ni maldecido. Fuera cual fuera el deber que me asignara la iglesia, aunque fuera algo que no se me diera bien o en lo que hubiera fracasado antes, primero tenía que aceptarlo y someterme a él, buscar el modo de cumplirlo bien y los principios que tenía que captar y volcarme plenamente en ello. Después, si no sabía hacer algo, debía orar a Dios, buscar y hablar con otras personas. Ese es el razonamiento que debía tener. No podía elegir un deber en función de mis intereses personales y, en realidad, no podía relacionarlo con las bendiciones. Es como la obediencia de un hijo a sus padres, una responsabilidad. Rechacé un deber cuando la iglesia precisaba colaboración de la gente, por lo que no cumplí mis responsabilidades. Desobedecí a Dios. Siempre había vivido inmerso en mis nociones y fantasías. Creía que convertir a más gente para compensar mis errores suponía practicar la verdad y que, cuantos más convirtiera, más transgresiones abarcaría, pero no comprendía la voluntad de Dios. Dios quiere que la gente sea capaz de buscar la verdad en el deber y que, sin importar qué haya hecho mal ni la corrupción que haya exhibido, haga introspección, se arrepienta, se transforme, sea capaz de venerarlo y someterse a Él y actúe según los principios de la verdad. Así se cumple con el deber según la voluntad de Dios. Si solo queremos expiar nuestros errores a cambio de la bendición de Dios, nuestro esfuerzo no es sincero. Estamos engañando a Dios y no recibiremos Su visto bueno. Había escuchado las experiencias de algunos hermanos y hermanas que predicaban el evangelio. En el deber, habían fallado y tropezado, y hasta los habían destituido, pero luego habían leído las palabras de Dios para conocer su carácter corrupto y la causa de su fracaso. Entonces pudieron reflexionar y hallar los principios de práctica y, ante una situación similar, supieron transformarse, y tenían el testimonio de practicar la verdad. Sin embargo, yo, aunque predicaba el evangelio a diario, solo lo hacía para expiar mis errores a cambio de un buen destino. Era una transacción, un intercambio. Ni me sometía a Dios ni tenía testimonio de práctica de la verdad. Sentí vergüenza.
Después leí más palabras de Dios: “El final o destino de una persona no viene determinado por su voluntad, sus inclinaciones o sus fantasías. El Creador, Dios, tiene la última palabra. ¿Cómo ha de cooperar la gente en esas cuestiones? La gente no puede elegir más que una senda: solo si busca la verdad, la comprende, obedece las palabras de Dios, logra la sumisión a Dios y alcanza la salvación conseguirá al final un buen resultado y un buen destino. No es difícil imaginar las expectativas y el destino de la gente si hace lo contrario. Por eso, en esta materia, no te fijes en lo que Dios le ha prometido al hombre, en qué fin tiene Dios para la humanidad, en lo que Él le ha preparado. Estas cosas no tienen nada que ver contigo, son asunto de Dios, tú no las puedes tomar, suplicar ni regatear. Como criatura de Dios, ¿qué debes hacer? Debes cumplir con tu deber, hacer lo que debas con todo tu corazón, tu mente y tus fuerzas. El resto, las cosas relacionadas con las expectativas y el destino, así como con el futuro de la humanidad, no son algo que puedas decidir, están en manos de Dios; todo lo dicta y dispone el Creador y no guarda relación con ninguna criatura de Dios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (IX)). En las palabras de Dios aprendí que el único camino para tener un buen sino y un buen destino pasa por buscar la verdad en el deber, escuchar y obedecer las palabras de Dios y volcarte plenamente en el deber. Fracasé en el último rodaje porque no había pensado en cómo se sentía el personaje. Fui arrogante y no busqué los principios. No quise aceptar sugerencias de nadie, sino que actué en función de mi entendimiento. ¿Cómo podía cumplir bien mi deber siendo tan arrogante? Mientras buscaba una senda de práctica, vi este fragmento de las palabras de Dios: “Hay que discutir todo lo que se hace con los demás. Escucha primero lo que tiene que decir el resto. Si la opinión de la mayoría es correcta y coincide con la verdad, debes aceptarla y someterte a ella. Hagas lo que hagas, no recurras a la grandilocuencia. Esta nunca es buena, en ningún grupo. […] A menudo deberías tener comunicación con los demás, haciendo sugerencias y expresando tus propios puntos de vista; este es tu deber y tu libertad. Pero al final, cuando hay que tomar una decisión, si eres tú el único que da el veredicto final, haciendo que todos hagan lo que tú dices y sigan tu voluntad, entonces estás violando los principios. Debes tomar la decisión correcta basándote en la voluntad de la mayoría, para luego tomar la decisión final. Si la sugerencia de la mayoría no concuerda con los principios de la verdad, debes perseverar en la verdad. Eso es lo que se ajusta a los principios de la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Debía obedecer las palabras de Dios, abnegarme, hablar más las cosas con los demás, escuchar sus sugerencias y aceptar aquellas ideas que siguieran los principios de la verdad y pudieran favorecer la labor de la iglesia. Esa es una actitud de aceptación de la verdad. Me resultó muy liberador entender esto, y me aportó una senda. En cada escena que rodé después, me fijaba en la actitud y las emociones del personaje y las debatía con el director. A veces, cuando oía una sugerencia que no encajaba con mi mentalidad y quería aferrarme a mi idea, me tranquilizaba, oraba, me abnegaba y buscaba los principios con la líder y el director. Luego descubría que la otra persona tenía razón. Tras practicar así un tiempo, vi que tenía muchos defectos y dejé de ser tan arrogante. A veces seguía siendo terco, pero aprendí a negarme a mí mismo y aceptaba mucho más las sugerencias ajenas. Al volcarme en el deber, realmente era capaz de pensar en cómo hacer bien el papel y no me preocupaba que me culparan por hacerlo mal. Rectifiqué un poco mi pensamiento. Para mí, lo principal era cumplir bien con mi deber, y me sentía en paz al considerarlo de esa forma. Lo daba todo por hacerlo bien en todas nuestras actuaciones. En ocasiones teníamos que hacer una escena unas cuantas veces. Aunque la aceptara el director, yo creía que podía hacerlo mejor, por lo que lo daba todo al repetirla. Era la única forma de hacerlo lo mejor posible y de no lamentar ninguna escena. Cuando lo hacía, poco a poco descubría cómo representar el papel, y se me hacían más fáciles algunas escenas emotivas que al principio me había costado representar. Sabía que todo esto era fruto de la guía de Dios. Oraba después de cada rodaje para alabar a Dios y agradecerle Su guía.
Con esta experiencia aprendí que, encaje o no mi situación con mis nociones, todo proviene de las disposiciones de Dios. Cuanto menos encaje con mis nociones, más he de aceptarla, buscar la voluntad de Dios y someterme a Sus instrumentaciones.